¿Buscas otro libro?
Buscalo aquí:
Amazon Logo





 

 

Pulse aquí para acceder al índice general del libro.

Libro completo en formato PDF (243 páginas, 1600 Kb)

PROTOPÍA

 

LA LEGALIDAD

SOBRE LA LEGALIDAD

La anterior parte dedicada a definir algunas coordenadas económicas de la utopía, deberían dejar clara la clase de espíritu que se busca en las soluciones que se adopten frente a los principios expuestos en la primera parte. Simplicidad, coherencia lógica, garantías de que no creará más problemas de los que resuelve, articulación sobre el principio básico de que el hombre se relaciona con el hombre por su conveniencia y no por necesidad, eficacia. Cuando hablamos de utopía, hablamos de personas. Las coordenadas económicas serían igualmente útiles y coherentes con cualquier otra especie lo bastante inteligente como para organizar una especialización del trabajo.

Pero hablando de personas, hay que concretar algunos otros aspectos relativos a la relación de unos con otros. Los siguientes capítulos no pretenden ser un tratado moral, o para ser más precisos, un catecismo. Las evidencias sobre la moral debe encontrarlas cada uno. Habitualmente, todas las utopías se fundan en una teoría moral tanto como en una teoría sobre el hombre. A menudo, ambas son una sola. Mucho menos pretende ser una especie de código, como el Código Civil. Supongo que habrá quedado claro que hay cosas que decir sobre las utopías que ni siquiera entran en discusión sobre las pretensiones culturales de una sociedad. Mi visión es particularmente técnica: hay cosas que confieren viabilidad y estabilidad a las sociedades, y cosas que se la quitan. Mientras esta visión sea capaz de seguir aportando ideas que no repugnen al sentido común, me seguirá pareciendo útil.

Encuentro, como es evidente, que la mayoría de las viejas discusiones sobre la moral, la política y la economía, que parecen ser cuestiones ideológicas, se pueden juzgar meramente desde el plano técnico. Para todos aquellos a quienes repugna contemplar fríamente los fenómenos sociales, les resultará chocante que se pueda demostrar fríamente que ellos tienen razón pese a no analizar las cosas fríamente. Es paradójico, pero es así. La gente entiende que las ideologías se defienden, se votan, se combaten. En mi opinión, hay muchos elementos en las ideologías que son meramente cuestión de gusto, y en tanto lo sean, la discusión sobre ellas está planteada en el plano correcto. Pero hay otros muchos que no, y a ellos está dedicado el libro. Hay aspectos que se refieren fríamente a la funcionalidad de las cosas, pero que cuando se concretan ofrecen visiones que a mi me parecen de justicia. En todo caso, está claro que los individuos de todas las sociedades tienen libertad de pensamiento (esa no se la puede quitar nadie) y pueden juzgar si les conviene apoyar ideológicamente algo que es falso, técnicamente desacertado, lógicamente absurdo, o si prefieren mantener sus costumbres, meramente costumbres, en el seno de un marco sociopolítico organizado de una manera eficaz. Cada uno decidirá si prefiere reclamar o no en el seno de su sociedad las cosas a las que evidentemente tiene derecho (y poder de obtenerlas), y apoyar a quienes se las ofrezca, o prefiere continuar en un juego que no le ofrece ninguna garantía. Cada uno decidirá si prefiere entender como las fuerzas sociales le apoyan o se confabulan contra él. Pero con el mismo espíritu técnico pretendo analizar algunas cuestiones relativas a los sistemas legales. Cuestiones de una abstracción y generalidad totales. Que ni entran ni salen en el contenido de la ley, el cual, ingenuamente, supongamos consensuado. Lo único que se pretende es dar unas cuantas coordenadas para decidir si tales o cuales sistemas legales, en tales o cuales aspectos, se han construido o no con verdadera pretensión de justicia, o son simplemente bobadas, cacicadas, memeces o auténticas burradas.

Las propuestas legales que se exponen solo pretenden resolver ineficacias, paradojas, absurdos lógicos, y particularmente definir un esquema global contra el que comparar los sistemas legales reales. A partir de esa comparación, cada uno puede hacer un juicio de su adecuación, de lo que le parece que cabe decir y no decir de ellos. En suma, aquí no hay leyes, sino principios legales, una filosofía general que cuando los sistemas legales la violan, caen en lo ineficaz, lo injusto o hasta lo absurdo. No son ninguna articulación orgánica. No dicen quien debe vigilar, quien debe juzgar, ni qué técnicas debe usar. Nuevamente, supongo que la mayoría de las propuestas son de perogrullo.

