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"Contribuciones a la Economía" es una revista académica con el
Número Internacional Normalizado de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360

 

Un breve (y arbitrario) recorrido
por la historiografía económica

Isaías Covarrubias M. (CV)
Universidad Centro Occidental “Lisandro Alvarado”
icovarr@ucla.edu.ve

Resumen
La historia económica como disciplina no ha escapado a los avatares de las demás ciencias sociales y en particular de la ciencia económica, con las cuales comparte problemas epistemológicos comunes. La renovación metodológica ha supuesto abandonar una visión positivista firmemente arraigada en la creencia que ésta resultaba la manera adecuada de dotar de criterios de validez a las teorías. Esta renovación ha tenido impacto en las diferentes corrientes de investigación histórica, permeabilizando los estudios y orientándolos hacia la búsqueda de un complejo de variables más alambicado en el cual basar las explicaciones sobre los procesos históricos, asumiendo como factores relevantes aspectos como las motivaciones detrás de las conductas y la influencia de las mentalidades. Paradójicamente, la nueva historia económica surgida a mediados del siglo XX tuvo en el desarrollo de la cliometría una respuesta representativa del positivismo que abandonaban otras corrientes y un método alternativo al enfoque marxista de historia económica. La cliometría se sustenta en la formalización de modelos contrastables, haciendo uso de herramientas estadísticas y de teoría económica estándar, que den cuenta de los procesos de evolución y cambio económico de largo plazo. Esta corriente ha confrontado diversas limitaciones y ha recibido variadas críticas, siendo una de ellas no considerar los aspectos institucionales. Esta limitación ha venido a ser subsanada con el desarrollo del neoinstitucionalismo. Asumiendo, al igual que la cliometría, el principio de la necesidad de explicar la historia económica dentro de modelos formales, el neoinstitucionalismo, no obstante, aporta una visión renovada del crecimiento económico. Para ello, toma un concepto amplio de instituciones, incluyendo en el análisis las leyes y las normas formales e informales. Además, interrelaciona variables del ámbito microeconómico (costo-beneficio, maximización de utilidades) con las decisiones de política y de política económica (definición de derechos de propiedad, eficacia de las instituciones financieras). Este artículo está dedicado a indagar sobre la problemática de la renovación metodológica en boga y a explorar los alcances y las limitaciones de estas corrientes historiográficas modernas.


1. Ciencias Sociales e Historia

Positivismo y Ciencias Sociales

Las ciencias sociales compartieron desde sus diferentes gestaciones y con sus particularidades el afán por constituirse en ciencias positivas. No es dado en esta discusión arengar por cuáles de las diversas formas de positivismo desarrolladas con el nacimiento de la ciencia moderna se decantaron la mayoría de ellas. Si es importante destacar que, conforme se fueron convirtiendo en corpus de teoría y hechos analizables, estas disciplinas se sirvieron de modelos y descripciones que en lo básico intentaban imitar el mismo espíritu impulsador de la investigación en el ámbito de la naturaleza; esto es, en primer término, la posibilidad de extraer leyes y regularidades y, en segundo lugar, apelar a una visión evolucionista de los procesos sociales.

Las primeras manifestaciones dentro de las ciencias sociales de esta “manera de ver el mundo” o, para usar la expresión alemana que se ha vuelto característica, de su welstanchauung, se dieron en un contexto que suponía diferenciar el ser de las cosas del deber ser; una aproximación a delimitar el terreno de lo positivo respecto a lo normativo. En este sentido, los intentos de legitimación del saber positivo por sobre el normativo se remontan a fechas relativamente lejanas, desde el siglo XV, pero es sobre todo desde el siglo XVIII que el espíritu positivo permeabiliza el estudio de lo social hasta constituirse en la fórmula válida de gestionar su conocimiento. Esta orientación quedó reflejada en los incipientes intentos de Nicolás Maquiavelo, en la segunda parte del siglo XV, por asentar la política como una responsabilidad pública susceptible de ser estudiada positivamente. Posteriormente, entre el último tercio del siglo XVII y mediados del siglo XVIII, Sir William Petty y Richard Cantillon indagan sistemáticamente sobre el mundo real de la producción y el comercio, y la forma como las sociedades se enriquecen, bajo una óptica característica que también supone una aproximación positivista a estos problemas.

Es sobre todo dentro del programa de la Ilustración que va a arraigar con fuerza la creencia de que la naturaleza humana es la misma en todos los tiempos y lugares, no teniendo las variaciones locales e históricas significativa importancia. De esta forma, la naturaleza humana es susceptible de ser pensada como una estructura lógicamente conectada de leyes y generalizaciones posibilitadas de ser demostradas y verificadas. Pero el pensamiento de la Ilustración no se conforma con las consecuencias teóricas de objetivar positivamente el conocimiento de lo social, el programa de la Ilustración, además, incorpora las consecuencias prácticas una vez que estas disciplinas alcancen un verdadero progreso equiparable al de las ciencias naturales. La realización de este progreso provocaría la desaparición de los sistemas legales y las políticas económicas irracionales y opresivas, siendo sustituidas por el gobierno de la razón imbuido de justicia e igualdad y trayendo bienestar (Berlin, 1979).

No es casual entonces que los primeros pensadores sistemáticos de la economía y de la sociología se nutrieran de este ideario para conformar sus modelos de interpretación. Por esta razón, Adam Smith, al escribir La Riqueza de las Naciones, publicada en 1776, se inspiró en la mecánica en boga para facilitar su descripción de un “orden natural” rigiendo las relaciones productivas. Por lo demás, Augusto Comte, al establecer las bases de la sociología en la tercera década del siglo XIX, no aspiraba otra cosa que formular los requerimientos de una filosofía positivista para ésta. La sociología se convertiría, pues, en una verdadera disciplina científica, desligada completamente de la religión y de la metafísica. Estos requerimientos suponían la construcción de dos ámbitos: uno estático, que albergaría las leyes del orden social; el otro, dinámico, reuniría las leyes del progreso (Covarrubias, 2002).

Por otra parte, conjuntamente a la posibilidad de establecer firmemente las ciencias sociales bajo los criterios del positivismo, éstas también recibieron durante buena parte del siglo XIX y del XX la influencia del evolucionismo. En efecto, desde los escritos de los fundadores de estas disciplinas, en las tesis de Karl Marx y sus discípulos, en el pensamiento liberal, el evolucionismo aparece como un estado de espíritu frecuente y generalizado, haciéndose explícito o surgiendo de manera subyacente en una gran cantidad de conceptos, categorías e interpretaciones. A partir del evolucionismo se reafirmó la posición respecto a que las disciplinas sociales no se ocupan de fenómenos estáticos y fuera del tiempo, sino de procesos de cambio y desarrollo (Ianni, 1998). La tendencia a utilizar como foco de las teorías sociales al evolucionismo ha estado presente en el modelado de versiones modernas del desarrollo económico y del cambio técnico, como la postulada por Nelson y Winter (1982), para quienes el abordaje mecanicista del crecimiento económico debe ser sustituido por una visión más adecuada que incorpore los procesos evolutivos. Por lo demás, como lo señala Goldin (1995), el hecho que los historiadores económicos estudien la economía enfocados en el largo plazo, no hace sino convertir la evolución de las economías en su nicho particular.

