Este texto forma parte del libro
Historia del Pensamiento Económico Heterodoxo
del profesor Diego Guerrero
Para obtener el texto completo 
para imprimirlo, pulse aquí


 











Capítulo 5: Un siglo de polémicas sobre dos problemas intrincados.

 

 5.1. Breve historia del análisis sobre el "problema de la transformación".

 

            Marx utilizó el conocido esquema que se reproduce en la tabla 1 para ilustrar su concepción de la transformación de los precios directos (proporcionales a los valores) en precios de producción (precios que aseguran la rentabilidad media a cada sector). En él, lo que interesa al autor es la diferente composición del capital invertido en cada sector, lo que se expresa en las diferentes relaciones o proporciones existentes entre la parte constante (c) y la parte variable (v) del capital de cada rama. La diferente composición sectorial del capital es lo que origina que la "transformación" de precios directos en precios de producción suponga una modificación comparativa de los mismos, de forma que los segundos crecen (decrecen o se mantienen) en relación con los primeros allí donde la composición de capital es mayor (menor o igual) que la media de la economía.

 

            El "gran error" que, a este respecto, se le ha achacado desde hace un siglo a Marx es que, al realizar esta "transformación", se olvidó de transformar los valores de los inputs al mismo tiempo que transformaba los de los outputs. Al final de este capítulo, veremos el planteamiento de varios autores que han defendido muy recientemente que el error consiste más bien en intentar transformar los inputs (recuérdese también la exposición de la teoría de Marx realizada en el epígrafe 3.2), pero antes de llegar a esa última fase del debate histórico sobre la transformación, merece la pena detenerse en algunos de los hitos que jalonan este siglo de controversias sobre la materia. Para empezar, hay que partir de la figura del estadístico ruso Ladislaus von Bortkiewicz. Considerado generalmente como un discípulo de Lexis, tan ricardiano como su maestro, en realidad fue, como su compatriota Dmitriev, un walrasiano más preocupado por hacer compatible la teoría "matemática" (o neoclásica) con la ricardiana que por cualquier otra cosa. Bortkiewicz considera, por una parte, que sólo una teoría que ve el "origen del excedente en el sobretrabajo que se le arranca al obrero" puede dar una solución coherente al problema del origen de la ganancia, pero, por otra parte, pretende, como Dmitriev y Tugán, "conciliar este esquema marxista con la teoría del equilibrio general de Walras, de la que puede considerarse como un caso particular" (Dostaler 1978, p. 177). Aunque los neorricardianos rechazan este último punto, hay que añadir que Bortkiewicz va más allá que éstos en el otro aspecto de la teoría, pues mientras aquéllos no se interrogan sobre el origen del excedente, él dice claramente que el origen de la ganancia es el sobretrabajo. Sin embargo, lo anterior no le impidió rechazar, uno por uno, todos los conceptos con los que Marx creía haber superado a Ricardo, y esto confirió a sus modelos una numerosa descendencia (Benetti y Cartelier 1975b), de toda la cual se puede afirmar lo que escribe Dostaler de Bortkiewicz y Sraffa: que "el modelo de los precios de producción y la lucha de clases explicarían el funcionamiento de la sociedad capitalista, sin que sea necesario, en definitiva, recurrir a los conceptos que Marx elaboró en el libro primero de El Capital" (Dostaler 1978, p. 221).

 

 

Tabla 5.1.1: El esquema de la transformación, según el libro III de El Capital

Capitales

(1)

(2)

(3)

(4)

(5)

  (6)

(7)

(8)

(9)

I)   80c +  20v

100%

 20

20%

50

 90

  70

 92

22%

 +2

II)  70c +  30v

100%

 30

30%

51

111

  81

103

22%

 -8

III) 60c +  40v

100%

 40

40%

51

131

  91

113

22%

-18

IV)  85c +  15v

100%

 15

15%

40

 70

  55

 77

22%

 +7

V)   95c +   5v

100%

  5

 5%

10

 20

  15

 37

22%

+17

    390c + 110v

 --

110

 --

 --

 --

Total

 

 

 

     78c +  22v

 --

 22

22%

 --

 --

Promedio

 

 

 

Leyenda: (1)Tasa de plusvalor; (2)Plusvalor; (3)Tasa de ganancia; (4)c consumido; (5)Valor de las mercancías; (6)Precio de costo; (7)Precio de las mercancías; (8)Tasa de ganancia; (9)Desviación del precio con relación al valor.

