CAPÍTULO 2

 

  

DOS FORMACIONES DE LA ECONOMÍA MUNDIAL: PRODUCTIVIDAD Y SUPEREXPLOTACIÓN DEL TRABAJO

 

 

 

Introducción

 

Este capítulo expone una tipología de la economía capitalista mundial constituida por distintas formaciones sociales, en función de su grado de desarrollo económico y el predominio de determinadas formas de explotación de la fuerza de trabajo. Sobre esta base postula que, a través de la mundialización del capital, se están homogeneizando las condiciones de los mercados de trabajo para que la superexplotación del trabajo ya no sea solamente un atributo de las sociedades subdesarrolladas del capitalismo central sino, también, de las desarrolladas.

 

1. Hacia una generalización de la superexplotación del trabajo en la formación social mundial capitalista contemporánea

 

Las políticas de ajuste estructural, desplegadas por el Estado y el capital desde la década de los ochentas, fracturaron los procesos de desarrollo que despuntaron en el curso de las décadas de los sesentas y setentas del siglo XX en América Latina. Además, profundizaron las estructuras del capitalismo dependiente, el cual había llegado a acusar niveles relativos de desarrollo industrial y a instituir políticas públicas de bienestar social que, aunque de manera restringida, pudo disfrutar la población.

Lo anterior se deriva, en cierta forma, del predominio que alcanzó el capital privado, nacional y extranjero, en la esfera de la especulación financiera que cambió radicalmente el papel de ésta en cuanto a su función en el proceso de desarrollo. Como bien dice Aldo Ferrer:

 

En el pasado, las finanzas internacionales promovieron y acompañaron, no sin sobresaltos pasajeros y algunos extraordinarios episodios especulativos, el crecimiento de la economía mundial. En la actualidad, la globalización financiera se ha convertido en un fenómeno en gran medida autónomo y de una dimensión y escala desconocidos en el pasado..[1]

 

Este drástico cambio, en el que desempeñaron un papel central las fuerzas de la especulación y la irrupción de las burbujas financieras, modificó los tejidos sociales, las fuerzas productivas materiales de las sociedades humanas y las estructuras en que éstas reposan (la economía, el Estado y los sistemas políticos). En lo subsiguiente, para que dichos elementos se reproduzcan en “condiciones de normalidad”, es decir, en la esfera de la producción de valor y plusvalía, la dinámica de la mundialización del capital les impone lógicas que propagan los mecanismos de la superexplotación del trabajo.

 

1.1. Sociedades duales asentadas en procesosdiferenciados de explotación

 

Se puede diferenciar dos tipos de sociedades y formaciones económicas en el plano mundial: a) las desarrolladas, cuyo proceso histórico combinó las formas de explotación de la plusvalía absoluta y la plusvalía relativa, que tiene como palanca de la acumulación de capital al desarrollo de la productividad del trabajo y b) las sociedades dependientes y subdesarrolladas que, al revés de las primeras, fincaron su desarrollo preferentemente en la mayor explotación de la fuerza de trabajo del obrero, sobre la base del aumento de la intensidad, de la extensión de la jornada de trabajo y del pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor..[2]

Este esquema simple expresa las diferencias histórico- estructurales y sociales existentes entre ambos tipos de sociedades capitalistas, según pertenezcan o no a cualquiera de los dos “modelos” de sociedad señalados.

Las tesis, marxistas o no —como las que esbozaron las corrientes endogenistas y neodesarrollistas—[3] que interpre- taron el planteamiento de la teoría de la dependencia en el sentido de que las sociedades dependientes estaban imposibilitadas para desarrollar el capitalismo sobre la base del desa- rrollo de la productividad; no sólo son falsas, sino que su planteamiento sólo es válido en un alto nivel de abstracción. En realidad los mecanismos de la plusvalía absoluta y relativa se combinan, cuestión que no entendieron las corrientes mencionadas. A diferencia del primer modelo de sociedades en el cual el valor de la fuerza de trabajo se modifica por la incorporación de tecnología de punta, que es el motor de la plusvalía relativa, en las sociedades dependientes el aumento de la productividad del trabajo que resulta de dicha incorporación se traduce en una intensificación del proceso de explotación del trabajo, acentuando la superexplotación del trabajo. Esta es precisamente la conclusión a la que llega Carlos Eduardo Martins, cuando escribe:

 

La mayor explotación de la fuerza de trabajo, aunque caracteriza las formas de acumulación en situaciones de bajo desarrollo tecnológico, no se reduce a ese escenario, desarrollándose durante la evolución tecnológica del modo de producción capitalista. De acuerdo con Marini, esas dos formas o mecanismos de explotación tenderían a combinarse durante el desarrollo capitalista, produciendo economías nacionales con mayor incidencia de una u otra. Al predominio de la mayor explotación del trabajo, correspondería, justamente, la superexplotación del trabajo.[4]

 

Esta correlación entre modernización tecnológica y productiva, por un lado, e incremento de la explotación del trabajo por otro, explica los fenómenos peculiares de la acumulación capitalista mundial reciente. Ejemplo de ello son el errático comportamiento de los salarios y, por ende, de la distribución de los ingresos, así como el desempleo, el subempleo, la precarización del trabajo, la exclusión social y la extensión de la pobreza en todas sus facetas y ramificaciones dentro de las sociedades capitalistas dependientes y subdesarrolladas.

De ninguna manera acierta el Banco Mundial cuando afirma que el “núcleo” del problema de la pobreza y de la desigualdad social es la “rigidez” del mercado laboral y que su flexibilización, en consecuencia, es el mecanismo fundamental para “recuperar” el crecimiento económico. Dice así: “Aun cuando estas políticas fueron creadas con las mejores intenciones, terminaron creando un mercado de trabajo demasiado rígido, que no podía responder a las condiciones cambiantes de la economía mundial”.[5] Pero se debe enfatizar que las condiciones de los mercados laborales y los salarios realmente cambiaron con la aplicación de las políticas de ajuste del neoliberalismo, aun violando en muchas partes del mundo las legislaciones, normas y cláusulas laborales en la materia. La realidad es que la reestructuración ocurrida durante la década de los ochentas no tuvo como premisa una reforma laboral e industrial a fondo, sino que fue la derrota obrera y del sindicalismo clasista el contexto que se utilizó para montar sobre ella los nuevos paradigmas industriales y del trabajo proclives a la reestructuración capitalista, como podemos apreciar en el capítulo cinco. Y ¿cuál es el resultado?, que el planteamiento del Banco Mundial es completamente falso porque a pesar de las políticas flexibilizadoras de la fuerza de trabajo y de los mercados laborales, la política neoliberal del equilibrio a toda costa termina por sacrificar la tasa de crecimiento. Prueba de ello es el compor- tamiento del PIB latinoamericano durante la década de los noventas que fue, en promedio, de 1.2%. De acuerdo con la política neoliberal, se trata de controlar la inflación, a costa de una drástica caída de la tasa de crecimiento y de los salarios, de una distribución regresiva del ingreso y del aumento de la pobreza y de la pobreza extrema.

La “solución” del Banco Mundial al problema de la inflación es el incremento de la pobreza, y lo “soluciona” con la implantación de programas formales de “combate a la pobreza” que de ninguna manera la erradican. No identifica las causas de la crisis que se desprenden de hechos tales como la caída de la tasa de ganancia y la ausencia de relevos eficaces para elevar la productividad. Estos hechos están en la base de un fenómeno aún más complejo intensificado en los últimos años a causa de la aplicación de las políticas de ajuste neoliberal, que consiste en una inversión de los ciclos económicos que reduce cada vez más las fases de recuperación y prosperidad (auge), mientras que las de recesión y crisis (como la actual) resultan más largas y pronunciadas. Este fenómeno se presentó prácticamente en todo el mundo durante la década de los noventas del siglo XX.[6]

En el pasado, la industrialización de América Latina no anuló la contradicción productividad-superexplotación del trabajo, como en su momento postularon los economistas de la CEPAL y de la ONU, contrario a esto provocó complejas modificaciones en las estructuras socioeconómicas y políticas de las sociedades dependientes y periféricas que, de esta forma, pudieron sembrar la ilusión de que el capitalismo periférico había alcanzado su autonomía y, por ende, podría superar la dependencia y colocarse como signatario de tú a tú con los países desarrollados.[7]

