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EL FUTURO, DE LA ESPERANZA
Alejandro A. Tagliavini
CAPITULO II: EMPRESAS ARTIFICIALES DE ESTADOS VIOLENTOS, MONOPOLIOS Y 'REGULACION' COERCITIVA
Me importa, ahora, mostrar la ineficacia de la coerción como método empresario. Y, luego, como método 'regulador' de la actividad social, en general, pero económica en particular. Pero, este segundo aspecto, lo estudiaré a partir de los monopolios, porque, es a partir de allí, probablemente, desde donde el tema se puede ver con mayor claridad.
LAS 'EMPRESAS' DEL ESTADO COERCITIVO
Muchas veces, la discusión acerca de la conveniencia o no de la existencia de este tipo de organizaciones artificiales (recordemos que son artificiales, porque surgen de la coerción, de la planificación del racionalismo y no de la naturaleza del mercado), se ha centrado en el hecho de las pérdidas o ganancias que éstas pudieran significar. Pero ésta es, sin duda, una discusión falsa(1). Más allá del hecho de que, en muchas oportunidades, se han 'dibujado' los balances de modo de hacerlas aparecer como con beneficio neto positivo, lo que realmente importa es que son ineficientes por definición. Porque el Estado coercitivo lo es. Entendiendo, a los fines 'contables', por eficiencia, según sabemos, lo que comúnmente el mercado entiende por tal, es decir, que la tasa interna de retorno del capital invertido debe superar a la tasa de interés de una plaza financiera libre.
Pero lo más importante a considerar es una cuestión de justicia. Ya expliqué que los impuestos coercitivos son pagados por la sociedad en su conjunto, pero que la carga recae, necesariamente, con más fuerza sobre los sectores de menores recursos. En consecuencia, no es justo que, por caso, las rutas, autopistas y caminos, sean estatales y gratuitas, y, consecuentemente, sean solventadas, vía imposición coercitiva, por todos, pero con más fuerza por los que no tienen automóvil y que, muchas veces, ni siquiera tienen dinero para viajar en transporte público. Aquellos que usen las rutas, debieran pagarlas, y no cargar el costo sobre quienes no las utilizan. No es justo, en definitiva, que la ineficiencia deba ser solventada por vía coercitiva, porque esto terminará perjudicando más a los más débiles (a quienes menos poder coercitivo, material, pueden ejercer).
Realmente resulta difícil imaginar un canal de televisión, privado y en competencia, por caso, que se plante y diga: "vamos a hacer cortes en la transmisión durante las horas de mayor audiencia porque no tenemos suficientes programas para mostrar". O un negocio que cierre durante las horas de mayor venta, para no vender demasiado. Está claro que es ridículo, pero es lo que suelen decir las empresas artificiales surgidas del Estado racionalista: cuantas veces las escucho solicitar, públicamente, el ahorro de energía, de agua o lo que fuera que manejan. Y este es uno de los 'milagros' de la competencia: siempre tiene abastecido al mercado y hasta en exceso. Y es lo que sucede (como el sentido común lo indica) con la energía eléctrica, el agua y demás, en los mercados, en la medida en que sean naturales, en la medida en que no existe la coerción institucional. Pero, en rigor de verdad, el desabastecimiento es producto, no sólo de la ineficiencia estatal coercitiva, sino, también, del monopolio, en definitiva, de cualquier sistema coactivo.
Valga otra comparación, de modo de tener una idea concreta de la diferencia entre lo privado, cuando responde al orden natural, y lo estatal, cuando es artificial. Donde la recolección de residuos es un monopolio estatal, porque el Estado coercitivamente impide la competencia, el usuario paga (directamente o por vía de impuestos o tasas) el servicio, que suele ser caro y malo. Donde la recolección es privada pero monopólico, porque el Gobierno le otorga licencia a sólo una empresa por zona, el servicio suele ser un poco mejor, pero siempre caro y malo. Donde el servicio no está impedido coercitivamente, es decir, cualquier empresa lo puede hacer y el usuario elige la de su preferencia, lo que ocurre es que el servicio suele ser bueno pero, además, no sólo no paga sino que las empresas le pagan al cliente. Porque suelen revender la basura, que recolectan, para reciclaje y otros usos.
Así es que, algunas de estas compañías artificiales, realizan grandes campañas publicitarias resaltando las supuestas inversiones que realizan, y las mejoras en el servicio. Pero las inversiones y las mejoras no son mérito. El mérito consiste en la eficiencia, porque ésta significa servir mejor a las personas. Y, si las inversiones, y las mejoras, y las ganancias, no sirven a las personas, entonces no hay eficiencia y, consecuentemente, de acuerdo con el orden natural, no hay mérito. Y la eficiencia no puede existir si no existe competencia, por una cuestión de definición (el desabastecimiento del mercado, las altas tarifas y la notoria mediocridad en el servicio son claros indicadores de ineficiencia), porque es el mercado natural el que la define.
(1) Por ejemplo, según Ian Senior "Los servicios de la Oficina Postal Británica (estatal) son probablemente los más lucrativos del mundo. Esto contrasta con muchos otros países industrializados..." en donde, a pesar del monopolio, los servicios postales deben ser fuertemente subsidiados por el Estado. Pero este lucro se debe al monopolio del que gozan, la prueba está en que, en aquellos servicios que prestan en competencia con otros operadores privados, perdieron fortunas. Ver 'Liberating the letter', en 'Privatisation & Competition', IEA, London, 1989, p. 109.