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PROTOPÍA

 

SOBRE LA VIDA COMUNITARIA

TODO CIRCULO HA DE TENER UN TESORO

 

Si hay un problema central en todo planteamiento económico éste es precisamente el de quién va a hacer la clase de cosas que nadie más quiere hacer, pero que parece necesario hacer. Desde el planteamiento liberalista puro, se niega que existan trabajos que nadie quiera hacer, de modo que básicamente, los liberalistas no creen que haya que preocuparse de esas tonterías. Sin embargo, esas tonterías preocupan mucho a casi todos los utopistas. El hecho es que en las comunidades mínimamente activas se plantea la necesidad de realizar trabajos de gran magnitud, en la que muchas personas tienen que arrimar el hombro simultánea y coordinadamente, y al mismo tiempo son obras puntuales, poco comunes, para las que habitualmente no existe un subgrupo de la comunidad especializado en ellas, o si existe, es más bien monopolístico. Hay que reconocerles a los liberalistas que tremendas obras, absolutamente puntuales, como por ejemplo, Internet, se han hecho tan bien y tan rápido precisamente porque nadie ha tratado de meterles mano de principio a fin.

Pero el problema que a mí me preocupa no es, como ya he demostrado antes, si un trabajo es necesario o no y si las personas lo harán o no espontáneamente; sino qué efecto final ejercerá sobre el círculo el acometer o no esas obras, o la forma en que se acometan. Reflexionemos sobre un ejemplo. Supongamos que la comunidad necesita una carretera importante. Parecería lo justo que alguien construyera esa carretera y luego cobrase un peaje por ella. Así, solamente aquellos que la usaran tendrían que pagarla. Si alguna actividad implicase el transporte a su través, recaería sobre ella un coste añadido totalmente justo, por ese transporte, y así solo los que adquiriesen sus productos, y por tanto, solo aquellos que realmente se benefician de algún modo de la carretera, directa o indirectamente, tendrían que pagarla. Las autopistas de peaje se usan comúnmente. Pero ahora vayamos a otro extremo. Las aceras que unen unos edificios con otros también son pesadas de construir.

Siguiendo el razonamiento liberalista de las autopistas de peaje, las aceras solo deberían ser pagadas por quienes las pisan o aquellos que obtienen bienes cuya producción exigió en algún momento el pisarlas.

Por este mismo razonamiento, las papeleras solo deberían ser pagadas por quienes tiran papeles en ellas. En realidad, cada persona debería aportar una cantidad diferente según la cantidad de pasos que da sobre la acera, los kilos que pesa y el material de sus zapatos, ya que todas estas variables influyen de hecho en la durabilidad de la acera. Por lo mismo, la cantidad de dinero que debería pagar a un empresario de papeleras debería depender del peso, volumen y composición química del papel que tiro a la papelera. Quizá todo ello sea razonable desde el punto de vista liberal.

