EL MUNDO PRE-INKA: Sobre el “estado de la cuestión” en Historia  

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Alfonso Klauer

La más compleja geografía del mundo

Su extensión no es precisamente insignificante. No obstante, representa apenas el uno por ciento de las tierras del planeta. A pesar de ello, como ningún otro territorio de las mismas proporciones, y a despecho de lo que correspondería a su posición latitudinal, es quizás la mejor síntesis de toda la geografía del globo terráqueo. Cuenta el territorio andino peruano con montañas y valles, como los de Mesopotamia. Con desiertos, como los de Egipto. Pero también con extensas costas como las que dominaron Grecia y Roma. Con cumbres como las del Himalaya. Nevados y lagunas como las de los Alpes. Lagos y profundos cañones, como los de Norteamérica. Selvas como las de África. Y enormes cursos de agua, como los de Asia. A todas luces, es uno de los rincones más singulares del planeta. Como no podía ser de otra manera, a su riquísima variedad geográfica, topográfica y edafológica, suma una variabilidad climática única, y una proverbial variedad de flora y fauna. Todo ello es, sin embargo, el resultado de la fortuita convergencia de dos grandes y muy impactantes factores naturales: • la presencia de la Cordillera de los Andes, • y la presencia en sus costas de un complejo fenómeno océano–atmosférico del que uno de sus componentes es la Corriente de Humboldt. El territorio andino podría haber tenido las mismas características del plano e intensamente verde bosque húmedo de la Amazonía. En otros términos: virtualmente sólo un gran clima, aunque con temperaturas cada vez menores a medida que se alargan las distancias desde la línea ecuatorial; y virtual- Pero no puede soslayarse que su ubicación en el globo, preponderantemente subtropical, y su poco frecuente gran amplitud latitudinal 3, que de norte a sur abarca 18 grados de la esfera terrestre, juegan un rol decisivo en el diseño de la complejidad del territorio peruano. La cordillera de los Andes es, sin duda, su signo distintivo, su peculiaridad más obvia y saltante. Su formación es geológicamente muy reciente: data apenas de 20 millones de años, a consecuencia de un abrupto levantamiento del terreno a finales del período Terciario. Las cumbres de los Andes peruanos, aun cuando se elevan a una altitud media de 4 500 metros sobre el nivel del mar, alcanzan su cima en la Cordillera Blanca, en las cumbres del Huascarán, a casi 7000 metros por sobre las aguas del océano, dando forma en conjunto a un perfil altitudinal significativamente elevado y muy distinto al que se da en la mayor parte de los países de la Tierra. Bástenos compararlo, por ejemplo, con el de España. Así, el más grande de los poblados peruanos a mayor altitud, Cerro de Pasco, está a 4340 metros sobre el nivel del mar. Esto es, por encima de la cumbre más alta de España (3482 msnm) . Tomando en consideración las distintas alturas sobre el nivel del mar a que da lugar la cordillera, el científico peruano Javier Pulgar Vidal ha definido la existencia de hasta ocho grandes regiones naturales con características climáticas sustancialmente diferentes, a las que ha denominado en idiomas nativos (quechua y aymara) . Sin duda es la Cordillera de los Andes el factor preponderante en la definición de las diferencias climáticas y ecológicas del flanco oriental del territorio peruano. En él las temperaturas ambientales oscilan entre –10 °C, en las cumbres de la cordillera, y 41 °C, en la selva. Y los pluviómetros registran grandes lluvias con precipitaciones anuales de 700 – 1 000 mm, en la zona cordillerana, 3 000 – 4 000 mm, en la franja de montaña, y hasta 8 000 mm en la Selva. En el flanco occidental, en cambio, el estrecho y cálido rango de temperaturas ambientales (de 15 a 30 °C) , y la virtual ausencia de lluvias (generalmente no más de 50 mm al año) con la consiguiente existencia de cuarenta desiertos entre uno y otro de otros tantos cortos y delgados valles, son la consecuencia de un complejo y extraño fenómeno hidro–atmosférico que se da en la franja del Pacífico adyacente a la costa, y al que bien corresponde denominar el “Fenómeno Humboldt”. Según expresa el científico peruano Ronald Woodman 4, la concurrencia de: a) la dirección de los vientos alisios del Pacífico Sur, que en parte de su recorrido circulan sobre la costa peruana, b) el sentido de rotación de la Tierra, y, c) la corriente marina superficial a que da lugar el empuje de los vientos alisios, dan lugar