Observatorio de la Economía Latinoamericana

 


Revista académica de economía
con el Número Internacional Normalizado de
Publicaciones Seriadas  ISSN 1696-8352

 

Economía Latinoamericana

 

AMÉRICA LATINA: METRÓPOLIS EN MUTACIÓN

 

Luis Mauricio Cuervo G. (CV)
Oficial de Asuntos Económicos
ILPES, CEPAL, Naciones Unidas
Mauricio.CUERVO@cepal.org

 

“ (…) Si están ajenas de sustancia las cosas
y si esta numerosa Buenos Aires
no es más que un sueño
que erigen en compartida magia las almas,
hay un instante
en que peligra desaforadamente su ser
y es el instante estremecido del alba
cuando son pocos los que sueñan el mundo
y sólo algunos trasnochadores conservan,
cenicienta y apenas bosquejada,
la imagen de las calles
que definirán después con los otros.
¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida
corre peligro de quebranto,
hora en que le sería fácil a Dios
matar del todo su obra!

Extracto del poema “Amanecer”
De Jorge Luis Borges

Hablaremos de la ciudad latinoamericana de nuestros días; la miraremos más allá de su esqueleto y de su anatomía, desde su espíritu, como obra humana, hacedora y refundadora permanente de relaciones humanas; intentaremos un recorrido circular, figura perfecta de la geometría griega, por lo infinito de su contorno, por la equidistancia de cada punto con relación a su centro, por su semejanza con los astros, reguladores de la suerte y del destino.

Nuestro trazado de círculo estará muy lejos de la perfección; intentará llegar al punto inicial, sin certeza alguna de haber logrado una línea sin sobresaltos porque ella, en su recorrido, habrá intentado bifurcaciones, trifurcaciones probablemente irreversibles que habremos cerrado a la fuerza para no perder el punto de llegada. Pondremos en el centro la idea aristotélica de la ciudad, simple, bella y sugestiva; la miraremos desde sus más variados contornos intentando no perderla de vista para servirnos de ella como inspiración que nos ayude a comprender mejor nuestras metrópolis.

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Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

Luis Mauricio Cuervo G.: América Latina: metrópolis en mutación, en Observatorio de la Economía Latinoamericana, Nº 153, 2011. Texto completo en http://www.eumed.net/cursecon/ecolat/la/


El centro del recorrido: la ciudad, obra humana.para los seres humanos.

Aristóteles propone una definición simple y bella: “La ciudad no es más que la asociación de seres iguales, que aspiran en común a conseguir una existencia dichosa y fácil” (1974:122). Su principio y su fin son los seres humanos. La igualdad entre ellos como punto de partida y fundamento; su dicha y felicidad como punto de llegada, como meta orientadora; el acuerdo, las aspiraciones en común, como principal medio de obtención.

En el mundo de los fines, dicha y facilidad no son una ni la misma cosa. Mientras la primera es el resultado del cultivo de la virtud, la segunda deriva del progreso material. “Por tanto, estimaremos como un punto perfectamente sentado que la felicidad está siempre en proporción de la virtud y de la prudencia, y de la sumisión a las leyes de éstas (…)” (Aristóteles, 1974:111).

Aceptemos en éstos los principios básicos de la ciudad y establezcamos las condiciones particulares en las que ellos se aplican en el mundo de hoy.

Lo primero es reconocer que en la polis griega se funden dos ideas que en el mundo contemporáneo tienen diferente significado. La Polis (en griego πόλις, poleis πόλεις en plural) era la denominación dada a las ciudades estado de la antigua Grecia. Conjugaba su centro y al territorio que ella reclamaba para sí, sin oponer ni subordinar lo rural a lo urbano. Su centro político-administrativo-social era la Acrópolis, donde se encontraba el templo, la Gerusía, los edificios civiles y el Ágora, plaza pública y mercado permanente . En contraste, los estados de hoy son nacionales y, por consiguiente, dan lugar a distinguir la condición de las ciudades (ver recuadro 1) (en plural) y del campo, de la ciudad y del territorio. La condición de iguales, la existencia de acuerdos y la obtención de dicha y facilidad se mantiene como espíritu y fundamento de la ciudad, pero se aplica ahora en plural y con la necesaria distinción de lo rural.

El concepto de ciudad en el Alemán
Los alemanes no diferencian entre "ciudad" y "pueblo" Para ambos se habla de Stadt . Sin embargo, la Conferencia Internacional de Estadísticas de 1887 define los diferentes tamaños de Stadt, en función de su tamaño poblacional, de la siguiente manera: Landstadt ("ciudad rural", en 5.000), Kleinstadt ("pueblo pequeño", 5.000 a menos de 20.000), Mittelstadt ("ciudad media", entre 20.000 y 100.000) y Grosstadt (" gran ciudad ", más de 100.000) .

La condición de iguales se asocia ahora a la idea de ciudadanía y se aplica indistintamente del lugar específico (campo- ciudad, metrópolis, pueblos o aldeas) desde donde ella se ejerza. Éste concepto nos viene del latín civitas, que es como los romanos llamaban a la ciudadanía romana. Los ciudadanos (cives) poseían derechos y obligaciones que los diferenciaban de otros hombres libres (peregrini, o extranjeros) . La declaración universal de los derechos humanos nos concede a todos, sin distingo alguno, el derecho de ser ciudadanos y poseer ciudadanía. Para el efecto que nos ocupa nos sugiere, sin embargo, la necesidad de precisar si el ejercicio efectivo de la misma se preserva independientemente del lugar donde se reside o desde donde se elerce.

Aunque contemporáneamente no existe una distinción semejante a la que establece Aristóteles entre dicha (felicidad) y facilidad, la que, a nuestro entender se le aproxima mejor es la que propone Sen (2000) entre bienestar (progreso material) y libertad. Para Sen el desarrollo consiste en la expansión de las capacidades y de las oportunidades de los individuos para orientar su destino (virtud-felicidad) y el progreso y la riqueza material (facilidad) no son más que uno de los medios que puede contribuir a conseguirlo. Aparte de esta visión, predomina la creencia en la existencia de una identidad básica y fundamental entre desarrollo, progreso material y felicidad.

La ciudad es una obra humana con sentido humano. Entendida como acuerdo entre pares para objetivos de interés común, aparece como reguladora de la sociabilidad humana, de las relaciones entre los individuos y de su capacidad de ser prósperos y felices. Construida desde las diferentes culturas y plasmada por ellas a través del lenguaje, nos deja constancia de la variedad de sentidos, en veces contradictorios, en veces complementarios, que ella puede tener. La polis se pretende pequeña y sin ambiciones de dominio, la urbe, como veremos más abajo, es singular (Roma) pero única (capital imperial) y por esa razón universal, el tamaño y la posición, en cambio, cuentan para la tradición anglosajona y le reconocen un valor y un sentido plural.

Primer ángulo: empezando el recorrido, mejor hablar de la (metro) polis, que de la urbe

Roma fue en la antigüedad ciudad imperial, centro de un extenso territorio transcontinental. La "Urbs" era Roma. Pero esa denominación se generalizó a otras "urbes” . Esta condición de “centro del universo”, dio lugar una fusión de sentidos que aún prevalece pero que da lugar a equívocos. “La” ciudad es Roma, representativa de lo urbano en abstracto, universal, sin lugar a distinción con su uso en plural. Punto de referencia del ser y del deber ser de la ciudad, diluye completamente la necesidad de distinguir condiciones específicas de ejercicio de lo urbano. Su carácter de ciudad universal deriva, en aquel entonces, de su posición de dominio. A pesar de que en el mundo de hoy no exista el análogo de la Roma antigua, en muchos casos se sigue utilizando el concepto de lo urbano como derivado de “una” ciudad en particular . Es éste el caso del uso extendido que se ha hecho del concepto de ciudad global. ¿Por qué?

Las ciudades, desde que las conocemos, han sido los puntos de contacto privilegiados entre comunidades múltiples y diversas y el universo, el resto del mundo conocido y reconocido: en su función de lugares sagrados han sido el puente entre lo divino y lo humano, en su papel de capitales políticas han proyectado el dominio de un pueblo sobre muchos otros y se han constituido en el reservorio vivo de la pluralidad de su propia cultura; en su carácter de puertos, puntos de producción, centros bancarios y financieros, han proyectado el saber hacer local con el del resto del mundo interconectado a través de redes marítimas, fluviales, aéreas, de información y telecomunicaciones.

