El español como base del desarrollo

II Congreso Internacional de la Lengua Española, Valladolid, octubre de 2001
 

Juan Velarde Fuertes


Conviene, para empezar, subrayar tres cosas erróneas. La primera que, como consecuencia, probablemente, de ideas que proceden del mercantilismo, se acabó por imponer la idea de que en economía, cuando una comunidad —o una persona— gana, otra pierde. Esta convicción de que la dinámica económica se acompaña, por fuerza, de un juego feroz de suma cero, es radicalmente falsa. O lo que es igual: que de alguna manera los tan denostados a veces planteamientos derivados del librecambismo engendrado por David Ricardo, no son básicamente disparates.

La segunda, probablemente también de origen mercantilista, que una simple agrupación de personas que hablen el mismo idioma tiene, por sí misma, ventajas importantes y es capaz de generar más desarrollo. El suajili es hablado por millones y millones de africanos. Es evidente que la mala política económica, la corrupción, las guerras con los vecinos, la carencia de buenas administraciones, las dificultades ofrecidas por la naturaleza, van a impedir, durante muchísimo tiempo, que en ese ámbito se genere desarrollo serio alguno. La colosal población china, por sí misma, no ofreció base ninguna para el desarrollo. Ahora mismo tienen los chinos, en paridad de poder adquisitivo, algo así como el 24% del PIB por habitante de los españoles, y aun así ofrece su economía muy serias dificultades estructurales para alcanzar niveles de bienestar material parecidos a los nuestros, comenzando por el problema de que hace con una gran banca estatal totalmente arruinada, que se ha convertido en un cáncer que puede ser letal, como hemos visto que acabó por suceder con la gran banca privada nipona en Japón. De ahí que sea preciso, con frialdad absoluta, contemplar, como inicio, la situación económica real de los que hablan español. Sin ello, la idea de que dispersos por la Tierra los hispanos, con una demografía en decadencia en España, pero en progreso rápido en América, el español puede producir desarrollo, pasa a carecer absolutamente de sentido. 


