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Alfonso Klauer
Los godos
En relación con la historia del Imperio Romano se menciona una notable
cantidad de pueblos. Sólo en las crónicas de Julio César se cita a más de
una centuria. Sin embargo, y aunque con distinta magnitud demográfica y
significación política y económica en la historia del imperio y diferente
grado de reiteración en los textos, la historiografía moderna, para el
territorio europeo por ejemplo, cita cuando menos a los siguientes, que
presentamos en orden alfabético:
alanos, alóbroges, ambarros, anglos, astures, avaros, belgas, catalanes,
borgoñones o burgundios boyos o bávaros, bretones o britones, cantábricos,
caturiges, centrotes, eduos, escitas, escotos, eslavos, francos, galos,
gépidos o gepidos, germanos, godos, gravocelos, griegos, helvecios, hérulos
o erulos, hunos, jutos, lombardos, marcomanos, nóricos o nórdicos,
ostrogodos, pictos, sármatas, santones, segusianos, suevos o cuados o quades,
tolosanos, turingios o tulingos, vándalos, vascos, visigodo y voconcios.
Por cierto, además de romano, ningún otro nombre como bárbaros es tan
frecuentemente recogido en los textos. Y luego, con alguna menor frecuencia,
compiten entre sí los de germanos, godos y hunos.
El de germanos, y para muchos efectos, terminó siendo una suerte de
nombre, etiqueta o marca paraguas. Casi sin mayor esfuerzo de distinción fue
aplicado no sólo a los germanos propiamente dichos, sino que sin más se
aplicó también a todos los pueblos cuyas patrias se ubicaban al este del Rin
y al norte del Danubio. Y, sea por extensión, por dificultad de distinción,
por economía de lenguaje, y, para muchos jefes y cronistas romanos, hasta
con intención de distorsionar los hechos, fue también endosado a todos
aquellos pueblos que por escapar del yugo romano se trasladaron al indicado
territorio, más allá de los límites septentrionales del imperio.
El hecho de que llegó a prevalecer el uso de ese nombre o gentilicio
paraguas, y la muy lamentable intervención del que a su vez puede
denominarse efecto teléfono malogrado en el que la información inicial
difiere sustancialmente de la que registra el último oyente, impide llegar
a conocer a ciencia cierta a qué pueblos realmente correspondía el
gentilicio germano y a cuáles no. Ambos efectos han tenido la nefasta
consecuencia de confundir y lugar a innumerables errores y distorsiones por
parte de quienes se han encargado de escribir la Historia.
Si algún caso de confusión hay de magnitudes equivalentes ése es el de
godos. A muchos pueblos a los que no correspondía les fue endosado el
nombre. Pero éste a su vez, como parecen sugerirlo muchos elementos y como
creemos, en algún momento dejó de ser propiamente un gentilicio para
convertirse en realidad de un adjetivo calificativo: ricos. Habría pues
tenido una evolución como la que a lo largo de siglos había sufrido el
gentiliciosustantivo bárbaros, que de significar extranjeros pasó a
significar ignorantes, violentos.
Pero si dentro de ésa, una confusión es particularmente notable en la
historiografía tradicional, es la que se da entre ostrogodos y visigodos. Se
les ubica indistintamente a unos en el espacio en que estuvieron los otros.
Se cita o refiere a unos cuando debería hacerse referencia a los otros, etc.
¿Cómo explicar el embrollo? ¿Hay forma de explicarlo, más allá de cuando se
ha dicho hasta aquí? Si, y trataremos de mostrarlo con la ayuda del Gráfico
Nº 27 (en la página siguiente).
Ciertamente, desde la ubicación física en la que los pueblos germanos
estaban milenariamente asentados, al norte de Europa, en perspectiva
físicoespacial, los ostrogodos eran, entre los godos, los godos del lado
derecho; y los visigodos, los godos del lado izquierdo. Para los
campesinos y pastores germanos, pues, como se habría dicho en lenguaje
técnico, los ostrogodos no eran los godos del oeste, sino los del lado
izquierdo, y los visigodos no eran los godos del este, sino los del lado
derecho. ¿Cómo entonces, a través de los siglos habría quedado sentenciado
el absurdo lógico de que quienes estaban al oeste se les terminó denominando
godos del este, y viceversa, entuerto que sin la más mínima duda carga con
gran parte de la responsabilidad de las confusiones entre unos y otros que
hasta hoy se dan? Veamos.
