EDAD CONTEMPORÁNEA ESPAÑA
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

MANUAL PRÁCTICO DE LA HISTORIA DEL COMERCIO

Álvaro de la Helguera y García

 

 

 

 

 

 

5. ESPAÑA

Las páginas de la Historia de España correspondientes a la Edad Contemporánea puede decirse que están escritas con sangre, porque en este período se han multiplicado a porfía y se han sucedido casi sin intermitencia las guerras exteriores, interiores y coloniales.

Cuando en el año 1789 se reunieron las Cortes para el reconocimiento y la jura del nuevo monarca Carlos IV, le propusieron la abolición de la Ley Sálica que había importado Felipe V y tenía por objeto vincular en los varones la sucesión al trono, privando a las hembras del derecho de primogenitura; pero aunque el soberano acogió bien la propuesta, por ser aquella ley contraria a las costumbres hispanas, es lo cierto que no llegó a publicarse su derogación a causa de los recelos que inspiró al gobierno de Francia y al gabinete de Nápoles, sin presumir entonces que su funesto mantenimiento había de ser con el tiempo la base fundamental de las guerras civiles carlistas que costaron tantas víctimas.

Poco después estalló la revolución de Francia y contra ella apareció la coalición de Europa; y aunque España comenzó mostrándose neutral, la ejecución de Luis XVI la obligó a tomar parte en la lucha, hasta que en 1795 ajustó la paz de Basilea, por la que perdió la parte española de la isla de Santo Domingo.

Al año siguiente cometió la imprudencia de aliarse con Francia por el tratado de San Ildefonso, viéndose a causa de ello envuelta en una guerra con Inglaterra que costó a España la derrota de su escuadra en el cabo de San Vicente, el bombardeo del puerto de Cádiz y perder la isla de la Trinidad.

Dos años después de ultimada la paz entre las tres naciones, se rompen de nuevo las hostilidades entre Francia e Inglaterra, y ambas apremian a España para que se declare por una de ellas; lo hace por la primera, y la segunda derrota en 1805 a las escuadras española y francesa unidas en Trafalgar, pereciendo en esta tremenda jornada el insigne almirante español Gravina y el célebre general inglés Nelson.

Coronado en 1804 Napoleón I como emperador de Francia, celebró un tratado con Carlos IV rey de España, por el cual éste le cedió la Luisiana española y aquél se obligó en cambio a dar el reino de Etruria a María Luisa; pero el francés faltó a su palabra. Luego firmaron ambos soberanos en 1807 el tratado de Fontainebleau para invadir Portugal por ser aliado de Inglaterra, repartiéndose esta nación en tres partes, y también faltó Napoleón a lo convenido, pues se coronó rey él mismo y además mantuvo en España un ejército considerable.

En vista de los propósitos de Napoleón y del motín de Aranjuez, Carlos IV abdicó en i8o8 a favor de su hijo Fernando VII; pero entonces el general Murat vino a Madrid con apariencias amistosas e intenciones siniestras; el joven rey y su

padre fueron a Bayona, donde se les hizo prisioneros y se les obligó a abdicar en Napoleón; después se dispuso que marchara a Francia toda la familia real, y al salir los infantes de palacio estalló la ira del pueblo, que al ver a la patria ultrajada y a la dignidad nacional ofendida, promovió los gloriosos hechos del Dos de Mayo, en cuyo día hicieron prodigios de valor y de heroísmo los chisperos y en general el pueblo de Madrid, muriendo cubiertos de gloria y admiración los oficiales de artillería Daoiz y Velarde.

El Dos de Mayo fue el comienzo de la gigantesca lucha llamada Guerra de la Independencia, en que los españoles pelearon contra los franceses en defensa de un trono vilmente usurpado por la ambición napoleónica, que colocó en él a José Bonaparte; las batallas de Rioseco, Medellín, Coruña, Badajoz, Gerona, Zaragoza, Valencia y Tarragona, ganadas por las tropas francesas; así como las de Bailén, Talavera, Chiclana, Albuera, Ciudad Rodrigo, Arapiles, Vitoria y San Marcial, ganadas por las tropas españolas, fueron los principales hechos de armas de esta sangrienta guerra, cuyo resultado tuvo lugar en el año 1813, en que el rey intruso y todos sus ejércitos se vieron obligados a perder la esperanza de dominar en España y forzados a pasar de nuevo y en definitiva la frontera de los Pirineos.

