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¿Por qué los ricos son más ricos en los países pobres?


José María Franquet Bernis

 

 

La idea definitoria de la “globalización económica”

            En los últimos tiempos, el debate sobre la “internacionalización de la economía” o, más propiamente, acerca de la “globalización económica” se ha adueñado de los grandes foros de discusión, así como -mediante sonoras protestas de grupos dispares y heterogéneos- de muchas calles y plazas de las ciudades donde se reúnen, periódicamente, los responsables financieros del orden mundial. En realidad, dichas manifestaciones pueden ser frutos amargos del desengaño que han provocado, en el Primer Mundo, los partidos políticos, probablemente cada vez más anquilosados y burocratizados. En menos de tres años, los actos de protesta sobre situaciones diversas (exigencia de protección y seguridad en el trabajo, higiene pública, igualdad de condiciones laborales para la mujer, protección a las minorías étnicas y al medio ambiente, supresión de barreras arquitectónicas para minusválidos, erradicación del analfabetismo) configuran un largo rosario de incidentes, con grandes daños materiales y alguna víctima mortal (por ejemplo el joven Carlo Giuliani, de 23 años, a manos de un carabinero siciliano de 20 años, en la ciudad italiana de Génova). También se han organizado tumultuosas manifestaciones con ocasión de las cumbres de los representantes de los Estados más poderosos del planeta, como es el caso de las reuniones del denominado G-8 (formado por los Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Italia, Reino Unido, Canadá y Rusia) o incluso de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Como, sin duda, recordarán nuestros lectores, en la ya larga agenda de movilizaciones contra la globalización económica se ha producido una variopinta representación geográfica: Seattle (la primera), Washington, Praga, Melbourne, Porto Alegre, Okinawa, Niza, Davos, Quebec, Göteborg y Barcelona (ésta última resultó abortada).

            Esa resistencia hacia lo que se considera la última manifestación del sistema capitalista, halla su máximo fundamento en las crecientes desigualdades y la pobreza imperante en extensas capas de la población mundial [1], así como en la intención de suplir el vacío sociopolítico existente entre la sociedad civil y los organismos de poder transnacional, intentando llevar a efecto una acción democrática de transformación social que sea más próxima a los intereses de la mayoría de la población. Lo cierto es que en nombre de la eficiencia económica (la eficacia al menor coste) se legitiman muchos atentados que potencian la explotación humana y, sobre todo, la infantil. Bajo el paraguas protector del libre mercado se entorpece la verdadera competencia, se fomenta la explotación comercial y se explotan hasta su agotamiento ciertos recursos naturales, poniendo en peligro la sostenibilidad del planeta (veamos, en este sentido, que las naciones más contaminantes son precisamente las más reacias a limitar sus emisiones tóxicas y también las más convencidas defensoras de la globalización económica). Contrariamente, no parece haber límites para los negocios especulativos ni para el lock out o cierre de empresas, mientras que se agravan los problemas de desempleo y se acrecientan los beneficios fáciles obtenidos en los mercados financieros.

 Por otra parte, su trascendencia para nuestro país, muy particularmente en el comercio de los productos agrícolas, no resulta en absoluto desdeñable. En estos productos de primera necesidad, así como en otros industriales, algunos grandes países exportadores basan su fuerte competitividad en los bajos costos de los inputs del proceso productivo, el bajo esfuerzo fiscal, el escaso respeto medioambiental, la inexistente necesidad de riego y, sobre todo, en los exiguos niveles salariales de sus trabajadores.

Respecto a la idea de “globalidad”, lo primero que sorprende es su ambigüedad. Se tiene de ella la imagen de un proceso nacido al calor de la actual corriente liberalizadora o bien, a las puertas del siglo XXI, de una nueva fase del capitalismo, la más salvaje, como dirían algunos. Otras veces puede pensarse que se trata de una dinámica constante en el tiempo e inscrita en un largo proceso de acontecimientos históricos y que, por ejemplo, el mayor proceso de globalización conocido tuvo lugar en el siglo XVI, siendo liderado justamente por el Imperio español [2]. Si se consulta la amplia bibliografía existente sobre la “economía global”, llama poderosamente la atención la ausencia de una definición rigurosa de este concepto etéreo que inunda, para bien o para mal, todo nuestro planeta en sus más importantes escenarios económicos. Sólo se encontrarán, al respecto, detalladas descripciones de un conjunto prolijo de rasgos del actual sistema económico mundial. Parece como si se esperara que, a partir de estas descripciones, el lector se forme subjetivamente, por sí mismo, alguna idea más o menos certera de lo que pueda ser una “economía global”.