Es ese papel de puerta de entrada al universo el que nos confunde una y otra vez, engañándonos y sugiriéndonos que ellas son el universo, sugiriéndonos que su ser y su existencia son el absoluto urbano. Hemos equivocadamente asignado a ciudades concretas (Nueva York, Londres y Tokio) el papel de la urbs romana.

Sassen (1991) nos mostró con propiedad y suficiencia las propiedades y las características de la ciudad mundial contemporánea y la llamó global. Identificó a Nueva York, Londres y Tokio en ese papel y aparte de denominarlas ciudades líder, ni siquiera sugirió tratarlas como ciudad universal. Sin mediación de relaciones de dominio o de subordinación política, ha sido frecuente que en Latinoamérica otorguemos a esta ciudad global el papel de urbe universal y hemos iniciado una frenética búsqueda por reconocernos en ella, por vernos como su semejante. Aspiramos encontrar a Roma imperial en cada una de nuestras ciudades, restringimos nuestras preguntas, nuestra curiosidad y nuestro compromiso con el futuro, a esta estrecha y a veces innoble comparación. Hemos pretendido nombrarnos ciudad global y en esa invocación hemos perdido el rumbo de nuestro pasado, el colorido múltiple de nuestro presente y la libertad de soñar con futuros impensados.

Parece, por tanto, preferible preservar la referencia a la polis griega, más que a la urbe romana, para así conservar la libertad de distinguir ciudades de condiciones diversas y aceptar que la condición de “la” ciudad contemporánea debe hallarse como resultado de la comparación entre singulares y no como la imposición de una como si fuese legítimamente representativa de lo universal. El recorrido presentado en este texto hace, por tanto, referencia a la metrópolis latinoamericana , que reconoce su identidad en la comparación con la ciudad global, con las ciudades del mundo actual vengan de donde vengan, y entre las distintas metrópolis de nuestro subcontinente. ¿Cómo reconocer entonces la diferencia entre lo singular y lo universal? ¿Cómo descubrir lo metropolitano en abstracto sin someter por la fuerza a lo metropolitano en concreto?

Segundo ángulo: ¿cómo pensar, lo universal en lo singular, la semejanza en la variedad?: una primera pista en la dimensión de las ideas:

El historiador de la ciudad latinoamericana José Luis Romero (1999) propone una sugestiva clave, que intentaremos seguir, para resolver el dilema planteado. La semejanza de las ciudades latinoamericanas en los diferentes momentos de su historia, deriva de la persecución de modelos urbanos comunes y sus diferencias, de la manera particular en que ellos toman arraigo en cada caso concreto: “En rigor, todas las ciudades latinoamericanas aceleraron a partir de entonces un doble proceso que estaba iniciado desde la fundación. Por una parte, procuraban adecuarse al modelo europeo siguiendo sus líneas de cambio y por otra sufrían las transformaciones derivadas de su estructura interna, que alteraban las funciones de la ciudad y, además, las relaciones entre los distintos grupos sociales y entre la ciudad y la región. Ese doble proceso –de desarrollo heterónomo y de desarrollo autónomo- continuó a lo largo del período independiente, acentuándose cada vez más” (Romero, 1999:xxxiii).

La construcción de la ciudad latinoamericana se ha orientado por los patrones impuestos -durante la colonia- y después sugeridos –posteriormente a la independencia- por el modelo de ciudad europea que hemos construido en nuestras representaciones ideológicas y políticas. Esos modelos han contribuido a uniformizar nuestras aspiraciones, a coordinar nuestras voluntades, a dotar de perseverancia a nuestros esfuerzos, e incluso a otorgarle a nuestros proyectos de ciudad de un mítico sentido de nobleza y de legitimidad que les da la fuerza necesaria para impactar el transcurso de nuestras realidades urbanas. Así, y gracias a este proceso, cada ciudad particular y específica, hace parte de un todo universal, de una idea de ciudad construida en cada momento histórico.

Ese mismo proceso, sin embargo, no evita la diversidad, no logra oponerse a la emergencia de múltiples realidades urbanas, únicas e irrepetibles. Esos modelos urbanos, cultivados en cada momento y en cada ciudad “sufrían las trasformaciones derivadas” –al decir de Romero- de las realidades social, política, económica y geográfica propias de cada sitio, dando lugar a esas ciudades concretas, singulares, específicas.

Los modelos urbanos contemporáneos tienen tras de sí, poderosas máquinas intelectuales y financieras, inmensas organizaciones que los promueven, los difunden, los legitiman. Acuerdos económicos como el Consenso de Washington que dieron pie a concepciones y a políticas macroeconómicas neoliberales convergentes; organizaciones multilaterales, políticas y financieras, que se sumaron a través de la proposición de reformas apoyadas por instrumentos de crédito y de fomento; representaciones económicas de la ciudad global que dieron impulso a nuevas formas de intervenir la ciudad, con nuevos parámetros y prioridades.

Tercer ángulo: ¿cómo pensar, lo universal en lo singular, la semejanza en la variedad?: una segunda pista en la dimensión de las percepciones y de las emociones:

La ciudad, como se ha dicho, es una obra humana para seres humanos que, en su condición de tales, son el resultado de la operación simultánea de dimensiones diversas. “¿Dónde nos parecemos los unos a los otros ciudadanos del mundo?”, pregunta Silva (2008: 145). No necesariamente a través de los paisajes construidos ni por la semejanza de los componentes de la ciudad, sino en la construcción de imaginarios, representaciones mentales elaboradas no solamente de forma racional, sino también emocional. “En esa dirección, para este escrito, se asume que los lugares ya no serán tanto la denominación del sitio físico, sino esa región psicológica donde se escenifican las percepciones sociales armadas de modo imaginario (…)” (Silva, 2008: 146). Por tanto, es necesario explorar y acudir al mundo de las percepciones, de las sensaciones y de los sentimientos que ponen en marcha una poderosa y probablemente incontenible fuerza de cambio urbano con un sentido convergente: la de las expectativas y los comportamientos individuales y familiares.

Más aún en el mundo tecnológico actual, en el que ellas son sometidas a permanentes procesos de factura y refacción, operados a través de los medios masivos de comunicación (especialmente la televisión) y de las industrias culturales globales (particularmente el cine). “La revolución informacional que ha creado nuevas tecnologías que acortan las distancias, desdibujan el rol que tradicionalmente asumieron las ciudades, y transmiten una cultura globalizada a través de un sistema de comunicación internacionalmente operado. Esto contribuye a homogeneizar los gustos, preferencias y el mismo paisaje urbano, pero paradójicamente ha reforzado la identidad de las sociedades locales. La cuestión social se internacionaliza en el imaginario colectivo, ya que las necesidades y conflictos tienden a compartirse no obstante las diferencias nacionales y regionales” (Ziccardi, 2009:30-31).

En medio de este contexto, con el nacimiento del siglo XXI, en el mundo de las emociones ha emergido el temor como sentimiento urbano global, con significativos impactos sobre lo que nuestras ciudades son y han de ser. “Los miedos a una catástrofe provocada en el presente o el futuro inmediato dominan los ambientes imaginarios del momento. El ataque a las torres gemelas en Nueva York (2001), y sus repeticiones explosivas en las invasiones y ataques en Irak (2003) o Madrid (2004), no han hecho más que visualizar y potenciar un sentimiento de fragilidad en el (ciudadano) televidente. El enemigo político ya no es una súper potencia sino que ha pasado a ser cualquier sujeto que posea vía telemática alguna información estratégica y oportuna para destruir al adversario” (Silva, 2008:152).

“Así, la frontera entre arquitectura y el mantenimiento del orden se ha esfumado todavía más, ‘la policía de Los Ángeles se ha convertido en uno de los protagonistas principales de la planificación del centro’ (Davis 2001:9), y de varias de las ciudades se puede agregar. Tiempos productivos y afortunados para fabricantes de seguridad (…). Esa es la paradoja de la máquina paranoica imparable que se alimenta a sí misma. La lucha contra el terrorismo que produce ella misma el máximo del terror. El miedo al asalto que visibiliza la posibilidad de ser asaltado y agita el corazón” (Silva, 2008:153).

