EL MUNDO PRE-INKA: Sobre el “estado de la cuestión” en Historia  

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Alfonso Klauer

El pueblo tallán: condicionamientos histórico–geográficos

El sur del extenso y tórrido desierto de Sechura (de casi 200 Kms. de largo), había marcado el límite norte del territorio que alcanzó a tener el Imperio Wari.

Quizá para las poco numerosas huestes de vanguardia de los ejércitos chankas que llegaron hasta esos confines era demasiado riesgoso –y muy poco rentable– internarse en territorio tan hostil.

Al norte del desierto, los tallanes estaban posesionados de los valles de Tumbes, Chira y Piura, cuyos ríos suman probablemente más descarga que todo el restante conjunto de los ríos de la costa peruana.

El primero es de una exhuberancia tropical poco apropiada para la agricultura, peor aún entonces. Pero la enorme potencialidad de los dos últimos podría haber sustentado un desarrollo enorme. ¿Qué lo impidió? Que se sepa, no hay investigación empírica que proporcione datos para una respuesta concluyente. Sólo cabe suponer que los tallanes, en el “ojo de la tormenta” periódica del fenómeno océano–atmosférico del Pacífico Sur, no habrían podido superar sus reiterativos embates, tanto en sus versiones de inundaciones como de sequías.

Ningún otro pueblo sufrió como él intensamente todos y cada uno de los eventos climáticos de los que se ha hablado en el Tomo I de este libro.

No obstante, los tallanes alcanzaron su mayor desarrollo durante la Cultura Vicús, en Ayabaca (Frías) y Morropón (Vicús). Es decir, aparentemente no por una simple casualidad, algo menos expuestos a las inundaciones, sólo en una parte alta del valle del Piura, entre 2 000 – 3 000 msnm. El precio de la protección fue sin embargo ocupar una de las partes más estrechas y de grandes pendientes del largo valle, de proporcionalmente baja productividad agronómica.

Según parece más probable, esa cultura se habría extendido entre el 1000 aC y el 600 dC. Habría sido entonces –como hemos afirmado antes–, contemporáneamente influida y luego víctima de Chavín. Libre de éste, habría alcanzado su apogeo siglos más tarde, entre el 500 aC y el 300 dC 66.

Sorprendentemente, tanto el fin del apogeo de la cultura como el fin de la cultura misma, coinciden en el tiempo con las fechas dadas por Kaulicke 67 para dos grandes y muy destructivos períodos de eventos océanoatmosféricos.

Quizá fue pues a raíz de las catástrofes del 250–300 dC que la cultura Vicús sufrío un gravísimo debilitamiento que facilitó su conquista por los moches–mochicas –del que surge el estilo cerámico tallán–mochica–. Y que luego, conquistadores y conquistados sufrieran los embates de la naturaleza del período 550–600 dC., que los colocó a expensas del Imperio Wari (véase Gráfico N° 46).

Con el pueblo tallán estamos ante un nuevo caso de imprecisión historiográfica.

En efecto nunca se ha dicho claramente qué pueblo fue el protagonista de la Cultura Vicús. Ni se nos dice a qué pueblo dominaron más tarde los moches–mochicas, primero, y a qué pueblo conquistaron en Piura los chimú, después. Ni, por último, a qué pueblo sojuzgaron los inkas en “Ayabaca y la comarca piurana” –en palabras de Del Busto–. Obsérvese sin embargo que, mil años después de Vicus, Ayabaca aún seguía ocupada.

En la historiografía tradicional, recién nos son formalmente presentados los tallanes para el siglo XVI, durante la conquista española.

Y entonces, de sopetón, haciéndose referencia al primer viaje de Pizarro en 1528, se nos habla de “una gran población con murallas almenadas y torreones cuadrados. Era Tumbes, la ciudad buscada. Coronaba a toda la urbe una imponente fortaleza”. Era –como precisará Del Busto líneas después– “la gran población de los tallanes tumbesinos”, “compatriotas” de los “tallanes piuranos”.

¿Cómo y cuándo apareció de improviso esa gran población, tan bien equipada y guarecida? ¿Por qué recién resultan compatriotas los tallanes tumbesinos y piuranos? ¿No resulta entonces razonable que, en salvaguarda del principio de continuidad histórico–geográfica subyacente, reconozcamos como tallanes a los viejos creadores de la Cultura Vicús, y de allí en adelante a todos los pobladores de los territorios de Piura y Tumbes?

