DERECHO: ¿CUÁL DERECHO?
DE LA CONSTITUCIÓN BURGUESA A LA CONSTITUCIÓN DE NUEVA DEMOCRACIA

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Álvaro Bedoya Salazar

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4.2 La era de la revolución socialista mundial

Mientras estos sucesos pulverizaban la libertad e independencia de Nuestra América, otros acontecimientos de trascendencia histórica estremecían todo el andamiaje social de la Tierra. Los embates de la lucha proletaria se habían anunciado en Europa desde el año 1848, fundamentalmente en París. Es allí, con la Revolución de Febrero, donde se inician las grandes batallas del proletariado, la nueva clase en la arena social, batallas que habrán de marcar la Era Contemporánea o Era de la Revolución Socialista Mundial, que apenas comienza y quizá dure siglos. Las metas del proletariado como clase para sí fueron condensados por Carlos Marx y Federico Engels en el Manifiesto del Partido Comunista, programa científico tendiente a dirigir a la sociedad hacia la revolución socialista, para que así podamos vivir en una Tierra donde todos los pueblos y naciones tengan relaciones en pie de igualdad y beneficio recíproco, como premisa básica para que brote la verdadera libertad y democracia para toda la humanidad, en medio del avance social.

Es la época, cuando la clase obrera deja de actuar como una clase en sí y comienza a penetrar en el devenir histórico como clase para sí y, en concreto, se presenta en batallas donde el partido proletario está al mando, en alianza con las clases sociales patrióticas que amen la independencia nacional, que defiendan la producción nacional, tanto industrial como agropecuaria y agroindustrial, que amen la ciencia y la investigación científica y, en especial, la defensa de los derechos y libertades de las amplias masas populares.

Es, en síntesis, lo que se conoce como Revolución de Nueva Democracia, escalón previo al socialismo. Para ello, el nuevo Estado habrá de garantizar constitucionalmente en forma efectiva y práctica las libertades de las clases laboriosas.

El fuego primigenio de la nueva Era se enciende el 18 de mayo de 1871, cuando en medio de la guerra franco-alemana, florece la Comuna de París. Es la primera vez que el proletariado toma el poder político sobre la Tierra. Las masas populares se levantaron heroicamente y crearon la Comuna, una forma de organización republicana que garantizaba a todos los ciudadanos trabajar en las diferentes ramas de la producción y de la ciencia en beneficio del progreso económico, social y político de todos los asociados. Así se demostró en la práctica que ante el avance revolucionario de los pueblos oprimidos se puede demoler la vieja máquina del Estado burgués e instituir la dictadura del proletariado. La revolución comunera de París constituye el alba de la gran revolución social que liberará para siempre a la humanidad de la sociedad de clases. Este capítulo glorioso de la Revolución Proletaria Mundial fue escrito con la sangre de miles de hombres y mujeres fusilados alevemente y sin juicio en el muro del cementerio Pere Lachaise.

Mientras aún se combatía con fragor en las barricadas y trincheras de París, Marx escribió: En su obra – La Guerra Civil en Francia - “El París de los obreros, con su Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo glorioso de una nueva sociedad. Sus mártires tienen su santuario en el gran corazón de clase obrera. Y a sus exterminadores la historia los ha clavado ya en una picota eterna, de la que no lograrán redimirlos todas las preces de su clerigalla”.

De esta batalla se derivan muchas luchas, unas victoriosas, otras reprimidas o avasalladas por las fuerzas que desde los oscuros socavones de la reacción desean perpetuar para siempre la explotación del hombre por el hombre.

Uno de esos crímenes fue el que cometió el gobierno yanky contra los obreros de Chicago el 1º de mayo de 1886. Miles de trabajadores habían decidido irse a una huelga levantando la bandera reivindicatoria de la jornada máxima de trabajo de 8 horas diarias, bandera con la cual los trabajadores de Europa y Estados Unidos se enfrentaban a la clase poseedora de los medios de producción. El gobierno urdió todo un complot sanguinario contra los dirigentes del movimiento, que al final fueron sometidos a juicio y ahorcados. Los reos se comportaron a la altura, como lo prueba la proclama desafiante lanzada por Auguste Vicent Teodore Spies, de profesión impresor (y periodista), ante el tribunal que lo condenó a muerte:

¡Podéis, pues, sentenciarme, honorable juez, disponer mi muerte, pero no impediréis que el mundo sepa que en el estado de Illinois, en este año del señor de 1886, ocho hombres fueron condenados a muerte sólo porque no han perdido la fe en un futuro mejor, por creer en la victoria final de la libertad y la justicia! (...) Ya he expuesto mis ideas. Ellas constituyen una parte de mí mismo. No puedo abominar de ellas, ni tampoco lo haría aunque pudiese. Y si pensáis que habréis de aniquilar estas ideas, que día a día ganan más terreno, enviadnos a la horca. ¡Si una vez más aplicáis la pena de muerte por el delito de atreverse a decir la verdad –os desafiamos a que demostréis que hemos mentido alguna vez–, yo os digo que si la muerte es la pena que imponéis por proclamar la verdad, entonces estoy dispuesto a pagar tan alto precio, orgullosa y bravamente! ¡Llamad a vuestro verdugo! ¡Ahorcadnos! ¡La verdad crucificada en Sócrates, en Cristo, en Giordano Bruno, en Juan Huss, en Galileo, vive aún! ¡Estos y muchos otros nos han precedido en el pasado! ¡Estamos prestos a seguirles!