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Alfonso Klauer
l Contradicción principal
En la relación poder imperial pueblos sojuzgados, los intereses en juego
que incuban y desatan mayor contradicción son los que se refieren a la vida,
la religión, el idioma y el patrimonio material. Todas las conquistas
imperiales en la historia de la humanidad, y casi podríamos decir que hasta
bien entrado en siglo XIX aunque hoy también lo vemos en pleno siglo XXI,
han estado jalonadas por inauditos hechos de violencia contra todos y cada
uno de esos intereses de los pueblos conquistados.
De Mesopotamia, por ejemplo, han quedado registrados muchos episodios de la
crueldad casi inverosímil que pusieron en práctica los asirios con los
pueblos que conquistaron. La violencia aplicada contra los esclavos en
Egipto no fue menor. No otro fue el proceder de los griegos, que en todas
sus conquistas, como refiere Herodoto, tomaban rehenes y miles de esclavos.
Las conquistas romanas, está visto, fueron también despiadadas y
sanguinarias. La conquista europea de América, y de grandes territorios de
África y Asia, representó la muerte de millones de personas, la extracción
de riquezas virtualmente incalculables, y una por igual cuantiosa
destrucción de activos que había costado miles de años construir. Y, ya en
nuestro tiempo, además de la larguísima lista de cargos de muy diverso
género que puede hacerse al imperialismo norteamericano, dejemos al
estadounidense Milton Friedman, Premio Nobel de Economía de 1976, una última
aseveración: Nuestra política antidrogas ha provocado miles de muertes y
pérdidas fabulosas en Colombia, Perú y México (...) [así como] la pérdida de
su soberanía (...) y corrupción generalizada,... .
¿Por qué la oposición entre los intereses del conquistador y de los pueblos
conquistados es la contradicción principal dentro de un imperio? Pues
porque es la que surge de aquella relación poder hegemónico pueblos
sojuzgados, que, siendo la que da origen al imperio, es entonces también la
que encierra el germen de destrucción del mismo.
Ninguno de los pueblos sojuzgados, a pesar de los siglos que transcurrían y
más allá del ominoso silencio que a este respecto pone de manifiesto la
historiografía tradicional, olvidó jamás los vejámenes de que había sido
objeto. Así, invariablemente, todos aquellos que en su momento pudieron
tomar venganza la ejercitaron hasta destruir el imperio y, así, resolver la
contradicción. En nuestros días, esa espada de Damocles de la venganza
iraquí y por extensión islámica, se la repiten por doquier los críticos al
presidente Bush y a los halcones que lo secundan.
En Mesopotamia, la enorme ciudad de Nínive fue atrozmente saqueada,
poniéndose de manifiesto una ferocidad demoníaca. Por su parte, Ciro, el rey
persa, cuando por segunda vez derrotó a los babilonios, tras una largamente
alimentada venganza, ordenó ejecutar el empalamiento de hasta tres mil de
los principales, como indica Herodoto, que también registra que a las
mujeres, con gran crueldad, se les cortaba los pechos . La historia de la
caída del Imperio Romano incluye el feroz saqueo y destrucción de la ciudad
de Roma, venganza que ejecutaron los visigodos y los vándalos, pueblos estos
que habían conquistado y desterrado los romanos de la península ibérica
cuando empezó a formarse el imperio como extensamente mostraremos más
adelante. El rodar de miles de cabezas durante la Revolución Francesa, o la
suerte de los Romanov durante la Revolución Rusa, forman también parte de
esos tenebrosos y oscuros desenlaces. En los Andes, en Sudamérica, dos mil y
quinientos años antes del primer viaje de Colón, dos imperios fueron
igualmente objeto de despiadada venganza por parte de los pueblos que habían
dominado: Chavín y Wari.
El común denominador es pues asombroso. En todos los casos ha dicho Toynbee,
la explosión de ferocidad [de los oprimidos ha sobrepasado] a la crueldad a
sangre fría de sus opresores y explotadores . Sin duda, la suerte de los
poderes imperiales inglés y español, en los albores del siglo XIX, habría
sido muy similar, si ellos y sus colonias hubieran ocupado espacios
limítrofes, como había ocurrido en todos los casos anteriormente señalados.
Madrid y Londres, pues, fueron providencialmente salvadas por el océano. En
forma equivalente, en 1531, el Cusco del Imperio Inka quedó a salvo porque
antes de que se resolviera la contradicción principal aparecieron en escena
los conquistadores españoles.