La tercera, que es posible competir con el inglés en el terreno científico y tecnológico. El gran núcleo económico del mundo, en su parte fundamental, habla otro idioma indoeuropeo, el inglés, y conviene convencernos, aunque nos moleste, de que no va a ser posible emularlo. Hay que tener en cuenta que, en lo económico, han existido para la Humanidad tres grandes etapas. La primera duró millones de años, y las hordas de los diversos homínidos vivieron de modo miserable. La segunda se inicia con el Neolítico, y llega hasta el siglo XVIII. Toda una revolución técnica se produjo en esta etapa: desde la metalurgia a la escritura, desde la navegación a las matemáticas, desde la vida urbana a la filosofía. Así mejoró la suerte del hombre, pero no pudo impedir que fuese verdad aquello que señaló Hobbes de que, todavía en el siglo XVII, la mayor parte de sus conciudadanos era un conjunto de personas «deformes, incultas y malolientes». El salto hacia lo que comúnmente se denomina de cobertura adecuada de las necesidades para alcanzar una vida digna se dio a partir de la Revolución Industrial. Ésta se ha acelerado de tal modo que en el núcleo básico de lo que se puede llamar la economía desarrollada —norte de América, costa asiática del Pacífico y Europa—, a mediados del siglo XXI se habrá alcanzado una productividad tal que los problemas de la economía pasarán a ligarse con una civilización donde abunde el ocio, como pronosticó Keynes en Madrid, en su conferencia La economía política de nuestros nietos, en 1930, o como ha desarrollado el premio Nobel de Economía Fogel, en 1999. Los miedos a la escasez que periódicamente nos asustaron —el de Malthus sobre la agricultura, o el de Jevons sobre el carbón, y el reciente del Club de Roma a partir del ensayo Los límites del crecimiento—, se ha probado que no tenían sentido. Todo esto se debió a una explosión de ciencia y tecnología que tuvo su hogar primero en Inglaterra, y que hoy se encuentra en los Estados Unidos. Para marchar al paso, el resto de los países ha abandonado, progresivamente en el caso de la literatura económica, su idioma propio, y ha pasado a emplear, como lingua franca, el inglés. El proceso, además, se ha ampliado. Aduzco el caso de mi ciencia concreta, la economía. Antes de la segunda guerra mundial resultaba inimaginable que los franceses no concediesen prioridad a la bibliografía económica escrita en su idioma. Las bastaba recordar, aparte de Montcherétien, las aportaciones muy notables para la ciencia económica hechas en francés por personalidades como Cantillon, como Say, como Bastiat, como Cournot, como Pareto, como los maravillosos Elementos de Economía Política Pura de Walras, sin olvidar otros dioses menores, tales como Le Play o Pablo Leroy-Beaulieu o, más recientemente los Perroux, Jacques Rueff o Malinvaud, sin olvidar el premio Nobel de Economía Allais. Pues bien, en el número de julio-agosto de 2001 de la Revue d’économie politique se recogen los principales trabajos presentados en la reunión de la Association Française de Science Economique 2001. Las bibliografías de las mismas, totalizadas, presentan un total de 211 referencias. De ellas, el 33% está en francés, el 67% en inglés y no existe ninguna en otro idioma. Lejanos pasan a quedar los tiempos en que en la venerable y contestataria Revue d’économie politique, fundada en 1887 por Gide, Jourdan y Villey, resultaba inimaginable el empleo de otro idioma que el francés y con citas muy escasas en inglés, alemán e italiano. Recordemos cómo, por ejemplo, en ella apareció un artículo muy importante de Hicks, «La théorie de Keynes aprés neuf ans», básico para puntualizar el modelo keynesiano, en el número de enero de 1945, y fue en francés. A veces esta lengua queda como un recuerdo en el título, doblada en él en inglés y nada más. Ese es el caso de Public Finance. Finances Publiques, en cuyo consejo editorial se encuentran famosos hacendistas mundiales, y que publica todos sus artículos en inglés. El mismo recuerdo de bilingüismo permanece en Econometrica, pero sin ningún artículo, desde hace muchísimos números, en francés. Por supuesto ocurre otro tanto con los belgas. Tengo delante el n.º 2 del año 2001 de la importante revista de la Universidad de Lieja Annals of Public and Cooperative Economics. Annales de l’Economie Publique Sociale et Cooperative. Contiene siete artículos. De ellos, 6 en inglés y uno en francés. Pasemos al ámbito de la Escuela de Estocolmo. Sus trabajos más importantes y fundamentales para la investigación económica aparecieron en sueco y, en alguna ocasión, recordemos a Wicksell, en alemán. Desde hace medio siglo toda esta literatura —recojamos la colección de Ekonomisk Tidskrift sin ir más lejos— se edita en inglés. A comienzos del siglo XX era evidente la importancia del pensamiento económico escrito en alemán. La célebre polémica que abre la dura Methodenstreit tiene sus piezas fundamentales en la obra de Karl Menger, Untersuchunger über die Methode der Sozialwissenschaftten und der politischen Oekonomie insbesondere y el simposio de Schmoller, Grundfragen der Sozialpolitik und Wolkswirtschaftslehere, que están en alemán. Pero cuando vemos que se liquida la polémica, es preciso acudir a tres fuentes: la primera, es la discusión entre Burns y la Cowles Commission, naturalmente en inglés; la segunda, el trabajo de Karl Popper, aparecido en la revista de la London School of Economics, Economica, con el título de The poverty of historicism; la tercera, el varapalo de Jakob Viner a Raul Prebisch, aparecido, primero en portugués, en la Revista Brasileira de Economia, junio de 1951 y, después, en inglés, en 1953, en el volumen International trade and Economic Development. Ahora, cuando leemos la venerable revista Weltwirtschaftliches Archiv, donde, en alemán evidentemente, contendría en 1937 Manoilescu precisamente con Viner, o donde, en 1935, también en alemán, publicaba nuestro Román Perpiñá Grau el artículo inicial del ensayo De Economía Hispana, vemos que —obsérvese el n.º 2 del volumen 137, correspondiente a 2001—, aparecen seis artículos, y los seis en inglés; una nota, asimismo en inglés, y la crítica de libros comenta cuatro libros importantes, y los cuatro publicados en inglés. Tres cuartos de lo mismo sucede en Austria. En Viena reside el director coordinador de Empirical Economics. En el último número editado en el año 2001, los ocho artículos que contiene están todos en inglés. Nada diferente sucede en Italia. La revista Labour se publica por el Centro para Estudios Internacionales sobre Desarrollo Económico, CEIS, de la Universidad de Roma Tor Vergata. En el número de junio de 2001 se contienen siete artículos, y los siete en inglés. El Banco di Roma edita The Journal of European Economic History. El número de la primavera de 2001 contiene cuatro artículos, los cuatro en inglés, más una nota y un problema, ambas aportaciones asimismo en inglés. La Fundación Giordano dell’Amore, sostenida por la Fondazione Cassa di Risparmio delle Proviencie Lombarde, edita Savings and Development, revista trimestral; el n. 2 de 2001 contiene seis artículos y los seis en inglés. La veterana Banca Nazionale del Lavoro. Quarterly Revieu lleva más de medio siglo publicando todos sus artículos en inglés. La misma unanimidad en inglés se encuentra en la importante revista suiza Insurance: Mathematics and Economics. Para no continuar siendo prolijo: léase el último número del Journal of Economic Literature y sáquense consecuencias. Yo, personalmente, el artículo de homenaje a Stackelberg —gran economista alemán—, para un congreso celebrado en Maastricht y en el que pululaban los alemanes, tuve que escribirlo en inglés y en inglés se publicó originalmente bajo el título de Stackelberg and his role in the change in Spanish economic policy en el Journal of Economic Studies en 1996; en español aparece ahora en esa obra colosal y admirable dirigida por Fuentes Quintana, Economía y economistas españoles. En biología, en física, en química, en matemáticas, sucede exactamente lo mismo. En la venerable Revista de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (España), en el número 2 del volumen 93, correspondiente a 1999, aparecen 16 artículos importantes de matemáticas; sólo 2, o sea, el 12'5%, se editaron en español. Yo me planteo, por ejemplo, al observar el excelente contenido, todo él en español, del número 212 del año 2001, de Moneda y Crédito, monográfico El análisis económico frente a los problemas de la sociedad moderna, cuánto tiempo resistirá a la tentación de editarlo, total o parcialmente, en inglés. La competencia en este sentido es, a mi juicio, casi imposible de sostener y carece muy probablemente de sentido pensar en el español más que como un complemento de cierta importancia, pero nada más, en el concierto del lenguaje científico universal. Su contribución, pues, ha de calificarse como modesta, aunque, eso sí, hay que intentar que no sea despreciable. 


