La reestructuración del mundo del trabajo,

superexplotación y nuevos paradigmas de la organización del trabajo

ISBN 968-7943-39-4

Adrián Sotelo Valencia

 

CAPÍTULO 3

 

REESTRUCTURACIÓN CAPITALISTA, EXTINCIÓN DE LA NUEVA ECONOMÍA Y MUNDO DEL TRABAJO PRECARIO

 

Introducción

 

Este capítulo ofrece una visión dinámica de la crisis actual del capitalismo y del agotamiento de la new economy en Estados Unidos. Demuestra que el periodo de prosperidad que esta última experimentó sólo fue coyuntural y que en los inicios del siglo XXI, luego del masivo bombardeo de los medios de comunicación y de la ideología neoliberal en el sentido de que por fin el capitalismo había alcanzado una etapa final de “desarrollo duradero” y en ascenso; reedita la crisis del capitalismo, las contradicciones estructurales, el desempleo, el subempleo, la precarización y la superexplotación de la fuerza de trabajo.

 

1. ¿Depresión larga vs. recuperación duradera?

 

Para comprender la problemática del capital y del mundo del trabajo en la sociedad mundial capitalista de inicios del siglo XXI, es preciso tomar como punto de partida el comportamiento reciente de la economía mundial. Son dos las interpretaciones que al respecto se han esbozado en los últimos tiempos.

Por una lado, a) la que considera que el capitalismo actual ha revitalizado su sistema económico y, por el contrario, b) la que cree que este sistema está muy lejos de recobrar las tasas de crecimiento de posguerra y asume que las tendencias recesivas y depresivas son cada vez más intensas y de más larga duración.

Los principales países de la tríada hegemónica (Estados Unidos, Europa y Japón) se muestran en declive y crisis mientras que China observa un ascenso, con tasas anuales de crecimiento promedio de 10.5% durante los años noventas.[1] Obviamente los organismos internacionales como el Banco Mundial, el FMI, la OCDE y el BID están muy lejos de poner a esta última como ejemplo del camino que se debe seguir, luego de la debacle de los NICs a finales de esa misma década y de las crisis argentina y estadounidense en la actualidad.[2] China sería un “mal ejemplo”, por lo menos hasta que fuera evidente e incontrovertible que ha “abrazado” el sistema capitalista.

François Chesnais señala como causas de la crisis económica, entre otras, la depresión del decenio de los noventas, el debilitamiento o destrucción del trabajo asalariado como forma dominante de producción —en la que se ha empeñado el neoliberalismo sistemáticamente—, la crisis del sistema monetario internacional y la debacle del Estado del bienestar posbélico.[3]

Por su parte, Robert Brenner[4] enfoca las causas de la fase descendente de la economía capitalista mundial y de la crisis en la caída de la rentabilidad del capital provocada por la sobrecapacidad instalada y la sobreproducción de mercancías, derivadas a su vez, de la competencia intercapitalista durante el largo periodo 1973-1996; más que en las presiones salariales al alza por parte de los trabajadores y el consiguiente aumento de los costos laborales, como opinan los economistas neoclásicos de la oferta, particularmente las versiones kaleckianas de esta escuela.

En la posición optimista de la recuperación a largo plazo figuran los autores norteamericanos que hablan de una “nueva economía” en Estados Unidos, la cual habría experimentado ciento doce meses de crecimiento, baja inflación y disminución de la tasa de desempleo.[5] Estas características serían las de una sociedad basada en el conocimiento y la ciencia, en la cual el mundo del trabajo queda minimizado como factor de reconstitución de la tasa de ganancia y de crecimiento del sistema capitalista.

 

2. El agotamiento de la new economy y la precarización del mundo del trabajo

 

El periodo de prosperidad que experimentó la sociedad nor- teamericana de 1993 a 2000 pareciera haber contradicho a quienes vislumbraban crecientes dificultades en el futuro. En efecto, según el Economic Report of the President (Washington, DC, enero 2001), durante dicho periodo la economía norteamericana experimentó cambios de orden cualitativo y estructural que condujeron a muchos autores a hablar del surgimiento de una nueva economía. El Reporte del presidente indica que después de un mediocre desempeño de Estados Unidos durante las décadas de los setentas y ochentas del siglo pasado, en la de los noventas experimentó un poderoso incremento de la tasa real de crecimiento económico (Gross Domestic Product, GDP). En ese periodo disminuyó relativamente la tasa de desempleo y, según las estadísticas del gobierno, se llegó al pleno empleo; las bajas tasas de inflación caracterizaron esa larga expansión. Se dice que aun con el crecimiento moderado de la segunda mitad de 2000, el desempeño económico de esos ocho años habría sido “impresionante”. Así, desde el primer cuarto de 1993 hasta el tercero de 2000 el GDP creció a una tasa promedio anual de 4.0%, o sea, 46% más que el crecimiento promedio acumulado de 1973 a 1993. Según la misma fuente, este “excepcional” crecimiento es un fiel reflejo tanto de la creación de empleos como del incremento de la productividad. Según el Informe, los empleos en nómina se incrementaron en 22 millones desde enero de 1993 y esa porción de la población empleada alcanzó su pico más alto.

En primer lugar, los empleos creados confirman que el capitalismo está muy lejos de ser una “sociedad sin trabajadores”, donde ya no opera la ley del valor y el trabajo asalariado y, en segundo lugar, que la naturaleza de dichos empleos es precaria; por tanto, así como aparecieron en la dinámica expansiva del ciclo pueden desaparecer en la fase recesiva, como está sucediendo en la actualidad. Es de resaltar el crecimiento de la precariedad del trabajo en los Estados Unidos, donde durante la década de los noventas la proporción de trabajadores que perdía sus puestos de trabajo aumentó 15%, mientras que los que después se reubicaban ganaban 14% menos en sus nuevos empleos.[6]

Y lo mismo se pude decir en el caso de Francia, donde

 

75% de los contratos tienen duración determinada (CDD) o son contratos interinos. En cuanto a los asalariados estables, todavía permanecen ciertamente mayoritarios en las empresas (59% de los asalariados tienen más de cinco años de antigüedad), pero constatan la precariedad de su situación, asistiendo, impotentes, a los golpes que la precariedad reparte en torno a ellos.[7]

 

A pesar de los evidentes signos desalentadores que presentaba la economía norteamericana a finales de los años noventas y ante la ausencia de un “relevo ideológico” que sirviera como faro de los presuntos “beneficios” del “modelo” neoliberal ante la caída de los NICs latinoamericanos (Brasil, México y Chile) y de los Tigres Asiáticos, Estados Unidos fue erigido por los ideólogos de la tríada hegemónica como la lumbrera milagrosa del desarrollo capitalista del presente y del futuro:

 

En Estados Unidos la euforia neoliberal de los ochenta se agudizó en los noventa, hacia el final de esa década, cuando ya se hacían notar claros signos de deterioro, el ‘modelo’ todavía seguía apareciendo como guía, ejemplo exitoso, no sólo para los países de alto desarrollo, sino también para la periferia. Algunos indicadores eran publicitados como demostración de un milagro que había quedado solitario luego del derrumbe de los ex-tigres asiáticos, por ejemplo, las buenas tasas de crecimiento del PBI, el bajo nivel de desempleo, el auge del consumo, el ascenso de las cotizaciones bursátiles y los beneficios de algunas grandes empresas.[8]

 

En medio de la crisis de larga duración de la economía mundial, particularmente agudizada desde 1997-1998, las tendencias depresivas de la new economy se acentuaron y contribuyeron a debilitar la duración e intensidad de los ciclos de auge de la economía capitalista como un todo. Tal es el caso de Estados Unidos durante la década de los noventas que, de acuerdo con Robert Brenner

 

ha sido —en términos de los principales indicadores macroeconómicos de crecimiento, producción, inversión, productividad e ingreso real— incluso menos dinámico que sus relativamente débiles predecesores de los años setenta y ochenta (para no mencionar a los de los años cincuenta y sesenta).[9]

 

Brenner agrega que “Después de la recesión de 1990, la economía de Estados Unidos ha experimentado la recuperación más lenta de los tiempos modernos”.[10] En efecto, entre 1990 y 1996, el PIB de este país sólo creció 2% en promedio. Pero después del declive de la new economy a finales de 2000 y comienzos de 2001, proyecciones del FMI (cuadro 1) indican que la economía mundial no sólo crecerá, sino que tendrá comportamientos negativos tanto en 2001 como en 2002, en un escenario de deflación y aumento del desempleo, como ya se constató en el tercer trimestre de 2001, cuando se contrajo la economía norteamericana 1.35%.[11]

 

Cuadro 1

Estimaciones del comportamiento del PIB, inflación y

desempleo en la economía mundial, 2001-2002

 

]

2001

I

20O2

CRECIMIENTO DEL PIB*

 

 

 

 

 

Mundo

2.4%

(-0.2)

 

