Este texto forma parte del libro
Historia del Pensamiento Económico Heterodoxo
del profesor Diego Guerrero
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Capítulo 10. La resurrección de la teoría laboral del valor:

 

            10.1. La perspectiva teórica.

 

            En la introducción de un libro recientemente editado sobre los debates en la teoría del valor, se encuentra una descripción válida de los motivos que inspiraron, al menos en Gran Bretaña, la reapertura del interés actual por la teoría laboral del valor: "La Conferencia de los Economistas Socialistas tuvo su origen en el desencanto socialista con la socialdemocracia del gobierno laborista de 1966-1970, y se fundó por un grupo de economistas en 1970 como una conferencia anual. Se hizo pronto evidente que el keynesianismo ecléctico, por muy radical que fuera, no era una base para oponerse a tal socialdemocracia ni para ofrecer una alternativa socialista. De 1972 a 1976 (y más esporádicamente después) se dedicó mucho esfuerzo a la elaboración de qué pudiera entenderse por economía socialista. Esto trajo consigo un resurgimiento del interés en, y de la controversia acerca de, la economía marxista, con amplios debates sobre la teoría del valor, el trabajo productivo e improductivo, la teoría de la acumulación y de la crisis, y la teoría del imperialismo. El presente volumen tiene su origen en estos debates sobre la teoría marxista del valor" (Mohun 1994, p. 1). Muchos de los debates se inspiraron en la publicación al inglés (en 1973) del libro de Rubin (1928), cuyo interés se reforzó con la publicación en 1978, en Capital and Class, de una conferencia de Rubin de 1927 sobre algunos de los aspectos centrales de su libro. Lo que se planteaba en estos escritos es un desarrollo de la teoría de Marx que proporcionaba un "agudo contraste tanto con la economía neoclásica como con la ricardiana", ya que la economía neoclásica se concentra en "la forma del valor en el cambio (el precio), eliminando cualquier contenido del valor ajeno a esta forma en el cambio, mientras que la teoría ricardiana del valor-trabajo se concentra en el contenido objetivo del trabajo en la producción (trabajo incorporado como valor), pero se lía inextricablemente con el problema de cómo se ve contradicho ese contenido por la forma en que aparecería si se igualaran las tasas de ganancia"; por lo tanto, "ni el énfasis neoclásico en la forma con exclusión del contenido ni el énfasis ricardiano en el contenido excluyendo la forma proporcionan un análisis de la realidad capitalista" (ibid., pp. 1-2).

 

            Muchos entendieron mal la tesis de Rubin sobre el trabajo abstracto, interpretando que significaba que el trabajo sólo se convierte en trabajo abstracto en el acto de intercambio (por ejemplo, Gleicher)[1], cuando lo que significa su tesis es que el trabajo abstracto sólo lo es cuando la sociedad se ha convertido en una sociedad basada exclusivamente en el cambio de mercancías, o sea, basada en la producción capitalista plena. Pero los debates sobre el trabajo abstracto no fueron los únicos que se desarrollaron en esta época. Aparte de la cuestión del trabajo productivo e improductivo, ya estudiada en el capítulo 5, uno de los debates más largos y con más intervinientes fue el que se produjo sobre la cuestión de la tendencia al descenso de la tasa de ganancia. Sweezy (1942) ya había recogido el debate producido antes de ese año[2], y la polémica siguió en el periodo posterior, tanto en el terreno teórico -Meek (1960), Okishio (1961), Rosdolsky (1968)-, como en el empírico -por ejemplo, en los cincuenta apareció el importante libro de Gillman (1957), continuado en los sesenta con la tesis de Mage (1963)-, pero durante los setenta y ochenta el debate estalló en innumerables artículos y trabajos de todo tipo. Dejando a un lado a los que veían en la ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia (LTDTG) la base de una simple teoría del ciclo (Cogoy 1974, en la línea de Dobb 1937), o sólo veían la ley en relación con las "etapas" o "fases" del desarrollo capitalista (Sweezy 1981 y los demás téoricos del capitalismo monopolista), la mayoría vinculó la ley con la tendencia al derrumbe del sistema capitalista.

 

            Así, siguiendo a Grossmann (1929), Mandel (1962) y Rosdolsky (1968), los trabajos de Shaikh (1973), Fine (1982) o Weeks (1982)[3], apoyaron la tesis de que la ley explica correctamente la dinámica del capitalismo real, en la misma época en que otros -por ejemplo, Morishima (1973), Steedman (1977), Van Parijs (1980) o Roemer (1981)- insistían en lo contrario. En realidad, el argumento de éstos últimos se enmarca en un cambio de enfoque teórico abierto con el trabajo de Okishio (1961) sobre la relación entre el cambio técnico y la tasa de ganancia. El llamado "teorema de Okishio" demostró que, en el marco de un modelo lineal de precios de producción, la tasa general de ganancia no se reduce como consecuencia del cambio técnico; pero, como ha demostrado Shaikh, este resultado sólo se obtiene si se sustituye la concepción clásica de la competencia por la concepción neoclásica de la competencia perfecta, según la cual las empresas no se ven obligadas a competir con precios a la baja en un contexto dinámico (Shaikh 1978a y 1980a; véase también Weeks 1982).