Si no debemos plantear cuestión alguna desde el aislamiento; si el volumen de los hispanohablantes, por sí mismos, no es base del desarrollo económico, y si el español no puede ser, en lo que el hombre puede prever, un elemento importante —y sí sólo modesto— en el lenguaje de la ciencia y la técnica, ¿cabe pensar que nuestra bella lengua, tan unida a la cultura universal, tan relacionada con millones de personas dispersas por el orbe, pero muy especialmente en la América Hispana, no tiene ya ningún papel para el desarrollo económico?

Para aclarar algo la cuestión es preciso, en primer lugar, aludir a las cuestiones siempre apasionantes de los grandes mercados; hacer una excursión complementaria al mundo de las economías externas de Alfredo Marshall, y, finalmente, comprender el juego, muy exigente, derivado de la aparición, parece que de manera definitiva, de una economía globalizada.

Una economía actual no puede ser eficaz si, como nos aclaró definitivamente en 1928 Allyn Young ampliando ideas previas de Adam Smith, no atiende a mercados grandes. La letanía que lo explica es bien conocida desde entonces para los economistas: con un mercado grande, las series productivas pueden ser muy amplias; el atender las necesidades de series productivas grandes suele hacerse con grandes plantas industriales; las grandes plantas industriales facilitan la división del trabajo; la división del trabajo mejora fundamentalmente la productividad; una productividad alta rebaja los costes; costes bajos en mercados abiertos y competitivos, significan precios reducidos; los precios reducidos incrementan el poder adquisitivo y con ello suben los niveles de bienestar material; más altos niveles de bienestar material quieren decir lo mismo que mercados más amplios, con lo cual nos introducimos en un mecanismo causal acumulativo de bienestar. Este proceso de causación acumulativa lo trabajó Myrdal al intentar conocer la realidad de la población negra en los Estados Unidos, y de él se desprendió la existencia de situaciones Norte, donde este proceso acumulativo actúa, y situaciones Sur, en las que, por existir mercados reducidos, la decadencia progresiva es segura. Este efecto Mateo —porque de este Evangelista es ese texto de que «al que tuviere le será dado, pero al que no tuviere, aun lo poco que tiene le será quitado»— es el que debe intentarse que se supere con el empleo del idioma español. 


En España, precisamente, desde el Arancel de los Moderados de 1847, acentuado con el mensaje proteccionista de Cánovas del Castillo maximizado por el Arancel de Guerra de 1891, y continuado, de modo cada vez más fuerte, hasta 1957, existió una clarísima mentalidad autárquica. Todo eso nos separó, como denunció Perpiña Grau en el mencionado ensayo de 1935, de la prosperidad. Lo único que nos aproximaba a ella era la apertura al exterior a través de algunos portillos que no habían sido aun tapiados, bien de exportaciones, bien de llegadas de capitales, de empresarios o de técnica, del exterior. Contra lo que sostenía nuestro nacionalismo económico, sobre todo el que pasa a triunfar de modo rotundo a partir del mensaje inicial de Cambó en Gijón, el 8 de septiembre de 1918, con motivo de los actos conmemorativos del duodécimo centenario de la batalla de Covadonga, la venta al exterior de minerales, o los capitales galos de los Pereire que sirvieron para que se crease la Compañía de los Ferrocarriles del Norte de España, no sólo no frenaron, sino que impulsaron nuestro desarrollo. La lección recibida por España, en ese período de triunfo del nacionalismo económico, que alcanza hasta 1957, perdura. En 1850, en dólares Geary-Khamis, nuestro PIB por habitante fue el 48'6 % del inglés y el 68'7% del francés; en 1957, nuestro PIB por habitante fue del 42'7% del inglés y el 49'5% del francés. La evidencia de un fracaso histórico motivó que, a partir de ese año de 1957, se rectificase esa actitud política, que va a culminar, a través de la serie de sucesos muy notables presididos por el Plan de Estabilización de 1959, con la solicitud en 1962 de conversaciones para acercarnos a las Comunidades Europeas seguida de la firma de Acuerdo Preferencial Ullastres con la CEE en 1970, la apertura de conversaciones para el ingreso comunitario de España en 1977, la firma de este ingreso en 1985, la entrada de la peseta en el Sistema Monetario Europeo en 1989, la liquidación de las fronteras económicas interiores de la Unión Europea el 1 de enero de 1993, y nuestra participación, el 2 de mayo de 1998, en la creación de la zona del euro. Como resultado, somos una de las naciones con mayor apertura al exterior, medida por el porcentaje de la suma de importaciones y exportaciones respecto al PIB. Se ha subido desde el 5'6% en 1830, el 20'4 en 1929 y el terrible 4'7% de 1950, al 62'2% en el año 2000. En el ámbito internacional, dejando a un lado las naciones de superficie minúscula, como pueden ser Mónaco, Singapur o Barbados, España, por apertura, se ha colocado, con Canadá, en las cifras máximas del mundo. Ya tenemos, pues, un ámbito del español preparado para los nuevos tiempos. El fruto no se hizo esperar. Esos porcentajes del PIB por habitante, que en dólares Geary-Khamis, eran en 1957 —recordémoslo— el 42'7% del inglés y el 49'5% del francés, pasan a ser, en 1994, el 76'6% del inglés y el 69'8% del francés. España, pues, ha enderezado su marcha en lo económico. Lo preocupante es lo sucedido en el ámbito iberoamericano, porque resulta evidente que, en su conjunto, sigue una dirección radicalmente diferente fruto de la historia económica del conjunto de estos países, sobre todo a partir de 1930, con raíces en 1880. 


