DERECHO: ¿CUÁL DERECHO?
DE LA CONSTITUCIÓN BURGUESA A LA CONSTITUCIÓN DE NUEVA DEMOCRACIA

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Álvaro Bedoya Salazar

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3.4 Nuevo sistema de Estado en el mundo

La nueva forma económica que se impone es el capitalismo, que da fundamento a otro régimen de organización social, basado en el desarrollo industrial y el intercambio comercial. Son abolidos los derechos feudales en el campo y desaparecen del escenario las soberanías feudalistas, para dar paso a los Estados nacionales y, posteriormente, al reconocimiento del derecho de los pueblos a darse su propio gobierno. En otras palabras, al reconocimiento de la soberanía popular.

Este proceso se da con mayor o menor fuerza en los diferentes países e imprime su carácter fundamental a la organización social de los pueblos, en pleno apogeo de la Revolución Industrial.

En 1649, Inglaterra da el paso hacia el nuevo orden cuando Oliverio Cromwell, al mando de su ejército, derrota al rey Carlos I, quien es decapitado. Cromwell gobierna en nombre del pueblo desarrollando leyes que fundamentan la industria y el comercio. En 1660, se restablece la monarquía pero ya sobre la base de un gobierno parlamentario, de donde se deriva el dicho de que en Inglaterra el rey reina, pero no gobierna.

En 1774, las trece colonias inglesas de Norteamérica se declararon en rebeldía negándose a pagar impuestos a la metrópoli. Los ejércitos insurgentes, bajo la dirección de Jorge Washington, obtienen la independencia después de más de ocho años de lucha y de combate en su propio territorio. España y Francia, rivales de Inglaterra en la lucha por el reparto del mundo, dan un fuerte apoyo a las colonias libres de América del Norte. La nueva Nación se organiza como federal y elige como presidente a su libertador, Jorge Washington.

Sin que el anterior acontecimiento deje de tener su preponderancia histórica, el hecho que estremece toda la estructura social del planeta es la Revolución Francesa, en la última década del siglo XVIII, La convocatoria de los Estados Generales, hecha en 1789 por Luis XVI, se transforma en levantamiento popular.

Como resultado, el pueblo en armas se erigió en Asamblea Constituyente, que abolió la monarquía absoluta y suprimió los derechos feudales. La nobleza se vio obligada a renunciar a sus privilegios. Se proclamaron los Derechos del Hombre y del Ciudadano, se repartieron las tierras y se reprimió violentamente a la aristocracia, campaña que culminó con la ejecución de Luis XVI y de su esposa, la austriaca María Antonieta.

En 1799, Napoleón Bonaparte se apodera del gobierno de Francia, inicialmente como cónsul y después como emperador. Fue él quien fundamentó las conquistas de la revolución con el Código Napoleónico. Como conquistador de varios territorios europeos, impuso los fundamentos de los Arcontes Franceses, que debilitaron el poder del feudalismo en todo el continente.

El siglo XIX conoce el auge de la Revolución Industrial. La maquinaria a vapor sustituye a la herramienta, y las fábricas a la producción artesanal. Con estas nuevas bases aumenta la producción, pero también las grandes concentraciones de la nueva clase, el proletariado industrial, llevada por el afán de la ganancia rápida a la máxima expresión de la explotación por los capitalistas, con su política conocida como liberalismo salvaje. Fueron tiempos difíciles para los cientos de miles de obreros. La jornada de trabajo se prolongaba día y noche, sin límite de horario para hombres, mujeres y niños, y sin ninguna prestación social. Los obreros eran llevados a la muerte prematura en medio del hambre y la miseria. Eran hombres que no veían la luz del sol, porque la jornada comenzaba en la madrugada y terminaba cerca de la medianoche, como lo narra Émile Zola, en su obra Germinal, al mostrar la vida en los socavones de las minas carboníferas de Francia, en poblados como Deux Cent Quarante:

¿Cómo? ¿Que de quién es todo esto? No se sabe. De gentes. Y con la mano señalaba un punto vago, un lugar ignoto y remoto, poblado por esas gentes para quienes los Maheu golpeaban la vena desde hacía más de un siglo. Su voz había adquirido una especie de miedo religioso, era como si hablase de un tabernáculo inaccesible donde se escondía el dios ahíto y acuclillado al que todos daban su carne, y al que nunca habían visto.