 

            Por último, dos líneas adicionales de desarrollos teóricos en relación con la teoría del valor, y demás cuestiones anejas, merecen ser mencionadas, aunque parezcan extraviarse por caminos inadecuados en ambos casos: la escuela marxista japonesa inspirada en Kozo Uno, y la corriente neoalthusseriana, también llamada "postmoderna", basada en una epistemología que pretende ser simultáneamente "no-hegeliana" y "no-cartesiana". La escuela marxista japonesa, de K. Uno, T. Sekine y M. Itoh, se ha presentado como un intento de superar simultáneamente el "economicismo" y el "voluntarismo" característicos de otras corrientes marxistas. Desde las posiciones de la escuela de Uno, se critica el "economicismo" por reducir la historia capitalistas a una "función de la ley del valor", y se ataca al mismo tiempo al "voluntarismo" y al "subjetivismo" de los que abandonan sin más la teoría del valor (Albritton 1984, pp. 173-174). Según esta interpretación, ello puede hacerse de forma coherente si se parte de distinguir tres niveles de análisis diferentes (cuya confusión se considera la causa de "numerosos problemas en la historia de la teoría marxistas"): la teoría de la sociedad capitalista pura, la teoría de las fases del capitalismo y el análisis propiamente histórico.

 

            El nivel más abstracto supone la "mercantilización total de la vida socio-económica", y es lo que Uno llama la "sociedad capitalista pura", que no ha existido nunca en la historia porque es sólo una abstracción teórica que "supone un entorno ideal en el que se permite al movimiento de valor superar los obstáculos que le presenta el valor de uso" (p. 159). En el nivel intermedio, se sitúa la "teoría de las fases del capitalismo", que es un lugar de encuentro entre "la ley del valor y la historia concreta" que sirve para distinguir entre las fases mercantilista, liberal e imperialista del capitalismo (p. 160). Por último, el análisis histórico sirve para "concretar" el análisis y observar correctamente la interrelación entre lo económico y las otras instancias de la vida social de las sociedades realmente existentes. La utilización de este triple nivel correctamente permitiría, además, según esta escuela[4], profundizar en el análisis aplicado de la teoría económica marxista, concretamente en el que se aplica al estudio de la transformación y de la crisis (Albritton 1985) o a la cuestión del trabajo simple y complejo (Itoh 1987, 1988).

 

            En cuanto a la segunda de las escuelas citadas, estos neoalthusserianos toman el trabajo de Resnick y Wolff (1987) como el punto de partida adecuado desde un punto de vista epistemológico, para una correcta interpretación del capitalismo como "totalidad descentralizada", y terminan desembocando en un indeterminismo analítico, acompañado de una dosis de reformismo político, que estos autores expresan así: "El enfoque descentralizado de la totalidad rechaza la noción de una totalidad social concebida como un todo unificado. En su lugar, la totalidad descentralizada entiende que la sociedad es una amalgama contradictoria de condiciones de existencia económicas y no económicas que están siempre en evolución, pero que no están dirigidas al mismo tiempo por ninguna esencia o telos predeterminados. En otras palabras, la sociedad siempre existe como una combinación contradictoria de condiciones de existencia cambiantes pero reproductivas. Como tal sociedad, está por una parte experimentando continuamente una transformación revolucionaria (...) por otra parte, no hay ninguna condición de existencia que pueda transformar mágicamente la naturaleza fundamental de la sociedad, y en consecuencia la sociedad sólo es susceptible de reforma o de transformación parcial" (Cullenberg 1994, pp. 106-107).

 

            Lo que estos autores propugnan es la crítica de los dos enfoques erróneos que, según ellos, dominan la teoría económica marxista -el enfoque basado en la "totalidad hegeliana", que lleva a algunos a interpretar la realidad capitalista como el desarrollo del concepto de la acumulación de capital; y el que se basa en la "totalidad cartesiana", que conduce, como en el caso del marxismo analítico, al individualismo metodológico-, y su sustitución por el enfoque correcto, basado en la "totalidad descentralizada". Esto permitiría, por ejemplo en el análisis de la dinámica de la tasa de ganancia, superar tanto la ley de la tendencia descendente de la misma como la interpretación contraria, que observa una tendencia más bien creciente, y concluir que lo que caracteriza a la tasa de ganancia es su "movimiento contradictorio" (Cullenberg 1994).

 

 

            10.2. Teoría y análisis empíricos.

 

            Pero lo más importante de esta reactivación de la literatura sobre la teoría laboral del valor consiste en el florecimiento reciente de toda una serie de trabajos empíricos que han demostrado la utilidad práctica de los múltiples conceptos e hipótesis de esta teoría, y han planteado, incluso, sobre esta base, la necesidad de sustituir el aparato conceptual ortodoxo por el que deriva de este instrumental analítico alternativo. Son varias las líneas en que se han desarrollado estos trabajos empíricos[5], aunque nos limitaremos aquí a estudiar dos de ellas: i) la verificación en las economías reales de la convergencia empírica que, según la teoría laboral del valor, cabe esperar entre valores, precios de producción y precios de mercado; y ii) las medidas empíricas, para diversos países realmente existentes, de la tasa de plusvalía, la composición orgánica del capital, la tasa de ganancia y otros conceptos implicados en el análisis de la dinámica del sistema capitalista, tanto sobre la base de los datos de la contabilidad nacional como sobre los de las tablas input-output.

 

            I. En relación con la primera línea citada, el trabajo más reciente es el llevado a cabo por Shaikh en (1995). En su parte empírica, Shaikh compara precios de mercado, valores-trabajo y precios de producción "patrones", calculados a partir de las tablas input-output de los EE. UU. para 1947, 1958, 1963, 1972, usando los datos desarrollados inicialmente por Ochoa (1984) -en una tesis doctoral dirigida por el propio Shaikh- y refinados y extendidos después por otros autores. Para todos los años, tanto los tiempos totales de trabajo como los precios de producción están muy próximos a los precios de mercado (véase la tabla I), con desviaciones porcentuales medias del 9% para los primeros y 8% para los últimos. Por su parte, los valores-trabajo y los precios de producción están más cercanos entre sí que en relación con los precios de mercado, con una desviación media de sólo 4.4% entre ambos.