            Lo anterior interpretación no puede aceptarse, sin embargo, ya que Marx afirmó con toda claridad desde 1852 (en una famosa carta a Weydemeyer, de 5 de marzo) que no era él sino los historiadores burgueses quienes habían descubierto las clases y las luchas de clases; y, por tanto, es absurdo considerar la lucha de clases como una teoría marxista de la distribución que, supuestamente, "establecería un puente entre el r = R(1-w) de Sraffa y el (pl/v) de Marx"; ya que "no basta con decir que los intereses de los obreros y de los capitalistas se oponen para situarse en la problemática marxista" (ibid., pp. 222-3). Lo que ocurre es que, como señala Dostaler, los neorricardianos, como los neoclásicos, como John Stuart Mill y como Ricardo, "disocian la producción, que depende del 'mundo no humano de la tecnología', de la distribución", pero en realidad el que esta distribución sea "el resultado de relaciones armónicas (neoclásicas) o antagónicas (neorricardianas)" no cambia en nada el problema, ya que Marx se opuso tajantemente a "los reformistas que, de Proudhon a Mill, querían resolver el 'problema social' en el nivel de la distribución", mientras que, para él, "la lucha de clases no es una lucha económica para repartir el pastel", sino "el efecto de una lucha que se efectúa en el nivel de la producción" (ibidem). La conclusión final que puede extraerse de este análisis es que por caminos diferentes, las lecturas ricardianas y neoclásicas llegan a idénticos resultados, es decir a rechazar la teoría del valor-trabajo[1].

 

            Tras los escritos de Bortkiewicz y sus contemporáneos, se abre una fase, entre 1907 y 1942, en la que el problema de la transformación desaparece del panorama del pensamiento económico anglosajón -no occidental, como escribe Desai (1988)-, hasta que en el último año, el famoso libro de Sweezy (1942) hace rebrotar el debate en ese contexto, que se amplía poco después, precisamente con la edición inglesa (hecha también por Sweezy en 1949) del artículo corto de Bortkiewicz (1907) y con la traducción al inglés, en 1952, de su artículo largo (1906-7). En realidad, en esa época se había estado desarrollando en Rusia un debate paralelo, entre 1917 y 1929, motivado por razones prácticas de planificación, y con características autóctonas (véase Nove 1986, cap. 4), pero casi desconocido en Occidente, al mismo tiempo que en Alemania se seguía debatiendo intensamente la cuestión. Ambas literaturas, rusa y alemana, fueron recogidas y analizadas por I. I. Rubin en 1928, que hizo además una notable contribución propia al debate, que permaneció también desconocida en occidente durante medio siglo, hasta que la traducción del libro de Rubin al inglés, en 1972, dio impulso a una nueva etapa de profundos debates sobre el tema.

 

            Pero antes de situarnos en los setenta, digamos algo sobre la etapa anterior (1942-1970). En esta época, la revisión del libro de Sweezy en una recensión hecha por Dobb, algunos trabajos de Meek, más (sobre todo) los artículos de Winternitz (1948) y May (1948) fueron las contribuciones más importantes hasta 1957, cuando apareció el famoso artículo de Seton (1957) sobre la transformación, el cual, aprovechando ya las potencialidades algebraicas abiertas por el uso generalizado del teorema de Perron-Frobenius, fue capaz de generalizar al caso de n bienes y n sectores una solución matricial del problema que ha pasado a considerarse universalmente como el punto de partida del debate moderno sobre la transformación. Sin embargo, como señala Desai, el principal resultado de Seton había sido anticipado por Dmitriev medio siglo antes, y lo que hizo el primero fue poco más que traducir a lenguaje actual la idea de que la tasa de ganancia podía definirse sin referencia alguna a las categorías de tasa de plusvalía o de composición orgánica del capital (Desai 1988).

 

            Dentro de este nuevo marco conceptual, el teorema de Okishio fue, en 1961, una primera demostración, de que la fuente de los beneficios es necesariamente el trabajo excedente (o plusvalía). Y ésta es considerada hoy la principal contribución durante los años sesenta, que dio paso, en los setenta, a las aportaciones abiertamente neoclásicas de Samuelson (1971) -que insistía en la tesis de la redundancia de los valores-, de Baumol (1974) -que consideraba la dimensión de "equilibrio general" que podía percibirse en el sistema marxiano- y de Morishima (1973) -que criticaba a Böhm-Bawerk y a sus seguidores por no haberse dado cuenta de que la desviación entre valores y precios no representaba en absoluto una contradicción-. El tratamiento del problema de la "producción conjunta" fue el desencadenante inmediato de una nueva serie de contribuciones sobre el problema, aunque esta "producción conjunta" no se refería tanto a la cuestión de un auténtico resultado múltiple de los procesos de producción (por ejemplo, carne de oveja y lana), como a la manera en que Von Neumann se las había ingeniado años atrás para tratar con el capital fijo, considerando que cada proceso de producción, a la vez que un output normal, obtenía simultáneamente otro output consistente en los instrumentos usados como capital fijo pero envejecidos en un periodo temporal -cosa que, en realidad, como ha señalado Desai (1988), suponía eludir la cuestión del capital fijo, más que resolverla, pues equivalía a tratar todas las mercancías como si su vida útil fuera de un solo periodo-. El caso de la producción conjunta hacía aparecer además una "posibilidad perversa" ya apuntada por Steedman en 1975: la existencia de sistemas de producción cuyas soluciones fueran valores negativos (y cuyos plusvalores implícitos fueran también negativos). Sin embargo, el debate se calmó en parte cuando se comprobó que estos valores negativos no eran el resultado del método de Marx sino de "la estructura del problema" (Desai 1988, p. 322), de forma que también el sistema de Sraffa podía dar outputs negativos, como demostró posteriormente Farjoun (1984).

