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Alfonso Klauer
11) Vigencia cada vez más corta
La que surge como undécima constante puede frasearse de la siguiente manera:
en general, cada nueva ola tiene un período de vigencia más corto que la
precedente. Las olas de Mesopotamia y Egipto se prolongaron por milenios.
Puede decirse que la romana duró siete siglos. La de España, en cambio,
escasamente duró tres.
En nuestra época, la ola estadounidense, con sólo un siglo de vigencia,
muestra ya síntomas de haber ingresado, sin remedio, aunque con inevitables
y sucesivos esfuerzos de renovación y revitalización, a su fase de
declinación: pérdida de liderazgo, con el cuestionamiento y abierta
crítica a su condición hegemónica y de gendarme de la paz mundial, fenómeno
notoriamente acrecentado a consecuencia de la ilegal y desproporcionada
agresión a Irak en el 2003). Adicional, y paradójicamente, la
desclasificación de los documentos de Estado no está haciendo sino
destapar una olla que, sin pruebas concluyentes pero sospechas bien
fundadas, en todo el mundo se sabía que estaba llena de lacras de todo
género que, conocidas hoy, incrementan el descrédito de la potencia.
Hay además una pérdida paulatina de eficiencia y competitividad en
importantísimas tecnologías de punta, y competidores cada vez más eficientes
y agresivos en industrias gravitantes para la economía estadounidense, de
allí que los mecanismos de proteccionismo antítesis de la ideología liberal
de la que cínicamente se declara portaestandarte la potencia sean cada vez
más acusados.
Pero hay también un incremento paulatino de la corrosión social. No es
casual que Estados Unidos sea el mayor consumidor de drogas en el planeta y,
tanto más grave, el pueblo de más alto consumo per cápita de las mismas. Por
lo demás, no deja de ser muy significativo el hecho de que, en 25 años, la
población carcelaria de Estados Unidos se haya multiplicado por ocho . A su
turno, los casos Watergate e Irancontras, y las investigaciones sobre la
grave crisis bursátil 20002003, dejan claramente entrever la insospechada
magnitud de un fenómeno de corrupción que necesariamente acarrea graves y
deteriorantes consecuencias. Y el affaire Clinton insinúa la penosa
prevalecencia de una permisibidad que dista muchísimo de la escrupulosa
ética y el puritanismo de los colonos fundadores.
Y, aunque en apariencia resulte paradójico, porque usualmente se cree que
potencia al centro hegemónico, la concentración cada vez mayor de migrantes
de los pueblos dominados de su entorno, que suman ya 47 millones, no tardará
en mostrarse como un fenómeno debilitante y corrosivo.
Todas esas manifestaciones no son sino los prolegómenos de la que viene a
ser la fase de estancamiento, y a la que sobrevendrá la del colapso
definitivo. Y todo, pues, cuando la ola apenas si ha iniciado su segundo (y
último) siglo de vida.