Si la industrialización se truncó en América Latina no sólo fue porque como dice Aldo Ferrer “En el largo plazo, no logró transformar su estructura productiva para asimilar la revolución tecnológica e insertarse en las corrientes dinámicas de la economía internacional”.[8] América Latina no transformó su estructura productiva debido a la ausencia real de un sistema de producción con un ciclo económico propio, cuyos soportes hubieran sido el sector productor de medios de producción y los mercados de consumo y laborales correspondientes. Estos hubieran podido articular el desarrollo y la incorporación de tecnología y, entonces, cumplir con esa premisa cepalina del desarrollo. Por el contrario, o bien ese sector era inexistente o, si estaba constituido, dependía de la dinámica importadora controlada por el capital global de los países desarrollados y las empresas transnacionales.

 

1.2. Mundialización y superexplotación del trabajo

 

Después de la Segunda Guerra Mundial, la industrialización y la intervención estatal provocaron una diversificación en la división internacional del trabajo que configuró tres tipos de formaciones económico-sociales que la mundialización en curso tiende a transformar drásticamente. En primer lugar las que, asentadas en los centros imperialistas, monopolizaron el desarrollo de la ciencia, la tecnología y el conocimiento. En segundo lugar, las de los países periféricos y dependientes que constituyen su antípoda, es decir, que fincaron su desarrollo en la superexplotación del trabajo más que en el desarrollo de la productividad del mismo. Por último, figuran las sociedades que surgieron de una combinación de las anteriores, a las cuales los organismos financieros internacionales describieron como nuevos países industrializados (NICs).

El primer núcleo de países y regiones corresponde a los países imperialistas más industrializados del mundo (los agrupados en el llamado grupo G-7) que constituye la “instancia interestatal de gobierno colegiado de los mercados globalizados”.[9]

El segundo agrupa a los países dependientes y regiones de la periferia capitalista, muchos de los cuales, como los de América Latina, se debaten en el estancamiento, la desindustrialización, la privatización de sus empresas y patrimonios públicos, y en la desnacionalización. De este conjunto se desprende como tercer grupo —intermedio— que prosperó en el curso de la década de los ochentas el de los NICs; los cuales, hasta antes de la crisis de 1997, desarrollaban su economía con base en el trinomio competitividad-productividad-calidad, más que en la superexplotación del trabajo únicamente.

Para algunos autores la característica del segundo grupo radica en que se expuso a una marcada diferenciación. Como expresa Samir Amin:

 

Hoy podemos diferenciar las periferias de primera línea, que fueron capaces de construir sistemas nacionales productivos con industrias potencialmente competitivas dentro del marco del capitalismo globalizado y periferias marginales, que no fueron tan exitosas. El criterio que separa las periferias activas de las marginales no está sólo en la presencia de industrias potencialmente competitivas: es también político.

Las autoridades políticas en las periferias activas —y detrás de ellas, toda la sociedad incluyendo las contradicciones en la misma sociedad— tienen un proyecto y una estrategia para su realización.

Éste es claramente el caso de China, Corea y, en menor grado, de ciertos países del Sudeste de Asia, India y de algunos otros de América Latina. Estos proyectos nacionales se enfrentan con el imperialismo globalmente dominante; el resultado de esta confrontación contribuirá a dar su forma al mundo de mañana.[10]

 

Es exagerada la apreciación de que los países de la “primera línea” (Corea, Brasil o Singapur, por ejemplo) se “enfrentan con el imperialismo globalmente dominante”; más bien, lo que se aprecia en el mundo neoliberal actual es una asociación y colaboración de los gobiernos y clases burguesas de los países dependientes, cualquiera que sea su grado de desarrollo, con las burguesías, gobiernos y empresas de los países desarrollados del centro imperialista.

