"Contribuciones a la Economía" es una revista académica con el
Número Internacional Normalizado de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360

 

EN TORNO AL “GRAND TOUR”. ANÁLISIS DE UN CASO PARADIGMÁTICO
 

Francisco Muñoz de Escalona
Ex – Científico Titular del CSIC
mescalona@iservicesmail.com

Resumen: Durante milenios los viajes formaron parte de las obligaciones estatutariamente establecidas de la clase ociosa. Durante tan dilatado tiempo, los exorbitantes costes hicieron prohibitivos los viajes. Los costes bajaron ligeramente primero y fuertemente después, cuando las técnicas para vencer el obstáculo de la distancia mejoraron a partir de la primera revolución industrial. En la antigüedad los viajes respondían siempre a motivos heterónomos, lo que no quiere decir que algunos no se hicieran también por meras apetencias personales enmascaradas en el cumplimiento aparente de obligaciones de clase. La inclinación y el gusto de los aristócratas y miembros de la realeza por los viajes ilustran esta realidad.

En este trabajo se somete a análisis el Grand Tour que, a mediados del siglo XVI, hizo Felipe II de España. Gracias a la moderna investigación historiográfica se dispone de datos que permiten ver este viaje a la luz de la economía del turismo. Turisperitos hay que tienen al llamado Grand Tour como un claro antecedente del turismo moderno. También los hay que no lo consideran así. Los primeros ignoran que si el Grand Tour respondía al cumplimiento de obligaciones estatutarias, como está demostrado, en nada se asemeja a lo que llaman turismo, limitado por ellos a los viajes autónomos. Los segundos, en cambio, no advierten que tanto los viajes de antaño como los de hogaño tienen en común una serie de características, pero sobre todo la de ser programados, es decir, ser objeto de tareas preparativas de mayor o menor enjundia, envergadura, complicación y coste, sobre todo los de antaño, precisamente por la precariedad de las técnicas disponibles de vencimiento de la distancia. En consecuencia, si todos los desplazamientos son preparado (producidos) antes de ser realizados (consumidos), máxime si son circulares o turísticos (tur es vuelta, giro, paseo), el Grand Tour es sin duda uno de tantos precursores del turismo moderno porque reúne todas las características necesarias y suficientes para considerarlo como turismo. El interés de su estudio se acrecienta por el hecho de reflejar adecuadamente la producción y el consumo de turismo en una época muy anterior a la revolución industrial. El presente trabajo responde al convencimiento que tiene al autor de que el estudio de los viajes circulares del pasado permitirá conocer mejor el consumo de turismo pero sobre todo su producción, esa actividad básica ignorada por las teorías al uso.

Palabras clave: Grand Tour, Petit Tour, desplazamientos circulares, obligaciones de clase, viajes voluntarios, producción y consumo de turismo, servicios incentivadores, servicios facilitadores.

El llamado Grand Tour: características y valoraciones

Con respecto al Grand Tour hay en la literatura división de opiniones. Entre quienes sostienen que es una forma de turismo se encuentra la antropóloga Valene L. Smith. En la obra coeditada con la geógrafa Maryan Brent Hosts and Guests Revisited: Torism Issues of de 21st Century, New York 2001 resume así la historia del turismo:

1. Los cazadores del Paleolítico viajaban para hacer deporte y para encontrarse con otros cazadores con los que practicar el trueque

2. Los agricultores y los ganaderos del Neolítico comerciaban con los excedentes de sus cosechas concurriendo a los mercados de otros núcleos de población

3. En la Edad Media los individuos viajaban por motivos religiosos (peregrinos, cruzados). Viajaban por devoción pero también lo hacían por curiosidad y en busca de la novedad. Todos deseaban viajar por tierras desconocidas y conocer cosas absurdas y las increíbles historias que habían oído sobre el Oriente

4. En la Revolución Industrial, con el desarrollo de fábricas manufactureras y de las grandes ciudades, se disfrutaba de más tiempo libre, lo que propició que se hicieran viajes por educación (el Grand Tour), por negocios y por razones de salud

5. En la civilización pos industrial, con el desarrollo de los servicios se consolidaron las relaciones entre los residentes en sociedades anfitrionas (los llamados países receptores o de acogida) y los residentes en los llamados países emisores gracias al perfeccionamiento de la industria de los viajes y a la aparición de lugares de redistribución de riqueza como casinos y casas de juegos.

(Traducción libre del autor)

Como constata su peculiar visión histórica, la antropóloga coincide con quienes sostienen que en el Paleolítico ya había turismo, es decir, que, según ella, el turismo tiene cuarenta o cincuenta mil años. No es exagerado si se compara con los dos millones de años que tendría de creer a los que dicen que el turismo es tan antiguo como la especie humana. Es tan amplio el concepto de Smith que para ella turismo es lo mismo que viaje. Cuanta razón tenía el geógrafo francés Pierre P. Defert cuando en los años setenta advertía de los grandes peligros que hay que sortear para no confundir el turismo con los viajes. V. L. Smith no se limita a los viajes redondos o de ida y vuelta, que es lo que etimológicamente significa la palabra francesa tour de la que deriva tourisme, sino que, en un alarde de generalización como el practican otros turisperitos, incluye en el turismo a los viajes lineales propios del pasado nómada del hombre. No queda la generalización del turismo que sostienen Smith y otros a todo tipo de viajes sino, lo que es menos frecuente en la literatura especializada, también a todos los motivos, coincidiendo así con el concepto de turismo en sentido amplio que propuso el alemán Morgenroth en los años treinta. Pero Smith va mucho más allá, tanto que me propongo analizar sus concepciones en un trabajo próximo.

Pero hay también quien sostiene que el Grand Tour no guarda relación alguna con el turismo de nuestros días. Los turisperitos que la apoyan se basan sobre todo en los aspectos formales y externos, pero también en las motivaciones para sostener que el turismo actual no tiene semejanza alguna con el Grand Tour, al que sitúan en el siglo XVIII y tienen solo como viajes por educación. Entre los estos aspectos superficiales que destacan cabe citar el volumen o cuantía del flujo de turistas, evidentemente más masivo hoy que ayer pero también menos que mañana, la cuantía de los recursos asignados, entre los que hay citar la mano de obra y el capital, factores que indudablemente se utilizaron también en los tiempos ya idos aunque hoy se utilicen en mayor cuantía y diferente calidad, y otros por el estilo. Los que sostienen que el turismo de hoy no tiene nada que ver con el del pasado, y concretamente con el Grand Tour, están convencidos de que solo se puede hablar de turismo desde hace medio siglo, aunque, a pesar de ello, algunos, obviando la coherencia, terminan proponiendo que conviene remontarse en el tiempo para estudiarlo más adecuadamente.

Por ello hay quien sostiene que una de las primeras referencias al turismo se encuentra en la obra de Richard Lassel (1679) An Italian Voyage, o quizás, más claramente, en la de A. Saint Maurice (1674) Le guide fidèle des Etrangers. No obstante, puestos a rastrear en el pasado, hay autores que se remontan mucho más en el tiempo. Por ejemplo, el británico Ogilvie creía en el siglo XX que el viaje de la reina de Saba a Jerusalén es un claro precedente del turismo internacional porque para él fue un viaje por gusto, lo que no deja de ser una lectura superficial y harto aggiornada de aquel Grand Tour regio, una lectura basada exclusivamente en la identificación del turismo por sus elementos externos y visibles olvidando los ocultos.

Como ya se ha dicho, hay autores cree ver en el llamado Grand Tour de los siglos XVII y XVIII un precedente del turismo moderno. El Grand Tour, el viaje por motivos educativos especialmente prolongado que solían hacer los jóvenes aristócratas destinados por su familia a ejercer altas tareas de gobierno, sobre todo en el Reino Unido, aunque también en otras naciones, por países como Francia e Italia como colofón del proceso formativo. Se trataba, en efectos, de viajes de largo recorrido y larga duración, se hacían con séquito de sirvientes y a las órdenes de un tutor, que solía ser el encargado de programarlo con todo detalle, fijando la fecha de salida, las ciudades a visitar, los contactos a establecer, las actividades a realizar, los medios de transporte a contratar (si es que no se contaba con medios propios) las formas de alojamiento a emplear (en general casas de amigos o amigos de amigos) y la fecha de regreso.

