LAS RELACIONES FAMILIARES EN EL CONTEXTO DE LA CRISIS EN LA CIUDAD DE ROSARIO
LAS MUJERES EN LAS ESTRATEGIAS DE SOBREVIVENCIA

LAS RELACIONES FAMILIARES EN EL CONTEXTO DE LA CRISIS EN LA CIUDAD DE ROSARIO LAS MUJERES EN LAS ESTRATEGIAS DE SOBREVIVENCIA

Ana María Ciancio

Volver al índice

 

 

 

 

3.-LAS MUJERES EN LAS ESTRATEGIAS DE SOBREVIVENCIA

Cuando utilizamos el concepto de estrategias de sobrevivencia nos estamos refiriendo al conjunto de acciones de carácter económico, social, demográfico y cultural que los agentes sociales realizan al no poseer medios de producción suficientes que les permitan mantener un nivel de vida socialmente establecido; producto esto último de las insuficiencias estructurales del estilo de desarrollo económico predominante adoptado en nuestro país y que se han traducido en efectos tales como las dificultades de inserción en el mercado laboral y/o en la imposibilidad de acceder al mismo; lo cual conlleva ingresos que les impiden seguir accediendo a un nivel de existencia adecuado.

Las acciones y comportamientos que dicho concepto abarca son todos los comprendidos en la obtención de distintas fuentes de ingresos utilizadas por las unidades domésticas a los efectos de lograr y/o mantener su producción material.

Algunas incluyen comportamientos individuales como la mayor incorporación de mujeres y/o adolescentes al mercado de trabajo formal y/o informal, cambios en la estructura de gastos e ingresos, las migraciones, las transformaciones que se producen en su composición a través de la incorporación o expulsión de integrantes (dependiendo esto último de las expectativas personales y familiares, de su capacidad de adaptación ante el contexto de la crisis) y comportamientos relativos a la fecundidad; todo lo cual nos remite al tipo de cultura familiar vigente.

Las de carácter colectivo implican la conexión con actores externos a la familia que abarcan una amplia gama de acciones: desde las ayudas monetarias o en especies, provenientes en su mayoría de las redes familiares y vecinales, las que se operan vía estatal (fundamentalmente pensiones o jubilaciones), sin dejar de mencionar a las organizaciones voluntarias de diferente tipo, conocidas en conjunto como Organizaciones No Gubernamentales.

Al respecto, es interesante destacar que la aparición de dichas Organizaciones constituye uno de los tantos mecanismos de la solidaridad civil (fundamentalmente para los sectores de mayor nivel de pobreza) que va articulando diversas medidas orientadas a enfrentar colectivamente los problemas de supervivencia derivados de la crisis. Esto pone de manifiesto (según ya lo hemos analizado) la incapacidad del Estado para resolver los problemas sociales y que se traducen en la falta de respuestas y acciones concretas en un tema puntual como lo es la generación de empleo productivo como condición indispensable para lograr una mayor inclusión social.

Sin embargo, dichas estrategias actúan en forma subsidiaria y complementaria a la que es la principal, o sea, la obtención de un empleo en el mercado laboral.

De esta manera, el concepto aparece como un nexo entre la organización social de la reproducción de los agentes sociales y las unidades responsables de dicha reproducción. Planteado de esta forma, dichas estrategias nos permiten articular lo macro y microsocial. Es decir, dicho término implica conductas que trascienden el espacio limitado del hogar para proyectarse en acciones solidarias que se llevan a cabo en el barrio y en la comunidad.

Es necesario aclarar que la implementación de dichas estrategias depende de las jerarquías de clase y que nos llevan a analizar el tipo de inserción de los sectores poblacionales dentro de la estructura productiva. En este sentido, nuestro trabajo incluye las diversas heterogeneidades sociales que se han ido conformando a partir de la generalización y profundización de la pobreza.

El focalizar las conductas de las mujeres en las estrategias de sobrevivencia es por la necesidad de hacer visible la multiplicidad de acciones que las mismas asumen en cuanto a las responsabilidades de la reproducción como consecuencia de las relaciones sociales de dominación que estructuran la división de tareas y funciones en base al sexo. Es decir, que sufren efectos especiales en virtud de tener que asumir el rol de la organización de las tareas domésticas cotidianas; son las amas de casa quienes deben encontrar las maneras de obtener los recursos monetarios y materiales necesarios para lograr la satisfacción de las necesidades que aseguren la supervivencia del grupo familiar.