Pues bien, fue en ese primer viaje de Pizarro que se capturó en el mar a los “tres indiezuelos tallanes” que habrían de ser llevados hasta España, y rápidamente castellanizados para que, a la vuelta, desde 1531, sirvieran de intérpretes. Del Busto, refiriéndose al más conocido de ellos, hasta en tres ocasiones repetirá “Felipillo, el tallán perverso”¿Cuál fue la perversidad de Felipe, el joven intérprete tallán que, por el oficio para el que se le raptó y entrenó, asistió al juicio en el que se condenó a Atahualpa? Las deformaciones de la historiografía han sido tales, que buen tiempo se descargó a Pizarro y al imperialismo español, de la responsabilidad de la muerte del Inka, endosándosela a “Felipillo”, que supuestamente habría tergiversado frases de aquél –como bien recuerda John Hemming–.

A partir de allí, sibilinamente, la historiografía ha sembrado –con eficiencia digna de mejores causas– la infeliz asociación:

Felipillo = tallán perverso = traidor

(tan equívoca como la que en la Historia de México identifica “Malinche” con “traidora”). Repetida la ponzoñosa frase por décadas y décadas, sin tregua, ¿quién podría hoy en el Perú sensatamente identificarse como tallán? ¿Se excluirá también la historiografía tradicional de este atentado innoble contra la identidad legítima de un pueblo al que hoy pertenecen cientos de miles de peruanos?

En el apogeo de Vicús, los tallanes alcanzaron un gran desarrollo en la metalurgia del oro, logrando esculturas antropomorfas con láminas de oro soldadas. Quizá su mejor testimonio lo constituye la famosa estatuilla a la que se ha denominado la “Venus de Frías”.

Pero se postula que incluso conocieron una aleación dura de cobre, oro y plata 76.

Vicús muestra además una hermosa cerámica en la que sorprendentemente están una y otra vez presentes distintos tipos de instrumentos musicales: antaras, tambores y trompetas. Por cierto se ha encontrado también tejidos, agujas, depiladores y cascabeles.

Pero además cinceles y cetros, así como armas: porras, hachas y petos protectores.

Como está dicho, mientras su sede principal fuera el valle alto de Piura, sus posibilidades de desarrollo agrícola era muy escasas.

Así, no es de extrañar que, muchos siglos más tarde, el núcleo poblacional más importante de los tallanes se hubiera desplazado a la costa, y a otra actividad para la que, por azar, estaban magníficamente bien ubicados, y a la que si podían en cambio dedicar los doce meses del año: el comercio internacional.

¿Fue una conquista propia? ¿Fue precipitada después por la conquista moche–mochica? ¿La desarrollaron luego y mientras todo el sur de los Andes estuvo bajo hegemonía chanka? O, finalmente, ¿fue inducida o exigida por los conquistadores chimú, y/o por los ulteriores conquistadores inkas? Nada hay que permita una ofrecer una respuesta empíricamente convalidada. No obstante, ni la gran ciudad que “buscaban” los conquistadores españoles, ni el magnífico desarrollo náutico–comercial que encontraron los inkas y aquéllos, eran el fruto de pocas décadas, sino de siglos de desarrollo.

En todo caso, puede pensarse que la fortificación de Tumbes se habría iniciado ya durante el período de autonomía que vivieron los tallanes durante el Imperio Wari, y para defenderse no tanto quizá de éste, del que los separaba el largo y tórrido desierto, sino de sus vecinos del norte: los isleños punás (Isla Puná), los costeños hualcavilcas (en torno a Guayaquil) y hasta los cordilleranos cañaris de Cuenca (véase los Mapas N° 20 y 25).

Estaban pues asentados en un especialísimo vértice de la geografía americana. Ocupaban, en efecto, parte de aquel singular territorio que divide las calurosas áreas septentrionales del trópico sudamericano, Centroamérica y el Caribe, de las templadas y frías áreas meridionales. Hacia el este, el denso bosque amazónico era una barrera muy difícil de flanquear. Así, el punto de paso obligado, entre el norte tropical y el sur andino, era la tierra tallán.