Pero no es práctico. Sería un caos si tuviera que haber alguien cobrándome por cada paso que doy en una acera o cada papel que tiro en una papelera. Los liberalistas, en realidad, son un poco más listos que esto, y definen un criterio racional, que es el de la rentabilidad: sería enormemente caro tener a una persona calculando el importe de un pago justo para cada papel tirado en una papelera. Lo que se viene a decir es que cada persona debería pagar por lo que consume, y no por lo que no consume, hasta el límite en que calcularlo no salga más caro que un cierto criterio razonable que en cada caso se establece. Creo que es un planteamiento interesante. Según los liberalistas, el uso que se les da a las papeleras y las aceras es un uso que es más rentable dejar libre, pero a medida que la importancia de la obra considerada crece, asi como crece el tamaño de la comunidad que la inicia, las diferencias de uso que se dan a la obra por parte de diferentes subgrupos de la comunidad son abismales, y empieza a ser altamente absurdo un uso libre que no tiene en cuenta quien usa realmente las cosas cuando las tienen que pagar entre todos. Los socialistas contraatacan diciendo que en una gran comunidad se construyen muchas grandes obras por todos lados, y es raro que una persona no use enormemente una obra que no ha pagado con su parte ni en la milésima parte de lo que lo usa, de modo que lo uno por lo otro. El caso es que ambos planteamientos suenan muy razonables cada uno por su lado. Es cierto que cuando se acometen grandes obras se gastan grandes sumas de dinero que repercuten poderosamente en cada una de las pequeñas economías, y cuando esas obras no tienen nada que ver con uno, o más aún, cuando se hacen contra la propia opinión de uno, o incluso contra su propio interés, resulta un escarnio para quien es obligado por la fuerza a sufragarlas. Es cierto que cuando las grandes obras se acometen de esa manera, la recaudación de los recursos financieros exige poner en marcha la maquinaria coercitiva del Estado, que manejan los grandes jerarcas, y que puestas las obras en marcha y gestionadas de esa manera, se están comprando papeletas para ser víctimas de la ineficacia jerárquica. Por otro lado, la no necesidad de incrementar los costes de las obras con el coste añadido de su financiación personalizada, supone un ahorro importante para el círculo, sobre todo cuando son muchas las obras a acometer. Según los liberalistas, este ahorro de costes se compensa de lejos con las pérdidas que la ineficacia jerárquica genera, y seguramente tienen razón. Así que, para este importante problema de la organización del círculo, no parecen estar demasiado claras las intensidades relativas de las fuerzas centrípetas y centrífugas. En mi opinión, el factor predominante es la ineficacia jerárquica, que como tal ineficacia impide realmente dar ninguna garantía de que el efecto compensador de unas obras con otras, del que hablaba más arriba, tenga lugar, lo cual resulta no solo fastidioso para cada uno de los individuos, sino que se concreta en terribles costos de inadecuación de las obras públicas a las necesidades reales de la comunidad, como el fracaso del sistema socialista demuestra. Por otra parte reconozco el valor de hacer el acceso a determinadas obras gratuito. No solo eso, sino que, como explicaré más adelante, creo que de ello se puede derivar una de las más poderosas fuerzas centrípetas que puede generar un círculo con su legalidad. Pero está claro que los recursos disponibles para grandes obras no deben gestionarse según los esquemas simplistas de las tesis socialistas. Y creo que el argumento más poderoso de los liberalistas, en este sentido, proviene precisamente del principio de minorías marginales llevado a principio antiutópico: se administren como se administren los recursos recaudados por la fuerza entre los miembros del círculo, ninguno de ellos estará nunca de acuerdo con la administración hecha. Puesto que el principio de minorías marginales se hace más poderoso a medida que crece el círculo, es evidente que no solo crecen las posibilidades del descontento porque la ineficacia jerárquica es mayor cuanto más grande es la jerarquía administradora, y no solo crecen porque la información sobre el uso adecuado es más difícil de transmitir, sino que crecen inevitablemente simplemente por el tamaño mayor del círculo. Justamente esto es también un poderoso argumento a favor del micronacionalismo (separatismo), al que no se le puede negar su corrección.

En el fondo, este problema no se diferencia mucho del típico problema "del coche caro de papá". ¿por qué papá se compra un coche tan caro y luego no queda para comprar una tele grande, si la tele la usamos todos y el coche solo lo usa él?.

No creo que el gran problema se pueda resolver mejor que el pequeño mientras nos mantengamos en las mismas coordenadas ideológicas de la discusión.

Es necesario recurrir a la pura tecnología social. Los socialistas deben admitir que existe un gran problema en administrar correctamente los fondos públicos, y en convencer después al público de que han sido correctamente administrados. Los liberalistas deben reconocer que si se pudiera asegurar que los fondos se destinan al beneficio de quien los aporta y que si esto fuera evidente para todos los que los aportan, desde luego sería mucho más rentable no tener que andar cobrando cada uso puntual de uso de las obras públicas. Pero no voy a entrar todavía en la solución (aparentemente imposible) de esta contradicción. Voy a añadir un tercer punto a la discusión.