En América Latina, el enemigo no es externo sino interno y este imaginario del temor es alimentado a través de los crecientes índices de violencia y delincuencia del más variado tipo que se manifiestan a través de los homicidios urbanos. “En un contexto caracterizado por elevados índices de pobreza, desigualdad social y falta de justicia (Neira, 1996) están dadas las condiciones para que la delincuencia prolifere y, es evidentemente, que se ha incrementado en la última década a niveles francamente alarmantes (…). Se estima que en América Latina, entre 1980 y 1991, la tasa de homicidios subió de 12.8 a 21.4 por 100 mil habitantes” (Ziccardi, 2009: 60).

La incidencia del narcotráfico se extiende hoy a la totalidad del continente latinoamericano y constituye la forma más dolorosa y menos reconocida de globalización. De una producción inicialmente focalizada en los países andinos, se ha extendido hoy también a México y Centroamérica y compromete a la casi totalidad del continente a través del armado de redes de distribución y de lavado de activos. En el caso de las ciudades, es responsable de la emergencia de una estética arquitectónica muy particular y ha alimentado procesos mayores de corrupción política e institucional que se manifiesta de manera cruda a través de las cifras de muertes, masacres y desplazamientos forzosos de población indefensa en los países más afectados por esta actividad . En las grandes ciudades brasileras los narcotraficantes constituyen hoy bandas armadas con capacidad de confrontación directa de la policía y del ejército. Es ésta la no mencionada globalización debido a que se trata de una globalización de lo innombrable.

“En rigurosa coherencia con esta lógica histórica, la Lima de inicio del siglo XXI también se hace Global City, como acaba de revelarse Buenos Aires y la Yakarta de Suharto: es decir, a través de los signos de aquello que se produce con eficientes criterios globales: la corrupción transnacional, la miseria globalizada y la persistencia del único –parece ser- “exitoso” negocio mundializado que produce la región andina de América Latina: el comercio de la cocaína” (Ludeña, 2009: 338).

Otro imaginario, del que no habla Silva, pero que como observadores de nuestras realidades nos atrevemos a sugerir es el de prosperidad. Esa noble distinción establecida por Aristóteles entre facilidad (bienestar material) y virtud no existe en el mundo contemporáneo. Aparte de las teorías del desarrollo propuestas por Sen (2000), por lo general, bienestar material y felicidad son hoy una y la misma cosa, se confunden y se plasman en objetos del deseo, como el auto, la vivienda y el paisaje suburbano, el equipamiento doméstico.

Esos universales urbanos, constructores de la ciudad contemporánea son, por tanto, fundamentalmente realidades mentales, elaboradas en las dimensiones racionales de la ciencia, de la política y de sus instituciones, pero también, y no menos importantes, dimensiones imaginarias, producto de la combinación de razones y emociones, sembradas en las áreas del deseo y del temor, ejercitando poderosas fuerzas modeladoras del comportamiento individual y colectivo.

Ese complejo mundo mental que orienta, coordina, da duración y legitimidad a comportamientos urbanos convergentes, que es fuente de uniformidad y homogeneidad, se entrecruza a cada instante con las realidades más básicas de la ciudad como su tamaño, su forma, su dinámica de crecimiento, su sentido de lo social, de lo político y de lo cultural, para producir mil y un resultados urbanos, tan diferentes unos de otros que parecieran provenir de planetas distintos, tan semejantes unos de otros que serían meros reflejos de una misma y única fuente de luz, la globalización.

Cuarto ángulo: la ciudad nunca es la misma y está sometida a los ciclos míticos del Ave Fénix.

El Ave Fénix o Phoenicopterus, como lo conocían los griegos, es un ave mitológica del tamaño de un águila, de plumaje rojo, anaranjado y amarillo incandescente, de fuerte pico y garras. Se trataba de un ave fabulosa que se consumía por acción del fuego cada 500 años, para luego resurgir de sus cenizas. Según algunos mitos, vivía en una región que comprendía la zona del Oriente Medio y la India, llegando hasta Egipto, en el norte de África .

Este mito nos sirve de ilustración de la idea de que el cambio es permanente; cada ciudad nunca es idéntica a sí misma, no es lo que fue ni lo que será. Sin embargo, su ritmo de cambio es tan disparejo que así como por momentos el tiempo pareciera detenerse, hay otros de vértigo y mutación extrema. Estamos en un momento especial, renaciendo de nuestras propias cenizas. En los últimos 30 años nuestra metrópolis latinoamericana agonizó, murió y resucitó, de manera tal que estaríamos existiendo en un algo totalmente nuevo, inédito, ante lo cual enmudecemos, bien sea por asombro, por temor o por simple y mera ilusión.

Como breve ilustración de estos ciclos urbanos, un caso poco conocido pero impactante, la transformación de Edo en Tokio. “La desintegración de las ciudades feudales provino de varias fuentes y algunos de los elementos desorganizadores fueron más fuertes en algunas regiones que en otras. Pero la fuerza combinada y destructiva de todos ellos se focalizó en Edo, la ciudad capital. (…) Una población que alcanzó el millón de habitantes al final del período Tokugawa descendió a 597.905 (149.383 casas) en 1873. Las estructuras sociales y ecológicas características de Edo en sus días de núcleo del sistema feudal centralizado, entraron en desorden al mismo tiempo que el sistema completo se desintegraba” (Yazaki, 1968:274, 283). Como resultado de la restauración de la dinastía Meiji, Tokio reemplazó a Edo como nuevo nombre para la capital del Japón. Este cambio fue algo más que meramente convencional pues estableció el nacimiento de una nación moderna con una capital también moderna (Cuervo, 1996:25).

Otro ejemplo, más cercano pero no menos sugestivo, es el surgimiento de Nueva York como centro financiero global contemporáneo. “La industria manufacturera contaba con un millón de empleos en 1950, 900 mil en 1960, 800 mil en 1970, 500 mil en 1980 y 387 mil en 1987. Entre 1969 y 1987, Nueva York perdió la mitad de sus empleos manufactureros y más de la mitad de sus empleos de oficina en las sedes manufactureras. (…) En contraste, los servicios (…) aumentaron de medio millón en 1950 a más de un millón en 1987” (Sassen, 1991:200, 202).

Para quienes hemos sido testigos presenciales de las trasformaciones de la ciudad latinoamericana nos es difícil distinguir e interpretar con precisión la magnitud del cambio, si se trata de simples modificaciones aparentes o de contenido profundo. Intentaremos demostrar, en lo que sigue, que se trata de un nuevo nacer de la metrópolis latinoamericana (ver recuadro 2).

Recuadro 2
Dice Fuentes, refiriéndose a Santiago de Chile: “Debido a esto último, Santiago debe considerarse como una ciudad en profunda transformación, quizá la más importante de su historia por la magnitud de los cambios y por la profundidad que pueden alcanzar los fenómenos de dispersión, configurando en definitiva una nueva geografía urbana” (2004:24).

Dice Ludeña refiriéndose a Lima: “La Lima de fines de los noventa ya no es la misma ciudad que la de hace diez años. La profunda trasformación que ha tenido lugar en este período, ha terminado por modificar el formato tradicional de esta especie de metrópoli-barriada. Lima es hoy escenario de nuevos procesos, complejas arquitecturas y desusados megaproyectos en medio de, igualmente, nuevos conflictos sociales y económicos” (2009: 357).

La magnitud del viraje económico de la Región Metropolitana de Sao Paulo (RMSP) registrado por Campolina, atestigua la magnitud y profundidad de su transformación: “Dados formais de emprego, apurados pela RAIS para o período 1985-2005, mostram que a RMSP perdeu 533 mil empregos no setor industrial, compensados pelo ganho de 1387 mil nos setores de comércio, servicos e outros” (2007: 30)

Aunque de manera menos contundente, Jaramillo sugiere algo semejante para el caso de Bogotá: “Si se mira con una cierta perspectiva la evolución reciente de Bogotá, se encuentra que en la última década y media la ciudad ha sufrido mutaciones muy notables, difíciles de prever unos años antes, y que se refieren a ciertos procesos –llamémoslos así- objetivos, pero que conciernen sobre todo la forma como Bogotá es percibida” (2010: 9).

