Influencia del neoliberalismo en la dialéctica del campesinado

Irma Lorena Acosta Reveles

 

SEGUNDO CAPÍTULO

TRAYECTORIA DEL CAMPESINADO EN EL SUBDESARROLLO

NUESTRO PROPÓSITO AHORA, es hacer un recorrido por los diferentes momentos que el campesinado transita desde su origen, en su proceso de descomposición, buscando esclarecer cómo esta forma social ajena a la racionalidad del sistema, es capaz de nutrir eventualmente la acumulación de capital sin asimilarse a su dinámica y sin suspender tampoco su desgaste.

ORIGEN

Los diversos estratos de la sobrepoblación consolidada en América Latina deben su aparición a la impotencia congénita del capital en el subdesarrollo para ocupar, bajo sus propias relaciones de producción a una masa creciente de fuerza de trabajo. Tratándose de la economía campesina, a las condiciones objetivas, eminentemente estructurales, le acompañan otros factores que tienen también un peso decisivo.

Acceder a la propiedad de la tierra -aun escasa y sin potencial agrícola, si se quiere-, no pudo ser el resultado exclusivo de ley económica alguna; una sobrepoblación cada vez más abundante, pero dispersa y apática no logra, por el sólo hecho de estar ahí, arrancar del sistema que los contiene y los repele a la vez, las condiciones mínimas para sobrevivir; aún en los márgenes de la forma social dominante. Confluyeron en el nacimiento de campesinos y subcampesinos fuerzas políticas y sociales de diversa naturaleza, algunas inherentes a las formaciones sociales subdesarrolladas, otras venidas del exterior.

Internamente, el reparto gratuito de predios rurales, como respuesta política a la movilizacion y lucha organizada de vastos sectores de la sociedad, estuvo precedido de un conjunto de condiciones objetivas. Una de estas condiciones fue el impacto que sobre la población tuvo el proceso de acumulación originaria de capital en la región.

Como se sabe, el capital en el subdesarrollo, en oposición a la experiencia clásica, no es el efecto de un prolongado proceso de transición hasta su madurez, ni su impulso brota del movimiento intrínseco de cada formación social. El proceso es comparativamente acelerado en el tiempo, pero sumamente accidentado y heterogéneo; los agentes económicos que lo promueven no alcanzan a apreciar el carácter y las dimensiones del cambio, y llegado el momento, tampoco son capaces de contener las fuerzas sociales que desencadena.

Ante el desgaste de las relaciones de producción propias del sistema colonial, se amplificó el interés y la presión por la tierra de mayor potencial agrícola para su explotación extensiva; la forma en que se organiza el trabajo en la región no es todavía capitalista, y es precisamente en el medio rural donde encuentra mayores obstáculos para establecerse.

La concentración de la propiedad territorial avanzó despojando a comunidades indígenas enteras, al tiempo que sirve a los propósitos la instalación de las relaciones de producción propiamente capitalista, al poner en circulación un gran contingente de trabajadores libres. A la vuelta de los años, al malestar y violencia que provoca el desalojo legal, se suman las protestas de los peones de las haciendas y plantaciones, inconformes con sus condiciones de vida.

El capitalismo en la región progresa con muchas resistencias y tropiezos, y por añadidura no se consuma; la acumulación originaria se sostiene en un modo técnico ajeno, por lo que es una acumulación disminuida en virtud de la transferencia de valor que la importación de bienes de capital implica. Se adoptan además relaciones de producción que no son el resultado de la propia dinámica interna, y sin haber recorrido el camino que lleva hasta la subsunción real del trabajo por el capital. Es este el proceso a través del cual se articula la estructura productiva de la región a las necesidades del centro del sistema, que en ese momento atraviesa por una redefinicion de sus estrategias de expansión mercantil y financiera trasnacional, a su fase imperialista.