En esa última fecha la realidad económica europea alcanzó niveles casi pletóricos; los países iberoamericanos, desde Argentina a México, se estabilizan; la demografía europea, como consecuencia de progresos médicos e higiénicos, y debido a la mejora en la situación económica, produce notables excedentes de población; los mercados de capitales parecen dispuestos a prestar fondos a las tierras nuevas de Estados Unidos, Australia, Iberoamérica o África del Sur; Japón despierta al comercio internacional al compás de los cañonazos del comodoro Perry. Sin embargo existe una contradicción íntima en todo esto que no dejará de manifestarse unos cuantos años después. Las ideas económicas de los clásicos, y muy particularmente de David Ricardo respecto al comercio internacional y las ventajas derivadas de la teoría de los costes comparativos, son admitidas como base de la política económica de los países iberoamericanos. Los aranceles se imaginan como sistemas recaudadores complementarios de la imposición sobre el consumo, no como instrumentos proteccionistas. Es un momento en el que afluyen capitales británicos en cantidades importantes. Simultáneamente, en Iberoamérica parecían existir regímenes políticos estables que se acercaban a los mandatos constitucionales, que desarrollan una política económica aceptablemente ortodoxa, en la que lo fundamental de las actividades corresponde a la iniciativa privada, con un sector público reducido, presupuestos aceptablemente equilibrados, tendencias progresivas favorables al ingreso en el patrón oro. De este modo, las expectativas económicas especialmente favorables motivan que una riada de inmigrantes europeos —españoles, italianos, centroeuropeos— apareciese en los puertos iberoamericanos. Los cuadros de Quinquela en Buenos Aires inmortalizarían este proceso. Con ellos llegan los capitales, las nuevas tecnologías, los empresarios, del ámbito europeo en primer lugar y, poco a poco, del norteamericano. Aparecen así en la región desarrollos agrícolas, mineros, fabriles, verdaderamente espectaculares, lo que acentúa la demanda de capitales, tecnología, empresarios y mano de obra. El incremento notable del PIB, en algunos países de modo exponencial, fue la regla general. El comercio internacional favorece el grado de expansión. Se diría que los resultados iban a ser cada vez más impresionantes. 


Pero ya he dicho que existía una incoherencia. Se aceptaba en Iberoamérica la hipótesis de que lo que más convenía era el afianzamiento de la política de la división internacional del trabajo, pero en Estados Unidos, a partir de la guerra de secesión y, en Europa continental las tesis del fomento del trabajo nacional a costa de la libertad de tráfico, triunfan en toda la línea. Comienza así el repliegue de las transacciones internacionales que culminaría en el caracol contractivo de Kindleberger: cada mes de cada año el comercio internacional es más reducido que en igual mes del año anterior. De él se derivarían realidades catastróficas a partir de 1930.

Precisamente ahí se genera, en parte como reacción y en parte como imitación, un cambio en el ámbito iberoamericano, con la difusión de las doctrinas populistas. Como preludio de las mismas, en México, en 1917, como consecuencia del proceso revolucionario esencialmente campesino que había derrocado a Porfirio Díaz, se aprobó la Constitución de Querétaro, inspirada por Madero, que contenía evidentes influencias krausistas. Se iniciaba con ella lo que se consolidará en Europa con la Constitución de Weimar en 1919: la aparición en las Leyes Fundamentales de todos los países de los derechos sociales. Así es como se creó un clima populista que, con raíces diversas según los países, se generalizó en toda la región. Además de los mensajes krausistas —que llegan a Iberoamérica a través de la influencia de los institucionistas españoles, algunos tan respetados en la región como Adolfo Posada o Rafael Altamira— se entremezcla el impacto marxista, sin excluir las desviaciones del revisionismo socialista que pone en marcha Bernstein, en el quicio de los siglos XIX y XX. Pronto aparecerá otra influencia, que tuvo mucho peso en el pensamiento europeo: el nacionalismo autoritario anticapitalista, que pasó a ofrecer sus mensajes utópicos en Europa a partir del final de la I Guerra Mundial. Un economista rumano, Manoilescu, se convertiría en el profeta máximo de este movimiento, que defiende el corporativismo, la industrialización con proteccionismo y el régimen de partido único.

El populismo iberoamericano bebió en todas estas fuentes. Unas veces eran Carlos Marx o Trotski, y otras Sorel o José Antonio. En ocasiones era Gumersindo de Azcárate, y otras veces era la denominada Doctrina Social de la Iglesia. Al general Uriburu no lo entendemos sin el general Primo de Rivera; al general Cárdenas sin Kemal Atarturk, y a Getulio Vargas, sin Benito Mussolini. 


