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¿Por qué los ricos son más ricos en los países pobres?


José María Franquet Bernis

 

 

Internacionalización y tradición liberal

 

            Señala el Prof. Pérez-Díaz que, contra lo que les pueda parecer a algunos fundamentalistas del librecambismo, e incluso contra lo que parece sugerir Samuel Huntington en una obra reciente [1], una apuesta por la civilización occidental no constituye una apuesta de sentido inequívoco e irrevocable, ya que el legado de esa civilización es ambiguo e incluye tradiciones estrictamente contradictorias. El propio Huntington ha sugerido que la civilización occidental debería renunciar a la soberbia pretensión de ser una civilización universalista y circunscribir su ambición -por su propio interés- a la de ser una voz particular más en el conjunto de las civilizaciones del planeta [2] y no pretender el choque o enfrentamiento entre las mismas. Aquí pueden ser oportunas sendas referencias: una al pensamiento idealista de Emmanuel Kant (en su opúsculo titulado Idea para una historia universal desde una perspectiva cosmopolita) y otra, mucho más cercana a nosotros, al pensamiento de Friedrich Hayek [3].

            Tanto la corriente del empirismo como la del racionalismo van a confluir en Kant (1724-1804). El empirismo acabó en David Hume (1711-1776) en escepticismo fenomista. El racionalismo culminó en Leibnitz (1646-1716), cuyas doctrinas sistematizadas y trivializadas por su discípulo Christian Wolff, acabaron en un dogmatismo racionalista. Kant, influido sucesivamente por ésta y por aquella tendencia, intenta superarlas fundiéndolas en su apriorismo, en el que señala a la experiencia y a la razón el papel preciso que desempeñan en el conocimiento. Al mismo tiempo, intenta superar el escepticismo y el dogmatismo con su criticismo, sometiendo a un severo examen las facultades cognoscitivas del ser humano y señalándoles, en tajantes límites, lo que pueden y lo que no pueden. Para lograr una exacta comprensión de Kant y de su pensamiento, no hay que olvidar tampoco el impacto causado en él por el éxito de la Física galileo-newtoniana y que su vida se desarrolló en plena época de la Ilustración.

            Para Kant, la función propia del entendimiento es la facultad de juzgar, esto es, unir en la síntesis judicativa los conceptos puros a los datos de la experiencia, mientras que la función propia de la razón es concluir, o sea, llegar a los últimos resultados. Las síntesis finales a las que se aspira constituyen las ideas de la razón. El ser humano aspira a la síntesis de todos los fenómenos materiales: ésta es la idea del mundo como totalidad.

            Según Kant, el “mayor problema de la especie” sería la consecución de una cierta “sociedad cívica universal” que administrara la ley de la libertad entre los hombres, es decir, un orden que maximizara la libertad de cada uno de manera que fuera compatible con la de todos los demás.

            Al final de su vida, elaboró Kant un Proyecto de paz perpetua. Los Estados son como los hombres en el estado de naturaleza. Para que la guerra sea imposible es necesario que se agrupen en una federación. Ahora bien, ¿qué fuerza les impelerá a realizar tan magno proyecto?: su “voluntad racional de lo universal”. Conjetura el filósofo que parece como si la naturaleza misma nos aportara la solución a ese problema, de modo que la historia de la humanidad podría ser vista como la realización de un plan secreto de la naturaleza orientado hacia la constitución de aquel estado universal como condición indispensable para el desarrollo de nuestras capacidades (la solución para “el problema más difícil de la especie y el último por resolver”). [4]