En el marco de esa colaboración, mi hipótesis es que la actual fase de la economía mundial en su estadio de globalización-mundialización del capital está cambiando ese mapa internacional de las naciones, en lo que corresponde a la división del trabajo y a la distribución del capital. Todo ello beneficia la estrategia empresarial transnacional, global, de la tríada hegemónica, al depositar el peso de la crisis histórica de los imperios en la espalda de los trabajadores y los pueblos oprimidos. Dicha estrategia tiende a generalizar el régimen de superexplotación de la fuerza de trabajo a través de la extensión de la ley del valor; asimismo, debilita y desarticula los sistemas productivos por la acción corrosiva de la crisis capitalista, la desestabilización política, la desindustrialización y la maquilinización, mientras refuerza la dependencia comercial, científico-tecnológica y financiera, como muestra ejemplarmente la crisis global de la Argentina.

Las mencionadas formaciones histórico-sociales de la eco- nomía mundial contemporánea, están creando las bases para que opere la superexplotación de la fuerza de trabajo, con lo que este régimen dejaría de ser exclusivamente un régimen propio de las economías dependientes, para extender su radio de acción a los países desarrollados —como lo planteó correc- tamente Marini—, incluyendo a los mismos Estados Unidos. De esta manera, la superexplotación se convierte en la argolla que ata los nuevos sistemas de organización del trabajo como el posfordismo, el toyotismo y la reingeniería.

La tecnología es el verdadero motor de la homogeneización de las condiciones laborales de los países capitalistas; las diferencias se restringen cada vez más al plano de la organización de los procesos de trabajo. En relación con las diferencias entre países desarrollados y dependientes, una investigadora afirma que:

 

En los aspectos tecnológicos no hay tanta diferencia entre las casas matrices y sus filiales, ya que las multinacionales pretenden hacer el mismo producto en todos los países. Para esto necesitan de una tecnología avanzada. Además, la globalización permite desde los años 80 una gran circulación de mercaderías en el mundo. Esto lleva a la necesidad de formalizar un padrón de calidad para la competitividad internacional. Hecho que sería difícil de garantizar si se utilizan maquinarias o materiales obsoletos. No hay mucha diferencia desde el punto de partida tecnológico, el problema es que los avances son muy rápidos en el centro, en Francia y en Japón, y mucho más lentos en Brasil. Luego de cinco años se nota el retraso de los países tercermundistas […] En la organización del trabajo es donde se notan las mayores diferencias.[11]

 

Si la superexplotación del trabajo operaba como un mecanismo peculiar de las formaciones sociales dependientes, en la actualidad se proyecta en la economía internacional a través de la homogenización de los procesos tecnológicos, de la crisis, la automatización flexible, las innovaciones tecnológicas, la flexibilidad laboral y las recurrentes crisis financieras.

A diferencia de quienes diluyen las especificidades nacionales en la mundialización (como ocurre con Octavio Ianni y con Hardt y Negri[12], por ejemplo), Cristóbal Kay sostiene que:

 

lo cierto es que la periferia global se está diferenciando cada vez más. Aquellos espacios de la periferia —bien sea a escala de Estado-nación, región o ciudad— que se están insertando más plenamente en la economía global y que, a la vez, pueden alcanzar una mejor y más sostenida competitividad internacional, parecen estar funcionando como nuevos centros de crecimiento dentro de la periferia, atrayendo así capital y mano de obra”.[13]

 

Estos “puntos de inserción internacional” intercalados en cadenas de productos y procesos configuran dos “modelos” de inserción: por un lado, países que exportan productos primarios (minerales, agrícolas o del mar) como Chile y Centroamérica y, por el otro, aquellos países, más “desarrollados” dentro de la misma periferia, que producen y exportan productos más intensivos en fuerza de trabajo y menos en capital, como la industria maquiladora de exportación ubicada en las ciudades industriales de la franja fronteriza del norte de México. Otro ejemplo sería la industria automotriz brasileña que, con una producción de un millón 787 mil unidades en 2001 y un rentable sector exportador, cuenta con altos niveles de automatización y alrededor de 98 mil 614 trabajadores (de los cuales alrededor de cuatro mil fueron despedidos durante 2001, según la Anfavea).[14]