Para el caso de Buenos Aires, el registro de su expansión física sugiere la magnitud de su transformación reciente: Etulain y López, a nivel del crecimiento del espacio residencial aclaran: “Si comparamos los datos del crecimiento de la aglomeración entre 1970 y 1994 —alrededor de 15.000 hectáreas— con la superficie ocupada por los countries3 en el área —alrededor de 7.800 hectáreas construidas en ese mismo período— se puede comprender la dimensión de este fenómeno. No obstante, es difícil suponer un ritmo de crecimiento parecido en los próximos años. En efecto, la capacidad ociosa en los countries a 1997 era de un 60%, esto hace suponer que no se van a seguir construyendo al mismo ritmo” (1999: 20).

En los últimos 30 años, las metrópolis latinoamericanas han estado sometidas a ciclos de vida relativamente sincronizados. Los años 1980 fueron de letargo y de crisis, en lo económico y en lo político. En lo económico, la llamada década perdida significó planes de ajuste, masivos recortes de gasto público y ciclos hiperinflacionarios con repetidas crisis cambiarias y financieras. En lo político, por la prolongación de las dictaduras, en algunos casos, por la intensidad de las guerras civiles y sus efectos devastadores, en otros. Las metrópolis cayeron en un profundo letargo con un casi nulo crecimiento en sus inversiones públicas y privadas y u muy lento, y en algunos casos negativo, crecimiento económico.

Los años 90 fueron de renacer tanto en lo económico como en lo político. En lo económico por la estabilización de la moneda y la llegada masiva de capitales e inversiones con serio impacto en la composición de las ciudades (nuevos artefactos de la globalización). En lo político por el retorno y estabilización de la democracia, acompañada de procesos de descentralización o consolidación del federalismo que le han dado un renovado papel a los gobiernos locales e intermedios, incluyendo los de las grandes ciudades. El dinamismo económico urbano se vio impulsado por la masiva inversión extranjera, por la expansión inmobiliaria, por la consolidación de la economía de los servicios y por la creciente capacidad de pago de los segmentos más pudientes de la población urbana.

Los años 2000 consolidaron el cambio económico y político del subcontinente y de sus ciudades. En lo económico, por la presencia de una fase relativamente prolongada de expansión, asociada a los ciclos de exportación de minerales y de productos agropecuarios, con el impulso de los nuevos grandes mercados en plena expansión, la China y la India especialmente. Esta expansión se detuvo temporalmente con una recesión mundial que golpeó menos intensamente a América Latina que al mundo desarrollado y le permitió mitigar el retroceso en los avances previamente obtenidos a nivel de reducción de la pobreza. En lo político, el continente se vio poblado de democracias de las más diversas orientaciones y matices, que avivaron las búsquedas de cooperación y de ganar presencia geopolítica propia.

Son treinta años durante los cuales, por diversas razones y en muy variadas circunstancias, las metrópolis latinoamericanas renacieron de sus cenizas y confrontaron procesos de cambio mayor, fundamental. Su tamaño, sus elementos y la composición de los mismos no han sido ajenos a las transformaciones mencionadas. Muy probablemente cada metrópoli está en la presencia de nuevas estructuras y nuevas morfologías urbanas. Más que encontrar un único patrón de cambio, lo que sí es posible identificar, al estilo de lo que nos propone José Luis Romero, son vectores de transformación comunes que han dado lugar a configuraciones diversas, dependiendo del tamaño de la ciudad, de su ritmo de expansión y de las políticas urbanas que la han acompañado.

Quinto ángulo: aspectos de la mutación metropolitana: (1) la dimensión global del trabajo urbano.

El trabajo de Sassen (1991), a principios de los años 1990, no pudo ser más oportuno. Los observadores de la globalización declaraban sin cautela alguna y con fundamento empírico suficiente la desaparición del territorio, la liberación de las ataduras de la proximidad y del espacio. Las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información creaban las condiciones para la formación de redes de trabajo a distancia, de comando de operaciones complejas sin necesidad de proximidad física; la liberalización del comercio, de las finanzas y de las regulaciones laborales aceleraban el traslado de segmentos enteros de la producción a lugares remotos y distantes de los originales; las necesidades de flexibilidad incentivaban la atomización y la exteriorización de funciones productivas.

Sassen demostró con rigor y elocuencia que a la desaparición de todas las ataduras espaciales arriba mencionadas se habían sucedido la aparición de otras nuevas, que la gran ciudad adquiría funciones de comando de nuevo tipo, con profundas implicaciones sobre su estructura económica, su mercado laboral, sus formas de consumo e incluso su morfología.

Tomó a Nueva York, Londres y Tokio como las cabezas de esa nueva maquinaria económica global y las sugirió como representativas de un nuevo orden urbano. “A través de las finanzas más que por medio de cualquier otro flujo internacional, ha emergido una jerarquía global de ciudades, con Nueva York, Londres y Tokio no solamente como las ciudades líder, sino también como aquellas que cumplen las funciones de coordinación y operan como los mercados de venta y compra de capital y conocimiento” (Sassen, 1991: 327).

La gestión de la información emergió como la nueva sustancia generadora de atributos urbanos de orden superior, representativos no solamente de una nueva economía sino también de una nueva ciudad: “Las tendencias de las firmas a tener sucursales o divisiones altamente diversificadas, a un creciente tamaño, y poseer varias localizaciones, han diversificado y aumentado los componentes de la información necesitada por las oficinas matrices, lo mismo que la importancia y precisión de dicha información. La ubicación adquirió una nueva importancia pues algunos lugares proporcionan mejor acceso a la información que otros. (...) También adquiere nueva importancia el mercado (...) Algunas ciudades emergen como mercados específicos para una clientela global” (Sassen, 1991: 110).

La ciudad global, de constatación pasó a adquirir el carácter de propósito. El ejercicio de estas funciones de comando se entendió como fuente generadora de prosperidad y se convirtió en la meta por excelencia de la ciudad latinoamericana. La competitividad urbana apareció como la nueva estrategia que plasmó este deseo, dando lugar a formas de medición novedosas que permitieron hacer el seguimiento al “estado de situación” en cada momento: el comercio internacional, la captación de inversiones extranjeras, el movimiento financiero, el número y la importancia de las sedes empresariales y corporativas, la intensidad de los flujos de personas, información y conocimientos, el grado de acceso a conexiones de Internet y teléfonos celulares, fueron algunas de las más significativas variables utilizadas para determinar el grado de globalización de cada ciudad.

La dimensión global de la metrópolis latinoamericana indudablemente se ha consolidado, incluso, en algunos casos, se ha expandido a ritmos sin precedentes. No obstante, ninguna de las metrópolis latinoamericanas ocupa los rangos superiores de las escalas internacionales y su peso y dinámica se mueve al tenor de su propia economía nacional, con pocas sugerencias de ocupar siquiera funciones de comando regional sobre algún área del subcontinente latinoamericano. “La profundización de la inserción de las ciudades latinoamericanas en el ámbito internacional ha generado la formación de una jerarquía urbana, que se manifiesta en el estudio del Globalization and World Cities Study Group and Network (Gawc). Éste se propuso realizar una sistematización y evaluación de las ciudades mundiales ordenadas conforme a un indicador de influencia mundial o ‘mundialidad’, en base a la presencia de los servicios al productor. Latinoamérica tiene dos ciudades entre diez clasificadas como ‘Beta’ (Ciudad de México y Sao Paulo), las cuales prestan a lo menos tres de los cuatro servicios evaluados (auditoria, publicidad, banca y servicios financieros y servicios jurídicos). Además incluye 3 entre 35 ciudades clasificadas como “Gamma” (Santiago, Caracas y Buenos Aires)” (Fuentes, 2004: 12).

Ni siquiera Santiago de Chile que aparece en un rango aparentemente desproporcionado con relación al tamaño de su propia economía nacional, escapa a esta norma. “Como afirma América Economía (2004), el éxito internacional de Santiago se debe al éxito del país más que a la gestión de las autoridades de la ciudad; por lo tanto, quizá no sería extraño pensar que Santiago más que una ‘ciudad global’ o globalizada, es la capital de un ‘país global’, que se encuentra en un proceso creciente de internacionalización de sus relaciones comerciales (…)” (Fuentes, 2004: 23).

