EL MUNDO PRE-INKA: Sobre el “estado de la cuestión” en Historia  

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Alfonso Klauer

Proyecto Nacional

Grupo humano, intereses, objetivos, fuerzas sociales, obstáculos, recursos y legítimo beneficio, he ahí los siete elementos del modelo teórico de Proyecto Nacional que proponemos en este libro. Y él es –bien vale la pena advertirlo aquí–, precisamente el sustrato de fondo de este libro.

La definición que postulamos es entonces la siguiente:

Proyecto Nacional es el proceso mediante el cual, un pueblo, a partir del conjunto de sus intereses, con el concurso de sus fuerzas y superando obstáculos y oposiciones, moviliza sus recursos en su legítimo beneficio con el propósito de alcanzar sus objetivos.

Este modelo teórico de Proyecto Nacional que acabamos de formular, ha sido definido por el historiador peruano Manuel Burga como “misterioso razonamiento ... que ...

proviene de una exageración de la teoría de las técnicas prospectivas...”.

¿Qué resulta misterioso? ¿El hombre andino de la antigüedad sea como individuo, ayllu, etnia, pueblo o nación no tenía acaso un conjunto de intereses que defender, y que constantemente defendió hasta con su vida? ¿Y no tuvo acaso también objetivos concientes o inconcientes pero reales que lo impulsaron a alcanzar cada vez más metas: más y mejores tierras, más y mejor vestuario, más y mejor vivienda, más y mejor conocimiento, etc.?

¿Tenemos que aceptar acaso la nunca demostrada hipótesis de que el indetenible progreso que se experimentó durante miles de años fue una progresión fortuita? Si así hubiese sido, el decurso histórico habría sido, necesariamente, errático: el azar es consustancialmente errático. Pero la transición “recolección –> agricultura incipiente –> agricultura desarrollada –> civilización” no fue errática. Fue consistentemente creciente.

¿Y qué, entonces, si no fueron objetivos –implícitos–, fue lo que le dio consistencia a esa incuestionable progresión ascendente? ¿Cuál es o cuáles son las hipótesis alternativas más verosímiles? ¿Quizá la misma o una equivalente a la que formuló Jorge Basadre, el más acucioso historiador de la República? Harto se ha difundido y calado su idea de que el Perú es un “país de desconcertadas gentes” –como nos lo recuerda Alfredo Bryce Echenique–? ¿Diremos también que los antiguos peruanos que en miles de años transitaron desde la recolección–caza hasta sus magníficas civilizaciones lo hicieron también en medio del desconcierto general.

¿Y cuando hablemos de las conquistas y sojuzgamiento que sufrieron muchos pueblos en la historia andina, tendremos de aceptar que ocurrió ello por “desconcierto” de las víctimas y con el “desconcertado asombro” de los conquistadores?

No, el desconcierto ha sido en todo caso del maestro. Aunque fuera inadvertidamente, no es ni científico ni justo encubrir con el vocablo “desconcierto” realidades absolutamente distintas: colonización, sojuzgamiento, dependencia y otros lastres de similar y menor trascendencia y peso.

Si la hipótesis de Basadre fuera consistente, explíquese entonces por qué en medio de un presunto y nunca comprobado desconcierto general, casi invariablemente unas reducidísimas élites han alcanzado todos y más de los privilegios que ambicionaban.

¿Acaso porque con una extraña y asombrosa buena suerte siempre les tocó los boletos premiados? Y qué casualidad que el “desconcierto” sólo afectó siempre a las grandes mayorías. Lamentablemente, la propuesta de Basadre, aceptada tanto tiempo con tanta unanimidad, es insostenible. No resiste análisis.

De otro lado, ¿no desborda acaso la historiografía tradicional en testimonios que prueban la infinidad de tipos de recursos que en gigantesca magnitud movilizaron los pueblos andinos durante su milenaria historia.

Por otra parte, ¿no es acaso razonable considerar a cada uno de los grupos andinos como fuerza social? ¿No se comportaron como tales al movilizar gigantescos recursos, o al enfrentar en guerra a otro u otros pueblos? ¿Y no fueron la naturaleza hostil (habida cuenta además de las catástrofes que episódicamente generaba), y las ambiciones de otros pueblos, serios obstáculos en el camino de los pueblos hacia sus objetivos? Y para concluir, si instintivamente los animales defienden sus intereses, a fin de cuentas en su propio beneficio, cuán más legítimo es que los seres humanos lo hagan.