Pero la programación del Grand Tour, como la de cualquier otro tipo de viaje, es un aspecto que no tienen en cuenta los turisperitos a pesar de la importancia que tiene esta actividad para entender el turismo tanto en el pasado como en el presente. Como todo viaje hecho por una persona de vida sedentaria, el Grand Tour de épocas pasadas era, evidentemente, un viaje circular o de ida y vuelta, lo que en castellano se llama un largo viaje. Obviamente, era también un viaje realizado exclusivamente por los miembros de una clase tan minoritaria como poderosa, la llamada clase ociosa, y no solo por motivos educativos sino por todos aquellos que venían impuestos por el estatuto que regulaba la vida de dicha clase. A pesar de ser minoritarios, el historiador Gibbon afirma que a fines del siglo XVIII podía haber en Europa unos cuarenta mil ingleses practicando el Grand Tour educativo, sin contar los que estuvieran haciéndose por otros motivos, un volumen que hoy es insignificante, pero que en aquellos tiempos pudo parecer francamente reseñable.

Adam Smith , en “La riqueza de las naciones”, la obra de 1776 que algunos tienen como iniciadora del análisis económico, introdujo al tratar el tema de los servicios educativos una digresión que interesa citar aquí porque refleja la visión que del Grand Tour educativo se tenía a fines del siglo XVIII:

“En Inglaterra y en otros países se ha ido introduciendo cada día más la costumbre de hacer viajar a los jóvenes por naciones extranjeras, luego que salen de la escuela pública, sin obligarles a que busquen alguna Universidad de reputación. Se dice allí vulgarmente que la juventud vuelve de este modo a su patria con instrucción completa. Un joven que sale de su patria a los diez y siete o dieciocho años de edad, volviendo a ella a los veintiuno o veintidós, lo que podrá traer será tres o cuatro años más de edad, pero de aprovechamiento ninguno. Lo que generalmente suele adquirir en el transcurso de sus viajes es el conocimiento de uno o dos idiomas extraños, y aun estos con mucha imperfección, pues regularmente ni puede hablarlos, ni escribirlos con propiedad. En cuanto a lo demás, vuelve a la casa de sus padres más presuntuoso, más inmetódico en sus principios, más disipado de costumbres y más incapaz de una aplicación seria al estudio y a la negociación civil, todo lo cual, acaso, lo hubiera conseguido no saliendo de su casa en aquella edad. Con viajar tan joven, con malgastar en la disipación más frívola los años más preciosos de su vida, a distancia del cuidado, de la corrección y del ejemplo de sus padres y familiares, lejos de confirmarse y radicarse en su corazón todos aquellos buenos hábitos a cuya formación se dirigieron los tempranos esfuerzos hechos en su primera educación juvenil, no pueden menos de desvanecerse y borrarse, o a lo menos debilitarse en gran manera. Nada ha contribuido más al absurdo de semejante costumbre que el descrédito en que por su culpa han incurrido la mayoría de las Universidades y escuelas públicas de aquellas naciones, queriendo mejor algunos padres exponer a sus hijos a riesgos tan conocidos, que verles perder lastimosamente, a su vista, el tiempo que deberían emplear en una educación tan cristiana como útil para el objeto a que piensa cada uno destinarles respectivamente solo el resto de su vida” (La riqueza de las naciones, libro V, parte III, artículo II, sección II. Traducción española de José Alonso Ortiz, publicada en 1794 por la Redacción de “España Bancaria”)

La verdad es que el juicio de A. Smith no es muy diferente al que acaba de realizar el escritor norteamericano Tom Wolfe por medio de su reciente obra “Soy Charlotte Simmons”, un relato sobre las graves deficiencias del sistema educativo que padecen las sociedades avanzadas. Por lo que se ve, de acuerdo con el testimonio aportado por A. Smith, el Grand Tour era ya en la segunda mitad del siglo XVIII una costumbre consolidada no solo en la sociedad inglesa sino también en otras sociedades europeas y americanas, costumbre que obedecía más a prácticas sociales ostentosas que al riguroso cumplimiento de fines educativos, lo que podría explicar que los jóvenes lo utilizaran más como forma de diversión que de formación. El Grand Tour se practicaba en siglos anteriores con fines directamente formativos por los jóvenes de la nobleza y la realeza pero en tiempos de Smith, con su extensión a los jóvenes de la alta burguesía urbana, empezó a degradarse.

Todo lo que sea buscar en el Grand Tour elementos o características a través de los cuales encontrar similitudes superficiales con el turismo moderno está condenado al fracaso en unos casos o a la adopción de conclusiones desenfocadas en otros. Aun así, aun hay quien aduce similitudes entre el llamado Grand Tour y el turismo contemporáneo para considerarlo como un precedente del turismo a pesar de que reconocen que el primero estaba motivado por la educación y que el segundo solo a motivaciones placenteras. Olvidan que los jóvenes aristócratas ingleses que hacían un Grand Tour lo hacían sobre todo para entablar conocimiento con personajes influyentes del Continente que más adelante podían serles de gran utilidad, cuando el viajero estuviera ya desempeñando las altas funciones a las que estaba llamado, lo que implica la presencia de motivaciones radicalmente ajenas a las que los turisperitos aducen como definitorias del turismo moderno, normalmente reducido por ellos al mero vacacionismo.

Lo cierto es que el Grand Tour estaba, como no podía ser menos, tan minuciosamente programado entonces como lo están los viajes de largo recorrido de hoy, entonces como una de las actividades propias de la clase ociosa junto con otras como las cacerías y los torneos lúdicos en las que el caballero se preparaba para la guerra. Lo que ocurre es que tales actividades se tienen hoy, en una consideración tan superficial como errónea, como ejemplo de actividades de ocio entendido como tiempo libre, cuando lo cierto es que aquellas actividades respondían al cumplimiento de verdaderas obligaciones estatutarias rígidamente establecidas.

Si lo que se busca en el Grand Tour es un precedente del turismo moderno ateniéndose exclusivamente a las características externas de uno y otro, tal búsqueda está condenada al fracaso porque hay entre ellos algo más que semejanzas superficiales. Si el investigador se atiene a las motivaciones, peor, porque uno y otro responden a motivaciones radicalmente diferentes. En esto consiste la incoherencia de algunos autores: tienen al llamado Grand Tour como precedente claro y notorio del turismo moderno a pesar de que en este no ven más que viajes de vacaciones, viajes de carácter autónomo, y no reparan en que el Grand Tour tuvo motivaciones educativas de carácter heterónomo. Entre quienes así piensan se encuentra el conocido historiador español Manuel Fernández Álvarez, quien hace medio siglo escribió el libro “Aportaciones a la Historia del Turismo en España”, obra editada por el que fue Ministerio de Información y Turismo del gobierno del general Franco en 1956. En esta obra se afirma que son antecedentes del turismo “en España”, entre otras, las peregrinaciones a Santiago desde el siglo XII y hasta las empresas oceánicas, pero siempre que se tratara de viajes hechos por extranjeros a España, olvidando los viajes que los españoles hicieron a otros países. El insigne historiador aplica sin cuestionárselo el criterio convencional propio de los turisperitos que le encargaron el libro.

Sorprendentemente, en el llamado Grand Tour sí es posible encontrar no ya parecidos sino incluso identidades indudables con el turismo, moderno o no, aunque, para percatarse de ellos, hay que dejar de verlo desde fuera y esforzarse por empezar a verlo desde dentro. Quien lo consiga se dará cuenta de que todos los viajes de ida y vuelta o circulares tienen un factor común que los identifica e iguala, factor común que no es otro que la planificación que todos los viajes requieren, tanto más visible cuanto menos desarrollados están los servicios de transporte, las infraestructuras viarias y los servicios hospitalarios. A menor desarrollo de estos tres elementos o servicios, más necesidad de planificar los desplazamientos, como refleja la situación que se daba en las edades antiguas Y, a la inversa, cuanto mayor desarrollo de los tres servicios citados, a los que se pueden llamar facilitadores del turismo, menor es la necesidad de planificar detalladamente los desplazamientos circulares, como se comprueba en la actualidad, sobre todo si se trata, lo que es hoy frecuente, de viajes a realizar por la misma persona que los planifica, algo que viene dándose desde la primera revolución industrial y quedó plenamente consolidado a mediados del siglo XX.

He aquí, pues, la diferencia y al mismo tiempo la similitud entre los viajes del pasado y los viajes contemporáneos, sean heterónomos o autónomos, obligados o voluntarios. Tanto en unos como en otros, la planificación siempre está presente, incluso aunque no lo parezca o pocos se percaten de ello. No obstante, en la actualidad, cuando la planificación de viajes circulares lleva un siglo y medio siendo una actividad productiva y negociosa como tantas otras, la planificación o producción de turismo está aun más presente en la realidad de la economía que en el pasado ya que sin ella sería inviable como producto de mercado.