al permanente afloramiento de profundas aguas frías que, a la postre, son las causantes de las característicamente frías aguas superficiales del mar peruano. Así, éstas, con temperaturas de 14 °C en invierno y 21 °C en verano, están significativamente (12–13 °C) por debajo de las que corresponderían a su ubicación latitudinal en el orbe 5. Pues bien, hablando siempre del flanco occidental del territorio peruano, las finalmente frías temperaturas superficiales de las aguas costeras peruanas, no sólo limitan severamente la evaporación, sino que dan a su vez origen a otro fenómeno por igual extraño en el globo terráqueo. En efecto, son la causa de un inusual caso de “inversión térmica” en la atmósfera. Ello impide la formación de las grandes nubes (cúmulu–nimbus) que son normalmente las que dan origen a las lluvias (precipitaciones de 60–150 mm en un día) , formándose tan sólo entonces escasas y delgadas nubes que a lo sumo dan lugar a pequeñas, breves y esporádicas lloviznas (garúa) . De allí que en la baja franja costera peruana las precipitaciones de todo el año sean menores que las que se registran en un día en la cordillera, la montaña y la selva. Pero también menores que las que se registran en las partes altas del flanco occidental del territorio, ubicadas por encima del límite de inversión térmica, donde entonces sí se forman grandes nubes que dan lugar a las lluvias. Las precipitaciones –cortas y esporádicas durante la mayor parte del año, e intensas y prolongadas durante la estación lluviosa (octubre a marzo) – de las partes altas del flanco occidental, así como los deshielos de la cordillera, son la fuente de formación de los 40 cortos ríos que discurren atravesando la costa peruana. Éstos alcanzan sus máximas descargas al océano precisamente durante la temporada lluviosa de las partes altas. Pero es también durante ese período que se registran los huaicos (avenidas de lodo y piedra) que destruyen todo a su paso y enturbian las aguas que los ríos llevan al mar. En la costa –para seguir hablando todavía de ella–, el ya complejo espectro se complica en función de la latitud. En efecto, en las áreas en torno a la línea ecuatorial (Tumbes, Piura y en general el norte peruano) , la mayor perpendicularidad de los rayos solares calienta más tanto a la superficie del océano, como al aire y el suelo. Esos mismos tres factores son más fríos al promediar la faja costera (Lima, Ica, etc.) y todavía más fríos en el extremo sur del Perú (Moquegua y Tacna) . Pero otro tanto ocurre también en la Cordillera, en la Montaña y en la Selva. Dominado pues por los Andes y altamente influenciado por complejos fenómenos océano–atmosféricos, el territorio andino central exhibe entonces cuatro grandes zonas geográficas marcadamente distintas entre sí: la asoleada, predominantemente desierta, plana y baja zona costera, adyacente al océano Pacífico; la fría, abrupta, rugosa y alta área cordillerana propiamente dicha y de la que forma parte el Altiplano; una calurosa zona de montaña, que en gran parte incluye a la verde y baja Cordillera Oriental, y, por último; la tórrica y boscosa zona occidental de la Selva o llano amazónico. Hasta aquí, pues, cuatro deberían ser las grandes zonas geográficas y –siguiendo a Pulgar Vidal– ocho las grandes zonas naturales (climático–ecológicas) en el territorio andino central. Mas no es así. Hay multiplicidad de zonas geográficas, gran cantidad de climas y una aún mayor variedad de ecosistemas. Pero no sólo –como se ha visto– en función a las diferencias de latitud. Y es que, a diferencia del único brazo que tiene la cordillera andina en su porción sur, allí donde se constituye en la frontera entre Argentina y Chile, en el territorio andino central se abre en dos, tres y hasta cuatro cadenas paralelas de montañas. Este último es el caso del área donde la cordillera Occidental se divide en las llamadas cordilleras Negra y Blanca que perfilan uno de los paisajes más hermosos y sobrecojedores del planeta: el bellísimo y afamado Callejón de Huaylas, ante el que se yerquen majestuosos el Huascarán, el Huandoy y el bellísimo Alpamayo –tres de las más altas cumbres nevadas de los Andes centrales –, en cuyas faldas, desde la laguna de Conococha hasta desembocar en el Pacífico, corre cada vez más torrentoso y caudaloso el río Santa, uno de los pocos ríos de la cuenca del Pacífico con agua todo el año. Y caprichosa y arbitrariamente, constituyéndose casi como punto neurálgico de los Andes, las tres grandes cadenas de montañas se