CAPÍTULO 5

 

TOYOTISMO, AUTOMATIZACIÓN FLEXIBLE Y SUPEREXPLOTACIÓN DEL TRABAJO

 

Introducción

 

Los nuevos paradigmas del mundo del trabajo, inmersos en las estructuras de acumulación de capital y de producción de valor, refuerzan el viejo régimen de superexplotación constituido por la intensificación de la fuerza de trabajo, el aumento del tiempo de trabajo en todo el mundo, así como la propensión del capital, apoyado en las reformas del Estado, a remunerar a la fuerza de trabajo por debajo de su valor, cuestión que se refleja en la curva histórica descendente de las remuneraciones en países industrializados como Estados Unidos.

 

1. El patrón neoliberal de acumulación dependiente como contexto del mundo del trabajo

 

Cuando hablamos de la reestructuración productiva a escala mundial se debe señalar que las condiciones de desempleo, pobreza, precarización y exclusión social existentes en los países latinoamericanos no fueron reformadas para superarlas antes de la introducción en ellas de la Tercera Revolución Industrial y de los nuevos paradigmas del trabajo. Por el contrario, los gobiernos neoliberales se basaron en esas condiciones para impulsar la privatización, la apertura externa, la contracción del gasto social en rubros como educación, salud, bienestar, vivienda, recreación, alimentos, etcétera. De esa manera se favoreció la acumulación y centralización del capital para defender la tasa de ganancia a costa de una mayor degradación y precarización del trabajo en América Latina. Este fenómeno se expresa en la relación negativa entre la creación de empleos productivos y la dinámica de crecimiento del producto interno bruto en la región. En efecto, durante la década de los noventas del siglo XX, de acuerdo con la CEPAL:

 

tanto la evolución del empleo en la región como la del producto global se caracterizaron por una constante disminución en su ritmo de crecimiento, la que incluso se acentuó en el último trienio. En efecto, entre 1990 y 1994 el crecimiento del empleo alcanzó un 2.4% promedio anual, mientras que el producto se incrementó al 4.1% anual. En el período siguiente (1994-1997), la tasa de aumento del empleo se redujo levemente (de 2.4% a 2.3%), en tanto que la del producto decreció en ocho décimas de punto (de 4.1% a 3.3%). Fue entre 1997 y 1999, sin embargo, cuando ambas variables manifestaron una drástica caída en su crecimiento, alcanzando tasas de 1.6% anual en el caso del volumen de empleados y de 1.3% anual del PIB. Además de ilustrar la pérdida de dinamismo de la economía durante los años noventa, estas cifras revelan que la productividad media de la mano de obra ha sufrido un paulatino deterioro, que ha alcanzado mayor gravedad en los años recientes.[1]

 

Los nuevos paradigmas del trabajo (neofordismo, neotaylorismo, reingeniería, toyotismo) y los procesos de flexibilidad laboral, de subcontratación y las reformas laborales que los acompañaron en América Latina no se establecieron para superar esa relación negativa empleo-producto, sino para reforzarla y proyectarla en una escala superior de explotación, organización y acumulación primitiva de capital en el contorno del patrón dependiente neoliberal y de la superexplotación del trabajo.

 

2. La transformación del mundo del trabajo

 

En las dos últimas décadas del siglo XX el mundo del trabajo se modificó drásticamente, resultado de un proceso histórico- estructural de largo plazo. Lo anterior se refleja en una modificación del mercado laboral en beneficio de sectores como el de los servicios y el conocimiento, como se observa en la Gráfica 1. Como indica la OIT:

 

la porción de empleados en los servicios ha subido significativamente durante los últimos cincuenta años en los países industrializados, mientras la porción de empleo industrial tradicional ha declinado firmemente. En los países desarrollados, las tendencias son similares. En los países industrializados dos tipos de servicios tienden a crecer más rápidamente: aquellos que proporcionan la información y apoyan el aumento de la productividad y eficiencia de las empresas, y los servicios sociales como salud, educación, investigación y gobierno. El desarrollo de la salud, la educación y los servicios gubernamentales acelerarán estas tendencias.[2]

 

 

La OIT registra las tendencias globales en el largo plazo, sin embargo pasa por alto diferencias importantes. Como expresa José Luis Fiori:

 

cuando los teóricos del “post-industrialismo” decretan el “fin del trabajo”, lo único que hacen es observar los números que indican la disminución del peso relativo del empleo industrial en la estructura ocupacional. Pero incluso en ese punto, es evidente que el cambio se viene dando en forma extremadamente desigual entre los diferentes países. Si es posible afirmar que el empleo viene creciendo más rápidamente en el sector de servicios en Estados Unidos, Inglaterra y Canadá, no se puede decir lo mismo con relación a Japón, Alemania, Francia o inclusive en Italia. Sin hablar del caso de la periferia latinoamericana, en que la destrucción de los empleos industriales fue obra de una política económica ultraliberal que promovió en forma explícita y estratégica la desindustrialización y el aumento del desempleo estructural, independiente de cualquier tipo de revolución informacional.[3]

 

La tercerización de la economía latinoamericana se aprecia en los cambios de la estructura sectorial del empleo en la última década. Así, de acuerdo con la CEPAL:

 

la agricultura, el comercio y los servicios sociales constituían hacia 1999 las ramas de actividad económica que concentraban el mayor número de personas ocupadas; cada una de ellas comprendía aproximadamente una quinta parte de los empleos totales. De las tres, la agricultura sigue siendo la actividad mayoritaria, al proveer de trabajo a casi 40 millones de personas en toda la región. En el otro extremo, los servicios financieros, domésticos y personales son los sectores con menor participación; la suma de estas tres categorías abarca aproximadamente 15% de la población ocupada, porcentaje similar al de la industria.

En contraste, el empleo en el sector agrícola prácticamente se estancó en los años noventa, con un crecimiento promedio anual que no alcanzó 1%. La mermada capacidad de la agricultura para generar nuevos empleos explica en buena medida el progresivo abandono de las áreas rurales —de contenido predominantemente agrícola— y la migración hacia las áreas urbanas, fenómeno ya destacado como una de las características demográficas de la década. A su vez, el empleo en las áreas rurales ha propendido a diversificarse hacia ramas de actividad distintas a la agricultura, con claros aumentos en la participación del comercio (de 8.2% a 9.4%), la industria (de 7.9% a 8.8%), la construcción (de 4.1% a 4.8%) y los servicios sociales (de 8.6% a 9.0%).

El resto de las actividades, entre las que se cuentan aquellas relacionadas con la prestación de servicios sociales, personales y domésticos, mostró un crecimiento similar al promedio, manteniendo tasas de participación relativamente estables. En las áreas urbanas, contexto de mayor relevancia para estos sectores, los servicios presentaron un comportamiento levemente más dinámico durante los últimos años, particularmente en el caso del servicio doméstico, que creció en promedio 2.4% anual.[4]

 

México no es la excepción. De acuerdo con Abelardo Mariña[5] entre 1980 y 1993 se crearon 2 millones 740 mil empleos, de los cuales el sector servicios absorbió más de 50% del total, seguido del sector agropecuario y de la industria de la construcción, mientras que la industria manufacturera redujo su ocupación.

De lo anterior se desprende que los cambios en el mundo del trabajo presentan las siguientes características:

 

a) En primer término, la enorme brecha existente en todos los planos (económico, social, financiero, comercial polí- tico y cultural) entre los países subdesarrollados y dependientes y los países desarrollados del capitalismo central. Lo anterior se refleja también en la crisis del Estado de bienestar y de los sistemas ford-tayloristas que se asocian al mundo del trabajo.[6]

b) La reestructuración del Estado imperialista en los centros industrializados y del Estado dependiente en los periféricos, particularmente de América Latina, por la acción de las fuerzas del mercado y las presiones políticas del neoliberalismo en la década de los ochentas coadyuvó a despejar el camino para que el capital desarrollara nuevos sectores donde sus inversiones fueran rentables, como los servicios informáticos, software, telecomunicaciones, bancos y seguros.

c) En la década de los noventas irrumpen nuevos sistemas productivos y de organización laboral que se articulan con los sistemas prevalecientes en la región antes del advenimiento del capitalismo neoliberal.

d) Se consolida el pensamiento neoliberal y se proyecta negativamente sobre el mundo del trabajo.

 

Al lado de esta fragmentación, reestructuración y reorganización del mundo del trabajo en América Latina se resiente la incidencia del capital financiero especulativo y voraz que provoca cada vez más dificultades al movimiento cíclico del capital productivo y mercantil, lo que repercute negativamente en la estructura del empleo y en los mercados laborales. De esta forma se pasa de una estructura integral que articula el empleo, los salarios y la calificación de la fuerza de trabajo, a otra que autonomiza esos componentes integrados y los reestructura de manera separada dando origen a la flexibilización de la fuerza de trabajo regresiva y desproteccionista.[7]

De forma que

 

la flexibilidad laboral o utilización flexible de la fuerza de trabajo tiende a modificar los sistemas de formación de salarios, la organización del trabajo y la jerarquía de las calificaciones, por lo que al mismo tiempo afecta las conquistas que la clase trabajadora logró durante el presente siglo, abriendo, de esta manera, un periodo de redefinición de la relación capital-trabajo”.[8]

 

En el centro de esta redefinición figura la pérdida de derechos laborales y sociales de los trabajadores.

Las reformas laborales adoptadas en América Latina durante la década de los noventas se centran en las siguientes políticas que más interesan a los empresarios para flexibilizar el trabajo:

 

a) Facilidad de contratación y de despido con base en la disminución del costo esperado de despido (en meses de salario). Este indicador estimula la contratación temporal sin obligación para el patrón y a ello apuntan las reformas laborales en curso.

b) Flexibilidad de la jornada laboral, medida según los “sobrecostos” que signifiquen las jornadas extras de trabajo (horas extraordinarias), que tienden cada vez más a no ser remuneradas.

c) Aumento de las contribuciones a la seguridad social como proporción de los salarios y disminución de las correspondientes al capital.

d) Ruptura de las “rigideces” debidas a la legislación sobre salario mínimo, que para el empresario se traducen en supuestas “restricciones” para la contratación de nuevo personal.[9]

 

Desde el punto de vista del capital, el “cambio estructural” que refleja el triunfo de la política laboral, expresa la “transición” en América Latina de un régimen protector con estabilidad en el empleo a un régimen temporal y previamente limitado en los contratos de trabajo. En efecto,

 

A principios de la década de los setenta en los países industriali- zados y a fines de los ochenta en América Latina, empezaron a proliferar contratos de trabajo de carácter coyuntural. Por la crisis económica, o por otras razones circunstanciales, se abrieron las puertas a la contratación de trabajadores por tiempo limitado, sin tener en cuenta la naturaleza del trabajo a realizar. La multiplicación y la sucesión ininterrumpida de tales contratos hasta nuestros días han fundado el parecer político y doctrinal de que los contratos temporales constituyen en sí una nueva categoría y que cuestionan y modifican definitivamente el principio, hasta ahora indiscutido, de la estabilidad en el empleo. Quizá por ello las normas sobre contratación temporal han aparecido con extensión especial allí donde, como en España y en América Latina, imperaba con mayor rigor el principio de estabilidad.[10]

 

Desde comienzos de la década de los ochentas en América Latina la ruptura de ese “principio de estabilidad” laboral tiene efectos directos e indirectos.

De manera directa, se tradujo en un brutal aumento de los empleos y contratos de trabajo temporales. Alrededor de 90% de los contratos de trabajo en el segundo lustro de la década de los noventas del siglo pasado fueron contratos temporales. Destacan casos extremos como el de Perú (que lleva el liderazgo en este punto, seguido de México) donde en 1997 casi la mitad de los asalariados privados formales tenían algún tipo de contrato temporal; la cifra aumentó en 1998 y 1999.[11] Victor Tokman calcula que alrededor de 35% de los asalariados está en esas condiciones en Argentina, Colombia y Chile y 74% en Perú.[12]

En promedio, en la década de los setentas, este tipo de contratos temporales en la región representaba sólo 5% de los contratos de la población económicamente activa (PEA); en la actualidad la cifra fluctúa entre 35% y 40%.

Por otro lado, la ruptura de ese “principio de estabilidad” laboral desde comienzos de la década de los ochentas en América Latina provocó de manera indirecta un inusitado aumento de empleos de baja productividad en el sector informal, donde priva una realidad laboral injusta y desigual para millones de personas. El siguiente diagnóstico de la CEPAL muestra los efectos de las políticas de ajuste estructural y de las reformas laborales en los mercados de trabajo:

 

alrededor de 66 millones de personas en las áreas urbanas laboran actualmente en el sector informal o de baja productividad, que provee 48% de los empleos urbanos en América Latina. La alta correlación entre informalidad y precariedad en el mercado laboral permite interpretar estas cifras como un indicio de la mala calidad del empleo prevaleciente en la región, usualmente relacionada con aspectos tales como la inestabilidad laboral y la falta de acceso a la seguridad social. Un 52% de los ocupados urbanos —alrededor de 70 millones de personas— realiza actividades enmarcadas en el ámbito del sector formal. En los años noventa, la precariedad de las ocupaciones se fue acentuando paulatinamente, como lo sugiere la creciente proporción de empleos de baja productividad. Desde 1990, la proporción de empleos informales en el área urbana se ha elevado en más de cinco puntos porcentuales, equivalentes a un crecimiento del sector informal cercano a los 20 millones de personas. En otras palabras, de cada 10 personas que se integraron al mercado laboral durante el decenio, 7 lo hicieron al sector informal. El deterioro de la calidad laboral se hace más ostensible cuando se comprueba que la proporción de los nuevos empleos absorbidos por el sector informal ha venido creciendo en los últimos años, al pasar de 67.3% en el periodo 1990-1994 a 70.7% en el de 1997-1999.[13]

 

Este vasto mercado de trabajo informal, precario, desprotegido y flexible reforzó la segunda forma negativa de la flexibilidad arriba mencionada y que tiende a institucionalizarse con la crisis, el ajuste estructural y las reformas laborales regresivas. Se concretan así dos tendencias en la lógica del patrón de acumulación dependiente neoliberal, a saber: a) la creciente sustitución del trabajo vivo debida a la introducción de innovaciones tecnológicas, (en particular la informática) y b) la pérdida de derechos contractuales y constitucionales de los trabajadores. Son ejemplares a este respecto los casos de México[14], Chile y Brasil (donde se ha establecido el derecho del capital a ocupar temporalmente a la fuerza de trabajo mediante contratos temporales que reducen significativamente los gastos de indemnización por concepto de despido).[15]

El crecimiento de la informalidad de los mercados de trabajo está condicionado también por políticas deliberadas de las empresas para convertir masas crecientes de empleados y trabajadores formales en trabajadores precarios sin derechos ni contrato. En Brasil, por ejemplo, la proporción de ocupaciones de trabajadores “con cartera” (con contrato de trabajo) cayó de 56.71% en 1982 a 46.72% en 1997, mientras la proporción de “trabajadores sin cartera” (sin contrato), aumentó de 21.18% en el primer año a 24.77% en el segundo.[16] En números absolutos, las cifras respectivas indican una disminución de los trabajadores de la primera categoría (con contrato) de 19 millones 655 mil 724 en 1995, a 19 millones 645 mil 917 en 1999, mientras que los trabajadores sin contrato aumentaron de 4 millones 615 mil 875 en el primer año a 4 millones 731 mil 291 en el segundo.[17]

Otro fenómeno que resulta de este proceso es el reforzamiento de viejas relaciones de trabajo que, enraizadas en sistemas de producción tradicionales y/o precapitalistas, se concentran preferentemente en el sector informal urbano que recluta a la población precarizada de las urbes al son de cada ciclo recesivo (cada vez más frecuente e intenso) del capital.