Un Grand Tour en el Renacimiento: el que hizo a Bruselas Felipe II entre 1548 y 1551

Los biógrafos de Felipe II insisten en que no podía estar varios días seguidos en el mismo lugar y tenía que abandonarlo compulsivamente. Turisperitos hay que dirían que fue un rey “muy nómada” por sus continuos cambios de sede; otros dirían que fue un “rey muy viajero”. Lo cierto y verdad es que Felipe era tan sedentario como cualquier individuo de la cultura posneolítica, pero que hacía continuos desplazamientos de una sede a otra, siempre para regresar a la sede principal puesto que todos sus desplazamientos eran siempre circulares aunque de radio variable. Nadie dirá que Felipe fue un rey turista porque el término ha quedado limitado en el lenguaje ordinario, lo mismo que en el lenguaje especializado, a los viajes vacacionales hechos masivamente por gente anónima.

Es con este enfoque desde el que se puede analizar un Grand Tour muy especial entre los muchos que hizo en su vida este rey español, el que realizó cuando todavía era muy joven, estando ya casado, con un hijo y siendo Regente de España en ausencia de su padre, el emperador Carlos. La expresión francesa Grand Tour, popularizada por los ingleses, ha quedado fijada en la literatura turística con un significado reduccionista. Su significado original y directo ha llegado a olvidarse, lo que en español se llama simple y llanamente un largo viaje, al margen de quien lo haga y el motivo por el que lo realice.

Cuando el llamado Rey Prudente, Felipe de Austria, tenía 21 años de edad, hizo un largo viaje de tres años de duración, entre 1548 y 1551, con origen en Valladolid y destino en Bruselas. Estos simples datos coinciden con los que se aducen para caracterizar un Grand Tour: la juventud del viajero y dos o tres años de duración del viaje. Aquel viaje fue ante todo un viaje de Estado. Felipe viajó para responder a la llamada de su padre, a la sazón enfermo de gota, quien había tomado la decisión de abdicar. Tal pretensión exigía que el heredero estuviera presente en la Dieta Imperial, lo que obligó a que el príncipe se desplazara hasta donde estaba el rey para más tarde convocar el órgano que se acaba de citar. Pero también está hoy muy claro que aquel Grand Tour se aprovechó para que el príncipe conociera a los que serían sus súbditos al tiempo que completaba su formación como gobernante y trababa sólidas amistades con lo más granado de la nobleza gobernante de Europa. Sin embargo, como se verá más adelante en la descripción pormenorizada que se hará, el Grand Tour ofreció también al viajero la posibilidad de realizar otras muchas actividades, las más de ellas similares a las que convencionalmente son llamadas hoy “turísticas” por los turisperitos.

Sorprende que quienes tanto gustan de referirse al Grand Tour para hablar de los antecedentes del turismo moderno se limiten a los viajes de los nobles ingleses y nunca citen el Gran Tour que hizo el Príncipe Felipe a mediados del siglo XVI, a pesar de que es muy anterior a aquellos, y responder a casi todas las características que se dan por definitorias del Grand Tour. Parece por ello interesante e instructivo describirlo con cierto detalle con el fin de que se vean con claridad las similitudes. Para ello se utilizan los datos que aporta el historiador Henry Kamen en su obra Felipe de España (Siglo XXI, Madrid, 1997) quien, a su vez, los toma del diario de viaje que escribió Vicente Álvarez, el camarero castellano que formó parte del séquito del príncipe.

Como ya se ha dicho, en 1547 el emperador Carlos decidió abdicar y retirarse a algún lugar sano, tranquilo y apartado del mundo, como de hecho hizo poco después, estableciendo su morada en el monasterio de Yuste, en plena sierra castellana de Gredos. Convenía por ello que su hijo y heredero, Felipe, viajara a Bruselas para mejor ordenar los asuntos del reino. Su primo, el archiduque Maximiliano de Habsburgo, se haría cargo de la regencia de España en ausencia del Príncipe. Maximiliano llegó a Valladolid para contraer matrimonio con su prima María, hermana de Felipe. También Maximiliano realizó, pues, un Grand Tour, en este caso de Viena a Valladolid, pasando por Italia, documentado gracias a la narración que de él hizo el historiador italiano Nicolini en la obra que publicó en Nápoles en 1556.

Lamentablemente no existen datos que permitan conocer detalles sobre los preparativos del viaje a Bruselas del Príncipe Felipe, esa inevitable fase previa de todo viaje, sobre todo si es largo, una fase que se olvida a menudo y conviene destacar, una actividad que es claramente productiva porque exige conocimientos y consume recursos escasos. Como siempre, también en este caso los historiadores y cronistas solo se ocupan de la fase de consumo o realización del viaje y por ello solo sobre ella se tienen datos. Con respecto a la planificación del viaje de Felipe a Bruselas solo se sabe que Carlos V envió al duque de Alba a Valladolid con el encargo de que se ocupara de preparar el viaje de su hijo. Con este fin, Felipe convocó las Cortes de Castilla en Valladolid para anunciar que se proponía viajar a Bruselas. Fue así como supo que los castellanos no estaban a favor de que tan largo viaje se hiciera: se quedaban sin regente después de haberse quedado sin rey.

Aun así, contra la voluntad expresada por las Cortes de Castilla, el 2 de octubre de 1548, Felipe salió de Valladolid camino de Barcelona, acompañado de una comitiva en la que figuraban, además del duque de Alba, personalidades como Gonzalo Pérez, el sacerdote que luego fue su secretario personal durante 24 años, su tutor, Honorato Juan, el predicador Constantino Ponce de la Fuente y el cronista Cristóbal Calvet, además de algunos extranjeros. Henry Kamen cita entre ellos al cardenal alemán de Trento. También había en la comitiva real músicos como Luis de Narváez y Antonio de Cabezón, y su camarero, Vicente Álvarez, ya citado, quien se encargaría de supervisar las comidas en ruta y de escribir la crónica del viaje gracias a la que se conocen tantos y detallados datos.

La comitiva llegó a Montserrat el 11 de octubre y se detuvo tres días en el monasterio, lo que supone una velocidad de desplazamiento ciertamente alta, casi 70 Km. por jornada. El 14 de octubre llegaron a Barcelona. En la Ciudad Condal se hospedó el príncipe en el palacio de Estefanía de Requesens y el cardenal de Trento aprovechó para ofrecer un suntuoso banquete en honor del Príncipe y de numerosos invitados catalanes, en el que se sirvieron nada menos que ciento cincuenta platos. La fiesta duró tres horas pues el Príncipe se mostró muy animado en todo momento. Al parecer fue entonces cuando se aficionó al buen vino, lo que con el tiempo llegaría a ser algo más que una afición. La estancia en Barcelona se prolongó durante cuatro días y el 18 de octubre el grupo se encaminó hacia el puerto de Rosas, donde tuvo que esperar quince días a que pasara el mal tiempo que impedía la travesía por mar. Por fin, el 2 de noviembre se embarcó con su comitiva en una flota compuesta por cincuenta y ocho galeras al mando del almirante genovés Andrea Doria, a la sazón, un anciano de 82 vigorosos años. Fue el comienzo del primer viaje por mar que hizo Felipe. Como continuaba el mal tiempo, la flota navegó cerca de la costa y Felipe aprovechaba para pernoctar en tierra. La primera noche la pasó en Cadaqués. Los días siguientes visitó Collioure y Perpiñán. El 11 de noviembre zarparon del puerto francés de Collioure, pero, una vez más, el persistente mal tiempo les obligó a permanecer cerca de Aigües-Mortes con las anclas echadas, sin poder atracar ni navegar. Reanudada la navegación visitaron las islas de Hyères y Lérins.

Cuando el temporal amainó, siguieron navegando para pasar por Niza y Mónaco sin detenerse, y llegar a Savona, a cuyo puerto arribaron el 23 de noviembre. La familia Spínola ofreció al Príncipe una fastuosa fiesta de bienvenida a la que asistieron la nobleza italiana y banqueros como Lomellini, Pallavicino y Grillo. Parece que Felipe, no habló mucho durante la velada por su desconocimiento del idioma y porque, según se afirma, no gustaba de fiestas solemnes.

El 25 de noviembre la etapa marítima del viaje finalizó con el desembarco en el puerto de Génova, ciudad en la que fue huésped durante dieciséis días del almirante Doria. Antes de abandonar la ciudad de Génova el 11 de diciembre, Felipe y su comitiva asistieron a misa el 8 de diciembre. La ciudad fue testigo del boato con el que la comitiva transitó por las calles camino de la catedral donde fue celebrada la misa.