2.4%

(-1.1)

Países G7 industrializados

1.0%

(-0.2)

 

1.6%

(-1.3)

Estados Unidos

1.0%

(-0.3)

 

0.7%

(-1.5)

Japón

-0.4%

(+0.1)

 

-1.0%

(-1.3)

Alemania

0.5%

(-0.2)

 

0.7%

(-1.1)

Francia

2.1%

(+0.1)

 

1.3%

(-0.8)

Italia

1.8%

(+0.1)

 

1.2%

(-0.8)

Gran Bretaña

2.3%

(+0.2)

 

1.8%

(-0.6)

Canadá

1.4%

(-0.6)

 

0.8%

(-1.4)

Unión Europea

1.7%

(-0.1)

 

1.3%

(-0.9)

Zona Euro

1.5%

(-0.3)

 

1.2%

(-1.0)

Países en desarrollo

4.0%

(-0.4)

 

4.4%

(-0.9)

África

3.5%

(-0.3)

 

3.5%

(-0.9)

Asia

5.6%

(-0.2)

 

5.6%

(-0.5)

China

7.3%

(-0.2)

 

6.8%

(-0.3)

India

4.4%

(-0.1)

 

5.2%

(-0.5)

América Latina

1.0%

(-0.7)

 

1.7%

(-1.9)

Oriente Medio/Turquía

1.8%

(-0.5)

 

3.9%

(-0.9)

Economlas en transición

4.9%

(+0.8)

 

3.6%

(-0.4)

Europa del Este y central

3.0%

(-0.5)

 

3.2%

(-1.0)

Rusia

5.8%

(+1.8)

 

3.6%

(-0.4)

INFLACiÓN

 

 

 

 

 

Países industrializados

2.3%

 

 

1.3%

 

Estados Unidos

2.9%

 

 

1.6%

 

Japón

-0.7%

 

 

-1.0%

 

Alemania

2.4%

 

 

1.0%

 

Francia

1.8%

 

 

1.1%

 

Italia

2.6%

 

 

1.3%

 

Gran Bretaña

2.3%

 

 

2.4%

 

Canadá

2.8%

 

 

1.6%

 

Total G7

2.2%

 

 

1.1%

 

Zona Euro

2.7%

 

 

1.4%

 

Países en desarrollo

6.0%

 

 

5.3%

 

África

9.6%

 

 

5.7%

 

Asia (sin Japón y China)

2.8%

 

 

3.0%

 

China

1.0%

 

 

1.0%

 

América Latina

6.3%

 

 

5.2%

 

Medio Oriente (sin Turquía)

9.4%

 

 

9.0%

 

Economías en transición

21.5%

 

 

18.1%

 

TASA DE DESEMPLEO

2001

 

 

2002

 

Países industrializados

6.0%

 

 

6.6%

 

Estados Unidos

4.9%

 

 

6.0%

 

Japón

5.0%

 

 

5.7%

 

Alemania

7.5%

 

 

7.8%

 

Francia

8.6%

 

 

8.9%

 

Italia

9.5%

 

 

9.4%

 

Gran Bretaña

5.2%

 

 

5.4%

 

Canadá

7.3%

 

 

8.0%

 

Total G7

6.0%

 

 

%6.6

 

Zona Euro

8.3%

 

 

8.6%

 

Fuente: FMI, en El Universal, martes 18 de diciembre de 2001.

*Las cifras indicadas entre paréntesis representan las revisiones (en puntos porcentuales) en relación con las previsiones anteriores del FMI.

 

 

Por otra parte, la crisis actual y la debilidad de la recuperación de Estados Unidos en la década de los noventas del siglo pasado tienen antecedentes en el deterioro de la tasa de rentabilidad de las economías capitalistas avanzadas, que fue mayor al registrado durante los 25 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Desde 1973 variables como crecimiento del producto, inversión, productividad y salarios reales, han representado sólo entre un tercio y 50% respecto a las tasas de los periodos 1950-73 y 1970-73, respectivamente. Incluso la rentabilidad agregada entre los años 1970 y 1990 en el sector manufacturero de las economías del G-7 fue inferior en 40% a la del periodo de 1950 a 1970.[12]

Por lo anterior, el “milagro norteamericano” se debe relativizar como lo que es: un fenómeno pasajero y contradictorio dentro del proceso ascencional de la crisis de la economía capitalista mundial.

Contra los postulados de la ideología neoliberal, no fue el mercado sino la intervención del Estado la responsable de la atenuación de la crisis en Estados Unidos. Efectivamente, la recuperación de la crisis de sobreproducción de la década de los setentas en ese país:

 

encontró durante los ochenta y noventa una valla de contención importante en el gasto público que suavizó los déficit de demanda causados por la desaceleración salarial. Los beneficios empresariales eran apuntalados comprimiendo los costos laborales, el mayor gasto público no tenía como contrapartida el aumento de los impuestos, sino la expansión de la deuda estatal. Ello fue acompañado por desajustes en la estructura industrial, la degradación de buena parte de la cultura técnica y la precarización del empleo. La integración social, una de las ‘conquistas’ de la era keynesiana, se fue deteriorando, creció la exclusión.[13]

 

La recuperación de la tasa de ganancia de Estados Unidos obedeció, entonces, a medidas monetaristas como la devaluación del dólar y la reducción salarial impuestas por el Estado:

 

A pesar de que en Estados Unidos el crecimiento seguía lento, la rentabilidad comenzó a subir, incluso en forma dramática hacia mediados de los noventa. Esto se debió, en parte, a que el crecimiento salarial fue eficazmente reprimido y el dólar fuertemente devaluado contra las monedas de Alemania y Japón. Pero, también en parte, a que el sector manufacturero de los EE.UU. logró una cierta racionalización y revitalización, principalmente mediante la eliminación del capital redundante e ineficaz y la intensificación del trabajo.[14]

 

Otros autores como Michael Mandel aseguran que la expansión de la new economy obedeció al creciente endeudamiento de las corporaciones no financieras y de las familias. Así es como la proporción de la deuda de las segundas respecto a su ingreso disponible subió de 80% en 1989 a alrededor de 100% en 2000, mientras que la de las primeras se incrementó 34% entre finales de 1997 y finales de 2000.[15] Además (señala Mandel, p. 200), la expansión de la new economy fue financiada con flujos de capital extranjero: en 1995 la inversión extranjera en Estados Unidos representaba sólo 8% del total de la inversión norteamericana (residencial y de las corporaciones) mientras que para 2000 dicha inversión extranjera había alcanzado un pico de 26% del total de la inversión, lo que convirtió a ese país en un deudor neto en escala masiva; su deuda alcanzó la fabulosa cifra de 1 billón de dólares a finales de 1999.

Todo ello desmiente a quienes hicieron una “panacea” del crecimiento económico neoliberal, pues ya no se puede ocultar que uno de los rasgos esenciales de este crecimiento es su propensión a acusar niveles decrecientes de las variables que indican el incremento de la acumulación de capital. En efecto,

 

En la misma medida en que la globalización con predominio neoliberal se ha impuesto, la economía mundial ha ido creciendo de una forma más lenta. Si entre 1950 y 1973, el producto a nivel mundial creció a un ritmo de casi 5%, en promedio anual, y entre 1974 y 1980 descendió hasta 3.5%; entre 1981 y 1990, creció solamente 3.3% en promedio, y en los más recientes años, entre 1990 y 1996, ese ritmo de crecimiento fue sumamente bajo, de solamente 1.4 por ciento.[16]

 

De lo anterior resulta que, ante el declive histórico de las tasas de crecimiento de la economía mundial y el consiguiente deterioro de la tasa de ganancia de las principales corporaciones multinacionales y globales, los verdaderos artífices del desarrollo del capitalismo mundializado de finales del siglo XX y principios del siglo XXI son el aumento de la tasa de explotación del trabajo, la reducción salarial y el incremento de la productividad del trabajo con cargo en el desarrollo tecnológico.

Cae, pues, por su propio peso la idea corriente de que el “secreto” del milagro norteamericano se tiene que encontrar únicamente en la dinámica bursátil (burbuja financiera) y en la política de la FED del gobierno estadounidense.