 

3. Reconfiguración de la centralidad del trabajoy el nuevo sujeto obrero en la mundialización del capital

 

En la última década del siglo XX —que podíamos bautizar como la de la moda globaloney, el globalismo light o del conocimiento.com— proliferaron los ideólogos que pretendían “demostrar” presuntos cambios de importancia histórica en el mundo del trabajo y en la relación de éste con el capital y el Estado. El primero supuestamente perdía su centralidad en beneficio de las fuerzas del conocimiento y la tecnología. La segunda se convertía en una nueva relación de subordinación corporativa de los sindicatos para codificar la flexibilización y la desreglamentación del trabajo, así como la desmovilización y atomización del movimiento obrero y sindical, el cual perdía así la posibilidad histórica de trascender el orden capitalista.

De la evidente constatación de esos cambios históricos (centralidad del trabajo y reconfiguración de la relación trabajo- capital), que afectaron los procesos productivos de las ramas industriales completas y el lugar que ocupaba el mundo del trabajo en la sociedad; no se puede inferir, sin embargo, como postulan las teorías neoclásicas y funcionalistas, que el mundo del trabajo (la fuerza de trabajo, los procesos de trabajo, la subjetividad, etcétera) haya dejado de ser la fuerza esencial de la producción y la creación del valor. Tampoco se puede sostener que el trabajo haya perdido su valor central en tanto fuerza de transformación histórico-social y de enfrentamiento con el capital. Más bien,

 

lo que muestran las estadísticas es que esos millares de desempleados siguen vinculados al mismo “paradigma del trabajo”, sólo que ahora como trabajadores precarizados, tercerizados o subcontratados, con derechos cada vez más limitados y cada vez más ajenos del mundo de las organizaciones sindicales. Una transformación social gigantesca, pero que no fue el resultado natural, ni mucho menos benéfico, de las nuevas tecnologías informacionales, fue, en gran medida, el resultado de una reestructuración política y conservadora del capital, en respuesta a la pérdida de rentabilidad y gobernabilidad que enfrentó durante la década del setenta”.[18]

 

Los analistas sintetizan estos cambios de la siguiente manera. Jeremy Rifkin, por ejemplo, escribe:

 

En el pasado, cuando una revolución tecnológica afectaba al conjunto de puestos de trabajo en un determinado sector económico, aparecía, de forma casi inmediata, un nuevo sector que absorbía el excedente de trabajadores del otro. En los inicios del presente siglo, el incipiente sector secundario era capaz de absorber varios de los millones de campesinos propietarios de granjas desplazados por la rápida mecanización de la agricultura. Entre mediados de la década de los treinta y principios de los ochenta, el sector de los servicios fue capaz de volver a emplear a muchos de los trabajadores de “cuello azul” sustituidos por la automatización. Sin embargo, en la actualidad, dado que todos estos sectores han caído víctimas de la rápida reestructuración y de la automatización, no se ha desarrollado ningún sector “significativo” que permita absorber los millones de asalariados que han sido despedidos. El único que se vislumbra en el horizonte es el del conocimiento, una elite de industrias y de disciplinas profesionales responsables de la introducción en la nueva economía de la alta tecnología del futuro. Los nuevos profesionales —los llamados analistas simbólicos o trabajadores del conocimiento— provienen del campo de la ciencia, de la ingeniería, de la gestión, de la consultoría, del marketing, de los medios de comunicación y del ocio. Mientras que su número continúa creciendo, seguirán siendo pocos si los comparamos con el número de trabajadores sustituidos por la nueva generación de “máquinas pensantes".[19]

 

Debemos aclarar lo que se entiende por “trabajador del conocimiento” o “analista simbólico”. Según la OIT, un “trabajador del conocimiento” es aquel que no solamente posee un conocimiento sino que, además, genera ideas y nuevos conocimientos. De acuerdo con esta definición, la OIT apoyada en fuentes de la OCDE, estima que este tipo de trabajadores pueden ser clasificados en dos grandes grupos: a) trabajadores no ligados al sector de información y b) trabajadores ligados a la información. Este segundo grupo se divide, a su vez, en dos subcategorías: a) los que manipulan la información (trabajadores de la información) y b) los que crean ideas (knowledge workers). Dentro de esa lógica, en Estados Unidos el número de trabajadores del conocimiento alcanzó 2 millones 500 mil trabajadores, lo cual representa 18% de los nuevos empleos creados entre 1990 y 1998.[20]

Pero además de ser sumamente restringido el volumen de empleos que demanda (administradores, gerentes, profesionistas, técnicos y trabajadores relacionados con esas categorías), este sector es prácticamente inexistente en los países subdesarrollados como México y Brasil e incluso en algunos países pertenecientes al centro del capitalismo desarrollado (véase Gráfica 2).

 

 

 

Si en el desarrollo histórico de los servicios en las naciones industrializadas “parece haberse producido un desplazamiento más normal de la fuerza de trabajo del sector primario al secundario y, más tarde, al terciario”, en los países subdesarrollados y dependientes, “la fuerza de trabajo excedente se movió obligatoriamente en mayor medida hacia la actividad terciaria en primera instancia”.[21]

Pero esta situación de relativo equilibrio de los cambios intersectoriales del empleo en los países desarrollados, y de completo caos y desequilibrio en los dependientes y subdesarrollados, parece estar confluyendo hacia un punto medio en donde el crecimiento de los servicios es lento, marginal e incluso decadente en algunos puntos del sistema.

Rifkin asume que el sector del conocimiento posee una dinámica de absorción de empleo sumamente baja. Aun esforzándose por elevar los niveles educativos y la calificación de los trabajadores, por ejemplo en Estados Unidos —como de hecho ocurrió durante la administración Clinton—, el sector de conocimiento es sumamente restringido. Además obliga a sus aspirantes a elevar sus grados de conocimiento y calificación como demanda el sistema educativo norteamericano, el cual exige niveles mínimos de noveno grado. Esta restricción se expresa en el hecho de que incluso,

 

si los programas de reeducación y reciclaje a gran escala fuesen puestos en marcha, no existirían suficientes puestos de trabajo de alta tecnología en la economía automatizada del siglo XXI como para llegar a absorber el número de trabajadores despedidos.[22]

 

Los datos anteriores permiten refutar la existencia de una “sociedad sin trabajadores” que presuntamente habría sido edificada con base en las tecnologías de la comunicación y la información. Efectivamente, por más que ocurran cambios que puedan modificar el lugar que tiene el trabajo en la producción y en la acumulación de capital, ¿se puede producir y acumular capital sin trabajadores asalariados? ¿Podría el trabajador dejar de tener un papel central en la producción de valor? ¿Quién podría ocupar su lugar?

La Gráfica 1 muestra que en la economía mundial, al final de los años noventa del siglo XX, los servicios absorbían en promedio poco menos de 50% del empleo, mientras que en los países industrializados ese promedio es, en el mismo periodo, alrededor de 65%.

En Estados Unidos, según Rifkin,[23] el porcentaje promedio actual es aún mayor pues los servicios absorben más de 77% de la fuerza total de trabajo; producen 75% del valor agregado; más de la mitad del valor agregado nacional, y más de la mitad del valor agregado de la economía mundial. Las nuevas actividades industriales ligadas a la informática abarcan, según este mismo autor, 25% del total de la economía estadounidense en actividades como finanzas, entretenimiento, comunicaciones, educación y servicios a las empresas. Si a ese porcentaje se agrega el 15% del total de la economía que representan las industrias ligadas a la biotecnología (agrícola, fibras y tejidos, materiales de construcción, energía y farmacéuticas), tenemos que 40% de la economía estadounidense tiene un soporte en las tecnologías de la comunicación e información.[24]

Sin embargo, otros datos restan importancia al sector de comunicaciones y tecnología cuando se relaciona con la dinámica de la productividad. Petras plantea lo siguiente:

 

La comparación del crecimiento de la productividad en USA en los últimos 50 años no apoya el argumento globalizador. Entre 1953-73, antes de la llamada revolución de la información, en USA la productividad creció una media de 2,6%; con la introducción de los ordenadores, la productividad creció entre 1972-95 menos de la mitad. Incluso en el llamado boom de 1995-99, el crecimiento de la productividad se situó en 2,2%, todavía por debajo de las cifras del periodo anterior a los ordenadores. Japón, el país que hace un uso más extenso de ordenadores y robots ha sido testigo de una década de estancamiento y crisis. Entre los años 2000-01, el sector de la información se sumió en una profunda crisis. Decenas de miles de trabajadores fueron despedidos, cientos de empresas suspendieron pagos, la cotización de las acciones cayó alrededor de 80%. La burbuja especulativa que definió la llamada “economía de la información” explotó. Aún más, la mayor fuente de crecimiento de la productividad según los globalizadores estaba en la informatización del área de la fabricación de ordenadores. Algunos estudios han mostrado que los ordenadores usados en los centros de trabajo se dirigen más al trabajo personal que al intercambio de ideas. Algunas estimaciones sitúan en 60% el tiempo de ordenador destinado a actividades no relacionadas con la empresa. Las empresas de fabricación de ordenadores suponen 1.2% de la economía de los USA y menos de 5% del capital.

Todavía más, el censo de población de USA proporciona otra explicación a las cifras de alta productividad: los cinco millones de trabajadores americanos mayoritariamente inmigrantes ilegales que inundaron el mercado de trabajo norteamericano en los 90. Si consideramos que la productividad se mide por la producción por trabajador estimado, los cinco millones de trabajadores no contabilizados inflaron los datos de productividad. Si se incluyen los cinco millones, las cifras bajarían más de 2%.

Con la caída de la economía de la información y su valor en bolsa, se hace claro que la revolución de la información no es la fuerza trascendente que define a las economías de los grandes estados imperialistas y menos aún configura un nuevo orden mundial. El hecho de que la mayoría de la gente disponga de ordenadores y que algunas empresas tengan mayor control sobre sus inventarios, etc., no significa que el poder se haya alejado de los Estados-nación. Las afirmaciones de los publicistas sobre la “revolución de la información” no tienen fundamento, ya que los inversores en bolsa trasladan sus inversiones hacia la economía real y lejos de las empresas ficticias de alta tecnología, que no obtienen beneficios y sí, en cambio, pérdidas crecientes.[25]

 

En todo caso, las actividades ligadas a la informática y a los ordenadores —a diferencia de ramas productivas como la textil, el hilado mecánico y la mecánica y química aplicadas a actividades como lavandería, tintorería y estampado, que sirvieron como motor de la Primera Revolución Industrial del siglo XVIII— hoy no representan un factor capaz de elevar sustancialmente la productividad y, por consiguiente, de sacar a las economías desarrolladas del atolladero en que se encuentran.

Este perfil de la new economy asimila de manera restringida a los nuevos empleos ligados a las nuevas tecnologías y al nuevo universo de los paradigmas del mundo del trabajo. En términos generales, en el Cuadro 6 se aprecia que los empleos del sector de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación representan 4.4% del empleo total en los países más industrializados (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Inglaterra, Italia y Suecia).

 

 

De este cuadro destacan dos hechos relevantes. En primer lugar, el sector de información y comunicación representa sólo 6.1% del total del empleo en Estados Unidos, mientras que en 15 países de la Unión Europea —donde comparecen Francia y Alemania que absorben entre ambos alrededor del 50% del PIB regional—, dicha proporción representa 3.9% del empleo total. Obsérvese que a pesar de la propaganda en el sentido de la tendencia a la “igualdad” de los géneros que supuestamente conlleva el sector de información y comunicación, el porcentaje de empleo de mujeres respecto a los hombres en dicho sector es de 33% en promedio, exceptuando Japón y Estados Unidos para los que no contamos con información. De cualquier manera destaca la baja participación de las mujeres trabajadoras en el sector de las nuevas tecnologías, en Inglaterra (27%), Italia (31.1%) y en el conjunto de la Unión Europea (31.7%) que comprende 15 países.

En el caso de Francia, el Instituto Nacional de Estadísticas y Estudios Económicos (INSEE) demostró

 

que el porcentaje del crecimiento ligado a las nuevas tecnologías asciende apenas a 0.3 ó 0.4 puntos. Mucho más radical es el estudio realizado por el Bureau of Labor Statistics (BLS), un organismo estadounidense que publica anualmente proyecciones sobre el mercado del trabajo por periodos de 10 años. Según los datos del BLS, la gran mayoría de los puestos creados no salen del mundo de Internet ni de la información, sea en lo que corresponde al periodo 1986-1996, como al que va de 1996 a 2000.

Sobre un total de 4,1 millones de puestos de trabajo, y entre las diez “profesiones” más significativas, sólo una está ligada a las nuevas tecnologías. Se trata del puesto de analista de sistemas, evaluado con una perspectiva de 521 000 empleos. Las profesiones siguientes corresponden a la economía tradicional: cajeros, en- fermeros, vendedores, empleados de oficina clásicos, etc. Comentando esas cifras, Jean Gadrey acota: “Estamos muy lejos de la mitología de un trabajo propulsado por las nuevas tecnologías ya que siete de las 10 profesiones no exigen ninguna educación superior del trabajador”. Ningún experto ni analista niega, sin embargo, el “terremoto sociocultural” provocado por la comunicación y la economía de redes.[26]

 

Es cierto que la demanda de profesionales y técnicos es mayor que la de no profesionales y personal descalificado o semicalificado sobre todo en los servicios. Pero este mercado de trabajo no se desarrolla, como ya se mencionó, en procesos y empresas de tecnología de punta informatizados. Según la OIT,

 

La demanda de trabajadores calificados ha aumentado tanto en los países desarrollados como en los países en vías de desarrollo. Entre 1981-1996 los nuevos empleos creados en las economías avanzadas han sido sobre todo para profesionales y técnicos. En los países en desarrollo estas mismas categorías ocupacionales han experimentado crecimientos notables, pero en menor grado.