Como hemos repetido hasta la saciedad, no ha habido utopía o planteamiento político en toda la historia que no se haya planteado cómo evitar las deserciones de sus miembros. Ni siquiera Walden Dos, la última de la que tengo noticias. Ni siquiera Internet deja de plantearse como evitar que el potencial económico que surge de su universalidad se rompa en pedazos si aparece una alternativa más poderosa tecnológicamente. Mas el problema de la deserción es doble.

Puede haber una deserción externa (las personas se van a otro sitio), pero también puede haber una deserción interna (la clase de deserción que promuevo, y que consiste en organizarse internamente, en el seno mismo de un círculo mayor, aprovechando un potencial inexplotado por los círculos con importantes índices de desempleo, por ejemplo), en la que surge un círculo específico y claramente delimitado dentro de otro, y contra el que inevitablemente empezaría a competir desde dentro. Si el círculo interno se organiza correctamente (por ejemplo, materializando todas las recomendaciones de este libro), este círculo será como un cáncer para el círculo mayor en cuyo seno ha nacido: crecerá imparablemente acogiendo a todos aquellos insatisfechos con el sistema global. A diferencia de cualquier otra utopía planteada hasta ahora, un círculo que materialice estas propuestas no solo no está limitado en número de miembros por las limitaciones prácticas de su estructura interna, sino que su éxito se mide también en su capacidad de expandirse; no solo no exige que las personas rompan sus relaciones con el círculo mayor, sino que las enseña a medrar en aquel y las apoya para que triunfen en sus relaciones con él; no solo no supone riesgos, sino que ofrece garantías adicionales; no solo no rechaza las tecnologías del círculo mayor, sino que está en condiciones de absorberlas como una esponja; no solo no evita a las personas más individualistas, sino que las atrae; no solo no rechaza a los desprotegidos, a los menos competitivos, a los desahuciados, sino que son su vía natural de crecimiento. En suma, un círculo que materialice estas propuestas necesariamente podría suponer un riesgo para el círculo mayor, en el sentido de que compromete que las cosas se sigan haciendo en aquel tal como se han venido haciendo durante siglos. Si hay algo característico de un círculo económico que materialice las propuestas de este libro es que puede surgir fácilmente en cualquier nivel de cualquier círculo preexistente (más bien liberal, eso sí), pero especialmente en los niveles más externos, cuya supervivencia está más comprometida y por tanto para los que resulta más interesante.

Ahora bien, una de las propuestas de este libro es precisamente que los miembros de un círculo han de conocer y manejar perfectamente la dinámica en la que se fundan. Lo que quiere decir que si en el seno de un círculo que materialice estas propuestas se produce una diferencia jerárquica importante (y será inevitable que lo haga, según dice el principio de la explotación jerárquica), sería precisamente en el seno de esta clase de círculos donde sería más probable que surgiese, a su vez, otro pequeño subcírculo (aunque la contención de las fuerzas centrífugas lo hiciese menos interesante). En suma, el círculo que materializase las propuestas de este libro, tendría la misma clase de problema que tendría el gran círculo frente a él. ¿Sería capaz nuestro círculo de evitar el surgimiento de estos círculos?.

La respuesta debería ser evidente: no solo no puede evitarlo, sino que ni siquiera debe intentarlo. El círculo evita la deserción a otros círculos alternativos evitando que los nuevos círculos se planteen como una alternativa excluyente al círculo global. Lo que hace es integrarlo de una forma, si se quiere, holográfica. Sencillamente, debe asimilar el nuevo círculo a otro miembro más del círculo. Si el nuevo círculo genera con su dinámica propia una nueva clase de riqueza, o un aumento local de ella, estupendo para ella. Lo único que el gran círculo intentará será que la potencialidad económica del círculo considerado como unidad propia no sea inferior a la de la suma previa de la de sus miembros, considerados por separado. Ni siquiera debe forzar ese intercambio económico. El nuevo círculo generará por sí mismo, con el tiempo, una capacidad económica superior a la que tenían los miembros por separado. Y si no se le manipula, lo más probable es que no la pierda en ningún momento. Resumiendo: mi propuesta es que los círculos no intenten, bajo ningún concepto, limitar la auto-organización de sus miembros. Como no me he cansado de repetir, la pertenencia a un círculo no excluye la pertenencia a otro, salvo que se establezcan leyes en contra, lo cual solo tiene un efecto centrífugo mayúsculo (causa la deserción). En cambio, la tolerancia a la auto-organización no solo no causa deserción (no hay motivo para irse), sino que favorece la reactivación económica de los miembros respecto al grupo mayor. No debe olvidarse que si un círculo surge es PRECISAMENTE para dar respuesta a necesidades insatisfechas. Una necesidad insatisfecha es de antemano un fallo del círculo, y por consiguiente, su insatisfacción no puede, en realidad, empeorar el estado general del círculo que no procuraba satisfacción para esa necesidad. Un nuevo círculo nunca pretende dejar de satisfacer las necesidades que se satisfacían anteriormente en el círculo mayor. Por eso, si se le deja en paz, seguirá satisfaciéndolas normalmente.

