EL MUNDO PRE-INKA: Sobre el “estado de la cuestión” en Historia  

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Alfonso Klauer

Crítica general a la Historia tradicional

La inmensa mayoría de los peruanos –como lo reconocen connotados especialistas, y como lo ponen de manifiesto muchas evidencias–, conocemos realmente muy poco de nuestra propia historia. Y no es que no la estudiemos. Porque muchísimas horas se dedica en el colegio y en la vida a ella.

Ocurre, simple y llanamente, que la versión tradicional, que hasta ahora es la única que se nos ofrece, es ininteligible, incomprensible.

Más aún, doblemente incomprensible.

En primer lugar, porque la Historia tradicional es absolutamente inútil para explicar el presente. Y esto a su vez, en segundo término –y como veremos–, porque tiene gravísimas deficiencias en su estructura interna.

Veamos pues suscintamente cómo en efecto no explica el presente, que debería explicar a cabalidad.

a) El territorio del Perú es inmensamente rico. Tanto que de él se han extraído cantidades inconmensurables de riqueza: en la antigüedad, durante el Imperio Inka, durante la Colonia –como bien sabe España – y durante la República.

No obstante, constituimos hoy uno de los pueblos más pobres del planeta. Ninguno de los textos masivos de Historia explica esa patética paradoja.

b) Dicen los textos –implícitamente para unos casos y explícitamente para otros– que todos nuestros gobiernos y gobernantes –kurakas, Inkas, virreyes y presidentes – han sido virtualmente maravillosos, cada cual mejor que el otro. No obstante, constituimos hoy uno de los pueblos más subdesarrollados del planeta.

¿No es ostensible y patético que un conjunto sistemático de “buenas gestiones de gobierno” difícilmente conducirían a un resultado tan vergonsosamente pobre? Ninguno de los textos masivos de Historia explica tampoco esa grotesca contradicción.

c) Constituimos un país étnica y culturalmente muy variado. Es decir, formamos hoy mismo parte de uno de los pocos territorios multinacionales del planeta –en trance de completo mestizaje y homogeneización étnico–lingüística–. Cada nación original se desarrolló durante milenios en su propio espacio. Deberíamos pues, con más profundas razones históricas que muchos otros, ser un país genuinamente descentralizado. Constituimos, sin embargo, uno de los territorios más absurdamente centralizados del mundo.

Ninguno de los textos masivos de Historia explica además esa gruesa paradoja.

d) Al cabo de tres supuestos y ponderados grandes esfuerzos de integración en la antigüedad: Chavín, Wari e Inka; de tres siglos de compulsiva unificación colonial; y tras casi doscientos años de gobierno unitario; constituimos uno de los pueblos socialmente más heterogéneos y menos integrados, y políticamente más fragmentados, divididos y confrontacionales.

Ninguno de los textos masivos de Historia explica tampoco esa grotesca contradicción.

e) Hablan con fruición los textos de las grandes civilizaciones que han gestado los pueblos del Perú antiguo. Somos sin embargo uno de los pueblos más incivilizados e incultos del mundo. Y no podemos preciarnos tampoco de nuestro aún altísimo nivel de analfabetismo, y en particular femenino.

Ni de nuestro bajísimo nivel educacional formal. Ni de la pobrísima calidad intrínseca de la educación que la inmensa mayoría recibe en los colegios del Estado.

En ninguno de los textos masivos de Historia encontraremos explícitamente las causas que expliquen tampoco esa patética paradoja.

f) Insinúan los textos de Historia que las grandes realizaciones materiales de la antigüedad –Chavín de Huántar, las Líneas de Nazca, Tiahuanaco, Chan Chan, el Cusco y Machu Picchu, pero también los millones de hectáreas de andenes– han sido el fruto de grandes esfuerzos y muchísimo trabajo.