reúnen primero en el Nudo de Loja (Ecuador) y luego en el centro mismo del territorio andino central. Alli han dado forma al gigantesco Nudo de Pasco sobre el que se asienta una altísima y gélida meseta a más de 4 300 metros sobre el nivel del mar, en cuyas entrañas ha quedado depositada una de las más grandes y variadas concentraciones minerales del mundo 6. En la zona sur, tras reunirse nuevamente en el Nudo de Vilcanota, se abre sólo en dos grandes brazos que dan forma a la altiplanicie del Collao, sobre la que se deposita el más grande entre los más altos lagos de la Tierra: el Titicaca, cuyo espejo de agua está a 3 800 metros sobre el nivel del mar. Entre uno y otro de los tres grandes nudos, en los grandes callejones que se forman entre las cadenas de montañas y entre sus innumerables estribaciones (que en el caso de la costa muchas veces llegan hasta el borde mismo del océano) , han quedado formados cientos de pequeños valles y mesetas en todas las altitudes imaginables, entre mil y dos mil, o entre dos mil y tres mil y hasta a cinco mil metros sobre el nivel del mar. A diferencia de las cuatro marcadas estaciones que se presentan en gran parte del hemisferio norte (en casi toda Norteamérica y Europa) , sólo dos son los períodos estacionales claramente diferenciables que se presentan en el territorio central andino, pero a su vez sensiblemente distintos entre la Costa y el conjunto Cordillera-Montaña- Selva. Como muestra el Gráfico Nº 4 (en la página siguiente) , en la Costa, habiéndose puesto como ejemplo el caso de Lima, en ausencia de lluvias (37,4 mm de promedio anual en un período de 19 años 7) , son las temperaturas ambientales las que establecen la diferencia entre una y otra estaciones, presentándose en el período octubre–marzo (“primavera / verano”) las temperaturas más altas, tanto en el día como en la noche. Y el período abril–setiembre (“otoño / invierno”) es el de las temperaturas más frías y el de la eventual presencia de finas garúas. Por el contrario, en la Cordillera (para el caso, Cusco) y en la Montaña (representada aquí por Tingo María) , pero también en la Selva, la diferencia estacional es claramente establecida por la presencia de lluvias. Octubre–marzo (oficialmente “primavera / verano”) es paradójicamente el período lluvioso (¿efectivamente “otoño / invierno”?) , concentrando el 85 y 65 % de las precipitaciones anuales, según se trate de la zona cordillerana o de las zonas de montaña y selva. La difícil, compleja y hasta sorprendente definición de las estaciones en el Perú fue advertida ya en 1548 por el cronista español Pedro Cieza de León 8: En las sierras –dice el cronista– comienza el verano en abril, y dura mayo, junio, julio, agosto, setiembre, y por octubre ya entra el invierno (...) mas en estos llanos junto a la mar del Sur es al contrario de todo lo susodicho, porque cuando en la serranía es verano, es en ellos invierno, pues vemos comenzar el verano por octubre y durar hasta abril, y entonces entra el invierno; y verdaderamente es cosa extraña considerar esta diferencia tan grande, siendo dentro de una tierra y en un reino... En fin, a sólo 100 kilómetros de distancia, coexisten la “primavera / verano” de la costa con el “otoño / invierno” de la Cordillera. En la Montaña y la Selva las temperaturas practicamente no varían a lo largo del año. Las diferencias de temperatura se dejan sentir sólo entre el día y la noche, pero con cambios de apenas 10–12 °C entre el mediodía y la madrugada. En la zona cordillerana, donde las temperaturas del mediodía son prácticamente estables a lo largo del año, lo característico es el mayor rango entre éstas y las bajas temperaturas de la noche, acrecentándose significativamente la diferencia en el período seco, y particularmente en los meses de junio y julio. No obstante, en el territorio central andino practicamente en ninguna zona natural es muy amplio el rango entre las temperaturas máximas del período lluvioso y las mínimas de la estación seca. Así, a diferencia de los amplios rangos de temperatura que se dan en gran parte del hemisferio norte (que alcanzan 30, 40 y hasta 50 °C) , en el territorio central andino el máximo rango alcanza a 20 °C en la porción surcordillerana, esto es, en un área de aproximadamente 300 000 Km2. Por excepción, sólo en las virtualmente deshabitadas punas (4 800 msnm o más) los rangos de temperatura llegan a 30 y hasta 40 °C. Corresponde sin embargo insistir aquí sobre el rol que juega la latitud en la climatología del territorio central