Principios de Economía Política

Por el Doctor
D. Manuel Colmeiro
Catedrático de la Universidad de Madrid


Alojado en "Textos selectos de Economía"
http://www.eumed.net/cursecon/textos/

 

PARTE CUARTA. - Del consumo de la riqueza.

CAPÍTULO II. - Del ahorro y la disipacion.

Reinan preocupaciones vulgares nocivas á la riqueza pública en cuanto al ahorro y la disipacion, porque se interpretan mal estas palabras de donde nace que la opinion se extravía. Importa, pues, fijar el sentido de ambas voces, y sustituir al criterio del vulgo el de la ciencia.

Muchos entienden por ahorrar atesorar ó guardar algo para sí ó los suyos; y aunque disculpen ó alaben el acto, si procede de un legítimo deseo, todavía créen que quien ahorra mira por sí propio ó por su familia, y no hace el menor bien á los extraños. Al contrario, el hombre que disipa su hacienda en gastos improductivos goza de popularidad, es celebrado como liberal, generoso, magnífico y aplaudido del mundo como un bienhechor de su patria y aun del género humano. La Economía política que no juzga de estas cosas con ceguedad ni pasion, debe poner la razon en su punto.

Ahorrar es abstenerse del goce inmediato para crear, conservar y acrecentar nuestra fortuna. Quien ahorra obra con prevision y practica la economía, sacrificando una parte del bien presente por alcanzar mayor suma en lo venidero.

La riqueza de los individuos, así como la prosperidad de los pueblos, no tanto dependen del desarrollo de las fuerzas productivas cuyo conjunto denominamos industria, cuanto de la maravillosa fecundidad del ahorro que es un acto de imperio que el hombre ejerce sobre sí mismo, un verdadero triunfo de la razon sobre el instinto al moderar nuestros deseos de disfrutar de las comodidades y regalos de la vida, reservando cada año una porcion de nuestra renta con ánimo de alimentar en el siguiente mayor cantidad de trabajo. Así pues, el ahorro que no tiene por objeto atesorar, es la causa eficiente de la produccion.

Gasto significa en rigor la adquisicion de las cosas que nos proponemos consumir, y denota la sustitucion de un valor por otro valor equivalente, á diferencia del verdadero consumo que destruye los frutos del trabajo, ó la destruccion de una cosa que con el uso se acaba. Gastar no es consumir, sino un acto preparatorio del consumo. Gastar con prudencia es aplicar una parte de nuestra renta á la satisfacción legítima de nuestras necesidades, y ahorrar otra para añadir nuevos valores al capital de la nacion. Por eso las familias ó los pueblos que no limitan sus gastos á sus rentas, sino que gastan de su capital, lo disminuyen de dia en dia, abusan del crédito y al cabo se empobrecen.

La inclinacion al ahorro es favorable al aumento de la riqueza pública y privada, porque cuanto ménos gasta un individuo ó un pueblo en sus goces personales, tanto más le queda para perseverar en su industria. Por otra parte el ahorro nutre el capital y disminuye el coste de la produccion; de modo que cede primeramente en beneficio de quien lo ejercita, y en segundo lugar mejora el estado moral y económico de la humanidad siendo, como es, una condicion esencial de todo progreso.

No aconsejamos con esto imponerse duras privaciones en gracia del ahorro, sino preferir el consumo de las cosas más útiles y baratas al de las cosas caras y de mera ostentacion y fáusto. La nacion que renuncia á la sencillez de costumbres y se aficiona á todo lo caro, concluye por carecer de los artículos de primera necesidad. Los ricos son una excepcion de la regla general.

Cuando el deseo de ahorrar trasciende á la práctica y constituye un hábito, prevalece la virtud de la economía. El abuso nos lleva á la avaricia, pasion vergonzosa que la moral y la Economía política reprueban de consuno. El deseo de gozar puede asimismo degenerar en el vicio de la prodigalidad que excita una demanda momentánea (y por eso lo absuelve la opinion); pero nocivo á la riqueza, no sólo considerando la calidad de los consumos, sino porque cesa de repente y obliga á los productores al abandono de su trabajo habitual. Siquiera el pródigo se limitase á gastar toda su renta, y entónces conservando intacto el capital, la demanda continuaria como al principio; mas la prodigalidad no se contenta con tan poco, y no pára en el camino de la disipacion hasta que no mata la gallina que pone los huevos de oro.

Ni la avaricia ni la prodigalidad deben ser la regla de los consumos. La avaricia impide la satisfaccion de una necesidad real, disminuye la demanda de las cosas útiles á la vida y debilita en extremo la produccion estancando la riqueza. La prodigalidad impide la acumulacion de los ahorros y la formacion de capitales; y si por un instante aviva el trabajo, esta prosperidad artificial pasa como un relámpago que deslumbra y nos deja sumidos en mayores tinieblas.

La única regla de los consumos debe ser la prudente economía que no priva al hombre de lo necesario, lo útil y agradable, ni devora las riquezas por el vano y estéril placer de ostentarlas á los ojos del vulgo. Entónces goza cada cual honestamente de su fortuna y la reparte con sus hermanos, dando ejemplo de parsimonia y premiando la virtud del trabajo.

El deseo de gozar y el deseo de ahorrar son dos móviles comunes á todos los hombres, cuya proporcion varía de pueblo á pueblo y de individuo á individuo segun los tiempos y circunstancias. Conforme el ahorro se hace más lucrativo, va creciendo la inclinacion á la economía; y si por el contrario es infructuoso ó falta la seguridad de la posesion, ó la industria carece de libertad, ó se halla oprimida con tributos y gabelas, el hombre rico prefiere esconder sus tesoros debajo de la tierra, ó disipar un caudal aumentando sus goces con sus gastos. Mucho pueden las leyes en favor de la economía; pero no pueden ménos las costumbres.

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