 

 

Tabla 10.2.1: Desviaciones % medias (MAWD), precios de mercado (re-escalados), valores-trabajo y precios de producción a las tasas de ganancia observadas.

 

1947

1958

1963

1967

1972

Media

Valores-trabajo vs. precios de mercado

0.105

0.090

0.092

0.102

0.071

0.092

Precios de producción vs. precios de mercado

0.114

0.075

0.076

0.084

0.063

0.082

Valores-trabajo vs. precios de producción

0.056

0.038

0.038

0.048

0.038

0.044

 

 

 

            Aunque es mucho más rica, desde luego, la información que proporcionan las tablas, recientemente se ha propuesto también un método aproximado e indirecto para medir la correspondencia entre valores y precios sin necesidad de limitar el análisis a los años para los que se dispone de estadísticas completas input-output. Así lo ha hecho el mexicano Alejandro Valle (1994), que utiliza datos ajustados a partir de las series de la contabilidad nacional de EE. UU. y México, y afirma expresamente que sus resultados convalidan los obtenidos por Shaikh (1984), Petrovic (1987) y Ochoa (1989).

 

            II. En cuanto a las medidas empíricas de otras categorías marxistas, el trabajo realizado es mucho más abundante y tiene un historial mucho más largo, lo que se explica por el hecho de que muchos de estos cálculos sólo requieren de los datos de la contabilidad nacional o de estadísticas industriales para llevarse a cabo, en tanto que los trabajos del punto I requieren unas técnicas de computación y de tratamiento de la información que sólo han estado disponibles más recientemente (aparte de que las tablas input-output son en sí más difíciles de obtener que la contabilidad nacional). Por tanto, dedicaremos más atención a esta línea de trabajos, y distinguiremos entre la tasa de plusvalía, que analizaremos en primer lugar (11), y los trabajos sobre la composición del capital y la tasa de ganancia, que veremos más tarde (21).

 

 

            11) La tasa de plusvalía (p'=pv/v). Marx la definió como el cociente entre la masa de plusvalía (pv) y la magnitud del capital variable (v), pero sólo utilizó cálculos imaginarios, ilustrativos de los diferentes pasos efectuados en el proceso de elaboración de su teoría, o se refirió a tasas redondas del 100%, 200%, etc., como datos extraídos de empresas reales pero sin mayor elaboración o precisión. En cualquier caso, no calculó la tasa de plusvalor empírica de ningún país, industria o rama industrial concretos. Según S. L. Vigodski, fue Lenin quien, utilizando la estadística oficial, "calculó por primera vez la cuota de plusvalía de toda la industria, haciéndolo para la Rusia prerrevolucionaria"[6]. El francés Jean-Claude Delaunay ha efectuado una amplia recopilación de los distintos cálculos de la tasa de plusvalía llevados a cabo hasta 1984 -tanto en países capitalistas como socialistas-, comenzando por los trabajos pioneros del soviético E. Varga, en los años veinte. Seguiremos al autor francés, en el repaso de estos trabajos, desarrollados tanto en los países socialistas (a), como en los Estados Unidos (b) y en Europa occidental (c).

 

 

            a) En los países socialistas. Sobre los trabajos efectuados en los países socialistas, opina Delaunay que "han sido -exceptuando los de Varga- poco numerosos y de un interés más bien escaso", en la medida en que el cálculo de la tasa de plusvalía en estos países adquirió el rango de "un estatuto político y no teórico" (1984, pp. 12-14). Según Delaunay, los economistas de estos países estaban más preocupados por evitar "el riesgo de infravaloración del grado de explotación capitalista" que por hallar la auténtica evolución de la tasa de plusvalía; si bien ello no impidió que el propio Varga obtuviera una serie de la citada tasa, para la industria de los Estados Unidos, caracterizada por presentar un movimiento claramente cíclico, o al menos con fases descendentes (lo que sería posteriormente criticado por Vigodski 1961, pp. 215 y ss.). Inspirándose en Varga y en un trabajo de la Labor Research Association, de los Estados Unidos, J. Kuczins­cki (1948), en la RDA, calculó la tasa de plusvalor para el conjunto de la industria y la agricultura de los EE.UU., encontrando una progresión mucho más rápida (crecimiento del 66% en tan sólo siete años) entre 1942 y 1949 que entre 1890 y 1935 (+53%). En 1955, la segunda edición del Manual de la Academia de Ciencias de la URSS se preocupaba más por el nivel de la tasa de plusvalía que por su evolución. El cálculo, para 1939, en la industria americana era del 222%, el más elevado de los obtenidos hasta el momento. Por su parte, la edición de 1977 estimó, para mediados de la década de los sesenta, y referidas a la industria, las tasas de plusvalor de los siguientes países capitalistas: EE.UU: 309%; Gran Bretaña: 238%; República Federal Alemana: 350%; Japón: aproximadamente, 400%; señalando, además, que en el caso de los EE.UU. se partía de un nivel de 96% en 1849.

 