El desarrollo de marcos positivos para la construcción de leyes y teorías en las ciencias sociales, de manera destacada en el ámbito de la ciencia económica, durante la primera parte del siglo XX encuentran plena justificación en los planteamientos de Friedrich A. Hayek (1997: 32) al sostener que: “Los procesos sociales son tan complejos que, sin los instrumentos analíticos que suministra una teoría sistemática, es seguro que serán mal interpretados; y quien evita la argumentación consciente de un argumento lógico elaborado y comprobado con precisión es, generalmente, víctima de las opiniones populares de su tiempo. El sano ‘sentido común’ es una guía insegura en este terreno, y explicaciones aparentemente ‘iluminadoras’ no son, a menudo, otra cosa que productos de una superstición generalmente aceptada.”

En el mismo orden de ideas, la variación del positivismo conocida como “falsacionismo” debida al filósofo Karl Popper, aporta un compendio de orientaciones para el desarrollo de una lógica de las ciencias sociales que implica, en términos generales: a) la aceptación de que al igual que con las ciencias naturales, el método de las ciencias sociales radica en ensayar posibles soluciones para los problemas; b) si la solución propuesta es susceptible de crítica objetiva, entonces debe intentar refutarse; c) si un ensayo de solución no pasa la prueba de la crítica se ensaya con otra alternativa; d) si resiste la crítica, se acepta provisionalmente mientras se continúa discutiendo y se intenta refutarlo. Por esta razón, la objetividad de la ciencia, de cualquier ciencia, en realidad descansa en el método crítico que establece sobre todo el hecho de que ninguna teoría está exenta de crítica ni de refutación (Popper, 1984).

Desde esta perspectiva, como lo resalta Berlin (1979), fue bastante natural que la historia se convirtiera en una de las primeras víctimas del carácter positivista que se le quería imprimir a las ciencias sociales. Ciertamente el escepticismo respecto a la veracidad histórica se remonta a los tiempos de la Grecia clásica y a partir del siglo XVI y XVII tal escepticismo se refuerza, fundamentalmente al pasar por el tamiz de la poderosa lógica cartesiana, desterrando a la historia del campo de los conocimientos donde se pueden elaborar axiomas, formular reglas, establecer conclusiones. Pasa a ser, pues, condición sine qua non para que la historia se convierta en una disciplina “científica” que ésta abrace los postulados positivistas. Mientras la historia sea vista como filosofía moral y política que enseña mediante ejemplos, no tiene mayor importancia que tal historia sea exacta o no exacta. Sin embargo, la pretensión de considerarla como una provincia del conocimiento supone que sus practicantes reconozcan la validez de los mismos principios y métodos y puedan atestiguar las conclusiones recíprocamente.


Algunas visiones contrapuestas de la historiografía moderna

La historiografía moderna se ha construido y se está construyendo sobre la base de una concepción dinámica de los procesos históricos. Esta característica le otorga un carácter revulsivo a la historia, en el sentido que a veces sirve de espejo, otras veces de filtro, resaltando o ensombreciendo diferentes aspectos de los procesos históricos en sus diferentes dimensiones: económica, social, cultural. Esta retroalimentación hace emerger a la superficie los aspectos que merecen ser objeto de investigación histórica, en tanto éstos se hacen importantes al tenor de los cambios históricos que los destacan. El desarrollo de la historia se encuentra, hasta cierto punto, supeditada al hecho que un acontecimiento realmente histórico no sólo cambia el mundo, sino que cambia también la comprensión del mundo, a su vez, esa nueva comprensión acarrea una nueva e imprevisible repercusión sobre la forma de funcionar el mundo.

La óptica dimensional y las representaciones que adopta la historia no derivan en resultados que puedan proveer interpretaciones plenamente aceptadas; son, por el contrario, diferentes visiones donde cada una de ellas tiene un sustrato de respaldo en el pensamiento económico, político, ideológico. Por esta razón, son frecuentes las críticas vertidas sobre la historia que se sustenta en una cualquiera de estas posiciones; así surge un compendio de historia “liberal” o “burguesa”, “marxista”, “imperialista” u “occidental”. Son variados los ejemplos de críticas apuntadas cada una de ellas a cuestionar los sesgos en que se incurre cuando se elabora la historia desde una postura comprometida. Lo que resulta paradójico es que estos mismos cuestionamientos parten, a su vez, de posiciones igualmente comprometidas o, como mínimo, con posturas reveladas previamente.

Un primer ejemplo de ello se desprende del fuerte cuestionamiento que hace August V. Hayek a la historia económica elaborada con los sustratos teóricos que brinda las categorización marxista de los “modos de producción”. Para Hayek (1997), el desplazamiento del interés desde los problemas jurídicos constitucionales al ámbito de lo social y económico, fundamentalmente dirigido hacia el abarcamiento de la vida social y material dentro de un rígido esquema donde lo predominante es el modo de producción prevaleciente, supuso la aparición de los “dogmas históricos”. Al perder la capacidad de considerar la evolución jurídica y constitucional como una variable determinante de la evolución económica, la interpretación “socialista” de la historia no sólo se encierra en sí misma, sino que propicia una versión de la historia económica más parecida a un dogma irrebatible que a argumentaciones plausibles susceptibles de ser debatidas.

Un segunda ejemplificación se manifiesta desde un reclamo similar, pero desde una postura diametralmente diferente. Se trata de los cuestionamientos del historiador cubano Manuel Moreno Fraginals, quien ha sido uno de los críticos más agudos de la concepción “burguesa” de la historia. Para este autor la historia es un arma ideológica de la burguesía, puesto que la historia escrita se convierte en uno de los elementos de defensa de la superestructura, junto con la religión y el derecho, del modo de producción dominante. Este proceso comienza por filtrar, depurar y decantar las fuentes documentales que utiliza el historiador. Al originarse éstas dentro de las clases sociales dominantes, se introducen sesgos de información y de datos característicos que iluminan aquellos aspectos de interés para reforzar la ideología y ensombrecen otros que están en contradicción o simplemente no respaldan la visión histórica asumida (Moreno Fraginals, 1999). En este sentido, la historiografía liberal no sólo comparte sino que propaga las ideas fundamentales con que la burguesía representa y explica el mundo.

