EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

Silvio Gesell

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7. Cómo es juzgada la libremoneda

El tendero

Debido a la libremoneda mi negocio evoluciona de una manera que llama realmente la atención. En primer término, mis clientes pagan ahora con preferencia al contado, puesto que el pago inmediato les es efectivamente provechoso, y también porque a ellos se les paga al contado. Y en segundo término ya no se fraccionan tanto los productos, dado que la venta por cantidades mínimas o pequeñas disminuye notablemente. Antes los compradores se desprendían difícilmente de su dinero. No tenían ningún apuro para ello. Muy al contrario, en la Caja de Ahorros su capital les producía intereses. Fuera de esto, era más cómodo tener en casa dinero que mercancías, y por fin nadie sabía, si iba a recuperar por otro lado el dinero que quería gastar, ya que la circulación monetaria solía ser muy irregular. Los ingresos eran tan inseguros, que quien no contaba con réditos fijos, prefería apartarse una reserva. Y esta reserva la trataba de formar donde fuera posible, mediante la compra al fiado, y adquiriendo sólo lo más indispensable: lo destinado al consumo inmediato. En vez de comprar por kilo se compraba por gramos, en vez de quintales se adquirían kilos. A nadie se le hubiera ocurrido formar provisiones, nadie pensaba en incluir una gran despensa en su proyecto de construcción. Como la mejor „provisión“ se consideraba exclusivamente al dinero. En las casas modernas hay cuartos para las más diferentes finalidades, por ejemplo: cámaras oscuras, cuartos para alfombras, piezas para baúles, etc., pero nunca una pieza para provisiones.

Esto parece haber cambiado ahora. Debido a que la libremoneda apura a quien la posee, recordándole sus deudas, cada cual se apura por pagar como él mismo ha sido pagado. La circulación monetaria, que ahora se efectúa de una manera forzada, es por eso mismo permanente y cerrada. Ya no puede paralizarse por rumores. Esta circulación continua de dinero origina una colocación constante de las mercancías y, como el temor a pérdidas obliga a pagarlas lo antes posible, los ingresos se tornan más regulares. Se puede contar ahora con entradas ciertas, por cuya razón no será más necesario hacerse de reservas. Hasta se prescinde por completo de ellas, puesto que se consumirían paulatinamente por sí solas, por merma constante de la libremoneda. En vez de acumular dinero, se hacen provisiones de mercaderías. Se prefiere la posesión de productos a la de dinero, y el contado al fiado. Las mercaderías ya no se adquieren en cantidades fraccionadas, sino por lotes y en sus envases o embalajes originales: en vez de un litro se compra un barril, en lugar de un metro una pieza, en vez de un kilogramo una bolsa.

Podría suponerse que nosotros, los tenderos, vivimos ahora en un paraíso, y hasta en el séptimo cielo. Pero no hay para tanto. Yo mismo, felizmente, he ajustado mi negocio a las nuevas condiciones, tomando en cuenta este cambio. Puse precios de venta al por mayor, en lugar de los al por menor, y así no sólo he conservado mi clientela, sino que la he aumentado considerablemente. Pero otros tenderos, menos previsores, tuvieron que cerrar sus negocios. En general, donde antes había diez tenderos hay ahora uno; y éste, a pesar de que la venta ha aumentado diez veces, tiene menos trabajo que antes. Ya me han rebajado el alquiler en un 90%, porque hay ahora tantos locales desocupados, los que van a ser transformados en viviendas. Pero, no obstante la gran reducción del alquiler y con el enorme aumento de la venta, mi ganancia no ha crecido ni con mucho en igual proporción. La razón está en que tanto yo como otros comerciantes, ante la gran simplificación del negocio nos conformamos con una ganancia reducida. En lugar de un beneficio medio del 25%, calculo ahora con una comisión del 1% como intermediario, pero tengo la ventaja de que despacho todo en envases originales, vendo todo al contado y puedo hacer cálculos exactos. ¡Nada de contabilidad, de facturas, de pérdidas! Por otra parte, aunque mis ventas se han décuplicado, no tuve necesidad de ampliar mi „stock“. Además, he organizado un servicio de entregas fijas y regulares directamente desde la estación a la casa de mis clientes. De este modo el comercio se ha convertido mayormente en un simple negocio comisionista.

Los colegas, que tuvieron que cerrar sus negocios, merecen por cierto nuestra compasión, máxime los de edad avanzada, que no pueden aprender otro oficio. Puesto que su desgracia ha sido causada por la introducción de la libremoneda y en consecuencia por el mismo Estado, sería, en mi opinión, justo y conveniente indemnizar a esa gente, mediante una pensión anual. El Estado puede hacerlo tanto más, por cuanto la capacidad impositiva de la población ha crecido considerablemente por la eliminación de los intermediarios y del abaratamiento de los productos. Si el Estado de antes creyó oportuno asegurar la renta de los terratenientes, mediante aranceles prohibitivos sobre los cereales, entonces nada más justo que el subsidio en cuestión.

Cabe señalar, además, que nuestro ramo de comercio se ha simplificado enormemente por la libremoneda. Algo semejante debía sobrevenir algún día. El comercio minorista, con sus gastos enormes y su abuso del crédito, no podía subsistir a la larga. El incremento en los precios de 25% para la venta al menudeo de artículos de primera necesidad, era francamente ridículo e insostenible, especialmente en una época en que el obrero sostenía luchas encarnizadas para conseguir un aumento de salario de tan solo 5%.