            Siguiendo con la lista de autores de los países socialistas, Delaunay cita a continuación a Oscar Lange (1964 y 1969) -no por sus cálculos, que considera "tan pobres como los del Manual de la Academia de Ciencias de la URSS", sino por considerar que "el paso del capita­lismo al socialis­mo acarrea la baja de 's' [tasa de plusvalor]"-; a Nemtchinov y Strumilin -en los que, según Delaunay, se basó Lange-, que obtienen una tasa más baja para la Unión Soviética (74%) que la correspon­diente a la Rusia zarista (100%); y, de nuevo, a Varga -que vuelve sobre el tema en 1964- y a otros autores que polemizaron con él, como A. Katz, V. Motyliev y M. Smit-Falkner. Finalmente, el autor francés se detiene a considerar los trabajos del húngaro F. Molnar (1967), del soviético S. L. Vigodski (1961) y del alemán democrático H. Tammer (1975). Ferenc Molnar (1967), que mide la tasa de plusvalía de las tres secciones en que divide la economía de los Estados Unidos (a saber, bienes de producción, bienes de consumo final y armamento), obtiene un descenso de la misma desde el 87%, en 1947-48, hasta el 69%, en 1960-63. Lo curioso es que aquí es el propio Delaunay el que no admite un resultado semejante, que él atribuye, en lo fundamental, a la no consideración del problema del trabajo productivo por parte de Molnar, lo que llevaría a éste a calcular un capital variable "aumentado, en efecto, con la masa salarial pagada a los empleados, en la rama de la producción y del comercio", y, en conse­cuencia, a "reducir en otro tanto la plusvalía y la tasa de plusvalía" (Delaunay 1984, p. 22). Vigodski (1961) calcula dos tasas de plusvalor diferentes, según que el capital variable se suponga igual al salario de los obreros -en cuyo caso la tasa de plusvalía es mayor y aumenta más rápidamente-, o se suponga, por el contrario, que incluye también el salario de los empleados. Este procedimiento de Vigodski se empareja, así, con el método desarrollado por Joseph Gillman (1957) -y que posteriormente analiza­remos- para distinguir una tasa de plusvalía bruta y otra neta. Por último, H. Tammer (1975) -que considera que tanto los obreros como los empleados son productivos de plusvalor- introduce la consideración de la masa salarial como un "fondo de reproducción de la fuerza de trabajo" que comprende, junto al salario, los gastos salariales realizados por el Estado (del tipo de Seguridad Social, educación, deporte, etc.), lo que no impide que la tasa de plusvalía de la RFA muestre un crecimiento, según sus cálculos, desde un 181.4%, en 1950, hasta un 259.7%, en 1975.

 

 

            b) En los Estados Unidos. Para Delaunay, los Estados Unidos no sólo son el país cuya tasa de plusvalor ha sido medida en más ocasiones, sino que "son igualmente el país donde se encuentra el mayor número de economistas que ha refle­xionado teóricamente sobre esta medida o que la ha practicado" (ibid., p. 26). Delaunay analiza en primer lugar los trabajos precursores de L. Corey (1934), D. Varley (1938) y de la LRA (1936) y (1948), inspirados en Varga, y cuyos resultados vienen a confirmar. Los trabajos de la LRA (Labor Research Association), además, quizá sean "la primera crítica marxista de las formas de la Contabilidad Nacional que prevalecían en esta época en las organiza­ciones internacionales y las Administraciones de los países capitalistas" (ibid., p. 29). En la aportación de Gillman (1957), Delaunay consi­dera que "la medida de la tasa de plusvalía adquiere una dimensión de investiga­ción teórica de gran alcance", que "se esfuerza por integrar las aportaciones respectivas de las problemáti­cas marxistas y keynesianas" (p. 30). Gillman construye tres series diferentes (que varían a causa de las distintas estimaciones del valor de la amortiza­ción), que confirman el carácter "cíclico o periódico" de la tasa de plusvalía -ya adelantado por Varley, la LRA y Kuczinscki- y aportan, como principal novedad, el establecimiento de una diferencia entre una tasa de plusvalía "bruta" y otra "neta", que vendrían definidas, respectivamente, como: P'b = M/v (la bruta), y P'n = (M-u)/v (la neta), donde u = salarios de los trabajadores no productivos de las empresas.

 

            Con esta aportación, Gillman proporciona, según Delaunay, una "teoría del trabajo improductivo de plusvalía pero productivo de beneficio" en el seno de una "concepción más general de las relaciones entre producción y consumo capitalistas"[7]. S. H. Mage (1963), basándose en que los impuestos pagados por los trabajadores y el salario de los empleados forman parte del capital constante, más bien que de la plusvalía, obtiene una serie descendente, a largo plazo, de la tasa de plusvalor, que no es, para Delaunay, sino el reflejo de "una tendencia secular de crecimiento de la presión fiscal sobre la produc­­ción"­­­­­­ (p. 37)­. Por lo que se refiere a Baran y Sweezy (1966), estos autores consideran erróneo medir la tasa de plusvalía en el capitalismo contemporáneo, donde lo apropiado sería la definición del "excedente" total (del que la plusva­lía sería tan sólo una parte) y de su participación en la renta nacional. Para estos autores, mientras el excedente habría pasado del 46.9% de la renta nacional en 1929 al 56.1% en 1963, en cambio la participación de la plusvalía habría descendido (lo que implica una tasa de plusvalor descendente). En cuanto a Anwar Shaikh (1978c), para quien tanto los salarios de los empleados de las empresas no financieras como los impuestos indirectos son una fracción de la plusvalía, obtiene una tasa de plusvalor creciente, que contrasta con una proporción decreciente de los benefi­cios en la renta nacional, precisamente porque es necesario contar parte de los salarios de la Contabili­dad Nacional (la correspondiente a los emplea­dos) como plusvalor redistribuido, a favor de estos últimos, en forma de salarios.