– ¡Si al menos se comiera pan en abundancia! –repitió por tercera vez Étienne, sin transición aparente.

– ¡Maldita sea! ¡Si encima comiéramos siempre pan sería demasiado hermoso!

Todo este apogeo de industrialización, fundamentalmente en Inglaterra, no solo lleva a la producción de grandes cantidades de artículos manufacturados, sino también a gigantescos avances en la ciencia, la tecnología y la organización social. Los Estados nacionales brindaron un marco adecuado para la expansión de la economía. Sus Constituciones ungían a la burguesía capitalista como nuevo amo de los nuevos esclavos, los obreros.

La fundación de la primera república democrático-burguesa en América, la patria de Washington, Jefferson y Paine, y de quienes redactaron la Declaración de Independencia de Estados Unidos el 4 de julio de 1776, tuvo enormes repercusiones en el resto del continente, que recibió también la influencia directa de la Revolución Francesa y de la Declaración de los Derechos del Hombre. Para tener en cuenta su incidencia en la formación de nuestro propio Estado y nuestra Constitución, debe mirarse su contenido en la obra El derecho de ser hombre:

Tenemos por evidente en sí mismas estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que están dotados por su creador de ciertos derechos inalienables; que, ante estos, están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para asegurar esos derechos, se instituyen entre los hombres gobiernos, los cuales derivan sus justos poderes del conocimiento de los gobernados; que cada vez que una forma de gobierno se pone en contradicción con estos fines, el pueblo tiene derecho a modificarla o abolirla y a establecer un muevo gobierno, basándolo en los principios y organizando sus poderes de la forma que estime más apropiados para conseguir su seguridad y su felicidad. La prudencia, ciertamente, exige que los gobiernos establecidos desde mucho tiempo no sean alterados por motivos livianos y pasajeros; en consecuencia, la experiencia ha mostrado siempre que la humanidad está más dispuesta a sufrir, mientras los males sean soportables, que a imponer su derecho aboliendo las formas a las que está acostumbrada. Mas cuando larga serie de abusos y usurpaciones, persiguiendo invariable el mismo objeto, ponen en evidencia el propósito de someterla a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, rechazar tal gobierno y establecer nuevas garantías para su seguridad futura.

Para la libertad de los pueblos de América Latina no fue menor la grandeza precursora de Antonio Nariño. Su actividad conspirativa fue intensa desde 1793, cuando fundó la Imprenta Patriótica, donde se imprimía El Papel Periódico de Santafé de Bogotá, cuyas ediciones estaban dedicadas a llevar al público las noticias y los análisis de los grandes acontecimientos en la vida, organización y avance del conocimiento, la ciencia y la libertad de los pueblos, tanto en América como en Europa: Cuando llegó a sus manos el texto en francés de Los derechos del hombre, contenidos en la obra Historia de la Asamblea Constituyente de Francia, escrita por Galat de Montjoie, Nariño la tradujo para su publicación como fundamento teórico de la gesta libertaria de los pueblos indoafrolatinos, amantes de la libertad. El preámbulo dice:

Los representantes del pueblo francés constituido en Asamblea Nacional, considerando que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los Derechos del Hombre son únicas causas de las desgracias públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en su declaración solemne los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre, a fin de que esta declaración, presente constantemente a todos los miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes; a fin de que los actos del poder legislativo y los del poder ejecutivo, pudiendo ser en cada instante comparados con la finalidad de toda institución política, sean más respetados; a fin de que las reclamaciones de los ciudadanos, fundadas en adelante en principios simples e indiscutibles, contribuyan siempre al mantenimiento de la Constitución y a la felicidad de todos.

Además de estos dos acontecimientos que reconocen los derechos inalienables del hombre, también contribuyó al fortalecimiento de la gesta libertaria de la América Latina, como detonante de los gritos de independencia, la invasión napoleónica a España y Portugal en 1807.