 

            En los últimos años, son varias las direcciones que han tomado los participantes en el debate sobre el problema de la transformación (véanse algunos trabajos significativos en las recopilaciones llevadas a cabo por Elson 1979, Steedman y otros 1981, Mandel y Freeman 1984, y Fine 1986). Por una parte, están quienes son partidarios de seguir vinculando los beneficios con la explotación del trabajo, pero abandonando simultáneamente toda derivación de los precios a partir de los valores (por ejemplo, Roemer 1981). En segundo lugar, entre quienes propugnan la doble vinculación -es decir, no sólo entre beneficios y plusvalías, como en el primer paso, sino también entre precios y valores- y, al mismo tiempo, aceptan algunas de las revisiones técnico-matemáticas puestas de manifiesto por la literatura que arranca en Bortkiewicz, han crecido dos ramas distintas. Unos son partidarios de la llamada "nueva solución" (Duménil 1980, Lipietz 1982, Foley 1982), mientras que otros defienden que la solución de Marx no es en realidad sino el primer paso de una transformación completa que puede llevarse a buen término por el procedimiento de las iteraciones sucesivas (Morishima 1973 y Shaikh 1977). El autor que ha llegado más lejos por esta segunda vía ha sido Shaikh, que ha desarrollado recientemente una "aproximación lineal de los precios de producción" que es "una versión verticalmente integrada del procedimiento de transformación del propio Marx" (Shaikh 1995). Por último, un cuarto bloque de autores niega muy recientemente la necesidad de proceder a la revisión técnica en la que siempre ha insistido la literatura sobre el tema[2]: Giussani, Freeman, Carchedi, Kliman, Moseley, P. Mattick, jr., etc.

 

            Freeman (1995) comienza señalando que, a pesar de que el marginalismo era la "cara pública" de la economía neoclásica, "su alma era el método simultáneo" (p. 2), razón por la cual Bortkiewicz coincidía con la opinión de Marshall de que Ricardo "no se expresa claramente, y en ciertos casos no concibió quizás completa y claramente cómo, en el problema del valor normal, los distintos elementos se determinan entre sí mutuamente, no sucesivamente, en una larga cadena de causalidad"; es más, según Bortkiewicz, "esta descripción se aplica aún mejor a Marx ... [que] se aferraba al punto de vista de que los elementos en cuestión deben interpretarse como una especie de cadena causal en la que cada uno está dado, en su composición y magnitud, sólo por los eslabones precedentes... La economía moderna está comenzando a liberarse progresivamente del prejuicio secuencialista, correspondiéndole el mérito principal a la escuela matemática capitaneada por León Walras" (Bortkiewicz 1906/7, pp. 23-24). Según Freeman, el método simultaneísta de Dmitriev y Bortkiewicz, que es idéntico al de Sraffa, encierra los mismos presupuestos implícitos que el equilibrio general walrasiano -entre otros: que el dinero es un numerario puro, que el mercado se vacía siempre, que todos los capitalistas ganan constantemente la tasa media de ganancia y venden a los precios de producción, y que no existe cambio técnico ni acumulación de capital. Fue precisamente el uso de este método lo que llevó poco a poco a la hoy generalizada idea de que los requisitos técnico-distributivos, físicos, de la reproducción capitalista debían representarse adecuadamente por un sistema de ecuaciones lineales simultáneas, en el que los precios de los inputs y de los outputs son los mismos; en cuyo caso -y sólo en ese caso-, se percibe en el algoritmo de transformación de Marx un supuesto error consistente en el olvido de transformar el valor de los inputs a la vez que el de los outputs. Si se corrige esta incoherencia, como reclama casi toda la literatura, entonces no se pueden mantener simultáneamente las dos igualdades postuladas por Marx -que la suma de los precios coincide con la suma de los valores, y que la suma de  los beneficios coincide con la suma de los plusvalores-; no se puede calcular tampoco la tasa de ganancia tal y como él lo hacía...; y, en último término, habría que renunciar, al menos por redundante cuando no por incoherente, a toda o casi toda su teoría del valor.