En contraposición con esa postura, François Chesnais afirma que el crecimiento en ese país tiene en su base el aumento de los índices de productividad y de las tasas de explotación del trabajo. Así nos dice que:

 

El aumento de la productividad es una de las razones, sin ser de ningún modo la única, del bajo nivel de inflación conocido por la economía estadounidense durante un periodo tan largo de expansión cíclica. Pero existe asimismo el nivel —más importante todavía— de las relaciones de explotación, que permite explicar de qué manera un régimen de acumulación tan marcado por un proceso de valorización del capital, en el que los dividendos y los intereses ocupan buena parte de los beneficios que las empresas reservan para la inversión y para la investigación y desarrollo, no se adentra de inmediato en un callejón sin salida. El aumento de los índices de explotación de los trabajadores ha equilibrado, al menos en parte, el crecimiento de los beneficios distribuidos a los accionistas.[17]

 

  Bajo esta nueva estrategia globalizadora del capital, para resarcir la tasa de ganancia y mantener la ilusión del crecimiento sostenido, los mercados laborales de prácticamente todo el mundo son sometidos cada vez más a todo tipo de arbitrariedades y a la superexplotación del trabajo que se engrana con los nuevos métodos de producción y organización laboral de la ideología toyotista. Además, dichas estrategias se van adueñando de procesos de trabajo y de franjas de trabajadores en los países desarrollados, lo cual demuestra que las bases del “milagro norteamericano” tienen allí su explicación y no, como se divulga en los medios oficiales, en el desarrollo de la ciencia y la tecnología, o como lo difunden también los medios de comunicación que

 

atribuyen el crecimiento económico estadounidense de la última década a “la revolución de la información” y a la tecnología de la informática. Sin embargo, en Japón se ha aplicado la misma tecnología al robotizar las fábricas, y el crecimiento del país se ha estancado los últimos diez años. Europa también ha aplicado las tecnologías de informática, obteniendo el mismo crecimiento lento como resultado […] El “secreto” del “milagro económico” de EU no son las tecnologías avanzadas sino el hecho de que se ha intensificado la explotación de los trabajadores por parte de los patrones y el absoluto control de éstos sobre el lugar de trabajo […] El presidente del Banco Central de EU (o la Reserva Federal), Alan Greenspan, afirmó sin empacho “[…] que la gran ventaja que EU tiene sobre Europa y Japón es que el empresariado estadounidense goza de mayor libertad para contratar y despedir a sus empleados.

Las compañías estadounidenses no sólo pueden despedir más fácilmente a sus empleados que las europeas, sino que también les sale más barato […] existen muy pocas, si es que las hay, “garantías de liquidación”. Según Geenspan, ‘la falta de rigidez laboral es la clave del milagro económico de EU’.

La rigidez laboral en Europa implica de cuatro a seis semanas de vacaciones, en vez de una o dos semanas que se dan en EU, la obligación de las empresas de hacer mayores contribuciones para financiar programas de pensiones y de salud, así como una semana laboral más corta para todos los trabajadores.

En otras palabras: el “secreto” del milagro económico estadounidense es el poder que el capital usa para despedir a los trabajadores a voluntad, el poder obligar a los asalariados del país a trabajar 30 por ciento más horas que los europeos con muy poco o ningún fomento a la salud.

Así, las “nuevas tecnologías” no incrementan directamente la productividad. Más bien, una explotación intensificada de los trabajadores estadounidenses permite introducir estas nuevas tecnologías para beneficio de los capitales.

Mientras que los asalariados europeos disfrutan hoy de más tiempo libre que hace 20 años, en EU se cumple exactamente lo contrario, pues los trabajadores trabajan 20 por ciento más y cuentan con menos garantías en cuanto a cobertura médica y pensiones.[18]

 

Pero, ¿cómo se llegó a esta situación?

Muchos analistas ven la clave del éxito de esta imposición de la estrategia patronal posfordista en las derrotas que sufrieron la clase obrera y, en general, los movimientos populares en el curso de la década de los ochentas. Así, según Giovanni Alves:

 

En los países capitalistas centrales, la nueva ofensiva del capital en la producción, a partir de mediados de los años setenta, se orientó a debilitar la condición obrera desmontando ventajas y beneficios sociales inscritos en el Welfare State, elevando los niveles de desempleo estructural, como en el caso de Europa Occidental, o precarizando el mercado de trabajo, como en el caso de Estados Unidos. Es un proceso histórico de larga duración que prosigue hasta nuestros días.[19]

 

Sin embargo, esa derrota no fue homogénea, sino que dependió de distintas coyunturas y correlaciones de fuerzas en cada país o región.

En efecto, las diferencias estructurales y políticas entre los trabajadores estadounidenses y los europeos se derivan del distinto grado de organización y presión que la clase obrera ejerce sobre el Estado y el capital. En Estados Unidos, a la caída del nivel organizativo de los trabajadores expresada en la precarización del trabajo corresponden fenómenos tales como

 

el hecho de que en términos de protección contra la enfermedad, de jubilación, etc., el precio de venta de la fuerza de trabajo de los obreros norteamericanos haya caído, en particular desde los años sesenta, a niveles bastante  inferiores que los de los países europeos. Lo mismo vale para la duración del trabajo: semana más larga y vacaciones pagadas mucho más cortas.[20]

 

El estancamiento de los salarios por más de una década en Estados Unidos ocurrió durante la administración de Bill Clinton, lo que en verdad coadyuvó a la recuperación y el crecimiento de la tasa de ganancia de las grandes empresas con capacidad de acumulación dentro del sector privado respecto a sus comportamientos históricos de 1978 y 1989.[21]

Efectivamente, de acuerdo con Brenner[22] en Estados Unidos, junto a un declive de la productividad del trabajo entre 1973 y 1990, el salario real por hora trabajada en el sector privado se desplomó 12%, declinando a una tasa anual de 0.7% y, según el mismo autor, no volvió a recuperarse sino 24 años después, en 1997. En el sector manufacturero, la declinación anual promedio del salario fue de 0.8%, acumulando una pérdida de 14% en términos reales entre 1973 y 1990. Es más: entre 1979 y 1999 en Estados Unidos se consolidó un mercado de trabajo de bajos salarios ya que “más de la mitad de la fuerza laboral ha experimentado en sus salarios descensos de 8% a 12%, durante el periodo entre 1979 y el presente […] Hoy en día casi un tercio de todos los trabajadores están ocupados en labores de baja calificación que pagan menos de US$15 000 al año”; es decir, unos 40 dólares por día.[23]

De esta forma, los empleos se vuelven más sensibles al comportamiento histórico del ciclo económico porque los mercados de trabajo se han colocado como elementos fundamentales del patrón neoliberal de acumulación de capital en Estados Unidos. Además, porque la crisis mundial (que Chesnais caracteriza como económica y no sólo financiera), “hunde sus raíces en las relaciones de producción y de distribución que rigen cada economía y comandan el carácter jerarquizado de la economía mundial tomada en su conjunto”.[24] Esta caracterización rompe con las concepciones exogenistas de la crisis y la considera como un mecanismo endógeno de funcionamiento del capitalismo neoliberal. Así, la new economy asume el régimen de superexplotación porque el sistema

 

lleva el sello de un régimen de acumulación que superexplota a los trabajadores, que presiona a las más amplias capas de la sociedad por medio del impuesto y el interés sobre los créditos, pero que no llega, sin embargo, a apropiarse y a centralizar la cantidad de riquezas que necesita el capital. Según lo demuestra Claude Serfati, aunque el grado de explotación del trabajo aumentó mucho por la disminución de los salarios, así como por la intensificación del trabajo y, en muchos países, por la extensión de su duración, el sistema capitalista como un todo no produce suficiente valor. ¿Por qué? Porque la inversión ha caído a niveles muy bajos (…), de manera que globalmente la acumulación no arroja a la plaza suficiente capital nuevo creador de valor y plusvalía.[25]

 

Coincido con la idea de que la caída de la inversión productiva provoca la insuficiencia de la producción de valor en la economía neoliberal en la medida en que se reduce la masa de fuerza de trabajo empleada por el capital en la esfera de producción y, por ende, de la producción de valor y plusvalía. Sin embargo, hay que señalar que como causa adicional de la disminución a largo plazo de la masa de valor (que en buena medida responde por el concomitante aumento de la inversión improductiva-especulativa), figuran el reemplazo de fuerza de trabajo viva por equipos, maquinaria y tecnología informati- zados, además de los despidos en masa de trabajadores y del incremento inusitado del desempleo.