De ahí se deriva una triple consecuencia. Pululan los regímenes que defienden el nacionalismo económico, a partir de un proteccionismo industrializador desconocido hasta entonces en estos países; abundan las posturas que exhiben los fallos de mercado y que, por ello, defienden políticas económicas socializantes; igualmente, la protección a los desheredados obliga a crear instrumentos nuevos de ayuda a las gentes con menores niveles de renta, para lo que es preciso buscar financiación, a través de impuestos y cotizaciones, en aquellos que son más ricos. Como señaló el profesor Bourricaud, esto no quiere decir que los populismos desplegasen políticas económico-sociales de alto nivel analítico. Lo que llevaron a cabo fue una amalgama muy imperfecta basada en todo lo que se ha dicho. Desde el peronismo argentino al PRI mexicano; desde el arnulfismo panameño al despliegue corporativista del Brasil de Getulio Vargas, desde la singular situación chilena hasta la no menos complicada venezolana, surgió y se afianzó un populismo que recibió un apoyo considerable por parte de la población más pobre, que en muchos aspectos aún es visible. De ahí se derivó una crítica feroz de todo lo que, de algún modo, recordase a la política económica anterior. El Tratado de Comercio Roca-Runciman fue calificado en Argentina como acuerdo intolerable, a pesar de que se consideraba bueno el fomento de las exportaciones de carne argentina en Inglaterra. Dígase lo mismo del político argentino Pinedo, al que tanto Jorge Abelardo Ramos —peronista y nacionalista exaltado— como buena parte de la opinión de este país, pasó a considerar un traidor a las esencias de la patria.

Las estructuras económicas que así se crean están lejos de ser las más eficaces posibles. Sin embargo, la segunda guerra mundial facilitó el seguir adelante a través de la mejora de la relación real de intercambio. A continuación, a partir de 1947, las doctrinas de Manoilescu y la fuerte influencia keynesiana, crearon, sobre todo a partir de la proposición Singer-Prebisch relacionada con la conducta secular de las relaciones reales de intercambio de los pueblos subdesarrollados, y con poderosas influencias metodológicas neohistoricistas, institucionalistas y marxistas, un nuevo mensaje, el del estructuralismo económico latinoamericano, que encontró su albergue esencial en la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas (CEPAL). No deben olvidarse tampoco los mensajes keynesianos y neokeynesianos que resplandecen tras la edición del libro Introducción a Keynes de Raúl Prebisch. Todo esto ilusionó muchísimo y motivó que el apoyo de los pueblos a estos puntos de vista fuese bien claro. No se produjo, además, un hundimiento rápido de las políticas económicas que siguen este sendero, porque la situación financiera mundial facilitó la posibilidad de endeudamientos colosales que desterraron, de momento, los riesgos derivados de esta política económica. 


El problema surge cuando los populismos nacionalistas acentuaron sus tomas de posición; cuando Estados Unidos y Europa comienzan a dar pasos importantes para, a través del GATT y del Mercado Común Europeo dirigirse a una apertura del comercio internacional; cuando, asimismo, comienzan a surgir novedades institucionales favorables a la libertad de los movimientos de capitales; cuando todo esto se entremezcló con una serie de golpes de Estado derivados, en buena parte, de la Guerra Fría y de la Doctrina de la Seguridad Nacional que se creaba, en parte considerable, en la Escuela de las Américas, en la Zona del Canal de Panamá, entonces bajo bandera norteamericana, con dirigentes que intentaban actuar frente a este estructuralismo económico latinoamericano, desde posiciones no democráticas; cuando se encareció el mercado de capitales subiendo los tipos de interés; finalmente, cuando, con el final de la guerra fría se hundieron multitud de doctrinarismos utópicos. Así fue como aparecieron las condiciones adecuadas para que todo este planteamiento se viniese al suelo. Por una parte, estos populismos, desde Allende a Perón, desde Rómulo Betancourt a Paz Estenssoro, produjeron, inexorablemente subidas colosales de precios y desequilibrios en las balanzas de pagos. Asombrosamente, estos populismos descuidaron la creación de sólidos sistemas fiscales. Da igual que contemplemos a Alan García en Perú o a Pepe Figueres en Costa Rica. Se prefirió centrar la protección social en un Sistema de Seguridad Social muy generoso, que tenía apoyos en el déficit del sector público. A esto se unieron mecanismos singulares de reparto, sin la menor eficacia, pero que despertaban, a veces, clamores de victoria entre los desheredados, como fue el régimen egidatario de México, o la acción y promesas de Eva Perón en Argentina, y nada digamos de los instrumentos que puso en acción Allende en Chile. Como extremo surgió la estatificación total de Castro en Cuba, con la implantación de una dictadura del partido único, como le apetecía a Manoilescu. El resultado, en el conjunto de Iberoamérica, fue la apelación al déficit del sector público y un caos creciente, mientras fue posible pagar el servicio de la deuda exterior. Cuando esta posibilidad se cerró, y Jesús Silva Herzog lo admitió en la reunión anual del Fondo Monetario Internacional, se dio por concluida esa etapa nacionalista-populista de la economía iberoamericana y comenzó una nueva a partir de esa crisis de la deuda externa.

