Influencia del neoliberalismo en la dialéctica del campesinado

Irma Lorena Acosta Reveles

 

CONCLUSIONES

A LO LARGO DE ESTE TRABAJO hemos buscado indagar en un plano abstracto e histórico sucesivamente acerca de la trayectoria del campesinado en su proceso de descomposición, proceso que –asumimos- viene a ser el resultado tanto de su desgaste interno como de su articulación subordinada al capitalismo en condiciones de subdesarrollo. De acuerdo a nuestro planteamiento inicial bajo el patrón de crecimiento que desde los ochentas se promueve en nuestro país, y en la medida en que se van modificando los vínculos del sector campesino con el Estado, se consuma la exclusión económica y social del pequeño productor no capitalista, sobre todo como efecto de su exposición a los mecanismos de un mercado reservado para los “más aptos”.

Este entorno mercantil se desarrolla con las transformaciones que se suscitan en la economía mundial a partir de la segunda mitad de los sesentas, cuya esencia es la construcción de una correlación de clases que parece estar llevando a sus límites la subordinación del trabajo al capital, acorde a las modalidades que recientemente adquiere la acumulación; se trata de un ambiente en que los enfrentamientos entre los polos más desarrollados del sistema se traduce en disputas comerciales y financieras interregionales, y con suma frecuencia, también en convulsiones sociales que tienden a desencadenarse en los espacios nacionales más vulnerables.

Como extensión del sistema, las relaciones sociales en Latinoamérica han sido, desde luego, objeto de profundas alteraciones desde que se imponen las políticas de ajuste estructural y el resto de las medidas que conforman la agenda neoliberal. Encomendar a las inversión extranjera la tarea de estimular la economía regional y atenerse a sus condiciones, contribuye a reforzar el subdesarrollo.

Al adscribirse dócilmente a las reglas del juego que dicta el imperialismo, México no ha tardado en resentir la fragilidad de su estructura productiva, y esto vale sobre todo para el campo, cuya función en el proyecto económico global ha pasado a ser suplementaria; y como corresponde, los indicadores medios del sector en producción y productividad, comercio, inversiones, empleo e ingresos exhiben invariablemente un comportamiento que oscila entre lo raquítico y lo negativo.

Por décadas se ha advertido del peso social del sector campesino y de sus limitaciones estructurales para respaldar los objetivos de crecimiento, y ahora la política económica confirma en la práctica que estos productores no tienen cabida en el modelo de país que las autoridades federales están impulsando. El abandono de que han sido víctimas los últimos sexenios es prueba de ello, orillándolos a retraerse del mercado, remitirse al autoconsumo y multiplicar sus fuentes de ingresos.

En el estudio más representativo sobre la materia en los primeros años de los ochentas (Schetjman, 1982) se concluía que las entidades campesinas, con el trabajo de 12 hectáreas de temporal en condiciones medias, podían generar el producto suficiente para solventar sus necesidades de consumo familiar y productivo, caracterizándolos como “campesinos estacionarios” al reproducirse sin acumular; las 12 hectáreas fue la cifra que resultó de contabilizar la dieta básica de una familia campesina de 6 miembros, sus necesidades de consumo, capacidad productiva media en granos básicos por hectárea y el precio de mercado, entre otros factores. Luego de tres lustros, varias fuentes internacionales coinciden en que las explotaciones que operan en predios superiores a las 18 hectáreas precisan regularmente actividades suplementarias para solventar su reproducción.

El contenido de este fenómeno que se revela en la composición de sus ingresos es la pérdida de valor del producto campesino; el progreso de las fuerzas productivas que en apariencia le resulta ajeno, los somete a una sobrevivencia precaria. Además, el desgaste de sus recursos es inevitable si no se invierte en su rehabilitación o renovación con cierta frecuencia. De campesinos tornan con rapidez a subcampesinos, hasta que la agricultura deja de ser proveedora primaria de su ingreso global. Si pretende seguir llevando sus productos al mercado, deberá renunciar a una parte cada vez mayor del valor individual de su producto con tal de seguir el ritmo descendente de los precios que le impone la competencia; pero en el contexto de la producción campesina, una reducción de los precios sin el correspondiente aumento de la productividad, sólo puede provenir de restricciones el consumo, para complementarlo por otras vías si ha de acceder en el mercado a otros satisfactores.

Así, cumplir sus propósitos de producción y reproducción no depende exclusivamente –como se pretende hacer creer- de su iniciativa y empeño, sino de una serie de condiciones objetivas y externas sobre las que el campesino no alcanza a influir: una base material limitada cuantitativa y cualitativamente, los circuitos mercantiles y el aparato estatal.