Un tercer ejemplo tiene que ver con las críticas a la historia producida desde los Imperios y en Occidente con respecto a la interpretación de la historia colonial y, por extensión, a la historia del Tercer Mundo. Se trata de la imposición de una visión dominante de la historia desde el “eurocentrismo” implícito en muchas teorías históricas, espejo de una visión unidimensional de los procesos sociales, así como la manifestación de un desdén por los procesos surgidos del pueblo, en apariencia poco relevantes para el análisis histórico [1]. El historiador indio Ranahit Guha, junto con otros de su país, desarrolló una línea de investigación con el nombre de “estudios subalternos” generando una serie de interesantes ensayos dirigidos a criticar la historiografía colonial india, tanto la producida en Occidente como la derivada de los estudios de las élites de la nación sur asiática. La crítica se fundamenta en el hecho que el problema característico del sesgo de las fuentes acarrea la imposibilidad de llegar a la historia propia de los actores sociales subalternos de cualquier drama histórico. Como lo destaca Guha (2002), en estos términos, se excluye al subalterno como sujeto consciente de su propia historia y se le incorpora como un elemento contingente en otra historia con otros actores sociales; este tipo de historiografía lejos de esforzarse en comprender estos sujetos los instrumentaliza en función de sus intereses.

Los estudios subalternos también están asociados a las indagaciones del prominente científico social e historiador palestino Edward Said. En sus agudos escritos se aventuró a plantear diversas tesis que guardan relación con la crítica a las configuraciones históricas de una región que se hacen extrapolando desde la visión del Otro. Su trabajo historiográfico puede ser visto como un intento de poner al descubierto las configuraciones que hicieron funcionar los mecanismos de fabricación del mundo oriental por parte de Occidente. Se trata de un proceso dialéctico entre los mecanismos de dominación desarrollados por Occidente en los países árabes y las fuerzas, culturales, materiales, simbólicas, de respuesta de esta región a dicha dominación. Como lo destaca el propio Said (2002: 24) “...Oriente y Occidente en tanto que entidades geográficas y culturales, por no decir nada de las entidades históricas, son creación del hombre. Por consiguiente, en la misma medida en que lo es el propio Occidente, Oriente es una idea que tiene una historia, una tradición de pensamiento, unas imágenes y un vocabulario que le han dado una realidad y una presencia en y para Occidente. Las dos entidades geográficas, pues, se apoyan y hasta cierto punto se reflejan la una en la otra.”

Este breve recorrido por la problemática propia de las ciencias sociales y de la historiografía moderna tiene significativos paralelismos, en tanto y en cuanto ambas se nutren mutuamente y en algún grado están condicionadas la una a la otra. Por lo hasta aquí expuesto, no es de extrañar que en la práctica hayan surgido serios cuestionamientos al positivismo tradicional y al falsacionismo popperiano como vías de solución de problemas metodológicos para las ciencias sociales y para la historia. Por el contrario la emergencia de nuevos paradigmas está a la orden del día en el desarrollo de estas disciplinas, como lo atestigua el revisionismo metodológico que ha ido imponiendo una concepción posmoderna de las ciencias sociales, y, entre otras cosas, reclamando un trabajo multidisciplinario.

La renovación metodológica

Los procedimientos estándar de los trabajos en las ciencias sociales y en el trabajo historiográfico, entre ellos los desarrollados por la nueva historia económica, han partido generalmente de una serie de premisas que involucran: a) una definición de los supuestos del modelo o de la técnica adoptada en el estudio de un problema; b) una búsqueda de los tests posibles a ser utilizados para la verificación de los supuestos; c) la aplicación empírica de los tests a la situación concreta que se está analizando. El éxito de este procedimiento y su relevancia descansa en la posibilidad de sostener el supuesto de verdad objetiva y de sujeto independiente del objeto de estudio. No obstante, esta visión metodológica ha sido cuestionada y está siendo revisada a la luz de nuevas propuestas y programas de investigación que relajan los rígidos esquemas tradicionales haciendo emerger nuevos paradigmas o programas de investigación asentados en una renovación metodológica.

Precisamente, esta renovación ha estado signada fundamentalmente por la pérdida de significado para la investigación de conceptos positivos como verdad objetiva y sujeto independiente del objeto. Se reconoce que la estabilidad atribuida normalmente al entorno no es revelable con independencia de la operación/observación de su observador. La búsqueda de la verdad objetiva, por sobre parciales versiones, se convierte en un valor inalcanzable. Como lo comenta Arnold (1997), el objeto de la investigación se desplaza, en consecuencia, a sus posibilidades, al encuentro de explicaciones cuyo examen se da bajo el parámetro de que sean buenas, mejores, útiles, puesto que ya no es posible asegurar observaciones verdaderas o últimas. De allí que las explicaciones son inevitablemente competitivas y dinámicas, en tanto que las posibilidades de observación que las sustentan son también innumerables.

En el ámbito de la ciencia económica y por extensión en el de la historia económica, la crisis metodológica se manifiesta en las fisuras que presenta el paradigma neoclásico y los supuestos de racionalidad. Desde mediados de los setenta se vienen sosteniendo debates alrededor de los criterios metodológicos que soportan a la economía. Una de estas críticas apunta a resaltar el carácter intrínsecamente retórico de la ciencia económica. Propuesta por McCloskey (1985), tiene su base en el hecho que el fin último del conocimiento económico es convencer a los que lo practican, más que demostrar algo. Existe una “comunidad de conocedores” que utilizan unas técnicas y se expresan en un lenguaje comprensivo cuyo objetivo es intentar convencer a los pares de la profesión de que el resultado de sus investigaciones es acertado. Dado que el éxito de una teoría depende en último término de la eficacia de su retórica, no tiene sentido plantearse la problemática referida a su verdad empírica o a su eficacia explicativa como modelo. El criterio de verdad es sustituido por un conjunto de enunciados que, a su vez, son respaldados por otros enunciados que se convierten en objeto de la investigación económica.

Los nuevos enfoques metodológicos debaten fundamentalmente sobre las posibles ventajas que puede brindar un estudio fragmentado o, por el contrario, la viabilidad de un enfoque sistémico para la explicación de los hechos. Una postura rescata la capacidad de mejores explicaciones que encierra la fragmentación; la factibilidad de levantar un cuerpo de teoría y predicción a partir del aislamiento de ciertos hechos, sometidos al rigor de modelos teóricos y empíricos pertinentes. La otra visión postula la necesidad del abordaje sistémico, con el objeto de explicar utilizando supuestos que tomen en cuenta las profundas interrelaciones existentes entre los hechos, sean estos de naturaleza política, económica, cultural. La ciencia económica es la más férreamente sujeta a la posibilidad de construirse apelando al individualismo metodológico como el enfoque válido desde el cual explicar los hechos y formular teorías y leyes correspondientes. Sin embargo, existe el reclamo de que el relativo aislamiento en el que ha permanecido la economía respecto a las demás ciencias sociales haya terminado por restarle capacidad explicativa. Es por ello que, según el criterio de Stiglitz (1991), debe existir una preocupación genuina por incorporar al campo de lo económico los hallazgos sistemáticos de otras ciencias sociales, particularmente la sociología y la sicología.