Por el contrario, el aumento de empleos para los trabajadores de producción, entre los que se incluyen trabajadores manuales y artesanos diestros, pero principalmente trabajadores no calificados o poco calificados, ha sido pequeño tanto en los países en desarrollo como en los desarrollados, y en algunos casos no ha habido aumento, sino disminución. La única excepción a esta regla se encuentra en el sector de ventas y de servicios. La creciente incorporación a este sector de trabajadores no calificados refleja el auge de los servicios en las economías desarrolladas, así como una tendencia de los que buscan trabajo a capacitarse en las destrezas demandadas por los empleos del sector de los servicios.[27]

 

Ciertamente el sector de los servicios ha entrado en un proceso estacionario porque “La automatización y la reingeniería ya están empezando a sustituir el trabajo humano en un amplio espectro de campos relacionados con este sector”.[28] Sin embargo, esta pérdida de dinamismo de los servicios en la creación de empleos no significa, ni mucho menos, que el trabajo asalariado deje de existir o quede minimizado frente a otras fuentes de producción como la tecnología o la ciencia. Como dice James Petras cuando critica a los partidarios de la “tercera vía” socialdemócrata,

 

las pretensiones de los ideólogos de la tercera vía acerca de que estamos ingresando en una nueva era económica, postindustrial, una economía de alta tecnología informática, son de una falsedad patente. En Estados Unidos, las industrias de computadoras representan menos de 3% de la economía. Su impacto en la productividad ha sido insignificante y el valor de sus acciones ha sido enormemente inflado por los ideólogos de la tercera vía y los especuladores del mercado de valores. Los sistemas informáticos de alta tecnología son un elemento subordinado a una economía predominantemente financiera e industrial, más que una fuerza dinámica independiente. El intento de los ideólogos de la tercera vía de darles un brillo tecnológico posmoderno, al ligarlo a los magnates financieros multimillonarios, simplemente hace agua. Las realidades económicas, una vez más, desmienten las pretensiones ideológicas.[29]

 

Como vemos, el desarrollo de la sociedad informática no permite justificar la tesis relativa a que el trabajo asalariado ya no es el eje del conflicto social y de la reproducción del sistema debido a la disminución del volumen de empleo en el sector industrial y al crecimiento del mismo en sectores como los servicios. Por el contrario, es una realidad palpable que el sistema capitalista —y, por tanto, el trabajo asalariado— ha ensanchado su esfera de acción, y las “nuevas formas” de trabajo que generalmente se ponen como ejemplo para “comprobar” la supuesta pérdida de centralidad del trabajo (como el trabajo a domicilio, el trabajo a destajo, los servicios, el trabajo por cuenta propia, el trabajo intelectual en las industrias de la computación y de microchips, etcétera) corresponden a la lógica del capital global. Por lo demás, es evidente que la informalidad y la marginalidad no se sustraen a las determinaciones del ciclo del capital, particularmente a la dinámica capitalista de los precios y por ende de los salarios, tasas de interés, moneda, tipo de cambio, etcétera y de la circulación capitalista en general.

Ni siquiera los emporios selectos del “analista simbólico” del capitalismo informático escapan a esas determinaciones. Así en el Silicon Valley en California, Estados Unidos, además de la existencia de largas jornadas de trabajo de hasta 60 horas a la semana en promedio, el aumento de trabajadores ha sido fundamentalmente en la forma de “trabajadores temporales” y por “cuenta propia” (ver Cuadro 7).

Cuadro 7

Número de trabajadores y categoría

en Silicon Valley, California, 1984-1997

 

 

 

 

Variación %

Categoría

1984

1997

1984-1997

Trabajadores temporales

12,340

33,230

159%

Trabajadores por cuenta propia

45,700

69,000

53%

Fuerza de trabajo total

761,200

933,200

23%

Fuente: C. Benner "Building community-based careers: Labor market intermediaries

and flexible employment in Silicon Valley", unpublished paper, University of California, Berkeley, april 2000.[30]

 

Contrariamente a las tesis sociológicas funcionalistas que afirman que la clase obrera ya no es el motor y el eje de las transformaciones histórico-sociales, veremos surgir una nueva clase obrera, una vez terminada la reestructuración del mundo del trabajo; es decir, una clase que vive de la venta de su fuerza de trabajo, la cual será el polo opuesto al capital para acelerar los cambios de orden social, económico y político que reclama la humanidad. En esta perspectiva se deberán enmarcar los llamados movimientos sociales en América Latina y en el mundo.[31]

 

4. Centralidad del mundo del trabajo en la mundialización del capital

 

Es vasta la literatura que postula que la tesis marxiana sobre la inevitable separación del trabajo manual y el intelectual en el capitalismo ha sido “superada” por la nueva normatividad de los sistemas de automatización flexible, que reunifica el saber-hacer del obrero en el proceso productivo.[32] Los autores de esa corriente afirman que las nuevas formas de organización del trabajo y los nuevos métodos de producción, como los articulados en el paradigma japonés, están diseñados para “enriquecer” las tareas y los conocimientos de los obreros. Por tanto, depende de éstos, de su disposición, disciplina e involucramiento con la empresa, que ese “ideal” se realice de manera efectiva y afectiva.

Las tesis posmodernas de la sociología del trabajo expresan esa concepción ideológica, propia de los manuales norteamericanos de administración empresarial que responden a los intereses de los patrones y del capital en general.[33] Estos autores conciben al obrero aislado, como dependiendo de mismo (un Robinson Crusoe, diría Marx) y no de las relaciones económicas, burocrático-políticas preexistentes que se erigen sobre él y afianzan su condición de enajenación.[34] Por otro lado, ubican al capital como si estuviera “separado” del sistema que él anima, el sistema capitalista, sin entender que ambos (capital y trabajo) no pueden existir separadamente, sino dentro del sistema de explotación y de dominación.

Los sistemas de organización del trabajo emanados de la mundialización del capital constituyen condiciones preexistentes para las nuevas generaciones obreras. Esta tesis fue esbozada por Marx en su polémica con Proudhon cuando, en una carta dirigida a Annenkov el 28 de diciembre de 1846, dice que:

 

los hombres no son libres de escoger sus fuerzas productivas —base de toda su historia—, pues toda fuerza productiva es una fuerza adquirida, producto de una actividad anterior. Por lo tanto, las fuerzas productivas son el resultado de la energía práctica de los hombres, pero esta misma energía se halla determinada por las condiciones en que los hombres se encuentran colocados, por las fuerzas productivas ya adquiridas, por la forma social anterior a ellos, que ellos no han creado y que es producto de las generaciones anteriores. El simple hecho de que cada generación posterior se encuentre con fuerzas productivas adquiridas por las generaciones precedentes, que le sirven de materia prima para la nueva producción, crea en la historia de los hombres una conexión, crea una historia de la humanidad, que es tanto más la historia de la humanidad por cuanto las fuerzas productivas de los hombres, y por consiguiente sus relaciones sociales, han adquirido mayor desarrollo.[35]

 

Esta conexión entre generaciones posteriores de obreros y fuerzas productivas preexistentes determina la constitución de nuevos paradigmas laborales por encima de la voluntad individual o social. Es así como debemos entender la nueva condición estructural e institucional de las relaciones sociales en el capitalismo mundializado.

Esa misma condicionalidad histórico-estructural explica el tránsito del trabajo rígido fordista-taylorista al flexible y rotativo, y la incorporación de salarios de productividad, normas de competencia, cultura laboral productivista congruente con el aumento de las tasas de explotación y con el desmantelamiento de derechos como antigüedad, permanencia, sindicalización, huelga, etcétera.[36]

Los ideólogos que postulan la pérdida de centralidad del mundo del trabajo en el capitalismo actual afirman que las fuerzas del conocimiento y de la ciencia lo habrían sustituido luego del desplazamiento del fordismo-taylorismo que se extendió después de la Segunda Guerra Mundial.[37] Sin embargo estos ideólogos olvidan que esas fuerzas existen articuladas con los paradigmas organizativos y de explotación que han surgido de la reestructuración del capital y de la crisis del sistema.

En la base de la conexión entre fuerzas productivas y relaciones sociales en el capitalismo globalizado, radica la dialéc- tica ciencia-tecnología-trabajo y la relación trabajo/capital. Esto es lo que los autores modernistas y posmodernistas de la sociología olvidan al plantear que, conforme se desarrollan los sistemas de producción mediante la aplicación de la ciencia y la técnica al proceso productivo, el trabajo asalariado y su figura social (el obrero) dejaron de ser la fuerza motriz del sistema y han pasado a segundo término respecto a la ciencia, la técnica y el conocimiento en beneficio de la teoría de los “nuevos sujetos sociales”. Con lo anterior pretendieron “echar” por tierra la teoría del valor de Marx y, con ella, su edificio analítico-conceptual.[38] Sin embargo,

 

al contrario de lo que imaginan Habermas y Giannoti, las transformaciones por las que pasa el modo de producción capitalista avanzan en el sentido de una racionalización brutal del trabajo vivo, en tanto fuente productora de valor. En este sentido, la cientifización de los procesos de producción no prescindió del trabajo vivo como fuente importante de producción de riqueza. Siendo así, parece un poco apresurado anunciar el fin de la teoría del valor, basándose solamente en una visión cuantitativa de los factores que entran en la producción de la riqueza.[39]

 

Habermas proclamó el fin de la teoría del valor al plantear que: “la técnica y la ciencia se tornan en la principal fuerza productiva, con lo que caen por tierra las condiciones de aplicación de la teoría del valor del trabajo de Marx”.[40] Como si la ciencia y la técnica no fueran fuerzas productivas materiales que sólo gracias a la acción de la fuerza de trabajo y al modo cómo la utiliza el capital en el proceso productivo participan en la formación de valor y plusvalía. Sin la acción de la fuerza de trabajo y el consiguiente desgaste físico e intelectual del obrero cesaría la producción de riqueza para toda la sociedad y, finalmente, se provocaría el derrumbe del capitalismo.

Habermas atribuye la función de crear la plusvalía a la ciencia y a la tecnología en lugar del trabajo asalariado, su verdadero productor. No comprende que tanto la técnica como la ciencia son fuerzas productivas cuya existencia y desarrollo sólo son concebibles en función del trabajo. Aun el “analista simbólico” de Rifkin es inconcebible, al margen de la generalización del trabajo social como trabajo abstracto, en la sociedad capitalista porque las empresas transnacionales y multinacionales lo utilizan como un “empleado más”, un miembro del obrero colectivo del capital social en la producción de plusvalía a nivel mundial.

Para sustentar su “teoría de la acción comunicativa, como campo antagónico y excluyente del valor.[41] Habermas separa anticipadamente el mundo del trabajo tanto de la esfera que él denomina de la vida (o “esfera comunicacional” o de la “intersubjetividad”) como del “sistema”, regulado por la “razón instrumental”, la cual incluye las esferas del trabajo, de la economía y del poder. Una vez realizada esta separación, afirma que “la centralidad se transfirió de la esfera del trabajo a la esfera de la acción comunicativa”, porque “aquí se deposita el núcleo de la utopía transformadora”, de la “emancipación,[42] debido a que dicha centralidad fue racionalizada y entregada al dominio del capital, particularmente después de la Segunda Guerra Mundial.

Encontramos la misma concepción en Michael Hardt y Antonio Negri cuando proclaman, sobre la base de la separación artificial de la esfera del trabajo de la del sistema, la “necesidad” de crear una “nueva teoría política del valor” que, por lo tanto, descarte a la teoría del valor-trabajo de Marx:

 

El lugar central de la producción del superávit [sic], que antes correspondía a la fuerza laboral [¿?] de los trabajadores de las fábricas, hoy está siendo ocupado progresivamente por una fuerza laboral intelectual, inmaterial y comunicativa. De modo que es necesario desarrollar una nueva teoría política del valor capaz de plantear el problema de esta nueva acumulación capitalista de valor que está en el corazón mismo del mecanismo de explotación (y por ello, quizás, en la médula de la sublevación potencial)”.[43]

 

En su obra estos autores no esgrimen un solo argumento que explique por qué se debe crear una “nueva teoría política del valor” que corresponda a la categoría de “imperio” que utilizan en su libro ni por qué es insuficiente la economía política marxista.

En el núcleo de la separación ficticia de las esferas del trabajo y del sistema radica la concepción habermasiana del desplazamiento del trabajo por el dominio absoluto de la esfera comunicativa como campo de las transformaciones y utopías de la sociedad actual. Sin embargo, es evidente que más allá de esa ficción, el mundo del trabajo, su organización, su sujeción a la dominación y explotación del capital, a la dictadura de las empresas, no sólo es “parte” del sistema capitalista, sino que constituye su premisa, sin la cual perecería.

Recientemente surgieron expresiones más refinadas de las bases científicas y tecnológicas de la new economy.[44] Así Michalski, Miller y Stevens[45] plantean que, aplicada al caso de Estados Unidos, esta teoría se sustenta en cinco supuestos que responden por el dinamismo económico y social de largo plazo en Estados Unidos y de la sociedad postcapitalista en general.

Estos supuestos son los siguientes:

 

1. Las tecnologías “crean valor”.

2. Las instituciones económicas (firmas), sociales (familias) y colectivas (gobierno), administran el riesgo, reducen la incertidumbre, refuerzan la flexibilidad y mejoran la transparencia.

3. Las “entradas” proporcionan insumos para la producción (recursos naturales, capital fijo y “capital humano”).

4. Las fuerzas competitivas estimulan y refuerzan la productividad.

5. La motivación de las aspiraciones controla el manejo de la innovación y la relocalización de todos los recursos.

 

Por su parte, otros autores como Schwartz, Kelly y Boyer, [46] sostienen que en el desempeño de estas actividades:

 

a) la fuerza de trabajo se desplaza desde la manufactura hacia los empleos de servicios intensivos en conocimientos porque ellos proporcionan aportes y rendimientos intangibles;

b) crecen las inversiones en “activos intangibles”, por ejemplo, en software —cuestión que, como vimos, no es tan relevante como comúnmente se piensa;

c) surgen nuevos empleos en el campo de actividades que demandan conocimientos intensivos, tales como consultoría, educación, alta tecnología, salud pública y test, pero son empleos sumamente restringidos para sectores elite de los mercados de trabajo, y

d) los empleos de la new economy requieren altos niveles de educación y son los “mejor” remunerados del sistema, cuestión que —como vimos— la realidad salarial y laboral de los países centrales no acredita.

Esos autores concluyen tajantemente que “en el lenguaje de los economistas, el conocimiento (knowledge) es ahora la fuente de creación de la riqueza y el más importante factor de producción”.[47]

En la arquitectura de la “sociedad del conocimiento” que propone la ideología neoliberal, estos postulados no tienen nada de nuevo; configuran tendencias que se han desarrollado históricamente conforme se desarrolla el modo de producción capitalista.