Esta nueva división internacional del trabajo es un genuino resultado de la especialización productiva a que es sometida intensamente la periferia del sistema capitalista en la época del neoliberalismo y del neomercantilismo, en una especie de resurrección de la vieja economía liberal del comercio inter- nacional basado en las “ventajas comparativas”.[15] Como lo expresa James Petras:

 

Las ‘redes’ de transporte/mercado que unían a los sectores productivos han sido reemplazadas por un sistema ‘radial’ central que enlaza los enclaves productivos con las ciudades especializadas en exportaciones dirigidas a los mercados exteriores. El desarrollo de enclaves puede generar estadísticas elevadas de crecimiento de las exportaciones y un ritmo en el pago de la deuda adecuado, pero deja a la mayor parte de las economías provinciales en el caos. El deterioro del armazón infraestructural, debido a la reducción de las inversiones de capital por parte del Estado en comunicaciones y transporte, desanima la inversión productiva, especialmente fuera de las capitales. El declive de la inversión pública y la expansión de la educación privada elitista también están vincu- lados a una economía especializada que sirve a mercados exteriores y a servicios especulativos. Los recortes sociales refuerzan el papel del capital radicado en los enclaves. El capital especulativo y los acreedores extranjeros son responsables de una economía estancada poblada por una mano de obra empobrecida.[16]

 

De esta forma, aquellas regiones, países, municipios y ciudades que no se inserten en ese “sistema radial central”, que comprende cadenas, procesos y productos, corren el riesgo de desvincularse del sistema internacional de acumulación de capital para convertirse en reservas de mano de obra supernumeraria (o ejército industrial de reserva).[17]

Si bien el Plan Puebla Panamá (PPP) mexican.[18] pretende vincular productivamente a las regiones del sureste del país y de Centroamérica con el mercado intrarregional e internacional, en la realidad, debido al atraso económico y social producido por el desarrollo capitalista nacional y mundial, el proyecto que parece apuntalar es bidireccional, puesto que se propone generar reservas de mano de obra supernumeraria y crear paralelamente una extensa zona de maquiladoras auspiciadas fundamentalmente por el capital extranjero y las corporaciones multinacionales, particularmente estadounidenses.

Para concluir este capítulo cabe comentar la idea de Silvio Baró quien sostiene que las presiones para “desvincular” zonas y regiones enteras agudizan las contradicciones del capitalismo derivadas del proceso de globalización. Éste conlleva tendencias intrínsecas de marginación y exclusión de vastas zonas y territorios del planeta, particularmente de las zonas subdesarrolladas y dependientes;[19] pero, paradójicamente, considera que las tendencias de la globalización “están determinando la imposibilidad de que ningún país pueda quedarse al margen de los circuitos productivos, comerciales o monetario-financieros”.[20] Sin embargo, Baró no toma en cuenta las condiciones concretas en que los países de la periferia capitalista pueden concurrir al mercado mundial para no quedar al “margen” de dichos circuitos productivos. Las formas de integración que ofrece la globalización resultan onerosas en las condiciones de países como Haití, en el Caribe, o El Salvador y Honduras, en Centroamérica. O países como la Argentina, que han hipertrofiado su aparato productivo para permanecer dentro de dichos circuitos por estar atados al sistema internacional en calidad de rehenes-tributarios debido al crecimiento estrepitoso del endeudamiento externo.

Si bien resulta complejo y difícil predecir las tendencias macroeconómicas de la economía mundial y de las naciones que conforman el sistema capitalista, Celso Furtado tiene razón cuando escribe:

 

Reflexionar sobre la configuración futura de la economía mundial es una mera conjetura intelectual, pues la imprevisibilidad es una característica propia del capitalismo. De esta comprobación se pretende inferir que el concepto de largo plazo tiene escasa validez analítica al tratarse de macroeconomía. Una empresa de acción transnacional necesitaría sustentarse en proyecciones de largo plazo para hacer más eficaces las decisiones de inversión, pero esto no sería adecuado en el caso de una economía nacional”.[21]

 

Ciertamente que para proyectar comportamientos de largo plazo (por ejemplo, ciclos Kondratiev, ondas largas, etcétera) es necesario contar con información veraz y adecuada y esto es sumamente difícil con las contabilidades disponibles del capitalismo. Además comúnmente las estadísticas están manipuladas y falseadas, lo cual redunda en la carencia de un aparato estadístico y documental crítico como para proyectar comportamientos sistémicos y de largo plazo de la economía mundial.