Creemos necesario aclarar que coincidimos con el uso que del término reproducción realiza Jelin. E. , al expresar que el mismo “... incluye analíticamente tres dimensiones o niveles:la reproducción biológica, que en el plano familiar significa el tener hijos y en el plano social se refiere a los aspectos socio-demográficos de la fecundidad; la reproducción cotidiana; o sea, el mantenimiento de la población existente a través de las tareas domésticas de subsistencia; y la reproducción social, o sea todas las tareas extraproductivas dirigidas al mantenimiento del sistema social (Edholm,Harris y Young, 1977)”.

De acuerdo a esto, consideramos que las mujeres participan de la reproducción de las condiciones para la producción en todas sus formas; como una parte de la misma se realiza en la vida cotidiana que es donde el individuo se reproduce como sujeto social e histórico, es en las actividades diarias donde las mujeres aparecen cumpliendo un rol fundamental, pero lo cotidiano no es lo privado, sino un aspecto de la producción social en su conjunto.

Como consecuencia de tener que atender la actividad doméstica y extradoméstica, la crisis ha lanzado a las mujeres en el espacio “público” con una marcada intensidad. Sin embargo, es necesario no homologarlas bajo una categoría única, pues esto implicaría desconocer las diferencias existentes en el nivel socioeconómico, y en consecuencia, de clases; aspectos éstos que hacen al tipo de ocupación que desempeñan y las estrategias que implementan para la obtención de bienes y servicios que garanticen la reproducción en sus hogares.

Las que pertenecen a sectores de menores recursos hacen sentir su presencia en el nivel barrial/comunal: escrituración de viviendas, reclamo de servicios sociales cuya oferta es limitada y más aún los que provienen de la esfera estatal (infraestructura barrial: extensión de red cloacal, recolección de residuos, desagües pluviales), centros sanitarios que funcionan a un nivel mínimo y una marcada inserción en las redes de parentesco y de vecindad. Esto último determina (según ya lo hemos mencionado), la importancia que adquieren dichas redes y/u organizaciones como circuitos alternativos para enfrentar colectivamente los problemas de la supervivencia y los mecanismos de solidaridad que conllevan.

De acuerdo a lo expuesto precedentemente, es la obtención del ingreso monetario la clave que posibilita el acceso a los bienes y servicios que hacen a la subsistencia de los hogares.

En este sentido, la evidencia empírica, el importante marco teórico desarrollado en la temática, las cifras que surgen de los relevamientos llevados a cabo por diferentes organismos (según veremos más abajo) y los datos que han surgido del trabajo de campo llevado a cabo, nos llevan a aseverar que la mayor incorporación femenina al mercado de trabajo formal y/o informal, se ha constituído en uno de los recursos que más han movilizado los hogares.

El comportamiento laboral de las mujeres ha ido variando en los últimos años. Si la tendencia predominante eran las variadas entradas y salidas del mercado de trabajo, asociadas fundamentalmente a puntos de cambios en el ciclo vital femenino, tales como el casamiento, el nacimiento de los hijos (a pesar de que esto sólo se podría aplicar a las pertenecientes a los sectores medios, ya que las de menores recursos siempre se han visto impelidas a realizar el trabajo extradoméstico); en la actualidad, debido a las “reestructuraciones económicas” -cuyo efecto ha sido el incremento de la desocupación masculina- la tendencia está dada por la alta inserción económica femenina y la permanencia de la misma dentro del sistema productivo.

La participación femenina en el mercado de trabajo - sobre todo para las unidas/casadas, con hijas/os-, y a diferencia de los varones, les implica asumir un rol “adicional” que normalmente, y con mayor o menor dificultad, deben compatibilizar con sus actividades y responsabilidades domésticas. Decimos con mayor o menor dificultad porque dicha actividad guarda, por una parte, una estrecha relación con la clase social a la que se pertenece, y por la otra, en el poder de negociación del que puedan disponer para lograr un reparto más equitativo de las tareas domésticas.