A partir de Génova el viaje se hizo siguiendo la ruta de Alessandria y Pavía. El historiador Kamen escribe literalmente que Felipe y sus acompañantes “en cada población hacían un poco de turismo y admiraban las fortificaciones”, frase en la que el historiador usa el vocablo turismo en el sentido vulgar con el que también lo usan los estudiosos del turismo, el de visitas superficiales para conocer el patrimonio cultural de un lugar. Siete días duró el viaje de Génova a Milán, ciudad a la que llegaron el 19 de diciembre. Felipe hacía poco que había recibido de su padre el ducado de Milán, por lo que se le dispensó un solemne recibimiento al que asistió el pueblo y lo más granado de la ciudad, con Carlos III, duque de Saboya, a la cabeza. La estancia en Milán duró 19 días durante los cuales el viajero fue agasajado con excursiones, fiestas, banquetes, torneos, teatro y grandes bailes, actos a los que se invitó a la nobleza y a los burgueses más destacados. El gobernador de Milán, Ferrante Gonzaga, organizó una gran fiesta seguida de baile para celebrar la entrada del nuevo año, el de 1549. Felipe se mostró muy galante con las damas que asistieron y no se retiró a descansar hasta muy avanzada la madrugada. Días después se organizó un torneo en su honor. Felipe aprovechó su estancia en Milán para conocer al pintor Tiziano, al que encargó algunos de los cuadros que hoy pueden verse en el Museo del Prado de Madrid. La adquisición de tornaviajes (souvenirs en francés) es como se sabe un tipo de compra que caracteriza a cualquier viajero.

El 7 de enero de reanudó el viaje por la ruta de Cremona y Mantua, ciudad en la que paró la comitiva para visitar al duque de Ferrara, en cuyo palacio se hospedó durante cuatro días. El 11 de enero, la comitiva retomó el camino por el valle del Adigio para penetrar en territorio alemán, llegando a Trento el día 24, después de trece días de tránsito por un camino lleno de dificultades orográficas. En Trento le dio la bienvenida el elector de Sajonia, Mauricio, aliado de Carlos V. En estas fechas, Trento centraba la atención mundial como sede del concilio que se celebraba desde hacía algunos años, aunque en el momento de la llegada de Felipe solo permanecían allí los prelados alemanes y españoles pues los demás se ausentaron siguiendo la recomendación papal de trasladarse a Bolonia para evitar el contagio de la epidemia que diezmaba la población. Aunque las actividades más relevantes de su estancia en Trento fueron los festejos, Felipe aprovechó la visita para entrevistarse con los prelados conciliares. Cinco días estuvieron los viajeros en Trento y el último de ellos se organizó una mascarada que duró hasta el amanecer del día siguiente.

El 30 de enero llegaron a Bolzano, ciudad alpina en la que pernoctaron y cuyas autoridades regalaron a Felipe un trozo de mineral de plata extraído de las minas cercanas. En su travesía de la región tirolesa, la comitiva pudo constatar el alto nivel de vida de sus habitantes y la hermosura y belleza de sus mujeres. El 3 de febrero pasaron por el puerto de Brennero para descender a Innsbruck, ciudad a la que arribaron el día 4 para descansar primero y practicar después el deporte de la caza en los bosques aledaños. También tuvo oportunidad Felipe de realizar una excursión en barco por el río Inn hasta Rosenheim, con pernoctación en la Abadía de Ebersberg. El día siguiente continuó el viaje para llegar el 13 de febrero a Munich, ciudad en la que el duque Alberto de Baviera le dio la bienvenida. Munich impresionó a la comitiva por “la belleza de la población, sus pequeñas casas y la limpieza de las calles”. Como ya era norma en las ciudades por las que pasó y estuvo, también la ciudad de Munich organizó banquetes y partidas de caza en honor del príncipe español y sus acompañantes. Desde que entró en Alemania, el obispo de Trento le sirvió de imprescindible intérprete pues Felipe tampoco hablaba alemán. Mauricio de Sajonia se unió al séquito real que el 21 de febrero, dos días después de dejar Munich, hizo su entrada en la ciudad de Augsburgo, una de las principales sedes de la reciente herejía luterana. En ella pasó cuatro días. La estancia en Augsburgo la dedicó Felipe, como ya iba siendo costumbre en su viaje, a visitar monumentos y familias amigas, entre estas la de los Fugger, los banqueros enriquecidos gracias a los préstamos que Carlos V necesitaba para financiar su numerosas guerras. Mauricio abandonó el séquito después de que este saliera de Augsburgo para regresar a Sajonia.

Felipe y su séquito abandonaron Augsburgo el 25 de febrero para continuar viaje hasta la ciudad de Ulm. En ella se detuvieron durante los dos últimos días de febrero. La ciudad de Ulm organizó con este motivo una justa fluvial en el Danubio que resultó muy divertida porque los perdedores eran arrojados al río entre el jolgorio de los asistentes. Salieron de Ulm el día 3 de marzo y se dirigieron al norte para buscar el curso del Rin y llegar a Würtemberg, territorio cuya población había abrazado mayoritariamente la Reforma. En la ciudad de Vainingen fue recibido por el luterano duque Alberto de Hohenhollern, gran maestre de los caballeros teutónicos que le dieron escolta militar hasta Epira o Espira, que de ambas formas al parecer se escribe. El 7 de marzo la comitiva llegó a la capital del Palatinado, Heidelberg, la cual, como su nombre indica, está localizada en un monte o colina orientada al valle del Neckar. Heidelberg era ya una floreciente y hermosa ciudad fiel al papado a pesar de estar rodeada de Estados luteranos. En ella permaneció Felipe cuatro días que aprovechó para practicar la caza y las comidas campestres en los bosques del entorno. También se celebró una justa en el patio del castillo con banquete y baile nocturno en honor del regio visitante.

El grupo abandonó Heidelberg el 11 de marzo para llegar al atardecer a Epira, a orillas del Rin, ciudad en la que fue recibido por una escolta holandesa al mando del duque de Aerschot acompañado por el arzobispo de Maguncia, quien había llegado a Epira en barco para saludar al Príncipe. Después de unos días en Epira reanudaron el viaje camino de Luxemburgo, ciudad a la que llegaron la noche del 21 de marzo y en la que solo estuvo esa noche, lo que no le impidió dedicar algunas horas para inspeccionar sus famosas fortificaciones militares. Los tres últimos días de marzo, la comitiva estuvo alojada en la ciudad de Namur, ya en dominios de Carlos V, muy cerca de la ciudad de Bruselas, en la que la reina María de Hungría, tía de Felipe, recibió personalmente a los viajeros.

La tarde del 1 de abril, Felipe hizo su entrada oficial en Bruselas. La ciudad había engalanado sus calles para recibir solemnemente al hijo del Emperador. Unas 50.000 personas abarrotaban el centro urbano según un testigo, lo que da idea de la expectación que despertó la llegada de la comitiva. En el palacio real, María y su hermana Leonor, reina de Francia, lo recibieron y lo escoltaron hasta la cámara en la que se encontraba su padre. Hacía 6 años que Carlos V había abandonado por última vez España y desde entonces no se veían. El encuentro fue especialmente emotivo.

Henry Kamen especifica en la obra citada que “el viaje hacia los Países Bajos duró seis meses, una larga expedición de placer que también tenía un propósito educativo”, frase en la que el historiador recoge dos componentes del programa de viaje pero olvida otros, entre los que se encuentran los gubernativos, los dinásticos y los simplemente familiares. Casi la mitad de ese tiempo fue consumida en estancias de diferente duración en las ciudades por las que pasó, en unas para pernoctar y en otras para visitar a sus gobernantes, interesarse por las instalaciones defensivas o para participar en fiestas, torneos y banquetes de acuerdo con la programación de la estancia que elaboraron los anfitriones en su honor.

Los primeros tres meses y medio de su estancia en los Países Bajos Felipe permaneció en Bruselas a causa de la precaria salud de su padre. A pesar de su enfermedad, Carlos procuró que la estancia de su hijo fuera agradable y divertida sin olvidar las trascendentales actividades que ambos se proponían realizar, la abdicación del Emperador en su hijo, actividades y tareas que constituían la misión para cuyo cumplimiento fue planificado y realizado el viaje. “Durante todo este periodo, se organizaron muchas bellas fiestas, banquetes, bailes, graciosas mascaradas, partidas de caza y torneos”, escribe Kamen siguiendo al cronista Álvarez. Además, tuvo oportunidad de conocer y hacer amistad con nobles holandeses como Guillermo de Orange y Lamoral de Egmont aprovechando que ambos hablaban castellano. Incluso tuvo ocasión de galantear con numerosas doncellas entre las que destacó la duquesa de Lorena.