Pero siempre me sorprende la tolerancia social hacia las violaciones de los principios que son de perogrullo. Los principios legales mencionados aquí responden de un modo u otro a las dificultades planteadas por los principios de la primera parte. De la misma manera que los principios económicos anteriores también lo hacían.

Como han dicho algunos autores, negar que hay personas poderosas que ejercen su poder es absurdo. Algunas personas adquieren mucho poder dentro de las jerarquías, y lo ejercen. Y lo ejercen para su propio beneficio.

La raíz del poder que nos interesa estudiar en la legalidad es el poder militar. Existen muchas formas de poder y todas tienden a mezclarse y usarse unas a otras, pero al final, la garantía final de la ley es armada, como a cualquiera puede resultarle evidente. Por mucho que algunos se empeñen en buscarle tres pies morales al gato, la ley es la formalización del deseo de los poderosos y su único fin es mantener con vida la comunidad que explotan y evitar que degenere en un caos de rencillas y desorganizaciones. Por lo demás, resultará evidente que a los poderosos les importa un auténtico bledo el destino que corran las capas bajas de la comunidad, que hacen el trabajo necesario para mantener su elevado status. Sin embargo, las capas bajas de la comunidad, si son suficientemente inteligentes, reconocerán que si quieren sacar algo en claro de estar juntos los unos con los otros, tienen que dejar que existan personas que organicen las cosas e, inevitablemente, adquieran poder. Pero si son lo suficientemente inteligentes, exigirán que los medios que los poderosos emplean para mantener un mínimo de utilidad comunitaria, también les controlen a ellos.

En realidad, no existe un motivo especial por el que los poderosos quieran perdonarse los unos a los otros sus personales desmanes. Los poderosos no se tienen más simpatía entre sí que los desharrapados (y es bastante poca).

La costumbre por la cual la ley no suele castigar a los poderosos es el efecto del poco caso que le hacen normalmente. Suelen encontrarse bastante a salvo por sí mismos, y no están tan amenazados como los demás. Y con una lógica aplastante, cuanto menos la necesitan, menos caso le hacen. Sin embargo, esto no significa que no tengan motivos para someterse a una disciplina. Lo único que quieren es que la disciplina no les pare los pies.

Pero no es cierto que ellos estén a salvo los unos de los otros, de modo que también les debería interesar que la ley les defendiera, no de las capas bajas, cosa que hace, sino de ellos mismos. Aunque uno sea el terrateniente más poderoso del estado de Texas, debería preocuparle que la ley castigue al memo que ha reventado una caldera nuclear en sus tierras. Este es el origen de la esperanza que cabe de que la ley tenga algún sentido alguna vez.

Esencialmente, como vimos al hablar del principio de ineficacia jerárquica, la justicia es justo el antídoto de la ineficacia jerárquica. Al mismo tiempo, es la propia ineficacia la que convierte a las jerarquías de la justicia en el aparato más lamentable de todos los que actualmente se compone el estado.

Muchos utopistas no atienden mucho al concepto de justicia. Para ellos, es la justicia del sistema social la que garantiza que cada persona será justa. O alternativamente, crean sistemas metafísicos que aseguren la justicia del sistema asegurando primero la justicia de cada persona. En mi opinión, una persona aislada no es esencialmente ni justa ni injusta.

Honesto y deshonesto, justo o injusto, pringado o psicópata, son conceptos contrarios que solo se pueden dar en relación a una comunidad. Y si es así, es asunto de la comunidad definir la justicia y la injusticia. Un solo hombre no es una estructura social, y no cabe hablar de lo adecuado que es en esa estructura. Ahora bien, si la justicia es la pretensión de que las cosas vayan bien, la justicia no puede ser un concepto abstracto, sino una relación real de la comunidad con el individuo. Relación que lo mismo puede cumplir su objetivo y asegurar la viabilidad de la comunidad asegurando la supervivencia del individuo, que ser una patochada sin utilidad ninguna, para desgracia del individuo y de la sociedad de la que forma parte.