Ahora bien, si el nuevo círculo pretende tener visos de viabilidad, deberá ser como un pequeño homúnculo del círculo mayor, en lo que a organización estructural se refiere. Lo que quiere decir, entre otras cosas, que evidentemente, deberá tener...su propia fiscalización interna.

En capítulos anteriores vimos que entre las funciones básicas que la fiscalidad debía cubrir estaba el asegurarse que no se admiten en su seno las actividades parásitas (mejor llamarlas "no-actividades" retribuidas), asegurarse que se cumplen las garantías contractuales extendidas y de trabajo correctamente realizado, las responsabilidades debidas a los daños producidos sobre los recursos gratuitos, la redistribución de riesgos, la contención de la inflación interior, e incluso el ejercer un bloqueo económico pertinente. ¿por qué no también asignarle la fiscalidad recaudadora de fondos para las obras de necesidad conjunta?.

Aquí es donde volvemos a la cuestión principal del capítulo. Propongamos lo siguiente: que cada círculo económico gestione el destino de unos fondos recaudados internamente como concepto de gravamen a los intercambios producidos internamente, y pague a otro superior en función del gravamen a los intercambios externos. El destino de esos fondos será determinado políticamente por los miembros del círculo.

Por ejemplo. Supongamos que el círculo A contiene al B y el B al C.

Supongamos que el círculo A establece un gravamen interno del 10 %, el B un gravamen interno del 20 %, y el C solo del 5 %. Eso quiere decir que el 5 % de lo que se trabaje dentro del círculo C para el círculo C, será destinado por la jerarquía superior de C a lo que políticamente C determine.

Ahora bien, en los intercambios de C con B, el 20 % de lo que se produzca será destinado a los fondos de B, puesto que el gravamen de B es del 20 %.

A su vez, lo que B intercambie con A estará gravado y destinado a los fondos de A, en un 10 %. La pregunta, evidentemente, es ¿cuanto tendrá que pagar C por un intercambio DIRECTO con A, y a quién?. Pues es bastante simple.

Un 10 % a A, y B no pinta nada.

Mediante esta fórmula, cada círculo estaría obligado a participar de los gastos comunes de aquellas comunidades en las que formalmente intercambie, pero no tiene que pagar nada por sus propios asuntos internos, tal y como corresponde al concepto "holográfico" de círculo económico no excluyente.

Aunque la definición formal de un círculo ya nos hemos cansado de repetir que no tiene nada que ver con asuntos de localización geográfica, sí que es cierto que una localización geográfica DEFINE un círculo (inevitablemente). Veamos, pues, como se aplicaría este principio a la fiscalidad en la territorialidad, por ejemplo, del estado español, formado por comunidades autónomas, y éstas por demarcaciones municipales. Imaginemos que España tiene un gravamen del 10 %, que el País Vasco tiene uno del 15 % y Cataluña uno del 5 %. Imaginemos que la ciudad de Barcelona tiene un gravamen del 6 % y Bilbao un gravamen del 9 %. Esto significa que los intercambios económicos realizados dentro de Barcelona tendrían un coste fiscal del 6 %, porque se realizan a nivel local. Los intercambios realizados entre Barcelona y Lérida tendrían un coste del 5 %, porque se producirían a nivel autonómico. Si se produjeran con Bilbao, tendrían un coste del 10 %, porque se producirían a nivel nacional. Los intercambios dentro de Bilbao tendrían un coste fiscal del 9 %, los intercambios de Bilbao con otra ciudad del País Vasco, uno del 15 %, pero los intercambios de Bilbao con Madrid, tendrían uno de del 10 %. Estos impuestos serían recaudados y gestionados, sucesivamente, por la ciudad, la comunidad o el estado español.