Al respecto, siendo que la mayor parte de lo campos de la economía pueden ser abordados como segmentos particulares que luego son insertados dentro de un sistema de equilibrio general, para Goldin (1995), la historia económica debería no ser considerada sin apelar al sistema entero. Aunque la historia económica debe estar, como en otros ámbitos de la economía, unificada alrededor de un conjunto común de problemas, la particularidad que tiene es que estos problemas se refieren al sistema completo, puesto que conciernen a la evolución y a la dinámica del desarrollo económico y como éste se produce. Es de esta manera que la historia económica guarda una relación intrínseca con el desarrollo económico.

Desde una visión similar, Hobsbawm (2002) ha sostenido que la capacidades de las ciencias sociales de proveer soluciones a los problemas no sólo se ve constreñida cuando éstas se apegan a una suerte de aislamiento metodológico, también se ve reducida cuando el enfoque utilizado es ahistórico y restringido. El uso de un enfoque ahistórico y tecnicista, propugnador de soluciones a los problemas mediante la utilización de modelos y de dispositivos mecánicos, si bien ha dado magníficos resultados en algunos campos, carece de una perspectiva explicativa amplia, al no tener en cuenta nada que no haya sido introducido en el modelo desde un principio. Es el argumento, muy válido en historia económica, de la necesidad de “contextualizar” los hechos que se estudian, pues las variables dejadas fuera de estos modelos no son nunca idénticas ni en el lugar ni en el tiempo.

Como hemos visto, la historia económica, una disciplina cuya finalidad es suministrar teorías y explicaciones acerca del pasado material y su evolución, no escapa a la variada discusión metodológica que impregna el quehacer de la economía y de las ciencias sociales. La historia económica de las últimas décadas se ha venido desplegando en direcciones que suponen una percepción mucho más consciente de las limitaciones vinculadas a explicaciones lineales y deterministas de los fenómenos históricos. Por ello, se sigue ahondando en enfoques pertinentes, que ponen el acento en la multiplicidad de perspectivas de explicación de los hechos, apreciando un entorno de factores más amplio.


2. Algunas corrientes de la historia económica

El materialismo histórico

El soberbio intento de Marx por presentar una teoría de la historia basada en el desarrollo material como un proceso dialéctico, suponiendo la superación de los diferentes modos de producción y desembocando en la teleología de un sistema “sin contradicciones” es un buen punto de partida para resaltar algunas de las características de esta importante corriente historiográfica moderna. En efecto, Marx, igualmente Federico Engels, consideraron dividir la historia económica de las diferentes sociedades considerando una serie de etapas enlazadas entre ellas por la ley de la dialéctica. Bajo la acción de los principios dialécticos invariables la esclavitud de la época clásica se convirtió en la servidumbre de la gleba medieval y ésta, a su vez, en la explotación del proletariado propia de la etapa industrial. En el análisis marxista, a decir de Hacker (1997), estas fuerzas contradictorias, definidas mediante el argumento filosófico: tesis, antítesis y síntesis son totalmente materiales y se manifiestan plenamente en las relaciones de producción. Todo lo demás de la sociedad: moral, derecho, el arte, las relaciones sociales representa una “superestructura” que no se manifiesta como un proceso independiente ni tienen una razón de ser propia.

La historia económica basada en el marxismo arraigó profundamente como corriente de análisis, teniendo una influencia significativa durante varias décadas. Como hito importante en los trabajos generados por esta corriente destaca la obra del historiador económico Maurice Dobb, quien publica, en 1946, su Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, donde, en la mejor tradición marxista, define el feudalismo, primariamente, como un modo de producción. Lo interesante del trabajo de Dobb es que provocó entre otros historiadores económicos marxistas, inconformes con algunos aspectos de su planteamiento, debates sobre la pertinencia de asociar el sistema feudal a un esquema que, como mínimo, se consideraba incapaz de explicar las abigarradas formas que éste adquirió en diferentes partes y momentos históricos de Europa. Con la crítica de Paul Sweezy, se pudo advertir un cierto aire renovado en los estudios históricos marxistas al considerar este autor que, al margen de la importancia del modo de producción para la caracterización del sistema feudal, es mucho más relevante la consideración de la esfera monetaria y de la circulación como fenómenos que cumplieron una función determinante en su superación (Hilton, 1977).

Pasando a las críticas vertidas desde el campo no marxista de la historia económica destacan, en aras de la concisión, dos cuestionamientos fundamentales. Una primera tiene que ver con la inflexibilidad de los esquemas que definen las etapas históricas del desarrollo dialéctico del materialismo. Si bien se le reconoce utilidad al análisis de las etapas del cambio económico, se cuestiona su excesiva simplificación. El modelo de explicación marxista no admite, o admite con reservas, la superposición de diferentes procesos de producción e intercambio dentro de una misma etapa. Así, queda confiscada la posibilidad de enriquecer las interpretaciones centrales sobre un sistema económico particular con variantes de otros sistemas yuxtapuestos al primero. Esta posibilidad, de que coexistan, por ejemplo, relaciones productivas de tipo feudal, junto con modelos de producción e intercambio del tipo mercantil y algunas relaciones con las características del capitalismo industrial, resquebraja la esencia de la explicación marxista conducente a separar férreamente las etapas y la emergencia de sus contradicciones.

La segunda crítica se dirige a desmantelar el punto de vista firmemente arraigado en la teoría marxista de la historia de que el desarrollo materialista de las fuerzas sociales se dirige inexorablemente hacia un fin predeterminado. El desenlace lógico de la dialéctica materialista es la asunción de un sistema “socialista” que supere las contradicciones del modo de producción capitalista. La predicción histórica se convierte en el fin de una teoría de la historia que elucide las “leyes” subyacentes en el pasado, cuyo objeto central es su interpretación con miras a revelar el futuro. La posibilidad de que exista un progreso lineal en la historia, una vez que quedan al descubierto las leyes fundamentales que rigen ese progreso fue ampliamente rebatida por Karl Popper, llamando “historicismo” a la corriente de ideas que explica la historia en términos teleológicos [2].