Sin embargo, sí es posible advertir tendencias a mediano y largo plazo. Señalar, por ejemplo, proyecciones del comportamiento del capitalismo o que el mundo del trabajo tiende, como veremos más adelante, a la fragmentación y precarización.

 

Conclusión

 

Las “crisis de la mundialización” desatadas a partir de la del capitalismo mexicano en 1994 representan el signo ominoso de la decadencia de los NICs surgidos en la segunda mitad del siglo veinte.

Si antes de este periodo la formación social mundial parecía marchar hacia una mayor diferenciación en la configuración de tres polos regionales (el “primer mundo”, los NICs y el “último escalón”), en la actualidad el mapa mundial tiende a transformase de tal manera que la superexplotación del tra- bajo, la precariedad y la exclusión tienden a convertirse en soportes de la economía mundial en su conjunto. De tal suerte, la superexplotación del trabajo, que antes era privativa de las economías dependientes, hoy se está convirtiendo en un mecanismo articulado con los métodos de producción de plusvalía relativa del cual echan mano las empresas transnacionales y el Estado en los países del capitalismo central.

 

 

 

 


 

[1] Aldo Ferrer, “La globalización, la crisis financiera y América Latina”, Comercio Exterior No. 6, México, junio de 1999, p. 528.

[2] Planteamiento formulado por Ruy Mauro Marini en Dialéctica de la dependencia, op. cit., p. 49 y ss.

[3] Para la corriente endogenista ligada a la concepción de los partidos comunistas, véase a Enrique Semo, La crisis actual del capitalismo, Ediciones de Cultura Popular, México, 1975; y a Roger Bartra, Estructura agraria y clases sociales en México, ERA, México, 1974. Para el neodesarrollismo socialdemócrata véase a Fernando H. Cardoso y Enzo Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina, Siglo XXI, México, 1969; y a Carlos Tello y Rolando Cordera, La disputa por la nación, Siglo XXI, México, 1983.

[4] Carlos Eduardo Martins, “Superexploração do trabalho e acumulação de capital: reflexoes teorico-metodológicas para uma economia política da dependência”, en revista da Sociedade Brasileira de Economía Política No. 5, Rio de Janeiro, dezembro 1999, p. 122.

[5] Shahid Javed Burki y Sebastián Edwards, América Latina y la crisis mexicana: nuevos desafíos, Documento del Banco Mundial para la Primera Conferencia Anual sobre el Desarrollo en América Latina y el Caribe, organizada conjuntamente por el Banco Mundial y la Fundación Getulio Vargas en Río de Janeiro, Brasil, entre el 12 y el 13 de junio de 1995.

 

[6] Véase al respecto mi artículo “Globalización del capital e inversión del ciclo económico en América Latina”, en revista Investigación Económica No. 219, Facultad de Economía, UNAM, México, enero-marzo de 1997, pp. 71-84.

[7] Para una crítica de las teorías del desarrollo y de la autonomía del capitalismo en América Latina, véase a Theotonio Dos Santos, Dependencia y cambio social, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1973 y Ruy Mauro Marini, América Latina: democracia e integración, Editorial Nueva Sociedad, Caracas, 1993.

[8] Aldo Ferrer, “La globalización, la crisis financiera y América Latina”, en Comercio Exterior, vol. 49, núm.6, México, junio de 1999, p. 535.

[9] Carlos Vilas, “Seis ideas falsas sobre globalización”, en John Saxe-Fernández, Globalización: crítica a un paradigma, UNAM-Plaza & Janés, México, 1999, p. 95.

[10] Samir Amin, “La economía política del siglo XX”, en www.rebelion.org, 12 de julio de 2000.

[11] Helena Hirata, “¿Sociedad del ocio? El trabajo se intensificó” (entrevista), en Página 12, www.pagina12.com.ar, 1º de febrero de 2001.