Diariamente Felipe era recibido por su padre para despachar con él asuntos de gobierno durante dos o tres horas, impartirle consejos y adiestrarlo en la elevada misión que se proponía poner sobre sus hombros. Hay que resaltar, porque a pesar de ser tan obvio se olvida, que la larga estancia de Felipe fue programada hasta en sus más mínimos detalles respondiendo a la demanda del Emperador y de la reina regente. En este programa figuraban diversas actividades en Bruselas y también dos viajes por las provincias flamencas del norte y del sur, viajes que, obviamente tuvieron que ser sometidos a cuidadosos preparativos ya que ambos fueron programados para Carlos y su hijo Felipe, acompañados de un nutrido séquito de soldados y sirvientes.

El 12 de julio, Carlos salió de Bruselas en compañía de su hijo para visitar las provincias flamencas. Carlos tenía gran interés en que Felipe tomara contacto directo con sus súbditos flamencos. Las ciudades incluidas en el itinerario del viaje que ambos hicieron rivalizaron en fiestas y agasajos dedicados a los regios visitantes. En la comitiva real figuraban la corte del emperador, la del Príncipe, la de la reina María y la alta nobleza de los Países Bajos. Los meses de julio y agosto se dedicaron a visitar las provincias meridionales. Kamen escribe que “el punto culminante de la primera parte del trayecto fueron los entretenimientos que María de Hungría organizó para sus invitados durante la última semana de agosto en el palacio de Binche. María había convertido el viejo castillo en uno de los más suntuosos palacios renacentistas del norte de Europa” El 24 de agosto se organizó un torneo en el patio del palacio en honor de Felipe, quien participó con entusiasmo. Para los dos días que siguieron, la reina organizó una gran fiesta caballeresca en la que los caballeros, entre los que figuraba Felipe, tenían que salvar varios obstáculos para ganar la entrada a la Torre Oscura, liberar a los prisioneros que en ella estaban encarcelados y, una vez con ellos, encaminarse a las Islas Felices.

El 29 de agosto, la reina regente llevó a sus invitados al cercano castillo de Mariemont en el que se celebró una solemne fiesta servida por muchachas disfrazadas de ninfas y cazadoras. Después tuvo lugar la simulación del asalto al castillo por un grupo de jóvenes caballeros para liberar a las doncellas cautivas. Al día siguiente se celebró un nuevo torneo en el que participaron seis caballeros.

A fines de agosto, la gran comitiva regresó a Bruselas para descansar y dar tiempo a que se prepara la segunda parte del programa para visitar las provincias del norte. El 11 de septiembre Felipe hizo su entrada oficial en la ciudad de Amberes, el centro neurálgico del comercio de Europa. Amberes lo recibió con una Joyeuse Entrée, el ceremonial de recepción reservado para visitantes ilustres.

El día 27 de septiembre los viajeros lo dedicaron a visitar la ciudad de Rótterdam, cuna de Erasmo, pensador católico especialmente famoso en la Europa de la Reforma cuyo pensamiento tuvo gran influencia entre los mejores humanistas españoles. Esta segunda parte del viaje por las provincias del Norte fue especialmente intensa y agotadora. La comitiva regresó a Bruselas el día 26 de octubre. Con ello quedaban cumplida varias misiones del viaje de Felipe a los Países Bajos: visitar cada una de sus 17 provincias y prestar juramento en sus principales ciudades.

Después de unos días de descanso, se reanudaron los banquetes, las cacerías, los torneos y los bailes. El luterano rey de Dinamarca aprovechó la estancia del Príncipe y le envió ocho halcones para la práctica de la cetrería, actividad a la que eran muy aficionados los nobles del Renacimiento.

Felipe tuvo oportunidad de participar en las fiestas del carnaval de 1550 en Bruselas y tomar parte en una justa sobre el dios del amor. Al terminar, Felipe ofreció un banquete a sus anfitriones. Tras el paréntesis del tiempo penitencial de Cuaresma, el 31 de mayo Felipe acompañó a su padre para reunirse con la Dieta Imperial en la ciudad de Augsburgo después de despedirse de Bruselas con nuevas fiestas y redoblados agasajos. Felipe durmió poco esa noche ya que la pasó en animadas charlas con sus amigos y bailando bajo la luna al son de las orquestas. La comitiva salió camino de Lovaina el 31 de mayo pero Felipe decidió volver a caballo a Bruselas, donde pernoctó por última vez para volver a salir de madrugada. De los comentarios del camarero cronista se desprende que fue aquella una intensa noche de amor ya que, al parecer, al día siguiente el Príncipe se encontraba “muy fatigado”.

Desde Lovaina continuó el viaje sin más incidencias hasta Maastricht. La escala siguiente terminó el 8 de junio en Aquisgrán, ciudad en la que Felipe tuvo oportunidad de visitar la catedral y la tumba de Carlomagno. A Colonia llegaron el 10 de junio y en ella permanecieron cuatro días. Los acompañantes no pudieron resistir la tentación de comprar en Colonia reliquias religiosas a las que tan aficionados son los cristianos piadosos. El día 14, salieron de Colonia y llegaron a Bonn, ciudad ribereña del Rin, donde los viajeros cambiaron de medio de transporte y embarcaron en la pequeña flota que les aguardaba para navegar hasta Maguncia, donde llegaron el día 18. El trayecto duró cuatro días durante los que los viajeros pernoctaban en tierra. En Maguncia estuvieron dos días y el 21 salieron hacia las ciudades meridionales de Works y Epira, de nuevo por tierra. El 24 llegaron a Epira por la misma ruta que Felipe había seguido un año antes. El 8 de julio, la comitiva llegó a la ciudad de Augsburgo, donde tuvo lugar la reunión de la Dieta Imperial convocada por el Emperador. De nuevo conviene resaltar que todas estas actividades fueron previamente programadas en Bruselas por orden del Emperador y encargadas al personal que habitualmente se encargaba de estos menesteres entre los que hay que citar el cargo de caballerizo mayor presente en las Cortes europeas

Felipe pasó todo un año en el sur de Alemania familiarizándose en el trato con los nobles alemanes y adquiriendo las obras de arte a las que era tan aficionado, entre ellas óleos de Tiziano, pero sin desatender los aspectos lúdicos que más le atraían como los galanteos amorosos, los torneos y las cacerías.

Junto a su asistencia a las reuniones de la Dieta, el emperador tenía especial interés en que su hijo estableciera contactos con la familia Habsburgo, cuyo consentimiento y acuerdo era imprescindible para dejar como heredero de todos sus estados, títulos y posesiones a su hijo Felipe. Al fallarle varios apoyos optó por una solución en etapas, pero es sabido que su voluntad no fue cumplida, ya que su hermano Fernando terminó heredando el título de Emperador y su hijo Felipe la Corona de España, las posesiones de los Países Bajos y las de ultramar.

Durante estos meses, Felipe tuvo tiempo para asistir a las reuniones tanto de la Dieta como de la familia sin dejar de practicar otras actividades que hoy se tienen por recreativas, lúdicas o de ocio, aunque, como es sabido, tanto unas como otras eran entonces obligaciones derivadas del estatuto de la nobleza. A fines de 1550, Felipe acompañó a su padre a un viaje de cinco días a Munich para seguir después a Starnberg, donde dedicó ocho días a la práctica de la caza, su actividad favorita. El 8 de agosto regresaron ambos a Augsburgo, donde en octubre de 1550 tuvo oportunidad Felipe de participar en un torneo y, en febrero de 1551, en los carnavales.

Pero Felipe, enamorado de Munich, volvió una vez más a esta ciudad para permanecer en ella durante cuatro días en abril de 1551, poco antes de emprender su viaje de vuelta a España.

En mayo de ese mismo se preparó su regreso a España y en la tarde del día 25 salió de Augsburgo acompañado de una pequeña escolta al mando del duque de Saboya. En Innsbruck estuvo tres días y el 6 de junio entró de nuevo en Trento. Felipe tuvo una nueva oportunidad de seguir atentamente las reuniones de los teólogos, pero tampoco se olvidó de disfrutar de numerosas fiestas y de galantear con las jóvenes de la nobleza.

