América Latina Hoy
¿Y Hasta Cuándo?

Iván Ureta-Vaquero
César Calvo

 

La economía.

De acuerdo con numerosos autores, el nacimiento de la economía, como ciencia, no es muy antiguo y además tiene profundas relaciones con el desarrollo del hombre. Para adelantar acontecimientos, siguiendo la sentencia de Protágoras: el hombre es la medida de todas las cosas. Por lo tanto el objeto de estudio es el hombre como el “qué” o “lo que” estudiar y el “cómo” lo constituiría la pregunta socrática de cómo hay que vivir.

El hecho de aludir a la pregunta socrática no es lo mismo que decir o pensar que el origen de la economía la debemos buscar exclusivamente en Grecia. Quizá desde una perspectiva occidentalista así sea. De este modo tenemos fuentes clásicas desde donde nos podemos acercar al pensamiento económico griego, que como veremos también es fundamentalmente interdisciplinar. Historiadores como Heródoto y Tucídides dan importancia al elemento económico en la historia. Hipócrates, médico famoso, escribió acerca de la influencia del medio físico en la vida social y económica. Demócrito escribió libros sobre la riqueza y la agricultura. Ya en el siglo siglo V a.C. los sofistas, representados por Protágoras y Polo, desbrozaron nuevos campos de investigación por medio de un concienzudo y sistemático estudio de la ética y la teoría del estado.

En el siglo III a.C. los estoicos y los epicúreos, encabezados por Zenón y Epicuro respectivamente, expusieron con audacia la meta última de la vida humana: el primero, sosteniendo que el premio es la virtud y el segundo que el hombre está hecho para el placer. Ambos redujeron al mínimo la responsabilidad del individuo hacia la sociedad. Sin embargo, quienes merecen más atención entre los pensadores griegos son: Jenofonte 444-354 a.C. Platón 427-347 y Aristóteles 384-322 a.C. y son ellos quienes más han determinado el pensamiento económico occidental. A pesar de ello no podemos olvidar que existen textos anteriores de tradición oriental pero igualmente interesantes como el Código Hammurabi (2.000 a.C) que estableció salarios para los artesanos de la época, así como el precio del ganado para los babilonios. Confucio (551-479 a.C.) con su regulación de precios para el gobierno y el retiro para la vejez, la igualdad y la universalidad de los impuestos y de la abolición de las tarifas aduaneras. El Chanakya (Hindú) más de 1000 páginas sobre problemas agrícolas. O el Antiguo Testamento donde Amós, Oseas, Isaías, Jeremías y Ezequiel se lamentaban de la tiranía y opresión. Anecdóticamente el primer libro con un título similar al de economía –Instrucciones sobre la prosperidad material- fue el Arthasàrtra de Kautilya escrito en el siglo IV a.C. Este tratado encierra sus contenidos entre cuatro aspectos fundamentales: 1) la metafísica 2) el conocimiento de la justicia y la injusticia 3) la ciencia del gobierno y 4) la ciencia de la riqueza. Como puede observarse, ya sea en la tradición oriental como en la occidental, los pilares de la economía se cimentan sobre la ética y la moral.

Como podemos ver, la concepción de la economía no es un atributo exclusivo de la cultura griega, aunque sí es cierto, que los griegos supieron definir y sistematizar con mucha precisión quien era el hombre y empezó a definir cada vez mejor que es lo que necesitaba. En el siguiente epígrafe haremos referencia a esta evolución de los radicales humanos en la economía, pero antes, hay que ensalzar el trabajo intelectual griego, para por lo menos, establecer un orden lógico a través del cual poder diseñar estructuras sociales que busquen un cierto equilibrio.

La economía para Aristóteles (2004:49) tenía un lugar natural y no era precisamente el principal. Para ello, podemos recurrir a la siguiente cita:

Parecería que pertenece a la más importante y a la directiva por excelencia, y es manifiesto que ésta es la Política, pues es ella la que ordena que ciencias tiene que haber en las ciudades y cuáles debe aprender cada uno y hasta donde. Y vemos que las facultades más estimadas caen bajo ésta, como la Estrategia, la Economía y la Oratoria. Y como ésta se sirve del resto de las ciencias e incluso establece las normas sobre qué se debe hacer y de que cosas hay que abstenerse, el fin de ésta incluiría los de las demás, de manera que éste sería el bien propio del hombre. Porque si es el mismo para un individuo y para un Estado, mejor, desde luego, y más perfecto parece ser el del Estado como para obtenerlo y conservarlo: es deseable incluso para un solo individuo, pero mejor y más divino para un pueblo y para los Estados.

Como se puede deducir del anterior párrafo, la economía es entendida como una herramienta, como un medio que puede servir para el beneficio de las necesidades del individuo, y como consecuencia de esta validez individual, para la satisfacción de las necesidades colectivas. La política, se resume como la actividad racional que tiene muy claro el fin al que apunta y que es o debe-ser el bienestar general. Lo que ocurre, es que cuando empleamos bienestar en este sentido, no estamos pensando en la concepción actual de bienestar. El bienestar actual se encuentra supeditado a la satisfacción de, sobre todo, unas necesidades materiales impuestas por una sociedad consumista, en la que el hombre se autocanibaliza y se consume a sí mismo. Y si esto es válido para un hombre, como diría Aristóteles, también será válido para la sociedad. Por tanto, cuando hablo de bienestar en este contexto, me estoy refiriendo a que se sabe, se conoce, cuál es el fin de la economía y su fin es el hombre, no es su medio. Es decir, se conoce al hombre y se conocen sus necesidades. Por ello, la economía no tiene ningún tipo de capacidad organizativa por sí misma y tampoco puede organizar ni jerarquizar la escala de necesidades individuales ni colectivas. La concepción de la mano invisible es válida solo parcialmente, no es un axioma desde ningún punto de vista. Esto ya lo veremos en el siguiente capítulo cuando hagamos algunas reflexiones sobre la historia del pensamiento económico.

