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¿Por qué los ricos son más ricos en los países pobres?


José María Franquet Bernis

 

 

 

El fracaso de los viejos y nuevos modelos

            Así como en el siglo XIX Ricardo había explicado que la división internacional del trabajo obraba a favor del interés de los países participantes en el comercio, que todos salían ganando con el intercambio, que se trataba, de alguna manera, de un juego de suma positiva, que era necesario que cada país se especializara en aquellas áreas cuya productividad resultara superior (o la menos débil, en el caso de los países retrasados), se han avanzado otras teorías para explicar el impulso de los nuevos países industriales en las exportaciones mundiales [1].

            En efecto, todo país dispone de los factores clásicos de la producción: tierra, trabajo y capital, en las cantidades propias de su momento y de su economía. Cada tipo de producto requiere una proporción fija de esos factores. Por ejemplo, para producir acero es necesario disponer de más capital que para fabricar textiles; en consecuencia, el acero será menos caro allí donde el factor capital sea abundante; el textil lo será allí donde la mano de obra sea abundante y, por lo tanto, barata. Y las patatas también serán más baratas allí donde existan más terrenos agrícolas edafológica y climáticamente adecuados para su cultivo. Pues bien, si existe librecambio total, cada país desea especializarse en la producción que precisa del factor que posee en abundancia y exportar esa producción. Ésta es, en síntesis, la teoría desarrollada por los suecos Heckscher y Ohlin en 1933 y retomada por Samuelson años después. Las iniciales de estos economistas dan nombre al famoso teorema HOS (Heckscher-Ohlin-Samuelson).

            Sin embargo, la realidad misma ha venido a desmentir la veracidad de estos modelos. Según ellos, se debería esperar que los países en que el factor capital es abundante exportaran productos de alto valor añadido, cuya fabricación exige el empleo de este factor en una gran proporción; pero ello no ha sido así. Los USA y la UE son dos exportadores importantes de productos agrícolas no transformados. Asimismo, en el bloque de los países del Este y durante el largo reinado soviético, las principales exportaciones de la antigua URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) hacia sus satélites europeos fueron energéticas (gas natural y petróleo) cuando, en el seno del COMECON o CAEM (Consejo de Asistencia Económica Mutua), la URSS era un país con una alta proporción del factor capital.

            Por otra parte, el economista americano y premio Nobel de origen ruso W. Leontieff [2], en un estudio publicado en 1953 sobre los Estados Unidos, demostró la especialización de aquel gran país en productos y exportaciones necesitados esencialmente del factor trabajo. Pues bien, en base a los modelos librecambistas señalados, ¿cómo podían los USA entrar en la flagrante contradicción de ser competitivos en productos que requerían mucho factor trabajo, sabiendo que sus costes laborales son elevados?.

            Para juzgar las ventajas y los inconvenientes de la globalización es necesario distinguir entre las diversas modalidades que adopta ésta, ya que diferentes formas pueden conducir a resultados positivos y negativos. El fenómeno de la globalización engloba al libre comercio internacional, al movimiento de capitales a corto plazo, a la inversión extranjera directa, a los fenómenos migratorios, al desarrollo de las tecnologías de la comunicación y a su efecto cultural. Por ejemplo, la liberalización de los movimientos de capital a corto plazo -sin que haya mecanismos compensatorios que prevengan y corrijan las presiones especulativas- han provocado ya graves crisis en diversas regiones de desarrollo medio: sudeste asiático, México, Turquía, Argentina... Estas crisis han generado una gran hostilidad hacia la globalización en las zonas afectadas. En Argentina tenemos un reciente ejemplo. Sin embargo sería absurdo renegar, por sistema, de los flujos internacionales del capital, que son imprescindibles para el desarrollo económico y social de los pueblos.

En general, tal y como se ha argumentado en epígrafes anteriores de este tema, el comercio internacional es positivo para el progreso económico de todos y para los objetivos sociales de eliminación de la pobreza y la marginación social. Sin embargo, la liberalización comercial, aunque beneficiosa para el conjunto del país afectado, provoca crisis en algunos sectores que requieren la intervención del Estado. ¡Ojalá los defensores radicales del libre comercio aceptaran el criterio paretiano, de forma que los perjudicados por el progreso general sean solidariamente compensados! [3].

Conviene, por tanto, ponerse en guardia y someter a un riguroso análisis los cánticos a las bondades y maravillas de la libertad de comercio, que se fundamentan en unos modelos aparentemente “tan neutrales”. Según esos modelos, el comercio internacional es un proceso “naturalmente benéfico”, de tal modo que, si no fuese por los malditos obstáculos e interferencias que interponen los gobiernos de las naciones (el siempre denostado Sector Público), se produciría un reparto justo, equitativo y saludable de la riqueza y de la paz entre todos los pueblos de nuestro planeta azul.


 

[1] Vide Ch. BUHOUR, Le commerce international. Du GATT à l’OMC. Le Monde-editions, 1996. Hay traducción española de Francisco Ortega en Salvat Editores, S.A. Barcelona, 1996.  

[2] Trátase del autor de la célebre “paradoja de Leontieff”: mediante estudios estadísticos, el padre de las tablas input-output refutó la teoría neoclásica de la especialización de los países según sus factores de producción.

[3] Vide Á. MARTÍNEZ GONZÁLEZ-TABLAS, Economía política de la globalización. Es una reflexión comprensiva de la globalización, a la que considera un proceso de facetas múltiples, diversas e interrelacionadas, fruto del desarrollo del transporte y de las comunicaciones, como proyección ideológica de un pensamiento global. Centrado en su dimensión económica, está escrito desde una concepción de la Economía que entronca con los autores clásicos. La idea de que “los perdedores han de ser compensados” aplicada, por ejemplo, a la zona de influencia de una central nuclear, se sobrepone y mejora la estrictamente medioambientalista de que “quien contamine pague”: también es toda la Sociedad beneficiaria de la producción de energía eléctrica (todo el país) quien debe compensar a los posibles recipiendarios del mal y a la población sometida al riesgo de explosión o fuga incontrolada radioactiva.


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