En la mañana del 9 de junio salió de Trento. La comitiva se adentró en territorio de Lombardía y pasó dos días en Mantua. El 15 de junio se puso en camino hacia Milán, donde el gobernador volvió a agasajar al Príncipe y le sirvió de guía en la visita que hizo a las fortificaciones que tanto le interesaban. De Milán la comitiva salió para Génova, ciudad a la que llegaron el 1 de julio. El día 6 se dieron a la vela en una gran flota de 38 galeras, de nuevo al mando de Andrea Doria. Navegaron hasta Niza en cuyo puerto estuvieron el tiempo necesario para organizar un banquete al que asistieron las jóvenes de las familias principales. El 12 de julio atracó la flota en el puerto de Barcelona, desde donde Felipe escribió al duque de Saboya para comunicarle que había tenido “el más perfecto viaje que se podía desear”.

El 31 de julio, Felipe y su comitiva salieron de Barcelona hacia Zaragoza, y de Zaragoza a Tudela, ciudad en la que juró como señor de Navarra. De Tudela continuó a Soria, y de Soria a Valladolid. El día 19 fue recibido en Roa por la princesa Juana y por su hijo, don Carlos. Juntos entraron en Valladolid el día 1 de septiembre. Terminaba así un largo viaje, un Grand Tour en francés, que había durado poco menos de tres años. El viaje fue enjuiciado de forma muy diferente por la clase política europea, pero se da por sentado que, aunque Felipe cometió errores y tuvo que afrontar los escollos de su desconocimiento de idiomas, como gobernante amplió enormemente sus horizontes y como joven disfrutó de un modo que nunca olvidó. Sus gustos estéticos cambiaron después de este viaje porque conoció otras formas de vida que enriquecieron sus criterios y su formación. Justo uno de los objetivos que se buscaban con el viaje además de los ya especificados.

Como ya se ha dicho, el largo viaje del Príncipe Felipe responde perfectamente al esquema que más tarde se ha querido tipificar como Grand Tour, pero, como este mismo viaje muestra, no cabe duda de que es muy anterior en el tiempo a la época que los turisperitos aducen como origen del mismo (el siglo XVII) y también que fue más prolongado en duración y en distancias recorridas y tuvo más actividades que los que se realizaron más tarde por los jóvenes de la alta burguesía, entre las que abundan otros viajes ya que un Grand Tour no solo es largo y duradero sino también un viaje que integra otros viajes al modo de las muñecas rusas. Aún así, sorprende que este viaje de Felipe II no sea citado por quienes se ocupan con tanta fruición de los largos viajes de la nobleza inglesa, tal vez porque suponen que el Grand Tour era privativo de ella.

Análisis del Grand Tour de Felipe II desde la economía del turismo

El Grand Tour de Felipe de España puede ser evaluado a la luz de los principios de la economía de la producción turística, disciplina que se ocupa de estudiar el turismo como una actividad productiva objetivamente identificada. El análisis se hace a continuación en tres partes:

a) Output o producción de turismo. Los datos disponibles sobre la fase productiva, la elaboración del plan de desplazamiento de ida y vuelta, son prácticamente nulos. Ya se ha dicho que los historiadores tan solo se refieren a que el plan se empezó a elaborar como consecuencia de la orden dada por el emperador en Bruselas y que el duque de Alba se desplazó a Valladolid como mensajero portador de la orden y tal vez también para poner en marcha los preparativos del inminente viaje. A falta de otros datos, el análisis se limita a transcribir los datos también escasos que Kamen aporta con referencia a los preparativos que tres lustros más tarde se hicieron para un nuevo Grand Tour de Felipe también a los Países Bajos cuando era ya rey de España. El nuevo largo viaje empezó a prepararse en 1566 con la reunión de navíos, bastimentos y tropas en el puerto de Laredo, lo que supuso afrontar unos gastos evaluados en 200.000 ducados. No obstante, en septiembre de 1567 ya no era necesario que el rey fuera a Flandes y se dio la orden de desembarcar las provisiones y despedir a los soldados. A los efectos de la economía de la producción turística, es evidente que la fase de producción quedó perfeccionada y que fue la fase de consumo, la ejecución del plan o realización del desplazamiento circular la que no tuvo lugar. Los gastos fueron hechos y no pudieron recuperarse, si bien, obviamente, los gastos de transporte o navegación no hubo necesidad de hacerlos.

Si no se trata ahora la consumición es porque la detallada descripción del viaje hecha anteriormente excusa de ello. Lamentablemente no se dispone de datos tan detallados sobre las técnicas de preparación de un Grand Tour en el pasado. De disponer de esta información sería posible hacer un interesante estudio de la evolución de estas olvidadas técnicas productivas. Es evidente que la preparación de los viajes se llevaba y se lleva a cabo en el lugar de origen del viaje, que suele ser también el lugar de residencia del viajero, y que, en el pasado, estos preparativos respondían a la demanda de quien iba a viajar. Evidentemente, la clase ociosa no llevaba a cago los preparativos de modo personal sino que encargaba su preparación a los sirvientes, siendo el más indicado en la corte española el llamado caballerizo mayor.

b) Inputs o servicios incentivadores. El largo viaje que Felipe hizo a mediados del siglo XVI a Flandes se llevó a cabo como respuesta a la orden del emperador. Por esta razón se insiste en que se trató, como era la norma en el Grand Tour de la nobleza europea del Renacimiento tardío, de un viaje obligado o por motivos heterónomos. Es por esta sencilla razón por la que no hay en estos viajes nada que los asimile al turismo tal y como lo entienden los turisperitos puesto que, como es sabido, estos llaman turismo a los viajes de vacaciones, es decir, a los viajes por motivos autónomos. Interesa recalcar esta apreciación por cuanto se olvidada con suma facilidad. Como se ha destacado en la descripción del viaje, el principal elemento incentivador del viaje analizado fue preparar la transmisión de poderes entre padre e hijo, una tarea que se prolongó con la visita a las provincias holandesas para lo que ambos hicieron dos largos desplazamientos circulares, con origen y fin en la ciudad de Bruselas que seguramente fueron debidamente programados por los servidores de la corte de Bruselas, y con un nuevo desplazamiento más, que para Felipe coincidió con la primera fase de su vuelta a España, para asistir a la Dieta en la que Carlos presentaría su meditado plan de nombrar heredero universal a Felipe, plan que estuvo a punto de conseguir pero que no consiguió llevar a feliz término por la taimada actitud de Maximiliano de Austria.

Hubo otros elementos incentivadores en este gran viaje. Entre ellos hay que destacar la visita a los gobernantes de las posesiones de Carlos y a los aliados del Emperador. Además del estrechamiento de unas relaciones personales que serían de enorme utilidad a Felipe cuando sustituyera a su padre como rey, interesa destacar también la minuciosa inspección que este llevó a cado de las fortificaciones defensivas de las ciudades por las que pasó. El baluarte había quedado ya obsoleto como fórmula defensiva y estaba siendo sustituido por la trace italienne, una innovación tan eficaz que todos los gobernantes del momento estaban interesados en adoptarla y que se extendió por todas las zonas fronterizas de Europa, sobre todo en las que se preveía que podían sufrir ataques inminentes. Su carácter revolucionario radicaba en que restaba eficacia a los asedios. Si la infantería pertrechada de picas había conseguido que las tácticas defensivas fueran superiores a las ofensivas, la trace italienne las hizo aun más eficaces, hasta el punto de quedar las viejas técnicas ofensivas casi relegadas a un segundo plano.

