América Latina Hoy
¿Y Hasta Cuándo?

Iván Ureta-Vaquero
César Calvo

 

Familia y sexo

El otro día visitando algunas páginas de internet buscando información sobre la situación de la familia encontré una dirección en la cual se hacían chistes sobre los divorcios. Uno de ellos, bien representativos venía a decir: “Si el 50% de los matrimonios acaba en divorcio, ¿no sería mas fácil tirar una moneda para decidir si te casas?” Como podemos observar se está haciendo chiste de una de la principal institución que provee de estabilidad a una sociedad como es la familia actual y potencial y aparentemente esta situación ocasiona risa. Desde el punto de vista del capitalismo, comunistas y socialistas criticaron duramente los destrozos que “dicho sistema de producción” había provocado en la familia. Y no se equivocaban. De este modo, utilizando al capitalismo como recurso político para defender ideas particulares, estos grupos ideológicos mostraron una reacción basada en la promoción de los nuevos valores comunistas, dentro de los cuales, la tutela del estado en la organización del modelo social era omnipresente. Sobre este particular me parece interesante mostrar los siguientes párrafos que sin duda, resumen la citada ideología. Se trata de un escrito de Kollontai escrito en 1921, bajo el título El comunismo y la familia.

“Esta unión libre, fuerte en el sentimiento de camaradería en que está inspirada, en vez de la esclavitud conyugal del pasado, es lo que la sociedad comunista del mañana ofrecerá a hombres y mujeres.

Una vez se hayan transformado las condiciones de trabajo, una vez haya aumentado la seguridad material de la mujer trabajadora; una vez haya desaparecido el matrimonio tal y como lo consagraba la Iglesia -esto es, el llamado matrimonio indisoluble, que no era en el fondo más que un mero fraude-, una vez este matrimonio sea sustituido por la unión libre y honesta de hombres y mujeres que se aman y son camaradas, habrá comenzado a desaparecer otro vergonzoso azote, otra calamidad horrorosa que mancilla a la humanidad y cuyo peso recae por entero sobre el hambre de la mujer trabajadora: la prostitución.”

El texto, escrito por Alexandra M. Kollontai, es reflejo de una época muy particular. Kollontai perteneció a una familia con fuertes rasgos autoritarios lo que sin duda provocó con mayor acento la proclama de su pensamiento. Fue representante de Rusia en varias embajadas e incluso ocupó el cargo de comisaria del pueblo. Como una de las principales teóricas del movimiento escribió otras obras como la Autobiografía de una mujer sexualmente emancipada. Con estas muestras es obvio que la exposición en torno a la familia sean por su parte un tanto particulares. De alguna manera, la unión libre promueve la posibilidad del divorcio. En sí, facilitar, aunque sea eidéticamente el divorcio significa escapar de las responsabilidades propias de un individuo maduro. En cuanto las cosas se complican un poco, adiós. Se fue el amor, como hoy en día se dice. Y es que cuando se dice esta frase parece que el amor es algo ajeno a nosotros que se puede ir sin que nosotros podamos intervenir. El amor no se va a ninguna parte, en todo caso lo que se debilita es nuestra capacidad de amar, porque amar no nos parece importante, ya que ni siquiera nosotros nos amamos.

Esta forma de relativizar el amor y la sexualidad está directamente relacionada con las vías propuestas de forma teórica por el comunismo y de forma práctica por el capitalismo. El problema es que ambas al basarse en lo material, el amor y la sexualidad pasan a integrar la nómina de factores efímeros, perecederos y de consumo. Y de consumo es también la familia. Porque hoy la familia ya no es la célula de la sociedad, es la célula básica de consumistas que alimenta un modelo materialista. Es decir, el amor y sexo no son un fin en si mismo, sino que se observan como un medio para la satisfacción de necesidades primarias sin ningún tipo de trascendencia. Así es como surge desde una perspectiva y otra la idea de que el divorcio es un triunfo de la mujer, que consigue así, independizarse del yugo machista. Pero de acuerdo con Beck (1998:97) “los datos más recientes son inequívocos: lo que hace caer a las mujeres en la nueva pobreza no es la falta de formación ni el origen social, sino el divorcio. Ahí se expresa el grado de la liberación –irreversible- respecto al matrimonio y del trabajo doméstico. Con ello, la espiral de individualización entra también dentro de la familia: el mercado laboral, la educación, la movilidad, todo ahora duplicado o triplicado. La familia se convierte en un malabarismo continuo de ambiciones contradictorias entre las exigencias del trabajo, los imperativos de la educación, las obligaciones de los niños y la monotonía del trabajo doméstico. Surge el tipo de la familia negociada…”

Como puede verse, en ambos casos, tanto en el comunismo como en el capitalismo, la forma en la que se termina por desarrollar tanto la familia y el sexo tienen características comunes basadas en la deshumanización de la vida. El amor, base de los motivos trascendentes y motor de la mayor fuerza movilizadora social es el negociador débil del nuevo contrato social firmado por una individualidad masiva que se basa en criterios puramente extrínsecos, relativos y que finalmente le abocan a consumir grandes dosis de antidepresivos. Por todo ello podría decirse que el hombre, además de ser un ser político o un ser social es fundamentalmente un ser familiar.


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