¿Leyes de la historia?

 

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Alfonso Klauer

¿Cuántos finalmente se enfrentaron al poder hegemónico?

¿Cuántos fueron los “bárbaros europeos y asiáticos” que contribuyeron a la caída del enorme Imperio Romano? ¿Puede considerarse serio, después del espectacular y sonado triunfo de los visigodos, por ejemplo, que algunos historiadores sigan estimando que la estructura política de los “bárbaros” “apenas [era] más extensa que la de una banda armada” –como de manera inaudita sostiene el historiador norteamericano Robert López –. ¿No ha reparado López en que su insólita y desprevenida afirmación deja en muy mal pie al “grandioso” Imperio Romano? ¿Tan débil era en verdad como para que unas cuantas bandas armadas lo hicieran trastabillar de muerte en el 378 dC, tras la batalla de Adrianópolis?

Asumamos como cierta la versión de ese mismo historiador cuando señala que “los vándalos, al parecer, no rebasaban la cifra de 80 000, incluidos los aliados, las mujeres y los niños” . El problema de esta cita, sin embargo, es que nunca sabremos a quiénes ha incluido el historiador como vándalos –¿sólo a los vándalos o a todos los “bárbaros” que actuaron con vandalismo?– y a quiénes y cuántos como “aliados”.

Engel, por su parte, tampoco es a este respecto más preciso. Hablando de los que llegaron a España dice: “Habían llegado en el 409 desde los Balcanes, en grupos de 150 000 hombres, con los alanos, los vándalos, los quades y los suevos...” . No podemos sumar ambas cifras porque en ambas están incluidos los vándalos.

En relación con los visigodos hay quienes estiman que se trató de un contigente de 200 000 a 250 000 personas . Sin embargo, pareciendo ostensiblemente exagerada en particular esta última cifra , asumamos pues que se trató sólo de 120 000 personas.

Supongamos entonces, para manejarnos sólo con órdenes de magnitud, que entre avaros–alanos, vándalos, quades, suevos y visigodos sumaban 270 000 personas.

¿A cuánto habría ascendido entonces la cifra de todos los “bárbaros” que remecieron Europa continental entre los siglos III y V dC, si a ese parcial sumamos los sajones, anglos, francos, lombardos, ostrogodos, burgundios, marcomanos, erulos, jutos, gepidos y los hunos? Sólo los hunos contribuyeron a la suma con 300 000 personas, muy difícilmente más. Los ostrogodos que formaron un reino en Italia difícilmente eran un grupo tan pequeño como nos lo presentó López. Los lombardos que terminaron derrotando a los ostrogodos en Italia y formando un nuevo reino en la península tampoco. Los burgundios –o “borgoñeses”– para formar el reino correspondiente, en las actuales Borgoña y Lorena francesas y en los territorios próximos a ella de Alemania y Suiza, no debieron ser tampoco insignificantes numéricamente. Y, menos aún, los francos, que se posesionaron “de la región más vasta y fértil del Occidente”. Los francos –sigue diciendo López– “eran, con mucho, los más poderosos entre los pueblos bárbaros...” .

¿Cuántos, pues, podían sumar entre todos los “bárbaros”? ¿Acaso 1 200 000 personas?

¿Puede frente a esa cifra llegarse a la misma conclusión a la que llegó el historiador norteamericano Robert López para decir: “los bárbaros ¡eran tan poco numerosos!” . ¿Un millón doscientas mil personas puede considerarse un grupo “poco numeroso”? Eventualmente, podría sí admitirse que, en términos proporcionales, constituían un grupo minoritario. Pero si 1 200 000 personas eran objetivamente una mayoría o una minoría, sólo puede definirse sabiendo cuántos habitantes había en toda Europa Occidental por aquel entonces. Es decir, sabiendo qué porcentaje de los habitantes del imperio se movilizó para conmocionarlo y terminar por derruirlo. ¿Es posible estimar esas cifras? Lo intentaremos.

Hay autores que estiman que hacia el siglo V dC la población mundial era de, aproximadamente, 200 millones de personas . Asumiendo –con los riesgos que ello implica–, que las proporciones actuales fueran las mismas que en la antigüedad, la Europa Occidental del siglo V dC tenía, entonces, alrededor de 26 millones de habitantes . Frente a esa cifra, 1 200 000 representa entonces casi el 5 % de la población. ¿Ello es poco o mucho? Ciertamente depende. Si están pacíficamente trabajando sus tierras, puede considerársele “pequeña” y hasta insignificante.

Pero si sólo una cuarta parte de ellos se moviliza por todo el territorio saqueando; asaltando para conseguir alimentos, caballos y carros de transporte; bloqueando caminos y haciendo sabotaje a puentes y obras públicas; enfrentando y derrotando a las desperdigadas huestes imperiales; abandonando las tierras que trabajaban y agudizando con ello la escasez de alimentos; abandonando las minas y con ello saboteando aún más la economía del imperio; etc., entonces debe considerársele una cantidad enorme, desproporcionadamente grande y devastadora.

Basta imaginar qué ocurriría hoy, por ejemplo, en el esplendor y máximo poder del Estados Unidos, si en el preciso momento en que se estuviera combatiendo, contra algún “enemigo” –Irak o el que fuera–, se levantan en hordas de hombres, mujeres y niños, simultáneamente, a todo lo largo y ancho del territorio al norte del río Grande, 4 millones de personas, es decir, 2,5 veces la población de delincuentes que hoy pueblan las cárceles norteamericanas . Los resultados serían, simple y llanamente, terribles, devastadores. ¿Y si a esa convulsión interna se sumara una larga serie de agresiones externas de todo género de motivación y origen geográfico, y disputas dentro de la propia élite hegemónica, y grave crisis económica y profundo malestar al interior de la nación hegemónica, y catástrofes climáticas, etc.?

No es difícil pues concluir que el alzamiento generalizado, escalonado y sistemático, terminó por ser lapidario para el Imperio Romano. Por cierto no murió instantáneamente, como si hubiera recibido un balazo en la sien. Languideciendo fue capaz de algunos estertores. Mas la debacle final fue y era inexorable.

 

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