Hubo otros elementos incentivadores en este viaje de Felipe. Entre ellos destacan los torneos y las justas, juegos o deportes propios de la nobleza medieval que aun seguían practicándose entre la nobleza renacentista en la medida en que eran todavía considerados como ejercicios de adiestramiento para la guerra, una ocupación ineludible según el estatuto de los caballeros medievales. Todos los elementos incentivadores involucrados en el largo viaje de Felipe a Flandes y los viajes similares hechos en el pasado delinean el gran tronco del que proceden los que se utilizaron para programar los viajes hasta llegar a los tiempos modernos, incluso los llamados turísticos. En este sentido se puede hablar de precedentes claros, no solo en lo que concierne a las técnicas productivas sino incluso al contenido incentivador de los desplazamientos realizados por los contemporáneos actuales durante el tiempo libre o de vacaciones, los cuales hacen durante su tiempo libre cosas parecidas a las que hacía la clase ociosa, aunque limitadas a las que hoy se tienen como meramente recreativas. De aquí que se tenga, incorrectamente, por ocio lo que no es más que tiempo de vacaciones, el tiempo temporalmente libre de la obligación de trabajar.

c) Inputs o servicios facilitadores. No son muchos los datos que aporta Kamen sobre estos insumos del plan de desplazamiento y su realización posterior, tal vez porque el cronista, Vicente Álvarez, no hizo mención de ellos. Es de suponer que la comitiva de Felipe se desplazara por tierra utilizando carruajes preparados para pernoctar y refaccionar en ellos, aunque es muy posible también que estas necesidades se satisficieran gracias a la hospitalidad de los gobernantes de los núcleos de población del itinerario seguido. Entre los medios de transporte utilizados hay que considerar los caballos y las mulas aunque no se citen expresamente por Kamen. En el trayecto marítimo sí se especifica quien prestó el servicio de transporte, el conocido almirante Andrea Doria, que ya exhibía el título de príncipe y gobernaba la ciudad de Génova. Doria no solo daba servicios de transporte marítimo con su flota de galeras. También daba servicios bélicos a quien se los pidiera y pagara. Los servicios de hospitalidad también son conocidos en gran número de ocasiones. El hospedaje era prestado graciosamente en los palacios de los gobernantes de las ciudades por las que pasó la comitiva, hospedaje que incluía en numerosas ocasiones la celebración de tan grandes y suntuosos banquetes que llegaban a desbordar la función estrictamente facilitadora para incorporar claras funciones incentivadoras.

En cuanto a las infraestructuras camineras utilizadas por la comitiva hay que citar la ya nutrida red de caminos con la que ya contaban los países europeos, cuyos núcleos importantes de población estaban comunicados entre sí por tierra, y que eran transitados por carretas y caballerías. Hay que recordar que los viajes por tierra exigían contar con guías que fueran buenos conocedores de los caminos ya que, tratándose de una red caminera tan intrincada y en ausencia de señalización, los peligros de error eran muy grandes. En este aspecto tiene interés citar que la comitiva transitó por el llamado Camino Español, utilizado por las tropas que se movían entre los Países Bajos y el norte de Italia. Este camino atravesaba los Alpes, pasaba por el Tirol, trascurría por el Franco Condado (al oeste) o por el ducado de Borgoña (al este) y subía hacia el norte por el Rin para doblar al oeste en Aquisgrán y así arribar a los Países Bajos. El itinerario más directo, a través de Francia, era inviable debido a la consabida enemistad entre el rey de Francia Francisco I y el emperador Carlos. Lo mismo ocurría con los itinerarios marítimos debido a que estaban muy castigados por la presencia de barcos pirata.

La propensión adicional de Felipe II a los Petites Tours

Pero Felipe II no solo realizó numerosos Grands Tours sino incontables Petites Tours por lo que no solo puede ser considerado como un egregio y claro consumidor de turismo internacional sino también como un empedernido consumidor de turismo rural, de naturaleza, de aventura y de caza, entre otras muchas formas de turismo que se tienen por exclusivas de los tiempos modernos. Todas esas formas de turismo tenían detrás un cuerpo de servidores reales encargados de producirlas. El problema es que ningún historiador las ha tenido en cuenta en sus estudios del pasado. Ni siquiera los historiadores de la economía le han prestado atención.

El centro administrativo de España en el siglo XVI fue la ciudad de Valladolid. El reino de España carecía de sede fija porque desde el reinado de Isabel y Fernando la corte era itinerante. Valladolid, sin embargo, era el centro de la actividad real, allí fue coronado Carlos, allí nació, residió y fue coronado Felipe. Años después de regresar de Flandes y de ser coronado, Felipe decidió abandonar Valladolid y trasladar la corte a Toledo, un lugar más céntrico en la península y que ya había sido sede de la monarquía visigoda. El problema de Toledo, como recoge Kamen, radicaba en su incapacidad para dar cobijo a los monarcas y a su nutrida corte. Viudo de su prima María de Portugal, Felipe se había casado con la francesa Isabel de Valois, quien acostumbrada al confort de los palacios franceses, se encontraba mal a gusto en Toledo. Tampoco a Felipe le gustaba Toledo, sobre todo después de haber conocido el lujo de los palacios europeos. Se imponía pues mudarse a otro lugar más acondicionado. Los fríos invernales forzaron el abandono de Toledo en unos momentos en los que la vuelta a Valladolid no era aconsejable. Felipe se decidió por Madrid debido a su cercanía a los numerosos y frecuentados cotos de caza que tanto él como sus predecesores habían dotado con residencias acondicionadas.

Madrid tenía hacia mediados del siglo XVI unos 9.000 habitantes. A partir de 1561 creció su población por el mero hecho de convertirse en sede de la Corte. Ese mismo año la población de la Villa casi se dobló y una década más tarde ya se había vuelto a duplicar. A fines del siglo XVI Madrid había alcanzado ya los 50.000 habitantes sin contar la abigarrada población flotante de sus visitas en aumento.

Los historiadores suelen resaltar la inclinación por la arquitectura y la construcción de mansiones de Felipe. El viaje a Flandes convirtió esta inclinación en una verdadera pasión, complementaria con su pasión por los desplazamientos. Junto a ambas pasiones hay que citar su pasión por la vida en el campo y su rechazo paralelo por la vida urbana. Kamen llega a decir que “su amor por la naturaleza también le convirtió en uno de los primeros gobernantes ecologistas de la historia europea”. Cabe añadir que también fue Felipe un claro precursor del turismo de naturaleza y del turismo “en milieu rural”, la forma apropiada de referirse, según los turisperitos franceses, al turismo rural. Había comprendido Felipe en Flandes las delicias de los jardines al gusto francés y “la posibilidad de combinar el campo con la vida palaciega”. Todo ello lo convierte, en efecto, en un adelantado del moderno urbanita característico de la segunda mitad del siglo XX. “Por encima de todo, el campo representaba para él los placeres de la caza, su principal y perenne entretenimiento” como se ha podido ver en la descripción del viaje a Flandes. “Todas sus residencias se construyeron con este propósito en la mente”, dice también el historiador Kamen.

De 1567 data la programación de sus numerosos palacios alrededor de Madrid. En poco tiempo dispuso de una auténtica red de palacios de campo. Por corredores responde al siguiente esquema:

• En las inmediaciones de Madrid, estaban el palacio de El Pardo, la Casa de Campo y la residencia de Vaciamadrid.

• Al sur oeste, el palacio de Aceca y el alcázar de Toledo

• Al sur este, el palacio de Aranjuez, próximo al río Tajo, propicio a los paseos fluviales

• Red de casas en las que descansaba en sus frecuentes desplazamientos o simples pabellones de caza como los que había mandado construir en el corredor del noroeste (Valsaín, La Fuenfría, Fresneda, Galapagar, Monesterio y Torrelodones)

• El alcázar de Segovia y la residencia de Alcalá, heredados de sus antepasados

• Monasterio, palacio y sepulcro real de San Lorenzo de El Escorial, su mayor aportación personal, considerada por sus hagiógrafos como la octava maravilla del mundo.

Como dice Kamen, “juntos, palacios y pabellones, formaban un área de residencias reales sin parangón en Europa”. Es evidente que semejante área residencia, que ocupaba una superficie aproximada de unos diez kilómetros cuadrados “obligaba” a la realización de frecuentes viajes ya que no soportaba estar más de dos o tres días en el mismo lugar. En sus continuos desplazamientos le acompañaba siempre su corte personal. Aunque la propensión a los desplazamientos de la reina era bastante menor que la de Felipe, también ella viajaba a las residencias cercanas a Madrid e, igual que al rey, le acompañaba su corte personal.

Es evidente que la caza y la práctica de otros deportes al aire libre fueron la incentivación de sus frecuentes desplazamientos de una residencia a otra. La misma red de residencias constituye la materialización de los servicios facilitadores de esos desplazamientos junto con los carruajes y las caballerías reales. La OMT, con sus encorsetados criterios, no estará dispuesta a conceder el que debe considerar preciado título de turísticos a estos desplazamientos por la sencilla y elemental razón de que se hacían dentro de lo que desde Ottawa’91 llama “entorno habitual” del viajero. Libre de tan inútiles corsés, que por no tener ni eficiencia estadística tienen, la economía de la producción turística, sirve para percatarse de que, a pesar de ser de corto recorrido, estos viajes también tuvieron que ser objeto de una eficiente preparación por numerosos motivos, entre ellos que era el rey quien los hacía acompañado por su corte de servidores personales y políticos, porque había que preparar los medios de locomoción y el séquito de acompañamiento y disponer y acondicionar la residencia o residencias a utilizar en cada viaje por corto que fuera.

