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¿Por qué los ricos son más ricos en los países pobres?


José María Franquet Bernis

 

 

Los costes medioambientales

 

      Hace aproximadamente quince años algunos climatólogos ya aventuraron que nuestro planeta se estaba calentando. Argumentaban que, desde la revolución industrial, la humanidad había vertido a la atmósfera volúmenes crecientes de gases, sobre todo dióxido de carbono (anhídrido carbónico) procedente de la combustión de madera y de los combustibles fósiles, pero también gases o hidrocarburos saturados de efectos refractarios, como el metano, procedentes de actividades agrícolas y ganaderas efectuadas a gran escala.

      A medida que la industria, el tráfico y la agricultura intensiva se desarrollaban, la cantidad de gases crecía. Éstos se han ido acumulando y han formado un velo en la atmósfera, dejando pasar la luz solar pero reteniendo el calor, circunstancia que impide el enfriamiento del planeta y aumenta la temperatura terrestre. Este fenómeno se ha denominado “efecto invernadero” porque actúa como si hubiese una cubierta de vidrio o plástico sobre la tierra que incrementara su temperatura.

      Diferentes mediciones confirmaron el aumento de la temperatura media del planeta a lo largo del siglo XX. Por ejemplo, un informe de la Red Europea del Clima, que analizó la temperatura del aire, las precipitaciones y las horas de insolación, refleja la subida de temperatura media en la última centuria en el continente europeo, el mayor número de inundaciones en el sur y el aumento de los períodos de sequías. Para los autores de este informe, no hay duda que el calentamiento del último siglo está desencadenado por la urbanización del suelo europeo. Pero este aumento se disparó entre los años 1980 y 1991, período en el que el termómetro marca entre 0’25 y 0’50ºC más, según las zonas, que en el lapso que transcurre de 1950 a 1980.

      Los primeros modelos climáticos asistidos por ordenador confirmaron la posibilidad de que, a finales de siglo XXI, la temperatura media global del planeta haya subido unos 3ºC. A pesar de la evidencia, los científicos del PICC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático) cuestionaban hasta hace poco la relación existente entre este cambio y la actividad humana. Su tesis sostenía que siempre han habido cambios climáticos y el actual es sólo uno más, independientemente de la contaminación ambiental.

      Sin embargo, en mayo de 1995 se conocieron nuevos y demoledores datos, como los aportados por el Instituto de Meteorología Max Planck de Hamburgo. Además de confirmar el aumento de la temperaturas durante los últimos veinte años, su director, Klaus Hasselmann, demostró que había un 95% de probabilidades de que la causa del calentamiento fuera la actividad humana. Los investigadores alemanes reprodujeron mediante ordenador las oscilaciones térmicas constatadas durante los últimos mil años y las compararon con el aumento y las oscilaciones actuales. Sus modelos tuvieron también en cuenta la distribución regional de las lluvias y la dispersión de las temperaturas y las corrientes marinas. El resultado fue esclarecedor y estremecedor al mismo tiempo: el ritmo actual de calentamiento es único; en ninguna oscilación climática anterior, la temperatura se incrementó tanto en un período de tiempo tan corto, y eso sólo puede obedecer a la intensidad desbordada de la actividad antrópica [1].

      Entre las previsiones o consecuencias de este incremento figura el crecimiento del nivel de los océanos en unos 45 centímetros en el año 2100, lo que afectará a un total de 100 millones de personas que actualmente viven en zonas costeras o deltaicas -como el Delta del Ebro y otras españolas- condenadas a anegarse o a establecer costosísimos sistemas de protección. De momento, en los dos últimos años, el aumento del nivel fue excepcional, de ocho milímetros, según datos proporcionados por la propia NASA.

      Los primeros síntomas evidentes del cambio climático parecen ya haber llegado. En la Antártida, dos grandes plataformas heladas de la Tierra de Graham se han desprendido, confirmando las previsiones efectuadas. Pero existen aún más datos:

-                Las temperaturas medias globales se han elevado entre 0’3 y 0’6ºC durante los últimos 140 años. Los nueve años más cálidos de este extenso período se registraron a partir de 1980, siendo 1990 su momento culminante. Este ascenso constante se manifiesta pese a la gran erupción del volcán Pinatubo en 1991, -lo que provocó que fuera el único año con un descenso de la temperatura media-, que escupió 30 millones de toneladas de dióxido de azufre, que actuaron como barrera para los rayos solares.

-                Las masas de hielo retroceden en todo el mundo. Los glaciares de los Alpes suizos han perdido la mitad de su superficie desde 1850 hasta nuestros días y, según la NASA, la extensión del suelo ártico disminuyó un 2% entre los años 1978 y 1987. El Instituto Polar Británico Scott denunció, por su parte, que el casquete polar ártico ha perdido entre 4’4 y 5’3 metros de espesor, mientras el hielo antártico disminuye el 1’4% cada década.

-                Durante los últimos 100 años el nivel del mar ha subido unos veinte centímetros y este ritmo se ha acelerado hasta 3 cm por década. Este ascenso pone al borde de la inmersión a varios pequeños estados insulares del Océano Pacífico.

-                Además de aumentar de nivel, los mares se calientan. En la región tropical, la temperatura del agua ha subido 0’54ºC durante los últimos cincuenta años. Los cien metros superiores del Pacífico, en California, se han calentado una media de 0’8ºC en los últimos 42 años y los niveles más profundos del Mediterráneo han aumentado 0’12ºC su temperatura desde 1959.