Particularmente, la utopía anarquista niega la utilidad de un sistema judicial, lo que es coherente, puesto que niega la utilidad de cualquier organización poderosa. Ya hemos visto antes porqué, no nos detengamos en ello. Las utopías totalitarias lo tienen igualmente claro: la persona hará las cosas por las buenas o por las malas. La utopía liberal ni siquiera ha oído hablar de la justicia. Me interesa hablar de una utopía al menos curiosa, la utopía skinneriana (Walden DOS). Está claro que en opinión de Skinner la comunidad es necesaria, exige un trabajo de organización, y esta organización ha de profesionalizarse; está claro que no cree en los medios coercitivos y por tanto en la justicia como administración de castigos, y sin embargo, está convencido de que los administradores (perfectos tecnócratas) serán capaces, mejor que ninguno, de mantener el orden. La utopía skinneriana es que ya que toda la preocupación del administrador es que las personas estén contentas, las personas harán lo que les mande para poder seguir estando contentas. Hay al menos tres ingenuidades contenidas en la utopía skinneriana.

En primer lugar, no sé de donde se saca Skinner que la comunidad es necesaria. Sin entrar en valoraciones del conductismo como teoría, está claro que si algo se puede extraer del conductismo radical es la clara idea de que el hombre, para empezar, sigue siempre su propio interés, desde el principio de los tiempos y hasta que los tiempos se acaben, y me refiero al interés puramente personal y egoísta. No se puede evitar que el hombre persiga exclusivamente su propio interés; para fastidiarle lo único que se puede intentar es confundirle. Ahora bien, el conductismo demuestra que esto es mucho más difícil de lo que parece. Tal y como el conductismo radical demuestra, cuando al hombre empieza a fastidiársele, el hombre empieza a salir por peteneras. Y bien, en cualquier caso, ninguna persona es un perfecto imbécil que necesita que le enseñen a comportarse.

Las personas son muy capaces de sobrevivir solitas. Eso para empezar.

En segundo lugar, la idea de que la configuración mental del hombre proviene de la influencia de la comunidad, y particularmente de la organización del Estado, es una tontería que ni siquiera parece propia de Skinner.

Es cierto que el estado influye en el hombre y puede confundirle, y de hecho, cualquiera puede remitirse a las pruebas históricas. Pero de ahí a pensar que TODAS las influencias provienen del Estado hay un paso particularmente burdo. La mayoría de las tendencias emocionales, comportamientos típicos y esquemas mentales sobre el funcionamiento de las cosas son adquiridos por el ser humano antes de que tenga la más leve noción de lo que significa la palabra "otro", cuanto menos lo que significa dinero, fama, poder del Estado, libertad o dignidad, y ya no digamos antes de que se pueda arrimar a un libro. Incluso el conductismo radical demuestra que estos patrones de comportamiento se adquieren no solo antes de que haya tratos con el Estado, sino que ni siquiera se adquieren en el trato con los padres. En su relación con las cosas, los animales, otros niños, él mismo, y, desde luego, sus padres, el niño lo aprende prácticamente todo. El Estado puede "lavarle el cerebro" un poco y confundirle en muchas cosas.

Pero ningún Estado va a impedir que los niños aprendan a dar tortazos, a gritar, a ponerse zalameros, a reclamar lo que es suyo por las buenas o por las malas, etc, etc. Lo más sorprendente es que esto está contenido en el conductismo radical, así que no sé de donde se sacó Skinner semejante idea.

Finalmente, el conductismo radical demuestra que el castigo es ineficaz en el control de la conducta, pero nadie ha dicho que el fin del control social tenga que ser controlar la conducta. Skinner parece creer que la sociedad tiene unos problemas técnicos tan impresionantes que hay que ajustar a cada persona como quien ajusta las piezas de un reloj (de hecho presenta parábolas parecidas). Pero la sociedad no es así. El trabajo de la sociedad es siempre redundante e innecesario, tal como venimos sosteniendo. No solo las personas no dependen unas de otras, sino que mucho menos dependen de ninguna función especial. La sociedad no tiene ningún objetivo determinado. La sociedad reparte los recursos y el trabajo, pero no puede definir el objeto de este trabajo. No puede porque no lo tiene, con gobierno o sin él. Las sociedades no tienen pretensiones, en todo caso las tienen las personas que las gobiernan. Y el trabajo necesario para conseguir una pretensión que no se tiene es bastante escaso. Si a la gente le gusta escupir en el suelo, el suelo del pueblo estará lleno de escupitajos, pero eso no significa que el fin de la comunidad sea llenarlo de ellos. Por lo mismo, si a la gente le gustan las casas, el pueblo tendrá casas, pero construir casas no es el fin del pueblo. Skinner está de acuerdo en esto, pero al parecer pierde los papeles al proyectar sus propios afanes sobre su utopía. La gente sabe reconocer la buena leche de la mala leche, no le hace falta un administrador de lácteos para eso. Si a fin de cuentas la sociedad no tiene pretensión en sí ¿con qué objeto se pretende organizarla?.