Según Federico García Morales, en muchos casos el concepto de "Globalización" parte afirmándose como una realidad novísima que habría venido a imponerse a toda otra realidad, realizando sobre éstas una operación omnívora. A partir de su trabajo digestivo, sólo queda "la Globalización". La economía, las sociedades, los sistemas políticos, la cultura sólo podrán proseguir en adelante como campos sometidos a ella. En este planteamiento se hace notar la influencia de corrientes como el postmodernismo, con su anhelo de "presencia" y su doctrina epistemológica [3] del "borrón y cuenta nueva". Una vez establecida la "Globalización", ésta ya no necesita justificarse: es, en sí misma, la justificación de todo lo que llegue a ocurrir.

Afirma el mismo autor en “Los límites de la globalización”, que la inflación globalizante del capital tenía también otros soportes que se revelarían pasajeros, a saber:

1. El crecimiento del ahorro y de la inversión en zonas periféricas y su posterior canibalización por el capital transnacional.

2. La recuperación de Europa y de Japón.

3. El desarrollo de las economías-burbuja (el propio Japón, el Sudeste Asiático).

4. La fase final de la Guerra Fría que siguió a la segunda guerra mundial, con su intensa carrera armamentista, que catapultó a los EEUU a su situación hegemónica en la postguerra fría.

5. Las ventajas obtenidas por los nuevos centros imperiales en el despojo de las zonas coloniales nuevas y viejas (Medio Oriente, Asia Central, África, América Latina).

6. La expansión de las nuevas tecnologías (informática y biotecnología molecular).

7. La explotación irrestricta y acelerada de los recursos naturales.

8. Las reformas en los corredores alimenticios.

9. La plena mercantilización del consumo de masas y su creciente concentración.

10. La acelerada concentración del capital industrial y del capital financiero, tanto en los centros como en las periferias.

11. La hegemonía transnacional a lo largo de todo lo que conlleva este proceso.

12. La creación de amplios aparatos supranacionales de vigilancia del comportamiento económico y financiero.

 

Pero si seguimos avanzando en el trabajo de la inteligibilidad de un concepto muy amplio y complejo que no termina de revelar por completo sus ambigüedades, y poniendo de manifiesto el hecho de que, sobre todo, se trata -como su propio nombre indica- de una construcción de relaciones globales que convocan a diversos lineamientos de la acción social, hasta el punto que en la elaboración del concepto hay algo de politético -de construcción de muchos significados que alternan su presencia en la descripción del objeto- veremos que el uso cada vez más extenso del término lo llega a ubicar en el nivel de los paradigmas kuhnianos.

En este campo, muy pronto las definiciones se ven como insuficientes y ceden el paso a caracterizaciones en donde se distingue entre aquellos que muy habermasianamente [4], si es que no metafísicamente, insisten en realzar la entrada en operaciones de las novísimas redes comunicativas, y otro sector que se preocupa básicamente por destacar el valor determinante de las redes productivas, financieras y de consumo, de tal modo que la "globalización" quede señalada históricamente como un momento determinado del desarrollo capitalista. En esta última tendencia, la "globalización" viene a ser como una temática de "la economía mundial", hasta el punto de que las crisis económicas mundiales pueden ser descritas como "crisis de la globalización".

Unidos al primer sector están quienes aceptan, como efecto inmediato, una globalización que genera una gigantesca transformación política, que suprime al marco nacional y estatal de las economías, mientras en el segundo sector quedan ubicados los que miran con más calma la relación existente entre la clase empresarial y los estados nacionales. "...La globalización ha beneficiado a algunos y ha marginado a los más... Como la fuerza dominante que es en la última década del siglo XX, la globalización ha dado forma a una nueva era en la interacción entre naciones, economías y pueblos. Pero también ha fragmentado los procesos productivos, los mercados de trabajo, las entidades políticas y las sociedades". El estudio agrega que las ventajas y la competencia de los mercados globales sólo podrán asegurarse si la globalización cobra "un rostro humano". "Tanto tiempo como la globalización sea dominada por los aspectos económicos y por la expansión de los mercados, estará limitando el desarrollo humano...necesitaremos una nueva aproximación de los gobiernos, una que preserve las ventajas ofrecidas por los mercados globales y la competencia, pero que permita, al mismo tiempo, que los recursos humanos, comunitarios y ambientales, aseguren que la globalización trabaja para los pueblos y no para las ganancias".