El peso del empleo y del valor de las actividades terciarias, al interior de las cuales se incluyen las nuevas funciones de comando, también se ha expandido significativamente en las metrópolis latinoamericanas. No obstante, el sentido de esta expansión no siempre coincide por el asignado por Sassen de ser expresión de la creciente participación de las funciones de comando y de gestión compleja de la información y del conocimiento.

En una investigación comparativa realizada por Roberts (2005) para cinco metrópolis latinoamericanas, constata una expansión acelerada generalizada del empleo en servicios al productor que, sin embargo, no es solamente ni principalmente atribuible a la expansión de las funciones de comando propias de la ciudad global, sino como soporte a los nuevos procesos de consumo: “El crecimiento en los servicios al productor (finanzas, inmobiliario, servicios financieros y profesionales) en las otras ciudades -5 de las 6 analizadas- sugiero que es debido al papel de estos servicios en la promoción y organización del consumo doméstico en la economía moderna, y no a ninguna nueva función que estas ciudades estén desempeñando en la organización de la economía global” (Roberts, 2005: 113-114).

Sexto ángulo: aspectos de la mutación metropolitana: (2) ¿Un nuevo orden social?

El nuevo orden urbano, representado en la ciudad global, se estaría acompañando del surgimiento de nuevas formas sociales, en especial, de nuevas y crecientes distancias entre diferentes capas socioeconómicas. “Está surgiendo una nueva clase, y las ciudades globales han emergido como uno de los principales escenarios de este desarrollo: ellas contienen tanto los sectores económicos más fuertes, como una aguda polarización de ingresos. La expresión concreta de esta nueva alineación de clase en las estructuras de la vida diaria está bien capturada en la masiva expansión de un nuevo estrato de altos ingresos —junto con la creciente pobreza urbana”. (Sassen, 1991: 337).

En el mundo intelectual latinoamericano, ésta es de las tesis que con más entusiasmo se han aceptado. Curiosamente es la que mayor cantidad de nuevos términos ha adoptado, dando lugar a una superposición de categorías y fenómenos de distinto orden cuya comparación se hace difícil. Hablando de un algo poco definido pero comúnmente aceptado se han utilizado términos como pobreza, desigualdad, polarización, dualismo, segregación, segmentación, fragmentación, exclusión, desconexión, como si todos se refirieran a lo mismo.

Paradójicamente, los mecanismos de generación de desigualdad socioeconómica urbana aludidos por Sassen, hacen parte de categorías muy propias de la sociología urbana latinoamericana desde hace más de cuarenta años. “En América Latina la situación es bastante diferente, la exclusión social no es un fenómeno de las últimas décadas, ha sido siempre la situación que han debido aceptar las grandes mayorías, aunque pudo haberse amplificado a partir de la aplicación de las políticas neoliberales” (Ziccardi, 2009: 47). Aunque la teoría de la modernización y del dualismo anunció la progresiva desaparición de las formas tradicionales de vida y del dualismo productivo de nuestras economías, la persistencia de las desigualdades y de la pobreza obligó inventar y acuñar conceptos y teorías que dieran cuenta de su permanencia. De la idea de marginalidad, entendida como un fenómeno atípico y temporal de desigualdad, se pasó a la de exclusión, comprendida como resultado propio y funcional a la estructura, no como patología o error involuntario de la misma. Con Milton Santos (1975) se llegó al más avanzado grado de conceptualización de estos fenómenos, entendidos por él como parte de la articulación compleja de circuitos económicos urbanos heterogéneos y dispares, pero complementarios y con procesos de retroalimentación permanente.

Con la crisis mundial de los años 1970, los países desarrollados y con ellos Sassen descubren formas de pobreza y exclusión inventadas y consolidadas de tiempo atrás por las ciudades latinoamericanas. Bastó este descubrimiento para que el mundo intelectual latinoamericano borrara de un plumazo su memoria académica, su acervo teórico, su conocimiento acumulado. Sin lugar a dudas han emergido nuevas formas de exclusión social, nuevas variedades de desigualdad y de pobreza pero, lamentablemente en este campo mucho más que en otros, la evidencia empírica está poco consolidada y la interpretación teórica particularmente dispersa y atomizada.

La poca evidencia comparativa entre ciudades sugiere, en este punto, algo semejante a lo encontrado en otros aspectos: hay algunas tendencias mayores que son comunes a las distintas ciudades, pero ellas no constituyen un patrón único ni uniforme, sino más bien una colección variada y plural de situaciones: “Según De Mattos (1999), teniendo en cuenta las diferencias existentes entre las grandes metrópolis de los países desarrollados y las ciudades latinoamericanas, la mayor parte de las investigaciones sobre las urbes de América Latina muestran una tendencia dominante hacia el aumento de las desigualdades intra-metropolitanas y la polarización social (Ciccolella 1999, Cariola y Lacabana 2003, Tashner y Bógus 2001). Sin embargo, el mismo autor afirma que ‘también hay algunos casos en que la tendencia hacia una mayor polarización social no ha podido ser confirmada, como ha ocurrido en las investigaciones para Río de Janeiro en la década de los ’80 y Santiago de Chile en el período que se inicia a mediados de los ’80 y se prolonga hasta fines de los ’90 (De Mattos, 1999: 57)” (Fuentes, 2005:13).

Séptimo ángulo: aspectos de la mutación metropolitana: (3) nuevas morfologías urbanas:

De Mattos, ha propuesto la emergencia de una nueva y referencial forma urbana propia del momento: “ (…) la metamorfosis que se procesa bajo el impacto de las tendencias constitutivas de esta fase de modernización capitalista, ha estado llevando a la conformación de una nueva forma urbana, que comporta mutaciones sustantivas con respecto a la que se había impuesto en el momento industrial-desarrollista (…) que correspondía a una ciudad ‘caracterizada por la existencia de un gradiente densimétrico en sentido centro-periferia, tanto en términos de población como de actividad y empleo, junto con la identificación de unos límites externos bastante netos frente al entorno rural’. Y, luego, que en su lugar comenzó a esbozarse un nuevo patrón o forma, que puede ser descrita ‘como una trama continua de asentamientos, organizada alrededor de un gran número de focos nodales especializados en una vasta región multicentrada’, cuyo ‘modelo ideal puede ser definido como una ciudad sin centro o como una región urbana organizada alrededor de los fragmentos desparramados de la explosión del centro’ (Demateis y Governa 2001: 38)” (De Mattos, 2010: 265).

Algunos autores han acogido la tesis con entusiasmo, otros con mayor cautela y en un buen número de casos ha dado lugar a la revisión detallada de sus componentes sin la posibilidad de suscribirla de forma completa y contundente.

En el caso de Lima, hay la presencia de elementos que confirmarían la hipótesis propuesta. “En los años noventa, el patrón espacial emergente en Lima Metropolitana, se caracterizó por el crecimiento de múltiples centros especializados dentro de una estructura cada vez más descentralizada. El centro histórico de funciones múltiples se ha desdoblado en múltiples centros metropolitanos especializados en determinadas actividades informacionales, industriales, comerciales o culturales, los cuales se articulan a través de redes de información, de transacciones comerciales o de relaciones sociales” (Chion, 2009:90). Con una interpretación cercana a la anterior, se habla de fragmentación: “Por una parte, la extensión de las autopistas acentuó las estructuras lineales y, por otra, constituyó un antecedente para la formación de estructuras celulares fragmentadas que hoy son las más notables en el perímetro urbano. Bajo el concepto de fragmentación se entiende una nueva forma de separación de funciones y elementos socio-espaciales ya no, como antes, en una dimensión pequeña. Elementos económicos y barrios habitacionales se dispersan y mezclan en espacios pequeños (…) Mucho más importantes son hoy los malls y Shopping centres, y aún los primeros urban Entertainment centres. Originalmente orientados a los barrios de estratos altos, hoy en día estas infraestructuras se dispersan a lo largo de todo el perímetro urbano. (…) En el modelo, la fase de fragmentación está simbolizada por la libre distribución de zonas industriales, por la localización de centros comerciales en toda la ciudad, orientados a las autopistas intraurbanas y aeropuertos, así como la presencia de barrios cerrados en todo el perímetro urbano y en la periferia extramuros” (Bähr y Borsdof, 2009: 33,42).