andino. En todas las zonas naturales, en efecto, aun cuando conservan sus propias especificidades, más cálidas son las temperaturas conforme nos acerquemos a la línea ecuatorial, o cada vez más bajas conforme nos alejemos de ella. Por todo ello, bien puede pues entenderse ahora que el territorio central andino posea 28 de los 32 climas y 84 de los 103 ecosistemas que se dan en la Tierra. Esto es, en sólo el 1 % de la superficie de los continentes se da el 88 % de los climas y el 82 % de los ecosistemas conocidos. Es un caso único. No existe otro igual. No obstante, lo que habrá de asombrar más al hombre será la asombrosa proximidad en la que en este espacio se dan suelos, climas y ecosistemas tan distintos entre sí. Por insólito que parezca, en no más de treinta kilómetros se puede pasar del más inhóspito y yermo desierto, al más acogedor y verde valle; o del frío más intenso a un calor agobiante; o cambiar de altitud en dos mil y hasta tres mil metros; o pasar de una fría y desértica abra de cordillera a un cálido valle interandino o a uno de montaña. ...y para decirlo más claro –dijo en 1548 el cronista Cieza de León–, parten por la mañana de tierra donde llueve, y antes de vísperas se hallan en otra donde jamás se cree que llovió. Ése es, pues, el territorio central andino. En sus desiertos costeños, donde se dan tormentas de arena, prácticamente no hay agua: apenas son siete los ríos que mantienen regularmente agua durante todo el año. El río Piura, uno de los más largos y de mayor caudal de la costa peruana, apenas tiene 243 kilómetros de recorrido, habida cuenta de que hace una larga y extraña curva desde sus nacientes hasta la desembocadura al mar. Normalmente arroja al mar 1 000 millones de metros cúbicos de agua por año: 500 veces menos que el aforo normal del Nilo. En la cordillera, donde se dan tormentas de agua, la piedra ha prevalecido ya sobre la tierra por efecto de la erosión. Pero esa invencida cordillera, cuya mayor superficie es poco propicia para la producción alimenticia, es, sí, generosa en minerales, con enormes concentraciones de oro, plata, cobre, zinc, plomo y estaño. Y el mar adyacente, en mérito al permanente afloramiento de aguas frías pero nutricionalmente muy ricas, abundantísimo en riqueza ictiológica, sobre todo en especies pelágicas: anchoveta, sardina, bonito, pejerrey, etc. Éstas, a su vez, constituyen el principal alimento de grandes poblaciones de aves marinas cuyos excrementos, depositados por siglos en la superficie de las islas costeras, habrían de convertirse en una valiosísima fuente de fertilizantes nitrogenados. La montaña y la amazonía, a su turno, albergan innumerables especies madereras y de flora menor así como la más rica y original fauna. Mas en su suelo habrá de explotarse también el caucho. Y del subsuelo extraerse ingentes cantidades de recursos energéticos no renovables (petróleo y gas) . En la costa, breves, discontinuas e insignificantes corrientes de agua. En la cordillera, largos, permanentes y torrentosos ríos. Y en la Amazonía los más largos y los más caudalosos cursos de agua del planeta. Aquí el exceso de arena, allá el exceso de piedra y más allá el exceso de agua son siempre una amenaza para la vida humana y freno para la producción alimenticia. Cuando en un lado la hostilidad a la permanencia y al tráfico la establece la brusca sequedad del suelo, en otro lo hace la siempre abrupta topografía, el recio e imprevisible corte de la montaña. Cuando no es el mar el que inunda la costa, toca a los volcanes incendiar los valles, o a la montaña desprender huaicos devastadores. O a los temblores y terremotos sacudirlo todo. Los Andes son pues, sin duda, el más grande desequilirio vivible del planeta y, muy probablemente, el último frente que toque vencer al hombre en la Tierra. Mas ésas serían las condiciones habituales que iba a encontrar el hombre al llegar a este espacio. Y muy probablemente, aunque ya eran múltiples, durante mucho tiempo habría de creer que eran todas las que tendría que enfrentar. Pronto, sin embargo, habría de caer en cuenta que, más allá de su voluntad, otro gran fenómeno natural actuaba también interviniendo decisivamente sobre su mundo: el gran fenómeno océano–atmosférico del Pacífico Sur. Éste, con el tiempo, recibiría el nombre de “El Niño”, y en torno a él surgirían: “La Niña”, “No–Niño”, “Anti–Niño”, y, en nuestros días, “ENOS” –por “El Niño – Oscilación Sur”– y su equivalente en inglés, “ENSO”–.

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