Asegúrese de comprender la propuesta antes de continuar.

La propuesta trata de compatibilizar las siguientes afirmaciones (a mi modo de ver, muy razonables):

Primero. Si una empresa de Barcelona intercambia con una empresa de Barcelona, entonces está haciendo uso de la economía interna de Barcelona.

Por consiguiente, es a la comunidad Barcelona a cuyo sostenimiento debe contribuir.

Segundo. Si una empresa de Barcelona intercambia con una empresa de la comunidad, entonces está haciendo uso de la economía de la autonomía, y no la de Barcelona. Si la empresa hubiera encontrado un proveedor o un cliente dentro de Barcelona, hubiera estado haciendo economía barcelonesa, pero no lo ha hecho. Barcelona no le ofrecía el interlocutor adecuado, y ha tenido que acudir a un interlocutor lejano en otra ciudad. Ahora bien, es la comunidad la responsable de favorecer y regular los intercambios entre ciudades de la comunidad, por consiguiente, la empresa, en este acto, NO HA PERTENECIDO a Barcelona, sino a Cataluña. Por tanto, es Cataluña la que debe recaudar el impuesto y quien debe gestionarlo.

Tercero. Lo mismo ocurre si la empresa tiene que ir un poco más lejos, y necesita intercambiar con Bilbao. Los intercambios entre Barcelona y Bilbao, necesariamente deberían ser promovidos y facilitados por el estado español. Por tanto, es el estado el que debe recaudar la contribución al sostenimiento.

Cuarto. Si ninguna empresa de Barcelona intercambia con ninguna empresa de Barcelona, entonces es que Barcelona está francamente mal organizada, y no tiene sentido que sus jerarquías gestionen los recursos de sus habitantes.

Quinto. Pero si el País Vasco no intercambia nada con el resto de España, entonces no tiene sentido que tenga que contribuir al sostenimiento de un estado cuyos recursos no usa de ninguna manera.

Sexto. Si muchas empresas de Barcelona intercambian con muchas empresas de Tarragona, muchos impuestos se destinarán a la comunidad catalana. Lo normal es que la comunidad emplee esos fondos para financiar obras que afecten de un modo general a los catalanes, en especial las vías de comunicación entre Barcelona y Tarragona, que facilitarán los intercambios de aquellos que justamente los han financiado.

Séptimo. Pero las empresas de Bilbao no tienen porqué financiar las autopistas entre Barcelona y Tarragona.

Octavo. Si en Valderranas de Arriba no hay empresas, entonces ninguna ciudad, comunidad o estado pinta nada haciendo obras en Valderranas de Arriba.

Noveno. Pero si los habitantes de Valderranas de Arriba quieren que se hagan obras en el pueblo, que creen empresas de Valderranas que intercambien con Valderranas y financien las obras de Valderranas.

Décimo. O bien, que los habitantes de Valderranas hagan empresas que negocien con empresas de su comunidad para que sea su comunidad la que financie las obras.

Undécimo. Pero si las empresas de Móstoles no quieren saber nada de ninguna otro lugar del mundo, entonces tampoco tienen porqué pagar nada a nadie.

En mi opinión, este sistema abarca de un modo natural tanto el planteamiento liberalista (que pague quien lo use) como el socialista (después de hecho, no hay que pagar por ello), tomando lo mejor de ambos en sus mínimos detalles.

Por ejemplo. Imaginemos que alguien se preguntara con qué derecho un madrileño va y circula por la autopista entre Barcelona y Tarragona. Entonces la respuesta es simple: si un madrileño circula entre Barcelona y Tarragona, es que tiene intención de hacer algún movimiento económico por esa zona, lo cual beneficia justamente a la comunidad catalana.

