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¿Por qué los ricos son más ricos en los países pobres?


José María Franquet Bernis

 

 

La tasa Tobin. ¿Una incipiente solución para el futuro?

 

Definición y objetivos de la tasa

 

            Tal como señala Santiago Vilanova [1], la alternativa más discutida en los forums de Davos y de Porto Alegre, paradójicamente opuestos, es la aplicación de la denominada “tasa Tobin”, un impuesto a nivel mundial en las transacciones especulativas de divisas, llamado así por el economista norteamericano que lo propuso. Se trata de la primera iniciativa fiscal de ámbito mundial propuesta en 1972 por el profesor James Tobin, de la Universidad de Yale, premio Nobel de Economía de 1981 por su trabajo de análisis de los mercados financieros y situado, ideológicamente, en las antípodas de lo que quieren significar los movimientos antiglobalizadores al uso. Junto con Walter W. Heller, fue asesor del presidente John Fitzgerald Kennedy y defensor de su “Nueva Política Fiscal” (New Economics), continuada por el presidente L. B. Johnson. Dicha tasa consiste, en realidad, en un impuesto del tipo oscilante entre el 0’1% (uno por mil) y el 0’5% (cinco por mil) sobre las transacciones financieras realizadas, a corto plazo, en los mercados internacionales de divisas, al objeto de frenar la especulación en los mercados de capitales, evitando los efectos devastadores que una retirada masiva de capital podría provocar en la divisa de un cierto país y, como consecuencia directa, en su economía, habida cuenta de que esa retirada repentina obligaría a los países a elevar drásticamente los intereses para que la moneda nacional continúe siendo atractiva. Pero los intereses altos son, con frecuencia, desastrosos para la economía nacional, como han puesto de manifiesto las sucesivas crisis de los años noventa del pasado siglo en México, el Sudeste asiático y Rusia. La tasa Tobin, en definitiva, devolvería cierto margen de maniobra a los bancos emisores de los países pequeños y opondría algún obstáculo al frío dictado de los mercados financieros.

 La tasa, que se impondría en cada cambio de una moneda a otra, disuadiría a los especuladores, porque no rentabilizaría las inversiones realizadas con un horizonte temporal tan próximo. Como sea que actualmente estas operaciones representan una cifra superior a los 1’8 billones de dólares diarios (unos 380 billones de pesetas, casi cuatro veces el PIB anual español), se podrían recaudar, por este concepto, alrededor de 200.000 millones de dólares; es decir, en un año se podría cubrir el importe de la deuda externa de los países del Tercer Mundo. Este montante se aplicaría para desarrollar los países pobres sin desestabilizar las ocho grandes plazas financieras que concentran el 83% del tráfico de divisas ni a las propias estructuras del Banco Mundial. Esas plazas financieras son las siguientes: Reino Unido (32%), USA (18%), Japón (8%), Singapur (7%) y el resto se reparte entre Alemania, Suiza, Hong Kong y Francia.

            Hace treinta años, Tobin llevó a efecto más un pronóstico que no un análisis de la realidad, dado que en aquellos momentos comenzaban a realizarse las primeras transacciones electrónicas de dinero por ordenador. Pero sucedió justamente lo que él preveía: en estos momentos, el 85% de dichas transacciones nada tienen que ver con la compraventa de bienes o servicios, sino que corresponden a operaciones puramente especulativas y tan a corto plazo que más del 40% de estas inversiones regresan al punto de partida en menos de tres días, y un 80% en el lapso de una semana.

La tasa en cuestión tenía como objetivo principal calmar la inestabilidad masiva imperante en los mercados globales de divisas, como consecuencia del colapso del sistema alumbrado en Bretton Woods después de la Segunda Guerra Mundial, que se basaba en el patrón de convertibilidad del dólar estadounidense en oro.


 

[1] Vide S. VILANOVA, “ONG antiglobalització, revolució o reforma?”, en diario El Punt. Tarragona, 9 de junio de 2001.


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