Desde tiempos remotos se tiene por sabido que todo es relativo, que las
cosas dependen de la perspectiva o del cristal o del criterio con que se las
mire. Este principio ha de ayudarnos a plantear una hipótesis que pretende
entender cómo eventualmente quedó establecida la diferenciación entre Ost /
West u Ostro / Visi que distinguió a estos dos pueblos, y que con criterio
técnico debió ser exactamente a la inversa. Partiremos sin embargo de las
siguientes premisas:
a) En el contexto del proceso de formación del Imperio Romano, los germanos
vieron llegar al lado norte del bajo Danubio, a tierras que hoy corresponden
a Rumania, primero a aquellos pobladores desarraigados del noreste de España
que a sí mismos se identificaban como gotland, que para aquéllos quedó
fonéticamente convertido en goths, y que con el tiempo pasó al castellano
como godos;
b) Algún tiempo más tarde, al territorio que hoy corresponde a Hungría, y
como vecinos pues de los goths, empezaron a establecerse otros cuyo idioma y
costumbres, no aparentando para los germanos ser muy distintos a los de los
anteriores, resultaron entonces tratados de la misma manera, esto es,
también como goths. Antecedentes probados de estas inadvertidas e
involuntarias confusiones y errores de generalización hay muchos.
Así, por ejemplo, los primeros conquistadores de México y del Perú,
provenientes de una civilización inmensamente más avanzada que la de los
pueblos que iban dominando, les costó no obstante décadas distinguir que
éstos en realidad pertenecían a naciones distintas entre sí, y que el
lenguaje que hablaban no era uno sólo sino uno distinto por cada nación. Los
había entonces, como ejemplo, inkas que hablaban quechua; kollas que
hablaban aymara y chimúes que hablaban sec. Pero otro tanto también ocurrió
a la inversa. En efecto, a los nativos les costó décadas percibir que unos
eran castellanos, otros catalanes y otros por ejemplo italianos, y que en
verdad cada uno de esos grupos hablaba un idioma distinto. Si ello ocurrió
en el siglo XV, cómo pues no suponer que se dio el mismo fenómeno 1 700 años
antes, durante los años de formación del Imperio Romano.
Es decir, desde la perspectiva de los germanos, a ambos grupos, siendo
iguales, les correspondía pues un solo nombre: goths. Y no habiendo
mayores conflictos con ellos, ni un gran intercambio comercial que los
obligara a distinguirlos, siguieron por igual llamándolos por siglos con un
mismo nombre: goths. Diremos pues que el error de no diferenciación quedó
instalado porque prevaleció en el fenómeno una perspectiva cultural,
antropológica. Esto es, el cristal a través del cual los germanos
conceptualmente identificaron como uno a ambos pueblos fue étnicocultural.
c) Con el transcurrir de los siglos, miles de germanos (pero también de
goths), habían pasado a formar parte del imperio, constituyendo por ejemplo
el grueso de las tropas. Y, tras la división del poder hegemónico, había
quedado consolidado un enorme poder administrativo y militar en
Constantinopla. Éste, sin embargo, tenía específicamente como parte de sus
responsabilidades el control de los cada vez más poderosos y conflictivos
goths, pero de aquellos pues que, al otro lado del Danubio, no pertenecían
al imperio y cada vez constituían una amenaza mayor. Así, gran parte del
quehacer político, administrativo y militar del poder en Constantinopla,
pero también del quehacer comercial, estaba centrado en los cada vez más
famosos y preocupantes goths.