 

            Ante estas críticas, las respuestas marxistas que han aportado algo al debate se han concentrado -afirma Freeman- en dos tendencias que sólo han ofrecido soluciones incompletas: o bien se adoptó un método secuencialista, basado en iteraciones que convergían desde los valores a los precios de producción pero exigían la renuncia a una de las dos igualdades marxianas (Shibata, Okishio, Morishima, Shaikh); o bien se optó por una posición no dualista que aceptaba sin embargo el método de las ecuaciones simultáneas, pero sustituyendo los dos sistemas independientes de Bortkiewicz por un conjunto de ecuaciones que vinculan precios y valores de tal manera que se hacía posible mantener las dos igualdades simultáneamente (Moseley 1993, etc.). Según Freeman, de lo que se trata ahora es de fundar un marxismo distinto del "de equilibrio", que absorba lo mejor de ambas tradiciones. Así, Giussani (1993-4) ha señalado que "una mercancía determinada no puede actuar simultáneamente como input y como output"; "ningún output puede intercambiarse por un input, ya que no pueden existir valores de uso que operen simultáneamente como input y como mercancía"; "si partimos de un determinado conjunto de inputs para obtener un determinado conjunto de outputs, como en el tratamiento de Sraffa y en todos los modelos de producción lineales, para estos conjuntos las fases de compraventa y de producción ni pueden ser simultáneas". La pretensión de Sraffa -obtener precios de producción a partir de la técnica y de las variables distributivas, sin necesidad de recurrir a valores absolutos- exige el mismo índice temporal para inputs y outputs, pues, si no, no podría determinarse la tasa de ganancia; es decir, exige que los precios no cambien, y esto equivale a representar el proceso de cambio económico como si se tratara de una sucesión de dibujos animados, a sustituir el dinero por el trueque, y sustituir el precio monetario por la "tasa física de cambio" necesaria para obtener ratios dadas de oferta y demanda, basadas en el supuesto neoclásico del vaciado automático y permanente de los mercados (en esto también coinciden Sraffa y Walras).

 

            En cambio, si se deja variar a los precios, utilizando un sistema de ecuaciones en diferencias finitas, como hace Giussani, se precisan ecuaciones adicionales que den sentido preciso al coeficiente (1 + rt+1), y para eso es para lo que sirve la teoría marxiana de los valores de cambio basados en cantidades de trabajo. La conclusión que se extrae de este trabajo es que, con coeficientes y cantidades de trabajo constantes, la solución del sistema de Giussani coincide con la de Sraffa, pues éste no es sino el caso estático de la teoría de los precios de producción de Marx. Pero en el caso general, cuando se dejan variar esos datos en el contexto de la acumulación (dinámica) de capital, los dos sistems difieren. La crítica de "circularidad" que se atribuye frecuentemente al sistema de Marx se viene abajo en cuanto se da entrada al tiempo real.

 

 

            5.2. La teoría del trabajo productivo e improductivo en perspectiva histórica.

 

            A diferencia del problema de la transformación, la cuestión del trabajo productivo es un problema que Marx hereda de los clásicos, pero al igual que aquél, es un problema que sólo se mantiene hoy en las corrientes teóricas que arrancan de Marx o de los clásicos, pero que parece un falso problema (en realidad inexistente) en la tradición de la economía neoclásica ortodoxa. Para ésta, todos los trabajos por los que se paga un salario son productivos porque son útiles, y lo son porque el hecho de que se pague algo por ellos así lo demuestra. Aunque este criterio deja sin resolver el problema de por qué el trabajo doméstico, siendo útil, no se cuenta en la contabilidad nacional, lo dejaremos aquí de lado, porque lo que nos importa ahora es observar que los clásicos pensaban de forma muy distinta a como lo hacen hoy en día los neoclásicos. Para los primeros, la cuestión de la riqueza nacional era lo más importante -como lo demuestra el título de la obra más famosa de Adam Smith-, y el elemento decisivo en la creación de la riqueza nacional era precisamente el trabajo productivo, que representaba todo lo contrario del trabajo improductivo, que sólo servía para consumir y gastar esa riqueza. Smith asegura que es trabajo productivo el que contribuye a la acumulación de capital, mientras que el trabajo improductivo la frena, por lo que "cualquiera se enriquece empleando muchos obreros en las manufacturas, y en cambio se empobrece manteniendo un gran número de criados" (1776, p. 299).

 

            Marx heredó esta forma de enfocar la cuestión, si bien su posición no coincide exactamente con la de Smith. Es muy importante señalar las diferencias, pero también las coincidencias, entre la concepción del trabajo productivo en Smith y en Marx. En Marx hay dos enfoques diferentes de la cuestión, dos problemáticas distintas. Una es la cuestión del trabajo productivo en general, en cuyo sentido es trabajo productivo, o de producción, todo trabajo que crea algún valor de uso o, como él prefiere denominarlo, algún objeto útil. Pero como Marx se centra en la producción material (el ámbito económico de la producción humana), trabajo productivo es el que crea medios de consumo o medios de producción materiales, es decir, el que se desarrolla en la esfera de la producción material. Pero en Marx hay un segundo enfoque del trabajo productivo, que le lleva a definir el "trabajo productivo desde el punto de vista capitalista" o "trabajo productivo para el capital"; y es importante advertir que un trabajo no productivo desde el primer punto de vista puede ser trabajo productivo para el capital, y a la inversa, que trabajo de la esfera de la producción material puede ser trabajo improductivo desde el punto de vista capitalista.