Mas –como veremos en el texto–, la mayoría de los peruanos cree somos subdesarrollados porque somos ociosos. En ninguno de los textos masivos de Historia encontraremos tampoco, ni implícita ni explícitamente formuladas, las causas que den cuenta de esa patética paradoja.

g) Dentro de lo mucho que podría seguirse diciendo, terminemos con que la Historia tampoco explica, por ejemplo, por qué en el Perú los gobernantes son los primeros en desacatar y violentar las propias leyes, propiciando que el incumplimiento sea masivo; por qué no se han afianzado valores como los de la honradez, la disciplina, el orden y la sinceridad; por qué se ha impuesto la perversa y esquizofrénica política de premiar todo aquello que se debería castigar y se castiga todo aquello que se debería premiar, etc.

En síntesis, los textos de Historia –los de divulgación masiva, que son real y objetivamente los que nos preocupan, porque son los que forman la conciencia histórica de la población–, no muestran qué ha ocurrido en el pasado que explique la situación en la que nos encontramos.

A pesar de que los historiadores se regodean con el slogan correspondiente, ninguno de los textos de Historia muestra qué errores se ha cometido en el pasado para sistemáticamente tratar de evitar el volver a cometerlos. Ni evidencian cuáles fueron los aciertos que, por el contrario, sistemáticamente deberíamos tratar de emular. Y no muestran qué condiciones o circunstancias adversas se han impuesto, y que deberíamos, en la medida de nuestras posibilidades, tratar de soslayar.

¿Está claro entonces por qué es absolutamente, incomprensible e inútil la predominante Historia tradicional? ¿Y por qué es pues también esencialmente aburrida? ¿Y por qué no concita sino el interés de una ínfima minoría, entre “especialistas” y eruditos.

Al estudiante, sólo le cabe pues aprenderla de paporreta –si puede–. Y luego lamentar el penoso sinsabor de no recordar ni saber nada.

Veamos ahora entonces qué deficiencias estructurales de la Historia tradicional, hacen que su discurso sea incomprensible, inútil y aburrido. A nuestro juicio, porque tiene graves deficiencias generales –como largamente mostramos en muchas partes del cuerpo de texto–, y que a nuestro juicio son fundamentalmente:

1) La secuencia discursiva responde a criterios estricta y pobremente cronológicos.

Sólo busca, pues, llenar los “casilleros” del tiempo. Así, en el caso de la historia andina antigua, no busca desentrañar los “secretos” de por qué y cómo los pueblos –los protagonistas–, pasaron desde la recolección–caza a las primeras civilizaciones y terminaron a expensas de la expansión imperial inka.

No, simplemente se refiere qué “culturas” –no qué pueblos– se ha “descubierto” que se dieron en ese lapso, y qué evidencias arqueológicas –aunque con abrumadores e irrelevantes detalles intrascendentes–, han dejado en su existencia en los Andes.

No hay pues “hilo conductor”. No hay un criterio lógico que le dé unidad y organicidad al conjunto. Hay simple agregación y acumulación de información. No resulta entonces “una gran” historia. Sino una interminable sucesión de “muchas pequeñas historias”.

2) Ha sustituido completa y absolutamente lo relevante con lo accesorio, lo esencial con lo aparente, lo fundamental con lo anecdótico. Lo vanal ocupa el espacio que debió dedicarse a lo importante. Lo efímero, al de lo permenente. Lo circunstancial, al de lo trascendente. Lo epidérmico, al de lo profundo. Y lo particular se ofrece como sustituto válido de lo general.

3) Sin dejar de ser superflua y frívola, no pasa de ser sólo descriptiva. Está completamente exenta de análisis, reflexiones y esfuerzos de contrastación. Las interrogantes “cómo” y “por qué” han sido grotescamente excluidas de la Historia.

Con esas limitaciones, ha sido entonces incapaz de descubrir –en la autocrítica– que es abrumadoramente generalizadora, contradictoria e ilógica. Sólo cabe acceder a ella con los recursos de la memoria, mas no con los de la razón.