Pensando específicamente en las preocupaciones militares, aunque no muy
distintas debieron ser las comerciales, cómo diseñar adecuadas estrategias
sin distinguir bien el objetivo: a cuál de ambos grupos de goths se iba a
atacar, o a la frontera de cuál había que enviar un destacamento de relevo o
de refuerzo urgente, debieron ser pues preocupaciones frecuentes. ¿Puede
extrañarnos que a la postre fuera el criterio del personal de tropa,
prevalecientemente germano, el que terminó por establecer la diferencia
entre los goths? No, porque al fin y al cabo, para que las órdenes se
cumplieran a cabalidad, no había nada mejor que utilizar el lenguaje, o por
lo menos las palabras más relevantes de la orden, en el idioma de quien las
iba a ejecutar. Mal puede entonces extrañar que primero los oficiales de más
baja graduación, que alternaban diariamente con los soldados germanos,
fueran quienes tuvieron que asimilar el lenguaje o por lo menos las palabras
más importantes con que se expresaban aquéllos. Y así, a fuerza de
reiteración en el tiempo, y porque los oficiales de baja graduación iban
ascendiendo, terminaron entonces por prevalecer las expresiones germanas
sobre aquellos temas o aspectos vitales, como ése de distinguir bien a unos
goths de otros.
d) Pero además, y durante milenios, no hubo expresiones específicas (o
términos absolutos) para señalar el este ni el oeste. La indicación de
la ubicación de algo o de algún lugar se hacía con el brazo o la mano
correspondiente. Está a la izquierda, señalaba con acierto uno. Pero para
aquel que estaba al frente todo era a la inversa, de modo que (en términos
relativos), para éste el mismo objeto o lugar estaba más bien a la
derecha. Véase a este respecto el lado izquierdo del Gráfico Nº 28.
Otro tanto ocurría cuando se trataba de señalar alguna ubicación en relación
con otras dos. Pero para el caso mejor remitirnos a la ilustración derecha
del mismo Gráfico Nº 28.
En efecto pues, desde la perspectiva del observador, en este caso un romano,
el territorio que quedaba entre Roma y los Alpes era Cis-alpino, y el que
quedaba del otro lado, era entonces el Trans-alpino. Pero para un
observador en el otro territorio las cosas eran también exactamente al
revés.
Es decir, ni para la dicotomía derecha / izquierda, ni para la de este
lado / del otro lado habían términos absolutos. Ello sólo apareció en la
humanidad tiempo más tarde, cuando se tomó absoluta conciencia de que ese
relativismo prevaleciente sólo conducía a confusiones que en algunos casos
resultaban costosísimas, como cuando se mandaba a un ejército a la izquierda
y terminaba yendo a la derecha.
Así apareció la necesidad de crear términos absolutos que para todos,
cualquiera sea su posición, tuvieran el mismo significado. Mas en ninguno de
los casos señalados hubo realmente creación de nuevas palabras. Sino que un
grupo, aquel que por alguna razón prevalecía culturalmente o de otra manera
impuso sus propias palabras o sus propios criterios.
Así, a inicios del imperio, los romanos impusieron su criterio en torno a la
segunda dicotomía. Y ello sin duda tuvo bastante que ver con el hecho de que
su territorio fuera una península. Los asuntos en torno al mar importaban
pero no tanto como los referidos a tierra: la riqueza o los principales
objetivos y enemigos estaban en tierra, y, fundamentalmente, del otro lado
de los Alpes. De ese modo, la que hasta tiempos del conquistador Julio César
fue durante siglos una referencia relativa: a este lado de los Alpes o
territorio Cis-alpino, quedó convertida en referencia absoluta, o, si se
prefiere, nombre propio, invariable cualquiera fuese la posición del
observador.
La impuso arbitrariamente el conquistador a costa no sólo de repetirla, sino
de sancionar severamente a quien no entendiera que Cisalpino era sólo y nada
más que el territorio que quedaba entre Roma y los Alpes, y Transalpino el
que, siempre en relación con Roma, quedaba tras los Alpes. Y punto. Aunque
para los galos, francos, belgas, suizos, austriacos, germanos y otros
pueblos, todo era a la inversa, tuvieron que abandonar sus consuetudinarias
referencias relativas y aceptar la imposición de Roma. Asi Cisalpino y
Transalpino pasaron a ser absurdos nombres propios, porque significando el
primero a este lado de los Alpes quedaba al otro lado de los Alpes para
aquellos pueblos, y otro tanto pues con Transalpino. Pero todos tuvieron que
avenirse a aceptarlos, dado que no había otra alternativa: Roma y sus
criterios imperaban.