Llama la atención que autores como los citados “desconozcan” el rasgo característico del progreso técnico en el capitalismo, que consiste, como demostró Marx, en la sustitución de masas crecientes de trabajadores por máquinas (intercambio de trabajo vivo por trabajo muerto) en función del desarrollo tecnológico y de la automatización. Vale la pena citar aquí el argumento de Marx:

 

el desarrollo del régimen capitalista de producción y de la fuerza productiva del trabajo —causa y efecto a la par de la acumulación— permite al capitalista poner en juego, con el mismo desembolso de capital variable, mayor cantidad de trabajo, mediante una mayor explotación, extensiva o intensiva, de las fuerzas de trabajo individuales. Y hemos visto asimismo que, con el mismo capital, compra más fuerza de trabajo, tendiendo progresivamente a sustituir los obreros hábiles por otros menos hábiles, la mano de obra madura por otra incipiente, los hombres por mujeres, los adultos por jóvenes o niños.

Por tanto, de una parte, conforme progresa la acumulación, a mayor capital variable se pone en juego más trabajo sin necesidad de adquirir más obreros; de otra parte, el mismo volumen de capital variable hace que la misma fuerza de trabajo despliegue mayor trabajo y, finalmente, movilice una cantidad mayor de fuerzas de trabajo inferiores, eliminando las más perfectas.

Gracias a esto, la formación de una superpoblación relativa, o la desmovilización de obreros avanza todavía con mayor rapidez que la transformación técnica del proceso de producción, acelerada ya de suyo con los progresos de la acumulación y el correspondiente descenso proporcional del capital variable respecto al constante[48].

 

Marx es todavía más explícito en los Grundrisse. En esta obra parece referirse a la realidad del siglo XXI, cuando después de explicar los efectos de la maquinaria (el “capital fijo” le llama) en el trabajo y la fuerza de trabajo asienta que:

 

La naturaleza no construye máquinas, ni locomotoras, electric telegraphs, selfacting mules, etc. Son éstos productos de la industria humana; material natural, transformado en órganos de la voluntad humana sobre la naturaleza y de su actuación en la naturaleza. Son órganos del cerebro humano creados por la mano humana; fuerza objetivada del conocimiento. El desarrollo del capital fixe revela hasta qué punto el conocimiento o knowledge social general se ha convertido en fuerza productiva inmediata y, por lo tanto, hasta qué punto las condiciones del proceso de la vida social misma han entrado bajo los controles del general intellect y remodeladas conforme al mismo. Hasta qué punto las fuerzas productivas sociales son producidas no sólo en la forma del conocimiento, sino como órganos inmediatos de la práctica social del proceso vital real.[49]

 

Más claro ni el agua: el general intellect, o sea el conocimiento en tanto fuerza productiva material del obrero colectivo, se convierte en un eje rector del proceso de producción y de la vida social. Y esto hay que subrayarlo frente a los autores norteamericanos citados y sus seguidores latinoamericanos que pretenden “ver” en las fuerzas de la tecnología y de la ciencia dispositivos aislados del proceso de creación de valor y de plusvalía. Hoy en día el reemplazo de fuerza de trabajo por tecnología y maquinaria (automatización) y la aplicación al proceso de generación de plusvalía del conocimiento está en apogeo en los (nuevos) métodos de producción (just in time), de organización del proceso de trabajo (Círculos de Control de Calidad) y de explotación (toyotismo, flexibilidad, kalmaranismo, reingeniería). Desde el punto de vista de la gestión empresarial del trabajo, esto constituye una articulación “virtuosa” del trabajo con el capital que conecta el proceso de automatización flexible con el uso del conocimiento para elevar la productividad del trabajo y afianzar la rentabilidad del capital.

Pero no se debe idealizar este fenómeno de sustitución de fuerza de trabajo por la maquinaria como hacen los manuales de ciencia ficción. Por el contrario, debemos comprender cómo ocurren estos procesos en los países desarrollados y en las ramas avanzadas de los países dependientes en los que tiene lugar una aplicación productiva cada vez más importante de conocimiento científico-técnico (knowledge), con los procesos de trabajo, cadenas productivas, sectores y oficios que permanecen subsumidos en sistemas de producción y explotación intensivos en fuerza de trabajo y que, por supuesto, incluyen a todos los trabajadores y empresas del “sector informal”. Aquí se consideran los métodos fordista y taylorista de organización y explotación del trabajo, así como todos aquellos asociados con la superexplotación del trabajo.

De lo anterior se infiere que el proceso de automatización es relativo y limitado; nunca será un fenómeno total en el capitalismo porque éste es “una unidad contradictoria de empresas no automatizadas, semiautomatizadas y automatizadas (en la industria y en la agricultura y, por tanto, en todos los sectores de la producción de mercancías)”, por lo que “se hace evidente que el capital, por su propia naturaleza, debe oponer una creciente resistencia a la automatización después de cierto límite”.[50]

El desplazamiento de obreros por la tecnología no podría hacer que la producción capitalista prescindiera completamente del uso de fuerza de trabajo. Este objetivo supremo es incompatible con la existencia del capitalismo porque sin la fuerza de trabajo cesaría la producción de valor y, por ende, de plusvalía. Como dice Ricardo Antunes:

 

La principal mutación en el interior del proceso de producción de capital en la fábrica toyotizada y flexible no se encuentra, sin embargo, en la conversión de la ciencia en la principal fuerza productiva que substituye y elimina al trabajo en el proceso de creación de valores, sino en la interacción creciente entre trabajo y ciencia, trabajo material e inmaterial, elementos fundamentales en el mundo productivo (industrial y de servicios) contemporáneo.[51]

 

Pero si la automatización flexible ha ganado terreno con la actual revolución industrial, no se debe desconocer su polo opuesto: la necesidad del capital de demandar fuerza de trabajo barata de las zonas “subdesarrolladas” del capitalismo central y de los países dependientes, donde existen reservas supernumerarias de fuerza de trabajo.

En el contexto de la relación compleja centro-periferia, los países desarrollados se especializan en industrias y sectores de punta como tecnología, telecomunicaciones, industria militar y aeroespacial, ingeniería genética e instrumental, etcétera mientras que los países dependientes de la periferia capitalista irremediablemente se desindustrializan y se especializan en producciones primarias como minería, petróleo y gas, agricultura, ganadería, etcétera. Esta división internacional del trabajo crea una gran demanda de fuerza de trabajo sin calificación, con remuneraciones raquíticas y sin prestaciones sociales.[52]

Esta es la situación del trabajo en las naciones de América Latina, Asia y África donde, frente a la des-industrialización y des-estatización que promueven las fuerzas sociopolíticas del patrón de acumulación dependiente, se van formando grandes bolsones de trabajadores desempleados y subempleados sujetos a condiciones de superexplotación del trabajo, bajos salarios, rotación de puestos y funciones, y precarización del empleo.[53]

 

4.1. Automatización, nuevos paradigmas y superexplotación del trabajo

 

La reestructuración posfordista determinó cambios en la organización del trabajo en las economías periféricas al combinar la superexplotación con la aplicación productiva de la informática en el mundo del trabajo. El objetivo de estas transformaciones consiste en crear un nuevo modelo de relaciones sociales basado en la “automatización flexible”; es decir, la articulación entre tecnología y desregulación del trabajo para convertir éste en flexible y polivalente. [54]

En otras palabras, el desarrollo tecnológico refuerza el régimen de superexplotación de la fuerza de trabajo de los países dependientes y estimula, al mismo tiempo, dicha superexplotación en los centros del capitalismo desarrollado. Al respecto Giovanni Alves escribe que: “la superexplotación del trabajo tiende a ser la nueva realidad en los países del capitalismo desarrollado en virtud del nuevo poder de la valorización derivado de la mundialización del capital”[55]. Esta tesis se desprende del modo particular como se combinan la plusvalía relativa y la absoluta en el régimen de superexplotación del trabajo y es similar —aunque Alves no la entienda[56]—, a la que esboza Ruy Mauro Marini cuando escribe que:

 

incidiendo sobre una estructura productiva basada en la mayor explotación de los trabajadores, el progreso técnico hizo posible al capitalista intensificar el ritmo de trabajo del obrero, elevar su productividad y, simultáneamente, sostener la tendencia a remunerarlo en proporción inferior a su valor real”.[57]

 

Y por si todavía quedan dudas, en otro trabajo de polémica afirma que

 

una vez puesto en marcha un proceso económico sobre la base de la superexplotación, se echa a andar un mecanismo monstruoso, cuya perversidad, lejos de mitigarse, es acentuada al recurrir la economía dependiente al aumento de la productividad mediante el desarrollo tecnológico.[58]

 

Por lo tanto, existe una relación directa —que Marini reconoce entre productividad y superexplotación del trabajo. De ahí que la aplicación de las tecnologías de la comunicación-información en las economías dependientes en vez de permitir un mejoramiento en las condiciones de empleo y salariales de los trabajadores, acentúan los mecanismos que elevan la superexplotación de la fuerza de trabajo. Aún más, en muchas legislaciones laborales reformadas por el neoliberalismo desde las décadas de los ochentas y los noventas, aparece la codificación jurídico-institucional para afianzar este objetivo supremo del capital.

Por otro lado, Alves señala también que en los países del centro un factor político que estimula y difunde la superexplotación es la creciente pérdida de poder político y de negociación de los sindicatos, pues el movimiento obrero es frenado o inutilizado para que no obstaculice el aumento de la jornada y de la intensidad del trabajo, así como la caída de los salarios reales de los trabajadores.

En los países del capitalismo central, esa pérdida de poder de negociación de los trabajadores y de los sindicatos, así como la reestructuración que emprendió el capital en el curso de la década de los ochentas, se tradujo en

 

la reducción del proletariado estable, heredero del taylorismo/fordismo, la ampliación del trabajo intelectual abstracto en el interior de las fábricas modernas y la ampliación generalizada de las formas de trabajo precarizado (trabajo manual abstracto), tercerizado, “part time”, desarrolladas intensamente en la “era de la empresa flexible” y de la desverticalización productiva.[59]

 

En los países del capitalismo dependiente, la introducción del fordismo y del taylorismo en sectores dinámicos como las industrias automotriz y siderúrgica, propiedad de empresas transnacionales, que prácticamente desplazaron y marginaron a otras industrias tradicionales ligadas a la dinámica de los mercados internos, reforzó, sin embargo, el régimen de superexplotación del trabajo, al combinar los métodos de producción modernos con los tradicionales y aprovechar la debilidad de los sindicatos en su defensa de las condiciones de contratación y uso de la fuerza de trabajo.

Como dice Nise Jinkings,

 

en los países del Tercer Mundo son dominantes las prácticas tayloristas/fordistas de trabajo. Los países capitalistas avanzados, escenario de innovaciones tecnológicas extremadamente veloces y constreñidos por la competencia, buscan aún un modelo propio de organización productiva y de relaciones de trabajo en conformidad con sus necesidades de valorización de capital. En esos países, conviven ciertamente los dos modelos de acumulación capitalista, lo que se da de modo específico, dependiendo del sector productivo y de las relaciones de producción establecidas.[60]

 

La autora confirma la vigencia del taylorismo en el sector informatizado de los bancos en Brasil:

 

El proceso de flexibilización del trabajo que se está experimentando en las agencias y entre los técnicos de los departamentos, donde la mayoría de las tareas se realizan en equipo, convive con el trabajo taylorizado y empobrecido que resultó de los procesos de racionalización de las tareas.[61]

 

En la lógica de la imposición del mercado como motor del desarrollo capitalista, el neoliberalismo desmontó los procesos ligados a la reproducción de la fuerza de trabajo para convertirla en fuerza de trabajo flexible, polivalente y precaria. Además, impuso a la clase obrera y, en general, a todos los asalariados, el contrato de trabajo temporal. En la perspectiva empresarial, éste se puede definir como un contrato de trabajo just in time que

 

jugará un amplio e importante papel en la nueva economía global basada en la alta tecnología del próximo siglo XXI. Las empresas multinacionales, deseosas de mantenerse flexibles y activas frente a la competencia global, optan cada vez más por contratar trabajadores eventuales con la finalidad de poder responder con rapidez a las fluctuaciones del mercado. El resultado será un incremento en la productividad y una mayor inseguridad del empleo en todos los países del mundo.[62]

 

De la misma manera que el fordismo, el sistema toyotista se introdujo en América Latina sobre la base del estado de cosas preexistente. Esto implicó el reforzamiento del régimen de superexplotación del trabajo. En efecto, refiriéndose al fordismo en Brasil, el Departamento Intersindical de Estadísticas y Estudios del Trabajo (DIESSE) de ese país advierte que

 

La implantación del régimen de desarrollo fordista […] no vino acompañada por cambios sociales y económicos, como el crecimiento del salario, elevada productividad, fijación de derechos obreros y la construcción de un Estado que dirigiese el desarrollo económico para distribuir los ingresos. Por el contrario, el modelo de desarrollo brasileño se caracterizó por la exclusión y por la reproducción de un patrón de pobreza que no generó reformas estructurales básicas como las reformas agraria, de la seguridad social, tributaria, sindical y educacional, entre otras.[63]

La ausencia de reformas estructurales en Brasil, como la agraria, es la causa que explica la profunda crisis social que existe en el campo brasileño.

La introducción del fordismo y del taylorismo restringidos se asemejó a la forma como se industrializó América Latina en la segunda parte del siglo XX: sin reformas y para atender una “demanda preexistente”, es decir, la de las clases sociales de la sociedad oligárquico-terrateniente y exportadora.[64] Las industrias, como la automotriz, en los países dependientes asumieron el desarrollo tecnológico y la organización del trabajo vigente en los centros desarrollados del capitalismo, asimilaron su administración empresarial, pero provocaron serias distorsiones en la estructura industrial y en el desarrollo de las fuerzas productivas ligadas a los mercados internos, a los salarios de los trabajadores y a los mercados de consumo de masas.