 

            Por último, recoge Delaunay algunos cálculos de la tasa de plusvalor a partir de datos expresados en tiempo de trabajo, en lugar de en precios. Así, por ejemplo, los datos proporcionados por E. Wolff (1979), para los Estados Unidos, o por A. Sharpe (1980) y (1981), para Canadá, son similares a los obtenidos por Shaikh o por Carl Cuneo (1978) también para Estados Unidos y Canadá, respectiva­mente, pero a partir de cálculos en pre­cios. Se plantea en este punto el problema de la relación entre los cálculos de la tasa de plusvalor efectua­dos en tiempo de trabajo y los calculados en precios corrientes de mercado. Delaunay, por ejemplo, considera perfecta­mente compati­bles ambos tipos de cálculos. Más reciente­mente, un autor americano, Fred Moseley, se ha pronunciado igualmente en esta misma dirección. En realidad, Moseley (1986) va más allá: no sólo obtiene una serie de la tasa de plusvalía (siguiendo el método de los precios) con un perfil casi idéntico al de la serie de Wolff (medida en tiempos de trabajo), sino que, además, critica a aquéllos que, como Wolff, siguen a Okishio (1959), Morishima (1973) y Steedman (1977) en la idea de admitir, como único cálculo riguroso de la tasa de plusvalía, la que se expresa en tiempo de trabajo. Moseley da un paso más allá que Shaikh (1978c) o Weisskopf (1979), incluso -para quienes las medidas en precios son estima­ciones fidedig­nas del concepto, más riguroso, de la tasa de plusvalor medida en tiempo de trabajo-, al afirmar que, para Marx, y teniendo en cuenta que el dinero es la "forma necesa­ria de aparición" del valor de las mercan­cías, la teoría de la plusvalía se basa en que las cantidades de dinero están determinadas precisamente por cantidades de trabajo abstracto que, en cuanto tal, no son directamen­te observables. Por lo que toda medida de la tasa de plusvalía debe expresarse como relación de las cantida­des de dinero que expresan, respectivamente, el plusvalor y el capital variable. El hecho de que "los fenómenos observables a los que se refiere Marx son cantidades de dinero que funcionan como capital" es lo que le lleva a expresar en El Capital la tasa de plusvalía como relación entre cantidades en libras, de forma absoluta­mente intercambiable por la expresión en horas de trabajo.

 

            En un libro reciente donde se lleva acabo la que probablemente sea la medida empírica más detallada y exhaustiva de las diferentes categorías del análisis económico marxiano, Shaikh y Tonak (1994) repasan también la literatura (en inglés[8]) existente sobre la materia. Estos autores señalan tres categorías distintas entre los "estudios previos" al suyo: los que no distinguen entre las categorías marxianas y las de las NIPA (National Income and Product Accounts, o sea la contabilidad nacional convencional), los que sí distinguen entre trabajo productivo y trabajo improductivo, y los que se basan en la distinción entre trabajo "necesario" e "innecesario" (categorías ligadas al concepto de "excedente económico" de Baran y Sweezy). Entre los primeros, señalan los trabajos de Glyn y Sutcliffe (1972), Boddy y Crotty (1975), Weisskopf (1979) y Bowles, Gordon y Weisskopf (1984), que obtiene estimaciones agregadas en términos monetarios; y los de Wolff, sobre Puerto Rico y sobre Estados Unidos, aplicados luego por Sharpe a Canadá, que realizan cálculos en horas de trabajo. Entre los segundos, Shaikh y Tonak se detienen a estudiar las contribuciones ya estudiadas por Delaunay, y prestan especial atención a las llevadas a cabo, en términos de valores-trabajo, por Okishio (1959), Izumi (1980, 1983), Okishio y Nakatani (1985) -sobre Japón, Estados Unidos y Corea-, así como por Khanjian (1988) para los Estados Unidos, y Kalmans (1992), que compara los casos de Estados Unidos y Japón. Por último, entre los trabajos del tercer tipo, citan el que ofrecen Phillips en el apéndice del libro de Baran y Sweezy, y el de Stanfield (1973).

 

 

            c) En Europa Occidental. Charles Bettelheim (1949) propone medir la evolución de la tasa de plusvalía, su variación, como el resultado de una comparación entre la evolución del coste salarial del producto y la de su precio unitario, o, también -y aquí radica su principal aportación-, entre la evolu­ción de la productividad media y la del salario real. Esto puede expresarse de la siguiente manera. Puesto que:

 

                                                          

2

 

[donde: Q = PIB en volumen, P = deflactor del PIB, s = salario nominal por hora, N = número de obreros, h = duración media del trabajo en horas, m = tasa de plusvalía], para Bettelheim, se trataría de medir "(1+m)" o, mejor, su evolución , es decir, "d(1+m)/(1+m)", teniendo en cuenta que la expresión "(1+m)" puede analizarse de esta forma:

 

                                                   

3

[donde Q/(N*h) = productividad del trabajo, y s/P = salario real].

 

            Henri Denis (1955), que relaciona la medida de la tasa de plusvalor con la teoría de la depauperación, en un intento de confirmar dicha teoría en la realidad de la economía francesa, obtiene una tasa de plusvalía fuertemente creciente para el periodo 1938-52. Denis ofrece tres expresiones diferentes de la misma, según se incluyan, o no, en el capital variable las cotizaciones a la Seguridad Social, o se proceda, o no, a ajustar dicho capital variable con las "rentas netas de las explota­ciones agrícolas de tipo familiar". Con este último ajuste, introduce Denis el problema de las capas medias, cuya aportación a la renta nacional no es lícito incluir ni entre las rentas salariales ni entre las capitalis­tas. Finalmente, examina Delaunay el trabajo de Jacques Gouverneur (1978) para el caso belga, aunque sin recoger la versión inglesa de la obra de este autor (1983), donde se introducen importantes novedades. En la primera versión, obtiene Gouverneur la tasa de plusvalía del conjunto de la economía belga para el periodo 1960-73, que resulta fluctuar en torno a un nivel medio del 97% (sobre una base 100 en 1960). Lo más interesante es, no obstante, observar cómo analiza este autor la tasa de plusvalía, basándose en una expresión de la misma que guarda estrecha analogía con la de Bettelheim, analizada más arriba, pero que introduce el concepto de "expresión monetaria de los valores", E, como relación entre el monto del valor añadido en moneda corriente y el número total de horas trabajadas por los asalariados. Es decir, la tasa de plusvalor, m, vendrá expresada como[9]:

 

                                                                

4

 

 

[donde: E = Y/(N*t), s = S/t, Y = PIB en moneda corriente, N = número de obreros, t = tiempo de trabajo medio por asalariado (en horas), S = salario por obrero].