Por ejemplo. Imaginemos que alguien se pregunta qué nos asegura que la Generalitat catalana destinará el dinero recaudado por los intercambios entre Barcelona y Tarragona a construir una necesaria autopista entre ambas ciudades y no a construir un puerto deportivo en Barcelona, o a financiar la limpieza del coto de Doñana. La respuesta es que el principio que propongo es que se exija constitucional y filosóficamente que los gastos recaudados de una comunidad se destinen a la comunidad, y no a cualquiera de sus miembros o a comunidades ajenas. En todo caso, desde el punto de vista de la estabilidad del super-círculo (el estado español), el problema se circunscribe a Barcelona, Tarragona y su President, y no tiene porqué salpicar ni a vascos ni a andaluces. A esto se le llama eficacia jerárquica.

Por ejemplo. Desde el punto de vista de la eficacia jerárquica, es claro que son los representantes catalanes los que mejor sabrán lo que necesita Cataluña para incentivar la economía catalana y responder a las necesidades de los catalanes. No tiene lógica que lo decida un sevillano. (Salvo que se vaya a vivir a Cataluña).

Por ejemplo. Desde el punto de vista social, las obras hechas en Cataluña han sido financiadas con seguridad por catalanes, y con seguridad las usan precisamente ellos, de modo que no hay porqué exigir ningún pago adicional. Por lo menos, a los catalanes.

¿No debería entonces el intercambio internacional seguir un esquema similar?. Evidentemente, tendría mucha utilidad. Lo que ocurre es que no hay constituciones formales de comunidades internacionales que se hagan cargo de estas funciones y pudieran dirigir estos fondos a propósitos de índole internacional. Pero es una pena, porque así no hay forma de asegurar que el planeta tenga una mínima organización mundial.

¿Quiere eso decir que si una comunidad se estableciese de modo autárquico no debería estar obligada a trabajar para pagar los impuestos de comunidades con las que no tienen nada que ver?. En efecto, creo que sería la primera prueba en la Historia de que existe algo de democracia y libertad en el mundo.

¿por qué no establecemos un tipo de gravamen determinado?.

Sencillamente, porque no es necesario. Cada grupo de personas puede reunirse bajo diferentes ideas y propósitos. Un grupo de personas pueden estar de acuerdo en destinar el 90% de su trabajo a una obra común, mientras que otras pueden pensar que basta con un 5%, por lo que estas establecerán, en su propio círculo, el tipo que les parezca conveniente. En todo caso, es según con quien después se negocia realmente, como se determina EN REALIDAD a qué grupo decide pertenecer una persona. Es estupendo que una empresa se considere vasca, pero en la medida que todos sus negocios se hagan en Sevilla, la empresa realmente no está actuando como una empresa vasca, sino española, ya que el trajín entre el País Vasco y Sevilla no se ejerce solo en el País Vasco o Sevilla, sino a través de España. Y si el coste de las carreteras españolas es de un 20 %", de nada debería servirle a esa empresa decir que el tipo vasco es de un 5%".

Espero que quede claro con todo esto, que la filosofía es que las personas, las personas y las instituciones, deben atenerse a las consecuencias de trabajar y satisfacer sus necesidades con las oportunidades que tal o cual comunidad generan. Si en tu ciudad el tipo fiscal es de solo un 10 %", pero no hay negocios, y te vas a una ciudad en la que gracias a una mayor fiscalidad, por ejemplo, un 50 %, hay mayores oportunidades de negocio, entonces ¿cuánto debes pagar?.

Evidentemente, un 50 %, puesto que usas los recursos generados por las personas que pagan un 50 %. Esto es perfectamente compatible con el espíritu liberalista.