La refutación de Popper (1973) al deseo de Marx de “poner al descubierto la ley económica que rige el movimiento de la sociedad humana” se concentra en las estipulaciones a las que se ve sometido todo conocimiento de lo social o de lo histórico que aspire a ser científico, ya mencionadas anteriormente. Formarían parte de la debilidad intrínseca del historicismo, por un lado, la complejidad adquirida por las relaciones sociales en la medida que se despliegan las diferentes fuerzas que le atañen; por otro, la escasa viabilidad para aprehender estas relaciones dentro de un marco teórico totalizador; adicionalmente incluiría la imposibilidad de someter a verificación, o, en términos popperianos, a refutación sus modelos predictivos.

A pesar de las críticas vertidas sobre el materialismo histórico, este método, sin embargo, ha permeado de manera consuetudinaria los demás intentos por configurar una historia económica de la cual se puedan extraer resultados que se asemejen a los productos de las ciencias sociales. La razón de ello tiene que ver, como lo ha sostenido Jhon Hicks, con el hecho que el extenso uso de las categorías marxistas, o una versión modificada de las mismas, para el abordaje de la historia económica se ha debido en lo fundamental a la falta de opciones que tomar. Según Hicks (1975) existirían dos alternativas para el desarrollo de una teoría de la historia económica: a) las elaboraciones en gran escala que determinan el curso general de la historia; b) las elaboraciones en pequeña medida para propósitos concretos. La primera opción es precisamente la que alimenta una visión marxista de la historia económica o alguno de sus sucedáneos, como las etapas del desarrollo económico de la escuela histórica alemana. La segunda opción refleja una elaboración de la historia económica basada en supuestos previos menos deterministas, menos evolucionistas, lo cual marca una gran diferencia.


La nueva historia económica I: La cliometría

La nueva historia económica surgida en el decenio de los cincuenta constituyó una respuesta asertiva a los enfoques marxistas y a la historia económica tradicional. El nuevo enfoque, orientado a presentar argumentaciones lógicas respecto a los cambios históricos, guarda afinidad con la exigencia metodológica de la segunda opción expresada por Hicks, es decir, el objetivo de hacer elaboraciones históricas en pequeña medida que derivasen en productos concretos. La irrupción de nuevos métodos de análisis histórico se apoyó fundamentalmente en la cuantificación y en la utilización del corpus de teoría económica prevaleciente en la corriente principal, particularmente el análisis costo-beneficio y los modelos de equilibrio general basados en mercados perfectamente competitivos, junto con el uso de herramientas estadísticas. La cliometría se corresponde ampliamente con un esfuerzo metodológico que propone explicaciones plausibles, dotadas de consistencia interna y consistente también con la información disponible.

Una apretada síntesis de los servicios más importantes prestados por la cliometría los destaca Coll (2000) en tres campos en particular: la contrastación de hipótesis, la reconstrucción de cuentas nacionales y la formulación o reformulación de nuevas respuestas a viejas preguntas. Es sobre todo en el ámbito de la medición y estimación histórica del crecimiento económico donde la cliometría ha tenido los mayores alcances, pero también el campo donde genera mayor debate. Por ejemplo, de las estimaciones cliométricas del crecimiento económico ha emergido una visión contrastante con la sabiduría convencional respecto al verdadero impacto de los descubrimientos tecnológicos sobre el crecimiento global (resultante de la medición de la productividad total de los factores). En efecto, los estudios cliométricos han arrojado que dicho impacto es en realidad más modesto de lo que normalmente se supone, sobre todo al principio (Crafts, 2001).

El desarrollo ulterior de la cliometría ha estado imbuido de una relación más bien asimétrica con la teoría económica. La primera se beneficia mayoritariamente de la segunda, sin que la historia económica generada a partir de los métodos cliométricos haya impactado significativamente el enfoque o la argumentación lógica que sirve de sustrato a las teorías económicas de la corriente principal. A pesar de ello, el grado de sofisticación alcanzado por la cliometría esta a la par, al menos en el campo econométrico, de los desarrollos más técnicos de la rama encargada de contrastar la teoría económica con los hechos. Es el caso, como lo señala Kalmanovitz (2004), de los filtros econométricos conocidos como Hodrick-Prescott y el Kalmam, que sustraen las tendencias de largo plazo de las que son específicamente cíclicas en el comportamiento de las variables de un modelo. Estos filtros son de gran auxilio para analizar el crecimiento potencial de una economía en el largo plazo y cómo se desvía de esta tendencia el crecimiento real, bien en períodos en que la sobrepasa, bien en períodos en que se coloca por debajo de la misma.

Una crítica velada a esta sofisticación la manifiesta Coll (2000) al considerar las limitaciones del predominante análisis de equilibrio estático, la herramienta favorita de los economistas. Dado que muchos de los más interesantes problemas en economía son de naturaleza dinámica, el equilibrio estático, efectivo en la elucidación de estos problemas a corto plazo, pierde capacidad y es inadecuado cuando la perspectiva es de largo plazo. Las limitaciones de la teoría suponen, a su vez, una restricción a su aplicación a la historia económica que estudia, por definición, fenómenos inherentes al proceso del cambio productivo. Las condiciones restrictivas vinculadas a aspectos distributivos y de otro tipo, presentes en el estudio de la evolución del PIB a largo plazo, se basan en el supuesto de su inalterabilidad tanto en el corto como en el largo plazo. La realidad es que es bastante improbable que permanezcan sin cambios en el largo plazo. Más allá de la sofisticación en los métodos econométricos utilizados, el cuestionamiento más importante es apriorístico, pues parte de la revisión de los axiomas que sustentan la construcción de las largas series temporales del PIB que ocupan a los cliómetras.

En este contexto, se puede argumentar que las contribuciones de la cliometría a la historia económica son relevantes en la medida en que se tiene claro cuales son sus límites. Como lo manifiestan Baccini y Gianneti (1997), el uso de la teoría económica y de la econometría en la elaboración de trabajos cliométricos puede tener un objetivo exclusivamente pragmático. Dado que la historia no es el campo para la verificación de teoremas económicos, la economía y la cuantificación sólo sirven de instrumentos para el estudio de la historia. No obstante, siempre cabe la posibilidad que a la historia económica basada en la cliometría le corresponda verificar los modelos de la teoría e indicar sus límites y las posibles vías de mejora. Visto así, la historia económica se convierte, en algunos casos, en una forma de economía aplicada cuyos alcances se encuentran supeditados a la ineficacia provisional de la teoría económica y de la econometría.