Es absurdo y profundamente dañino porque es alienante y engañoso, que la
historiografía tradicional más difundida siga mostrando tanta displicente
indiferencia frente a los dramáticos acontecimientos que han estado
presentes en el colapso final de los imperios, y frente a la no menos grave
conclusión a la que arriba el gran historiador inglés. Resulta inaudito que,
reunidas esas evidencias, no se les haya sopesado cabalmente, y, más aún, se
les siga presentando como hechos aislados y accidentales, cuando no
anecdóticos. Por lo demás, desde el punto de vista científico, resulta
inaceptable que la historiografía persista en el error de no establecer
relación de causaefecto entre el violento sojuzgamiento que sufrieron los
pueblos conquistados y esas feroces acciones de venganza y represalia.
Nadie como quienes tienen en sus manos las riendas del imperio más poderoso
de nuestros tiempos debería preocuparse tanto por estas graves lecciones de
la historia. El odio y los afanes de venganza laten en los corazones de los
pueblos durante siglos. Aunque cierto es, sin embargo, que las formas en que
hoy puede manifestarse ese odio y ese espíritu de venganza difieren
drásticamente de los de la antigüedad asumiendo que el inaudito y
descomunal atentado del 11 de setiembre, o un equivalente, no se dé más,
aunque seriamente se teme lo contrario. Pero incluso si se expresan en el
tono de estos tiempos, serán proporcionales al daño que subjetivamente
sienten haber recibido quienes directa o indirectamente se reclamen
víctimas de formas más o menos cruentas y más o menos dañinas de dominación
y hegemonía.
Y, aunque implícitamente ha quedado dicho en el recuento realizado, vale la
pena poner en evidencia otro aspecto de la cuestión. La venganza, esto es,
la venganza sistemática, como es obvio, no se ha ejercido nunca cuando los
imperios estaban en la cúspide de su poder, cuando podían neutralizarla o
eliminarla. No. La venganza definitiva de los pueblos siempre se ha puesto
de manifiesto cuando los imperios estaban ya heridos de muerte. En ausencia
de alternativa, paciente y resignadamente los pueblos dominados han esperado
la hora oportuna. Hoy, silenciosa y soterradamente aunque en algunas
ocasiones con visibles manifestaciones de violencia, y reeditándose esa
constante que se ha registrado en la historia y como al final se verá, los
pueblos del Sur también están esperando la hora oportuna.
Contradicciones secundarias
Pero a la contradicción principal en singular, que se desata al interior
de un imperio, debe sumarse otras que también se dan: las contradicciones
secundarias en plural. Y resultan en contradicciones secundarias porque se
desatan como consecuencia de la existencia del imperio; en tanto que la
principal, como se ha visto, se desata como consecuencia de la formación del
imperio.
Casi sin excepción siempre se han dado, simultáneamente, aunque no siempre
con el mismo peso y los mismos estragos, varios tipos de contradicciones
secundarias. Entre ellas se cuenta la que surge de la oposición de intereses
al interior de la élite del propio pueblo hegemónico. Ése fue por ejemplo el
caso de la guerra civil entre Artajerjes II y su hermano Ciro, en el 404 aC,
por la hegemonía del Imperio Persa. O el que, casi en la misma fecha, se dio
entre atenienses y espartanos en la guerra del Peloponeso, por la hegemonía
en Grecia, pero también los numerosos enfrentamientos anteriores y
posteriores que han quedado registrados de la historia griega. O el que se
puso de manifiesto en las rebeliones de Tiberio y Cayo Graco, durante la
llamada República Romana, en el 133 y el 121 aC, respectivamente; y el de la
guerra civil que, en el 31 aC, enfrentó a Octavio, Marco Antonio y Lépido, y
de la que, pero con el nombre de Augusto, surgió oficialmente el primero de
ellos como el primer emperador romano. Y como esos muchísimos pues de otros
casos, entre los que no es menos célebre el que enfrentó a Huáscar y su
hermano Atahualpa por la hegemonía del Imperio Inka.
Otra contradicción secundaria importante, aunque algunas veces juega un rol
decisivo, es la que tiene lugar como consecuencia de la oposición de
intereses entre la potencia hegemónica y sus vecinos más importantes, y/o
las potencias rivales, cuando las hay. Mas sobre esto hemos hecho ya un
largo recuento. Pero de cara al futuro puede preverse, principalmente, el
desarrollo de una cada vez más grave contradicción entre los intereses de la
Comunidad Europea y su Euro, y todo cuanto ello económica y políticamente
implica y Estados Unidos defendiendo a muerte la estabilidad y valor de su
Dólar. Y, claro está, la que habrá de darse entre el propio Estados Unidos
y China, cuyo poder y expansión económica son crecientes, a expensas del
poder y capacidad de expansión de Estados Unidos.