El despegue del capitalismo en su modalidad subdesarrollada, y cimentado en la producción agro-primaria exportadora exige cada vez mayor excedente, en esta intención se adopta en algunas actividades económicas -como la minería y el transporte terrestre-, una forma de explotar el trabajo nativo importando productos del trabajo general, y se activa una particular ley de población, cuyo efecto es generar una masa de fuerza laboral que excede relativa y absolutamente las necesidades de valorización del capital.

Tanto en el medio urbano como en el medio rural los trabajadores son obligados a dejar en el proceso productivo su mejor esfuerzo, su vida incluso, para contribuir al aumento de la productividad, y en los momentos que ensayan organizarse para reclamar algunos derechos laborales mínimos, como los que va conquistando un movimiento obrero en ascenso en otras latitudes, se enfrentan a la represión.

Los Estados nacionales no acaban de consolidarse, pero reciben con entusiasmo los principios del liberalismo económico: se pronuncian a favor de las ventajas comparativas, la división internacional del trabajo y un Estado mínimo. Bajo la presión de salarios estrechos y un mercado interno deprimido se expande aceleradamente el segmento de la sobrepoblación ampliada.

Tanto trabajadores activos como sectores desarraigados del campo tienden a organizarse políticamente para exigir, si es preciso por la fuerza, de aquellos que aparecen como los responsables de su situación, alguna alternativa a sus problemas. Los movimientos populares de principios del siglo veinte, divididos por la naturaleza de sus demandas, laborales y de sobrevivencia, asume dimensiones revolucionarias al calor de los ideales socialistas, y logran luego arrancar del Estado y del capital concesiones y compromisos en el ámbito administrativo y jurídico.

Una de las respuestas de las autoridades políticas, sugerida por los propios interesados, fue la asignación en propiedad de un pequeño predio por jefe de familia para satisfacer a través de la explotación agrícola sus necesidades más elementales. A través del minifundio -sustento material de la economía campesina-, se logró conformar y contener provisionalmente a una parte de la sobrepoblación que aspiraba vivir de su trabajo en el campo.

A través del reparto agrario dosificado y focalizado se consigue también arraigar a una fracción de la sobrepoblación absolutamente redundante; más tarde se intentó orientarlos en su proceso productivo, pero las unidades campesinas y subcampesinas que así se constituyen, son incapaces de sostenerse con holgura y capitalizarse.

La benevolencia del Estado y de aquellos que sacrificaron su propiedad por el interés de las mayorías era, por un lado, resultado del convencimiento de que la sobrepoblación, y los trabajadores en general, encauzando su lucha, podían llegar a alterar no sólo el orden político y social, sino la marcha normal del sistema económico en su conjunto. Por otro lado se reconocía implícitamente que la relación que con el campesinado se tendía a partir de esta "generosa acción", podía ser además de conveniente, muy útil.

Las reformas agrarias en la región progresaban de forma intermitente, dejando a su paso campesinos y subcampesinos instalados en tierras de escaso o nulo potencial productivo; por lo que las condiciones materiales en que comienzan a operar los llevan desde el primer momento a recurrir a ocupaciones simultáneas para complementar su consumo básico.

Mientras tanto en el terreno político se había tendido un puente entre los beneficiados por el reparto y el Estado. En la formación social mexicana, este vínculo se tradujo con el paso del tiempo en un compromiso mutuo de respaldo: el corporativismo. El servicio que a partir de entonces la economía campesina presta directamente al régimen político, e indirectamente al proceso de acumulación, podemos considerarlo como su funcionalidad política.

En este sentido, sin ser el campesinado directamente funcional respecto a la dinámica capitalista, por estar exento de la extracción de plustrabajo; sí le reporta un beneficio en el ámbito político, que en la práctica se traduce en un respaldo categórico a las élites gobernantes, al régimen vigente y a sus iniciativas.

Podemos considerar entonces como característica congénita de la unidad de producción campesina, su funcionalidad política, mientras su funcionalidad económica es excepcional.


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