CAPITULO CUARTO: HACIA UN TRIALISMO METODOLOGICO.

 

Con lo anterior hemos cumplimentado la tercera parte de nuestro análisis, a saber, el planteo del programa de investigación a desarrollar en teoría económica. Ahora expondremos el primero de los dos capítulos más filosóficos de nuestro trabajo, que consiste en especificar con cierto detalle los métodos de la teoría económica en la medida su objeto de estudio permita esa pluralidad metodológica. En realidad, estos métodos que ahora plantearemos no sólo estuvieron ya preanunciados en los capítulos anteriores, sino que pueden también aplicarse a las diversas ciencias sociales en general. Empero, la prudencia nos dicta que por ahora vayamos procediendo "via inventionis" (de lo particular a lo general) y por ende nos ocuparemos de aquellas cuestiones que sean especialmente relevantes para la teoría económica. Una generalización hacia las demás ciencias sociales será hecha en su momento cuando nuestro pensamiento haya madurado aún más estos temas.

 

1. El objeto de estudio de las ciencias sociales y de la economía. Hacia una fenomenología de las ciencias sociales.

 

Las ciencias sociales tratan de interacciones humanas. La realidad metafísica que está allí en juego es el accidente relación, que en este caso es una relación real cuyo sujeto y término son dos personas y cuyo fundamento es la acción conjunta entre ambas.

Al explicar a Hayek ejemplificamos con la interacción que in abstracto denominamos "moneda". Al definirla como "medio de intercambio general" estamos hablando de una mercancía que no se adquiere para consumo directo, sino para interacmbiar por otras mercancías que sí tendrán consumo directo. El ejemplo nos muestra que hay allí implicado un "para qué" del intercambio realizado que en este caso muestra la esencia de la interacción en cuestión. O sea que toda interacción puede definirse esencialmente según su "finis operis" (el fin de la interacción en sí misma) independientemente del "finis operantis" de cada persona que participa en la interacción, esto es, las intenciones particulares de aquellos que participan en el intercambio monetario. Esto es: todos los que intercambian con moneda lo hacen para adquirir bienes de consumo finales (finis operis) lo cual a su vez tiene diversos fines particulares (ir de vacaciones, ayudar a tal o cual fundación, etc). Lo primero es objetivo, esto es, inherente a la interacción en sí mismo; lo segundo es subjetivo y no es la esencia de la interacción.

Si hacemos una división cuatripartita del ente real con sus derivados lingüísticos, que proviene al parecer de Aristóteles77 y que es luego asumida y superada por Santo Tomás en su síntesis creacionista, podríamos decir que el ente finito se distingue en: sustancia y accidente, y ésto a su vez en lo individual y lo universal. En este sentido, tendríamos:

  individual universal
sustancia sustancia 1ra. sustancia 2da
(esencia
de la sustancia)
accidente accidente individual esencia del accidente.

                

            

Si damos un ejemplo y sus derivados lingüísticos, nos queda:

  individual universal
sustancia     este hombre (Juan) la humanidad
accidente     este color blanco

"lo" blanco
(o "la"
blancura)

      

 

Ahora vamos a ubicar a las interacciones en sí mismas consideradas en este distinción cuatripartita. Ante todo, aclaremos que sólo la sustancia individual y sus accidentes individuales tienen actus essendi (que es el mismo, pues el accidente recibe su ser de la sustancia), lo cual implica que sólo la sustancia individual -más sus accidentes- existe; mientras que lo universal es una propiedad lógica que la inteligencia humana asigna al concepto por el hecho de considerarlo en relación a "varios" de los cuales se predica78, pero esa universalización tiene fundamento in re en la naturaleza o esencia de cada cosa individual.