 

            Sin embargo, en Gouverneur (1983), se incluye ya una segunda fórmula para analizar la tasa de plusvalía, a saber:

 

                                                        

5

 

 

[donde: w = valor de la fuerza de trabajo (por asala­riado) = S/E = sr*px; px = Px/E (valor medio de una unidad de bienes de consumo necesario); sr = número de bienes de consumo necesarios].

 

            En esta edición, Gouverneur no sólo amplía su cálculo a otros cuatro países (Francia, Holanda, Gran Bretaña y RFA) para el periodo 1966-78, sino que analiza, además, los componentes de la evolución de la tasa de plusvalía de la siguiente manera: la tasa de plusvalía sube por término medio en estos países durante este periodo porque la baja del valor de la fuerza de trabajo individual es más grande que la experimentada por la jornada de trabajo. A su vez, el descenso del valor unitario de la fuerza de trabajo (entre un 10% y un 20%) se debió a que el valor de cada mercancía consumida cayó lo suficientemente rápido como para (más que) compensar la subida del salario real[10]. La conclusión de este interesante análisis de Gouverneur es que sus resultados confirman, de manera completa, las previsiones efectua­das por la teoría marxista en lo relativo a la perfecta compatibilidad entre una disminu­ción de la jornada media de trabajo junto con el crecimiento del salario real y un aumento de la tasa de plusvalía. Veremos posterior­mente cómo en el caso español obtenemos nosotros resultados similares.

 

            21) La composición del capital y la tasa de ganancia. Ya en 1934, en su importante libro The Decline of American Capitalism, incluía Lewis Corey un cuadro sobre la evolución de la tasa de ganancia en la industria manufacturera de los Estados Unidos, durante el periodo 1923-1931, en el quedaba patentemente de manifiesto la tremenda caída -de casi un 80%: desde el 7.5% al 1.7%- en el nivel de dicha tasa, entre 1929 y 1930, llegando incluso a alcanzar un valor negativo para 1931 (p. 123). Dos años antes, F. C. Mills (1932) y S. H. Nerlove (1932) ya habían reflejado una evolución muy similar, pero tan sólo hasta el año límite de 1929. En cambio, R. C. Epstein (1934), H. G. Moulton (1935) y L. H. Sloan (1936) tuvieron tiempo de recoger ya la caída que tuvo lugar durante los primeros años treinta -hasta 1932, según los dos últimos autores, y con valores inferiores a cero para 1931 y 1932, de acuerdo con Moulton-. Más recien­te­mente, autores como J. Gillman (1957), S. Mage (1963), G. Stigler (1963) o J. Chung (1981) han confirmando estos resulta­dos, que fueron seguidos de una gran subida durante la segunda mitad de los años treinta y princi­pios de los cuarenta.

 

            Duménil, Glick y Rangel realizaron en 1984 un repaso de estos y otros estudios sobre la evolución de la tasa de ganancia en los Estados Unidos, desde el siglo XIX hasta la actualidad. Éste es el resumen que ellos mismos hacen de dicha evolución: "1) antes de la primera guerra mundial, descenso lento; 2) aplanamiento en 1920-29, caída de la Gran Depresión y despegue consi­guiente a finales de los treinta y en los cuarenta; 3) descenso en 1948-58, auge en los sesenta, y reciente caída desde 1966."[11] Más concretamente, por lo que respecta al periodo de posguerra, hasta la actualidad, casi todos los estudiosos coinciden en el perfil señalado por los autores citados. Se produce, en primer lugar, una caída hasta 1958, si bien las fechas del inicio de la caída difieren: 1944, para Chung; 1948, para Stigler; 1950, según Shaikh, y 1951, en la versión de Weisskopf. A continuación, se registra una potente subida hasta 1966 (aunque Feldstein y Summers la contabilizan en 1965, al igual que Shaikh, y en el 64 lo hace Altman), y, por último, una nueva y prolongada caída hasta bien entrada la década de los ochenta.

 

            Los estudios referidos a la rentabilidad de la industria, o de la economía en su conjunto, en otros países, son bastante menos numerosos que en los Estados Unidos, especialmente por lo que respecta al periodo anterior a la segunda guerra mundial. Sin embargo, E. Mandel (1980) cita un estudio sobre la tasa de ganancia de las empresas privadas no agrícolas japonesas, para el periodo 1908-1973, donde destacan la caída durante el periodo que va de la primera guerra mundial hasta la mitad de los años treinta, y la subida desde 1954 a 1970, con una baja posterior, desde 1970[12]. Igualmente, Mazier, Baslé y Vidal (1984), basándose en las series obtenidas por el GRESP (Groupe de Recher­che et d'Études sur les Systèmes Productifs, de la Universi­dad de Rennes-I), han calculado, desde finales del siglo pasado, las tasas de beneficio para las economías de Francia (ramas mercantiles exceptuada la agricultura), Reino Unido (sector privado), Alemania (sector privado) y Estados Unidos (sector privado), llegando a la conclusión de que, aunque "es difícil poner en evidencia una tendencia de la tasa de ganancia a muy largo plazo" -exceptuado el caso francés, donde la caída es totalmente evidente-, sin embargo, "en conjunto, la tasa de ganancia está afectada por movi­mientos cíclicos asociados a las fases de expansión, de desaceleración o de crisis. Las fases de expansión [...] van acompañadas, sobre todo al principio, de una mejora de la rentabilidad. Inversamente, las fases de desacele­ración [...] van acompañadas generalmente de una baja de la tasa de ganancia" (pp. 111-112).

