EL MUNDO PRE-INKA: Sobre el “estado de la cuestión” en Historia  

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Alfonso Klauer

La cordillera tampoco está en la Historia

Debe tenerse presente sin embargo, que además hay otras implicancias profundas de la Cordillera de los Andes en nuestro mundo.

Son menos obvias, pero por igual trascendentales.

Veamos entonces unas pocas adicionales, que, como las ya citadas, están también estrechamente vinculadas con la historia:

16) Sus valles, sus cumbres y sus nevados; los ríos que la laceran y desgarran y los ojos de agua esmeralda que la adornan; el Sol que mitiga sus fríos y la Luna que la enternece; las gigantes nubes de algodón que engalanan sus cimas y las copiosas lluvias que la desnudan; los relámpagos que la iluminan y los truenos que la despiertan; los volcanes que la hacen rabiar y los temblores y terremotos que la atormentan y desgajan; sí, todo en ella, convocó la arrobada pero también temerosa ideología mágico–religiosa de los pueblos andinos.

17) Sus cumbres han definido importantísimos límites fronterizos en el caso de la mayor parte de los pueblos y grandes naciones e imperios del Perú antiguo –como reiteradamente veremos en el texto–. De la misma manera que hoy también define límites en la mayor parte de los departamentos y provincias del país. Una y otra son meridianas constataciones históricas que, no obstante, la mayoría de los peruanos desconoce.

Y por ello, el estudiante, el trabajador y el profesional peruanos, desconocen asimismo que, en la gran mayoría de los casos, los viejísimos límites internacionales de los Andes preinkaicos, son sustancialmente los mismos de los departamentos de hoy.

Y ello prueba una continuidad espaciotemporal o geográfico–histórica, en la que no se ha reparado suficientemente bien en la Geografía, pero, con más gravedad aún, en la Historia, lo que en este caso es de exclusiva responsabilidad de la historiografía tradicional. Los tallanes, mochicas, moches, chavín, limas y nazcas; como los cajamarcas, huánucos, tarmas, huancas, chankas, inkas y kollas, y otros pueblos de hoy, siguen ocupando los mismos ancestrales territorios que ocuparon sus remotos antepasados.

El desconomiento de ese profundo enraizamiento geografía–historia viene teniendo deplorables consecuencias. Ha dado origen, por ejemplo. a las absurdas delimitaciones que se han propuesto en los proyectos y/o los fracasados intentos de regionalización–descentralización del país.

Incluso la famosa propuesta de Javier Pulgar Vidal, de regiones transversales, cada una con costa, cordillera y selva, demuestra el desconocimiento de la esencia de la realidad histórica del Perú.

Salvo el caso especialísimo de la nación kolla –que dominó costa, área cordillerana, Altiplano, y, según parece, también parte de su frontera de selva (en Bolivia) –, ningún otro pueblo ni nación en la historia de nuestro país ha dominado nunca las tres regiones naturales.

Así, cualquier agregación forzada –por más buena fe que contenga– está condenada al fracaso: porque pesa insoslayablemente la historia; ningún pueblo quiere aceptar que su vecino, su ancestral rival del otro lado de la cordillera, sea sede de la capital regional.

Casi en ningún caso, nada ni nadie ha podido romper esa continuidad fáctica que revelan los idiomas, los rostros, los usos y costumbres cotidianos o los mitos subsistentes, distintos aquí y allá. Ni siquiera lo han podido lograr los imperios más agresivos que se dieron en el mundo andino, ni los nativos ni los foráneos. Apelaron sí todos ellos o concretaron de hecho desestructuradores traslados masivos de población, y a la imposición tácita y homogenizante de su cultura imperial.

Los conquistadores, nativos y foráneos, habiendo contribuido unos más que otros a mellar esa larga y sólida continuidad geográfico–histórica, no han podido destruirla.

Ahí está entre nosotros, hoy, en el siglo XXI, viva y enhiesta: chimú distintos de icas, chavín distintos de huancas, cajamarcas distintos de huánucos, antis distintos de limas, chankas distintos de tallanes, inkas distintos de kollas.

18) Las alturas y pendientes de la cordillera –pero eventualmente también su pobreza agrícola concomitante–, han marcado en muchos casos el límite de avance de ejércitos de invasión, tanto costeños como cordilleranos: mochicas, chavín, nazcas, chankas y chilenos, por ejemplo.

Es pues –como lo demostraría una vez más Cáceres en la campaña de la Breña en el siglo XIX–, un “balcón” de gran y eficiente “vocación natural y estratégica de defensa”. No obstante, ha sido sistemática e inútilmente desperdiciado por las sucesivas élites de poder civil y militar en nuestros casi doscientos años de vida republicana. Con ello se han encarecido hasta el delirio los gastos de defensa del país, en detrimento de recursos para el desarrollo.

19) La Cordillera de los Andes estuvo en la mente de los estrategas político–económicos del imperialismo español cuando, en función de sus intereses, segmentaron drásticamente las actividades productivas del territorio peruano en: a) un área cordillerana eminentemente minera, o mejor, de grandes enclaves mineros, técnicamente modernos, productivamente orientados en exclusividad a las demandas del mercado externo, y con fuerza de trabajo casi esclavizada a la que se le “garantizó” subsistencia enfermiza, trato físico y moral traumático y vejatorio, y, en fín, vida efímera e infeliz, y; b) un área costeña eminentemente agricola, esto es, de “corregimientos” agrícolas, también modernos, en los mejores valles, y con fuerza de trabajo permanente y feudalizada, y brazeros eventuales sometidos unos más que otros casi a condiciones de servidumbre.

20) Patéticamente, también es la Cordillera de los Andes la que nos ayuda a poner en evidencia el modelo político–económico que –esta vez bajo la presión de los modernos imperios y sus grandes empresas transnacionales–, vienen poniendo en práctica en estos últimos casi doscientos años las élites gobernantes de nuestro país. Todos a una, sistemática e invariablemente una después de la otra, pero siempre en función de esos intereses y no los del resto del país, vienen reproduciendo sustancialmente el mismo esquema imperial que impuso Carlos V hace casi quinientos años: división especializada de enclaves mineros en la cordillera y no mineros fuera de ella, y centralismo frágil, efímero y subdesarrollante.

No se puede pues conocer y entender la historia del mundo andino –nuestro mundo –, si no se conoce la Cordillera de los Andes: es consustancial e indesligable de él. Así, cuando en los textos de Historia se habla de todo lo demás pero no se la toma en cuenta, ni se destaca su importancia y rol, en el fondo se está deformando y caricaturizando nuestra geografía y nuestra historia. Siendo, pues, muy largamente, el factor natural más importante de la historia peruana, es el que más deberíamos conocer. Pero, ¡oh sorpresa!, tampoco aparece nunca en los textos de Historia, ni siquiera en los de los especialistas.

Quizá para compensar esa inaudita y recurrente omisión, es que aquí, en este texto –pero también en el del Imperio Inka y en el que analizamos el imperialismo español, eventualmente caemos en el extremo opuesto.

Quizá hasta la hemos presentado allí donde no cumplía ningún rol. Apreciaremos su tolerancia y comprensión.

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