Por lo tanto, cuando decimos "moneda" nos ubicamos en el nivel ontológico, lógico y lingüístico igual al caso de "lo blanco" o "la blancura", esto es, nos estamos refiriendo a la esencia de un accidente en sí mismo considerado, haciendo de ello, además, un concepto universal. En este caso, el accidente en cuestión es la relación que en este caso es la interacción entre personas cuya esencia es ser medio de intercambio general. De más está decir que lo realmente existente es cada interacción en particular, y que el nivel universal nos expresa la esencia de cada interacción, que existe realmente en cada una de ellas.

Ahora bien: si en ciencias naturales, en principio, no podemos conocer la esencia de cada cuerpo físico79, ¿por qué en ciencias sociales podemos definir la esencia de cada interacción social, además de definir la esencia de lo que es una interacción social en sí misma? Porque en ciencias sociales está presente un elemento humano que, por su espiritualidad, tiene mayor cuantía de acto, y de ese modo, su inteligibilidad es mayor. Ese elemento es la causa final de cada interacción, precisamente, aquella que caracterizábamos como "finis operis" de la misma. Todo agente obra por un fin80, y todo agente humano obra por un fin que caracteriza la interacción con otro agente humano y puede ser conocida por otro ser humano pues un ser humano puede "entender" la causa final de la conducta de otro ser humano por su igualdad de naturaleza. Esta "comprensión" es análoga a la descripta cuando comentábamos cómo Popper la incorpora a su metodología de las ciencias sociales, pero distinta en cuanto a lo que se "entiende" en este caso es la esencia de la interacción y no una relación contingente entre una serie de circunstancias y un curso eventual de conducta (si bien ambas operaciones suponen la igualdad de naturaleza entre científico social y su objeto de estudio).

La comprensión de la esencia de cada interacción implica que distingamos entre la interacción en sí misma (analogante) y sus diversas manifestaciones históricas (analogados)81. Esto es, para seguir con el ejemplo, la interacción moneda no es la misma en el antiguo Ejipto, en la antigua Roma o en la ciudad de New York de 1993. Tales serán sus diversos analogados históricos. Pero la esencia de la interacción será la misma en los tres casos: medio de intercambio general.

Esta última aclaración nos indica por qué este método de análisis puede denominarse fenomenológico. Porque aunque basado en la metafísica y gnoseología de Santo Tomás, sin embargo toma de Husserl una de sus ideas más fecundas: hacer una "abstracción" de la existencia e ir al "sentido" del objeto. Traducido esto a nociones específicamente realistas, en este caso estamos haciendo una abstracción de la "existencia" concreta de cada interacción para ir a la esencia de la misma, lo cual nos permite hacer una "ciencia" general y no sólo un análisis histórico particular. Tal fue precisamente el sentido y la intención de Carl Menger en su seminal libro Principios de economía política82, cuyos capítulos tienen muchas veces estos significativos títulos: "...Sobre la esencia de los bienes..."; "...Sobre la esencia y el origen del valor de los bienes..."; "...Esencia del valor de uso..."; "...Naturaleza y origen del dinero..." (los subrayados son nuestros). Ahora bien, de lo que NO hacemos abstracción es del "horizonte de comprensión" desde el cual realizamos la acción de entender la causa final de cada interacción.

Podríamos entonces concluir diciendo que un primer método de la economía política en particular y de las ciencias sociales en general es el análisis fenomenológico de la esencia de cada interacción, cada una de las cuales se caracteriza por el "finis operis" conjunto de las personas que están interactuando, conocido por un acto de "intelección" del investigador social en cuestión.

1.1. El individualismo metodológico implicado.

Como ya vimos cuando comentábamos los aportes de Hayek, este análisis ontológio de la interacción, en sí misma considerada, implica un individualismo metodológico, que consiste en que todo concepto en ciencias sociales implica que existen, en sus orígenes gnoseológicos, reales personas (que por ser tales son individuales) que interactúan, y que, por ende, éstas no pueden ser "subsumidas" por el concepto en cuestión.