 

            En Smith, la cuestión no se plantea de la misma forma. Smith distingue una sociedad "ruda y primitiva", diferente de la moderna sociedad que él identifica con el capitalismo; pero, cuando plantea la cuestión del trabajo productivo, no distingue un trabajo productivo en general y un trabajo productivo desde el punto de vista capitalista, porque para él no se plantea siquiera la cuestión de la validez históricamente limitada de los diferentes modos de producción. Para Smith, el trabajo productivo para el capital es el trabajo productivo en general; el trabajo que favorece la creación de riqueza es el trabajo que sirve a la acumulación de capital; y viceversa. De ahí su concepción del sirviente como improductivo, y del manufacturero como trabajador productivo. Pero si los criados son improductivos porque su  trabajo no enriquece al señor -al contrario, lo empobrece, en la medida en que consume parte de su renta, reduciendo así la proporción que de otro modo podría emplearse en aumentar su capital y, en consecuencia, el capital productivo del país en su conjunto-, Smith extiende ese mismo diagnóstico a la mayoría de las profesiones que constituían el "sector servicios" de su época, incluidas "algunas de las clases más respetables de la sociedad", como el soberano y el resto de los funcionarios civiles y militares del Estado, así como "otras muchas profesiones, tanto de las más importantes y graves como de las más inútiles y frívolas, los jurisconsultos, los clérigos, los médicos, los literatos de todas clases; y los bufones, músicos, cantantes, bailarines, etc." (ibid., p. 300).

 

            En terminología de Marx, Smith capta así la diferencia entre el trabajo que se cambia por capital y produce un plusvalor para el capitalista -trabajo productivo- y el que se intercambia meramente por renta y, en consecuencia, no genera sino que cuesta dinero: trabajo improductivo. Esta concepción del trabajo productivo de Smith coincide con la concepción marxiana del trabajo productivo desde el punto de vista capitalista. Pero hay que añadir que Smith entremezcla con esta concepción -"correcta" para Marx- otra diferente, que Marx considera incorrecta, y según la cual sería también trabajo productivo el que meramente repone el valor del trabajo directo e indirecto consumido en la producción de una mercancía por medio de un equivalente. Hay que resaltar que la diferencia básica entre esta segunda concepción y la primera radica en que Smith da así entrada en el trabajo productivo a los productores independientes y artesanos de todo tipo, lo cual le lleva a identificar como productivos a todos los "agricultores, artífices, manufactureros y comerciantes", y a abandonar, en consecuencia, la definición del trabajo productivo basada en la forma social (capitalista) del trabajo organizado, sustituyéndola por una definición basada en la "materialidad" del producto. Por cierto, materialidad entendida, según Marx, en un sentido demasiado "escocés", porque olvida que "cuando hablamos de la mercancía como materialización del trabajo -en el sentido de su valor de cambio- éste, por sí mismo, no es más que un modo de existencia imaginario, es decir, puramente social, de la mercancía, que nada tiene que ver con su realidad corpórea" (Marx 1862, vol. I, p. 145). Por eso, el transporte, que "no deja rastro alguno en la mercancía", también puede ser trabajo productivo si el trabajo del transportista genera plusvalía para su capitalista[3].

 

            En Marx, por tanto, es trabajo productivo el que crea una plusvalía para el capitalista, con independencia de que se haga por medio de una mercancía tangible o de un servicio. El trabajo de producción, de transporte y de distribución física es trabajo productivo si reúne el requisito anterior, pero no lo es el trabajo de "circulación pura", que sólo proporciona al capitalista la redistribución de parte de la plusvalía generada por el trabajo de producción. Por otra parte, da igual que el producto obtenido sirva como producto "necesario" o como producto "suntuario": no importa el valor de uso ni su destino sino si sirve de cuerpo material a cierta masa de plusvalor.