 

            En cuanto al periodo de posguerra, hay mayor abundancia de trabajos empíricos al respecto. Duménil, Glick y Rangel (1984), basándose en el trabajo de Hill (1979) para la OCDE, llegan a la siguiente conclusión (que puede explicar, parcialmente, los divergentes resultados obtenidos por Shaikh y otros autores america­nos, que ya hemos comentado, respecto a los de la mayoría de autores europeos, entre los que podemos incluir los nuestros): "si consideramos ahora la tasa de ganancia para el mundo capitalista en general, encon­tramos un sistema de tasas de ganancia que parecen moverse en dos grupos: Europa, y los Estados Unidos/Ca­nadá. Cada grupo evolu­ciona aproximadamente siguiendo un modelo opuesto al otro hasta 1970, fecha a partir de la cual descienden ambas" (p. 160). Por esta razón, estos autores calculan, seguidamente, una tenden­cia "mundial" (a partir de la "media de las tasas de  ganancia de los países de la OCDE ponderada por la dimensión de su stock de capital"), que muestra una constancia aproximada, durante el periodo 1955-68, y una caída subsiguiente, en 1968-75.

 

            A. G. Frank (1979) extrae del Informe McCracken (1977) para la OCDE la idea de que "la tasa de beneficio comenzó a disminuir otra vez, primero gradualmente a mediados de los sesenta y luego más precipitadamente a comienzos de los setenta" (vol. I, p. 69), y cita el Informe en el punto referido a que "en el Reino Unido, la tendencia decreciente parece haber comenzado pronto, en la segunda mitad de la década de los sesenta, y parece haberse acelerado hacia el final del periodo observado. En Alemania e Italia las tasas brutas de ganancia comienzan a bajar después, hacia el final de la década de los sesenta, pero la caída ha continuado desde entonces [...] En los casos de Japón y Francia, es más difícil sacar una conclusión definitiva de si ha habido o no tendencia a disminuir..." (citado en Frank 1979, p. 71). En el mismo sentido apunta el trabajo de Glyn y Sutcliffe (1972) para Inglaterra; sin embargo, para el caso inglés, J. S. Flemming, L. D. D. Price y D. H. A. Ingram (1976a y 1976b) han obtenido una caída continuada en el periodo 1960-74 (desde un 13% a un 4%), si bien con una tendencia mucho más acusada desde 1968 (10%).

 

 

                                                           Para seguir leyendo

 

                La publicación en inglés del libro de Rubin (1928), después complementado con Rubin (1927), fue uno de los factores explicativos de la abundante literatura que surgió en los años setenta sobre la teoría del valor, como se puede ver en Mohun (1994) o en Garegnani y otros (1978). También el debate sobre la tendencia de la tasa de ganancia originó una literatura muy abundante que pretendía recuperar la línea que habían desarrollado Grossmann (1929), Mandel (1962) y Rosdolsky (1968). Recopilaciones importantes sobre la cuestión del valor son Fine (1986) y Mandel y Freeman (1984).

 

                Sobre la escuela japonesa de K. Uno, aparte de Uno (1964), véanse Sekine (1980, 1982 y 1987), Itoh (1988, 1990) y la perspectiva ofrecida por Albritton (1985). Y sobre la escuela neo-althusseriana, Wolff y Resnick (1987) y Cullenberg (1994).

 

                En relación con los trabajos empíricos que desarrollan la teoría laboral del valor, hay que distinguir cuatro grupos. Sobre la convergencia de precios y valores, Ochoa (1984), más accesible en (1987, 1989), y Shaikh (1995), resumen lo esencial. Sobre la medida de las tasas de plusvalía y ganancia, aparte de los trabajos pioneros de Gillman (1957) y Mage (1963) -aunque con precedentes anteriores señalados en Delaunay (1984)-, están todos los reseñados en Shaikh y Tonak (1994), y los que llevan a cabo en este libro sus propios autores. También son importantes Duménil y Lévy (1993), Moseley (1982, 1992), Wolff (1987), Khanjian (1989) y Kalmans (1992). Sobre la cuestión de los valores internacionales y los determinantes a largo plazo de los tipos de cambio, hay tres trabajos sobre la economía española -Guerrero (1995), Román (1996), Mejorado (1996)-; y sobre la cuestión del salario social y el papel del Estado en la redistribución de la renta nacional, Guerrero (1992) y Guerrero y Díaz Calleja (1996) siguen a Shaikh y Tonak (1987).

 

                                                                                           Bibliografía:

Albritton, Robert R. (1985): A Japanese Reconstruction of Marxist Theory, Macmillan, Londres.

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Duménil, G.; Lévy, D. (1993): The Economics of the Profit Rate. Competition, Crises and Historical Tendencies in Capitalism, Edward Elgar, Londres.

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Sekine, T. (1980): "The necessity of the law of value", Science and Society, 44 (3), pp. 289-304.

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-- y Tonak, E. (1987): "The U. S. Welfare State and the myth of the social wage", en URPE: The Emperiled Economy. Book I: Macroeconomics from a Left Perspective, URPE, Nueva York, pp. 183-195.

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Wolff, E. N. (1987): Growth, Accumulation and Unproductive Activity (An Analysis of the Postwar U. S. Economy), Cambridge University Press, Cambridge.

Wolff, R. D.; Resnick, S. A. (1987): Economics: Marxian versus Neoclassical, The Johns Hopkins University Press, Baltimore y Londres.


