POST SCRIPTUM

El libro de Ramón Casilda Béjar, La Década Dorada. Economía e Inversiones Españolas en América Latina 1990-2000, constituye una muy oportuna contribución para aquellos que aspiren a entender el pasado reciente, el presente y el futuro próximo de uno de los hechos mayores de la economía contemporánea, cual es la inversión directa.

Este fenómeno no puede ser entendido fuera del contexto y de allí el acierto de Ramón Casilda de ubicarlo en el marco más amplio de los procesos de reformas que vivieron sus dos protagonistas: América Latina, embarcada en un vigoroso proceso de modernización en todos los niveles, y España, a la búsqueda de nuevos horizontes para volcar su creciente capacidad de inversión.

Asímismo, conviene destacar que la inversión directa española se inscribe dentro de otro fenómeno más vasto: la expansión sin precedentes de las inversiones europeas en América Latina y el Caribe. En la segunda mitad del período considerado por Casilda Béjar, Europa se convirtió en la principal fuente de inversión extranjera directa en esta región.

Tradicionalmente, España fue un país receptor de inversiones extranjera. En el período 1990-2000 confluyeron una serie de factores que hicieron posible que cambiara esta tendencia: por un lado una España briosa, moderna, abierta y plenamente incorporada al concierto de naciones europeas, y por otro lado una América Latina decidida a dejar atrás décadas de inestabilidad política, inflación, irresponsabilidad fiscal, ineficiencia y proteccionismo. Para emprender esas reformas, América Latina necesitaba un caudal de capital que ni el ahorro interno ni las fuentes multilaterales podían satisfacer.

España ayudó a cerrar esa brecha no sólo gracias a la abundacia de recursos disponibles para las inversiones en ultramar; también aportó las experiencias, aún frescas, de sus propias reformas para crear un marco institucional favorable al progreso económico. Y, naturalmente, se valió de las enormes ventajas derivadas de pertenecer a la comunidad iberoamericana, una comunidad que comparte lengua, cultura, costumbres y valores que tanto pesan a la hora de invertir en el extranjero, como certeramente señala el autor.

La inversión española se concentró inicialmente en las entidades bancarias, de tenencias de valores, de fondos de pensiones y otras actividades financieras, como también se volcó hacia otros importantes sectores, en particular las telecomunicaciones, la energía eléctrica, el transporte, la construcción y las manufacturas. En este sentido, las empresas españolas desempeñaron un papel crucial en las privatizaciones realizadas en muchos países latinoamericanos. En no pocos casos fueron los capitales españoles los primeros que demostraron confianza en esta región, incluso en momentos que ni los capitales locales alcanzaban a vislumbrar un futuro.

Los reveses ocurridos al final del período considerado por Ramón Casilda y que se prolongaron al comenzar la nueva década, han llevado a algunos observadores a poner en tela de juicio la totalidad de las reformas de los años noventa. Tales reproches de grueso calibre están errados, por varias razones.

En primer lugar, si bien las reformas tuvieron costos, también arrojaron beneficios en términos de estabilidad: cayó la inflación que carcomía a las economías latinoamericanas y se modernizaron amplios sectores que impulsaban su desarrollo. Sin esos procesos hubiese sido utópico pensar en atraer inversiones, no sólo españolas sino de todo origen. En segundo término, conviene no perder de vista el costo que hubiera implicado no hacer las reformas. ¿Podría haber resistido América latina otra década perdida como la de los años ochenta? ¿Qué suerte hubiesen corrido nuestras democracias?

Y, por último, debemos distinguir matices. Las reformas resultaron en algunos países y fracasaron en otros. No es por casualidad que las economías más sólida de esta región son las que reformaron a conciencia, creando los marcos legales y reguladores adecuados para brindarle seguridad a los inversores y satisfacer la expectativas de los consumidores. Desde este sentido, el proceso de reformas es una obra inconclusa que deberá ser adaptada a los desafíos de una economía mundial cada vez más competitiva. Corresponderá a la dirigencia de cada país discernir las lecciones de estos últimos años. Por consiguiente, en la medida que avancen por la senda correcta podrán convertir en una realidad de progreso el formidable potencial y las ventajas comparativas que encierra América Latina. Seguramente, en ese proceso, la inversión española volverá a desempeñar el papel dinámico, creativo y pionero que jugó en la primera etapa.

Enrique V. Iglesias Presidente Banco Interamericano de Desarrollo