No es casual entonces que parte de las críticas hechas a la cliometría como una disciplina que transforma la historia económica en econometría retrospectiva guarde relación con los cuestionamientos sobre la validez y pertinencia de los modelos econométricos. Nuevamente McCloskey (1987), al igual que en el caso de la economía en general, plantea la existencia de una retórica econométrica y de una retórica de la historia económica que lleva el mismo tenor de críticas hechas a aquella, aunque los niveles de cuestionamiento son diferentes. La cuantificación en historia económica se ha mostrado muchas veces más versátil incluso que la realizada para modelos teóricos estáticos, pero adolece de la misma debilidad a saber: está fundamentalmente dirigida al mismo público de historiadores económicos que comparten un lenguaje previo y una simbolización común para el tratamiento de los problemas. De esta forma, se establece una suerte de “endogamia” entre especialistas, donde el mérito de una nueva teoría está en su poder de convencimiento dentro del reducido círculo de éstos que la analiza y la evalúa.

El trabajo de uno de los fundadores de la cliometría, el Premio Nóbel de Economía Robert Fogel, le sirve a McCloskey (1985) para ejemplificar su punto de vista. El estudio de ensayos clásicos de historia económica realizados por Fogel, como por ejemplo Los ferrocarriles y el crecimiento económico de los Estados Unidos, publicado en 1964, permite visualizar un estilo retórico que se asemeja mucho, en sus fortalezas y debilidades, a los modelos de retórica tradicional de la corriente principal de la economía. Sin embargo, existe una importante diferencia que representa, a su vez, un gran mérito para el trabajo de este investigador; sus escritos crearon un nuevo lenguaje y un nuevo público para la historia económica o, si se quiere, una nueva forma de pensarla y de plantearla que la hizo más productiva [3]. Una crítica más favorable a los aportes tanto de Fogel como a los de otro historiador de la economía, el Premio Nóbel Douglas North, la ofrece Goldin (1995). Si bien no son los únicos entre los economistas que utilizan datos históricos de forma rigurosa y técnicas sofisticadas para el estudio del pasado, se distinguen por usar una metodología particular que les permite abrirse al conocimiento de otras disciplinas y extraer lecciones de ese pasado para un marco explicativo más amplio del desarrollo económico desde sus etapas iniciales.

Aunque la crítica de McCloskey a la cliometría es rigurosa, no alcanza el grado de ampulosidad de otros cuestionamientos vertidos por historiadores profesionales. En particular, el historiador social Eric Hobsbawm ha afirmado que si bien la cliometría puede cuestionar y modificar la historia producida por otros medios, se encuentra regularmente incapacitada para generar respuestas propias. Un sucinto compendio de sus críticas hacia la cliometría las destaca en Hobsbawm (2002). En primer lugar, en la medida que proyecta sobre el pasado una teoría esencialmente ahistórica, su relación con los problemas más generales de la evolución histórica no está clara o es marginal. Un segundo problema se relaciona con el tratamiento de algún aspecto de la historia mediante el uso de teorías como por ejemplo la “elección racional del consumidor”. La elucidación de la motivación detrás del hecho histórico apelando al criterio exclusivamente económico, desdeña otras explicaciones causales motivacionales igualmente válidas. Un tercer defecto se refiere a su apoyo en datos reales, a menudo fragmentarios o poco dignos de confianza, lo cual obliga a recurrir a datos supuestos o ficticios. Un cuarto inconveniente tiene que ver con el riesgo de incurrir en circularidad; en la medida que se busca acoplar los datos al modelo específico, éstos pierden su independencia para juzgar la teoría propuesta.


La nueva historia económica II: La economía neoinstitucional

A la par del desarrollo de una cliometría “pura” dentro del campo de la nueva historia económica, igualmente se encuentran trabajos no cliométricos que abordaremos en el siguiente apartado. Junto a éstos, existe una variada gama de trabajos que podrían considerarse intermedios entre ambos extremos, como los asociados a la corriente neoinstitucional. La escuela neoinstitucionalista es por derecho propio una corriente muy importante dentro de los renovados enfoques en ciencia económica, pero lo es sobre todo con relación a sus aportes en historia económica.

Efectivamente, existe una conjunción de la cliometría con la corriente neoinstitucional. Como lo reseña Kalmanovitz (2004), los neoinstitucionalistas, en particular North, le otorgan a la cliometría un gran alcance, al lograr sustituir o especificar con mayor precisión la mayor parte de las explicaciones de historia económica tradicionales. Pero, si bien la cliometría identifica y aporta explicaciones plausibles de importantes aspectos históricos (la esclavitud era rentable, los ferrocarriles no fueron tan esenciales como se pensaba) falla en algunos aspectos claves. La detección de verdaderas fuerzas impulsoras del crecimiento de largo plazo, o el discernimiento de los cambios en la distribución del ingreso son algunos de estos aspectos. Esta falla es atribuible a su incapacidad de incluir las instituciones y el gobierno como variables endógenas. Por el contrario, la perspectiva neoinstitucionalista se plantea evitar la rigidez impuesta por la teoría neoclásica y el supuesto de un mundo “sin fricciones”, de forma tal de hacer que el desempeño institucional eficiente o ineficiente tenga un papel explícito en la comprensión del crecimiento de largo plazo.

El papel de las instituciones en la historiografía tradicional quedaba relegado a ser vistas como organizaciones, separadas de la dinámica económica. El neoinstitucionalismo le da vuelta a esta postura y alimenta sus enfoques desde la posición de jerarquizar las funciones que éstas cumplen. Para ello, las instituciones pasan a ser percibidas como un entorno de restricciones e incentivos que, a su vez, restringen o alientan el crecimiento económico. Además, el propio concepto de instituciones sufre modificaciones para incorporar no sólo a las organizaciones, sino también el conjunto de normas y reglas formales e informales que subyacen dentro de las actividades económicas de una sociedad.

Como lo ha destacado el propio North (1993:153): “las instituciones proporcionan la estructura básica por medio de la cual la humanidad a lo largo de la historia ha creado orden y de paso ha procurado reducir la incertidumbre. Junto con la tecnología empleada determinan los costos de transacción y transformación y, por consiguiente, la utilidad y la viabilidad de participar en la actividad económica. Conectan el pasado con el presente y el futuro, de modo que la historia es principalmente un relato incremental de evolución institucional en el cual el desempeño histórico de las economías sólo puede entenderse como la parte de una historia secuencial. Las instituciones son la clave para entender la interrelación entre la política y la economía y las consecuencias de esta interrelación para el crecimiento económico (o estancamiento o declinación)”

Desde esta perspectiva, la teoría neoinstitucional, asumiendo supuestos neoclásicos de análisis costo-beneficio y de optimización de utilidades, se centra en analizar los incentivos que conducen a los individuos a emprender actividades socialmente deseables, como las generadoras de comercio y empleo; o, por el contrario, a establecer actividades redistributivas, que convierte a unos agentes en capturadores de las rentas producidas por otros agentes o en depredadores de sus excedentes. Cobran especial importancia para este análisis: a) los costos de transacción; b) la definición de los derechos de propiedad y c) la evolución de los precios relativos, como las variables institucionales claves detrás de un buen o mal desempeño económico. De manera complementaria, la teoría neoinstitucional de la historia económica le presta especial atención al concepto de path dependence, esto es, a la dependencia del pasado, lo cual significa que la matriz institucional de una sociedad determinada se reproduce en el tiempo y, aunque vaya transformándose paulatinamente, tenderá a conservar algunos de sus rasgos característicos del pasado.