Pero también son secundarias las contradicciones que, en el seno del
imperio, surgen entre el poder hegemónico y sectores no dominantes del
propio pueblo hegemónico. Allí para demostrarlo innumerables rebeliones de
jefes militares de segundo orden en la historia de todos los imperios; o las
rebeliones de los esclavos; o mil formas de oposición, y acción de zapa,
incluido el sabotaje, de manos de diversos otros sectores de la población
del pueblo hegemónico, por igual descontentos con la forma en que la élite
imperial acapara la riqueza o maneja los asuntos públicos. ¿Deben incluirse
también en este rubro, por ejemplo, las contradicciones que expresan
Friedman, en su juicio contra la política imperialista de Estados Unidos
para el caso de la política antidrogas; y Noam Chomsky, en sus severísmos
juicios contra la política imperialista general de Estados Unidos; y de
cientos de norteamericanos, incluyendo famosos personajes, que públicamente
se han opuesto a la militarmente agresiva política de Bush? Sí, ciertamente.
Como deben incluirse las que con creciente oposición enfrentarán a la
comunidad latina contra la política de Washington, y a la de millones de
hombres y mujeres del mundo entero que ilegalmente permanecen en Estados
Unidos.
Contradicciones consustanciales
Pues bien, adicionalmente a las contradicciones que surgen como consecuencia
de las relaciones que se traban entre el poder imperial y los pueblos
sojuzgados, o entre los distintos sectores del pueblo hegemónico, o con
pueblos vecinos y potencias rivales, se cuentan pues las que pasamos a
denominar contradicciones consustanciales.
Con ese nombre en todo caso provisional, nos referimos a las
contradicciones que germinan y se desarrollan en las propias políticas de
administración del imperio que pone en práctica el poder hegemónico. Y son
contradictorias en sí mismas, de allí consustanciales, porque, a la
postre, y en todo caso en el largo plazo, con ellas se obtiene resultados
exactamente opuestos a cuantos se esperaba. Ha sido pues el caso de
políticas como las de:
Dejar la responsabilidad del abastecimiento alimenticio casi
exclusivamente a los pueblos conquistados y/o dominados; esto es, a los
enemigos potenciales más importantes, que, de esa manera, en el largo
plazo e imprevistamente, pasan a adquirir un poder circunstancial
extraordinario. Todo sugiere que el correspondiente actual es el de la
dependencia de las materias primas que, en la división internacional del
trabajo, los pueblos del Norte han encargado a los pueblos del Sur.
Privilegiar el gasto sobre la inversión, privilegiando el desarrollo
urbano superfluo y el presupuesto militar de ocupación y sojuzgamiento. Hoy
sus correspondientes se expresan en privilegiar el desarrollo material del
centro hegemónico, el presupuesto de la conquista del espacio, y el
presupuesto militar de amedrentamiento, y, dado el caso, de agresión.
Alentar la formación de centros de poder coyuntutal o circunstancial que,
a la postre, fueron adquiriendo cierta o creciente autonomía relativa en
contra del propio poder hegemónico. ¿No es para la era actual el caso de
Hussein, alentado y armado por Estados Unidos, incluso con armas químicas y
bacteriológicas, cuando uno y otro luchaban contra Irán?
8) La reiterada ausencia de la voluntad humana
Todo muestra, como estamos viendo hasta aquí, que ningún pueblo se preparó
conciente y deliberadamente para tomar la posta y empinarse hasta la
cresta de una nueva ola. Por drástico que parezca, cada una de las nueve
olas se ha ido formando en la geografía del planeta sin que la voluntad de
los hombres jugara pues un papel decisivo.
En cada ola, un pueblo, al margen de su voluntad casi por inercia,
diríamos, quizá además catapultado por fenómenos naturales providenciales,
y, por sobre todo, al cabo de usufructuar los beneficios que le reportó la
cercanía física con el centro de la ola precedente, se vio en el centro de
una nueva ola, primero, y llegó a la cresta de la misma, después. Otros,
también con independencia de su voluntad, fueron arrastrados o dominados por
la ola. Por último, hubo los que, también con prescindencia de su voluntad,
quedaron al margen del fenómeno, en la periferia de la ola.