En este sentido, Jeremy Rifkin asegura que:

 

la tercera revolución industrial fuerza una crisis económica de ámbito mundial de proporciones monumentales, debido a que millones de personas pierden sus puestos de trabajo a causa de las innovaciones tecnológicas, mientras que el poder adquisitivo se desploma. Al igual que ocurrió en la década de los años 20, nos hallamos peligrosamente cerca de una gran depresión, mientras que ninguno de los actuales líderes mundiales quiere reconocer que existe la posibilidad de que la economía global se esté acercando, de forma inexorable, hacia un mercado laboral decreciente, con unas consecuencias para la civilización extremadamente peligrosas y preocupantes.[26]

 

Recapitulando lo dicho hasta aquí se puede afirmar que la recuperación de la economía de Estados Unidos durante los noventa fue producto de una combinación de varios factores. Como dice Robert Brenner,

 

Durante la primera mitad de los 80, las altas tasas reales de interés, más el altísimo dólar inducido por éstas, significaron un desastre para amplias secciones de la industria manufacturera de los EE.UU. Las exportaciones bajaron, las importaciones se dispararon, el déficit de cuenta corriente rompió todos los récords y la rentabilidad manufacturera temporalmente colapsó. No obstante, el sector manufacturero de EE.UU. empezó a autorracionalizarse y, con el cierre de muchas de sus unidades menos productivas y los despidos masivos de trabajadores, se inició la recuperación del crecimiento de la productividad del trabajo. Como parte integrante de la misma evolución, el sector de servicios explotó a través de una vasta expansión de trabajos de baja productividad y salarios bajos, facilitado por la ‘flexibilidad’ sin comparación del mercado laboral de EE.UU., cada vez más libre de los sindicatos. Entretanto, con bajos retornos sobre los stocks de capital que desincentivaban la asignación de largo plazo de recursos en nuevas plantas y equipos, el dinero se destinó crecientemente a las finanzas y a la especulación, así como al consumo suntuario, pues el camino estaba pavimentado en esa dirección por el patente bandazo de la política estatal a favor de los ricos en general y de los financistas en particular.[27]

 

En otro trabajo[28] Brenner argumenta que la recuperación de la rentabilidad de la industria norteamericana y, por ende, de la tasa de ganancia, obedeció a tres factores: a) la revitalización de la competitividad, b) una fuerte devaluación del dólar de 60% frente al yen japonés y de 40% frente al marco alemán y, c) un congelamiento y reducción por más de una década de los salarios de los trabajadores.[29]

Otros autores derivan la recuperación y expansión de la economía norteamericana de los incrementos de la productividad del trabajo con cargo en el desarrollo científico-tecnológico, ocultando los procesos de explotación del trabajo que dichos incrementos conllevan.[30] Sin embargo, el problema de fondo es que no existe uno solo sino varios métodos de medición de la productividad del trabajo, cuestión que lleva a que se obtengan resultados relativos y contradictorios en función de la metodología que se aplique, la cual responde a los intereses de clase de los organismos y personas encargadas de su elaboración.

De manera sensata Elaine Levine constata que no hay un consenso respecto al problema de la productividad en relación con las causas del deterioro de ese indicador en Estados Unidos. Sin embargo, afirma que “hay concordancia en que por lo menos a partir de la segunda mitad del siglo [veinte] el crecimiento relativo de la productividad estadounidense ha sido poco favorable en comparación con otros países industrializados”.[31]

Sin que el tema de la productividad del trabajo sea objeto de estudio en el presente libro, asumimos la definición que de ella hace Marx en El capital cuando dice:

 

sea condición o efecto, el volumen creciente de los medios de producción comparado con la fuerza de trabajo que absorben expresa siempre la productividad creciente del trabajo. Por consiguiente, el aumento de ésta se revela en la disminución de la masa de trabajo, puesta en relación con la masa de medios de producción movidos por ella, o sea, en la disminución de magnitud del factor subjetivo del proceso de trabajo, comparado con su factor objetivo.[32]

 

En función de esta definición conceptual de la productividad del trabajo, creemos que la recuperación norteamericana de la década de los noventas, combinó aumento de inversiones productivas y un determinado desarrollo científico tecnológico aplicado al proceso productivo con la intensificación del trabajo, la reducción salarial y la prolongación de la jornada laboral.[33]

De este modo la recuperación norteamericana comprendió cuatro dimensiones, a saber: a) la racionalización del sector manufacturero y la consiguiente disminución de las plantillas laborales; b) el crecimiento de una economía intensa en trabajo, particularmente de mercados de trabajo precarios; c) bajos salarios para los trabajadores junto al predominio del sector financiero, y d) prolongación de la jornada laboral.

Así, pues, el boom de la economía norteamericana durante la década de los noventas, particularmente a partir de 1998, parece haber llegado a su fin en el despuntar del siglo XXI de- bido al agotamiento de las reservas que le sirvieron de soporte: el aumento de la rentabilidad industrial, el relativo aumento de la productividad del trabajo derivada de la aplicación de desarrollo tecnológico y de las “virtudes espectaculares” de la burbuja financiera.[34]

Sin embargo, como sostenemos en este libro, consideramos que la base fundamental de la caída de la rentabilidad, del agotamiento y de la entrada en crisis de la nueva economía radica esencialmente en su profunda incapacidad para crear el suficiente valor y plusvalía como para reproducir la acumulación de capital en condiciones de “normalidad”; esto es, incrementos constantes de la tasa de ganancia que afiancen la marcha del sistema capitalista mundial sin perturbaciones bruscas que profundicen sus contradicciones estructurales y sociopolíticas. Porque, en última instancia, lo que hace una crisis capitalista como la actual es impugnar “la propia valorización del capital, es decir, la capacidad del capital de explotar al trabajo, y esa impugnación no sucede esencialmente en la esfera de la distribución sino en la producción misma”.[35]

 

2.1. Crisis y revitalización del ciclo económico

 

Si alguna vez pudo pensarse que la new economy era responsable de la “anulación” de los ciclos económicos y de la estabilidad duradera,[36] con la actual crisis de la economía norteamericana y, por ende de la economía mundial, esa tesis se hace pedazos. Por el contrario, se revitaliza la teoría de las crisis y del comportamiento cíclico del capitalismo que lo conducen hacia su autodestrucción. Como dice el premio Nobel de economía, Joseph Stiglitz:

 

Alguna vez se pensó que la ‘nueva economía’ era el final del ciclo de los negocios. Con la producción ‘just-in-time’ —que implica menores inventarios—, nuevos sistemas de información que permitían un mejor control de los inventarios y la reducción de la manufactura, los ciclos de inventarios parecían ser ya cosa del pasado. Pero las fluctuaciones económicas han marcado al capitalismo desde sus orígenes y los ciclos de inventarios son sólo una de las fuentes de fluctuación.[37]

 

Kostas Vergopoulos, citando a Paul Krugman, afirma que “el sistema actual de mundialización es responsable de su propio camino hacia la depresión. ‘Sería deshonesto, precisa el economista de MIT, elogiar los méritos de un sistema precisamente cuando este sistema está en vías de derrumbarse".[38]

Por su parte, Petras exhibe los magros resultados de la new economy en Estados Unidos y reafirma, al mismo tiempo, las características de la recuperación. Dice:

 

Las perspectivas para una recuperación rápida son tenues, ya que una tasa de ahorros negativa, déficit inmensos y un dólar fuerte inhiben el crecimiento interno o impulsado por la exportación. Al coincidir las crisis estructural y cíclica, es altamente posible que la recesión continúe por algún tiempo más. La recesión desautoriza totalmente a los ideólogos de la TI [Tecnología de la Información] que declaraban que la “Nueva Economía” ha convertido en anticuados los ciclos económicos. En realidad, las compañías de TI han sido las más afectadas en el bajón actual. Más de un 80 por ciento de las .com no son lucrativas.[39]

 

El punto clave del derrumbe y de la extinción de la new economy radica en la crisis y agotamiento del patrón de reproducción de capital de los tigres asiáticos:

 

A casi tres años del derrumbe de los ex tigres asiáticos han pasado a un segundo plano los pronósticos acerca del progreso indefinido del capitalismo liberal, la sucesión de recesiones y colapsos periféricos, el estancamiento prolongado de Japón, el crecimiento débil de Europa Occidental (con desequilibrios sociales y económicos en ascenso) y el inminente fin de la prosperidad norteamericana podrían anunciar próximas crisis mucho más graves que las conocidas hasta ahora”.[40]

 

Y el anuncio se convirtió en realidad lastimosa con la crisis terminal del patrón capitalista neoliberal dependiente de la Argentina, que no tiene visos de solución ni en el mediano ni en el largo plazos. El secretario ejecutivo de la CEPAL, Juan Antonio Ocampo, reconoce que “la vulnerabilidad de nuestras economías quedó, en definitiva, nuevamente demostrada. La secuencia de un lento crecimiento en 2001 (0.5%) y en 2002 (1.1%) es la peor.[41]

Esta debilidad congénita de la política macroeconómica del neoliberalismo se expresa en el hecho de que la tasa promedio anual de crecimiento del PIB en América Latina durante la década de los noventas fue de sólo 1.2%. Si se considera el promedio del periodo neoliberal (1981-2001), dicha tasa fue apenas de 2.05%,[42], mientras que el producto por habitante fue negativo en -0.9% en los años noventa y creció sólo 0.15% durante todo el periodo neoliberal.[43]

El secretario ejecutivo de la CEPAL, Juan Antonio Ocampo afirma: “Esto significa que el ingreso per cápita está por debajo de las tasas logradas por los países industrializados y el ritmo es tan lento en América Latina que le tomaría un siglo llegar a los niveles actuales de los países desarrollados”.[44] Nuevamente se invoca, como al dios griego, el take off de Rostow para justificar cincuenta años después el subdesarrollo y la dependencia producto de la monumental expansión capitalista.