Todos los pueblos, sin embargo, limitan con otros por el norte y por el sur. Y comercian con cada uno de ellos. E, incluso, sirven de puente entre sus vecinos. Hasta allí no se daba ninguna diferencia entre la situación de los tallanes en las costas de Piura y Tumbes, y, por ejemplo, la de las colonias lupacas en las costas de Moquegua y Tacna.

La importancia de la ubicación geográfica de los tallanes –a diferencia de la de los lupacas, por ejemplo– residía en que la propia naturaleza determinó que, en el tropical y enorme espacio al norte de su territorio, la producción pesquera, pecuaria, agrícola y minera fuese completamente distinta de la que se daba en el templado y frío territorio andino del sur. Y, a partir de ello, la producción artesanal o manufacturera era, también, muy distinta.

Esas grandes disimilitudes alentaban el intercambio. Y los tallanes ocupaban, precisamente, el territorio puente.

Los tallanes, pues, estaban asentados en un territorio–bisagra de gran importancia. Su ventaja comparativa natural, era, sin duda, comercial. Máxime –como está dicho– ante las graves y reiterativas agresiones de la naturaleza contra la producción agrícola.

En razón de ello, los tallanes, libres de la hegemonía chanka, habrían adquirido durante ese prolongado período una mayor especialización en el comercio que en otras actividades productivas. Así, mantuvieron intenso intercambio con los pobladores de la isla Puná, en el Golfo de Guayaquil, con quienes además se vieron envueltos en constantes conflictos (como constataron los conquistadores españoles al conocerlos). ¿Eventualmente y por encima de todo por rivalidad comercial? Quizá.

Pero hay además múltiples y sólidas evidencias de comercio con la costa de Colombia, el istmo de Panamá y, en América Central, con Costa Rica y Oaxaca (México) –como específicamente asume Hernán Buse–.

Y acaso –como como también podría desprenderse de lo que recientemente ha demostrado Del Busto–, navegaron hasta las lejanas islas Galápagos e, incluso, hasta la remota Oceanía (Melanesia y Polinesia), retornando por la Isla de Pascua.

Mal podría sorprendernos este último itinerario, si como bien se conoce hoy, los vientos alisios que vienen del sur toman precisamente la dirección hacia el oeste frente a las costas de Piura y Tumbes (como se vio en el Gráfico N° 4 –Tomo I–)

Más que canjear con sus propios productos –que poco podían ofrecer a este respecto –, navegando en infinidad de balsas de vela, y cuando correspondía por vía terrestre acarreando “caravanas de auquénidos” se constituyeron entonces en intermediarios entre los pueblos tropicales situados al norte y noreste de Tumbes y los pueblos y naciones subtropicales y andinas que ocupaban el sur y sureste del desierto de Sechura.

Hacia Centroamérica eran llevadas múltiples y voluminosas variedades de tejidos de uso masivo y espejos de obsidiana, así como cacabeles y sartales de chaquira. Pero también armaduras, petos y tenazas de metal. Así como productos de mayor valor como perlas negras de Sechura y nacarinas de La Libertad.

Pero sus productos más preciados, que atravesando el istmo de Panamá habrían llegado incluso hasta las playas e islas del Caribe, serían las coronas y diademas de oro y plata, y costosas y muy apreciadas vasijas de oro.

Desde el norte, a cambio, traían hacia el mundo andino central, perlas desde Panamá; esmeraldas, de las costas de Ecuador y Colombia; y, desde Oaxaca y Panamá, spondylus victorum y strombus galeatus, las célebres conchas míticas que, desde Chavín, tuvieron un enorme valor místico–religioso (pero también de predicción meteorológica –como ya se ha postulado–). Lo cierto es que, para muchas de las élites de los Andes, aquéllas valían “más que el oro y la plata” –como textualmente asegura Buse–.

Así, desenvolviéndose fundamentalmente como comerciantes, pero por sobre todo como grandes navegantes, los tallanes arribaron al siglo XIII, en que –como veremos más adelante–, cambiaría radicalmente su historia. Fueron primero conquistados por los chimú y, sin solución de continuidad, por los inkas y luego por los conquistadores españoles (y hoy forman parte del Perú dominado desde Lima).

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