Sao Paulo sería un caso donde la hipótesis de De Mattos se acepta de manera parcial. Por su escala y configuración, daría lugar a la introducción de un nuevo concepto, el de ciudad región mundial. Por una parte, la Región Metropolitana de Sao Paulo (RMSP) estaría organizada en ejes o corredores de actividad, demarcados por la existencia de grandes infraestructuras de trasporte y comunicación, especialmente las autopistas. Se trata por tanto de un policentrismo de ejes compactos y no de nodos dispersos como lo sugiere el modelo propuesto por De Mattos: “Observa-se, nesse sentido, que a expansao económica e populacional da RMSP é resultado da combinacao das condicoes de topografia e da localizacao dos grandes troncos rodoviarios (…) a expansao da regiao metropolitana seguiu seis grandes eixos (…) Sao Paulo-Santos (…) RMSP com o Vale do Paraíba (…) Sao Paulo-Minas (…) RMSP com a regiao de Campinas (…) RMSP com a regiao de Soracaba (…) Sao Paulo-Paraná” (Campolina, 2007: 31). Este policentrismo axial de la Región Metropolitano se acompaña de una extensión regional mucho más amplia del radio de influencia de la ciudad hasta unos 100 kms: “Assim, aceitamos a idéa da cidade-regiao mundial de Sao Paulo, porém composta pela RMSP e pelas microrregioes, industrializadas e próximas, de Campinas, Sao Jose dos Campos, Sorocaba e Santos, como propoe Lencioni (2003). Elas estao contidas dentro de un radio inferior a 100 km, tomada a cidade de Sao Paulo como centro” (Campolina, 2007: 38).

La Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM), posee hoy, probablemente por las semejanzas de escala, una estructura semejante a la mencionada para Sao Paulo en donde se ha configurado un policentrismo basado en la presencia de ejes y no de nodos desarticulados sin presencia de un centro. La evidencia histórica señala además, en este caso, que esa nueva configuración es el resultado de un proceso de cambio de varias décadas que como paso previo tuvo una configuración policéntrica nuclear dispersa. “Basándonos en la investigación realizada sobre la ZMVM en 2002 (Pradilla y Pino, 2004), revisada en 2007, podemos afirmar que en la metrópoli se ha operado un cambio sustancial en la lógica de estructuración socio-económica y territorial: ha pasado, a través de una fase multinuclear de transición con una duración de varias décadas, de una estructura organizada a partir de una centralidad única, a una estructurada a partir de una red de corredores terciarios” (Pradilla, Moreno y Márquez, 2008: 20).

Buenos Aires también daría lugar a una conclusión matizada en donde se pone de presente la yuxtaposición de modelos, en medio, vale decirlo, de interpretaciones encontradas, unas más cercanas a la hipótesis de De Mattos y otras con resultados combinados: “Para Ciccolella (1999: 17), queda planteada en términos de interrogación, “Existe oposición o contradicción entre procesos de globalización de la RMBA y su contra-cara, la dualización del espacio metropolitano?. Buenos Aires tiende a ser una ciudad global o una ciudad dual? Y, finalmente, la dualización de las ciudades, es decir la coexistencia creciente entre riqueza y pobreza, atraso y modernidad, constituye una contradicción o una característica esencial del nuevo espacio metropolitano postfordista-postmoderno y postindustrial tanto de las ciudades globales de Sassen como de las megaciudades periféricas?”. En cambio, para Etulain y López (1999, p.25-26), es evidencia de la heterogénea conformación y dinámica propia de la ciudad: “En forma genérica el crecimiento actual, sigue leyes y parámetros que responden a dos tipos de modelos que se manifiestan en forma yuxtapuesta sobre el territorio. Existe la ciudad tradicional (…) Sobre ella coexiste y se yuxtapone una ciudad difusa, fragmentada, virtual y móvil que cuestiona la naturaleza de la centralidad (…) En gran medida, este tipo de ciudad ya modela y casi consolida el área norte de la RMBA y se vislumbra como modelo factible para el área sur. No obstante se entiende que éste necesita del anterior, fundamentalmente en los aspectos relacionales que involucran los sistemas de movimientos, la centralidad, el espacio público y la seguridad para su atravesamiento (…) Pareciera improbable la exclusión de uno u otro modelo; en todo caso, deberían definirse con precisión las zonas y condiciones en que se ha de desarrollar cada modalidad de asentamiento” (Citado por Cuervo, 2003: 21).

En otros casos, la hipótesis de De Mattos ha corrido con peor suerte. Para Santiago, por ejemplo, “ (…) se hace difícil aceptar que la estructura policéntrica (en todo el sentido del concepto) pueda ser una característica actual de la ciudad de Santiago, ya que –al contrario de la ciudad sin centro por antonomasia, Los Ángeles-, los centros de las decisiones públicas (administración pública nacional y regional) y privadas (financiera y empresarial) siguen estando fuertemente concentradas en la cuña central” (Fuentes, 2005: 25).

En el caso de Bogotá (Cuervo, 1999) pueden extraerse conclusiones semejantes a las de Fuentes para Santiago. El centro de actividades económicas y generación de empleo en la ciudad constituye hoy un corredor o eje que se extiende desde el centro histórico de la ciudad hacia el norte. Se ha consolidado un policentrismo más disperso a lo largo de toda la ciudad en actividades comerciales y terciarias banales, pero sin pérdida de continuidad espacial ni con signos de fragmentación.

Durante los últimos 30 años, y más particularmente los 20 años recientes, las metrópolis latinoamericanas han experimentado cambios mayores en su tamaño y en su estructura. No obstante, no es posible observar un único y solo patrón sino varios, determinados por múltiples factores como la topografía de la ciudad, la extensión de sus redes de infraestructura y transportes, la extensión del uso del automóvil, la regulación urbana, las formas organizacionales y financieras de promoción inmobiliaria y de construcción de vivienda de diferente tipo y, por supuesto, la dinámica de crecimiento demográfico de la ciudad y su cambiante posición dentro de su propia red nacional urbana.

Octavo ángulo: aspectos de la mutación metropolitana: (4) nuevos objetos urbanos:

Las nuevas funciones urbanas, asociadas con el manejo y gestión de la información, con el soporte a los contactos internacionales y con las funciones simbólicas del prestigio han dado lugar a la conformación de marcas, de huellas físicas, a través principalmente de la edificación de nuevos objetos urbanos, o, como De Mattos los ha denominado, artefactos de la globalización. “La nueva base económica, predominantemente terciarizada que emergió junto a la globalización, generó una sostenida demanda por cierto tipo de artefacto urbano, cuya irrupción y multiplicación en el Gran Santiago se produjo desde comienzo de la década de los años ochenta. (…) Estos artefactos aparecieron fundamentalmente como resultado del propio desarrollo de un sector servicios globalizados que, a medida que se fue desplegando a escala planetaria, planteó la necesidad de un soporte físico-arquitectónico que facilite su adecuado funcionamiento y destaque su presencia urbana (…). (…) cabe destacar aquellos que han tenido mayor influencia en la conformación del nuevo paisaje urbano: centros comerciales diversificados y/o especializados, en especial del tipo Shopping mall (…); grandes superficies comerciales, tanto para el consumo diversificado (súper e hipermercados) como especializado (…); complejos empresariales y edificios corporativos (…); hoteles de lujo y súper lujo y conjuntos para la celebración de ferias internacionales (…); espacios para el esparcimiento, frecuentemente asociados a nuevas tecnologías en el campo de la electrónica (…); barrios cerrados protegidos y segregados, concebidos a imagen y semejanza de los barrios amurallados (gated communities) de los Estados Unidos (…)” (De Mattos, 2010:329-330).

Estas marcas físicas las tiene la ciudad latinoamericana a lo largo y a lo ancho de su tejido urbano; son huellas de diferentes momentos, especialmente de épocas de prosperidad económica, asociadas a bonanzas más o menos pasajeras. Son nuevas marcas que por lo general no consiguen borrar las precedentes sino que se les superponen de original forma en cada ciudad: porque han sido más o menos avasalladoras, porque han tenido una ubicación diferente, porque han tenido un significado político y social particular.