Pablo González Casanova, dice, por ejemplo: ..."Tenemos que pensar que la globalización es un proceso de dominación y apropiación del mundo. La dominación de estados y mercados, de sociedades y pueblos, se ejerce en términos político-militares, financiero-tecnológicos y socio-culturales. La apropiación de los recursos naturales, la apropiación de las riquezas y la apropiación del excedente producido se realizan -desde la segunda mitad del siglo XX- de una manera especial, en que el desarrollo tecnológico y científico más avanzado se combina con formas muy antiguas, incluso de origen animal, de depredación, reparto y parasitismo, que hoy aparecen como fenómenos de privatización, desnacionalización, desregulación, con transferencias, subsidios, exenciones, concesiones, y su revés, hecho de privaciones, marginaciones, exclusiones, depauperaciones que facilitan procesos macrosociales de explotación de trabajadores y artesanos, hombres y mujeres, niños y niñas. La globalización se entiende de una manera superficial, es decir, engañosa, si no se le vincula a los procesos de dominación y de apropiación" [5]

Un libro que aporta mucho al nuevo trabajo definitorio que estamos intentando es el de John Saxe-Fernández [6]. En los artículos allí reunidos, se destaca una visión de la globalización como "una dimensión del proceso multisecular del capitalismo desde sus orígenes mercantiles, en algunas ciudades de Europa en los siglos XIV y XV". Y se le ve vinculado a un amplio conjunto de factores económicos y sociales, que se lleva, como es muy visible, actualmente dentro del marco de las economías capitalistas. O más precisamente, en el marco de la dominación imperialista. Es pues, un fenómeno histórico; no ahistórico como pretenden sus apologistas, que embriagan la globalización y la inflan en paradigma de esta época. Y aquellas definiciones que no la vinculan con el desarrollo capitalista vienen a ser sólo una mistificación y pueden ser entonces analizadas, como señala el propio Saxe-Fernández, "solamente en el marco de la sociología del conocimiento", o sea, en el contexto de la consideración de la globalización como ideología.

Otro aspecto importante de anotar, es que la globalización tiene también un matiz ofensivo/defensivo. Es un proceso que más que unir, divide, y geoestratégicamente viene a depositarse sobre una desgarrada lucha por superar una profunda crisis que se viene arrastrando, durante la última década, en medio de una competencia cada vez más feroz por el reparto de las ganancias y de los territorios. La globalización de tal suerte concebida oculta posibilidades agravadas de conflictos mayores. En este sentido, no es en absoluto portadora de mensajes de paz, de democracia ni de progreso. Esto se puede ver en los capítulos 2 ("Seis ideas falsas sobre la globalización", de Carlos Vilas) y 4 ("La Próxima Guerra Mundial: ciclos y tendencias del sistema mundial", de Christopher Chase-Dunn y Bruce Podohink). Pero también se puede observar tal negatividad simplemente alzando la vista hacia el nuevo escenario internacional.

            Se detecta, así mismo, otro rasgo o característica de singular interés: fatalmente, la “globalidad” o la “internacionalización” de la economía (o la “americanización”, en acertada expresión de Ben Jelloun), suele ser considerada, explícita o implícitamente, como un “hecho probado o axiomático”, algo que está ahí y que debe tratarse per se et essentialiter como surgida de las “fuerzas imparables del destino”, concepción que enlaza francamente bien con la “mano invisible del Hacedor” de la doctrina económica ortodoxa. Casi nadie se detiene a indagar acerca de las causas explicativas de esta situación. Actitud ésta que de algún modo podría ser disculpable, ya que el objetivo práctico es describir de la manera más sencilla posible esa situación, para que el empresario o el político deduzcan la estrategia que deben seguir al objeto de mantener el éxito en su negocio o en su gestión pública [7].