En el año 1900, Suiza, cuya población es de 3 millones, contaba con 26.837 viajantes de comercio que, por concepto de patentes, abonaron la suma de francos 322.200. Calculando a razón de 5 frs. por persona y por día, esos viajantes cuestan a Suiza anualmente 48.977.525 francos. Por Alemania circulan continuamente alrededor de 45.000 viajantes de comercio. (En Suiza suele practicarse este oficio como accesorio, de ahí la cifra tan elevada de viajantes, y el cálculo reducido de 5 frs. por día). Personas competentes estimaron los gastos de los viajantes de Alemania en 14 marcos diarios, entre sueldo y viático, lo que no es exagerado. Pero este gasto importa 600.000 marcos por día, o sea 219 millones al año, excluidos todos los demás viajes comerciales, y se puede afirmar que casi 2/3 de todos los viajes, son viajes comerciales; luego, 2/3 de todos los hoteles viven de los viajantes.

Se ha pronosticado que, con la introducción de la libremoneda, los compradores se harían menos pretenciosos, y reconozco que ya han cambiado bastante en su modo de proceder. El sábado pasado traté durante una hora con un cliente para venderle una máquina de coser de 100 pesos. El hombre no pudo decidirse, encontró cada vez otro defecto en la máquina, de por sí perfecta. Finalmente le recordé que estaba acercándose la clausura de la cotización semanal: esta observación produjo el efecto deseado y todas sus dudas se disiparon. El miró su reloj, y contemplando sus billetes, hizo el cálculo de que si vacilara más tiempo, perdería 10 centavos. Entonces se disiparon sus inconvenientes, pagó y se fue. Ahora fui yo quien perdió los 10 centavos, pero los había ganado con creces en tiempo.

Otro cliente, hombre de fortuna, después de haber comprado un objeto, me pidió que le anotara el importe, por haberse olvidado el dinero. Al hacerle la observación de que le convendría volver a casa para buscar la suma cuestionada, porque de lo contrario perdería la cuota semanal, me agradeció la atención, se fué a casa, y a los pocos minutos me ví en posesión del dinero. Por mi parte, estaba ahora en condiciones de pagar a un artesano, que en estos momentos entregaba mercaderías. Si el cliente, por no incomodarse, hubiera postergado el pago, yo no habría podido pagar al contado al artesano. ¡Cuánto trabajo, riesgo y preocupación han sido eliminados por la acción de la libremoneda! Ahora me basta un sólo tenedor de libros, en vez de los diez que tenía. Y lo más interesante es que la costumbre del pago al contado haya sido solucionado por la reforma monetaria sin habérselo propuesto. No era, pues, la pobreza, sino la conveniencia, la que impedía al comprador pagar al contado; y ahora, por ser más ventajoso, el pago al contado se generaliza. Es sabido que antes tampoco la gente rica pagaba al comerciante con mayor prontitud que los pobres; pues el deudor moroso se aprovechaba de los intereses que le producía su morosidad.

Finalmente, en lo referente a la merma que sufre la libremoneda, me hago gustosamente cargo de ella. Como comerciante, hasta me convendría que la pérdida anual fuera aumentada del 5 al 10 %; porque en este caso los compradores serían aún más tratables de lo que se han hecho ya, y las compras al fiado desaparecirían por completo, de modo que podría despedir también el último tenedor de libros que me ha quedado. Ya me doy cuenta de la verdad del dicho: Cuanto más despreciada sea la moneda, tanto más se apreciarán las mercancías y su productor, y tanto más sencillo será el comercio. Al obrero se le estima solamente allí donde el dinero no vale más de lo que él mismo y sus productos valen. Y tal orden de cosas no se obtiene enteramente con el 5 % de merma anual; pero sí, quizás, con el 10 %; y posiblemente será este beneficio de los obreros la razón por la cual se imponga el impuesto del 10 % a la circulación.

Por otra parte, ¿qué significa para mí ese 10 %? Sólo 100 pesos por año sobre un efectivo de término medio 1.000 pesos que tengo en caja - una verdadera bicoca, en comparación con los gastos de comercio. Y todavía me sería posible economizar una parte considerable de esa pérdida, si tratara de deshacerme del dinero lo antes posible, pagando al contado y aún por adelantado.

¡Pagar por adelantado! Esto sí que parece ridículo; por lo menos a primera vista. Pero analizando, no es más que el reverso de la costumbre anterior, a saber: recibir antes la mercadería y pagarla después. Ahora se paga primero y luego se entrega la mercadería. Los anticipos obligan al deudor a suministrar la mercadería y el trabajo, es decir, cosas de que dispone directamente; los pagos posteriores obligan al deudor a suministrar dinero, es decir, algo de que puede disponer sólo indirectamente. Luego resulta para ambas partes más ventajoso y más seguro, que se entregue primero el dinero y después la mercancía, y no al revés, como se hacía hasta ahora.

¡Pago adelantado! Qué más se requiere para hacer la felicidad de los artesanos, quienes de este modo cuentan con el dinero que precisan para su desenvolvimiento. Si no hubieran tenido que suministrar las mercaderías a crédito, la lucha con el capitalismo les habría sido más fácil.