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Alfonso Klauer
¿Invasiones extranjeras o guerras de liberación?
Si a todos los desterrados de España por los conquistadores romanos:
feniciosespañoles, cartagoespañoles, griegocatalanes y cantábricos,
genéricamente podemos denominarlos españoles , otro tanto debemos decir de
sus descendientes que, al cabo de siglos, retornaron a la península: también
eran españoles, aún cuando habían nacido fuera y muy lejos de la tierra de
la que habían sido expulsados sus padres.
Ellos, nacidos a orillas del Mar Negro, en Rumania, en el Danubio central o
en Germania, eran españoles; como Trajano y Séneca fueron romanos, aún
cuando habían nacido en España. Cada uno de los pueblos desterrados salió de
España con un nombre y, al cabo de siglos, retornó a ella con otro.
En el interín, de boca en boca, generación tras generación, de madres a
hijos, todos sin embargo habían mantenido viva su propia historia, sus
propios valores, sus aspiraciones, sus metas y objetivos. Que Roma y los
historiadores romanos, en función de sus intereses, hayan centrado su
atención en sí mismos, sin registrar la historia y lo que ocurría
cotidianamente entre los bárbaros y lo que pasaba por la mente de éstos,
es otro problema.
Más lamentable, sin embargo, es que la Historia moderna como si de un
asunto intrascendente se tratara haya, en la práctica, obviado que durante
el Imperio Romano pueblos enteros fueron movilizados desde sus territorios
ancestrales y refundidos en remotos rincones de Europa.
Y que muchos de ellos, voluntariamente, buscaron refugio fuera del alcance
de los romanos, prefiriendo el frío, e incluso el hambre, antes que el yugo
imperial. Habiéndose descuidado el dato de esas migraciones, y perdido el
derrotero y el destino forzado de cada uno de esos pueblos, todos, de
improviso tanto los historiadores romanos como los modernos, se
encontraron con bárbaros por aquí y por allá.
En ese contexto, todo indica que sistemáticamente se omitió indagar si había
alguna racionalidad en el destino por el que optó cada uno de los pueblos
bárbaros.
Implícitamente se ha dado por sentado que fue simplemente azaroso y
arbitrario el hecho de que anglos y sajones terminaran en las islas
británicas; ostrogodos y lombardos, en Italia; avaros o alanos, en el sur de
España; vándalos, en Cartago; francos, en Francia; suevos, en la Cantabria ,
y; visigodos, fundamentalmente en el norte y centro de España.
Pues bien, todos ellos se sumergieron utilizando la expresión y el
criterio de Toynbee , mientras pasaba la oleada romana. No desaparecieron.
No se extinguieron. Y mantuvieron viva su historia. Y sus expectativas de
regresar allí de donde habían venido sus padres. Para cada uno de esos
grupos humanos, la del primer origen era su patria. No aquella a la que
los habían desterrado o empujado los romanos.
¿Puede entonces seguirse diciendo que esos pueblos eran bárbaros o
extranjeros que, llegando desde fuera, asaltaron y asolaron al Imperio
Romano? Ciertamente ello es un absurdo: el común denominador es que todos
fueron víctimas del expansionismo imperial. Y con el tiempo habrían de
cobrarle la factura al agresor. Su actuación final no fue pues la de
invasores que agreden. Fue, más bien, la de pueblos conquistados que se
rebelaron y liberaron liquidando al imperio que los sojuzgó.
El Imperio Romano no sucumbió pues por la supuesta acción demencial de
también supuestas hordas salvajes que llegaron desde el exterior. Sino como
resultado de una revuelta generalizada de los pueblos que habían sido
afectados o habían estado aplastados y sometidos por el poder hegemónico:
españoles, franceses, ingleses, belgas, suizos, germanos, etc., pero también
tunecinos, egipcios, libios, jordanos, palestinos, etc.
Pues bien, y para concluir con esta parte, si durante la fase en que todos
esos pueblos fueron víctimas del expansionismo imperial no primó su propia
voluntad, sino las circunstancias, debe sí considerarse fundamentalmente
deliberada su decisión de contribuir a la liquidación del poder imperial.
Porque sería absurdo creer que en el complejo conjunto de acciones que
adoptaron, apenas la de decidir el punto final de sus correrías fue
deliberado y conciente.