Como hemos visto, el hecho es, sin embargo, que se organiza espontáneamente. O mejor dicho, que algunas personas se dedican a organizarla en su propio beneficio. Ahora bien, como Skinner admitiría, lo hacen por que obtienen un refuerzo con ello. De modo que el motivo por el que la gente se organiza es porque algunas personas obtienen un refuerzo organizándolas.

ALGUNAS personas, no todas. Ese es el punto esencial. En seguida veremos qué relación tiene esto con la justicia. Skinner niega la utilidad del castigo como medio de control. En efecto, el castigo es mala técnica para lograr que nadie haga nada. Sin embargo, la lógica de la sociedad no es lograr que nadie haga nada en particular. El problema, en realidad, NO es, por tanto, que la gente NO HAGA ciertas cosas.

El problema es que HAGA algunas que tienen catastróficos efectos en otras.

El motivo por el que surge la justicia, como administradora de castigos, es que las personas que quieren evitar ser víctimas de esas acciones, encuentran un refuerzo en administrar castigos. Y el motivo es que si bien los castigos no sirven para obligar a la gente a hacer cosas, se las pintan solos para EVITAR que hagan otras. Las utopías que pretenden que no es necesaria la justicia, porque el sistema que preconizan es JUSTO, son absurdas. Ningún sistema puede ser eficaz ni justo, porque para serlo, debe tener una pretensión, y las sociedades reales no pueden basarse en pretensiones determinadas con las que cada individuo congeniará o no congeniará. Todo lo más, resulta evidente que las comunidades que sobreviven explotan eficazmente las posibilidades de los recursos naturales que dominan y del trabajo especializado, de modo que su eficacia en este sentido es una medida de su capacidad de sobrevivir.

Aquí hemos encontrado que existe una coincidencia en la eficacia real de una comunidad, en el sentido de sobrevivir, y el deseo de las personas de pertenecer a ellas, y como es cierto que las personas hacen las cosas porque ganan con hacerlas, en tanto esa supervivencia sea más cómoda y feliz en la comunidad que fuera de ella, las personas querrán pertenecer a ella, o en otras palabras, las personas, la encontrarán JUSTA. Pero en realidad, no existe la "justicia", sino la eficacia de una comunidad en sobrevivir. Pero la comunidad plantea conflictos de intereses y magulladuras varias en los individuos, y también comportamientos absurdos que repercuten negativamente sobre la capacidad de supervivencia de la comunidad, o el deseo individual de pertenecer a ella. Esas cosas son las "injusticias". No existe una "justicia", sino un aparato que evite la aparición de las injusticias, o las repare. Casualmente, las injusticias raramente son de omisión, casi siempre son de acción. Y el castigo es eficaz contra acciones determinadas, justo lo que se pretende.

Dicho lo cual, no me parece necesario insistir más en que la justicia, como aparato social, puede y debe administrar castigos, pero evidentemente sin perder de vista el motivo por el que existe. Y en función de este motivo, queda claro que la legalidad ha de cumplir al menos las siguientes condiciones: Primero: ser eficaz. MDe qué puede servir un sistema que limite la ineficacia, si es ineficaz en conseguirlo?. Es como una pescadilla que se muerde la cola. Si la justicia debe de algún modo apoyar la eficacia del sistema, ella misma HA de tener, como poco, pretensiones de eficacia.

Esta eficacia tiene tres vertientes. La primera, limitar su propia ineficacia como sistema. La segunda, actuar sobre las personas de un modo razonable y ajustado a lo que pretende. La tercera, que porque las cosas son así, la justicia se convierte en algo a tener en cuenta más porque no deje escapar errores y delitos, que por la terrible magnitud de sus castigos, luego a medida que detecta y castiga más porcentaje de delitos cometidos no solo arregla esos, sino que influye realmente a que no se cometan más. En el límite, si la justicia detectara todos los delitos e impusiera castigos y reparaciones razonables, prácticamente nadie se pondría a cometerlos, y es casi seguro que se evitarían también un montón de errores.

