EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

Silvio Gesell

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2. Cómo el Estado pone la libremoneda en circulación

Con la introducción de la libremoneda el Banco Central pierde la facultad de emitir dinero y es reemplazado por La Administración Monetaria Nacional, cuyo objeto sería el de satisfacer la demanda diaria de moneda.

La Administración Monetaria Nacional no realiza operaciones bancarias, no descuenta ni acepta documentos, ni traba relaciones de ninguna especie con personas privadas.

La Administración emite dinero cuando éste escasea en el país, y lo retira cuando se nota un excedente. Esto es todo.

Para colocar la libremoneda en circulación, estarán obligadas todas las cajas del Estado a canjear libremente la moneda hasta entonces en uso, por libremoneda, y a su valor nominal, o sea, por un peso moneda corriente, un peso de libremoneda.

El que no admita esta conversión podrá guardar su oro. Nadie lo obligará al canje. Ninguna presión legal será ejercida sobre él. Ninguna violencia será menester. Sólo se anunciara que, transcurrido un cierto término (1, 2 o 3 meses), la moneda metálica valdrá sólo como metal, pero de ningún modo como moneda. Quien la poseyera después, podrá venderla todavía al joyero que le pagará en libremoneda el valor convenido por el metal. El Estado no reconocerá más dinero que la libremoneda, en todas sus cajas. El oro será entonces para el Estado una simple mercancía, tal como la madera, el cobre, la plata, el papel, etc. Y así como hoy no se admiten en pago de los impuestos ni madera, ni cobre, ni plata, tampoco se podrá emplear para esos fines el oro, una vez transcurrido el término fijado para la conversión.

El Estado sabe que en adelante habrá sólo una moneda pública autorizada, y que, de su parte, no necesitará de ningún esfuerzo especial para ponerla en circulación, de ello se encargará la indispensabilidad del dinero y el monopolio fiscal. Si a alguien se le ocurriese instalar una Casa de Moneda particular para acuñar monedas de cierto contenido de metal fino, el Estado permanecerá inmutable, pues para él ya no existirán monedas metálicas y, en consecuencia, tampoco falsificadores de ellas. El Estado retira la garantía de peso y contenido a todas las monedas, inclusive a las anteriormente acuñadas por él, y cederá al mejor postor las maquinarias de acuñación. Nada más emprenderá para imposibilitar la circulación del oro, y eso será suficiente.

Si alguien fuera contrario a la libremoneda y no la aceptara en pago de sus mercancías, se le dejará en paz. Podrá seguir exigiendo oro por sus productos. Pero este oro tendrá que pesarlo, y comprobar con la balanza y el ácido su peso y contenido de fino, repitiendo este procedimiento con cada moneda. Luego se informará si podrá venderlas y a qué precio, debiendo estar expuesto a toda clase de sorpresas. Convencido, después, de lo excesivamente costoso y lento del procedimiento, podrá retornar, como pecador arrepentido, al seno de la libremoneda, única que puede hacerlo feliz. No de otro modo actuaron en su tiempo los enemigos declarados del patrón oro, los agrarios alemanes, que se opusieron primero a la moneda nacional (oro), pero concluyeron después por aceptarla.

¿Qué hará el Estado con el oro que le procuró la conversión? Lo fundirá, fabricando pulseras, cadenas, objetos de adorno y los donará a todas las novias en el día de su casamiento. ¿Qué otro destino más útil podrá dar el Estado al oro, este tesoro de los hunos?

El Estado no necesita oro para llenar su misión, y si quisiera vender, al mejor postor, el oro allegado con la conversión antedicha, ejercería presión sobre su precio y perjudicaría así a otros países que todavía mantienen el patrón oro; tal como ya lo ha hecho Alemania una vez, con sus ventas precipitadas de plata. Si el Estado, en aquel entonces, hubiera utilizado los tálers retirados para levantar frente a los bancos y casas de préstamos un monumento grandioso de plata, en homenaje a los vanguardistas del patrón oro, habría favorecido mejor a la economía mundial y al erario público. Estos miserables millones, verdaderas „mezquindades“ desde el punto de vista de la economía alemana, que el Estado reunió con la venta de tálers, han contribuido no poco en la depresión del precio de la plata. Y las dificultades experimentadas por los rentistas territoriales alemanes, a causa de los bajos precios de cereales, deben atribuirse en parte a esas ventas de plata (1).

Si entonces se hubiera procedido de acuerdo a la proposición formulada, fundiendo los tálers para hacer objetos de adorno y utilizarlos como regalos de boda por cuenta del Estado, lo que éste hubiera perdido así, lo habría recuperado con creces, en una mayor capacidad tributaria de la población.

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(1) E. de Laveleye: Lavmonnaie et le bimetalisme.