Para salir de ella se pusieron en marcha toda una serie de medidas de política económica ortodoxas que no dejaron de producir efectos favorables. La primera, la liquidación de mensajes como el de Aldo Ferrer, Vivir con lo nuestro, de tipo proteccionista-nacionalista. Se decide actuar en mercados cada vez más amplios, y se abandona la teoría de la dependencia. CEPAL se transforma bastante intensamente. De ahí que veamos que México acepta concertar el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y Canadá; o que la República Dominicana entra en el Grupo ACP relacionado con la actual Unión Europea; o que Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay conciertan Mercosur y, después, observan cómo esta institución sudamericana intenta enlazar con la Unión Europea, y todos procuran acercarse a la OCDE y no digamos a actuar en el ámbito de la Organización Mundial de Comercio. 


La segunda de estas medidas ortodoxas de política económica fue la liquidación de las empresas públicas. Con eso se mataban dos pájaros de un tiro. El primero fue que, sin necesidad de mejorar el sistema fiscal, aumentaban los ingresos y se lograba, aparentemente, incluso un superávit en el sector publico. Por supuesto que este procedimiento de lograr el superávit es inadmisible en el SEC-95, pero en Iberoamérica la reprivatización, en general, se empleó así. El segundo pájaro fue el del aumento del rendimiento, porque la eficacia de las empresas públicas en la región dejaba muchísimo que desear. Unido a la política de reprivatización, que a veces ha causado un ruido estruendoso, como fue el caso de la sustitución en Chile del sistema de pensiones que exigió, dentro del marco de la Seguridad Social, el paso del sistema público de reparto a uno privado previsional de capitalización, con las ACP, existe una política desreguladora creciente porque se ha comprendido que los fallos del mercado existen, pero aun son más peligrosas, casi siempre, las perturbaciones originadas por la actuación del sector público, a veces tan claramente marcadas, con un propósito caricaturesco, por Jesús Silva Herzog, al señalar este economista que el sector público tenía un cabaret en Ciudad de México y que era el único que perdía en esa urbe.

El tercer cambio ortodoxo fue poner en marcha todo esto dentro de un sistema político liberal democrático, acorde con el mensaje histórico y nacional inserto en las Constituciones de estos países.

Tres economistas, Cavallo en Argentina, Foxley en Chile y Aspe en México, se convirtieron en adalides de las reformas que consolidaron, de momento, lo que parecía ser una crisis gigantesca, y condujeron a esas economías a una fase de recuperación.

Así es como comenzó en 1991 a disiparse la tremenda crisis económica iberoamericana, que había estallado en el verano de 1982 y que en la historia económica recibirá, como ya se ha señalado, el nombre de crisis de la deuda externa porque se manifestó alrededor de un colosal endeudamiento de Iberoamérica en los países más ricos por los motivos ya expuestos. En 1992 parecía todo superado. El presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Enrique V. Iglesias, indicaba ese año por qué daba la impresión de haberse doblado el cabo de las Tormentas en Iberoamérica. En primer lugar, por el restablecimiento general de las instituciones democráticas. Como señala Iglesias, «ese renacer democrático trajo consigo, a la vez, la necesidad de actuar pronto y simultáneamente en varios frentes relacionados: la recuperación económica y el desarrollo sustentable a largo plazo; la solución de la deuda social y el establecimiento de condiciones permanentes de equidad distributiva, y la inserción de estas economías en el marco económico internacional». 


Todo esto pudo haber fracasado si, como completa Enrique V. Iglesias, no hubiese surgido en muchos países «una nueva generación de líderes políticos, con ideas frescas, que pusieron en marcha uno de los procesos de cambio más profundos que ha tenido la región en lo que ha transcurrido de este siglo, guardando ciertas simetrías con aquellos cambios que han venido ocurriendo en el escenario económico mundial. Esos cambios se han proyectado, asimismo, hacia los empresarios privados, a la burocracia pública y, en general, a todos los sectores de la trama de las sociedades de nuestros países. La actitud generalizada en este proceso de renovación se caracterizó por el predominio del pragmatismo sobre las ideologías, resultante de una profunda reflexión crítica sobre el pasado. Ese análisis crítico identificó como elemento central la excesiva tolerancia de los países con: a) la inestabilidad, tanto económica como política; b) la inflación y los déficit fiscales; c) la ineficiencia asociada a las políticas proteccionistas y d) la desigualdad económica externa», lo que, a su vez exige «el ataque frontal a los déficit fiscales; la promoción de la eficiencia en las esferas de actividad privada y pública, y la búsqueda de soluciones de emergencia y estructurales a los problemas sociales».