 

            En la historia del pensamiento marxista posterior a Marx, en cambio, no siempre se entendió todo lo anterior correctamente. Por una parte, muchos autores excluyeron los servicios del ámbito del trabajo productivo. Con distintos razonamientos y argumentos[4], y ofre­ciendo, en la práctica, una relación más o menos extensa de servicios improduc­tivos[5], ninguno de estos autores supo captar que, en realidad, la mercan­cía, como unidad de valor de uso y de valor, puede materia­lizarse tanto en un objeto físico como en un servi­cio, que lo que importa no es su contenido material, sino su forma social, esto es, las relaciones sociales que se han generado en su producción. Por tanto, si el servicio ha sido producido en una empresa capitalis­ta, el trabajo utilizado en su producción será trabajo productivo. Para un segundo grupo de autores marxistas la fuente de su error radica en un lugar distinto, concretamente en el hecho de que "en el proceso real de reproducción -consideran­do sus verdaderos elementos- con respecto a la formación, etc., de la riqueza, existe una gran diferencia entre el trabajo que se manifiesta en artículos repro­ductivos y el que lo hace en artículos suntuarios (luxuries)" (Marx 1863, p. 87). Una vez más, esta cuestión atañe exclusiva­mente al valor de uso de las mercancías y, por tanto, no afecta a la cuestión del trabajo productivo e improduc­tivo. La producción de mercancías de lujo (o de mercancías asimilables a éstas, desde el punto de vista de la reproducción, como son los armamentos) no puede, por tanto, en ningún caso, ser obra de trabajo improductivo si produce plusvalía para el capital. Sin embargo, determinados autores lo creen así, sobre la base de la "irracionalidad" de este tipo de trabajo (Baran 1957, p. 50, Baran y Sweezy 1966, p. 113), o de la ausencia de una tercera condición (junto a la creación de valor de uso y de valor) supuestamente exigible a las mercancías producidas por el trabajo productivo: su reincor­pora­ción a un nuevo ciclo de capital[6]. Sin embargo, otros autores han criticado suficiente­mente esta posición[7].

 

            Simétricamente, hay que tener en cuenta que -al igual que el destino final más o menos útil (socialmen­te) de la mercan­cía no incide sobre la productividad o improductividad del trabajo (desde el punto de vista del capital)- tampoco el destina­tario inmediato del trabajo concreto puede ser un criterio determinante en la definición del trabajo productivo. Así, el que determi­nados trabajos contribuyan directamente a la reproduc­ción de la mercancía fuerza de trabajo (como el trabajo de los médicos, enfermeros, enseñantes, etc.), y expresen de esta forma su utilidad social inmediata, no basta para calificarlos de productivos desde el punto de vista del capital[8]. Debe aplicarse coherente­mente el criterio "formal" ya señalado para entender que sólo si dicho trabajo se inscribe en una relación social de tipo capitalista, es decir, en la producción de valor y, por tanto, de plusvalor, para el capital, puede considerarse trabajo productivo. Por tanto, aunque la sanidad y la enseñanza privadas son una fuente de plusvalía más para el capital, no puede decirse lo mismo de los trabajadores de la Administración Pública, que son todos improduc­ti­vos, indepen­dientemente de la naturaleza del trabajo desempeñado por cada funcionario, porque no crean plusvalía para el capital (lo mismo ocurre con el trabajo domésti­co, que también contribuye a la reproduc­ción de la fuerza de trabajo): Fine y Harris (1976b), pp. ­88 y ss., y (1976a), pp. 24 y 16.

 

            La auténtica posición de Marx sobre el trabajo productivo ha sido comprendida por una minoría de autores, no todos marxistas. La cuestión de los servicios es la que mejor se ha entendido[9]; la distinción entre "comercio" y "circulación pura" ha resultado ser, por el contrario, una de las peor tratadas. Aunque esta cuestión fue magistralmente desarrollada por Nagels (1974) -prácticamente desconocido en la literatura anglosajona-, es una auténtica lástima que no se haya tenido en cuenta a este autor en el excelente trabajo de Shaikh y Tonak (1994), en el cual, a pesar del rigor téorico y el alcance empírico del libro, los cálculos realizados pueden resultar viciados de base por no tener en cuenta las diferencias que señala Nagels[10]. Digamos, por último, que el autor que mejor supo desarrollar la posición global de Marx en relación con la cuestión del trabajo productivo e improductivo fue, como en otros campos, el ruso Rubin, que en 1928 dedicó el último capítulo de su libro a un resumen exhaustivo y excelente de la dispersa doctrina de Marx sobre la cuestión.

 

 

                                                           Para seguir leyendo

 

                El libro de Dostaler (1978) citado en el capítulo anterior ofrece también en éste una adecuada visión histórica del problema de la transformación, que puede ampliarse con el repaso más específico de este debate realizado por Desai (1988) y con el muy reciente llevado a cabo por Freeman (1995). En cuanto a las diferentes posiciones actuales, hay que citar el libro de Steedman (1977) entre los críticos del problema; los de Duménil (1980) y Foley (1986), como representantes del enfoque que insiste en la llamada "nueva solución", que puede ampliarse con un libro en español, a cargo del mexicano H. Guillén (1988); entre los defensores del enfoque iterativo, destacan Morishima (1973) y Shaikh (1977, 1984, 1992); y como muestras del nuevo enfoque, partidario de no transformar, puede verse Freeman y Carchedi (1996), Carchedi y de Haan (1995) y, en español, Giussani (1993-4). Pueden citarse también las recopilaciones de artículos sobre la teoría del valor realizadas en Elson (1979), Fine (1986), Mandel y Freeman (1984) y Steedman y otros (1981).