En el proceso de independencia de los pueblos de América de los regímenes colonialistas de Europa no existió una política ni un programa general que diera garantía para que una sola nación latinoamericana enfrentara la lucha libertaria y los retos del futuro, frente a las imposiciones del viejo mundo.

Lo contrario sucedió en el norte. Las trece colonias anglosajonas formaron los Estados Unidos de Norteamérica, que, basándose en las teorías económicas de Adam Smith, llegaron a convertirse en un tiempo relativamente corto en una potencia industrial capitalista.

Smith es el célebre autor de Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de las riquezas de las naciones, obra en la que plantea que el trabajo es la fuente de la riqueza y el valor, y eleva el libre comercio a la categoría de principio.

De los Virreinatos y Capitanías Generales que formaban la América Hispánica surgieron tantas repúblicas como la división impuesta en los 300 años de yugo ibérico. Una vez independizadas, nunca optaron –por muy diversas razones– por el camino del desarrollo industrial y comercial de una nación democrática-burguesa, como fue el caso de Inglaterra, Francia, Alemania y Norteamérica, sino que mantuvieron casi intactas las viejas instituciones heredadas del vasallaje español, mientras internamente se disolvían en guerras intestinas, entre unos pocos que querían avanzar y un puñado que solo se interesaban en mantener sus blasones y la propiedad de grandes extensiones de tierras improductivas.

En la formación de nuestra nacionalidad y su basamento constitucional incidió en gran medida el pensamiento de los sectores avanzados y patrióticos, intelectuales como Camilo Torres, que en el Memorial de Agravios, redactado por él un 20 de noviembre de 1809, avalado por el Cabildo de Santa Fe y presentado ante la Junta Central de España, daba mayor cimiento a la causa libertaria al llamar a la unidad continental en la lucha por la independencia.

El Memorial es un juicio público que el precursor Camilo Torres hizo contra las arbitrariedades que cometía el gobierno colonial español, que desconocía los derechos democráticos. Dice lo siguiente:

¿De donde han vendido los males de España si no de la absoluta arbitrariedad de los que mandan? ¿Hasta cuándo se nos querrá tener como manadas de ovejas al arbitrio de mercenarios, que en la lejanía del pastor puedan volverse lobos? ¿No se oirán jamás las quejas del pueblo? ¿No se dará gusto en nada? ¿No tendrá el menor influjo en el gobierno, para que así lo devoren impunemente sus sátrapas como tal vez no ha sucedido hasta aquí? Si la presente catástrofe no nos hace prudentes y cautos, ¿cuándo lo seremos? ¿Cuando el mal no tenga remedio? ¿Cuando los pueblos cansados de opresión no quieran sufrir el yugo? (...) ¡Igualdad, santo derecho a la igualdad; justicia que estribas en esto y en dar a cada uno lo que es suyo! (...) ¡Quiera el cielo que otros principios y otras ideas menos liberales no produzcan los funestos efectos de una separación eterna!

Todo este manantial de efervescencia libertaria se alimentaba ideológicamente de los planteamientos de Rousseau, quien expone como base de su doctrina, expuesta en El contrato social, la teoría que se resume en su famosa frase “El hombre nace bueno y es la sociedad la que lo corrompe”. Así como también de las ideas defendidas por Montesquieu, en su máxima obra El espíritu de las leyes (1748), donde profundiza sobre la división de los poderes, base de los regímenes parlamentarios modernos.

Con todos estos sacrificios sufridos por nuestro pueblo y por los precursores y adalides de nuestra libertad, la Nueva Granada proclama la independencia con el grito del 20 de julio de 1810. Y comienza nuestra vida institucional, con todos sus bemoles, unas veces con notas tan agudas que hieren y otras con notas tan graves que matan. Pero esto es inherente a la formación de toda nación, y más cuando han primado a lo largo de la historia los intereses de unos pocos en detrimento de los derechos e intereses de las grandes mayorías.

Tomando la anterior idea como premisa básica, se analizará entonces nuestra vida constitucional y el sinuoso camino de su formación.