El ambiente empresarial

Fuentes de información sobre la calidad del ambiente en los negocios, como es el Business Environment Survey, producido conjuntamente por el Banco Mundial y el BID con base de opiniones de empresarios, presentan un panorama preocupante.

Los obstáculos para el desarrollo de las empresas que se citan con mayor frecuencia en América Latina tienen que ver con el ambiente económico e institucional, problemas a los cuales los empresarios latinoamericanos asignan una gravedad mucho mayor que los de otras regiones del mundo. En particular, los empresarios latinoamericanos destacan como grandes obstáculos la falta de crédito, el exceso de regulaciones e impuestos y la inestabilidad de las políticas.

En el mundo empresarial, reciben gran atención las comparaciones de tamaño de las grandes firmas de cada país y de cada sector, porque reflejan en una forma sencilla la capacidad de crecimiento de unas empresas frente a otras. No es sorprendente que cuanto mayor es el tamaño de una economía, más grandes son sus empresas. Sin embargo, las grandes compañías de América Latina son mucho más pequeñas de lo que podría esperarse para el tamaño de las economías. Las grandes firmas de Brasil o de México son más pequeñas que las de Taiwán, país cuya estrategia empresarial se asocia con la pequeña y mediana empresa. El reducido tamaño de las empresas latinoamericanas no es el resultado de una estrategia semejante, sino el producto de la deficiente provisión de recursos productivos claves, como son el crédito o la infraestructura de transporte, energía y telecomunicaciones. Estas deficiencias, representan barreras aún mayores para el desarrollo de las empresas medianas y pequeñas dado que cuentan con menos vinculaciones a los mercados financieros nacionales o externos, y que tienen menor escala para sufragar inversiones que les ayuden a compensar las deficiencias de las infraestructuras públicas.

Dentro de este contexto, los últimos años han suscitado un gran interés entre los gobiernos y los sectores privados por identificar políticas que ayuden a mejorar la «competitividad», esto es, la calidad del ambiente para la inversión y para el aumento de la productividad en un medio de estabilidad macroeconómica y de integración a la economía internacional.

El indicador de competitividad más difundido internacionalmente es el producido por el World Economic Forum, que ofrece una evaluación del ambiente empresarial que busca evitar estas confusiones. En su versión del 2001, que incluye 20 economías latinoamericanas, nueve de ellas consideradas por primera vez, la competitividad se evalúa con base en la calidad del ambiente macroecenómico, la calidad de las instituciones públicas y la capacidad tecnológica de los países. Según este indicador, la mayoría de las economías latinoamericanas se ubican en posiciones muy bajas. Sólamente Chile y Costa Rica están en posiciones por encima de la media, mientras que 7 de las 11 últimas posiciones mundiales las ocupan países latinoamericanos.

Puesto que las posiciones en el índice de competitividad tienden a reflejar el nivel de desarrollo de los países, estos resultados no deben ser sorprendentes. Sin embargo, para el nivel de ingreso de sus economías, 9 de los 20 países latinoamericanos tienen indicadores de competitividad muy inferiores de lo que cabría esperar. Esto es preocupante en la medida de que el potencial de crecimiento futuro depende no tanto de las posiciones absolutas en el índice, como de qué tan favorables sean las condiciones de competitividad del país en relación con su nivel de ingreso. En efecto, naciones que ofrecen un ambiente macroeconómico e institucional y unas capacidades tecnológicas comparativamente altas para su nivel de ingreso, están en capacidad de crecer en forma más acelerada. Muchos de los países latinoamericanos carecen de estas condiciones.

En principio, el crecimiento económico tiene dos fuentes principales: El ritmo al que se acumulan maquinaria, educación y otros factores productivos, y la productividad con la que se utilizan esos factores. En ambos aspectos, como ya hemos puesto de manifiesto en anteriores epígrafes, las economías latinoamericanas tienen serias deficiencias. La región tiene las tasas más bajas de inversión en maquinaria y equipo de todas las grandes regiones mundiales. Aunque ha dejado de ser una zona de trabajo no calificado, los niveles de educación están creciendo a un ritmo mucho más lento que en regiones más educadas, como el Sudeste Asiático, o que otras con menores niveles de educación, como el Medio Oriente u otras regiones de Asia.

Con el ritmo de acumulación de los factores productivos, América Latina podría aspirar a crecer tan sólo 4% anual a comienzos del siglo XXI. Pero lo más grave es que el crecimiento en la última década fueaún inferior, debido a que las caídas de productividad sustrajeron 0.6 puntos a ese modesto potencial. Ello constrasta con los países desarrollados, donde los aumentos de productividad aportaron 0.6 puntos al crecimiento. Por consiguiente, las crecientes brechas de ingreso entre América Latina y los países desarrollados son resultados de crecientes distanciamientos de productividad. Lo mismo puede decirse dentro de América Latina entre sus respectivos países.

Los únicos países donde la productividad total de los factores aumentó en los noventa fueron Brasil, Chile, México y Uruguay, que se encuentran entre los más desarrollados. Algunos de las naciones más pobres de la región, como son Haití, Honduras o Nicaragua, tuvieron pérdidas severas de productividad, que la supusieron más de un punto de crecimiento anual en los noventa. Puede resultar paradójico, que en un periodo de mejoras tecnológicas tan importantes como fue la década de los noventa, se hayan registrado caídas en la productividad de los países pobres.