Como manifiestan Feijóo, M. del C., Jelin, E. (1988) : “Podrá tener diversas modalidades o cantidades de ayuda de otras personas pero esto no desliga a la mujer-ama de casa de la responsabilidad por el trabajo doméstico”.

En el mismo trabajo, las autoras recogieron información en 400 hogares del Gran Buenos Aires y constataron que “...las más de veinte actividades domésticas realizadas por los miembros de la familia insumían un promedio de 84,5 horas semanales. Cuatro quintas partes de esas tareas recaían sobre las amas de casa (incluidas quienes trabajaban en el mercado), que les dedicaban un promedio de 68,9 horas semanales (es decir, casi 10 horas por día incluyendo sábados, domingos y feriados). Simultáneamente, como contrapartida, la dedicación individual del resto de los integrantes del grupo familiar era apenas de 45 minutos diarios”.

Estos estudios son lo suficientemente elocuentes de que las mujeres, en su rol de amas de casa, son uno de los grupos con mayor sobrecarga de trabajo, pero al mismo tiempo, menos reconocidos socialmente. Jelin, E.(1984) . expresa: ”Las actividades domésticas son siempre parte de los procesos “más amplios” de producción, reproducción y consumo; como tales no pueden ser analizados independientemente de las relaciones socioeconómicas de las sociedades en las que están implantadas” (Rapp.et.al.,1979,p.176)

Según lo expresado precedentemente, la oferta de bienes y servicios y la capacidad de acceder a los mismos (fundamentalmente aquellos ligados con el nivel de ingreso) implica la dimensión social, y en consecuencia de clase.

Las mujeres de menores recursos asumen mayores cargas de trabajo doméstico ligadas, por una parte, a la composición del hogar ya que, en general, se trata de familias numerosas con hijas/os pequeños. La cantidad de horas dedicada a dicha actividad depende de la distribución y responsabilidad de las tareas entre los miembros de su grupo familiar; pero, por otra parte, del acceso (diferencial) de servicios fuera del hogar tales como la infraestructura urbana (agua, luz, medios de transporte y comunicación); respuestas alternativas para hacer frente a la crisis alimentaria (comedores, ollas populares), y aquellos otros servicios que están sujetos a las reglas del mercado y cuyo acceso depende del ingreso; nos referimos al trabajo doméstico remunerado, guarderías/hospitales para el cuidado de ancianos y enfermos y el acceso a la tecnología doméstica.

El nivel de ingreso se convierte en un elemento vital porque les impide hacer frente al deterioro existente en sus barrios y viviendas al contar con recursos disminuidos (a veces inexistentes) para encarar las tareas diarias; de esta forma se intensifica la cantidad de horas dedicadas al consumo cotidiano para compensar la caída del salario; por ejemplo, se compran insumos no procesados que cuestan menos, pero requieren mayor tiempo de elaboración.

Todos estos elementos son determinantes ya que inciden en la organización de las actividades ligadas tanto a la producción como a la reproducción, con la sobrecarga de trabajo doméstico y extradoméstico que ello implica.

El panorama cambia entre las mujeres que pertenecen a los sectores medios ya que existe todavía la posibilidad de disponer de dichos bienes y servicios. Sin embargo, a pesar de que cuentan con mejor infraestructura edilicia y del equipamiento necesario para llevar a cabo en mejores condiciones (sobre todo el ahorro en tiempo y esfuerzo) las actividades destinadas a la reproducción de sus hogares, tampoco están exentas de las responsabilidades domésticas, ya sea como principales organizadoras y planificadoras de todas las tareas inherentes a la supervivencia cotidiana de la familia, o en el carácter de supervisoras de las mismas. De acuerdo a esto, la “doble jornada”, se constituye en una realidad para la mayoría de las mujeres.

En cuanto a la actividad extradoméstica femenina, y siguiendo los análisis de Wainerman, C y Z. E. de Lattes (1981) y de Wainerman, C. (1991), .es evidente que si para analizar el desempeño laboral masculino se deben tener en cuenta su edad, sus características personales -tales como su grado de educación formal, su especialización en algún oficio o rama de actividad -, las condiciones del mercado laboral (por ejemplo, y en este caso específico que estamos tratando, la recesión económica). Para analizar el desempeño laboral femenino, no sólo cuentan lo anterior, sino también el número de hijos, la edad de los mismos, la presencia de otros adultos en el hogar -mayormente las otras mujeres- que compartan o no el trabajo doméstico, la calidad de relación con el esposo/compañero, su nivel de ingreso.

