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¿Por qué los ricos son más ricos en los países pobres?


José María Franquet Bernis

 

 

EPÍLOGO

 

Como consecuencia de la globalización de la economía que se ha producido con la caída del comunismo, tras el derrumbe del Muro de Berlín y en los albores del tercer milenio, el mundo se ha embarcado en un proceso vertiginoso de cambio acelerado y de innovación tecnológica. Como consecuencia de ello, las próximas décadas traerán tiempos de grandes transformaciones, oportunidades y peligros que podemos sintetizar del siguiente modo [1]:

 

1)                              Las economías más sanas de Europa, Asia y América están agrupándose y constituyendo grandes bloques económicos regionales.

2)                              Los conflictos militares clásicos van siendo reemplazados por la lucha contra el terrorismo y la competencia económica y comercial.

3)                              Existe, por lo menos en nuestro país, una emigración bien vista y otra mal vista: la del que tiene el petróleo (que va a Marbella y alrededores) y la del que no posee nada (que intenta saltar el Estrecho de Gibraltar a bordo de patera). Más valdría, posiblemente, que todo o buena parte del dinero procedente del oro negro permaneciese en las regiones de origen (el Magreb y, en general, el mundo musulmán), lo que evitaría esos movimientos descontrolados y dolorosos de la población.

4)                              Están aumentando los conflictos étnicos y tribales, los regímenes despóticos, el fundamentalismo islámico y la tradicional hostilidad hacia Occidente y su gran patrón, USA, en muchos países del África, Oriente Próximo, Asia Central y los Balcanes. El monstruoso atentado terrorista que destruyó las torres gemelas del World Trade Center neoyorquino, el 11 de Septiembre de 2001, constituye una buena prueba de ello.

5)                              Una Rusia empobrecida, una China potencialmente agresiva y algunos pequeños países capaces de producir armas nucleares, representan un serio peligro. El terrorismo nuclear es cada vez más sencillo de organizar y representa una grave amenaza para la paz mundial.

6)                              La innovación tecnológica destruirá muchos puestos de trabajo. A medida que vayan desapareciendo las restricciones sobre las importaciones en los países desarrollados, los empleados que realicen trabajos rutinarios competirán en el mercado global en inferioridad de condiciones y perderán sus empleos.

7)                              La reducción del tamaño de los gobiernos, la privatización de la asistencia social, la filosofía de la supervivencia de los más aptos, acentuarán inexorablemente las diferencias entre ricos y pobres, tanto entre los individuos como entre los Estados.

 

Los grandes del mundo se han esforzado por presentar los réditos de su modelo a unos ciudadanos convertidos en clientes y usuarios de un sistema en crisis. Nos ofrecen, por una parte, el haber taumatúrgico de una economía sin fronteras y de libre mercado, mientras olvidan el debe de un sistema que, como hemos podido comprobar a lo largo del presente libro, lejos de solucionar la problemática existente, acrecienta la dolorosa brecha abierta entre los países ricos y los pobres. En ese mismo cesto de la globalización económica, no se han introducido ni la regulación internacional del mercado de trabajo -ahí están las leyes de extranjería que limitan esos movimientos-, ni la armonización fiscal y laboral internacional, ni el respeto al medio ambiente, ni la prohibición del trabajo infantil, ni, en general, la mundialización de los derechos humanos y de su valor irrenunciablemente universal.

Sin embargo, ya se empiezan a vislumbrar los efectos negativos de la globalización económica y del progreso desequilibrado: es hora de poner remedio y encontrar una armonía estable entre la colectivización, la planificación central y el control absoluto del Estado (comunismo) y el imperio salvaje de la iniciativa privada (ultraliberalismo) que tiende a convertir en simples marionetas a los gobernantes democráticos de las naciones.

Tampoco la internacionalización financiera tendría por qué dificultar las tareas redistributivas de los poderes públicos, bajo el falaz argumento de su incompatibilidad con la modernidad que supone un mundo globalizado. Como señala el prof. V. Navarro, veamos que en nuestro país, por ejemplo, el incremento de las desigualdades sociales, consecuencia directa de la aplicación de políticas fiscales regresivas y de la disminución del gasto social en términos relativos (expresado como porcentaje del PIB), está siendo justificado por la necesidad de hacer la economía española más competitiva en un mundo más globalizado, sin tenerse en cuenta que otros países europeos mucho más globalizados que el nuestro (como Suecia, Finlandia, Holanda o Noruega) están hoy siguiendo políticas redistributivas francamente exitosas.

            En cuanto a la Globalización, la gente empieza a pensar que no estaría del todo mal, por ejemplo, llevar a efecto una globalización de las demandas y de las promesas que se han hecho a sí mismos los más desfavorecidos de todo el mundo. Y promesas con las que se nos vino encima la Globalización corporativa: como la del equilibrio de los mercados (de hecho, sólo ha prohijado un tremendo desequilibrio a favor del centro) y una mayor equidad en materia de inversiones (que se vuelcan masivamente hacia los países desarrollados y emergentes, que son justamente los que menos las necesitan).

Es bien cierto que, con el objetivo de superar las crisis económicas internacionales, resulta necesaria la garantía de la estabilidad del sistema monetario y financiero internacional. Pero ello será impensable mientras no se reduzca la pobreza que afecta al sistema, ya que ésta limita el crecimiento y agudiza las ya enormes diferencias existentes entre los países del orbe. La valoración del conjunto debe hacerse en función de la prosperidad general, especialmente la de los más necesitados, no en base a la de unos cuantos, más bien pocos.

Si tomamos a la Historia como nuestra guía, podríamos esperar que el libre mercado global pertenecerá en breve a un pasado irrecuperable. Como otras muchas utopías del siglo XX, el laissez faire global -junto con sus víctimas- puede ser tragado por el hoyo profundo y tenebroso de la memoria histórica.

Pero habrá que ser optimistas y pensar que también es posible que, en un futuro relativamente próximo, la globalización de las actividades económicas y financieras, de no llegar a desaparecer, se fundamente en bases y controles democráticos y se halle inspirada en los principios básicos de la solidaridad, de la igualdad y de la justicia social, no como sucede ahora.

Como también resulta posible que, pese a todo, del sueño interesado y falaz de la globalización económica, que hoy por hoy parece llevar a su espalda el viento largo e impetuoso de la modernidad, en el futuro quede muy poco. Sobre todo cuando los pueblos y sus dirigentes caigan definitivamente en la cuenta de hacia dónde conduce y a quienes realmente beneficia.


 


[1] Vide D. HIDALGO, El futuro de España. Ed.: Taurus. Madrid, 1996.

 


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