Pero la facultad de pertenecer a una comunidad que distribuya sus recursos según tus propias ideas sobre el tema (eso sí, con todas las consecuencias), debe ser libre. Por eso no debe establecerse un tipo único, sino que cada comunidad debe establecer el que considere oportuno para los propósitos que se haya propuesto. Mientras existan varias alternativas, las personas podrán decidir libremente en qué comunidad quieren vivir y realizar sus actividades según sus propios gustos, las oportunidades que tales gustos realmente ofrezcan y con las consecuencias que esos gustos tengan. Lo que me parece el paradigma de la libertad económica, pero también el paradigma de la posibilidad de las pequeñas comunidades socialistas, las cuales actuarán en sí mismas como les parezca. Mientras se respete la propiedad definitiva (paradigma liberalista), y la libertad de asociación económica (otro paradigma liberalista), cuando se permita que cada asociación defina sus propios criterios fiscales y gestione los recursos generados por ella misma, nadie podrá decir seriamente que el liberalismo impone a nadie ninguna clase de vida que no le guste, pero estará a salvo el liberalismo mismo, puesto que cada comunidad, si quiere realmente sacar algo de las comunidades liberales, lo tendrá que hacer con todas sus consecuencias. A su vez, quienes quieran vivir en comunidades que ofrezcan más garantías, pero también tengan mayores exigencias, TAMBIEN lo podrán hacer.

Mientras tanto, esta tipo de fiscalidad, posibilitaría que los círculos liberales se reforzaran INCLUSO con la existencia en su seno de pequeños círculos casi rayando, por ejemplo, en la anarquía total, sin resentirse de ningún modo.

En realidad, el liberalismo SIEMPRE ha tolerado naturalmente la existencia de los pequeños círculos con criterios de mayor presencia de lo público.

El problema ha sido que, puesto que los estados con economía capitalista realmente requerían algo de presencia pública, han tenido que tolerarla, y esta presencia ha estado descaminada y desmandada.

El principio que proponemos pondría fin, a mi entender, a este tipo de problemas, y por consiguiente a los roces y conflictos que dificultan el entendimiento entre los círculos reales y dentro de los círculos mismos entre sus miembros, causando inevitablemente deserciones perjudiciales en todos los que se plantean.

Debo insistir, además, en que la definición formal de un círculo no tiene que ver con lo geográfico. Un círculo puede ser cualquier asociación que se establezca formalmente con la pretensión de explotar de forma interna el trabajo especializado de sus miembros con el fin de satisfacer un tipo cualquiera de necesidad y en una cantidad cualquiera. En este sentido, por ejemplo, un círculo puede ser una empresa, si explota la capacidad de su reunión de diferentes personas para que unas se den servicio a otras.

Mientras esta empresa no tenga que tener personas atravesando el territorio para hacer su actividad, ¿con que objeto debería nadie aprovecharse del esfuerzo de organización que hacen?. Ahora bien, si la empresa tiene localizaciones dispersas por Madrid, el desarrollo de su actividad se ejerce gracias a las infraestructuras madrileñas, y por consiguiente, debe contribuir de algún modo a ellas, según lo que es costumbre en Madrid. Si no le gusta así, que se busque un bosque, y se pierdan todos en el mismo sitio.

Resumiendo, cada círculo formalmente establecido como tal, debería tener derecho a recaudar parte de su tránsito interno y debería estar obligado a gastar esa recaudación en el ámbito que abarca, y no de ninguna otra manera ni en ninguna otra cosa. Cada círculo recaudará esta cantidad tanto de los miembros que actúan en calidad de miembros de éste como de los subcírculos que lo formen, siempre en la medida que haya un intercambio definido como externo al subcírculo.

Por si aún no ha quedado claro, haré hincapié en lo que esta propuesta tiene de diferente. Supongamos que tenemos constituido el círculo A, del que son miembros Fula, Menga y Zuta. Todos los intercambios entre ellos se gravan y este impuesto es recaudado por Fula en calidad de gestor de A. De repente, Menga y Zuta deciden que constituyen un subcírculo B. Eso quiere decir que desde ese momento, el subcírculo B llega a tener un "gobierno" propio que recauda un tipo de impuesto sobre los intercambios entre Menga y Zuta. El efecto final es que Fula recauda menos. Esto es evidente. Nuestros estados actuales (ni ninguno anterior que yo conozca) NO PERMITEN ese tipo de intercambio.