4) Es una densa, densísima recopilación de datos desestructurados. Resulta por demás obvio que la fase de acopio de los mismos se ha hecho prescindiendo de hipótesis previas. Y que otro tanto ha ocurrido en la fase de desarrollo y exposición de la información.

5) La Historia tradicional le ha impuesto a la historia andina su carácter estático, diríase que hasta artrítico. Así, la Historia no refleja en el dinamismo del hombre y, por consiguiente, de los pueblos.

La Historia tradicional es una secuencia interminable de escenas estáticas, ciertamente distintas unas de las otras. Pero que, sin explicaciones relacionales, han terminado caricaturizando el dinamismo y el cambio histórico–social.

Del brazo del célebre cliché “lo único permanente es el cambio”, la Historia no ha podido demostrar nunca, para la historia antigua, cómo y por qué se produjo cada cambio. Por ejemplo, por qué se produjo el tránsito entre “horizontes” e “intermedios”. Simplemente los ha registrado y certificado.

6) La inmensa mayoría de sus conclusiones implícitas –porque penosamente tiene pocas explícitas–, son absolutamente infundadas, no resisten el más mínimo análisis lógico, ni contextual (geográfico y temporal) ni teórico.

7) Sin dinamismo ni creatividad, llena de vacilaciones y temores, sin asomo de espíritu autocrítico, e incluso sin responsabilidad ante los pueblos que han de estudiarla, los historiadores mantienen en la Historia una jerga absolutamente trasnochada e insustancial.

Pero además, y mucho más reprochable, esa jerga “especializada” es encubridora y deformante. He ahí el caso de los célebres términos “horizontes” e “intermedios”.

Por lo demás, la presuntuosa jerga “especializada” de la que hace gala la Historia tradicional, a pesar de su irrecusable antigüedad, es penosamente pobre y ambigua. No tiene, por ejemplo, definiciones precisas de “cultura” y “civilización”; ni de “grupo social”, “pueblo”, “nación” e “imperio”; ni de “conflicto”, “cambio” y “contradicción”, etc.

Frente a lo obvia y objetivamente económico, no discrimina entre “gasto” o “inversión”. Burdamente presenta todas las realizaciones materiales de la antigüedad como “grandes logros”, cuando muchas de ellos eventualmente fueron catastróficos errores o desaciertos.

Frente a lo obvia y objetivamente político, no discrimina entre “intereses”, “intereses conflictivos” e “intereses contradictorios”; ni entre “intereses del pueblo” e “intereses de las élites”; ni entre “intereses nacionales” e “intereses imperiales”.

8) Bajo el escudo de un falso principio de objetividad, la Historia tradicional es la quintaesencia del subjetivismo antihistórico y anticientífico. Así, cuando se da el caso –como en los de Chavín y el Tahuantinsuyo– confundiendo e identificando grotescamente “civilizaciones” con “imperios”, y tras endosar a éstos las virtudes de aquéllas, termina sacralizando imperios que fueron nefastos para los intereses de los pueblos sojuzgados.

La Historia tradicional andina es pues la antítesis de la ciencia. Y el historiador tradicional, aunque erudito, la antítesis del científico.

Aquélla no explica ni pretende explicar nada: ni el pasado ni el presente. Y éste no explica ni quiere explicar nada. Ambos se dan por satisfechos describiendo, aunque sólo fueran piedras, huacos, tejidos o semillas.

El historiador, como el arqueólogo, han reducido a su más mínima expresión el concepto “descubrir”. Por desgracia lo han identificado con “desenterrar”, que ciertamente tiene mérito y demanda esfuerzo, pero no es lo mismo. La Historia pone de manifiesto que los historiadores no han descubierto una sola ley de la historia. Y habrá de verse –como creemos mostrar en esta obra–, y contra lo que prejuiciosa y apriorísticamente sostienen muchos, que son innumerables las que están pendientes y en trance de demostración y formulación.