Conclusiones

La exposición que antecede pone de manifiesto que la afición de Felipe II de España por los viajes tanto largos como cortos le convierten en un arquetipo o paradigma de rey viajero por no decir rey turista a fin de no escandalizar a los encerrado en el significado reduccionista de un neologismo que significa lo mismo que viajero, sí, pero viajero que vuelve al lugar del que salió, puesto que se aplica a gente sedentaria. La imagen de rey sedente en un oscuro despacho que se adjudicaba a Felipe II queda pulverizada por la biografía de Henry Kamen, en la que aporta interesantes pero insuficientes datos en los que se basa el análisis realizado a la luz de la economía del turismo. Felipe era tan sedentario como sus contemporáneos. Pero tenía tan alta propensión a viajar que puede ser considerado como precursor arquetípico del turista moderno, el sedentario urbanita que ansía “conocer” el mundo haciendo Grands Tours lejos de su residencia habitual y que huye de su casa siempre que puede para “descansar” en algún lugar de los alrededores haciendo Petites Tours. Contó el rey en ambos casos con servicios incentivadores y facilitadores en general muy caros pero al alcance de su altísimo poder adquisitivo frente a los muy abundantes y por ello muy baratos que están al alcance de los modernos urbanitas, quienes cuentan con agencias que se encargan de programar sus viajes largos y cortos si no quiere ocuparse de hacerlos ellos mismos a pesar de las facilidades que hoy pone en sus manos la Internet. Al adquirir sus viajes producidos por agencias especializadas el urbanita de hoy está imitando de un modo mucho más profundo el arquetipo que encarna Felipe II ya que los viajes que el rey hizo eran producidos por otros, en su caso por los servidores de la Corte, incumbidos de esta función precursora de las modernas agencias de viaje con fines de lucro.

Resumiendo, el Grand Tour no puede ser tenido como un precursor del turismo si se concibe como es habitual, como flujo de viajes de vacaciones. Pero sí si se conceptúa y valora el Grand Tour como un conjunto de técnicas para la preparación (producción) de desplazamientos circulares, programas de visitas o estancias pasajeras. Así concebidos, tanto los Grands como los Petites Tours, más que precursores del turismo moderno, ilustran una etapa específica por las que ha pasado la ingeniería del turismo, una tecnología sistemáticamente ignorada por la teoría del turismo al uso. Pero con lo dicho no agota la utilidad del estudio histórico del llamado Grand Tour a efectos del turismo porque también su estudio constituye un modelo perfecto del siempre heterogéneo contenido de los viajes circulares desde que estos se hacen tanto en los aspectos incentivadores como en los facilitadores utilizados. Reconocida esta aportación del llamado Grand Tour tantas veces negada por quienes insisten de situar el origen del turismo a mediados del siglo XX se impone recordar aquí el acierto que Kurt Krapf tuvo al crear la figura que llamó touriste amphibie para referirse a la mezcla de motivaciones que puede encontrarse en tantos viajes, sobre todo en los que autoproducidos.

La literatura ofrece otros muchos ejemplos de Grand Tour tan dignos de ser estudiados como el de Felipe. Entre ellos pueden citarse los siguientes:

El que Michel de Montaigne (1533 – 1592) hizo en 1580 por regiones de Francia, Alemania, Suiza e Italia y que él mismo narró en su obra Diario del Viaje a Italia y que tuvo una duración de diecisiete meses. Otro viaje a Italia digno de estudio fue el Grand Tour que hizo Johann W. Goethe (1749 – 1832) siendo ministro de agricultura del gobierno de Weimar. Lo cuenta él mismo. El 3 de septiembre de 1786 subió de incógnito a una silla de postas para ponerse en camino hacia Suiza e Italia. Finalmente, puede destacarse el Grand Tour que Gustave Flaubert (1821 – 1880) hizo a Oriente en compañía de dos amigos, uno de ellos su inseparable y confidente Maxime Du Camp. También lo cuenta él mismo a través de las cartas que escribió a su madre y otros corresponsales. Salió de Croisset el 22 de octubre de 1849 y regresó el 10 de junio de 1951, un año y casi ocho meses. El motivo verdadero, como el de Goethe, conocer el exotismo de las costumbres, las ruinas monumentales y la luz del sur, esa que tanto escasea en los países brumosos, pero ambos utilizaron pretextos y fines oficiales. Sobre estos tres viajes se dispone de abundantes datos relativos a la fase de consumición. Pocos o ninguno se tiene que den luz sobre la fase olvidada aunque ineludible de preparación. Aun así, ambas fases son susceptibles de ser analizadas a la luz de la economía del turismo.

Con motivo del reciente fallecimiento de Karol Wojtyla se informó en los periódicos sobre su vida y se decía, por ejemplo, que Wojtyla fue un Papa “muy viajero”. Hizo, en efecto, 104 Grands Tours o viajes internacionales de largo recorrido. Es evidente, aunque no “se vea” y no se hable de ello, que, en la curia vaticana, un equipo de funcionarios organiza estos viajes de Estado o, si se quiere, viajes evangélicos o misionales, de acuerdo con las más altas magistraturas, incluido el mismo Papa. Los organizadores puede que dispongan de un manual de criterios internos y de otro para uso de las autoridades de los países a visitar, lo que inclina a pensar que los viajes papales son organizados al alimón entre los funcionarios vaticanos y los del país anfitrión. Como diría un turisperito, entre los del país de origen y los del país de destino. Es inevitable expresar el enorme interés que podría tener para la economía del turismo una investigación en profundidad sobre las técnicas empleadas para estos viajes, giras o Grands Tours realizados por los Jefes de Estado.

Y ya que se trata de las relaciones entre el Grand Tours y el turismo cabe hacer una referencia final al programa “Erasmus” de la Unión Europea. Sus objetivos son ante todo de tipo formativo pero en su financiación pública late la aspiración comprensible de colaborar a la creación de una clase dirigente que se sienta europea antes que francesa, alemana o española. ¿No hay en este ambicioso programa ecos del viejo sistema basado en el Grand Tour? ¿No constituyen tanto uno como otro, el pasado como el actual, odres en los que se encuentra un semillero de turismo y con él un arsenal cuajado de oportunidades para la investigación de la tecnología aplicada a la producción de turismo actual y en retrospectiva?

Decir una vez como recordatorio que entre los turisperitos los hay que consideran que el Grand Tour, para ellos un viaje por motivos educativos, nada tiene que ver con el turismo pero no dudan en remontarse muy atrás en el pasado, llegando incluso al nomadismo en el afán de encontrar precedentes del turismo, lo que no les impide sostener que lo masivo es consustancial al turismo. Pero también los hay que admiten que el Grand Tour es un precedente del turismo moderno. Son los que no distinguen motivaciones ni el itinerario (circular o lineal) del desplazamiento. Para el análisis macroeconómico riguroso, la condición necesaria para que se de el turismo en un sistema productivo es que la sociedad sea sedentaria, y la condición suficiente que esa sociedad haya alcanzado algún avance en el vencimiento de la distancia para que trate de satisfacer algunas de sus necesidades con bienes o servicios distantes y física o económicamente no transportables. Solo esta consideración permite admitir de un modo consistente que el Grand Tour que la nobleza del Antiguo Régimen hacía constituye un claro e interesante precedente del turismo, un servicio que presumiblemente se produce desde hace unos cuatro o cinco mil años, es decir, desde el desarrollo de las ciudades.

La visión sociológica, macroeconómica y de demanda, basada en las motivaciones y orientada a los efectos del gasto es incapaz de aventurar una fecha verosímil a la que atribuir la aparición del turismo. Cuando lo define como desplazamiento afirma que es tan antiguo como el género humano. Si se resalta que es un viaje de placer oscurece su origen ya que no es posible establecer una fecha aproximada para la aparición de una sensación subjetiva como es el placer. Y, al ponerse el acento en la masificación de los viajes, se aventura que el turismo tiene poco más de medio siglo. Entre dos millones y 55 años hay opciones para todos los gustos pero ninguna de ellas apoyada en criterios científicos.

Solo la visión microeconómica, al identificar el turismo como un plan de desplazamiento de ida y vuelta permite proponer que estamos ante un servicio que empezó a producirse hace del orden de cinco mil años, cuando se desarrollaron las ciudades y se contaba ya con medios para el vencimiento de la distancia. Esta propuesta acaba con mitos y vaguedades. Para ser refutada debería ser antes científicamente debatida con todas sus consecuencias.


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

Francisco Muñoz de Escalona "En torno al “Grand Tour”. Análisis de un caso paradigmático"  en Contribuciones a la Economía, mayo 2005. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/