Y recientemente las cosas no resultan tan halagadoras. El Anuario de la CEPAL indica que la economía de América Latina sólo creció 0.5% en 2001 mientras que, ajustando sus proyecciones a la baja, el FMI estima un crecimiento de 0.7% en 2002.

Por su parte, Brasil creció 1.7% en 2001 y México decreció -0.4% en el mismo año como producto de la recesión que, según la Secretaria de Hacienda[45], experimentó la economía durante dos trimestres consecutivos en ese año. Sin embargo, dicho organismo confirmó que la economía mexicana se contrajo -2.0% en el primer trimestre de 2002, respecto a igual periodo del año anterior.[46] A lo sumo se proyecta un crecimiento de 1% para 2002.

Argentina, la economía más violentamente golpeada por la crisis estructural del capitalismo y las políticas neoliberales fondomonetaristas, con la mitad de su población en el desempleo abierto y en la pobreza, experimentó una contracción de -3.8% en 2001 y se proyecta una nueva contracción de -3.5% en 2002, con lo que se completarían cuatro años de recesión ininterrumpida.

Particularmente grave es este último caso porque, frente a déficits sistemáticos en sus tasas de crecimiento, el endeudamiento externo (que en 2001 alcanzó 142 mil 300 millones de dólares [mdd] según el Anuario Estadístico de la CEPAL, o 154 mil 951 mdd [54.7% de su PIB], de acuerdo con otras fuentes)[47], constituye un lastre que impide en el futuro cualquier tentativa ya no de desarrollo, sino de crecimiento económico. Esta situación perfila a la economía argentina como el eslabón más débil de la cadena del patrón capitalista dependiente neoliberal, como se aprecia en el cuadro 2.

 

3. Desempleo estructural y crisis de la new economy

 

Durante la primera mitad de la década de los noventas fueron despedidos alrededor de 2 millones de trabajadores productivos en Estados Unidos y solamente un tercio de ellos logró posteriormente reincorporarse, pero con una disminución de sus ingresos de 20%.[48] Por su parte, los medios de comunicación y las agencias especializadas de ese país informaron que solamente en los dos primeros meses de 2001 se despidieron alrededor de 200 mil trabajadores en ese país y en el periodo de marzo de 2001 (cuando comenzó oficialmente la recesión de la economía en los Estados Unidos) a diciembre de 2001 cerca de 1.2 millones de trabajadores perdieron sus puestos de trabajo. De este modo, la tasa de desempleo se situó oficialmente en 5.8%, mayor a la que corresponde al año 2000 que fue de 4%, el nivel más bajo de los últimos 30 años.

Después de un breve periodo (entre 1993 y 2000), reapareció el desempleo, el cual no tiene tintes de solución ya que, aunque en 1993 el gobierno había anunciado la creación de un millón 230 mil empleos no señaló que 60% de ellos (728 mil) constituían empleos temporarios a tiempo parcial en el sector de los servicios[49], hoy en proceso de saturación.

La problemática del desempleo es más aguda por empresas y sectores.

Chrysler Corporation, una de las tres empresas automotrices más importantes del mundo, anunció que reestructurará su producción a la baja en el continente americano, lo que implicará el recorte de 26 mil trabajadores en todas sus líneas, de los cuales 10% serán mexicanos (alrededor de 2 mil 600 trabajadores). Las plantas por cerrar son la fábrica de transmi- siones de Toluca, México; y las ensambladoras de Córdoba, Argentina; y de Paraná, en Brasil. Asimismo planea trasladar la producción de la fábrica de motores de Detroit. Todo esto irá acompañado del recorte de la producción en sus fábricas en Detroit, Toledo, Ohio, Newark, Delaware y en tres sitios en Ontario, Canadá.

Por su parte, el 11 de enero de 2002, la Ford Motor Company anunció el cierre de cinco plantas en Estados Unidos, la reducción de su producción en 16% y el despido de 10% de su fuerza laboral, equivalente a 35 mil trabajadores en todo el mundo, 22 mil de ellos en ese país. La directiva de la segunda empresa automotriz del mundo, con presencia en 40 países, indicó que las cinco plantas que se cerrarán a largo plazo están ubicadas en Ontario, Canadá, y en Estados Unidos: Edison, Nueva Jersey; St Louis, Missouri; Cleveland y Michigan. Otras once plantas sufrirán una “racionalización considerable” y en nueve de ellas la producción se desacelerará a lo largo de los próximos años.

General Motors, el fabricante de vehículos número uno del mundo y el único de los tres más grandes que reportó ganancias en 2001, también planea despedir en 2002 a 5 mil 670 trabajadores en Estados Unidos; es decir, 10% de su fuerza laboral en esa región.[50]

El jueves 29 de marzo de 2001, el fabricante de automóviles Delphi anunció el despido de 11 mil 500 personas en el mundo (5% de su plantilla total) y el cierre de nueve fábricas. El martes 27, Disney señaló que daría de baja a 4 mil empleados y el 22 de marzo Procter and Gamble anunció que entre este año y 2004 dimitirá a 9 mil 600 empleados, 16% de su plantilla.[51]

En Estados Unidos, el jueves 25 de enero de 2001 en The Wall Street Journal, AOL Time Warner anunció el recorte de 2 mil empleos, lo cual tendría lugar una semana después de que CNN News Group anunciara la liquidación de 400 empleados. Los recortes que el gigante de la comunicación ha realizado en dos semanas afectan a 2 mil 400 trabajadores.

Las compañías multinacionales de telecomunicaciones, la sueca Ericsson y la Lucent Technologies Inc., informaron el 22 de abril de 2002, que despedirán a 20 mil y 6 mil empleados, respectivamente, tras reportar pérdidas en los meses recientes. En 2001, Ericsson ya había suprimido 22 mil empleos.

La empresa del ramo de tecnología de punta, Lucent Tecnologies Inc., el mayor fabricante en el mundo de equipos de telecomunicaciones, también anunció el recorte de 10 mil empleados, equivalente a 10% de su fuerza de trabajo. Esta compañía lanzó desde enero de 2001 un masivo plan de reestructuración y despidió a 6 mil empleados de un total de 56 mil. En la segunda fase de su plan de reestructuración ya había despedido a 23 mil 600 empleados, además de haber suprimido 10 mil 500 puestos en la primera fase, mientras que otros 8 mil 500 empleados se acogieron a un programa de “jubilación anticipada”. En total, esa empresa ha despedido a 48 mil 600 trabajadores y empleados entre 2001 y 2002.[52]

El jueves 22 de marzo de 2001, Procter & Gamble, empresa norteamericana fabricante de pañales, detergentes y otros de higiene íntima en general, y que mantiene una posición monopólica en el mercado de alimentos con una división dedicada a bebidas y aperitivos, anunció que despedirá a 9 mil 600 trabajadores, alrededor de 9% de su plantilla, con el objetivo de reducir sus costos de operación en unos mil 400 millones de dólares después de impuestos. La empresa, que tiene más de 110 mil trabajadores distribuidos en 140 países, dijo que estos recortes laborales se añadirán a los 15 mil anunciados en 1999 y de los cuales todavía quedan por efectuar 7 mil 800. Esta empresa prevé ahorros de entre 600 y 700 millones de dólares, como consecuencia de la reestructuración que lleva a cabo hasta el año fiscal 2004.[53]

La empresa American Express suprimió alrededor de 6 mil empleos y en 2001 acumula un total de despidos de entre 13 mil 200 y 14 mil 200, que equivalen a 15% del total de efectivos por despedir.[54]

Quizás donde más se acentuaron los despidos y el desempleo es en el sector aeronáutico mundial, donde debido a la desaceleración que venía experimentando la economía internacional y el propio sector, y al pánico causado por los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, el total de despedidos alcanzó la cifra de 175 mil 120 empleados (Cuadro No.3).

 

Cuadro 3

Empleos perdidos en aerolíneas y empresas

de aviación en el mundo en 2001

 

Empresa

Empleos perdidos

Boeing

30,000

American

20,000

United

20,OOO

Delta

13,000

Continental

12,000

US Airways

11,000

Northwest

10,000

Air Canada

9,000

Swissair

9,000

British Airways

7,000

Lufthansa

4,800

GE Aircraft

4,000

Bombardier

3,800

Alitalia

3,500

Iberia

3,000

Aer Lingus

2,500

American West

2,000

Embraer

1,800

Midway

1,700

Royal Airlines

1 ,400

Air Transat

1,300

Virgin Atlantic

1,200

Austrian Airlines

800

LanChile

650

Midwest Express

450

Aerocontinente

450

Frontier Airlines

440

Air Europa

330

Fuente: El Universal, 17 de septiembre de 2001.