Aunque esta yuxtaposición no es propia ni particular a la ciudad latinoamericana, sino que está presente en todas las ciudades del mundo, sus componentes de especificidad derivarían del carácter marcadamente espasmódico con el que se producen debido a que hacen parte de una historia económica signada por la presencia de ciclos de expansión y contracción particularmente intensos. Es probable que ciudades con ciclos menos marcados logren asimilar e integrar de mejor forma ese inevitable advenimiento y yuxtaposición de lo nuevo sobre lo antiguo. Un segundo componente de especificidad deriva de la ya mencionada heterogeneidad social de nuestra ciudad, que se hace visible a través de la construcción física de una ciudad popular que recoge abierta y orgullosamente las tradiciones culturales de diversas regiones del país y de sus zonas rurales.

De estas peculiaridades de la ciudad latinoamericana derivan retos éticos y estéticos. En lo ético, convertir la diversidad cultural en un activo y dejar de resentirla como un lastre o una carga de la cual avergonzarse: “No es posible hablar de una identidad en contextos metropolitanos, sino de la posibilidad de que en este contexto se expresen múltiples afirmaciones identitarias. La particularidad del fenómeno de Lima está en el hecho de que para expresar esta diversidad cultural no se precisa de la copresencia de múltiples nacionalidades. (…) No obstante, la apropiación de esta riqueza cultural aún no se expresa como una fortaleza, sino que parece ser percibida más como un estigma o un motivo de vergüenza” (Vega, 2009: 18).

En lo estético, estamos llamados a reflexionar acerca de estas mezclas y combinaciones, de las variadas formas que ellas presenten y, probablemente, intervenir sobre ellas para valorizar sus componentes originales y sus posibles aportes. “A casi 150 años de esta primera imagen republicana de Lima, la capital peruana se ha transformado –como se puede calificar en el Perú- en una auténtica metrópoli chicha (…) categoría cultural para designar toda manifestación en la que se encuentra una fusión o mezcla de manifestaciones de diversa procedencia social, étnica y geográfica, y en los que están presentes componentes de la cultura andina y urbana moderna-” (Ludeña, 2009: 348).

Noveno ángulo: aspectos de la mutación metropolitana: (5) habitantes y ciudadanos, la nueva democracia urbana, metrópolis, ciudades, pueblos y aldeas

A pesar de constituir un hecho mayor, la reinstalación y estabilidad de la democracia en América Latina y sus impactos sobre la formación de ciudadanía y la construcción de acuerdos colectivos para alcanzar metas de interés general son fenómenos relativamente poco analizados. Al individuo se le analiza más como consumidor y como trabajador que como ciudadano. ¿Somos iguales? ¿En qué condiciones accedemos a nuestros derechos y cumplimos nuestras obligaciones? ¿Cuáles son nuestros comportamientos políticos individuales y colectivos? Sin respuestas a estas preguntas difícilmente sabremos qué tipo de ciudad es la nuestra. Los cambios en este frente también son mayores.

Previamente: “En América Latina (…) La creación de una forma de gobierno que ha sido caracterizada como estatal corporativa se correspondió con una ‘ciudadanía segmentada’ (Draibe, 1993) que diferenció a) aquellos que podían acceder a los bienes urbanos por la vía del mercado (…) por contar con un ingreso adecuado; b) los que poseían la condición de trabajadores asalariados (…); y c) una gran mayoría que debió resolver de manera precaria y paupérrima, el vivir en la periferia soportando todo tipo de carencias en relación con el acceso a los bienes urbanos más elementales” (Ziccardi, 2009: 67).

La descentralización, la elección popular de alcaldes y gobernadores, las reformas a los estatutos políticos de las ciudades mayores, las prácticas participativas de planeación, presupuesto y control, están introduciendo cambios mayores a la formación y ejercicio de ciudadanía que requieren ser analizados e interpretados con mayor detalle e introducen nuevos desafíos: “Los procesos de democratización política y de reforma del Estado, los cambios en las fronteras entre lo público y lo privado y, sobre todo, las crecientes demandas de la ciudadanía, obligan a construir un nuevo escenario para el diseño y la aplicación de las políticas sociales y urbanas” (Ziccardi, 2009: 69).

Adicionalmente, dado que las disparidades territoriales y las brechas de desarrollo entre las distintas regiones de nuestros países siguen siendo tan marcadas (Cepal, 2009), es fuerza reconocer las diferencias de ejercicio de la ciudadanía entre los habitantes metropolitanos, de las ciudades, de los pueblos y de las aldeas. Las fracturas campo-ciudad se reproducen y perpetúan y en algunos casos se exacerban por la presencia de insurgencia política, reacción armada y violencia delincuencial asociada a la producción y tráfico de drogas ilícitas.

Décimo ángulo: aspectos de la mutación metropolitana: (5) familias globalizadas, funciones residenciales móviles y desagregadas

En los últimos 20 años se incrementaron y extendieron los éxodos de latinoamericanos hacia los países desarrollados en búsqueda de oportunidades económicas. Las guerras centroamericanas los alimentaron durante los años 1980, pero posteriormente fue el empobrecimiento del campo el que lo exacerbó en México y la estrechez de oportunidades económicas en muchos otros países como Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. En la actualidad, las remesas de los emigrantes a sus familias de origen constituyen para algunos países la principal fuente de divisas y en muchos otros ocupa ya el segundo lugar. Las monedas latinoamericanas se han hecho fuertes no solamente a causa del dinamismo de las exportaciones y de la inversión extranjera, sino también debido a este flujo masivo de recursos que se distribuye caprichosamente entre ciudades, pueblos y aldeas de nuestros países.

Estos recursos están poniendo en marcha la construcción de una nueva infraestructura residencial, ya sea para los familiares o como residencia secundaria de sus aportantes. En otros casos se ha organizado y llega bajo la forma de donaciones que pretenden aportar construcciones de beneficio colectivo. Son, en todo caso, riqueza producida por una forma de globalización poco estudiada y analizada en lo que hace a sus impactos urbanos.

Las familias latinoamericanas han cambiado su estructura, no solamente porque segmentos importantes de ellas se han trasladado al exterior pero manteniendo vivos sus lazos afectivos y de solidaridad económica, sino también porque las separaciones, los divorcios, y las jefaturas unipersonales han proliferado, cambiando el mapa sociológico de nuestros núcleos familiares. Acompañando este proceso, han aparecido estrategias residenciales variadas, con migraciones secuenciales a lo largo del año, o de la vida, con la extensión de fenómenos como el de la residencia secundaria, dando lugar a la aparición de nuevas fuerzas de configuración y cambio de nuestras ciudades que deben ser estudiadas acudiendo a categorías conceptuales apropiadas y a sistemas de medición también adaptados a sus características. Geógrafos franceses observadores de estas mutaciones, como Francoise Dureau (2000), han acuñado el término de Metrópolis en movimiento.

Regresando al centro: la metrópolis latinoamericana en mutación; trayectorias singulares, pistas de futuro

Hemos intentado un recorrido en forma de círculo, girando grado a grado alrededor del centro e intentando cubrir cada una de las dimensiones relevantes de la metrópolis latinoamericana contemporánea. Estamos lejos de haberlo conseguido y este será el momento de proponer el balance de lo alcanzado y de lo pendiente.

El ensayo se ha valido del conocimiento académico producido sobre nuestro objeto de estudio. Aunque la cobertura y el alcance de los aspectos a ser abordados son incompletos, vale decir que, no obstante sus limitaciones, es relativamente satisfactorio gracias a la existencia de instrumentos previamente inexistentes. Hace veinte años comenzaba a hablarse de los impactos urbanos de la reestructuración capitalista y en compañía de Samuel Jaramillo (1990) intentamos elaborar un análisis para la ciudad latinoamericana que estableciera las posibles diferencias de este impacto con relación a lo que venía siendo el experimentado por las ciudades de los países desarrollados del Norte. Más allá de nuestra voluntad nos encontramos ante el insalvable escollo de la inexistencia de literatura académica e información estadística suficientes que nos permitieran hacerlo. Con pocas excepciones (Eure y la Revista Interamericana de Planificación), la mayoría de las revistas urbanas provenían de los Estados Unidos y Europa, así que nuestra reflexión tuvo que valerse de ellas y proponer un argumento prospectivo basado en el rigor de la lógica y de nuestro conocimiento previo de la ciudad latinoamericana.