Todo hace pensar que, en cambio, nunca quisieron, o intentaron o lograron
imponer su criterio en torno a lo que quedaba a la derecha e izquierda de
Roma. Aparentemente esa necesidad objetiva de crear términos absolutos para
ese efecto no surgió sino, siglos más tarde, cuando ya no imperaba Roma sino
Constantinopla.
Así tal como se ha sugerido en el Gráfico Nº 27, todo también indica que
para el nuevo centro de poder sus preocupaciones militares y económicas, ya
porque allí estaban los más importantes o potenciales enemigos, o porque
allí también estaba la mayor fuente de recursos tributarios, eran los
territorios de Hungría y Rumania, esto es, los de los dos tipos de godos a
los que había que empezar a diferenciar perfectamente a fin de no incurrir
en más errores (porque sospechamos de debieron darse muchos y costosos).
Y, como también hemos señalado, todo indica que a la postre fueron los
soldados germanos, irónica y paradójicamente los incivilizados bárbaros,
quienes hicieron prevalecer sus criterios. Y entonces terminó por llamarse ost,
que se indicaba con la mano izquierda a todo lo que quedaba a la
derecha; y west, que se señalaba con la mano derecha, a todo cuanto
quedaba a la izquieda.
El ost, impuesto por los incivilizados bárbaros germanos sin saber cómo
ni por qué, y muy a pesar de Constantinopla y de Roma, y aceptado por todos
sin que siquiera pudieran haberlo imaginado los soberbios romanos, pasó pues
como east a los sajones y como este a todos los pueblos latinos. Y el west,
pasó idéntico a los sajones y como gueste, primero, y oeste, después, a
los pueblos latinos.
Colón, por ejemplo, llegó a América utilizando el gueste reiteradamente en
su diario. Así, en una página que no ha merecido mayor comentario de los
historiadores, muy sorprendente y sospechosamente ordenó a sus capitanes
viajar siempre hacia el gueste por el paralelo 28° ¿Cómo podía tener tanta
seguridad si supuestamente nunca había estado en el Nuevo Mundo? En fin,
bastante hemos escrito sobre la materia en Descubrimiento y Conquista: en
las garras del imperio, tomo I.
El hecho de que se impusieran las denominaciones ost y west mirando
desde Constantinopla al norte, resulta indirectamente mostrando cuán poca
importancia tenían para el poder imperial allí asentado todos los
territorios que quedaban hacia el sur. Porque de haber sido a la inversa el
asunto, hoy estaríamos llamando ost o este a lo que quedando a la
izquierda los germanos coherentemente señalaban con la izquierda, y a la
inversa. Habría sido en todo caso más sensato el asunto. Así de simple, así
de antojadizo y arbitrario.
El Gráfico Nº 29 (en la página siguiente), en el que presentamos los mapas
de Alemania y Austria, tiene por objeto mostrar un valioso indicio en aval
de nuestra hipótesis. Esto es, que habrían sido los germanos quienes
impusieron al mundo dominado por Roma, primero, y a todo el resto, después,
su ancestral y milenario criterio con el cual quedaron convertidas en
referencias absolutas referencias relativas que tenían originalmente el
sentido inverso.
El vecino más germano de Alemania, con el que la une un parentesco
milenario, es Austria. Desde la perspectiva de los germanos, como se muestra
en el gráfico, Austria queda a la izquierda, su ubicación se señalaba con la
mano izquierda y su nombre oficial en idioma germano es precisamente
Osterreich (imperio del este). Consistentemente, nombres como Westfalia
o Westerwald, y quizá otros, corresponden a territorios del extremo
derecho u oeste de Alemania. Y sin duda desde antiguo su ubicación se
señalaba con la mano derecha.
Pero de haber prevalecido en tales casos los criterios que surgieron desde
el desde Constantinopla por mediación de los germanos, Austria debería
llamarse más bien, Westerreich; Westfalia, Ostfalia y Westerwald,
Osterwald (y suponemos que así se escribirían).