-                El aumento global de las temperaturas de la atmósfera y del mar también se ha manifestado durante las últimas décadas mediante importantes sequías en regiones tan alejadas como California, Gran Bretaña, España, Brasil o Zambia. Como consecuencia de todo ello, se ha acelerado la desertización, que ya afecta a un 35% de la superficie terrestre.

 

El calor, en el futuro, evaporará mucha más agua que en la actualidad y causará una gran sequía en las regiones hoy cálidas e incluso templadas. Muchas fuentes y cursos de agua se secarán, la vegetación (tal como hoy la conocemos) desaparecerá de muchas zonas, los desiertos avanzarán... El sur de España, Italia o Grecia, el Magreb, Oriente Medio o el sur de los Estados Unidos tendrán un paisaje parecido al actual del Sahel; en el norte de Europa y de América el clima será más cálido y sobre todo muy húmedo. Y en el supuesto (que, en todo caso, está científicamente por corroborar) de que las temperaturas llegasen a aumentar un promedio de uno o dos grados centígrados y las precipitaciones acuosas disminuyesen correlativamente entre un 10% y un 20%, los recursos hídricos se pueden reducir entre un 40% y un 70% [2].

            Pues bien, lejos de tomarse todas las precauciones y medidas preventivas que exige el caso, la explotación irrestricta y acelerada de los recursos naturales se ha constituido en la obsesión de un sistema hambriento de conversiones monetarias. Nunca antes la naturaleza encontró un enemigo más brutal que el engendro globalizante de esta última etapa capitalista [3]. En la práctica, una acerada combinación de proyectos, reuniones, acciones y reglamentaciones aperturistas de las fronteras ecológicas, ya de por sí muy débiles, ha ido construyendo la actual situación de contaminación, destrucción ambiental y calentamiento global.

Las campañas de privatización abandonaron la naturaleza al criterio contable, a la administración de los negocios, a la farándula de la ignorancia y del apetito, que en algunos instantes logró opacar la propia percepción de muchos ecologistas, que culparon al "hombre" del desastre, y no al sistema corporativo en expansión. Las empresas, en las décadas anteriores, no dejaron de percibir el riesgo que les representaba una visión ajustada de la destrucción ambiental. Así como las compañías tabacaleras pagaban a científicos para exaltar los beneficios indiscutibles del tabaco, también el sistema globalizante negó su participación en el calentamiento terrestre, y hasta llegó a negar que éste estuviera ocurriendo. Después se sumaron las evidencias, pero continúa habiendo una férrea disposición para seguir sosteniendo proyectos destructivos. Un ejemplo de ello es lo que pasó con el protocolo de Kyoto, donde ha faltado el apoyo de los EEUU. O la conducta de gobiernos hambrientos del sostén corporativo, que no suscriben restricciones a la contaminación ambiental, ya que eso limitaría "sus ventajas comparativas" (¡ya volvemos a las vetustas “esencias” de la Economía ortodoxa!). O la reciente buena disposición del gobierno de Cardoso para terminar, con un poco de suerte y de una vez por todas, con la selva amazónica brasileña.

Es evidente que la plena apertura de mares y bosques a su conversión en capitales, sigue generando grandes ganancias, y ofrenda, por tanto, su contribución suicida al avance de la Globalización. Pero ya no es ésta una carretera libre de obstáculos como en el pasado: hay un límite bien visible a la vieja idea de una naturaleza inagotable. Crece además la alarma frente a los resultados. Y más todavía que la alarma, con la culturización de los pueblos, aumenta la conciencia medioambiental entre las gentes, como se ha demostrado en Seattle y, de ahí en adelante, en cuanta reunión sonada realicen los modernos depredadores de nuestro planeta.

Creemos, en fin, que incluso el laissez faire global se ha convertido en una amenaza para la paz entre los Estados. El sistema económico internacional de hoy en día no cuenta con instituciones efectivas para conservar la riqueza y la biodiversidad del medio ambiente. Existe el riesgo de que, en un futuro más bien próximo, los Estados soberanos se enfrasquen en una lucha por el control de los disminuidos recursos naturales de la tierra como, por ejemplo, el agua dulce. En nuestro país, el peligroso Plan Hidrológico Nacional que presenta como leit motiv el gran trasvase del río Ebro hacia otras cuencas hidrográficas, está levantando grandes controversias y el rechazo generalizado de la comunidad científica y universitaria. En el próximo siglo, a las rivalidades ideológicas tradicionales entre los Estados pueden seguir guerras malthusianas provocadas por la escasez de algunos recursos esenciales o importantes.

Hoy en día, el género humano ha aprendido, a través de las modernas tecnologías, a superar las barreras naturales y físicas (orográficas, distancias, océanos, espacio exterior). Anteriormente, el equilibrio natural superaba e impedía la absurda capacidad de destrucción del Homo sapiens, que ya está descontrolada. Por ello, sería un triste consuelo el pensar que también puede producirse una catástrofe ecológica o social que frene, como consecuencia, esta degradación irracional del planeta, puesto que entonces se tratará ya de un auténtico problema de supervivencia de la especie humana.


 


 

[1] Vide O. PIULATS,  Revista “Integral”. Noviembre, 1995.

[2] Vide J. M. FRANQUET, Con el agua al cuello (55 respuestas al Plan Hidrológico Nacional), Ed.: Littera Books, S.L. Barcelona, 2001, p. 29 y ss.

[3] Vide F. GARCÍA MORALES,  Los límites de la globalización.

 


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