RIQUEZA, POBREZA Y DESARROLLO SOSTENIBLE
 

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David Barkin

II. Riqueza, pobreza y degradación ambiental

A. CONTEXTO DE LA CRISIS ACTUAL

La pobreza rural hunde sus raíces en las desigualdades profundas que caracterizan a nuestras sociedades: una estructura social que desdeña lo rural. El poder económico y político se apropia de los bienes de otras personas y aun de sus derechos para disfrutar de un ingreso mínimo decente. Los problemas ambientales de Latinoamérica rural reflejan ahora la herencia de un patrón de desarrollo político polarizado. En esta sección identificamos las principales fuerzas que están determinando el proceso simultáneo de desarrollo y de empobrecimiento rurales y discutimos algunas de sus manifestaciones.

Aunque el proceso difiere grandemente de país a país, y aún al interior de cada país, los resultados han sido notablemente similares. La colonización de Latinoamérica dio origen a una serie sin fin de desplazamientos, apropiaciones y expropiaciones. Conforme las olas sucesivas de colonizadores demandaron las tierras de mayor productividad, el uso de la tierra evolucionó de su vocación histórica, productora de los requerimientos básicos para la supervivencia humana y social, al énfasis actual en la producción de cultivos que aseguran una ganancia a los propietarios. Por más de 500 años, los primeros habitantes de Latinoamérica y sus sucesores, han sido forzados una y otra vez a buscar refugio en condiciones cada vez más marginales, a partir de ecosistemas cada vez más frágiles.

Las haciendas y las plantaciones fueron dos de los muchos sistemas que iniciaron un proceso de especialización e intensificación productivas que aún hoy continúan descargando su cólera sobre la pobreza humana y desencadenando estragos ambientales. (Wolf 1982) Los sistemas productivos del "viejo mundo" desplazaron a los métodos indígenas de producción en los esfuerzos por abrir áreas para la explotación, producción y extracción de bienes para los mercados europeos: los minerales y metales preciosos, las maderas tropicales duras, las ricas frutas y vegetales exóticos. Grupos pequeños, pero poderosos, centralizaron el control de la tierra y llegaron a influenciar y aún a controlar los gobiernos nacionales.

Hacia mediados del siglo XX, los empresarios rurales comenzaron a modelar una nueva tradición científica, utilizando los recursos estatales y corporativos para inventar lo que pronto se conocería como la "revolución verde". Desplazando a los agrónomos que habían trabajado dentro de la tradición campesina, los técnicos introdujeron agroquímicos y maquinaria que utilizan fuentes de energía no renovables para aumentar la productividad. Respondiendo al espectro neo-maltusiano, los diseñadores de la política presionaron a las instituciones multilaterales financieras y de desarrollo (e. g., FAO, BIRF, FMI) para expandir el alcance de la "revolución verde". Insistiendo en la necesidad de extraer aún mayores volúmenes de las granjas comerciales, los modernizadores enfocaron sus esfuerzos a promover el desarrollo agrícola entre aquellos grupos sociales mejor preparados para aprovechar de las nuevas oportunidades productivas: los sectores integrados a los establecimientos institucionales modernos, incluyendo a las estructuras políticas elitistas y al sistema de crédito.

Su fácil acceso al crédito y al control de las tierras más fértiles les permitió emplear tecnologías modernas para elevar la productividad y seleccionar los cultivos más valiosos. Utilizando maquinaria para remodelar la tierra, equipo para llevar agua por canales y agroquímicos para controlar plagas y compensar la pérdida en la calidad del suelo, los modernizadores lograron elevar la prodigiosidad de la tierra. Guiados por una visión optimista de los poderes de la tecnología para la que nada parecía imposible, desataron el potencial productivo del germoplasma de alto rendimiento desarrollado en los nuevos laboratorios biotecnológicos, para generar productos de valor comercial para los mercados locales y de exportación. Aun cuando ellos sembraron los productos más tradicionales de la dieta local, con frecuencia fueron capaces de obtener niveles record de productividad. De manera similar, las empresas comerciales modernas en ganadería, pesca y silvicultura, elevaron su productividad, yendo más allá del paquete de la "revolución verde" en insumos mecánicos y químicos, para incorporar rápidamente los avances más novedosos en biotecnología. Finalmente, la estructura social y política facilitó su acceso a los canales de distribución y, en consecuencia, les permitió ganancias extraordinarias en comparación con las de los otros grupos de productores.