Esta parece una buena prueba de que estos tres nombres vendrían de muy
antiguo, quizá desde antes de la formación del Imperio Romano, cuando las
denominaciones se hacían en función a referencias relativas, es decir, desde
la perspectiva subjetiva del interesado, independientemente de que para
otros resulte un absurdo.
En definitiva, nuestra hipótesis es pues que, en los últimos tiempos del
Imperio Romano, y en particular desde la constitución del poder más
importante en Constantinopla, habiendo prevalecido vehemente y
desesperadamente una perspectiva militar, centrada sobre los territorios de
lo que hoy son Hungría y Rumania, habida cuenta de las premisas anotadas,
quedó consensualmente sentenciado el absurdo lógico de que se denominara
godos del este, ostrogodos, a los que estaban al oeste; y godos del
oeste, visigodos, a los que estaban al este, como ya se vio en el Gráfico
Nº 25.
Partiéndose de un enredo de denominaciones como el señalado, el teléfono
malogrado funcionaría en los siglos siguientes produciendo enredos y
distorsiones todavía mayores. Y es que se fueron acumulando muchas razones
para agigantar el desaguisado inicial. Pero quizá cinco causas adicionales
son las que más contribuyeron a ello.
La primera fue sin duda la proximidad física entre los dos pueblos. Ella se
dio por lo menos entre los siglos I aC y V dC, esto es durante nada menos
que 500 a 600 años. Pero si a ello se agrega que, a pesar de la existencia
de un área montañosa separándolos como puede observarse en la parte
superior del Gráfico Nº 30, el Danubio representaba una vía de comunicación
sumamente efectiva, las posibilidades de integración entre ambos pueblos
fueron pues muy altas. Resulta entonces inimaginable que en todos los
órdenes de cosas su intercambio fuera escaso. Al contrario, debe pensarse
que fue intensísimo. Ya sea que se piense en el intercambio económico o si
se prefiere comercial; o en el intercambio técnico y de conocimientos; o en
términos del intercambio cultural y social, y especialmente matrimonial.
En esos seis siglos el mestizaje y proceso de homogenización entre ambos
pueblos debió ser entonces enorme. Dando como consecuencia una cada vez
menor diferenciación entre los mismos, lo que por cierto no significa que
desaparecieran todas las diferencias ni mucho menos. Mas para percibirlas,
dado que cada vez eran más sutiles, había que alternar muy frecuentemente
con ellos. De lo contrario, en contactos pasajeros o efímeros, cualquier
observador creía que ambos grupos no eran sino partes físicamente separadas,
aunque no distantes, de un mismo pueblo.
Una segunda causa fue el hecho de que el Imperio Romano, como todos los
imperios de la antigüedad, ponía muy serias trabas al libre desplazamiento
de los pobladores, por lo menos durante los primeros siglos en que logró
mantener un control administrativo y militar muy riguroso sobre los pueblos
conquistados. Y, más aún, sobre aquellas poblaciones que, como la de los
visigodos, eran el resultado de transplantes demográficos forzados, en los
que, en ausencia de rigor, los pobladores tendían a regresar a la tierra de
donde habían sido desterrados. O, como venimos presumiendo que era la de los
ostrogodos, en el caso de los grandes destacamentos militares acantonados en
los puntos más peligrosos de frontera: la posibilidad de sus integrantes de
movilizarse fuera del territorio asignado estaba apenas reservada a los
jefes de más alta graduación. Los de menor jerarquía bien podían pasar la
mayor parte de su vida enclavados en el área a donde fueron enviados desde
muy jóvenes.
En esos términos, casi sin movilidad física, sin desplazamientos fuera de su
terruño ancestral, la inmensa mayor parte de los pobladores del imperio no
conocía sino de cuanto se refería a los integrantes de la comunidad a la que
pertenecían. Respecto del resto de pueblos dominados y sojuzgados como
ellos, desconocían qué idiomas hablaban, qué costumbres tenian, cómo
vestían, cuál era el color de su piel, cómo se denominaban, dónde estaban
ubicados, etc.