Samir Amin capta el fenómeno del carácter restringido del fordismo en nuestros países cuando dice:

 

La industrialización no reproducirá aquí una evolución social a imagen y semejanza de la del Occidente desarrollado. En éste, el fordismo vino luego de que la sociedad fuera transformada en el curso de una larga preparación para la gran industria mecánica, sostenida por una revolución agrícola continua en un ambiente favorable gracias a la “salida” que la emigración a las Américas ofrecía a la presión traída por la explosión demográfica europea; y gracias también a las conquistas coloniales, que procuraban materias primas baratas. El fordismo confortó el compromiso histórico capital-trabajo facilitado por la reducción del ejército de reserva en los centros. En el Tercer Mundo en vías de industrialización, por el contrario, ninguna de estas condiciones favorables existe para evitar que la expansión capitalista tome formas salvajes.[65]

 

Las relaciones industriales y de trabajo en América Latina se desenvuelven bloqueando cualquier entorno de mejoramiento de las condiciones de trabajo y de vida en esas sociedades. Los sistemas ligados a la acumulación flexible de capital constituyen

 

un proceso de organización del trabajo cuya finalidad esencial, real, es la intensificación de las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo, reduciendo mucho o eliminado tanto al trabajador improductivo, que no crea valor, como sus formas análogas, especialmente en las actividades de mantenimiento, vigilancia e inspección de calidad, funciones que pasan a ser directamente incorporadas al trabajador productivo.[66]

 

4.2. Toyotismo y apropiación de la subjetividadobrera por el capital

 

De acuerdo con la concepción de toyotismo sistémico que plantea Giovanni Alves,[67] el paradigma japonés es un método de apropiación de la subjetividad obrera por el capital a través de las gerencias de las empresas. Además, se acompaña de un potencial ideológico-cultural de clase para inducir al trabajador a involucrarse con los intereses patronales y con la filosofía de la empresa. Otro autor afirma que la centralidad del trabajo inmaterial

 

permite echar luz sobre los intentos del capital de apropiarse de los usos lingüísticos, los comportamientos subjetivos y los propios deseos del obrero inmaterial. Permite también pensar en un nuevo sujeto obrero situado en el corazón de la nueva composición de clase en formación: el obrero social”.[68]

 

Altamira entiende como “inmaterial” todo trabajo productivo aplicado a la creación de los contenidos culturales y de información de la mercancía en los servicios y en la industria. Esta apreciación es correcta en términos generales, abstractos y de tendencia, pero es problemática cuando se generaliza a todos los mercados de trabajo, como si lo que describe fuera en verdad una realidad hegemónica en el capitalismo actual. Este error conduce a Altamira a realizar afirmaciones como ésta:

 

Con una fuerza de trabajo cada vez más abstracta, inmaterial e intelectual, la producción de riquezas depende cada vez más de la salud, de la formación y la educación de las fuerzas psico-afectivas y de la capacidad de comunicación y trabajo de cada uno de los sujetos comprometidos en el proceso de producción”.[69]

 

Lo que seguramente es una realidad restringida para parcelas también restringidas de trabajadores de actividades de punta en los servicios y en la industria, se lee erróneamente como una característica general del sistema en su conjunto.[70]  Basta señalar la realidad de países como México o Brasil, donde los mercados de trabajo se nutren de crecientes poblaciones precarizadas, con salarios tan bajos que resultan insuficientes para reproducir en condiciones normales a la fuerza de trabajo y, sobre todo, con mínimos o nulos niveles de calificación laboral.

En el paradigma japonés, el capital se apropia de los conocimientos del obrero, generalmente adquiridos en la familia y por medio de la tradición a través del sistema kaizen, que promueve la mejora continua de la producción y de la calidad de los productos. Este sistema, que “[…] permitió a la administración apropiarse de los conocimientos de los trabajadores en el proceso de producción”.[71] también trajo consigo mejoras en el uso de los transportes, en la alimentación, en la recreación y en las prácticas deportivas. Sin embargo, como sugiere Ricardo Antunes[72] también conllevó un incremento invisible de la intensidad del trabajo debido a la eliminación del desperdicio de tiempo en el proceso de trabajo; en otras palabras, gracias a la eliminación de los “tiempos muertos” dentro de la jornada de trabajo, con lo cual tiene lugar el aumento absoluto de ésta.[73]

Esta es la verdadera dimensión del “involucramiento” del trabajador con la empresa: su “democratización” es un mito que envuelve tasas de explotación más altas y degradación de los intelectuales que pregonan los presuntos beneficios de la globalización, de los prototipos de la Toyota Company y del paradigma japonés.

En la realidad de las fábricas y de las empresas se combinan

 

despidos masivos con los círculos de calidad, las nuevas tecnologías informatizadas con los contratos precarios y la intensificación del trabajo, la participación con las persecuciones y la represión, la polivalencia y la suma de responsabilidades con la rebaja salarial, la capacitación con la descalificación. Esto puede suceder al mismo tiempo o secuencialmente, pero no parecen existir procesos de reconversión donde sólo estén presentes las técnicas supuestamente participativas.[74]

Jeremy Rifkin desmitifica la “actividad participativa” del trabajador en los sistemas posfordistas donde se ponderan y ponen como ejemplo los equipos de trabajo y los círculos de control de calidad. Anota que

 

Mucho se ha dicho y se ha escrito sobre los círculos de control de calidad, sobre los equipos de trabajo y sobre una mayor participación de los trabajadores y empleados desde y en su puesto de trabajo. Sin embargo, muy poco se ha dicho o se ha escrito sobre la desespecialización del trabajo, la aceleración del ritmo de producción, los incrementos en las tareas de trabajo y sobre las nuevas formas de coerción y sutil intimidación que se emplean para someter al trabajador a las exigencias de las prácticas de producción posfordistas.[75]

 

Por el contrario, otros autores mitifican las formas organizativas del trabajo que surgen con los nuevos paradigmas productivos como si en verdad se encaminaran a resolver la crisis del trabajo y a garantizar los derechos de los trabajadores en América Latina. Así, por ejemplo, Roque Aparecido da Silva y Marcia Leite enmascaran la explotación capitalista en los siguientes términos:

 

De hecho, aunque la nueva base técnica potencie la posibilidad de un nuevo uso del trabajo, el cual tendería a sustituir la fragmentación taylorista con la integración de tareas y, en ese sentido, con la valorización de la calificación, del entrenamiento, de la participación y, consiguientemente, del trabajo estable y bien remunerado, ésa no es la única tendencia presente en el mundo actual del trabajo”.[76]

 

Claro que no: existen otras tendencias, entre las que se cuenta la fragmentación de los conocimientos obreros y su apro- piación por el management empresarial, además de la desar- ticulación de los empleos y ocupaciones y la precarización del trabajo social.

Después de embellecer la realidad laboral y proclamar la “humanización” de la fábrica fordista y la toyotista estos autores (op. cit. 117), atribuyen a la forma como se ha implantado, y no a su contenido y contexto global, el surgimiento de un “mundo maligno y excluyente” (op. cit. 113). Por lo tanto, bastaría con cambiar la forma sin modificar los contenidos de las nuevas modalidades organizativas del trabajo —en los que se apoyan la propiedad privada de los medios de producción, la explotación y extracción de plusvalía y el poder despótico de las gerencias, etcétera— para que aquél se “humanice” y se ponga al “servicio” del obrero en un mundo benigno, inteligente e integrativo.

No faltan tampoco quienes, frente a la emergencia del toyotismo y de otros paradigmas del trabajo, sugieren la “obsolescencia” de la ley del valor. Con relación a la “nueva organización industrial”, dice por ejemplo Juan José Castillo que a partir de la década de los noventas del siglo XX

 

gran parte del trabajo necesario para la producción en la neoindustria ha perdido, en distinta medida, visibilidad, localización, densidad y límites temporales. Y, por ello, mismo, sin herramientas conceptuales y teóricas adecuadas, sin método, resultará casi imposible establecer de manera exhaustiva quién, dónde y cuándo ha procedido a los miles de operaciones necesarias para concebirlo, diseñarlo, fabricar los componentes, montarlos, probarlo, terminarlo, confeccionarlo, contabilizarlo, transportarlo, distribuirlo a los usuarios finales.[77]

 

Esta postura desconoce, ingenuamente, que si para el obrero individual o colectivo no es posible tener una “visión de conjunto” del proceso de producción, debido a la enajenación que conlleva intrínsecamente el toyotismo y todas las formas de organización capitalista del trabajo, no es así para el capital, es decir, sus empresas, gerentes, su analista simbólico, quienes poseen un conocimiento exacto del proceso en conjunto de lo que el autor denomina “neoindustria”. Lo mismo se puede decir para las cadenas de la circulación de mercancías: los costos de transporte, la venta y el consumo.

Los teóricos del posfordismo embellecen al capitalismo con supuestos paradigmas que enriquecen al trabajo y le restituyen sus cualidades creativas; pero no toman en cuenta que, por el contrario,

 

se observan procesos productivos muy sofisticados, por ejemplo, en informática, en telecomunicaciones, en electrónica e ingeniería genética, en donde el trabajo intelectual tiende a desplazar al trabajo material o, para ser más exactos, este último deviene cada vez más abstracto e intelectual. Pero al mismo tiempo, en otros sectores y actividades se observa el abandono absoluto de cualquier tendencia hacia la intelectualización por el reforzamiento de las formas más bestiales e inhumanas de explotación material, como sucede en la mayor parte de industrias “tradicionales” del mundo pobre, tales como la minería, la construcción, la industria química, etcétera.[78]

 

Desde su particular perspectiva teórica, Rifkin capta el sentido esencial del desarrollo de la tecnología sobre los círculos de control de calidad en la época de la automatización flexible. Apunta:

 

Las nuevas tecnologías de información están diseñadas para eliminar cualquier tipo de control que los trabajadores pudiesen ejercer sobre el proceso de producción, a partir de la directa programación de instrucciones precisas en la propia máquina, que las cumplirá al pie de la letra. Al trabajador se le ha incapacitado, pues, para efectuar juicios independientes, ya sea en la fábrica o en las oficinas, y tiene poco o ningún tipo de control sobre los resultados dictados por expertos en programación de ordenadores. Antes del advenimiento de los ordenadores, la dirección fijaba detalladas instrucciones estructuradas sobre “tablillas”, que se suponía debían ser seguidas por los trabajadores. Debido a que la ejecución de las tareas quedaba en manos de éstos, era posible introducir algún elemento subjetivo en el proceso. En la puesta en marcha de los trabajos de este modo estructurados, cada uno de los empleados dejaba su huella en el proceso de producción. El cambio de las “tablillas” de producción a la programación a través de ordenadores, ha alterado profundamente las relaciones entre trabajo y trabajadores. En la actualidad, un creciente número de éstos actúan tan sólo como observadores, incapaces de participar o de intervenir en el proceso de producción. Lo que se desarrolla, lo que ocurre en la planta o en la oficina ya ha sido previamente programado por otra persona que, tal vez, nunca participará personalmente en el futuro automatizado que ha prefijado.[79]

 

Se trata, pues, del proceso de trabajo enajenado capitalista en el que el obrero sigue siendo apéndice de la máquina informatizada posfordista y que al mismo tiempo expresa el verdadero carácter de los “círculos de control de calidad”, de la estructura que los dirige y coordina y que

 

es completamente paralela a la estructura de la producción de la empresa. La organización de la producción continúa siendo decidida, organizada y controlada por la estructura jerárquica tradicional.

Los círculos, sus coordinadores, facilitadores, etc. no tienen ningún tipo de intervención en el desarrollo de la producción. Desde este punto de vista no existen modificaciones en el proceso productivo.

Además, las normas de funcionamiento de los círculos son impuestas por la empresa, así como el momento en que se ponen en funcionamiento y se decide en qué sectores se implementan. No hay ninguna negociación o acuerdo para aquello; a lo sumo se llama al sindicato a colaborar. Un aspecto siempre resaltado es el carácter participativo, los círculos se basan supuestamente en la participación de los trabajadores, pero los espacios de participación que brindan estas nuevas formas de organizar el trabajo son más ilusorios que reales: se puede discutir para mejorar la calidad, […] para aumentar la producción y temas afines, pero no existe ninguna posibilidad de discutir ni opinar (y, por supuesto, menos aún de decidir) cómo se reparten las ganancias, en qué se invierten, cómo se fijan los salarios, cantidad de puestos de trabajo, organización de la empresa, etcétera. Los temas sobre los cuales pueden opinar los miembros de los círculos, así como aquellos que están expresamente prohibidos son determinados unilateralmente por la empresa. Es decir, que el carácter democrático de estas técnicas es absolutamente restringido y sólo apunta a mejorar la rentabilidad de la empresa.

Además, los únicos que deciden, como siempre, son los empresarios. Los trabajadores no tienen ninguna posibilidad de hacerlo, sólo pueden proponer, y esto sobre los temas que autoriza la empresa. Los círculos, por otra parte, actúan y discuten a nivel del lugar de trabajo sin ningún tipo de contacto con los verdaderos ámbitos de decisión de la empresa.

En los círculos sólo se discuten temas de calidad, reducción de costos, eliminación de defectos y material de descarte, seguridad y condiciones ambientales. En general, en lo que respecta a estos últimos temas (seguridad y condiciones ambientales), siempre que no impliquen inversiones por parte de la empresa. Las propuestas que surgen de los círculos, son justamente eso: propuestas, ideas, tienen un carácter indicativo. La decisión de implementarlas o no, la toma la gerencia.[80]

 

De igual forma, en las plantas de producción de la industria maquiladora de exportación (IME) en México, no son los trabajadores sino

 

los gerentes de planta locales quienes tienen la mayor autoridad para tomar decisiones sobre recursos humanos y producción. A los trabajadores se les contrata y liquida localmente y constituyen la mayoría. Es más probable que las oficinas regionales y globales se involucren en las decisiones relativas a la contratación y el despido de gerentes y personal técnico.[81]

 

Los círculos de control de calidad confirman que el obrero, cualquiera que sea su grado de calificación, es sólo un apéndice de la empresa toyotizada y que sus conocimientos son expropiados en la medida en que sirven a la valorización del capital, pero no para enriquecer la subjetividad de los trabajadores.