Un planteamiento curioso debido a Nicola Matteucci, proveniente del Diccionario de Política que coordinara con Norberto Bobbio, propone la siguiente tesis:

"El camino hacia una colaboración internacional cada vez más estrecha ha comenzado a corroer los tradicionales poderes de los Estados soberanos. Influyen mayormente en ello las llamadas comunidades supranacionales, que intentan limitar fuertemente la soberanía interior y exterior de los Estados miembros; las autoridades supranacionales tienen la posibilidad de asegurar y afirmar, por medio de Cortes de justicia adecuadas, la manera en que su derecho supranacional debe ser aplicado por los Estados a casos concretos: ha desaparecido el poder de imponer impuestos y comienza a ser limitado el de acuñar moneda. Las nuevas formas de alianzas militares sustraen a los Estados individuales la disponibilidad de una parte de sus fuerzas armadas, o bien determinan una soberanía limitada de las potencias menores frente a las hegemónicas. Pero hay también nuevos espacios, ya no controlados por el Estado soberano: el mercado mundial ha permitido la formación de empresas multinacionales que tienen un poder de decisión no sujeto prácticamente a nadie y que se hallan libres de cualquier control…”.

"Los nuevos medios de comunicación de masas han permitido la formación de una opinión pública mundial que ejerce, a veces con éxito, su propia presión para que un Estado acepte, lo quiera o no, negociar la paz o ejerza el poder de conceder la gracia, que en un tiempo era absoluto e inaveriguable…”

"La plenitud del poder estatal está en decadencia. Con esto, sin embargo, no desaparece el poder; desaparece solamente una determinada forma de organización del poder, que tuvo su punto álgido de fuerza en el concepto político-jurídico de soberanía."

 

Esta tesis fue escrita en 1976, mucho antes de que se generalizara el uso del término “globalización”. Desde 1976 hasta nuestros días varios de los fenómenos señalados por Matteucci se han extendido, profundizado o intensificado, con el agravante de que frente al mayor poder económico y militar conformado en la historia -los Estados Unidos de América del Norte- desapareció el sistema soviético con la caída del muro de Berlín acontecida en 1989, mientras que los territorios y los pueblos que conformaban tal extinto sistema se hallan hoy en un muy penoso proceso de incorporación a la "aldea global", como la llamara Marshall McLuhan.

El término globalización fue propuesto por Theodore Levitt en 1983 para designar una convergencia de los mercados del mundo. "En todas partes se vende la misma cosa y de la misma forma", escribió Levitt. Dicho de forma tan absoluta, este aserto se me antoja irreal. El tipo de convergencia referido existe y es significativo. Socialmente puede ser referido a una gran parte de los productos que consumen los sectores de ingresos medios del mundo. En alguna medida, ocurre también con los sectores de altos ingresos. Los mercados de bienes de capital, en cambio, se hallan bastante segmentados y, desde luego, los inmensos espacios sociales ocupados por los sectores pobres del todavía llamado "Tercer Mundo", son casi enteramente mercados locales. Esta realidad significa que sólo una fracción de la demanda se globaliza [8].


 

[1] Vide  J. PERRAMON “Les disfuncions de la globalització”, en diario Avui. Barcelona, 16 de julio de 2001.

[2] Vide J. L. GARCÍA DELGADO.

[3] Referente a la disciplina filosófica que estudia los principios del conocimiento humano.

[4] Referente al filósofo alemán Jürgen Habermas, opuesto al positivismo de Karl Popper (1902-1980) y a la hermenéutica de Martín Heidegger (1889-1976). Construyó una interesante teoría de la actividad comunicacional. Después de haber leído a Marx de una manera crítica, y al no esperar nada especialmente relevante de una revolución proletaria, defiende un reformismo radical, cercano a los ideales de la socialdemocracia. Ha participado en numerosos debates intelectuales sobre el fundamentalismo; su esfuerzo por comprenderlo, a través del conocimiento científico y de la fe religiosa, forman parte substancial de la controversia actual.

[5] Vide P. GONZÁLEZ CASANOVA, “Los indios de México hacia el nuevo milenio”, en La Jornada, México, 9 de septiembre de 1998. Puede accederse al artículo completo en línea, a través de http://serpiente.dgsca.unam.mx/jornada/

[6] Vide J. SAXE-FERNÁNDEZ, Globalización: crítica a un paradigma. Ed.: UNAM/Janes. México, 1999.  

[7] Vide M. A. MARTÍNEZ-ECHEVARRÍA Y ORTEGA, “Competitividad en una Economía global”, en Situación. Servicio de Estudios del BBVA. Bilbao, 1996.

[8] Vide J. BLANCO, Globalización y Política Económica. El autor es miembro del Colegio Nacional de Economistas y de la Academia Mexicana de Economía Política.


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