 

                En cuanto a la cuestión del trabajo productivo, aparte de los clásicos libros de Adam Smith (1776) y Marx (donde son de especial interés, Marx 1862 y 1863), son de especial interés los siguientes trabajos: Rubin (1928), que contiene un excelente resumen de la teoría de Marx al respecto; Burger (1970), que ofrece una perspectiva del problema desde los países del este; Studenski (1958), que hace un exhaustivo repaso histórico, aunque desde una perspectiva hostil y neoclásica; Nagels (1974), que acierta en el tratamiento de la cuestión del trabajo colectivo y, sobre todo, en la distinción entre "comercio" y "circulación pura"; y Shaikh y Tonak (1994), que han realizado la aplicación empírica más amplia, hasta la fecha, de estas categorías. Un análisis muy amplio del problema se hace también en Guerrero (1989), y un resumen en (1990).

 

                                                                                           Bibliografía:

Burger, A. (1970): Economic Problems of Consumers' Services, Akadémiai Kiadó, Budapest.

Carchedi, G.; de Haan, W. (1995): "From production prices to reproduction proces", Capital and Class, 57, pp. 83-105.

Desai, M. (1988): "The transformation problem", Journal of Economic Surveys, 2 (4), pp. 295-333.

Dostaler, Gilles (1978): Valeur et prix. Histoire d'un débat, París [Valor y precio: historia de un debate, Terra Nova, México, 1980].

Duménil, G.(1980): De la valeur aux prix de production. Une réinterprétation de la transformation, Économica, París.

Elson, D. (ed.) (1979): Value: the Representation of Labor in Capitalism, CSE Books, Londres.

Fine, B. (ed.) (1986): The Value Dimension: Marx versus Ricardo and Sraffa, Routledge, Londres.

Foley, D. (1986): Understanding Capital. Marx's Economic Theory, Harvard University Press, Cambridge[Para entender El Capital. La teoría económica de Marx, Fondo de Cultura Económica, México, 1989].

Freeman, A. (1995): "Marx without equilibrium", Capital and Class, 56, pp. 49-89.

-- y Carchedi, G. (eds.) (1996): Marx and Non-Equilibrium Economics, E. Elgar, Aldershot.

Giussani, P. (1993/94): "La determinación de los precios de producción", Política y Sociedad, n1 14/15, pp. 235-244.

Guillén, H. (1988): Lecciones de economía marxista, Fondo de Cultura Económica, México.

Guerrero, D. (1989): Acumulación de capital, distribución de la renta y crisis de rentabilidad en España (1954-1987), Ediciones de la Universidad Complutense, Madrid.

--(1990): "Cuestiones polémicas en torno a la teoría del trabajo productivo", Política y Sociedad, 5, abril.

Mandel, E.; Freeman, A. (eds.) (1984): Ricardo, Marx, Sraffa: the Langston memorial volume, Verso, Londres.

Marx, K. (1862): Teorías sobre la plusvalía, 3 volúmenes, Cartago, Buenos Aires, 1974.

--(1863)­: El Capital, libro I, capítulo VI (inédito), S. XXI, Madrid, 1973.

Morishima, M. (1973): Marx's Economics. A Dual Theory of Value and Growth, Cambridge University Press, Nueva York [La teoría económica de Marx. Una teoría dual del valor y el crecimiento, Tecnos, Madrid, 1977].

Nagels, J. (1974): Travail collectif et travail productif dans l'évolution de la pensée marxiste, Éditions de l'Université de Bru­xelles, Bruselas.

Rubin, I. I. (1928): Ensayo sobre la teoría marxista del valor (30 edición), Pasado y Presente, Buenos Aires, 1974.

Shaikh, A. (1977): "Marx's theory of value and the transformation problem", en J. Schwartz (ed.).

(1984): "The transformation from Marx to Sraffa: prelude to a critique of the neo-ricardians", en E. Mandel y A. Freeman (eds.): Marx, Ricardo, Sraffa, Verso, Londres, pp. 43-84.

(1992): "Values and value transfers: a comment on Itoh", en Roberts y Feiner (eds.): Radical Economics, pp. 76-90.

-- y Tonak, E. A. (1994): Measuring the Wealth of Nations. The Political Economy of National Accounts, Cambridge University Pres, Cambridge.

Smith, A. (1776): An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, W. Strahan and T. Cadell, Londres [Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, Fondo de Cultura Económica, México, 1980].

Steedman, I. (1977): Marx After Sraffa, New Left Books, Londres [Marx, Sraffa y el problema de la transformación, Fondo de Cultura Económica, México, 1985].