Como vemos, Vega, Martínez y Rifkin piensan, aunque desde distintas perspectivas, que el “toyotismo”, más que ser un método de “enriquecimiento” del obrero, como dicen los administradores del trabajo, es desde el punto de vista capitalista, un típico procedimiento para intensificar la explotación de la fuerza de trabajo y degradarla. Al respecto, Muto Ichiyo afirma que “la esencia del toyotismo, del ‘mundo de la empresa’, es ‘trasladar la competencia interempresa, a la competencia-rivalidad entre obreros”.[82]

Podemos agregar que el toyotismo disminuye el poder burocrático de la empresa en virtud del impulso que le imprime a la competencia entre los propios trabajadores. Por eso, Nise Jinkings tiene razón cuando identifica las “relaciones de rivalidad entre compañeros de trabajo como una fuente más de presión por la productividad y de intensificación del trabajo, estimulada por el sistema flexible de remuneración y por la coyuntura de los altos índices de desempleo y subempleo”.[83]

En efecto, dentro del toyotismo

 

en primer lugar, el just-in-time no disminuye, sino aumenta la carga de trabajo. Para comenzar, él introduce la flexibilidad, especialmente en la jornada, y en el nivel máximo. Los obreros son obligados a hacer horas extras. En Europa, la industria automovilística está decidida a abolir la tradicional jornada de ocho horas de trabajo. En la General Motors se trabaja en dos equipos de diez horas diarias (y un tercero que descansa), lo que permite utilizar las máquinas veinte horas por día, y no dieciseis. El sistema fue retomado por la Peugeot, en Poissy. Además de eso, hay una formidable intensificación del trabajo. El símbolo de la Toyota es el pasaje de la relación un hombre/una máquina a una relación: un hombre/cinco máquinas.[84]

 

Lo anterior parece ser una característica general ya que, como dice Jinkings,

 

Michel Gollac y Serge Volkoff, basándose en investigaciones de 1984 y 1991, constatan recientemente una degradación de las condiciones de trabajo de los asalariados en países de Europa y de otras regiones del mundo capitalista. De entre múltiples elementos de esa degradación, los autores destacan que la intensificación del trabajo mediante el aumento de la presión sobre el ritmo de las tareas, es el factor esencial del agravamiento de las condiciones laborales.[85]

 

Respecto al autoritarismo patronal que lleva implícito el sistema Toyota, Gounet agrega que: “los fabricantes usan la censura y el chicote, la garantía de empleo vitalicio y un sin- dicato totalmente amoldado al patrón, para imponer a sus empleados los cambios en las condiciones de trabajo. Eso es fundamental para el nuevo sistema”.[86]

Como método de intensificación del trabajo, el toyotismo es en síntesis “un sistema de organización de la producción basado en una respuesta inmediata a las variaciones de la demanda y que exige, por tanto, una organización flexible del trabajo (inclusive de los trabajadores) e integrada”.[87]

Giovanni Alves lleva más lejos este razonamiento cuando confirma que el toyotismo es genuinamente un método de superexplotación del trabajo:

 

El nuevo complejo de reestructuración productiva tiende a impulsar todavía más la superexplotación del trabajo, en la medida en que la constitución de un nuevo (y precario) mundo del trabajo y el debilitamiento del poder de negociación de los sindicatos tienden a elevar, aún más, principalmente en los sectores industriales en los que se había constituido un poder sindical organizado, la discrepancia entre los rendimientos del capital y los rendimientos del trabajo, a pesar de los aumentos reales de salarios —que no acompañan a la productividad del trabajo— y de los bonos de participación en ganancias y resultados, ocurridos a partir de 1974 en las montadoras.[88]

 

Junto a la intensificación del trabajo que conllevan los nuevos paradigmas, se verifica también una prolongación de la jornada promedio en todo el sistema; basta con señalar que en ramas de punta como en la “democrática” fábrica Toyota el obrero trabaja, en promedio, 44 horas a la semana y en algunas ramas de producción manufacturera los obreros llegan a rebasar las 50 horas de trabajo a la semana.

 

5. La prolongación de la jornada de trabajo

 

El toyotismo acarrea un aumento del tiempo de trabajo en todas sus formas por lo que, lejos de disminuir (como asegura la propaganda), se manifiestan en el mundo tendencias muy fuertes al aumento absoluto de la jornada de trabajo más allá de su límite legal y que configuran formas clásicas de explotación de plusvalía absoluta.

En la historia de la jornada de trabajo podemos distinguir tres etapas:

 

a)

en la primera, de aumento de la jornada de trabajo, tiene lugar la revolución industrial en Inglaterra y alcanza su punto máximo entre 1835-1840, en los países europeos, donde el tiempo diario de trabajo fluctúa entre 12 y 15 horas durante seis días de la semana;

b)

la segunda etapa comienza a mediados del siglo XIX, donde el tiempo de trabajo se estabiliza con tendencia a su reducción hacia finales de siglo (entre 1891 y 1892), para llegar a una media de entre 10.5 y 9.5 horas en los albores de la Primera Guerra Mundial.

c)

la tercera etapa comienza a principios del siglo XX, cuando la jornada promedio tiene una duración de 12 horas por día, aunque se debe señalar que en las pequeñas empresas y en los lugares donde se practica el trabajo a domicilio ese límite es constantemente rebasado. Con la ley de 1919 en Francia se establece la jornada de 48 horas semanales y también en este país desde la década de los treintas se desarrolla, por recomendación de la OIT, el debate y la lucha por el establecimiento de las 40 horas semanales. En un breve periodo, durante la crisis de los años treinta, se aplica (desde 1937) la ley de 6 de junio de las cuarenta horas, pero la Segunda Guerra Mundial cambia el escenario y nuevamente se prolonga la jornada de trabajo a partir de 1939. Así, durante el periodo del nazismo (1940-1943) se alcanzan las 60 horas por ley en Francia. Nuevamente, durante 1945-1960 la jornada normal de trabajo es legalmente restablecida en 40 horas semanales, aunque rebasada por el uso masivo de horas extraordinarias.

 

En la actualidad la jornada legal en Francia es de 35 horas, pero son indicativas y sujetas a negociación entre sindicatos y empresas:

 

En enero de 2000 la semana de trabajo se redujo de 39 horas a 35. Esto permite un tiempo para el ocio y el enriquecimiento cultural. Pero esto todavía es muy reciente. La reducción de la jornada laboral no impacta por igual a hombres y mujeres. En el caso de las mujeres, cada hora que ocupan menos en su trabajo lo aumentan en la dedicación hogareña. El tiempo libre no es libre para la mujer. Igualmente, no hay estudios profundos sobre el tema, ya que esto es reciente y la jornada de 35 horas está supeditada a una negociación entre las empresas y los sindicatos […] Se garantiza la jornada semanal de 35 horas, pero en un promedio anual.[89]

 

Los países que a principios de la década de los cincuentas tenían jornadas prolongadas (Alemania, 48.5 horas e Inglaterra, 43.3 horas) las reducen a partir de 1956. Entre 1963 y 1976, Francia es el país europeo que cuenta con el tiempo de trabajo más prolongado. Pero, a partir de 1982, reduce la jornada a 39 horas semanales.[90] Por otro lado, Italia y Dinamarca la reducen a 36 horas y España a 34 horas en 1996, según la OIT.[91]

Sin embargo, en países “modelo” como Suecia, la jornada legal de trabajo diaria en la actualidad es de 8 horas, con 45 minutos para la comida y con un pago aproximado de 600 dólares por mes. En Austria, la jornada legal de trabajo es de 8 horas por día y en Corea del Sur de 45 horas semanales distribuidas así: 8 horas por día y 5 horas el sábado.[92]

En Estados Unidos los datos oficiales exhiben una jornada “legal” de 35 horas a la semana, pero el tiempo real de trabajo ha aumentado desde la década de los setentas. En Francia, para mencionar otro caso de un país desarrollado, en la industria de la confección se trabaja en promedio 15 horas por día con pago medio de 20 dólares o 1.33 dólares por hora, mientras que en un país subdesarrollado como México en el mismo ramo se laboran en promedio 9 horas continuas por día por un salario de 4.32 dólares por jornada, o sea, 48 centavos por hora.

En teoría, se pensaba que, conforme se desarrollara el capitalismo, éste operaría con mayores índices de productividad del trabajo (rendimientos por hora del trabajador en relación con la cantidad y calidad de producción de bienes y servicios). Además, ello se haría sobre la base de la producción de plusvalía relativa, salarios al alza y con tendencias a la reducción de la jornada de trabajo. Sin embargo, nada de ello está ocurriendo, y menos en lo que respecta a la jornada de trabajo, la cual tiende a aumentar en promedio a nivel mundial. Así, de acuerdo con el Anuario de Estadísticas del Trabajo 2000 de la Organización Internacional del Trabajo, publicado en Francia, tanto en lo que respecta a la actividad manufacturera como a las actividades económicas a nivel mundial, pocos son los avances en materia de reducción del tiempo total de trabajo y, por el contrario, se aprecian tendencias a su aumento absoluto. Por ejemplo, en Argentina, la jornada de trabajo para los hombres en el empleo total, es decir, considerando obreros y empleados, es de 47.2 horas de trabajo en el total de las divisiones de la actividad económica en 1998, destacando el caso de la división de la “explotación de minas y canteras”, donde la jornada de trabajo es de 57.5 horas a la semana.

En Brasil, si bien es cierto que la jornada de trabajo decreció en las industrias química y metalúrgica del estado de São Paulo, gracias a las luchas obreras y a las negociaciones con el gobierno (de 48 horas a entre 40 y 47 horas semanales en 1985, según el DIESSE[93]  y a que la Constitución de 1988 estableció la jornada legal en 44 horas; en la práctica el tiempo de trabajo viene aumentado, como se desprende de cifras respecto del Gran São Paulo, donde 42% de los trabajadores labora más de 44 horas semanales. En relación con los diversos sectores de la economía, 42% de los trabajadores de la industria y 52% de los trabajadores del comercio trabajaban más de la jornada prevista en la ley.[94]

En Colombia, considerando tanto a asalariados como a quienes trabajan en forma independiente, hombres y mujeres, las horas de trabajo a la semana en el total de las actividades económicas, sumaron 46.7 horas en 1999, contra 47 en 1998. Pero considerando solamente a los asalariados (es decir, empleados y obreros), el tiempo de trabajo semanal aumentó a 48.2 horas en 1999.

Aun en países latinoamericanos tradicionalmente liberales como Costa Rica, la jornada semanal en 1999 fue de 46.8 horas para hombres y mujeres (asalariados e independientes) y aumenta en el mismo año a 49 horas, si se considera únicamente a los hombres.

En Chile, las estadísticas indican que en 1998 la jornada semanal para hombres y mujeres es de 44.1 horas para asalariados e independientes, pero sube a 45.3 si solamente se considera a los hombres. En El Salvador, la jornada semanal para obreros y empleados (hombres) fue de 44.6 horas en 1998.

En México —donde la Ley Federal del Trabajo establece desde 1931 una jornada legal de trabajo de 48 horas a la semana (seis días)— según la OIT, la jornada de trabajo para obreros y empleados asalariados de ambos sexos fue de 44.7 horas en 1999; pero aumentó a 47 horas si se considera únicamente a los hombres. Aquí destaca la rama “pesca”, donde se laboraban 55.4 horas semanarias y 53.9 horas en el ramo de “transporte, almacenamiento y comunicaciones”.

En Corea del Sur, que fue durante muchos años un “tigre asiático” ejemplar, el tiempo semanal de trabajo para obreros asalariados de ambos sexos fue de 47.9 horas en 1999 y de 48.2 horas en el caso de los hombres en el mismo año. Aquí destaca la división “transporte, almacenamiento y comunicaciones”, donde la jornada rebasaba las cincuenta horas y significativamente las 49.5 horas en la industria manufacturera, que es la locomotora del desarrollo capitalista de ese país. Esto, a pesar de que la jornada de trabajo legal es, como vimos, de 45 horas a la semana.

En Canadá, contando sólo obreros (mujeres y hombres), la jornada semanal de trabajo en las actividades económicas, que era de 39.8 horas a principios de la década de los noventas, aumentó a 41 horas en 1999, contra 41.4 horas en 1998.

En Japón, el país que desencadenó la Tercera Revolución Iindustrial en la segunda parte del siglo XX, la estadística in- dica lo siguiente: tomando en cuenta tanto a trabajadores asalariados como a independientes de ambos sexos de todas las divisiones económicas, el tiempo de trabajo promedio fue de 42.3 horas en 1999. Pero si se considera exclusivamente a los hombres, el tiempo semanal aumentó a 46.6 horas en 1999, contra 46.5 un año antes.

En la década de los noventas, en este país oriental que impulsó la revolución onhista, el tiempo semanal de trabajo se redujo en 3.4 horas en el primer caso (trabajadores asalariados) y en 4 horas en el segundo (únicamente hombres).

En España, el tiempo semanal de trabajo fue de 36.2 horas en 1999, contra 36.7 horas un año antes; prevalece aquí, para ambos sexos y en todas las ramas productivas (excluyendo “agricultura, ganadería, caza y silvicultura” y la división “pesca”), un tiempo semanal de trabajo de 35.7 horas, mientras que en la industria manufacturera dicho tiempo es de 36.3 horas. Contando sólo a los hombres (obreros y empleados), el tiempo semanal de trabajo fue de 38.2 horas en 1999, contra 38.6 un año atrás.

En Alemania, la jornada de los obreros hombres en las principales ramas económicas era en promedio de 39.9 horas a la semana en 1990 y pasó, según la OIT, a poco más de 45 horas por semana, es decir, 182.1 horas mensuales en promedio en 1998. En estos cálculos influyen muy probablemente los ajustes laborales de la unificación de las dos Alemanias.

En Estados Unidos, el tiempo semanal de trabajo promedio en el conjunto de las actividades económicas (dejando fuera la división “agricultura, caza, silvicultura y pesca”) para obreros asalariados de ambos sexos ligados a la producción, fue de 34.5 horas a la semana en 1999, contra 34.6 un año antes. Aquí destaca el caso de la división de “Explotación de minas y canteras” en la cual el tiempo semanal fue de 43.8 horas en 1999, y de la división “electricidad, gas y agua” donde fue de 42.3 horas en el mismo año. A su vez, el tiempo promedio de trabajo semanal en la industria manufacturera (donde se asienta la locomotora del “milagro norteamericano” reciente, puesto que aquí se concentran ramas dinámicas como fabricación de maquinaria y equipo, informática y software, contabilidad y equipo de oficina, comunicaciones, aparatos eléctricos y electrónicos, instrumentos ópticos, médicos y de precisión, etcétera) fue de 41.7 horas a la semana.

Cabe señalar que, como se mostró en el capítulo tres, a pesar del boom económico y la revolución tecnológica que experimentó Estados Unidos entre 1992-2000, en el curso de la década de los noventas “el número promedio de horas trabajadas por semana aumentó de 40.6 en 1973, a 50.8 en 1997”.[95] Este fenómeno también se presenta en otros países desarrollados.

Estos incrementos de la jornada laboral y de la plusvalía absoluta están en la base de las siguientes afirmaciones de Robert Boyer:

 

el crecimiento del régimen fordista está muerto. Ha sido reemplazado por una forma totalmente diferente, en donde los múltiples empleos dentro de la misma familia y largas jornadas de trabajo son los únicos métodos para sustentar el creciente consumo familiar […] La expansión del crédito y la especulación financiera complementan la estrategia para mantener los actuales incrementos en los niveles de vida.[96]

 

Por su parte, Jeremy Rifkin expresa que:

 

[…] a lo largo de las últimas décadas el tiempo de trabajo se ha incrementado en 163 horas, o lo que es lo mismo, un mes al año. Más de 25% de los trabajadores de tiempo completo trabajan cuarenta y nueve horas o más, por semana. La cantidad de vacaciones pagadas y de bajas remuneradas también han disminuido en las dos últimas décadas. El trabajador americano medio recibe, en la actualidad, tres veces y medio menos vacaciones pagadas y días de baja laboral remunerados de lo que podía recibir a principios de la década de los años setenta. Con un número de horas de trabajo mayor que en los años cincuenta, los americanos consideran que su tiempo de ocio se ha visto disminuido en más de un tercio. Si las actuales tendencias en lo referente a la cantidad de trabajo siguen igual, al final del siglo los trabajadores americanos emplearán tanto tiempo en sus puestos de trabajo como el que se empleaba en la década de los años veinte.[97]

 

Y otra publicación testifica que “un estudio realizado por la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos indica que las horas de trabajo están llegando en ese país a cifras impresionantes. En el caso de Silicon Valley, se trabajan casi sesenta horas a la semana”.[98]

Los datos anteriores nos permiten corroborar una tendencia a la prolongación de la jornada de trabajo. Esta tendencia es visible en el sector manufacturero, el cual, en promedio en los principales países desarrollados y subdesarrollados se mantiene en 43.5 horas a la semana en 1999, mientras que en América Latina la jornada de trabajo media es de 44 horas a la semana.