También de los más antiguos, conocidos y célebres mitos de Occidente se desprende lo mismo: “descansó al sétimo día” (en su propio y legítimo beneficio); y “cogió la manzana” (en su propio y legítimo beneficio).

¿Quién, mentalmente saludable, no ha actuado en función de ese patrón vital en la historia de la humanidad? ¿El suicidio insano es la excepción que confirma la regla? No, precisamente porque hay insanía de por medio.

Más de una vez se ha oído hablar de la existencia de pueblos con “espíritu tanático”.

Ese espíritu ciertamente es enfermizo. Pero más allá de eso, ¿cuáles han sido específicamente esos pueblos con espíritu suicida? ¿Alguien puede proporcionar un solo ejemplo, una prueba sólida? Muy difícilmente habrá de encontrarse.

Parece razonable, pues, asumir como norma humana actuar en legítimo beneficio propio.

Mas muchas –como veremos–, son entonces las causas de por qué, actuando recurrentemente en función de sus intereses y beneficio propio, muchos pueblos han tenido sin embargo, más allá de su voluntad, un infeliz destino final.

El historiador peruano Pablo Macera sostiene que “el 97 % de las acciones humanas (...) son sucias porque son intencionales y para el beneficio de cada uno”. Resulta poco importante discutir la cifra. Entendemos que es sólo una figura: por decir “la inmensa mayoría”.

Pero yerra sin embargo Macera cuando afirma que las acciones humanas “son sucias porque son intencionales”. Ninguna especie animal ha podido escapar nunca de sus condicionamientos genéticos. Están “condenados” a circunscribirse a ellos. De allí que, intrínsecamente, carecen de objetivos.

El hombre en cambio los tiene. De allí el progreso, el cambio, la evolución cultural y material. Así, la intencionalidad es intrínseca al hombre. Y, en tanto ser social, ni las intenciones ni las acciones humanas son en sí mismas sucias. Sino en referencia a otros seres humanos. Así, sólo son “sucias” cuando afectan o agreden a otros seres humanos. Pero no cuando, en ausencia de ello, benefician a quien individual o colectivamente las realiza.

En otro enjuiciamiento a nuestra propuesta de Proyecto Nacional, el historiador Franciso Del Solar cree discrepar. Y sustenta la que supone discrepancia científica, en el hecho de que nuestra propuesta teórica disiente con la del que fue Centro de Altos Estudios Militares (hoy Nacionales) –CAEN–, que él presume teoría, y que asume sin dudas ni murmuraciones.

Yerra estentóreamente el historiador Del Solar. Debería saber que la del CAEN, en rigor, no es ni puede presuponerse como una teoría científica. Una suma interminable de buenos pero idealistas deseos no es una teoría.

Es sólo una legítima y sincera lista de nobles propósitos. Nada más, aunque por cierto nada menos tampoco.

Veamos entonces un aspecto más relevante de las acotaciones del historiador Del Solar. Afirma que el autor de este libro “parte de la equivocada concepción de proyecto nacional que engendró el historiador Pablo Macera”.

Pues bien, no hay una sola línea en Los proyectos nacionales de Macera, que permita deducir que el modelo teórico que proponemos haya partido de las concepciones que sobre este asunto tiene nuestro reputado historiador. Ninguna. A mayor abundamiento y como prueba concluyente de sustanciales discrepancias, en la revisión que haremos de la historia andina, mostraremos, en cada caso –Mochica, Chavín, Wari, etc.– nuestras profundas discrepancias con las aseveraciones que hace Macera sobre los proyectos históricos de dichos pueblos.

No obstante, mal podríamos desconocer que con Macera se comparte el uso de sustantivos instrumentos teóricos aportados, en particular a las ciencias sociales, por el materialismo histórico.

Por cierto, sólo en el contexto de la más transnochada ortodoxia, ello resulta descalificador.

Pero, ¿qué aporta hoy a la ciencia esa estrecha y miope ortodoxia? Nada. Menos mal que los portaestandartes de la ortodoxia científica están en proceso de extinción. No sólo no enriquecen el debate, sino que son una rémora inútil para la ciencia.

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