 

En síntesis, la crisis de la new economy (agudizada después de los acontecimientos del 11 de septiembre que llevaron a Estados Unidos a desplegar el mayor ataque militar contra un pueblo, Afganistán, con el objetivo de reproyectar su poder militar intervencionista por todo el planeta)[55] se reflejó en el despido de alrededor de 2 millones de trabajadores en el transcurso de 2001, casi tres veces el número de despidos notificados en 1999. La tasa de desempleo abierto alcanzó 5.8% en ese año, según la firma de colocaciones Challenger, Gray & Christmas[56], y para abril de 2002, la tasa de desempleo había subido a 6%, de acuerdo con el Departamento del Trabajo de Estados Unidos.[57]

La estructura del desempleo en Estados Unidos se aprecia en las siguientes tasas por sectores de la población: para el grupo “afroamericano” es de 10.7%; para los “hispanos”, de 7.3% y para los “anglos”, de 5%. En total, el desempleo en esa nación se calcula en unos 8 millones de personas.[58]

 

4. El desempleo en México en la coyunturade la desaceleración y de la crisis

 

El desempleo derivado de la desaceleración económica de Estados Unidos y del ciclo de desempleo propio de la economía dependiente mexicana repercute a nivel regional y con mayor fuerza en el nacional.

En efecto, por cada punto que pierde el PIB en México se dejan de crear alrededor de 200 mil empleos formales. De tal manera, con la caída negativa de -0.4% de la tasa de crecimiento de la economía nacional en 2001 (desde el 7% de crecimiento del año anterior), el país perdió la posibilidad de crear un millón 600 mil empleos a pesar de la promesa demagógica de que el gobierno conservador de Vicente Fox “garantizaría” “tasas reales” de crecimiento para evitar esos descensos, con el fin de crear un millón 350 mil empleos por año. Pero la realidad se encargaría de desmentir las falsas promesas de campaña que generalmente hacen todos los candidatos a gobernantes.

Tras el cierre de la empresa productora de llantas Goodyear Oxo y la liquidación, el 4 de mayo de 2001, de mil 347 trabajadores de la planta “Tultitlán” en el Estado de México, sumaron 255 mil los empleos perdidos durante el primer cuatrimestre de 2001, lo cual afectó a un millón 450 mil personas. Aún más, la empresa planea suprimir siete mil 200 plazas (de una plantilla de 105 mil empleados en todo el mundo) para “ahorrar” 150 millones de dólares en 2001 y luego 250 millones de dólares más por año. A la reducción de su plantilla de personal hasta en 50% y a los despidos de esta empresa, se añade la cascada de despidos de trabajadores de las transnacionales Ford Motors Company, Mercedes Benz (que redujo su plantilla de mil 900 trabajadores en 2000 a 630 un año después), Michelin y Compañía Hulera Euzkadi, que anunció el 9 de mayo el despido de 250 trabajadores, y otras como Bacardí y Compañía, que afectó a 600 trabajadores de la planta de Tultitlán, en el Estado de México.

De acuerdo con información del periódico El Universal, la empresa automotriz Volkswagen de México, con sede en Puebla, anunció el 20 de abril de 2001 que dejaría de producir cerca de 10 mil unidades y efectuaría el tercer paro de labores entre el 10 y el 12 de mayo de 2002. En el primer paro técnico, que contó con el apoyo del sindicato “para defender las fuentes de trabajo”, del 16 al 18 de abril pasado se dejaron de producir 4 mil 500 unidades de todos los modelos que se fabrican en Puebla. Con el segundo, planeado para el 30 de abril, VW esperaba dejar de producir 10 mil 500 unidades, para “cumplir” la meta de producir al año solamente 425 mil vehículos. El cuarto paro técnico se ejecutó en mayo de 2002 supuestamente para evitar despidos de personal; pero la directiva sindical aceptó recortes a los salarios y del personal.

Dina (empresa dividida en áreas de camiones, autobuses y plásticos) realizó un reajuste-despido de personal que afectó entre 5 y 10% de su plantilla laboral de base, la cual ascendía a mil 850 obreros, y se canceló el contrato de empleados de confianza. Asimismo, impuso al sindicato la ampliación del “paro técnico” en Dina-Camiones, iniciado el 12 de junio de 2000. Sin embargo, el 11 de enero de 2001 la dirección de la empresa anunció la desaparición de la última de sus plantas asentadas en ese complejo industrial, Dina-Camiones (creada en 1951), con la amenaza de liquidar a sus 506 obreros, con un costo total por concepto de despido de alrededor de 100 millones 195 mil pesos que, en promedio, significan unos 21 mil 500 dólares estadounidenses para cada uno.[59]

En los primeros meses del año quedaron desempleados 2 mil 600 trabajadores de la empresa Daimler-Chrysler debido al cierre de su planta en Coahuila, y la armadora de la Pick-Up anunció paros técnicos. Con el cierre de sus plantas de Lago Alberto, en el Distrito Federal, y de las secciones de transmisiones y motores de su planta en Toluca, esta transnacional, que exporta 80% de su producción total de un millón 800 mil unidades, deja en la calle a 2 mil 600 trabajadores (alrededor de 25% del total de su plantilla en México). A su vez, Goodyear Tire and Rubber Company anunció el eventual despido de 8 mil trabajadores en la industria de autopartes.

El Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) y la Universidad Obrera de México (UOM) indican que las industrias maquiladoras de exportación, electrónica y de telecomunicaciones han resentido con mayor rigor los primeros síntomas de la desaceleración económica de Estados Unidos al recortar, la primera, 28 mil 799 plazas, a principios de enero, y la segunda cerca de 10 mil, en Jalisco. Informa el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) que, durante el primer trimestre de 2001 fueron liquidados en total 22 mil 561 empleados y trabajadores en el estado de Jalisco, particularmente en las empresas maquiladoras, otrora ejemplo de “locomotoras” de la creación de empleos en el país. Prototipo del patrón de reproducción del capitalismo dependiente neoliberal y desindustrializador que floreció en el país en la década de los ochentas, esas empresas revelan hoy su anverso: ser fuentes de desocupación y miseria tan pronto como la economía norteamericana entra en dificultades. Al respecto, el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas (IMEF) declaró que la planta productiva de la industria maquiladora de exportación disminuyó de un millón 339 mil personas en octubre de 2000 a un millón 70 mil en abril de 2002, lo que significa una reducción de 269 mil puestos de trabajo. Lo mismo ocurrió con el número de establecimientos ya que mientras en octubre de 2000 sumaban 3 mil 665, en abril de 2002 se había reducido a 3 mil 316; es decir, cerraron 349 empresas.[60]

El IMSS indica que mientras en marzo de 2000 se tenían registradas un millón 49 mil 430 personas empleadas, un año después, en 2001, esa cantidad se había reducido a un mi- llón 26 mil 919 empleos, una reducción de 2.15%. Según otra fuente[61] los estados de Nuevo León, Durango, Chihuahua y Coahuila (el norte industrializado de México), en enero-marzo de 2001 experimentaron una pérdida de 26 mil empleos en conjunto (18 mil el primero y 3 mil 200 el segundo y tercero). Otros estados, como Tamaulipas, perdieron 2 mil plazas de empleo. Hubo casos donde no se registraron cierres de plazas, pero tampoco generación de las mismas, como en Zacatecas. En Sonora la situación es crítica ante el despido de 2 mil trabajadores de la industria maquiladora de exportación y el cierre de empresas como “Playeras de Sonora”, que liquidó a más de 300 trabajadores y empleados, y el de la empresa Koamex, que despidió también a 150 trabajadores de base debido a “ajustes” en la producción.

Datos actualizados del INEGI de marzo de 2001 sobre per sonal ocupado en la industria maquiladora de exportación, indican que en octubre de 2000 el número de empleados alcanzó un máximo de un millón 338 mil 970 personas, para luego decrecer a un millón 310 mil 171 en enero de 2001. Aunque el recorte fue mayor en el sector obrero (con 31 mil 477 plazas), aumentó la contratación de personal de “técnicos de producción” y “empleados administrativos”, lo que compensó una caída mayor del empleo total en esa industria.

De acuerdo con informes del IMSS al término de la administración de Zedillo estaban registradas en el “sector formal” de la economía 11 millones 180 mil personas, pero al 15 de abril de 2001 esa cifra había disminuido a 10 millones 925 mil. En ese periodo de cuatro meses y medio del gobierno de Vicente Fox (quien se negaba a aceptar que el país había entrado en una franca recesión-crisis) se perdieron, en promedio, mil 875 empleos al día, es decir, 234 por hora laboral.[62]

Además de que se incrementó el desempleo y se precarizaron las condiciones de trabajo de los ocupados, el subempleo, según el INEGI, rubro que alberga a las crecientes poblaciones asalariadas sin prestaciones, también registró un crecimiento de 22.6% en enero de 2001, mientras que en el mismo mes de 2000 estaba en 21.9%. En síntesis, el gobierno reconoce que en 17 meses de administración foxista se perdieron en total 629 mil 300 empleos del sector formal de la economía nacional.[63]

Así se va configurando en el país el empleo justo a tiempo (just in time job) y la flexibilidad laboral. Sólo falta legalizar esta situación en el marco jurídico con la reforma laboral que pretende imponer el gobierno conservador de Vicente Fox, que, entre otras medidas “progresistas”, pretende aumentar de 8 a 10 horas la jornada diaria de trabajo en el país.