Permítasenos pues, para terminar esta parte, un somero recuento de las que consideramos las más graves deficiencias específicas de la Historia tradicional, y que en el cuerpo del texto sometemos permanentemente a contrastación:

1) Las historias de los pueblos andinos de la antigüedad, siendo múltiples y estrechamente interrelacionadas, son tratadas como compartimentos estancos. No se las vincula.

Así, no se relaciona espacialmente a los pueblos. Salvo excepcionalmente, no tienen vecinos, no tienen amigos, no tienen enemigos, no tienen aliados. No se influyen recíprocamente. No se afectan mutuamente. Y si se habla de comercio internacional, se presenta como un asunto anecdótico. Es inocuo, no efecta a ninguna de las partes y en ningún sentido.

2) La compartimentalización estanca se reproduce al interior de la historia de cada pueblo. Así, ningún pueblo tiene continuidad en su propia historia. No tienen antepasados. No tienen descendientes. Y entonces, salvo en el caso de los inkas (cusqueños) , ninguno de los demás pueblos y naciones de la antigüedad tiene proyección en el presente.

La segmentación cronológica, teóricopedagógica, diseñada en principio para comprender la realidad, ha terminado por sustituirla. Así, cada nuevo período, cada nuevo “horizonte”, se inicia con “pueblos nuevos”, distintos de los anteriores. Nadie explica cómo y de dónde aparecieron aquéllos. Y nadie explica cómo y por qué desaparecieron éstos. La historiografía extermina tácitamente a unos y crea fantásticamente a los otros.

3) La compartimentalización estanca, intrínsecamente infértil, ha terminado por inocular esa misma infertilidad a los pueblos. Así, a cada pueblo le corresponde una “cultura”, y sólo una. Muerta “su” cultura, muerto el pueblo. Y si no, se le da por muerto o se le hace desaparecer.

Así de simple, arbitraria e irresponsablemente.

4) No ofrece ninguna explicación racional de cómo y por qué unos pueblos crecen y se agigantan en su territorio, desarrollando grandes culturas y concretando grandes realizaciones materiales; y por qué otros no pasan de una experiencia discreta o discretísima. Ni se ofrece ninguna explicación de por qué unos pueblos alcanzar a hegemonizar imperialmente y otros no.

– No se ha hecho ningún esfuerzo por evaluar y aquilatar las distintas magnitudes de los distintos territorios y sus diferentes potencialidades. Es decir, arbitrariamente se ha prescindido del sustento económico de todo esfuerzo social.

– No se ha hecho ningún esfuerzo por cuantificar las magnitudes demográficas de los pueblos y naciones objeto de estudio. Es decir, una vez más arbitrariamente, se ha prescindido del sustento social de toda realización histórica.

– No se ha hecho ningún esfuerzo por relacionar e involucrar el sustento económico y el sustento demográfico a la hora de dar cuenta de las confrontaciones, derrotas y conquistas de los pueblos. Es decir, se les presenta como hechos inerciales que “sucedieron porque tenían que suceder”. Es decir, se ha prescindido del sustento político de toda relación históricosocial.

– Y no se ha hecho ningún esfuerzo por conocer las motivaciones, valores y objetivos, ni las debilidades, vicios y ambiciones de los protagonistas de la historia. Se les trata como seres impolutos.

En verdad se nos ha presentado clones sin defectos ni virtudes. Es decir, patéticamente, se ha prescindido del sustento humano de la historia.

5) Por exactamente las mismas razones, no ofrece nunca explicaciones de cómo y por qué sucumbieron las “culturas”, las “civilizaciones” y los “imperios” de la antigüedad. La explicitación de que “mueren como mueren los hombres” no es una respuesta científica, sino a lo sumo casera. Pero, por sobre todo, no responde a esas preguntas. Los médicos sí saben cómo y por qué mueren los hombres. La Historia debería saber otro tanto de las culturas, civilizaciones e imperios.

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