 

 


 

    [1] Otros malentendidos se refieren al estatus de la teoría del valor, que algunos creen una cuestión de definiciones (Robinson 1942, Schumpeter 1954); o a la cuestión de las relaciones entre el aspecto cuantitativo y cualitativa de esta teoría. Así, en relación con lo primero, Schumpeter (1954), siguiendo a Robinson (1942), señala que "aunque no admitamos que el trabajo contenido sea la 'causa' del valor de cambio en el sentido ordinario de esta expresión, ninguna regla lógica nos prohíbe definir el trabajo contenido como valor de cambio, aunque esto dé un sentido más, y acaso confusionario, al último término. Pues, en principio, podemos llamar a las cosas como queramos" (p. 664). Este convencionalismo se opone al realismo (Bunge 1993) que tomamos aquí como punto de partida. Por otra parte, en relación con la segunda cuestión, algunos aseguran que la teoría laboral del valor carece de dimensión cuantitativa adecuada porque "no se presta a medición" (Bunge, p. 32), mientras Roemer (1987) dice que "para Marx, la teoría laboral del trabajo no era una teoría del precio, sino un método de medida de la explotación del trabajo. La explotación del trabajo, a su vez, era importante para explicar la producción de excedente en una economía capitalista" (p. 384). 3) Sin embargo, hay otros críticos de la teoría del valor trabajo que defienden todo lo contrario, como es el caso de Garegnani, que niega la dimensión "cualitativa" que le atribuyen otros autores, rechazando cualquier otro contenido que no se pueda reducir "a la determinación de la tasa de ganancia o de los precios" (1978, p. 32), ya se trate de la teoría del fetichismo, "la noción de que las ganancias tienen su origen en la explotación del trabajo" (p. 55) o la de que "el abandono de la teoría del valor trabajo implica la renuncia a probar 'científicamente' el carácter transitorio del capitalismo" (p. 58).

    [2] Dos de los primeros críticos de esta ley marxista fueron, como sucedió con otros aspectos de la teoría de Marx, los rusos Bortkiewicz y Tugán-Baranovski. El defensor más notable de la misma fue Henryk Grossmann, quien en su libro de 1929 también hizo un repaso notable a esta literatura, además de desarrollar la teoría de Marx aplicándola a la realidad de su tiempo. En 1942, tanto Sweezy como Joan Robinson rechazaron la ley, igual que había hecho Dobb (1937).

    [3] Y también Yaffe (1973), Lebowitz (1976), Fine y Harris (1979), Laibman (1982), Hunt (1983), etc.

    [4] Para una crítica de la misma, véase Clarke (1989).

    [5] Aparte de las dos líneas estudiadas, cabe citar otros dos conjuntos importantes de trabajos: iii) los que pretenden una comprobación empírica de determinados aspectos de la teoría marxista de la competencia, como aquéllos que hacen referencia a su dimensión internacional (evolución de los precios internacionales y de la tendencia a largo plazo de los tipos de cambio reales de las monedas nacionales); y iv) los que se dirigen a contrastar la naturaleza de clase del Estado capitalista, intentando medir el impacto que ejerce la intervención estatal, tanto por el lado de los impuestos como de los gastos públicos, sobre la distribución de la renta nacional. En ambos casos, sólo citaremos los trabajos que, siguiendo los métodos desarrollados por Shaikh, se han aplicado al caso español, como son Guerrero (1995), Román (1996) y Mejorado (1996) (línea iii), o Guerrero (1992), y Guerrero y Díaz Calleja (1996) (línea iv).

 

    [6] Vigodski (1961), p. 206. Estos son sus cálculos para el año 1908: "El conjunto de la producción industrial de Rusia era en 1908 de 4.651.000­.000 de rublos; todos los gastos de los capitalistas (mate­rias primas, materiales, combustibles, salarios, alquiler de local, reparaciones, etc.) ascendían a 4.082.000.­000; las ganancias de los capitalistas equivalían a 568.700.­000. Si se toma en cuenta que la suma total de salarios pagados a los obreros era de 555.700.000, la cuota de plusvalía se podría calcular de este modo: p' = 568.700.000 / 555.700.000 = 102.3%. Sobre esta base, Lenin llegó a la conclusión de que el obrero trabajó para sí menos de la mitad de la jornada, y más de la mitad para el capitalista" (ibidem).

    [7] Ibid., p. 34. Moseley (1983) ha hecho una estima­ción de estas variables definidas por Gillman, también para los Estados Unidos, pero para el periodo 1947-1977.

    [8] Aunque señalan que "los japoneses son los pioneros a este respecto" (p. 152), como demuestra Izumi, que observa nada menos que 56 estimaciones diferentes realizadas en Japón, sólo entre 1924 -año en que se produce el trabajo pionero de Matsuzaki- y 1980.

    [9] Lógicamente, si la plusvalía viene dada por la renta nacional menos la masa salarial (M = Y - N*S), entonces la tasa de plusvalía, m, será igual a: m = (Y - N*S)/(N*S) = (Y / N*S) - 1 = [(Y / N*t):(N*S/N*t)] - 1 = [(Y / N*t): (S/t)] - 1 = (E/s) - 1.

    [10] Téngase en cuenta que, a partir de las propias expresiones utilizadas por Gouverneur, puede estable­cerse -aunque él no lo recoja expresamente- que, supuesta una participación constante de los salarios en la renta nacional, basta una disminución de la jornada anual media de trabajo para que el valor de la fuerza de trabajo caiga. En efecto, dado que w = S/E, entonces w = S/[Y/(N*t)] = (S*N/Y)*t, de forma que, si suponemos constante (S*N / Y), entonces w caerá con t.

    [11] Duménil, Glick y Rangel (1984), p. 157. Ésta es la evolución generalmente aceptada por la mayoría de los autores. Por su parte, de los cálculos de Vigodski (1961) para seis años puntuales, de desprende una evolución creciente entre 1889 y 1953 y un cierto estancamiento entre 1953 y 1959.

    [12] Se trata del estudio de C. Sautter (1978b), cuyos datos se basan, a su vez, en Okhava-Rosovsy (1978) y en C. Sautter (1978a).