Es cierto que a lo largo de su trayectoria, por así requerirlo la forma de crecimiento relativo y en última instancia, por así convenir a la acumulación capitalista de posguerra, este sector pudo vincularse al sistema y producir para el mercado; entonces dejó, para el caso de aquellos que ingresaron al capitalismo en esta categoría social, de ser por breve tiempo parte de la sobrepoblación absolutamente redundante, para involucrarse en la valorización de capital como sobrepoblación relativa. Respaldaba con el producto de su trabajo la actividad urbana e industrial y el crecimiento nacional desde diferentes puntos; en el mercado participaba en la oferta y el consumo; en este lapso se atemperó su descomposición como efecto de las alteraciones premeditadas en el comercio interno, el proteccionismo y de la plataforma productiva que suministró el Estado por medio de subsidios. Pero al poco tiempo, y anticipándose al agotamiento del patrón de crecimiento entonces prevaleciente, se hace cada vez más endeble la articulación entre los objetivos de este tipo de unidades productivas y los del sistema capitalista.

Ahora, bajo la forma de crecimiento absoluto, el pequeño productor del campo, se sitúa de nueva cuenta en el marco un contingente social más amplio y sumamente heterogéneo: la sobrepoblación consolidada; el momento por el que transita el capitalismo en nuestros días, exige cada vez más excedente del campo y de sus productores, y estructuralmente, ya se ha visto, el estrato campesino esta impedido para reorganizar por sus propios medios el proceso productivo, expandirse, reconvertir cultivos, reaccionar a las señales de mercado, o participar de alguna manera en la reestructuración, por lo general. De lo que resulta que ni el trabajo ni el producto campesino son necesarios pues el abasto interno de agroalimentos a precios que permitan la mayor depresión posible del valor de la mercancía fuerza de trabajo, queda en manos de la empresa capitalista trasnacional, mecanismos como el desempleo y la debilidad sindical coadyuvan en este sentido.

De continuar por un tiempo más la política de corte neoliberal, los conflictos sociales y políticos no se harán esperar sobre todo desde el campo, y no podrá haber en consecuencia garantía de estabilidad macroeconómica. La sobrepoblación tanto absoluta como relativa constituirá gradualmente un sector de la población que por su peso y pobreza terminará por perturbar cualquier aparente equilibrio. Queda en manos del sector público la tarea de dirigir el destino del país con más responsabilidad, con perspectivas de largo plazo e incluyentes, pues los niveles de marginación y pobreza avanzan a un ritmo sin precedentes.

Para el amplio contingente rural que ha perdido importancia en la generación y distribución de la riqueza del país, es urgente alguna opción que permita revitalizar la pequeña producción, y, dentro del capitalismo sólo parece posible a partir de que sean reconocidos como entidades imprescindibles en el ámbito económico, de que su producto llegue a ser útil o necesario, o mejor aún, si por la vía de la organización política alcanzan a pesar en las decisiones estatales o en algún otro ámbito que por ahora les es inaccesible, reclamando su lugar.

Por fortuna, ahora es más visible la presencia de las organizaciones campesinas, productores capitalistas, deudores y trabajadores del campo, y otros actores políticos –incluso del ambiente patronal- en la discusión de temas como las políticas neoliberales en el sector, o en lo particular sobre el tema del comercio agropecuario en el marco del TLC, bajo la presión de una nueva etapa en el mercado norteamericano.

Se escuchan también masivas críticas a la respuesta que ha dado el Gobierno mexicano a la Ley de Subsidios estadounidense de unos meses atrás que busca consolidar su liderazgo en la producción mundial y ganar terreno en el mercado continental con subsidios millonarios. Esta respuesta ha sido hasta ahora, sólo la promesa de un proyecto de “blindaje” agropecuario con el que, según se afirma, será posible emparejar la capacidad productiva en algunos rubros, hasta los niveles que el mercado mundial exige, ya que por lo demás, según el titular del ejecutivo federal, el campo tiene capacidad de competir.

El contenido del “blindaje”, ratifica los objetivos el proyecto económico de las últimas décadas y sus instrumentos neoliberales, entre sus aspectos más relevantes están:

a) Flexibilizar el manejo del presupuesto para orientarlo a la reconversión productiva y alentar cambios en el uso del suelo en la expectativa de participar en el mercado mundial o vincularse a las cadenas agroindustriales.

b) PROCAMPO seguirá siendo la política de subsidios para enfrentar la apertura, administrado ahora a través de la banca comercial, a tasas diferenciales por productor que se fijarán en base a sus ingresos anuales.

c) Para los beneficiarios de PROCAMPO con 5 hectáreas o menos –82% del total- no habrá cobro adicional de intermediación.

d) El productor podría optar por recibir el apoyo por tonelada y no por hectárea, para incentivar la productividad, pues se calcula que el 70% de los productores orientan estos recursos al consumo familiar.

e) Para los casos de algunos granos básicos como trigo y maíz, se aplicarán esquemas de producción por contrato y coberturas de precios para garantizar el ingreso de los productores.

f) Una nueva financiera rural que sustituirá a BANRURAL.

En este tenor, no hay razones para esperar, en lo que resta del sexenio, cambios en la agropolítica ni propuestas para reactivar la pequeña producción, como tampoco un aliento importante al sector, y esto ya puede apreciarse en el hecho de que el presupuesto programado, y todavía sujeto a discusión para el año 2003 es menor que en el presente año en un 4.6% -sin tener en cuenta el índice inflacionario-, y representa escasamente el 0.5% del PIB.


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