La pérdida de miles de trabajos es uno de los primeros síntomas de la recesión en Estados Unidos, que da al traste con las promesas de campaña del presidente Fox, quien ofreció a los trabajadores que haría crecer la economía 7% para crear  un millón 350 mil empleos al año, cuando a lo sumo en 2001 sólo se crearon alrededor de 540 mil puestos en el sector formal, en comparación con los 790 mil generados en 2000 (según fuentes del BBVA-Bancomer), es decir, que arroja un déficit real de 810 mil en la creación de empleos efectivos.

El crecimiento de la población económicamente activa alcanza tasas de 2.5% anual, lo que significa que se requiere la incorporación de por lo menos 1.1 millones de personas al mercado de trabajo cada año.[64]

La caída de la mitad de la tasa de crecimiento de las exportaciones (de 15% en 2000 pasaron a 7% en 2001) impidió de hecho la generación de alrededor de 200 mil nuevos empleos.[65] Por otra parte, la disminución de la actividad económica en México, reflejo de la crisis de la economía de Estados Unidos y del propio ciclo económico mexicano, redujo la creación de empleos en los últimos meses. The Wall Street Journal señaló que el empleo manufacturero en el país (el sector de mayor ocupación), cayó en cerca de 1.5% en el primer trimestre de 2001 a causa de la disminución de la demanda. El grupo financiero BBV-Bancomer consideró que en el caso de la oferta laboral que proporcionan las empresas ligadas al comercio exterior “es evidente que la menor actividad económica de Estados Unidos ha impactado en las exportadoras”. Agregó que la industria maquiladora, que genera un cuarto del producto interno bruto (PIB), disminuyó por la mitad sus requerimientos de nuevas plazas y que en la industria manufacturera el sector más golpeado ha sido el automotriz. Solamente en Chihuahua, uno de los estados donde se genera el mayor número de empleos en este sector, se recortaron 10 mil puestos de trabajo mediante políticas de desaliento y de reducción de turnos.

Según el diario estadounidense, las plantas manufactureras recortaron los turnos de nueve a cinco horas y la semana laboral de cinco a tres días. Algunas de las firmas afectadas por la caída de la demanda son Delphi Automotive System, Lear, Sumimoto y Deer and Company. En Guadalajara, Sillicon Valley, Jabil Circuit y Solectron anunciaron despidos que en total suman 4 mil 500 plazas. En Mexicali, la firma Conexant Systems anunció el recorte de 200 puestos de trabajo. Asimismo, la empresa japonesa NEC informó que planea el despido de 500 trabajadores dedicados a la fabricación de teléfonos celulares.[66]

Vale la pena destacar que la recesión y la crisis afectan con mucho mayor fuerza a los “sectores vulnerables” como la población joven. De acuerdo con la CEPAL, dentro de la población desempleada en México, los jóvenes de entre 15 y 24 años de edad constituyen un ejército de desempleados que abarca un porcentaje preocupante de la población marginada y excluida: más de 20% de la población total y alrededor de 33% de la población económicamente activa. En suma, ellos conforman entre 41 y 62% de los desempleados no solamente del país, sino de la región latinoamericana.[67]

Este conjunto de medidas adoptadas por las grandes compañías transnacionales y los gobiernos neoliberales en todo el mundo están encaminadas, en primer lugar, a defender de los lacerantes efectos de la crisis la tasa de ganancia. En segundo lugar, como política concomitante de los despidos masivos de trabajadores, el objetivo que persiguen es incrementar la intensidad del trabajo, prolongar la jornada laboral y remunerar la fuerza de trabajo por debajo de su valor (elementos del régimen de superexplotación del trabajo) como mecanismos idóneos para elevar la rentabilidad del capital. Pero el objetivo estratégico consiste, además de lo anterior, en incorporar y generalizar dicho régimen de superexplotación del trabajo como constitutivo de la actual etapa del capitalismo mundializado.

Si bien es cierto que muchos trabajadores son “recontratados” luego de los despidos, se verifica, sin embargo, desde el punto de vista de la dinámica del mercado de trabajo, una transformación del empleo formal en empleo informal y, mediante éste, en empleo precario. Se constituyen, así, mercados de trabajo informal y precario, junto a otros fenómenos, como el desempleo, la pobreza y la exclusión social. Las características del mundo del trabajo son la precarización y la pérdida de derechos contractuales y jurídico-laborales, a lo que coadyuvan la reforma del Estado y las reformas laborales en curso, establecidas por los gobiernos bajo la presión de los empresarios y los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la OCDE.[68]

Podemos concluir este breve análisis de la economía mundial en general, y de la new economy en particular, diciendo que, como muestran las estadísticas y la realidad de la crisis y del desempleo que se extiende por todas partes en el mundo, el ciclo virtuoso de la new economy durante la década de los noventas del siglo pasado, caracterizada por una fuerte intervención de la gestión monetarista del Estado neoliberal, fue sobre todo resultado del incremento de la superexplotación del trabajo y del desempleo, los cuales que se han convertido, como postulamos aquí, en soportes esenciales de la economía capitalista mundializada.

Los sectores, ramas y actividades ligadas a la new economy (el complejo de tecnologías de la información y la comunicación), en los que operan las grandes corporaciones multinacionales, lejos de ser motores de la recuperación y el desarrollo de la economía mundial, han dejado de ser creadores de empleos y se han convertido en expulsores de fuerza de trabajo. Los otros sectores productivos son incapaces de reclutar a los trabajadores expulsados de las demás actividades económicas.

 

Conclusión

 

La dinámica internacional propende cada vez más al estancamiento y a la crisis prolongada. No sólo se borraron del mapa los milagros de los NICs, sino, además, el centro del capitalismo mostró su debilidad estructural al ahondarse las contradicciones económicas y sociales al interior de Estados Unidos.

Ciertamente, el desempleo (desatado con particular fuerza después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001) puede ser “reabsorbido” en un periodo posterior de relativa recuperación. Pero la etapa actual de la economía mundial muestra que, de cualquier forma, la mayoría de las categorías de obreros estará sometida a regímenes de precarización laboral y a crecientes deterioros en sus condiciones de vida y de trabajo. Las empresas transnacionales recurren a todo tipo de medidas y mecanismos para contrarrestar los crecientes problemas que se derivan de la sobresaturación y sobreproducción de mercancías y capitales. Asimismo para contrarrestar la caída de la rentabilidad, de la productividad del trabajo y de la competitividad de las empresas, el incremento de la explotación del trabajo es el objetivo esencial de la actividad intervencionista de la gestión monetarista del Estado norteamericano a través de la FED, cuyo propósito es contrarrestar o paliar las profundas contradicciones de un sistema que se resiste a perecer y que para ello recurre, incluso, a la guerra.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

[1] Hugo Fazio, La crisis pone en jaque al neoliberalismo, causas profundas de la recesión en Chile, LOM Ediciones-Universidad ARCIS, Santiago, 1999, p. 68. Como yo, este autor prevé una profundización del ciclo depresivo de la economía mundial.

[2] Una interesante, aunque polémica obra para el debate de la crisis hegemónica de las potencias, es la de Giovanni Arrighi y Beverly J. Silver, Caos e governabilidade no moderno sistema mundial, Contraponto-Editoria UFRJ, Rio de Janeiro, 2001, primera edición.

[3] Cf. François Chesnais, A Mundializaçao do capital, Xama, São Paulo, 1996 y “Notas para una caracterización del capitalismo a fines del siglo XX”, en revista Herramienta No.1, Buenos Aires, agosto de 1996, pp. 18-44.

[4] Robert Brenner, Turbulencias en la economía mundial, Editorial LOM-Encuentro XXI, Santiago, 1999.

 

[5] Véase el libro de Octave Gélinier y Emmanuel Pateyron, La nueva economía del siglo XXI, Paidós, Buenos Aires, 2001, en el cual los autores mitifican la “nueva economía” como la panacea del (nuevo) funcionamiento de la economía capitalista mundial.

[6] Robert Brenner, op. cit., p. 387.

[7] Thomas Coutrot, “Crítica de la organización del trabajo”, en www.rebelion.org, 14 de febrero de 2001.

[8] Eduardo Beinstein, “Escenarios de la crisis global. Los caminos de la decadencia”, ponencia presentada en el Segundo Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo, La Habana, del 24 al 29 de enero de 2000.

[9] Robert Brenner, op. cit., p. 24.

[10] Ibid., p. 386.

[11] E Universal, 21 de diciembre de 2001.

[12] Brenner, op, cit., p. 26.

[13] Beinstein, op. cit.

[14] Brenner, op. cit., p. 73.