Al menos, legalmente. La razón es la apuntada: recaudarían menos.

Obsérvese que salvo por lo que respecta a dicha recaudación nominal del círculo A, nada cambia en lo económico porque Menga y Zuta se definan o no como un círculo B. La economía sigue funcionando IGUAL. Por lo tanto, el motivo por el que los estados no permiten la formación espontánea de círculos económicos es por el efecto que esto tiene sobre su recaudación fiscal, y por tanto, sobre su poder efectivo (para desviarla a los fondos personales de todos los Fulas que en el mundo son). No tiene justificación económica alguna.

Sin embargo, permitir que los círculos económicos se formen, en efecto, de esa manera, SI tiene un positivo y medible efecto económico: permite que Menga y Zuta, que están mucho más cerca de los problemas de su propia convivencia y colaboración gestionen sus posibilidades productivas en beneficio de dicha colaboración, y esto es un efecto contra-centrífugo: si Menga y Zuta se han puesto de acuerdo para formar un círculo propio es porque están insatisfechos con la (probablemente ineficaz) gestión de Fula.

Por consiguiente, los liberales deben apoyar la factibilidad de crear círculos económicos libremente porque lo contrario sería contradictorio con su propia filosofía.

Pero los socialistas también, puesto que tienen que admitir que es la posibilidad de que las personas se organicen por ellas mismas sin prestarle una atención inmerecida a un estado ineficaz, la garantía de que las personas que lo deseen formen grupos tan grandes como quieran que tengan la fiscalidad que a ellos les convenga. Pero los anarquistas también, puesto que se puede comprobar que un círculo con tipo cero de gravamen (un tipo cero anula la gestión central del círculo) es formalmente un grupúsculo anarquista. Pero si hay alguien que tiene que estar, a mi entender, más de acuerdo con este tipo de medida, son precisamente los nacionalistas-separatistas, ya que este tipo de medida es la constitución filosófica del separatismo como concepto filosófico-económico.

Por consiguiente, y tal como mencionaba al principio del libro, todas las utopías que en el mundo han sido, y en especial aquellas cuyas ideologías aún colean, COMPARTEN el deseo esencial de que las personas puedan organizar el trabajo colectivo en el ámbito en que su vida se desarrolla y con relación a ella, y participar en la medida que cada ideología determina, por lo que todas, al final, son necesariamente compatibles con la idea "un círculo-un tesoro", que permite que en su seno se formen subunidades de "círculos-tesoros", especialmente dedicadas y gestionadas más de cerca por sus miembros. Y esto es precisamente, tal como decía en la introducción, por que la ineficacia jerárquica actúa de un modo terrible, y como fuerza centrífuga que es, todas las utopías tratan de evitarla.

Ahora bien, solo la explicitación de este principio filosófico en el seno de una comunidad cualquiera, tenga la orientación que tenga acerca del problema del trabajo público, permite que la comunidad se defienda de los efectos centrífugos, desestabilizantes, de la ineficacia jerárquica, y la reacción separatista, desertora, que se genera cuando el deseo de eficacia no encuentra eco en las jerarquías del círculo (y difícilmente podría tenerlo, ya que el principio de minorías marginales ASEGURA que cuanto más grande sea un círculo, menos satisfechos estarán sus miembros con el trabajo comunitario, si es que la jerarquía fuera capaz de ser suficientemente eficaz, lo que tampoco puede asegurarse en la situación actual).

En resumen. El principio "un círculo-un tesoro" establece que el círculo permitirá que en su seno se formen círculos con su tesoro propio, el cual será gestionado por él mismo, y será recaudado según explicite la constitución del nuevo círculo, gravando los movimientos económicos que se producen en su interior, y que ya no podrán ser gravados por el círculo en cuyo interior surge el nuevo. A su vez, evidentemente, ello determinará que el círculo superior deje de tener la clase de obligaciones públicas que correspondían a la previa recaudación, y que de continuar, tendrán que ser heredadas por la gestión del nuevo círculo.  


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