La polémica, pues, parecía superada desde comienzos de los años noventa, y después de una serie de vacilaciones, dio la impresión de que el porvenir estaba claro. Sin embargo, a partir de 1997 estalló de nuevo una crisis muy importante en la región que, en 1998, pareció asentarse con fuerza considerable, y que a comienzos de 2001 no está, ni de lejos, despejada. También ocupó una parte nada despreciable el impacto climático provocado por el Niño, que originó sequías e inundaciones a inicios de 1998, con pérdidas de unos 15 000 millones de dólares, la mitad en la región andina, lo que a finales de 1998 se une a los huracanes Mitch y George, con destrucciones sin precedentes en el siglo XX en el Caribe y Centroamérica y a comienzos de 1999 con un fuerte terremoto en Colombia, como se indica en el estudio del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas, Estudio económico y social mundial 1999. Tendencias y políticas en la economía mundial. Desarrollo financiero en un orbe en proceso de mundialización (1999). Se combinó todo esto con una serie de perturbaciones económicas derivadas del contagio de la crisis asiática primero, de la crisis rusa, después y, finalmente, a comienzos de 1999, con la crisis del real en Brasil. En el año 2000 la crisis argentina adquirió enorme fuerza. La relación real de intercambio —caída en los precios del petróleo, los metales y los alimentos— lo empeoró todo gravísimamente.

El resultado es que la mayor parte de los hispanohablantes se encuentran en condiciones económicas de gran debilidad y por consiguiente, que el efecto Mateo se ceba en ellos. España tiene un volumen mayor de comercio internacional con Portugal que con toda Iberoamérica. 


¿Quiere esto decir que el español no constituye ningún factor unitivo importante y positivo para el desarrollo? Al llegar aquí es preciso que indaguemos otro aspecto importante del entramado de cualquier proceso de desarrollo: la inversión de capitales. El enriquecimiento español conduce a tener rentas mayores y una mayor capacidad de ahorro. Este ahorro puede invertirse en regiones culturalmente muy cercanas. Veamos que así ocurre con el japonés, que por ello ofrece un papel unido al nombre de proceso de los gansos migratorios, que explica cómo tal ahorro se ha diseminado por todo el Asia del Pacífico. Así sucede, también, con el ahorro alemán, que continúa haciendo buena, en su expansión hacia los países del este de Europa, el lema de la orden Teutónica, Drang nach Osten. Todas las investigaciones se orientan a que los procesos de inversión en el exterior de las naciones se dirigen hacia países muy próximos geográficamente, o inmediatos en lo cultural. Esto último se explica por la existencia, desde luego en este punto, de las llamadas economías externas marshallianas. El ambiente, la cultura, hacen más fáciles que los procesos económicos se sitúen en determinados lugares, que se convierten en distritos industriales, lo que acelera el conjunto de las externalidades. Los servicios comerciales, bancarios, de seguros, que atienden a otras empresas, atienden de inmediato a las nuevas que se instalen; los obreros especializados se contratan con más facilidad; existe, como dice Marshall, una especie de atmósfera favorable para el desarrollo productivo. El que el idioma sea algo común a dirigentes y dirigidos, sin necesidad de problemas adicionales, es una externalidad, un elemento importantísimo de abaratamiento. Por eso los economistas de la Escuela de Uppsala hacen un hincapié grande en que, quien invierte en el exterior —proceso en el que se corren riesgos adicionales— suele encontrarse tentado a rebajarlos aceptando invertir en lugares del mismo idioma y caracteres culturales semejantes. Un caso evidente lo tenemos, ahora mismo, en el fortísimo desarrollo de Irlanda: el que toda la población conozca el inglés, es un elemento de atracción de inversiones de todo el ámbito anglosajón. Del mismo modo, cuando coincidió la mencionada crisis de la deuda externa, que se ha visto que exigió un proceso de reprivatización muy fuerte, con un desarrollo económico español que provocó la existencia de un excedente inversor, éste se orientó, en buena medida, en el continente europeo hacia Portugal; en África hacia Marruecos y, en América, hacia todo el conjunto de países situados al sur de Río Bravo, a más de ciertas regiones norteamericanas —Florida, California, Nueva York— aparte del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, donde esta externalidad lingüística y cultural existe. 


Sin embargo conviene, de inmediato, asumir dos cuestiones. Las ventajas derivadas del conocimiento del inglés son tales, que sin necesidad de otras coacciones, el conjunto de habla española en los Estados Unidos, tras una situación sui generis de spanglish, concluirá, tras un par de generaciones, siendo anglófono. Conservará algún recuerdo cultural que se irá disolviendo poco a poco en el gran magma que existe en Norteamérica. Creer otra cosa es ignorar informaciones sociológicas y económicas muy accesibles para cualquier estudioso. Por consiguiente, el apoyo muy importante del idioma respecto a la inversión se refiere, a largo plazo, única y exclusivamente, al área iberoamericana y poco más.