Lo expuesto demuestra la multiplicidad de relaciones entre el microcosmos familiar y el contexto macrosocial; además estos elementos son parte de una red de intercambios familiares que requieren ser analizados en el nivel microsocial en términos de sus jerarquías internas.

Las mujeres de menores recursos asumen además mayores cargas de trabajo extradoméstico: su bajo nivel de educación formal -sumado al hecho de pertenecer al género femenino- determina que sean reclutadas en empleos de bajo status y remuneración y que se caracterizan por la desprotección de los códigos laborales en lo referente a los beneficios de la seguridad social. Nos referimos al servicio doméstico remunerado, actividad que se realiza mayormente “en negro”, y si bien no es la única en la que se concentran, sus condiciones y las del mercado de trabajo, determinan que ésta sea una de las más desarrolladas por ellas.

Lo anterior no invalida el hecho de que para muchas ésta sea también una estrategia que les permite compatibilizar las demandas que provienen de la esfera doméstica, ya que se trata de una actividad que se puede realizar en horarios flexibles, cerca del hogar e incluso existe (como veremos en algunos testimonios) la posibilidad de llevar consigo a sus hijos.

Al respecto, es bastante clarificadora una nota aparecida en el Diario Clarín del l7/07/2000 que expresa: ”Aunque el aumento del empleo “en negro” afectó a todos los trabajadores, sin distinción de sexo, las mujeres resultaron las más golpeadas por lo que técnicamente se conoce como “precarización del empleo”. Según los datos del INDEC, en l99l había en esa condición un 4% más de mujeres que hombres. Actualmente esa brecha creció al 30%.

En consecuencia, ahora las estadísticas revelan que el 52,1% de las mujeres asalariadas trabaja “en negro”. Esto también muestra un incremento desde 1991, cuando ese nivel alcanzaba el 38,3%”.

Más adelante agrega que “...se estima que las mujeres que trabajan en el circuito negro de la economía- sin derecho a beneficios como la jubilación y la obra social- asciende a 2,l millones, sobre un total de 4 millones de asalariadas. Según las estadísticas disponibles, se calcula que sobre 14 millones de personas ocupadas en las ciudades y en el campo, el 40% son mujeres (5,6 millones)”.

De acuerdo a esto se puede inferir que - según la calificación laboral- la mayor proporción se registra entre el personal no calificado (fundamentalmente el servicio doméstico).

Este aumento de la precarización laboral femenina obedece a que durante los últimos diez años las mujeres se fueron volcando al mercado laboral, encontrando empleos de tiempo parcial, de baja productividad y más proclives a la informalidad.

Por todo lo expuesto, son las mujeres casadas las que más “salieron” a buscar trabajo, ya sea para complementar los ingresos del “jefe de familia” o para reemplazarlos, en los casos en que los varones se han quedado desocupados, siendo esto una de las tantas estrategias de supervivencia. De allí que éste se haya constituído en un objetivo central en el presente trabajo.

Si bien, la “doble jornada” es una realidad para la mayoría de las mujeres, debido a que la relación genérica/generacional es jerárquica, no se trata de una categoría estática; hay áreas que se van sometiendo a cambios. En este sentido, el poder de negociación que ellas puedan ir logrando en un reparto más equitativo de la división intradoméstica de las tareas incidirá en el grado de asimetría que la misma adopte, dependiendo esto del modelo cultural predominante en cada familia.

Otro elemento a tener en cuenta, porque se ha convertido en el centro del debate, es si esta mayor participación femenina en el mercado laboral es o no un u indicador de liberación femenina .Los testimonios que hemos recogido nos indican que el ejercicio de dicho rol acarrea cierta autonomía y que hace posible replantear (y a veces generar) un cambio en las relaciones intergenéricas que anteriormente se caracterizaban por el sometimiento y que van apuntando a una mayor democratización de las mismas.