Las Cortes que se abrieron en Cádiz el año 1810 formaron la Constitución de 1812 y sentaron los cimientos del régimen monárquico; pero cuando Fernando VII regresó a España en 1814 anuló dicha Constitución y estableció el absolutismo, cuya conducta originó varias conspiraciones que le obligaron a transigir con algunas reformas; luego la sublevación militar de 182o en Cabezas de San Juan, y su propagación a otras ciudades importantes, le obligaron a suprimir el Santo Oficio y proclamar aquella constitución; y por último, las luchas entre liberales y absolutistas provocaron tal estado de guerra y anarquía, que alarmada Europa por el ejemplo que se estaba dando a otras naciones, acordó en el Congreso de Verona que Francia interviniese en aquellas disensiones, y al efecto envió al duque de Angulema al frente de un ejército de 100,000 hombres, que en 1823 entró en Cádiz y restableció el absolutismo. Sin embargo, las luchas, las divisiones, las crueldades y las venganzas de los partidos políticos continuaron latentes hasta la muerte del rey en 1833, el cual abolió antes la Ley Sálica y nombró heredera del trono a su hija Isabel II.

Como si todos estos males no fueran ya bastantes, las colonias españolas de América, aprovechándose de la invasión francesa y de la intranquilidad nacional, se emanciparon de la metrópoli durante este reinado sin que pudieran evitarlo las tropas enviadas en diversas ocasiones, quedando al fin perdidas para siempre las de Chile, Venezuela, Méjico, Perú y Buenos Aires.

Durante la menor edad de Isabel II se encargó de la Regencia la reina viuda María Cristina; pero como el Infante Don Carlos protestó solemnemente del testamento del rey y sostenía su derecho para ocupar el trono, los absolutistas defensores de su causa acudieron a las armas y dio principio la primera guerra civil carlista, en la que por espacio de siete años corrió la sangre en centenares de escaramuzas y batallas, sobresaliendo por su importancia las de Mendigorría, Luchana, Gra, Medianos, Legarda, Baeza, Yévenes, Castril, Bendejo, Morelia, Zaragoza, Belascoain, Arroniz, Lucena y Villa real, hasta que puso término a tanta lucha el Convenio de Vergara celebrado el 31 de Agosto de 1839 por los generales Espartero y Maroto, que le sellaron con un abrazo.

Mientras tenían lugar estos acontecimientos, hubo también varias sublevaciones que comenzaron en 1835 y se propagaron hasta 1843, en cuyo período ocurrió el motín de la Granja, se promulgó la Constitución de 1837, nombróse Regente a Espartero y fue bombardeada Barcelona.

El 10 de noviembre de 1843 se declaró la mayor edad de Isabel II y el 10 de diciembre siguiente empezó a ejercer el poder majestático, sin conseguirse con ello que cesaran los disturbios, pues la disolución de la milicia nacional ocasionó sangrientas luchas, el levantamiento centralista conmovió diversas poblaciones, la sublevación de Vicálvaro repercutió en las provincias, la revolución de 1854 costó numerosas víctimas, la colisión de la noche de San Daniel exasperó las pasiones populares, y el pronunciamiento de 1866 en el cuartel de San Gil dio origen a luchas en las barricadas y a muchos fusilamientos. A la vez que tenían lugar estas discordias intestinas, España se entregó también a otras guerras exteriores, como la sostenida con Marruecos en 186o, la expedición del ejército enviado a Méjico en 1861, la mantenida con la república del Perú en 1864 y la emprendida contra Chile en 1865.

El gobierno de González Bravo, que carecía de prestigio y que acordó el destierro de varios generales, trajo la revolución de septiembre de 1868 y el destronamiento de la reina Isabel, que se refugió en Francia. Entonces pasó España por un interregno que se prolongó desde el 29 de septiembre de 1868 hasta el 2 de enero de 1871, el cual se dividió en los cuatro períodos siguientes: 1.0 Revolución, en que rigieron los destinos del país las Juntas revolucionarias; 2.0 Gobierno provisional, en que se formó un ministerio presidido por el general Serrano; 3.0 Poder ejecutivo, en que las Cámaras aprobaron la nueva Constitución de 1869, y 4.0 Regencia, en que dirigió la nación como Regente del Reino el Duque de la Torre. En este interregno se desbordaron las pasiones políticas en la Península, dando lugar a frecuentes alarmas que mantuvieron la intranquilidad en los ánimos y se insurreccionaron los filibusteros de Cuba, promoviendo una guerra separatista que duró diez años consecutivos y costó víctimas innumerables.