Por razones históricas puede sorprender que la economía actual, o moderna está premeditadamente o no, desvinculada de una dimensión ética y moral de la cual nació. No podemos olvidar que la economía es una ramificación de la ética. Como ejemplo podremos observar que Adam Smith, el llamado padre de la Economía Moderna, fue catedrático de Filosofía Moral de la Universidad de Glasgow.(1) Incluso, hasta hace relativamente poco tiempo, en Cambridge se enseñó economía como una parte de la “Diplomatura en Ciencias Morales”. Incluso el debate abierto continuó en la década de 1930, cuando Lionell Robbins mantuvo en su obra An Essay on the nature and significance of economic science : “Que no parece posible, desde un punto de vista lógico, relacionar las dos materias (economía y ética) de ninguna forma, excepto por mera yuxtaposición”.Con ello, se rasgaba por completo la teoría de la interdisciplinaridad de la economía con otras ciencias afines, a pesar de que en las humanidades autores como Febvre, Bloch o Braudel la defendían de forma combativa.

La economía como el resto de ciencias trataron de buscar su identidad desde los compases finales del siglo XIX y principios del XX. En este contexto es cuando surgen las luchas intelectuales, por ejemplo, entre los orígenes de la sociología impulsada por Durkheim y la historia. Sobre todo lo que se aprecia en esta aparente civilización de creciente y constante es que las ciencias buscaron su compartimento estanco. Ese dominio donde hacerse fuerte y terminar por desprestigiar aspectos relativos a las humanidades. Sobre este punto, aunque quizá no se conozca mucho, Julio Verne hizo una predicción quizá más relevante que la invención de los submarinos o la llegada a la luna. En su obra Paris en el siglo XX, publicada en 1863, anunció un debilitamiento de las humanidades y una mayor concesión al mecanicismo y a la técnica. Incluso más adelante, en vista al desarrollo del siglo XX, Francis Fukuyama se atrevió a titular su famoso libro como El fin de la historia, como reflejo de esa pérdida de los aspectos más relacionados con la ideología, los cuales habían cedido al implacable avance de las ciencias. Sin embargo, regresando al tema que nos ocupa, la economía también ha tratado de desligarse de toda rémora relacionada con la filosofía, la ética o la moral. En este sentido las ciencias se han comportado como un niño contestón que se despegó por completo de sus orígenes. La novedad de la economía es absoluta, y no podemos olvidar, por ejemplo y argumentando esta idea, que los premios Nóbel de economía se establecieron en 1969.

La senda es la de la interdisciplinaridad. El trabajo conjunto que permita responder a las cuestiones más básicas del ser humano. A sus formas y estilos de vida. En este sentido los trabajos de los últimos premios Nóbel de economía evidencian este cambio de tendencia que también deben filtrarse en las metodologías de las universidades. Por ejemplo uno de los principales libros que inauguró esta tendencia es el titulado La calidad de vida. Se trata de una compilación realizada por Amartya Sen y Martha Nussbaum. Nada novedoso hasta que comprobamos las disciplinas que analizan este concepto tradicionalmente restringido a la economía: economía, filosofía, ciencias políticas, historia o lingüística (no podemos olvidar tampoco el caso de Noam Chomsky, filólogo y lingüista). Incluso Martha Nussbaum es profesora de filosofía, clásicos y literatura comparada. Este libro publicado en 1993 muestra que la tendencia a la convergencia de las ciencias es reciente pero además que alcanza resultados satisfactorios. Es posible, no obstante observar dentro del ámbito latinoamericano economistas con un profundo sello multidisciplinar como el brasileño Celso Furtado, pero son excepciones. El caso más extremo que ilustra esta tendencia creciente a la interdisciplinaridad y sus éxitos es el del premio Nóbel de economía del año 2002; el psicólogo Daniel Kahneman.

En las teorías de administración de empresa, los estudios de Daniel Goleman, del propio Sen, ilustran nuevamente una tendencia a la interdisciplinaridad, pero sobre todo en la nueva reflexión en autores clásicos. Es decir, una vuelta a la epistemología para comprender en que nos estamos equivocando. ¿Qué significa esta tendencia? Que en contra de lo que puede parecer, hay aspectos que no son relativos, sino que se han relativizado artificialmente, y esa búsqueda de los patrones normativos, que sitúan al hombre como algo más que un ser humano racional, es algo que preocupa y nos revuelve intelectualmente. A continuación reflexionaremos sobre estas ideas, mostrando la evolución que ha sufrido el concepto de hombre y por ello, poder explicar mejor la situación actual.


1. En este momento pasamos por alto algunas ideas que posteriormente criticaremos del pensamiento de Smith. Su evolución del concepto antropológico entre la Teoría de los Sentimientos Morales y la Riqueza de las Naciones es notable.


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