La frustración de aquel entonces no se reproduce en la actualidad gracias a la presencia de foros permanentes como el de la Red Iberoamericana de Investigadores sobre Globalización y Territorio (RII), o de herramientas como Redalyc (hemeroteca electrónica de Ciencias Sociales), cada uno de los cuales ha contado, el primero con una mesa de debates sobre globalización y expansión metropolitana y el segundo, con un capítulo de revistas de estudios territoriales con cerca de 15 títulos de variados países del subcontinente. Igualmente afortunada fue la reciente salida de las colecciones de Ciudades y de Textos, producida desde Quito con el apoyo de diversas instituciones , recogiendo balances de autores urbanos latinoamericanos ampliamente reconocidos y compilaciones sobre el cambio reciente de algunas de nuestras metrópolis.

La globalización ha transcurrido y tenemos hoy a nuestro alcance un mucho mejor conocimiento de nuestras ciudades, de sus problemas, de sus progresos, de sus realidades objetivas y mentales. Tímidamente y con dificultad, algunos autores latinoamericanos se atreven a los análisis comparativos, a proponer generalizaciones propias y particulares a nuestras realidades metropolitanas. A pesar de esos progresos, seguimos indiscutiblemente inclinados a tomar las realidades de las ciudades del Norte como representativas de “lo urbano” universal y absoluto. El paradigma de ciudad global propuesto por Sassen se tomó como norma, restringiendo las búsquedas a la exploración de preguntas que eran las suyas y no necesariamente las nuestras.

Este texto no pasa de soslayo esa realidad, la de la inocultable importancia y relevancia del trabajo de Sassen, pero intenta construir puntos de partida diferentes.

Primero, proponiendo una distinción axiomática entre urbe y polis, para alinearse con la segunda y tomar distancia de la pretensión implícita de la primera de hacer de Roma Imperial, la ciudad universal y absoluta.

Segundo, reconociendo la vital necesidad de comprender la unidad en la diversidad, la semejanza en la diferencia, las tendencias mayores de sus “desviaciones” particulares y sugiriendo una estrategia (discutible y probablemente polémica pero abiertamente no etnocéntrica) para combinar el análisis y la interpretación de las semejanzas y las diferencias en los procesos de mutación metropolitana latinoamericana. Si, como Aristóteles propone, la ciudad es una asociación entre iguales que acuerdan alcanzar propósitos comunes de dicha (felicidad-libertad) y facilidad (progreso material-riqueza-bienestar), es de indiscutible importancia explorar, conocer e intentar establecer la sustancia de esos acuerdos, los contenidos de las ideas de dicha y facilidad que orientan los pequeños y atomizados actos individuales, así como los políticamente construidos, teóricamente justificados e institucionalmente impulsados.

Aparece así la crucial importancia de conocer la ciudad como realidad mental, imaginaria, como escenario, ámbito, pero también principio y fin de la construcción de ese pensar, ser y sentir actual de la metrópoli latinoamericana. Borges desde la literatura, José Luis Romero desde la historia y Armando Silva desde las teorías de la comunicación nos han servido de inspiración, respaldo y referencia para proponer los pilares a través de los cuales se construye hoy el espíritu de lo urbano en Latinoamérica: el concepto de ciudad global, el sentimiento de temor, las aspiraciones de prosperidad.

En tercer lugar, aunque en medio de nuestro argumento ha quedado sugerido, evidentemente no hemos logrado desarrollarlo, este espíritu metropolitano contemporáneo es uno de los respaldos a partir de los cuales nuestros ciudadanos y nuestras instituciones de hoy orientan sus decisiones, remodelan sus espacios y someten a nuestras metrópolis a una profunda mutación: el automóvil, las autopistas, los centros comerciales, los distritos de negocios, los barrios cerrados, la rehabilitación de los centros, la construcción de la infraestructura de soporte.

Estas voluntades individuales y colectivas no surgen de la nada, no son producto caprichoso y voluntario de las personas. Derivan de la presencia de las industrias globalizadas de la cultura, están motivadas por la necesidad del capital internacional por tener nuevos campos de siembra, con promisorias rentabilidades, encuentran soporte en las redes financieras, empresariales y de telecomunicaciones. Pero la economía es obra humana y la tecnología toma su curso por las decisiones que los seres humanos hacen del uso que le darán. Por tanto, esas voluntades y esos espíritus son moldeados pero también moldean las realidades concretas y tangibles de la competencia, de la rentabilidad, de las redes de infraestructura. Ni principio, ni fin, sino que es esa oposición permanente y cambiante entre realidades mentales y objetivas lo que mueve y transforma nuestras ciudades: las pretende iguales y al mismo tiempo las hace distintas.

Distintas porque esas voluntades, esos imaginarios, se insertan en contextos políticos y sociales muy particulares, produciendo un mestizaje propio de cada lugar, con especificidades continentales (que nos autorizan hablar de Latinoamérica), nacionales y locales. Porque las realidades urbanas de cada sitio imponen también sus propias tendencias, sus propias restricciones, sus obstáculos particulares, sus vías de evacuación y rutas de velocidad (por donde el cambio se hace más expedito y rápido) específicas.

Así, constatamos terciarización del empleo en todas las ciudades pero con características particulares en cada lugar en donde la combinación de lo formal e informal es diferente, el papel de lo público y de lo privado es también distinto, en donde los servicios de soporte a la producción y al consumo se combinan de diferente manera en cada metrópoli. También debilitamiento de la producción industrial, en algunos casos sin caída sustancial de su valor, pero en otros sí; en algunas ocasiones con desplazamientos hacia el entorno regional de la ciudad mayor, en otros hacia nuevas regiones y polos industriales; en algunos con vocación de apoyo a las exportaciones primarias, en otros con mayor peso de la maquila.

También presenciamos la emergencia de nuevas morfologías y tamaños de ciudad, en algunos casos obedeciendo al patrón de la ciudad difusa, en otros combinándolo con la existencia de un centro indiscutible y en otros, simplemente remodelando la escala y la forma del monocentrismo. Nuevos artefactos urbanos emplazados con lógicas distintas, impactando de diferente manera la distribución de oportunidades de compra, de trabajo y de sociabilidad, pero en todos con una inocultable tendencia a la semejanza en la apariencia y en la presentación exterior.

En cuarto lugar, en esa búsqueda saltan a la vista los vacíos, las preguntas inexistentes, o presentes pero sin respuesta, sin intentos de exploración. En la exploración que realizamos, es de subrayar la debilidad de reflexiones acerca de las nuevas condiciones de ciudadanía y de su ejercicio en nuestras metrópolis de hoy, de la trayectoria de esas democracias locales desde los años de finalización de las dictaduras y de las guerras hasta hoy. Existe mucho material, aunque no haya sido explotado por nosotros, acerca de un tema crucial como es el de la formación de identidades, de los procesos de tribalización, de la conjugación de las influencias globales con las locales, modeladores de sentidos de pertenencia, de comportamientos sociales nuevos, de otras estéticas e incluso de nuevas éticas. Algunas insinuaciones acerca de los procesos de cosmopolitización de nuestra vida metropolitana, a través del impacto del éxodo demográfico masivo, de las remesas y de su uso económico, pero también por medio de los movimientos más grandes y visibles entre latinoamericanos de unas nacionalidades instalados en ciudades de diferentes países: colombianos en Venezuela, Ecuador y Costa Rica; Nicaragüenses en Costa Rica; Peruanos y Bolivianos en Argentina, Chile y Brasil.

Finalmente, la necesidad de seguir explorando y avanzando en las que, a nuestro entender, son las interrogantes más relevantes: ¿qué tan iguales o desiguales nos hace la metrópoli latinoamericana contemporánea? ¿En qué condiciones estamos construyendo y qué contenido estamos otorgando a nuestros acuerdos urbanos de dicha y facilidad? ¿Qué tanto más cerca o más lejos nos encontramos de ellos? Por último, pero no por ello menos importante ¿qué tanto más libres y autónomos nos hacen esos acuerdos adscritos implícita o explícitamente? ¿Deberíamos acaso intentar modificarlos?

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