EL MUNDO PRE-INKA: Sobre el “estado de la cuestión” en Historia  

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Alfonso Klauer

Las culturas moche y mochica: paradigmas de la estratificación social

Las guerras acabaron de perfilar la profunda estratificación social en los grandes pueblos y naciones de los Andes.

Los mitimaes prisioneros de guerra –y sus descendientes– ocupaban el peldaño más bajo de la escala social. El grueso de la población campesina de los pequeños pueblos vencidos cubría, probablemente, el escalón siguiente. Más arriba se ubicaba la población campesina de la nación dominante o conquistadora. En el siguiente escalón, habitando las ciudades, la población de especialistas y, con consideraciones posiblemente equivalentes, los kurakas de los pueblos sojuzgados.

Finalmente, en la cúspide, el gran kuraka y el grupo que con él compartía en las ciudades los más altos privilegios y el poder en los pueblos y naciones dominantes.

El boato de algunos entierros en la nación moche (chimú), así como entre los ica (nazcas), en comparación con la sencillez de otros, evidenció también la marcada estratificación social.

Es hargo elocuente el testimonio de algunas tumbas moche (chimú) en el área de La Libertad: los personajes importantes eran enterrados en ataúdes que contenían varios símbolos de poder. E inmediatamente a su lado, haciéndoles compañía, habían sido enterradas varias mujeres estranguladas poco antes de cerrarse la tumba. Todos quedaban “protegidos” por un guardián colocado sobre el ataúd, que había muerto de asfixia con la arena que sellaba la tumba.

250 Kms. más al norte, en el área de Lambayeque, y correspondiendo al 200 dC, el entierro del que ha sido denominado “Señor de Sipán”, encumbrado personaje del pueblo mochica, revistió idénticas características.

Es decir, incluso durante los períodos de paz, y no solamente en tiempo de guerra, el proyecto de los sectores dominantes incluía la muerte de individuos del sector dominado de la población.

En la nación moche (chimú), los vestidos y ornamentos con los que se ataviaba la población se encargaban de poner de manifiesto las grandes diferencias sociales.

El grupo dirigente se vestía y ataviaba ricamente, con mantos de plumas de aves exóticas, grandes aretes de concha o piedras semipreciosas, adornos nasales, pintura facial, argollas, brazaletes y riquísimos tocados en forma de turbantes o coronas con plumas multicolores. Los campesinos, en cambio, vestían en forma sencilla –confirma Lumbreras –.

Los grandes personajes eran cargados en literas por sus servidores que muy probablemente eran prisioneros de guerra. También esta práctica cundiría luego por los Andes.  

Pero también en este aspecto los artesanos y artistas dejaron constancia de los extremos de la estratificación social. Ceramios moche (chimú), así como el imponente mural multicolor en el complejo arqueológico El Brujo, muestran en efecto –como se ha visto en la Ilustración N° 14– grupos de personas desnudas, con la soga al cuello y las manos atadas.

Estas mismas representaciones talladas aparecen enterradas junto a los muertos encontrados en las islas guaneras. ¿Eran éstos esclavos remitidos a dichas islas de por vida –se pregunta el historiador Lumbreras ? Muy probablemente.

En todas las primeras naciones andinas la diferenciación social se fue dando conjuntamente con la segregación física: el grupo dominante y la población esclavizada que estaba a su servicio– habitaba las ciudades.

En ellas residían además los integrandes de la burocracia administrativa, militar y religiosa, así como los especialistas: constructores, alfareros, orfebres, etc.

Los centros urbanos, magníficamente equipados con palacetes, grandes centros ceremoniales cívico–religiosos, fortificaciones, pistas y jardines, puentes y acequias, concentraban gran riqueza en comparación con las pequeñas y desprovistas aldeas rurales. Mas no sólo eso. En múltiples almacenes los grupos dominantes disponían de abundantes recursos de todo género.

La marcada estratificación social entre ricos habitantes de la ciudad y pobres habitantes del campo, ponía de manifiesto que, en los hechos, el proyecto nacional había sido ya traicionado.

El proyecto original, en cada una de esas naciones, buscaba alcanzar el beneficio de toda la nación. No obstante, cuando se había avanzado ya bastante del primer milenio de nuestra era, al interior de las naciones andinas sólo obtenían beneficios los habitantes de las ciudades y, dentro de ellas, grandes y exclusivos privilegios un grupo muy reducido de personas. Es decir, el proyecto del grupo dirigente se había impuesto en sustitución del proyecto nacional.

Coherentemente, el proyecto del grupo dirigente permitía el beneficio del grupo dirigente.

O, lo que es igual, el “sujeto protagónico” del proyecto era el lógico “beneficiario” del mismo.

Sustituido el proyecto nacional, la mayoría de la población vio una vez más frustradas sus expectativas. Esa mayoría quedó incorporada al proyecto del grupo dirigente.

Mas no como “sujetos protagónicos” del mismo, que habían dejado de serlo, sino convertidos en “objetos”. O, si se prefiere, no como beneficiarios, sino en calidad de tributarios.

Los trabajadores del campo y los prisioneros de guerra habían pasado a ser un “recurso” más en manos de la élite dirigente.

Con su trabajo en el ayni y en la mita generaban esa riqueza de la que gran parte era llevada al centro urbano de poder, atentando contra la descentralización consustancial –aunque implícita– del proyecto original.

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