En efecto, si Kant desvela las líneas maestras de lo que podría ser una civitas o sociedad civil internacional y lo hace, pese a su cautela, con un toque de entusiasmo y de ingenuidad, veamos como dentro de esa misma tradición de pensamiento liberal y conjugando sus dos variantes, anglosajona y germana, Hayek prolonga la posición del genio de Königsberg y la modula y rectifica significativamente. Y así, para Hayek “la solución satisfactoria de las relaciones internacionales no podrá probablemente encontrarse mientras las unidades últimas del concierto internacional sean las entidades históricas conocidas como naciones soberanas”. Sin embargo, tampoco el cumplimiento de la aspiración a la implantación de una autoridad supranacional (como la Unión Europea) bastaría para conseguirla y sigue insistiendo que “hay que reconocer que, hoy por hoy, se nos antojan ausentes las bases morales (culturales e institucionales) del imperio de la ley a escala internacional”. Abundando en la misma línea de razonamiento, añade que “probablemente perderíamos las ventajas que podamos tener para disfrutar de órdenes de libertad limitados dentro de algunas naciones, si fuéramos a confiar nuevos poderes de gobierno a órganos supranacionales”.

Debe tenerse presente, respecto al pensamiento de los “nuevos liberales” y, muy concretamente del propio Hayek, que fue bajo su convocatoria como se reunió -al término de la segunda guerra mundial- un grupo notable de economistas cuya misión básica consistía en defender una vuelta al liberalismo. Un nuevo liberalismo, ciertamente singular y contradictorio, puesto que el cuadro diseñado de reformas precisas comenzaba por tomarse muy en serio los principios del credo liberal y la atribución al Estado de la decisiva y difícil tarea de implantarlos a la fuerza. Esta convocatoria de Hayek -como ha afirmado M. Friedman- demostró que los monetaristas no se hallaban solos y que les acompañaban relevantes personalidades que iban a desempeñar tareas capitales en el mundo de la postguerra, como el presidente italiano Luigi Einaudi o el ministro Ludwig Erhard, figura directamente asociada al prodigioso “milagro alemán”.

Hoy en día, el ideal de la Ilustración de crear una civilización universal en ningún lado es más fuerte que en los Estados Unidos, donde se identifica con la aceptación universal de los valores y las instituciones de Occidente, entendiendo el término "Occidente", eso sí, como un compendio de los valores angloamericanos. La idea de que Estados Unidos es un modelo universal ha sido, por largo tiempo, un rasgo característico de la civilización estadounidense. Durante los pasados años ochenta, la Derecha tuvo la meritoria habilidad de reivindicar la idea de una misión nacional al servicio de la ideología del libre mercado. Ahora, en los albores del siglo XXI, el alcance mundial del poder corporativo estadounidense y el ideal de la civilización universal se han filtrado profundamente en todo el discurso público norteamericano.

Sin embargo, el desideratum de los Estados Unidos de erigirse en modelo o patrón para el mundo no es aceptado, prácticamente, por ningún otro país. El costo del éxito de la economía norteamericana incluye dolorosos niveles de división social -crimen, encarcelamiento, pena de muerte, conflictos raciales y étnicos, rupturas familiares y comunitarias- que casi ninguna cultura europea o asiática estaría dispuesta a tolerar [5].

De cualquier modo, veamos que el pensamiento de Kant desempeña un papel insoslayable en la historia de la filosofía; criticista en materia de conocimiento, rigorista en moral y apto para pensar la belleza. Su idealismo transcendental abre la vía al idealismo subjetivo de Fichte (1762-1814), al idealismo objetivo de Schelling (1775-1854) y al idealismo absoluto de Hegel (1770-1831). Kant es el fundador de la filosofía alemana; resulta imposible, ni siquiera hoy, filosofar sin topar con la profundidad de su pensamiento aquí o allá, a la vuelta de cualquier camino, en cualquier esquina, como en el caso de la Globalización que hoy nos ocupa.

 


 

[1] Vide la obra de S. HUNTINGTON (1998), citada en la bibliografía.

[2] Vide S. HUNTINGTON, The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order. Touchstone Books. London, 1998., p. 312 y ss.

[3] Vide la obra de F. HAYEK (1960), citada en la bibliografía.

 

[4] Vide I. KANT, “Idea for a Universal History from a Cosmopolitan Point of View”, citado en On History, trad. L. W. Beck: McMillan. New York, 1963 (1784), pp. 11-26.

[5] Vide J. GRAY, Falso...


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