Los costos de transacción involucran los costos de información, los costos de los contratos legales y la supervisión de su cumplimiento, es decir, los costos legales y del sistema de justicia. La definición adecuada de los derechos de propiedad supone establecer quién es propietario de cada recurso o activo susceptible de ser utilizado económicamente, incluyendo activos intangibles como las patentes de invención. La observación de los cambios en los precios relativos evolucionando históricamente resulta fundamental, pues éstos generan cambios en las conductas de los poseedores de los recursos económicos, desatando, a su vez, los cambios políticos e institucionales. El enfoque contribuye a explicar las varias formas de organización económica mediante las cuales se ha realizado el intercambio en la historia. Adicionalmente, ayuda a interpretar la división de las actividades económicas entre las familias, las organizaciones voluntarias, los mercados y el Estado en un determinado momento, así como los cambios en la combinación de esos factores a lo largo del tiempo.

Es en este sentido que la interrelación de estos aspectos institucionales y su evolución marcarían la pauta para identificar las claves detrás del crecimiento económico. En resumidas cuentas, éste residiría en la constitución de una organización económica eficiente y eficaz, que paulatinamente minimiza los costos de transacción y negociación implicados en las actividades productivas. Una organización eficaz supone el establecimiento de un marco institucional y de una estructura de la propiedad capaz de canalizar los esfuerzos económicos individuales hacia actividades que se traduzcan en una aproximación entre la tasa privada y la tasa social de beneficios.

En su obra con Robert Thomas El nacimiento del mundo occidental. Una nueva historia económica (900-1700), publicada originalmente en 1973, North junto al autor mencionado intentan dar una base empírica al enfoque neoinstitucional de la historia, aplicándolo a la evolución económica de Europa durante el período referido. Argumentan que la atmósfera institucional que se fue gestando paulatinamente, particularmente en países como Inglaterra y Holanda, terminó teniendo un impacto económico fundamental, lo cual supuso su despegue económico, perceptible desde el siglo XVIII. La introducción de una estructura política favorable a los empresarios, abrió el campo de oportunidades a éstos y otros agentes. Por su parte, una mejor definición de derechos de propiedad, particularmente leyes referidas a las patentes de invención, incentivaron la búsqueda de beneficios individuales dentro de un entorno de continuas mejoras de los productos, con una consiguiente reducción de los costos y un mejoramiento de la calidad de vida, al tener estas invenciones un alto retorno social. La inversión de capital estimulada por estos cambios institucionales y la extensión del mercado permitió la realización de economías de escala que, una vez más, impactaron positivamente sobre la reducción de los costos unitarios y ampliaron la base de acceso de la población al consumo de nuevos productos (North y Thomas, 1978).

Los cambios institucionales que propiciaron un clima favorable para las actividades económicas de Inglaterra y Holanda en el siglo XVII y XVIII, provocaron una tendencia general hacia la legitimación del capitalismo como el sistema proclive a generar la mayor prosperidad para la mayor cantidad de gente. El compromiso por la eficiencia económica involucró una activa participación del Estado en el mejoramiento de la calidad de los factores de producción, especialmente el capital humano, mediante la educación y la formación de técnicos y científicos. La separación del Estado y de la Iglesia permitió el libre examen de las ideas y del avance científico, lo cual sirvió de apoyo adicional a la conformación de un entorno institucional eficiente no sólo en el ámbito económico, sino también en el de la toma de decisiones políticas y organizacionales [4].


3. Conclusión

La historiografía económica generada a partir de los desarrollos posteriores a los planteamientos de Marx, basados en el materialismo dialéctico, así como los enfoques de la nueva historia económica, particularmente la cliometría y el neoinstitucionalismo, tienen muchas diferencias individuales tanto en la forma de abordar los hechos como en el método empleado para extraer explicaciones de éstos. En general, la historia económica surgida a mediados del siglo XX está sustentada en una mayor formalización de los modelos explicativos de los hechos históricos, beneficiándose ampliamente del uso del razonamiento económico y de las técnicas cuantitativas. Además, las suposiciones en las que se basan los modelos explicativos de la nueva historia económica casi siempre son explícitas, lo cual contrasta con las proposiciones generales que a partir del sentido común elabora la historia tradicional. No obstante sus diferencias, si comparten una característica común a saber: la capacidad de establecer un corpus de argumentos coherentes y plausibles suceptibles de ser cuestionados. Y esta capacidad representa un importante beneficio intelectual de cara a intentar responder la gran pregunta que se hace toda corriente de historia económica: cómo y porque suceden los procesos de cambio en el nivel material que, tomando como perspectiva el largo plazo, ha supuesto que algunas sociedades alcancen cotas de desarrollo económico muy altas, mientras que otras han sufrido estadios de estancamiento e incluso de retroceso en su desempeño económico.

Colateralmente a esta característica común, las diferentes corrientes se enfrentan a peligros metodológicos más o menos similares, sin que ello signifique que los abordan de la misma manera. Uno de estos peligros tiene que ver con los riesgos de basar las investigaciones apelando a explicaciones donde están involucradas una o, como máximo, muy pocas variables. Al asumir que son las máquinas los principios motores del mundo material, las explicaciones marxistas de la historia tienden a caer generalmente en una suerte de determinismo tecnológico, ahogando la posibilidad de explicaciones más originales que den cuenta de unas relaciones productivas derivadas de un complejo de variables más alambicado. Pero no sólo esta corriente tiene problemas con el determinismo, la cliometría cuando es utilizada como herramienta heurística para formalizar escenarios contrafácticos corre el riesgo de que la selección de estos hechos contrafactuales predetermine los resultados obtenidos. En este sentido, Elster (1984) argumenta que no sólo nunca se podrá comprobar el qué hubiera pasado sí se borra algún evento histórico, sino que, además, cualquier selección de hechos relevantes por parte de algún historiador se convierte en cierta manera en contrafáctica, al desestimarse otros hechos de la realidad en aras de la simplificación.