El fundamento metafísico de lo anterior había sido tratado cuando rodeábamos a los aportes de Hayek de un metasistema realista. Allí decíamos, en efecto, que toda interacción social tiene como sujeto y término de la relación a personas, que son individuales por ser tales. Ningún concepto general en ciencias sociales indica en sí mismo a una sustancia que piensa y decide por sí misma, sino que, al contrario, supone la existencia de personas individuales que de ningún modo son subsumidas, sino al contrario, son el fundamento ontológico último de la relación en cuestión que da origen al concepto universal. Por supuesto, la esencia de esa interacción, en cuanto tal, no es individual ni tampoco universal, sino apta, en sí, para ser universalizada. Tampoco el accidente "interacción" es en sí una suma de acciones individuales, sino algo cualitativamente distinto de las solas personas, pero de ningún modo sustituto de éstas.

Los científicos sociales que en sus abstracciones proceden como si la persona no existiera olvidan que la sustancia primera es el sujeto y término de la interacción. Tal es el error metafísico básico del colectivismo metodológico. Ese error se ve en su aspecto lingüístico: es síntoma típico del colectivismo metodológico atribuir a ciertos agregados sociales acciones que son privativas de personas. Nada tenemos contra los teorías sobre lo que una nación es en sí misma, pero, por ejemplo, si se afirma que la nación "quiere, siente, demanda, etc", se incurre en este típico colectivismo metodológico. En este sentido, las ciencias sociales deben ser muy cuidadosas de los verbos predicados de sus nociones generales. Hay propiedades privativas de las interacciones en sí mismas y otras privativas de las personas. Un precio en sí mismo es un sintetizador de información dispersa, pero en sí no quiere ni piensa. Esto, que en este ejemplo resulta medianamente obvio, al parecer no lo es tal cuando al hablar de interacciones tales como el gobierno, la nación o el bien común -nociones generales en sí mismas correctas y muy necesarias para ciertos análisis- se predican de ellas propiedades privativas de las personas individuales.

Finalmente, una aclaración importante: estas nociones fenomenológicas se van explicitando en el desarrollo del programa de investigación en cuestión. Esta aclaración es importante a efectos de que se comprenda que la inteligencia humana trabaja en este caso, como en todo, en una combinación permanente entre intellectus y ratio, esto es, entre captación de las esencias y sus relaciones causales, las cuales, en el contexto de descubrimiento del programa -el cual es muy importante en ciencias sociales- son deductivas.


77 Ver al respecto Angelelli, I.: Studies on Gottlob Frege and Traditional Philosophy; D. Reidel Publishing Company, Dordrecht, Holland, 1967. Punto 1.44.

78 La esencia captada por la inteligencia no es en cuanto tal singular o universal, según Santo Tomás. Pero es el fundamento real de que nuestra inteligencia pueda considerarla en relación a varios individuos de los cuales "se dice" (se predica), para constituír de ese modo el concepto universal.

79 Ver Maritain, J.: Los grados del saber, Club de Lectores, Buenos Aires, 1983; cap. II, pág. 63; Derisi, O.N.: "La filosofía frente a la física moderna", en Sapientia, año XL, Nro. 157 (1985) UCA, Buenos Aires; Beltrán, O.: El conocimiento de la naturaleza en Ch. De Koninck, tesis de licenciatura, inédita, presentada a la Univerisdad Católica Argentina en diciembre de 1991; también nuestro libro Popper: búsqueda con esperanza; parte II, punto 6. Más restrictivos con respecto a esta tesis se muestran Sanguineti, J.J., Ciencia y Modernidad (Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1988), pág. 69, y Artigas, M.: Filosofía de la ciencia experimental; Eunsa, Pamplona, 1989.

80 Ver Santo Tomás, Suma Contra Gentiles, libro III, cap. 2.

81 Esta distinción entre las interacciones en sí mismas consideradas como analogantes y sus casos históricos como sus analogados históricos me fue sugerida por la Lic. Elizabeth Stasi.

82 Ver nuestro libro Caminos abiertos (op. cit.), cap. 1, punto 2.