Se ha generalizado, así, el uso dispendioso del agua, la energía y los agroquímicos. Es una respuesta lógica a las políticas erróneas que estimularon la producción mediante precios subsidiados para los insumos agrícolas clave. A nombre del progreso, y para contrarrestar la amenaza maltusiana, los modernizadores remodelaron el hemisferio completo: haciendo florecer los desiertos, abriendo los bosques húmedos tropicales, desnudando las montañas, drenando los pantanos y húmedales, y cortando las raíces que sustentan los manglares.

Poca atención se prestó al impacto de largo plazo de este nuevo "paquete de insumos" sobre el suelo o sobre otras dimensiones del ambiente físico, tales como el clima o la calidad del agua. Los riesgos contra la salud de los trabajadores y de los consumidores fueron abordados tardía y parcialmente. No se atribuyó importancia a los inconvenientes que tales avances traerían sobre el empobrecimiento de la mayoría de los productores para quienes el crédito era escasamente disponible. Se asignaron pocos recursos para la investigación y la asistencia técnica que atendiera a las necesidades de los grupos tradicionales de productores.

El sacrificio humano continúa siendo extraordinario. A todo lo largo y lo ancho de Latinoamérica, las comunidades agrarias han sido desplazadas de tierras valiosas y arrinconadas en zonas inapropiadas, confinadas en regiones de acceso cada vez más difícil, con las tierras más pobres o más inadecuadas y con la más precaria disponibilidad de agua. Engañados o entrampados en regiones y empleos insostenibles, ellos encuentran difícil o prohibitivo continuar las tareas importantes de conservación del suelo y el agua y los manejos que fueron parte integral de la práctica normal de sus ancestros. No tienen más alternativa que utilizar y devastar sus propios ambientes en su lucha desesperada por sobrevivir.¹

Aun cuando los agricultores pobres poseen tierras de cultivo, por lo común se encuentran atascados en la marisma de restricciones burocráticas, sin posibilidades de cultivar productos comerciales valiosos o variedades modernas de sus cultivos tradicionales. Con el deterioro que les provocan los términos de intercambio,² muchos pequeños agricultores no tienen otra alternativa que buscar empleo donde sea, y frecuentemente se ven obligados a vender, transferir o simplemente abandonar sus tierras. Paradójicamente, la gente del campo ingresa al ejército de reserva de trabajadores en momentos en que los salarios reales y los ingresos rurales se vienen abajo. Conforme los logros tecnológicos y científicos se integran a los establecimientos industriales y empresariales, una proporción cada vez menor de esta vasta y creciente clase trabajadora debería convertirse en productora de los bienes ahora consumidos por una sociedad dominada por el mercado.

Aún más: la yuxtaposición perniciosa de los grupos sociales impuesta por el funcionamiento normal de la economía de mercado, no sólo limita severamente las oportunidades de las masas de trabajadores y campesinos en cuanto al avance material y la participación política, sino que convierte a muchos de estos grupos en olas migratorias que buscan nuevos lugares para sobrevivir, frecuentemente en áreas inadecuadas debido a la fragilidad de sus ecosistemas.

La expansión acelerada del segmento moderno de la sociedad rural está, en consecuencia, ocasionando mayores y más severos problemas ambientales observados en las décadas recientes. Los trabajadores son envenenados en los campos, mientras que sus familias sufren por los efectos de la contaminación química y orgánica en sus comunidades. Los campesinos soportan condiciones de trabajo intolerables como trabajadores, o enfrentan a estados militarizados en su lucha por un poco de dignidad. Los estragos ambientales, acumulados por décadas, han acelerado su ritmo e intensidad a tal grado que ahora representan una gran amenaza para la viabilidad de incontables especies de flora y fauna, así como para la misma sociedad humana. El clamor de grupos de ciudadanos y ambientalistas organizados es testimonio de este fenómeno.

1. Aunque esto parece similar a la tesis de la "tragedia de los comunes" propuesta por Hardin (1968), se trata de algo diferente porque se basa en un acceso desigual a los recursos y a las estructuras nacionales de polarización social, más que a las crecientes presiones demográficas.

2. Los términos de intercambio definen el sistema de precios relativos que reciben los pequeños productores en sus mercados. Los productores rurales son víctimas de un proceso histórico donde los precios de sus cosechas no se elevan tan rápido como el precio de las mercancías que tienen que adquirir. Prebisch (1950) ofreció la primera formulación crítica de esta hipótesis, que ahora lleva su nombre.

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