De inmediato es preciso efectuar otra salvedad. Si Iberoamérica no consigue enderezar su situación económica, por lo dicho más arriba, los mensajes populistas y nacionalistas, muy poco reprimidos, se dedicarán, como en el citado discurso de Cambó y toda la literatura que siguió en España —que quizá pueda centrarse en el libro de Virgilio Sevillano, España... ¿de quién?— a molestar con fuerza a nuestras inversiones. De este modo, la ventaja del idioma comenzará a disolverse, y nuestros inversores aceptarán el riesgo de llevar sus capitales a la Unión Europea o a los Estados Unidos, e incluso al Asia del Pacífico, donde se van a encontrar más tranquilos. Es preciso añadir que también existe un componente en la estructura económica española que agrava la situación. Como se desprende del famoso estudio anual de Fortune sobre las mayores empresas del mundo, en España éstas no se orientan hacia actividades manufactureras —incluidas las agroalimentarias— sino hacia la Banca, las actividades extractivas, la energía, las comunicaciones, o bien son filiales de empresas multinacionales extranjeras. Lo prueba adicionalmente la relación que ofrece Nueva Empresa.Com en el número de septiembre de 2001, donde incluye un análisis sobre las 500 primeras empresas españolas. Las 15 primeras ratifican esto; he ahí su orden, de mayor a menor: 1. Repsol YPF; 2. Santander Central Hispano; 3. Teléfonica; 4. BBVA; 5. Endesa; 6. Telefónica Internacional de España; 7. CEPSA; 8. Seat; 9. El Corte Inglés; 10. CEPSA1; 11. BBVA2; 12. Altadis; 13. Santander Central Hispano3; 14. El Corte Inglés4; 15. Renault España. Altadis —y para eso con una parcial y fuerte capitalización gala— es la única excepción a esta exclusión de la industria manufacturera del mundo empresarial español más grande; Renault España no tiene capital español. 


Basta haber leído una pizca la literatura que se ampara en las proposiciones populistas y nacionalistas para saber que tanto las empresas extractivas, como las energéticas, las de comunicaciones y las de la Banca, se consideran, por estos documentos, depredadoras que atacan valores nacionales. Los españoles, antaño, habíamos leído los feroces ataques a CHADE —energía eléctrica— por sus actividades en Argentina; de, por ejemplo, Jorge Abelardo Ramos. Ahora, en el mismo país, los ataques se dirigen a Repsol YPF, a Iberia —por su pasado control sobre la ruinosa Aerolíneas Argentinas—, Endesa y Telefónica. Lo que se dice de Argentina puede generalizarse a cualquier otro país. La imagen exhibida en la famosa portada de Time, con el título de Back to the New World. Corporate Spain has landed in force in Latin America, snapping up important local firms in a new form of «reconquista», donde una serie de ejecutivos con la bandera española desplegada llevan en una mano la cartera habitual en el mundo de los negocios y en la otra el viejo casco de los conquistadores de los siglos XV y XVI no puede, de ningún modo dejarse a un lado. El que así se rehúya —o se amenace rehuir— la inversión española, naturalmente envilece el papel del idioma como factor de creación de grandes ámbitos económicos.

Simultáneamente es lógico esperar cuatro cosas adicionales. La primera, que la acción de la Organización Mundial de Comercio amplíe el comercio internacional al liquidar barreras institucionales; la segunda, que la Unión Europea altere la Política Agrícola Común mostrando mayores facilidades para la aceptación de las solicitudes, tanto de los Estados Unidos como del Grupo de Cairns y de los países en vías de desarrollo; la tercera, que Iberoamérica mejore, con todas las dificultades que podamos imaginarnos, en el conjunto de su PIB; la cuarta, que España aumente su capacidad productiva con sustanciales avances en la competitividad. Todo ello acarreará una ventaja evidente en el terreno del idioma al facilitar el comercio en el conjunto del área iberoamericana y en las importaciones y exportaciones que puedan relacionarse con España. 


Pero si España, o las naciones de Iberoamérica, o europeos y americanos de habla española conjuntamente, no aciertan con el camino del desarrollo económico y, por ello, se dedican a huir de las ventajas que se crean, con mucha fuerza, en el sistema globalizado, nos encontraremos con que el español, como factor de desarrollo económico, se disuelve ante el inglés con una fuerza gigantesca. Si pasamos a opinar que el castellano, que el español, debe ser un castillo roquero para defendernos de la globalización, o que los idiomas logran imponerse o son desplazados en virtud de alguna de las varias teorías conspiratorias, iniciaremos un proceso de decadencia imparable de una lengua maravillosa. Debe, pues, preocuparnos esa crisis posible de ese español que a un lado y a otro del Atlántico, como acertó recientemente a señalar el profesor de París-Sorbona, Jean-Pierre Etienne, es el soporte de unos valores que «están principalmente fundados en una relación peculiar con el tiempo y con la imagen del otro. Una doble actitud, contradictoria en los dos casos: un gran respeto por la tradición y un enorme interés por la innovación; ...la soledad y la sociabilidad; el pudor y la ostentación; el ego radical y la imprescindible familia. En fin, con el tiempo y con los demás, un saber estar. Y un saber decir, que es casi lo mismo»5. 

Notas: 
Parece aclararse por Nueva Empresa.Com que aparece en uno y otro lado del grupo energético de hidrocarburos, CEPSA, dominado a su vez por la empresa francesa Elf. Probablemente, el puesto 7 es el Grupo CEPSA, y el 10, únicamente la cabecera del grupo. Todas estas cosas poco cuidadas siempre irritan al estudioso. 
Dígase lo mismo que en la nota 1. El que el grupo tenga menos facturación que la empresa, parece indicar que del grupo BBVA, igual que el de CEPSA, se excluye la empresa de cabecera. Queda poco claro. 
Misma observación que en la nota 1 y la nota 2. 
También la misma observación que en la nota 1 y la nota 2. 
Cfr. «Presente y futuro del hispanismo en el mundo», en Nueva Revista, septiembre-octubre 2001, n.º 77, págs. 45-46. 


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