 

Cuadro 8

Tiempo de trabajo semanal en la industria manufacturera

por países, 1999 (promedios)

 

Argentina (1998)

48.2

Canadá

38.7

Colombia

48.5

Costa Rica

49.5

Chile (1998)

45.6

El Salvador (1998)

44.3

México

46.4

Perú

49.6

Puerto Rico

41.7

Uruguay

45.7

Estados Unidos

41.7

Hong Kong (1998)

45.5

Japón

46.0

Corea

50.0

Filipinas

46.3

Singapur

49.2

Tailandia (1998)

50.5

España

34.4

Finlandia

38.6

Francia

39.6

Alemania

37.6

Grecia (1998)

42.0

Portugal (1998)

38.0

Suiza

41.3

Suecia

33.3

Australia

40.6

Fuente: Cálculos propios con base en Anuario de Estadístícas del Trabajo 2000,

Organización Internacional del Trabajo, Francia, 2000.

 

Pocos son los estudiosos del tiempo de trabajo en la actualidad y menos todavía los que realizan investigación empírica para ofrecer resultados concretos que posibiliten inferir tendencias a mediano y largo plazos. Autores como Montes Cató y Valentina Picchetti, en su estudio circunscrito a la Argentina, advierten las tendencias y objetivos que persiguen las reformas laborales y contractuales:

 

Es precisamente la adaptación de la jornada por la expansión del empleo con jornadas extensas (sobreocupación horaria) una de las características del nuevo modelo que se consolida a partir del Plan de Convertibilidad. Si durante la década de 1970 y 1980 más del 50% de la población empleada trabajaba entre 30 y 45 horas (históricamente conceptualizada como “jornada normal”), a fines de los noventa la población asalariada ya no se concentra en este rango, sino que tiende a aumentar el empleo caracterizado por una jornada que se extiende a más de 45 horas semanales.[99]

 

Luz Vega también advierte que

 

en países como Argentina, Brasil, Chile o México ha habido una tendencia al aumento de las horas efectivamente trabajadas (superando en algunos sectores la jornada legal), lo cual podría tener relación con el bajo costo de las horas extraordinarias y la falta de operatividad de los mecanismos de control[100]

 

Otro autor, con una perspectiva global en el estudio de la jornada y el tiempo de trabajo, es Sadi Dal Rosso, de la Universidad de Brasilia, quien después de un minucioso análisis del tiempo de trabajo en América Latina y el Caribe,[101] ofrece la siguiente conclusión:

Los datos disponibles permiten concluir la existencia de una tendencia histórica de largo plazo de disminución de la jornada de trabajo en los países latinoamericanos y caribeños. La pregunta siguiente que debemos hacernos es, si al lado de ella, contemporáneamente, no está aconteciendo otro proceso distinto que lleve la duración del trabajo en otra dirección. La respuesta que ofrezco en este trabajo es positiva. En la actualidad, un fenómeno inverso puede ser diagnosticado, tanto en varias sociedades ricas, como en las pobres, a saber, si la duración de la jornada de trabajo media está disminuyendo para algunos, para otros trabajadores está aumentando.[102]

 

En la década de los noventas, la investigación empírica y sus resultados llevan al citado autor a concluir:

 

“El fenómeno de incremento de las horas de trabajo que acabamos de documentar toma lugar en años recientes y se agudiza en los años noventa. Los años ochenta y noventa, en los países latinoamericanos y caribeños, corresponden al periodo en que la economía fue sometida a un proceso más intenso de liberalización, con integración al mercado mundial y, consecuentemente, con una exposición mayor de las empresas a la concurrencia internacional. Sometidas a una mayor concurrencia, las empresas reducen los puestos de trabajo y elevan las demandas de trabajo para los asalariados. Éstos, presionados por amenazas de desempleo y por los bajos salarios que reciben, pasan a aceptar el aumento de la duración del trabajo, que se efectúa por medio del aumento de la proporción de los trabajadores que realizan trabajo extra.

De otra parte, la ideología liberal embiste contra la presencia del Estado en la economía y en la reglamentación de las condiciones de trabajo, y contra la actuación de otros agentes institucionales como sindicatos y las asociaciones de la sociedad civil, en el mercado. Si examinamos los cambios legales de las condiciones de trabajo, en particular, de la jornada laboral, el proceso de desreglamentación tomó lugar en algunos países solamente […] Pero, esta invariabilidad de la ley no ha sido suficiente para impedir un cambio generalizado de las condiciones objetivas del trabajo en relación con el aumento de la duración de la jornada […] La presión ideológica del capital y de los gobiernos sobre los sindicatos coloca a la defensiva a la institución de defensa de los trabajadores, lo que posibilita aumentar el sobretrabajo.

La relación del incremento del tiempo de trabajo, verificado en varios países de la América Latina, con el proceso de liberalización de la economía y la consecuente exposición de las empresas a la dura competencia internacional, indica que el fenómeno tomará formas aún más acentuadas a medida que los efectos de la liberalización se profundicen en las economías nacionales.[103]

 

Depositando en la balanza los aumentos y las disminuciones del tiempo de trabajo, queda claro de lo anterior que no solamente el capitalismo globalizado pugna constantemente por los primeros sino que, como deja asentado Dal Rosso, se establece una estrecha correlación entre la mayor apertura de las economías y la intensificación de la competencia intercapitalista por la conquista de nuevos mercados y de insumos importantes para la producción industrial por un lado, y la presión para orientar las políticas públicas y privadas hacia el aumento del tiempo de trabajo en todas sus formas, por otro.

Estados Unidos permite proyectar las tendencias globales del capitalismo en lo que se refiere a las condiciones y derechos de los trabajadores y de los ciudadanos.

La revolución del mundo del trabajo generó dos tendencias en Estados Unidos: a) una continua eliminación masiva de puestos de trabajo como efecto de la introducción de nuevas tecnologías y el consecuente proceso de automatización y, b) el aumento de la jornada de trabajo —y por ende— de plusvalía absoluta como mecanismo para compensar la reducción sistemática de los salarios y de los subsidios al trabajo, sin olvidar las reducciones del proceso de producción debidas a la crisis, aun en situaciones en que no se aplique tecnología o se realicen mejoras técnicas en la producción.

Quizá la siguiente síntesis exprese con exactitud y generalidad tanto el presente como el futuro que el capitalismo depara al mundo del trabajo:

 

La regulación de la jornada laboral, que fue la verdadera piedra angular de la política socialista a lo largo de los dos últimos siglos, ha sido abatida por completo. Con frecuencia las jornadas laborales duran doce, catorce, dieciséis horas, sin fines de semana ni vacaciones; hay trabajo para los hombres, para las mujeres y también para los niños, para los ancianos y también para los discapacitados. ¡El imperio tiene trabajo para todos! Cuanto más se desregula el régimen de explotación, tanto más trabajo hay. Ésta es la base sobre la que se crean las nuevas segmentaciones del trabajo.[104]

 

Conclusión

 

Uno de los secretos más recónditos de la contabilidad capitalista consiste en borrar la diferencia entre la productividad y la intensidad del trabajo con el objeto de impedir que el pensamiento crítico y sobre todo, los trabajadores puedan reclamar a los empresarios, en la arena jurídica, política y sindical, aumentos de sus remuneraciones debido al segundo concepto.

De aquí que solamente a través de estudios de caso, con levantamiento de encuestas, entrevistas, estadísticas y test elaborados por colectivos de investigadores en centros, institutos y sindicatos se puedan obtener datos concretos sobre el fenómeno de la intensificación del trabajo que está ocurriendo actualmente en la mayor parte de los países capitalistas del orbe. No ha sido ésta nuestra pretensión en el presente libro, ya que el autor no cuenta con los medios financieros, materiales y humanos para realizar tal labor. Sin embargo, sí he intentado reunir información sobre el fenómeno, estrechamente vinculado con otro referido a una tendencia mundial al aumento de la jornada laboral. Los casos atípicos como el de Francia (35 horas indicativas a la semana, pero que pueden alcanzar hasta 39 horas, dependiendo de la fuerza de negociación de los sindicatos), o por ejemplo los “paros técnicos” promovidos por empresas transnacionales como VW, efectivamente pueden ser invocados para aludir a tendencias a la reducción de la jornada laboral. Pero no se debe confundir la política promovida por las empresas transnacionales, al lado de los despidos masivos y la precarización de los empleos en la actual crisis capitalista, con otro fenómeno muy distinto, de carácter histórico-estructural, que apunta a la reducción de la jornada laboral. En veinte años de neoliberalismo esta segunda tendencia ha sido contrarrestada por presiones jurídicas, políticas e institucionales para aumentar la duración absoluta de la jornada de trabajo. En este contexto destaca la tentativa del gobierno de Fox y su Secretaría del Trabajo en México de reformar el código laboral para cercenar los derechos históricos de los trabajadores y para adoptar medidas lesivas para millones de trabajadores y trabajadoras, entre las que figura la intención de aumentar la jornada de trabajo de las actuales 8 horas a 10 horas por día, en un país cuya población desocupada representa alrededor de 24% de la PEA y donde existen 75 millones de pobres en el territorio nacional, de los cuales 66% (50 millones) están ubicados en la pobreza urbana y poco más de 50%, en la extrema pobreza.[105]

El presente estudio nos lleva a constatar que el aumento del tiempo de trabajo es un fenómeno universal que atraviesa países y regiones, al mismo tiempo que aumenta la intensidad del trabajo y presiona a la baja los salarios, independientemente del grado de desarrollo económico y político. Por ello los trabajadores del capitalismo postneweconomy de los países centrales tendrán que lidiar en el futuro inmediato con condiciones de superexplotación del trabajo, precarización y creciente exclusión social muy similares a las experimentadas por los trabajadores de los países dependientes.

 

 

 

 

 

 


 

[1] CEPAL, Panorama Social de América Latina, 2000-2001, Naciones Unidas, 2002, gráfico III.3, p. 93. Para Chile véase a Graciela Galarce, “El modelo genera desocupados”, en www.rebelion.org, 19 de junio de 2000, quien constata un “enlentecimiento” histórico en la creación de empleos en ese país.

 

[2] OIT, World Employment Report 2001, op. cit., p. 30.

[3] Fiori, “¿Adiós a la clase trabajadora?”, en www.rebelion.org, 6 de mayo de 2001.

[4] CEPAL, Panorama Social de América Latina, Organización de las Naciones Unidas, Santiago, 1999-2000, pp. 95-96.

[5] Abelardo Mariña, “Factores determinantes del empleo en México, 1980-1998”, en Comercio Exterior No. 5, México, mayo de 2001, p. 414.

[6] De esta problemática dan cuenta los trabajos de la escuela de la regulación. Para una exposición y análisis crítico de esta escuela véase: Thomas Gounet, op. cit.

[7] Véase a Octavio Lóyzaga de la Cueva, La flexibilizaciónop. cit.

[8] María de los Ángeles Pozas, op. cit., p. 82.

[9] Eduardo Lora, Las reformas estructurales en América Latina: Qué se ha reformado y cómo medirlo, Banco Interamericano de Desarrollo, diciembre de 2001, p. 21. (Documento disponible en formato PDF).

[10] María Luz Vega Ruíz (editora), op. cit., p. 25.

[11] Jaime Saavedra, “Angustias laborales en el Perú de hoy. Pistas para salir de una encrucijada”, en http://www.grade.org.pe/boletin/01/art02.htm.

[12] Víctor Tokman, “El desempleo no se va de América Latina”, en Clarín, Buenos Aires, 18 de diciembre de 1998.

[13] CEPAL, Panorama Social de América Latina, 2000-2001, Naciones Unidas, Santiago, 2002.

[14] Actualmente existen en México tres anteproyectos de reforma a la legislación laboral vigente (Ley Federal del Trabajo y Artículo 123 de la Constitución Política del país): la del gobierno federal, a través de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, y que en esencia recoge la iniciativa que presentó el Partido Acción Nacional (PAN) en 1995; la del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y la de la Unión Nacional de Trabajadores (UNT), estas dos últimas presentadas en la Cámara de Diputados el 5 de junio de 2002. El rasgo común de los tres anteproyectos es su carácter neoliberal; expresa la misma tendencia a la flexibilidad regresiva en nuestro país. Para un análisis, véase Max Ortega, “Programa neoliberal, reforma de la LFT y resistencia sindical y popular”, ponencia presentada en La Legislación Laboral a Debate, Mesa de Debate No. IV: Los investigadores del mundo del trabajo, su análisis y sus posturas ante la Ley Federal del Trabajo, 22 de agosto de 2002 en el Auditorio del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME). Véase asimismo mi ponencia “Empleo y desempleo en el ciclo neoliberal” en la sede del Sindicato Independiente de Trabajadores de la Universidad Autónoma Metropolitana (SITUAM), México, 20 de agosto de 2002, presentada en el mismo evento.

[15] En enero de 1998 el Senado brasileño aprobó la Ley de Trabajo Temporal, que “flexibiliza” el trabajo en todo el país. Esta ley permite establecer contratos temporales de 12 meses, los cuales pueden renovarse hasta por otros 12 meses más, y el empresario queda libre de la indemnización del 40% del Fondo de Garantía por Tiempo de Servicio (FGTS) en caso de despido, mientras que el Valor Patronal a la Contribución del FGTS cae de 8% a 2% al mes. Esta ley “permite la institucionalización del nuevo (y precario) mundo del trabajo en Brasil”, de acuerdo con Giovanni Alves, op. cit., p. 246.

[16] Víctor Soria Murillo, “El mercado de trabajo en Brasil y México a la luz de la integración regional y la crisis financiera”, en Comercio Exterior No. 5, mayo de 2001, p. 426, Cuadro 1.

[17] Según el Conselho Nacional dos Dereitos da Mulher, Gobierno de Brasil, de acuerdo con datos de la Fundación IBGE.Tabulações Especiais del PNAD de 1995 e 1999; Fundação Seade, www.mj.gov.br/sedh/cndm/genero/mj01.html.