En el caso de la historia económica neoinstitucionalista, la excesiva dependencia de los procesos a la conformación previa de una matriz institucional jalonada por una trayectoria bastante rígida donde instituciones y técnicas productivas se configuran y reconfiguran, supone el riesgo de que estos modelos se constituyan en una suerte de nuevo materialismo histórico. Como lo destaca Coll (2000), aunque asentados sobre bases más sólidas, es decir, atribuyendo racionalidad limitada y búsqueda de la propia utilidad a los agentes económicos, los modelos neoinstitucionalistas también estarían predispuestos a sucumbir en el problema de otorgar apriorísticamente a ciertas variables un papel de determinantes de última instancia.

El rompimiento del riesgo de determinismo ha planteado un reto a la nueva historia económica en tanto y en cuanto se le hace perentorio ampliar la capacidad de sus modelos para incorporar nuevas variables explicativas. Algunas de estas variables provienen de los desarrollos de la teoría estándar de la corriente principal, como las posibilidades que brindan los nuevos modelos de la economía organizacional, la economía de la información, la teoría de juegos. De mayor dificultad supone la incorporación de variables provenientes de otras ciencias sociales, particularmente de la sociología y la sicología. Un ejemplo de ello lo constituye la resistencia del neoinstitucionalismo a considerar otro tipo de motivaciones de los agentes económicos más allá de los supuestos de racionalidad y racionalidad limitada que constituyen la base de la teoría neoclásica. El escepticismo de North a otorgar un peso relativo importante en su modelo a normas informales de sustrato religioso ilustra la dificultad mencionada. Los valores implícitos en la ética protestante, para algunos autores altamente influyentes en la conformación de la matriz institucional capitalista, son desdeñados por North en cuanto considera que éstos no sobredeterminan la motivación de los agentes.

La importancia que han adquirido las motivaciones que guían la conducta de los hombres en los procesos históricos también enfrenta las visiones de la nueva historia económica con los de la historia tradicional. De hecho, la escuela histórica de los Annales, fundada en 1929, al buscar una historia sintética, total, se ha conducido en la dirección de estudiar tanto las bases económicas como las bases sicológicas y culturales de los hechos históricos. Así, se convierte en objetivo primordial la realización de una historia que ponga el acento en el cambio de las mentalidades que propician, a su vez, los cambios materiales y políticos. Este enfoque no está exento de problemas, pues, como lo apunta Elster (1981), en el contexto del cambio histórico, la introducción del análisis motivacional pasa por preguntarse ¿Cambia la conducta porque las oportunidades se amplían o se contraen, o porque las motivaciones y las mentalidades cambian? ¿Puede darse algo como una “historia de las mentalidades” independiente? En caso negativo ¿Cómo se explica entonces el hecho de que las motivaciones cambian?

Una conclusión muy general, pero que destaca el contexto de discusión aquí planteado, es que las perspectivas de las corrientes de la historia económica tienen ante sí, de manera irrevocable, la presunción de que en el análisis histórico no puede prescindirse de la conciencia, la cultura y la acción intencional. La forma como cada una de las corrientes aborden este aspecto va a depender de su compromiso metodológico predeterminado Nuevamente en términos muy generales, la orientación metodológica prevaleciente ha ido en el sentido de que si la historia debe integrarse a las ciencias sociales, tiene que adaptarse principalmente a la ciencia económica. Además de partir de una tradición que se remonta tanto a los trabajos de Adam Smith así como los de Marx, no parece haber discusión de que la base analítica de toda investigación histórica de la evolución de las sociedades humanas es y seguirá siendo el proceso de producción social.

Se debe subrayar que los dilemas confrontados por los enfoques de la nueva historia económica, imbuida de formalización y heurística, frente a una visión sistemática de la historia propia de otras corrientes, no pueden ser resueltos en tanto y en cuanto parten de bases metodológicas diferentes. Sin embargo, esto no significa que ambas visiones se deban comprometer con evitar las posibles simplificaciones a las cuales conlleva un tratamiento determinista o reduccionista de los hechos y datos históricos. De lo contrario, estarían dando al traste con la posibilidad de realización de una historia económica más genuina. Se pueden contrastar cualquier conjunto de enfoques o herramientas como alternativas contrapuestas, pero en realidad el análisis siempre saldrá enriquecido en la medida que no se desdeñe a priori ninguno. Una estrategia plausible de seguir es aprovechar tanto las interpretaciones cuando faltan los hechos, como aquellas teorías que se sustentan en los hechos y en la cuantificación, pero cuya fundamentación tiende a volverse ahistórica.


Notas

[1] El carácter eurocéntrico encuentra algunas similitudes con el concepto de “occidentalismo”. Este último es la expresión de una relación constitutiva entre representaciones occidentales de la diferencia cultural y el predominio global de Occidente. El occidentalismo es un modo de representación que produce concepciones polarizadas y jerarquizadas de Occidente y sus Otros y hace de esas concepciones figuras centrales de los recuentos de la historia global y locales. Ver Coronil (2002).

[2] No sólo el sistema teórico de Marx está preñado de reduccionismo y determinismo. Según Karl Popper, la idea de que existe una ley de evolución de la sociedad que debe ser elucidado con el fin de predecir su futuro, también está presente en el pensamiento de Platón en su interpretación de la decadencia de las ciudades-estados griegas; igualmente una idea similar, con sus variantes, fue usada por Maquiavelo, Vico y Splenger. También por el historiador Arnold Toynbee; en su obra Estudio de la Historia equipara la evolución de las leyes de la historia a los ciclos vitales de la naturaleza. Ver Popper (1961).

[3] En general, existe un amplio reconocimiento de los aportes de Fogel a la historia económica. Entre otros está la definición operacional de ahorro social, la utilización de ejemplos contrafactuales de manera explícita, el uso de modelos económicos para estimar los que hubiera sido los costos calculados de un agente racional, y la selección y comprobación de hipótesis sobre el mundo real que estaban sesgadas en contra de sus hallazgos principales. Ver Kalmanovits (2004).

[4] Hay diferencias importantes entre la concepción del Estado del enfoque neoinstitucional, respecto al enfoque propuesto por las líneas de investigación que se corresponden directamente con la corriente neoliberal. El neoinstitucionalismo, a diferencia del neoliberalismo, no se decanta por la existencia de un estado mínimo; en general presuponen que el Estado no puede ser eximido de actividades insertas dentro de la matriz institucional que impulsa el proceso productivo. Por ejemplo, el Estado puede cumplir y cumple un importante rol en la definición de derechos de propiedad, como en la política de reforma agraria, o en la implementación de sistemas de tributación progresivos en países en vías de desarrollo. Un Estado más eficiente forma parte también de la conformación de un entorno institucional que tiende a propiciar el desarrollo económico. Ver Kalmanovits (2004).



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Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

Covarrubias Marquina, I. "Un breve (y arbitrario) recorrido por la historiografía económica”; en Contribuciones a la Economía, octubre 2005. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/


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