Segundo: ser creíble. Ser creíble significa que la justicia debe reparar lo dañado, en la medida de lo posible. De nada sirve a nadie que los delincuentes acaben en la cárcel y ya está. A la mujer violada, al hombre asesinado o muerto por la negligencia de otro, y a las familias de ellos nada le devuelve lo perdido. Pero al hombre al que se robó se le puede devolver lo robado y compensarle por las molestias. Al bosque quemado no se le pueden devolver los árboles muertos, pero se le puede devolver un trabajo de repoblación. A quienes tuvieron que abandonar sus casas en Tchernobil nadie les devolverá sus muertos ni su salud, pero se les puede devolver la propiedad de otras casas limpias, pagarles los gastos médicos, e indemnizarles. Credibilidad significa que la justicia es un sistema para evitar el delito y repararlo en la medida de lo posible; lo evita porque lo castiga, y hace que se repare, pero sobre todo, porque INTENTA evitarlo. Como veremos, no es cierto que la justicia no pueda evitar delitos.

Tercero: no provocar problemas ella misma. La legalidad provoca problemas ella misma cuando establece diferencias sociales que perjudican a algunos colectivos. La ley se impone por la fuerza, y si la ley establece diferencias sociales, entonces impone esas diferencias por la fuerza. Cuando se imponen diferencias por la fuerza, surgen reacciones de fuerza. Y se lía el conflicto.

De todas maneras, no crean que los principios legales que se expondrán a continuación, como alternativa a los desconocidos principios que se aplican hoy día (si es que realmente se aplica alguno), van a sorprenderles. En el fondo, no son más que la intuición que uno tiene de lo que significa la palabra "justicia". No nos cansaremos de repetir que el único real, y auténtico problema de la justicia, es la ineficacia jerárquica. No en el sentido de que los pobres escribientes vayan demasiado despacio, o que los jueces sean tontos. Nos referimos al hecho al principio de la ineficacia jerárquica. A que los mismos que tienen el poder para establecer la ley, lo tienen para evitar que les afecte en lo más mínimo. Puesto que hacen la ley, hacen la trampa, vaya. En realidad, todo el mundo sabe perfectamente que la justicia es una cosa bastante inútil, porque la mayoría del daño que se produce en el mundo, lo producen los poderosos, porque hace falta poder para hacer daño. Pero como son ellos precisamente los que están a salvo de ella, no le hacen ningún caso. Por este motivo la justicia en sí (y la ley, por consiguiente) son artificios bastante inútiles en general.

Pero el caso es que toda la frustración que la justicia legal produce en las clases más bajas no encuentra una vía concreta de reivindicación. Todo el mundo está de acuerdo en que la ley tiene muchos trucos. Tantos como para que siempre acabe pagando el pato el más tonto, el que menos daño hace. Pero no acaban de saber donde están, de modo que los políticos siguen con sus engañabobos, haciendo entre ellos y los jueces esos magníficos pases de manos gracias a los cuales, nada por aquí, nada por allá, en la ley no pone por ningún lado que banqueros, políticos, militares y jueces están exentos del cumplimiento de la ley, pero el caso es que al final, voilá, por robar una chaqueta, un chaval acaba cinco años en la cárcel, pero un tío que monta una banda terrorista que asesina a veinte o más personas se tira tres meses en una cárcel para él solo y le mandan que vuelva a casa por Navidad.

En este caso, resulta tentador volver a los viejos orígenes anarquistas y proclamar que para ésto, mejor sería que no existiese justicia ni Estado en absoluto. En fin, contengamos el arrebato y esperemos que unas pocas reivindicaciones formales, en esencia bastante difíciles de ser contradichas por nadie, por mucha caradura que tenga, se pueda poner a funcionar este invento de justicia que hasta ahora, nunca en la Historia ha servido para gran cosa.

Cada uno de los siguientes principios legales propuestos no son más que la formalización de la idea de justicia que tiene todo el mundo, incluidos los poderosos, de una forma intuitiva. Seguro que alguno necesario se me pasa, pero si no están todos los que sean, creo que lo son todos los que están. Ponga algo de su parte e invente alguno más.

Si se exigiese que formalmente las leyes que, por decirlo de alguna manera, salen al mercado, cumpliesen con estos principios, como si tuviesen que pasar una especie de exámen para un estándar de calidad, estoy seguro que la ley y su aplicación empezarían a ser más coherentes. Esencialmente, los principios descubren formalmente trucos del almendruco que dejan los huecos por los que luego se escapan justamente aquellos que tendrían que ser retenidos por la red. Digo yo que, como clientes del Estado, ya que pagamos, exijamos.  


Google
 
Web eumed.net

 

Volver al índice de PROTOPÍA

Volver a "Libros Gratis de Economía"

Volver a la "Enciclopedia y Biblioteca de Economía EMVI"