[12] Por ejemplo, cuando Ianni afirma que: “Aquí comienza la historia. En lugar de las sociedades nacionales, la sociedad global […] las nociones de tres mundos, centro, periferia, imperialismo, dependencia, milagro económico, sociedad nacional, estado-nación, proyecto nacional, camino nacional hacia el socialismo, camino nacional de desarrollo capitalista, revolución nacional y otras, parecen insuficientes o aun obsoletas” (Octavio Ianni, La sociedad global, Siglo XXI, México, 1998, p. 20). Este autor diluye, sin ninguna justificación y explicación lógica y teórica, al Estado-nación (capítulo 2) en la supuesta “sociedad global” y el poder del Estado capitalista, en un presunto “poder global” (capítulo 7) constituido por cuatro instituciones: a) la ONU, b) el FMI-BM, c) las empresas transnacionales y d) la industria cultural (¿?). Por su parte, Hardt y Negri han suscitado una intensa polémica (registrada en la revista www.rebelion.org) con su libro Imperio (Paidós, Buenos Aires, 2002, primera reimpresión) cuando, sin prueba empírica, histórica y teórica, diluyen los conceptos duros de la ciencia social “imperialismo” y “Estado nacional”, en el muy ambiguo de “imperio” “Nuestra hipótesis básica consiste en que la soberanía ha adquirido una forma nueva, compuesta por una serie de organismos nacionales y supranacionales unidos por una única lógica de dominio. Esta nueva forma global de soberanía es lo que llamamos ‘imperio”, p. 14. En contraposición a estos autores, Meszáros (op. cit., p. 176) argumenta correctamente que “cada empresa capitalista se relaciona con el sistema mundial a través de la nación estado y eventualmente debe depender de ésta”. Esta tesis refleja la verdadera estructura de la economía mundial mediada por las empresas transnacionales y el Estado-nación.

[13] Cristóbal Kay, “Estructuralismo y teoría de la dependencia en el periodo neoliberal”, en revista Nueva Sociedad, Caracas, 2000, p. 6.

[14] El Universal, 8 de enero de 2002.

[15] Para una crítica de la teoría ortodoxa del comercio internacional, que fue dominante en la primera mitad del siglo XX, véase el ya clásico libro de Orlando Caputo y Roberto Pizarro, Imperialismo, dependencia y relaciones económicas internacionales, Centro de Estudios Socio-Económicos (CESO) de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Chile, Santiago, 1972, segunda edición.

[16] James Petras, La izquierda contraataca, conflicto de clases en América Latina en la era del neoliberalismo, AKAL, Madrid, 2000, p. 185.

[17] Desde la perspectiva de la teoría de la regulación, Bob Jessop ve el problema de la reestructuración postfordista en los siguientes términos: “los síntomas de la crisis del modo de crecimiento fordista atlántico socavan el estatus indiscutible de la economía nacional como objeto clave del manejo económico en los Estados Unidos, el Canadá y la Europa Noroccidental de la postguerra. Este modo de crecimiento se ha fragmentado y reestructurado bajo el impacto de la internacionalización, el cambio técnico y los cambios de paradigma llevando a que algunas partes se integren cada vez más dentro de espacios económicos transnacionales y a que otras sufran una exclusión, incluso de la economía nacional, que las lleva a su involución y decadencia”, op. cit., pp. 187-188.

[18] El PPP oficial se encuentra en Internet: http://ppp.presidencia.gob.mx /frameset.html. Para una visión crítica del Plan Puebla-Panamá inserto en el modelo de maquilinización, véase a Carlos Fazio, “El Plan Puebla-Panamá, intervencionismo de EU”, en La Jornada, 19 de marzo de 2001, donde el autor lo caracteriza como un instrumento estratégico de dominación de Estados Unidos. Una visión intermedia en Alfredo Salomón, “Por los caminos del sur”, en revista Comercio Exterior No. 11, México, noviembre de 2001, pp. 970-974.

 

[19] Silvio Baró Herrera, op. cit., p. 34.

[20] Ibid., pp. 70-71.

[21] Celso Furtado, “Brasil: opciones futuras”, en Revista de la CEPAL No. 70, Santiago, abril de 2000, p. 8.