Amadeo I de Saboya fué elegido rey de España por las Cortes en 16 de noviembre de 1870, y comenzó a gobernar el 2 de enero de 1871; su reinado duró dos años próximamente, en los cuales recrudeció la lucha entre los elementos radicales y conservadores del partido revolucionario; se levantaron en armas los carlistas, sosteniendo una segunda guerra civil por espacio de cuatro años, y se cometió un atentado contra los reyes en la calle del Arenal, de Madrid, cuyos sucesos hicieron que el monarca abdicase la corona por el mensaje dirigido a las Cámaras el u de febrero de 1873.

La República fué proclamada el mismo día que se recibió el mensaje, siendo nombrado presidente don Estanislao Figueras, y a éste fueron sucediendo don Francisco Pi Margall, don Nicolás Salmerón y don Emilio Castelar; pero en esta época fueron tan importantes las revoluciones en las provincias, tan grandes las desorganizaciones de las tropas, tan aumentadas las huestes carlistas y tan funestas las rupturas de las relaciones internacionales, que el general Pavía, para evitar la continuación de ese estado general de desorden en el país disolvió por la fuerza el Congreso de los Diputados en la noche del 2 de enero de 1872 y formó con los principales políticos un gobierno provisional, siendo nombrado jefe del poder ejecutivo el Duque de la Torre y presidente del gobierno el general Zabala.

La Restauración borbónica, presentida ya en el ánimo de las gentes ante el cansancio de tan repetidos desórdenes y el deseo de normalizar los intereses nacionales llegó al poco tiempo, pues el 29 de diciembre de 1874 el general Martínez Campos lanzó en Sagunto el primer grito, que fue secundado por el ejército, y don Alfonso XII, en quien había abdicado su madre doña Isabel II, ocupó el trono de España, distinguiéndose su reinado por la terminación de la guerra civil carlista y la de los filibusteros cubanos, por la solicitud en remediar las calamidades públicas y las desgracias nacionales, por el respeto guardado a los poderes reales y a los derechos populares, y por el desarrollo que alcanzaron las industrias fabriles y las transacciones comerciales. Su muerte prematura, ocurrida el;.25 de noviembre de 1885, fué generalmente sentida por que en las buenas dotes de este rey a la moderna fundaba el país legítimas esperanzas para el mejoramiento de sus destinos.

Le sucedió en la corona su hijo póstumo Alfonso XIII bajo la regencia de su augusta madre la reina viuda doña María Cristina, quien ejerció su difícil misión con una nobleza, un cuidado y una dignidad tan incomparables, que inspiraron sentimientos unánimes de admiración, de respeto y de cariño; mas por desgracia su labor fué penosísima, porque además de los graves problemas internacionales que se cernían en el horizonte afectando a la política y al porvenir de todas las potencias del Universo, la fatigada España tuvo que sostener a la vez tres guerras en apartadas regiones: una con los Estados Unidos, otra con los filibusteros de Cuba y otra con los insurrectos de Filipinas, las cuales costaron torrentes de sangre, sumas enormes y por último la integridad de las colonias hispanas.

Conocida de todos la historia contemporánea de nuestra Patria, hemos creído un deber limitar nuestra tarea a bosquejarla ligeramente para deducir las perjudiciales consecuencias que han tenido para la industria y el comercio las infinitas calamidades de todos los órdenes por que ha pasado. Así es en verdad, pues por una parte los terremotos, las inundaciones, las pestes y las sequías, destruyeron sus pueblos, devastando sus campos, despoblando sus casas y asolando sus cosechas, mientras que por otra, las guerras, las revoluciones, los motines y los pronunciamientos han llenado los cementerios de cadáveres, los hospitales de héroes, los hogares de lutos y los corazones de penas.

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