Principios de Economía Política

Por el Doctor
D. Manuel Colmeiro
Catedrático de la Universidad de Madrid


Alojado en "Textos selectos de Economía"
http://www.eumed.net/cursecon/textos/

 

PARTE PRIMERA. - De la producción de la riqueza.

CAPÍTULO IX. - De la propiedad.

Los fundadores y maestros de la ciencia económica apenas dijeron una palabra acerca de la propiedad. Admitieronla como el hecho necesario y punto de partida de su doctrina, sin sospechar que andando el tiempo se movería grande ruido y escándalo con poner en duda ó negar resueltamente su legitimidad y sus inmensos beneficios. La propiedad es un robo, clamaron los socialistas alzando grito de guerra; y saliéndoles al encuentro los economistas, escribieron en su bandera: la propiedad es el hombre.

En efecto, el hombre ejerce una superioridad natural sobre todas las cosas que le rodean, las ocupa, la amolda á sus necesidades y extiende á ellas su personalidad. Despojarle de sus bienes repugna á la conciencia universal, porque equivale á privarle de su libertad y atentar contra su misma existencia. Los modernos jurisconsultos acuden en auxilio de los economistas, cuando, como Mr. Troplong, definen la propiedad, “el derecho inviolable de la libertad humana de ser respetada en su obra de dominación”.

Fúndase la propiedad en la justicia y se concierta con la utilidad general. Pocas veces la concordia de lo útil y lo justo será tan clara y manifiesta. La ley consagra el derecho de propiedad, y entonces a la sanción natural se añade la sanción positiva.

Señalan los economistas en el trabajo la fuente de la propiedad; y cierto que no es posible derivarla de un manantial más puro y cristalino. El hombre tiene una propiedad indisputable en sus facultades físicas y morales, y si las ejercita para modificar la materia, produce riqueza. Cuando modera sus apetitos y se impone privaciones, ahorra y economiza. Trabajando, consumiendo los frutos del trabajo ó poniéndolos en reserva en la previsión de nuevas necesidades, á nadie hace el menor agravio. La comunidad de bienes va desapareciendo conforme progresa la civilización; de suerte que toda propiedad colectiva cede el campo á la propiedad individual.

Resulta que la institución de la propiedad no debe su origen á la ley, sino á la ocupación primitiva ó al trabajo, entendiendo por tal el económico, ó sea cualquier acto voluntario dirigido á crear ó aumentar la utilidad relativa de las cosas. Los vicios del fraude y la violencia con el tiempo se purgan, borrando su memoria la prescripción. Es preciso poner el derecho fuera de controversia para asegurar el patrimonio de las familias y legitimar los contratos posteriores, so pena de conmover la sociedad en sus cimientos y dar con el edificio en el suelo. Al cabo la usurpación se recomendó á la indulgencia de la posteridad metiendo las tierras en labor, y rindieron abundantes y sazonados frutos las que antes estaban cubiertas de abrojos y espinas.

¿Quién duda que el salvaje es dueño del arco y flecha que fabrica, de la caza de que se apodera, del animal que domestica y emplea en su servicio? La materia pertenece á todo el mundo; pero sólo á quien la imprime, la nueva forma debida al trabajo.

La propiedad es legítima, porque todo cuanto el hombre posee representa su industria, y á nadie agravia un derecho que con igual título pueden adquirir los demás.

La Economía política ama la propiedad como el complemento de la libertad del trabajo. La seguridad de poseer y gozar exclusivamente los bienes adquiridos mediante nuestra industria y economía, disponer de ellos en vida, y trasmitidos á la hora de la muerte á nuestros hijos ó herederos, es un estímulo poderoso para multiplicar la riqueza. Esta seguridad hace á los hombres y los pueblos aplicados, inteligentes y amigos del orden, de la paz y de la justicia. Si la seguridad disminuye, el trabajo desfallece, y cesa del todo, si falta. El consumo se acelera con el temor del despojo, la producción se retarda y sobreviene la miseria, causa de la despoblación.

Si no hay protección para las personas y haciendas, nadie siembra, porque nadie sabe quién vendrá á segar las mieses: nadie mejora su heredad, porque no tiene esperanza de premio, y renace la barbarie, viviendo el débil á merced del fuerte. Dada la propiedad, tendremos libertad y riqueza, sus naturales consecuencias.

Todas las propiedades son igualmente legítimas y respetables, la literaria, artística, industrial y territorial, porque todas son igualmente justas y útiles á los particulares, á las naciones y al mundo entero. La propiedad y la civilización del género humano están unidas con vínculo indisoluble, según lo acredita la historia.

El respeto á la libertad y propiedad no se alcanza sino por medio de sabias instituciones políticas, garantías eficaces de los derechos individuales. Ni la raza, ni el clima, ni otras cualesquiera causas físicas de prosperidad son tan fecundas como las buenas leyes y costumbres. Si la nación inglesa aventaja en riqueza y poderío al pueblo turco, no lo debe á la fertilidad de la tierra, ni á la extensión de sus dominios, ni al número de habitantes, sino á su verdadera y fecunda libertad. Roma, la de los buenos tiempos de la República, no puede compararse con la Roma de los Césares, siendo la misma. La España de los Reyes Católicos es muy otra que la de Carlos II, y ésta no se parece en nada á la España de nuestros días.

Gracias á las instituciones políticas, el pensamiento se aviva y despierta, las leyes se corrigen, los abusos se denuncian, el espíritu de invención se desarrolla y el trabajo es cada vez más activo é inteligente. Un gobierno arbitrario lo sofoca, y ahoga el germen de la industria, sumiendo al hombre en un profundo y vergonzoso letargo.

Las instituciones políticas desterraron de los códigos la pena de confiscación y dieron vigoroso impulso á la asociación industrial y mercantil que obra prodigios. Por ellas el impuesto debe ser otorgado y consentido por los pueblos, con lo cual se logra impedir las guerras injustas, la dilapidación de la fortuna del estado, los gastos estériles y ruinosos, y en fin, reducir las cargas personales y reales á límite cierto y forma conveniente.

Mucho se invoca la protección del gobierno, y no lo vituperamos; pero querríamos que no se echase en olvido la protección contra el gobierno, no menos necesaria.

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