Con esas restricciones, las posibilidades de distinguir diferencias entre
extranjeros eran mínimas cuando no nulas. Y peor todavía cuando las
diferencias eran apenas sutiles, casi imperceptibles, o sólo perceptibles
por quienes sí habían alternado con frecuencia con poblaciones de varios o
muchos pueblos, como ocurría en el caso de los jefes militares y
administrativos del imperio, o con los comerciantes internacionales, por
ejemplo. Pero éstos numéricamente eran un grupo insignificante. Y si
divulgaban sus conocimientos y la información de que disponían,
probablemente no rebasaba a su propia esfera familiar.
A los pobladores de la meseta central de España, para imaginar un caso,
quizá les resultaba relativamente sencillo concluir que pertenecían a
diferentes pueblos gentes que llegaban por ejemplo del norte de África y del
extremo norte de Europa. Desde el color de la piel quedaba marcada la
diferencia entre unos, otros y el asombrado español que los veía. Pero, a
ese mismo poblador ibérico, distinguir entre visitantes que llegaban desde
la cuenca central del Danubio, le resultaba casi imposible. Hasta puede
pensarse que los veía virtualmente idénticos. Ni el idioma, ni el color de
la piel, ni la vestimenta permitía distinguirlos. Le resultaban tanto como
mellizos. Así, uno que dijo ser ostrogodo fue tratado al día siguiente como
visigodo y viceversa. Y si uno dijo que venía de Hungría y el otro que
llegaba de Rumania, el testigo contó a su familia exactamente lo contrario,
sin tener la más mínima sospecha de que estaba incurriendo en error.
Una tercera causa, aunque estrechamente relacionada con las dos anteriores,
o que abunda en las mismas, era el hecho de que, mirándose un mapa completo
del imperio como el que presentamos en la parte inferior del Gráfico Nº
30, ostrogodos y visigodos ocupaban apenas una veinteava parte del
territorio imperial. De modo tal que muchísima más era la población imperial
que desconocía completamente de ellos que aquella que los conocía. ¿Cómo
podría pues extrañar que por donde pasaron los confundieron a unos con
otros?
¿Y en qué circunstancias fueron vistos y por primera vez tanto unos como
otros? Pues nada menos que cuando en el siglo IV pasaron como migrantes.
¿Será necesario insistir en que, en razón de ello, quienes los vieron pasar
no volvieron a verlos jamás? ¿Qué y cuánto tiempo se retiene en la mente un
episodio que apenas fue fugaz? Hoy, por cuanto se conoce de las
investigaciones en criminalística, se sabe positivamente que son
prácticamente inservibles las versiones de testigos incidentales de
experiencias efímeras, como aquellas que les ocurrió a millones de europeos
que sólo vieron una vez en su vida a visigodos u ostrogos. Ese tipo de
testimonios virtualmente nunca expresan a cabalidad el o los sucesos
ocurridos, ni con un mínimo de aproximación; y menos pues cuando hay
violencia de por medio, en que el bloqueo de la mente es casi completo. Y sí
que fueron violentas las circunstancias en que se produjeron y de que
estuvieron revestidas las migraciones de los ostrogodos y los visigodos.
¿Cómo entonces no entender que la inmensa mayor parte de las versiones
registradas no hayan recogido sino confusiones y datos equivocados,
reportándose que estuvieron visigodos allí donde en realidad habían estado
ostrogodos y viceversa; o que habían pasado unos cuando en verdad habían
pasado los otros, etc.?
Agréguese ahora una cuarta causa: la intensión deliberada de confundir.
Ello, sin duda, debió formar parte de la política imperial romana en
aquellas circunstancias: formaba parte de las campañas sicosociales de la
época. Quitarle los méritos de una acción distinguida a los visigodos, por
ejemplo, tenía por objeto desmoralizarlos. Y endosarle los cargos de un
atentado o saqueo producido por los ostrogodos tenía también el mismo
objetivo. La réplica a esa política no se dejó esperar. Así, concientes de
que la confusión era general, cuántas veces los ostrogodos se habrían
declarado visigodos, o a la inversa, para al propio tiempo librarse de un
cargo y endosárselo al otro grupo.