[18] José Luís Fiori, op. cit.

[19] Jeremy Rifkin, El fin del trabajo, op. cit., p. 59.

[20] OIT, World Employment Report 2001, Life at Work in the Information Economy, Ginebra, 2002, p. 31.

[21] Silvio Baró, op. cit., p. 70.

[22] Rifkin, El fin del trabajo, op. cit., p. 61.

[23] Ibid., p. 121.

[24] Ibid., p. 81.

[25] James Petras, Centralidad del Estado en el mundo actual, en www.rebelion.org, 26 de mayo de 2001. Cursivas mías.

 

[26] Euardo Febro, “Qué fue de la ‘nueva economía”, en Página 12, 15 de enero de 2001.

[27] OIT, Informe sobre el empleo en el mundo 1998-1999, Tendencias del empleo en el mundo: un panorama desalentador, Ginebra, 1999.

[28] Rifkin, El fin del trabajo, op. cit., p. 29.

[29] James Petras, Globaloney, el lenguaje imperial, los intelectuales y la izquierda, Antídoto-Herramienta, Buenos Aires, 2000, pp. 151-152.

[30] Cit. por OIT, op. cit. P. 31.

[31] Para este tema puede consultarse el libro de Jaime Osorio, Las dos caras del espejo, ruptura y continuidad en la sociología latinoamericana, Triana México, 1995, donde el autor dialectiza sin diluir la relación existente entre clases y sujetos sociales.

[32] Cf. por ejemplo, Michel Piore y Charles Sabel, La segunda ruptura industrial, Madrid, Alianza Editorial, 1990 y Daniel Bell, El advenimiento de la sociedad post-industrial, Alianza Editorial, Madrid, 1989. Es importante señalar que la concepción de la “unificación” del saber-hacer del obrero con los nuevos paradigmas del trabajo, como el toyotismo, es propia de las escuelas empresariales de Recursos Humanos. Para una posición en contrario véase Benjamín Coriat, Pensar al revés, siglo XXI, México, 1992.

[33] Por ejemplo, Clause Offe, op. cit.; André Gorz, Adiós al proletariado (más al1á del socialismo), Editorial El Viejo Topo, Barcelona, 1982; J. Habermas, “Ténica e ciencia como ideología”, en Os pensadores, Sao Paulo, abril de 1975; Anthony Giddens, Un mundo desbocado, Editorial Taurus, Madrid, 2000; Jeremy Rifkin, El fin del trabajo, op. cit., y La era del acceso, op. cit. Sin embargo fue Daniel Bell, op. cit., quien sintetizó las características de la “nueva sociedad”: a) economía de servicios, b) predominio de la clase profesional y técnica, c) primacía del conocimiento teórico, d) planificación de la tecnología y, e) uso de tecnología intelectual.

[34] Para este tema véase a István Meszáros, op. cit., y el polémico libro de reciente aparición de John Holloway Cambiar el mundo sin tomar el poder, el significado de la revolución hoy, coedición Universidad Autónoma de Puebla-Herramienta, Buenos Aires, 2002.

[35] La carta citada está incluida en Karl Marx, Apéndice de La miseria de la filosofía, Ediciones de Cultura Popular, México, 1972, p. 171.

[36] Para este tema consúltense los trabajo de Max Ortega y Ana Alicia Solís de Alba, Estado, crisis y reorganización sindical, ITACA, México, 1999 y Ana Alicia Solís de Alba, El movimiento sindical pintado de magenta, ITACA, México, 2002.

[37] Para este tema véase a Benjamín Coriat, El Taller y el cronómetro, Siglo XXI, México, 1985, y a Néstor López Collazo y Luis Menéndez, “El fordismo como patrón de dominación social”, ponencia presentada en el XXIII Congreso de ALAS: América Latina entre la Decadencia y la Transformación, los Múltiples Desafíos de las Ciencias Sociales, Guatemala, del 29 de octubre al 2 de noviembre de 2001.

[38] Rosa Luxemburgo entendió El capital de Marx como un conjunto articulado dialécticamente, donde el primer tomo constituye los cimientos, mientras que el segundo y tercer tomos, son los pisos del edificio. Esta concepción se encuentra en Franz Mehring, Carlos Marx, Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 378. Asimismo para una visión panorámica del pensamiento de Marx como un todo orgánico que parte de la teoría del valor-trabajo, véase a Ernest Mandel, La formación del pensamiento económico de Marx, de 1843 a la redacción de El capital: estudio genético, Siglo XXI, México, 1972.

[39] Francisco José Soares Teixeira (Org.), Neoliberalismo e reestruturação produtiva, Cortez Editora, São Paulo, 1996, p. 66.

[40] Cit. por Antunes, Os sentidos, op. cit., p. 121. Cursivas del autor.

[41] Puede encontrarse una crítica a esta tesis de Habermas en Antunes, Os sentidos…, p. 135 y ss.

[42] Ib id., p. 155.

[43] Hardt y Negri, op. cit., pp. 42-43.

[44] Véase: OECD, The future of the global economy, towards a long boom?, París, 1999.

[45] Anatomy of a long boom”, en Ibid., p. 12.

[46] "The emerging global knowledge economy”, en Ibid., p. 82.

[47] Idem.

[48] Carlos Marx, El capital, FCE, México, 2000, primera reimpresión, T.I., Capítulo XXIII, p. 538.

[49] Carlos Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política,1857-1858, Siglo XXI, México, Tomo II, 8ª edición, 1980, pp. 229-230.

[50] Ernest Mandel, El capitalismo tardío, ERA, México, 1979, p. 202. Cursivas del autor.

[51] Antunes, Os sentidos, op. cit., p. 124.

[52] Véase este tema en Adrián Sotelo Valencia, Globalización y precariedad..., op. cit. Es importante señalar que esta división internacional del trabajo repercute en las condiciones en que se usa la fuerza de trabajo, provocando una mayor parcialización y precariedad de la misma en los países subdesarrollados y dependientes, como Brasil, México o Chile, que en los países desarrollados de Europa, en Estados Unidos o en Japón. Véase al respecto Helena Hirata, “Relaciones sociales de sexo y división del trabajo, contribución a la discusión sobre el concepto del trabajo”, revista Herramienta No. 14, primavera/verano de 2001, Buenos Aires, pp. 81-91.

[53] Véase a Samir Amin, “Mundialización y acumulación capitalista”, en Samir Amin et. al., La nueva organización capitalista mundial vista desde el Sur, Tomo I, Mundialización y acumulación, coedición Anthropos-Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Humanidades de la UNAM, México, 1995, pp. 11-50.

[54] Véase a Ricardo Antunes, ¿Adiós al trabajo?, ensayo sobre las metamorfosis y la centralidad del mundo del trabajo, Cortez Editora, São Paulo, 2001; Giovanni Alves, op. cit., comprende estos cambios a través de la transición del “toyotismo restringido” de la década de los ochentas al “toyotismo sistémico” de la década de los noventas del siglo XX en Brasil dentro de la noción de superexplotación del trabajo.

[55] Giovanni Alves, op. cit., p. 161.

[56] Porque cuando Giovanni Alves afirma que “El concepto de superex- plotación del trabajo que utilizamos es diverso del utilizado por Ruy Mauro Marini, para quien la superexplotación del trabajo no implicaba un aumento de la capacidad productiva del trabajador asalariado” (op. cit., p. 161, nota núm. 2), no capta que Marini plantea exactamente lo contrario.

[57] Dialéctica de la dependencia, op. cit., pp. 71-72.

[58] Ruy Mauro Marini, “Las razones del neodesarrollismo” (respuesta a Fernando Henrique Cardoso y José Serra), Revista Mexicana de Sociología, año XL, vol. XL, núm. extraordinario (E), IIS-UNAM, México, 1978, pp. 63-64.

[59] Antunes, Os sentidos…, op. cit., p. 120. Cursivas del autor.

[60] Nise Jinkings, O mister de fazer dinheiro, automatização e subjetividade no trabalho bancario, Editorial Boitempo, São Paulo, 1995, p. 65.

[61] Ibid., p. 89.

[62] Rifkin, El fin del trabajo…, op. cit., p. 240.

[63] DIESSE, “O impacto das recentes transformações no mundo do trabalho sobre as contratações coletivas”, II Congresso Latino Americano de Sociologia do Trabalho, 1 a 5 de dezembro de 1996 - Aguas de Lindóia -SP.

[64] Para este tema, véase Agustín Cueva, El desarrollo del capitalismo en América Latina, Siglo XXI, México, 14ª edición, 1993.

[65] Samir Amin, “Mundialización y acumulación capitalista”, op. cit., p. 20.

[66] Antunes, Os sentidos…, op. cit., p. 53.

[67] Giovanni Alves, op. cit., p. 133 y ss. y p. 232.

[68] César Altamira, op. cit.

[69] Ibid.

[70] La prueba empírica de esta tesis se encuentra en Esthela Gutiérrez y Adrián Sotelo, “Modernización Industrial, Flexibilidad del Trabajo y Nueva Cultura Laboral”, en Esthela Gutiérrez Garza (coordinadora general), El Debate Nacional, coedición UANL-Diana, México, 1998, 2ª impresión, pp. 165-203.

[71] Antunes, Os sentidos…,  op. cit., p. 79.

[72] Ibid., p. 80.

[73] Por ejemplo, racionalizando el tiempo que se daba para ir al baño o a la comida, para despabilarse y fumar un cigarrillo, etcétera. De hecho, computar el tiempo de trabajo a partir del momento en que el obrero se pone efectivamente a disposición del patrón, sin considerar, por ejemplo, el tiempo de traslado de su domicilio a la empresa-fábrica, constituye otra tendencia para prolongar la jornada de trabajo, como se constata en Argentina: “Las empresas buscan que cada minuto que un trabajador está bajo sus órdenes sea productivo, a la vez que reducen sus costos, ya que hay un tiempo que los trabajadores utilizan ya sea para cambiarse, llegar a su puesto o trasladarse, como es el caso de las guardias pasivas, en el que de hecho ya están al servicio de la empresa, y no es pagado” (Juan Montes Cató y Valentina Piccheti, “De la jornada determinada a la indeterminación del tiempo de trabajo. Estudio sobre los cambios en la jornada laboral”, ponencia presentada en el XXIII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), Antigua Guatemala, del 29 octubre al 2 de noviembre de 2001, p. 13).

[74] Oscar A. Martínez, “Los trabajadores frente a las nuevas formas de organización del trabajo. El mito de la gestión participativa”, en revista Herramienta, Buenos Aires, otoño de 1998, p. 71.

[75] Rifkin, El fin del trabajo, op. cit. p. 220.

[76] Roque Aparecido da Silva y Marcia de Paula Leite, “Tecnología y cambio tecnológico en la sociología latinoamericana del trabajo”, en De la Garza (coordinador), Tratado Latinoamericano de Sociología del Trabajo, coedición FCE-UAM-COLMEX-FLACSO, México, 2000, p. 114.

[77] Juan José Castillo, “La sociología del trabajo hoy: la genealogía de un paradigma”, en De la Garza, op. cit., pp. 57-58.

[78] Renan Vega Cantor, El caos planetario, ensayos marxistas sobre la miseria de la mundialización capitalista, Herramienta- Antídoto, Buenos Aires, 1999, p. 79.

[79] Rifkin, El fin del trabajo…, op. cit., p. 220.

[80] Oscar A. Martínez, op. cit., pp. 68-69.

[81] Saskia Faber-Taylor, “Patrones de compra y de decisión en las ma- quiladoras de El Paso y Ciudad Juárez”, en Comercio Exterior No. 9, México, septiembre de 1999, p. 781.

[82] Muto Ichiyo, “Toyotismo, lucha de clases e innovación tecnológica en Japón”, en www.rebelion.org, 30 de junio de 2000.

[83] Nise Jinkings, “Los bancarios brasileños en la fase de la reestructu- ración capitalista contemporánea”, revista Trayectorias No. 9, UANL, México, mayo-agosto de 2002, pp. 78-99.

[84] Thomas Gounet, op. cit., p. 48.

[85] Nise Jinkings, “Los bancarios brasileños”, op. cit., p. 86.

[86] Thomas Gounet, op. cit., p. 31.

[87] Giovanni Alves, op. cit., p. 29.

[88] Ibid., p. 251.

 

[89] Helena Hirata, “¿Sociedad del ocio? El trabajo se intensificó” (Entrevista), en Página 12, www.pagina12.com.ar, 1 de febrero de 2001.

[90] Datos tomados de “Jornada de trabalho: lutas e história”, DIESSE No. 197, São Paulo, agosto de 1997, pp. 26 y ss.

[91] OIT, Anuario y Boletín de Estadísticas del Trabajo, Ginebra, 1997.

[92] Para Corea, www.nso.go.kr/cgi-bin/sws_777pop.cgi.

[93] DIEESE,  “O impacto das recentes transformações no mundo do trabalho sobre as contratações coletivas”, Ponencia presentada en el II Congreso Latinoamericano de Sociología del Trabajo, 1 a 5 de diciembre de 1996, Águas de Lindóia, São Paulo, Brasil, p. 17.

[94] Anuário dos trabalhadores: “Horas extras comprometem a criação de novos empregos”, Boletín No. 197 del DIEESE, São Paulo, agosto de 1997, pp. 35-36 y DIEESE, “O impacto das recentes transformações…”, op. cit., Tabla No. 1, p. 8.

 

[95] Arturo Guillén, op. cit., p. 150.

[96] Robert Boyer, “Diversidad y futuro de los capitalismos”, en revista Trayectorias Nos. 7/8, UANL, México, septiembre de 2001-abril de 2002, p. 14. Cursivas mías.

[97] Rifkin, El fin del trabajo, op. cit., p. 263.

[98] Crónica, 14 de mayo de 2000.

[99] Montes Cató y Valentina Picchetti, op. cit., p. 3.

[100] Luz Vega, op. cit., p. 39.

[101] Véase: Sadi Dal Rosso, A Jornada de Trabalho na Sociedade. O castigo de Prometeu, Editora LTr, São Paulo, 1996 y “El tiempo de trabajo en América Latina y el Caribe”, ponencia presentada en el III Congreso Latinoamericano de Sociología del Trabajo en el Área: “Tecnología, Organización y Proceso de Trabajo”, Grupo de trabajo: “Tiempo de trabajo”, Buenos Aires, Argentina, del 17 al 20 de mayo de 2000.

[102] Sadi Dal Rosso, “El tiempo de trabajo…”, op. cit. Cursivas mías.

[103] Idem.

[104] Michael Hardt y Antonio Negri, op. cit., pp. 309-310.

[105] De acuerdo con el Método de Medición Integral de la Pobreza (MMIP) utilizado por Julio Bolvinik y Araceli Damián, en op. cit.