-- y otros (1981): The Value Controversy, Verso, Londres.

Studenski, P. (1958): The Income of Nations (2 volúme­nes), New York University Press, Nueva York.


 

    [1] Y añade: "Los neorricardianos son los herederos de los socialistas ricardianos cuya ingenuidad política denunció Marx. Se trata de suprimir a los capitalistas sin dejar de conservar el capital y la ganancia, motor de la acumulación. Y, para administrar esta acumulación, siempre habrá necesidad de economistas" (ibid., p. 225).

    [2] Debe advertirse que el autor no tiene completamente claro si le resulta más convincente esta interpretación o la que adopta el enfoque de las soluciones iterativas, pero parece inclinarse, de momento, por la primera.

    [3] Verdaderamente, Marx tiene toda la razón al afirmar que el criterio utilizado por Smith en su segunda definición del trabajo productivo -reposición del valor consumido, en vez de creación de plusvalía, que es el criterio de la primera- supone un paso atrás. Pero es injusto cuando ironiza con su sentido escocés de la materialidad porque Smith fue lo suficientemente perspicaz para comprender lo esencial, y en realidad dejó claro (aunque en una nota a pie de página) que su primera definición era puramente "social" y nada material, como lo demuestran las siguientes palabras (escritas inmediatamente a continuación de la referencia a criados y manufactureros citada más arriba): "En la argumentación que sigue en el texto se pasa por alto la circunstancia de que eso sólo es cierto cuando los industriales se dedican a producir artículos para la venta, y cuando los sirvientes se dedican únicamente para la comodidad de quienes los contratan. Una persona puede empobrecerse ocupando gente que produzcan 'artículos particulares y vendibles' para su consumo, mientras que un hostelero puede hacerse rico ocupando sirvientes" (1776, p. 299). La argumentación es tan similar a la de Marx que hasta los ejemplos coinciden, pues éste último se refiere a que fuera de la producción material se puede realizar trabajo productivo para el capital (y cita el caso del "fabricante de enseñanza", pero también del hostelero), lo mismo que es posible contratar el "servicio personal" de un trabajador para que construya un piano en casa de su cliente, y para el consumo de éste, en cuyo caso la materialidad del producto obtenido no aporta ni un ápice de productividad a la improductividad (desde el punto de vista capitalista) de este tipo de trabajo, que no enriquece, sino que empobrece, a su dueño.

    [4] Khavina (1959), p. 81, Poulantzas (1974), pp. 196-197, ­Mandel (1976/1981), p. 123, Mattick (1971), pp. 241-242, Hashimoto (1966), p. 71, Nagels (1974), volumen II, pp. 70 y ss., y 56 y ss., Grossmann (19­29), pp. 231 y ss.

    [5] Páltsev (1954), pp. ­20-22, Rindina y Chérnikov (1975), p. 164, Kúdrov y Nikitin (1975), pp. 340-341, Mandel (1976/­1981), pp. ­125-126, Nagels (1974), volumen II, pp. 82-83.

    [6] Blake (1960), p. 173, Morris (1958), pp. 194-195, Gillman (1965), p. 22.

    [7] Nagels (1974), volumen II, p. 109, Rosdolsky (1968), p. 600, Gough­ (1972), p. 284, Yaffe y Bullock (1975), p. ­16, Fine y Harris (19­76a)­, p. 24.

    [8] Son de la opinión contraria: Blake (1960), p. 172, Kúdrov y Nikitin (1975), p. 341, Gough (1979), pp. 120 y ss., y 278 y ss., O'Connor (19­73), pp. 26 y ss., Miller (1986), p. 249, y Yaffe y Bullock (1975), p. 16.

    [9] Entre los no marxistas, cabe citar a Harris (1939), p. 341, Studens­ki (1958), vol. I, pp. 22-23, Holesovsky (1961), p. 329, Kühne (1973/1974), vol. I, p. ­215, Blaug (1978), pp. 386-387. Entre los marxistas citare­mos a Rubin (1928), pp. 315 y ss., Rosenberg (1930), pp. 332 y ss., Denis (1957), pp. 94-95, Coontz (1966), pp. ­67-69, La Grassa (1973), p. 142, Wright (1978), p. 39, Berthoud (1974), pp. 58 y ss., Colliot-Thélêne (19­75b), p. 56, Salama (1973), p. 133, Meik­sins (1981), p. ­36, Gouver­neur (1983), p. 76, Bidet (1985), pp. 98 y ss., Delaunay y Gadrey (1987), pp. ­46 y ss., y Burger (1970), que dedica expresamente su libro al tema de los servicios, aunque con especial referencia a la economía socialis­ta, y registra, además, el largo debate histórico llevado a cabo entre economistas soviéticos en torno a la cues­tión.

    [10] Véase una crítica de una versión anterior de este trabajo (Shaikh y Tonak 1989) en Guerrero (1993).