[15] Cit. en Monthly Review, “The New Economy: myth and reality”, Anexo de la revista Aportes No. 18, BUAP, México, abril de 2001, p. 199.

[16] Urdanivia Amador Borges, “Globalización y crisis económica mundial”, en revista Trabajadores No. 22, UOM, México, 2001, p. 45.

[17] François Chesnais, “La “nueva economía”: una coyuntura favorable al poder hegemónico en el marco de la mundialización del capital”, en www. rebelion.org, 15 de junio del 2001.

[18] James Petras, “EU hoy: milagros económicos, bendiciones a escuadrones de la muerte, compra de candidatos”, en www.rebelion.org, 9 de septiembre de 2000.

[19] Giovanni Alves, O novo (e precario) mundo do trabalho, Editorial Boitempo, São Paulo, 2000, p. 240.

[20] François Chesnais, “La caracterización del capitalismo a fines del siglo XX”, revista Herramienta No. 3, Buenos Aires, otoño de 1997, p. 30.

[21] Brenner, op. cit., p. 308.

[22] Ibid., p. 20.

[23] Ibid., p. 387.

[24] François Chesnais, “Una conmoción en los parámetros económicos mundiales y en las confrontaciones políticas y sociales”, revista Herramienta No. 6, Buenos Aires, otoño de 1998, p. 91.

[25] Idem. Cursivas mías.

[26] Jeremy Rifkin, El fin del trabajo, op. cit., p. 117.

[27] Brenner, op. cit., p. 289.

[28] Robert Brenner, “La economía de la turbulencia global (síntesis)”, en Cuadernos del Sur No. 31, Editorial Tierra del Fuego, Argentina, abril de 2001, p. 77.

[29] Los datos porcentuales provienen de Claudio Katz, “La teoría de la crisis en el nuevo debate Brenner”, en Cuadernos del Sur No. 31, Editorial Tierra del Fuego, Argentina, abril de 2001, p. 80.

[30] Por ejemplo, cf. Wolfang Michalsky, Riel Millar and Barrie Stevens, “Anatomy of a long boom”, en OECD, The future of the global economy, towards a long boom?, París, 1999, pp. 7-32.

[31] Elaine Levine, Los nuevos pobres de Estados Unidos: los hispanos, Porrúa-IIE-UNAM, México, 2001, p. 33. La autora confirma que a finales de la década de los ochentas la productividad seguía su carrera descendente, mientras que los salarios de los trabajadores norteamericanos se deterioraban y aumentaban los puestos de trabajo temporales, precarios, a tiempo parcial, mientras que se redujeron los empleos de tiempo completo, los cuales ya no proporcionaban los ingresos suficientes para mantener fuera de la pobreza a tres o cuatro miembros de una familia, op. cit., pp. 46-47.

[32] Carlos Marx, El capital, FCE, México, 2000, primera reimpresión, pp. 525-526.

[33] En la economía más grande del mundo, Estados Unidos, "el número promedio de horas trabajadas por semana aumentó de 40.6 en 1973 a 50.8 en 1997". Arturo Guillén, "La crisis de un mito. La nueva economía y la recesión estadounidense", en revista Trayectorias No. 8/9, UANL, México, septiembre de 2001-abril de 2002, p. 150.

[34] Véase a Robert Brenner, “La economía mundial entra en recesión, un diagnóstico”, en revista Herramienta No. 19, otoño de 2002, pp. 9-25.

[35] Alberto Bonnet, “Competencia, lucha de clases y crisis. Acerca del nuevo debate Brenner”, en Cuadernos del Sur No. 31, Editorial Tierra del Fuego, Argentina, abril de 2001, p. 100.

[36] Para esta polémica véase Adrián Sotelo, Globalización y precariedad del trabajo en México, Ediciones El Caballito, México, 1999, especialmente el capítulo I.

[37] Joseph Stiglitz, “Lecciones de la desaceleración global”, en El País, Edición impresa, 18 de noviembre de 2001. Ganador del Premio Nobel de Economía en 2000, Stiglitz es profesor de Economía en la Universidad de Columbia. Fue presidente del Consejo de Asesoría Económica del ex presidente Bill Clinton y economista en jefe y vicepresidente del Banco Mundial.

[38] Kostas Vergopoulos, “El ciclo de la mundialización”, Conferencia Magistral presentada en el XXIII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), Antigua Guatemala, noviembre de 2001.

[39] James Petras, “El mito de la tercera revolución científico-tecnológica en la era del imperio neo-mercantilista”, en www.rebelion.org, 28 de julio de 2001.

[40] Jorge Beinstein, op. cit.

[41] El Universal, 28 de diciembre de 2001.

[42] CEPAL, Anuario Estadístico de las Economías de América Latina y del Caribe, Organización de las Naciones Unidas, Santiago, 2001, Cuadro No. 1, p. 739.

[43] Ibid., Cuadro No. 2, p. 741.

[44] Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Informe de Progreso Económico y Social (IPES), en La Jornada, 28 de diciembre de 2001.

[45] El Universal, 6 de febrero de 2002.

[46] El Universal, 15 de mayo de 2002.

[47] En efecto, la deuda externa argentina aumentó de 80 mil 869 millones de dólares en 1991, cuando comenzó la política oficial de “convertibilidad” (el equivalente a 46.4% del PIB), a 108 mil 899 millones de dólares en 1996 (el equivalente a 40% del PIB), para llegar en 2001 a 154 mil 951 millones de dólares (54.7% del PIB). Se proyecta que en 2002 el endeudamiento externo total de este país alcanzaría 58.7% del PIB, es decir, más de 171 mil millones de dólares. Cf. El país, 27 de diciembre de 2001. Para un análisis de la crisis argentina, véase Claudio Katz, “Una expropiación explícita”, en Realidad Económica No. 186, Buenos Aires, febrero-marzo de 2002, pp. 21-45.

[48] Rifkin, op. cit., 1997, p. 203.

[49] Idem.

 

[50] La Jornada, 12 de enero de 2002.

[51] La Jornada, 30 de marzo de 2001.

[52] La Jornada, 23 de abril de 2002.

[53] El Universal, 22 de marzo de 2001.

[54] El Universal, 12 de diciembre de 2001.

[55] En beneficio de esta tesis, dice Noam Chomsky que “Uno de los logros principales es que por primera vez Estados Unidos tiene bases importantes en Asia central. Estas son cruciales para posicionar favorablemente a las multinacionales estadounidenses en el ‘gran juego’ actual por controlar los considerables recursos de la región, pero también para completar el cerco que tiende sobre los mayores recursos energéticos del mundo, situados en la región del Golfo. El sistema de bases estadounidenses que tiene en la mira al Golfo se extiende del Pacífico a las Azores, pero la base más útil antes de la Guerra de Afganistán fue la de Diego García. Ahora, su situación ha mejorado tanto que si se considera apropiada una intervención, su despliegue será mucho más fácil”. Noam Chomsky, “Avasallar al mundo, meta de EU”, en La Jornada, 6 de septiembre de 2002.

[56] El Universal, 3 de enero de 2002.

[57] El Universal, 4 de mayo de 2002. Las cifras revisadas del gobierno mostraron que las empresas recortaron puestos de trabajo en cada uno de los tres primeros meses de 2002: en enero recortaron 109 mil empleos, en febrero fueron 4 mil y en marzo 21 mil.

[58] La Jornada, 6 de abril de 2002.

[59] La Jornada, 12 de enero de 2002.

[60] La Jornada, 9 septiembre de 2002.

[61] La Jornada, 20 de abril de 2001.

[62] La Jornada, 9 de mayo de 2001.

[63] La Jornada, 13 de mayo de 2002.

[64] La Jornada, 9 de Abril de 2001.

[65] La Jornada, 4 de mayo de 2001.

[66] La Jornada, 10 de abril de 2001.

[67] El Universal, 13 de abril de 2001.

[68] Cf. sobre este tema Adrián Sotelo, Globalización y precariedad del trabajo…  op. cit; Graciela Bensusan y Carlos García, Estado y sindicatos, crisis de una relación, Fundación Friedrich Ebert-UAM, México, 1989; Marco Gómez, “Examen crítico de la iniciativa de decreto que reforma la Ley Federal del Trabajo propuesta por el PAN”, en Varios, Legislación Laboral: el debate sobre una propuesta, UNAM-Fundación Friedrich Ebert, México, 1996, pp. 29-44; revista Trabajadores No. 7 de la Universidad Obrera de México, México, agosto-septiembre de 1998, dedicado al debate de la Ley Federal del Trabajo, y Octavio Lóyzaga de la Cueva, La flexibilización de los derechos laborales en la recomposición del capitalismo, UAM, México, 1997. Para una visión comparativa (si bien subjetiva y mistificadora), vid. María Luz Vega Ruíz (editora), La reforma laboral en América Latina, un análisis comparado, Oficina Internacional del Trabajo, OIT, Lima, 2001.