"Un mundo sin hambre"

Josué de Castro

CAPITULO VIII

GEOGRAFÍA DE LA ABUNDANCIA

Muy vasto es, por consiguiente, el campo de aplicación de la ciencia y de la técnica a la solución del problema del hambre. No queda ya la menor duda de que la ciencia puede contribuir de manera decisiva a acrecentar la producción de alimentos, hasta satisfacer integralmente las necesidades alimenticias de todo el género humano. Y la contribución de la ciencia podría ser todavía más apreciable si las élites dirigentes hubiesen animado y sostenido en mayor grado a los especialistas en problemas biológicos. De hecho, las ciencias biológicas siempre han estado relegadas a un plano secundario en el panorama social de nuestra civilización mecanicista y utilitarista. Puesto que concentra todos sus intereses en la producción de riquezas, nuestra civilización se preocupa mucho más de realizar investigaciones en el dominio de las ciencias físicas y químicas que en el de la biología. De ahí la visible desigualdad entre sus progresos.

No hay que olvidar que los hombres de ciencia sólo pueden trabajar si se les paga por ello. Por muy sabios que sean, tienen que comer, que vestirse y que fundar una familia como el común de los mortales. Pero sucede que a esos hombres de ciencia sólo se les paga cuando sus trabajos interesan a alguien, ya sea una industria, un particular o un Estado. Ahora bien, durante el último siglo de nuestra civilización occidental las instituciones oficiales y los patronos privados se sintieron exageradamente absorbidos por los problemas de la explotación económica y se desinteresaron en general de los problemas de orden humano. Apenas si veían en el hombre algo más que una máquina de producción, una pieza del engranaje económico. Así se explica que haya un número mucho mayor de plazas remuneradas para los físicos y los químicos que para los biólogos. Las investigaciones fisicoquímicas son mucho más útiles para el comercio y la industria que las financian. Las investigaciones biológicas están encaminadas sobre todo a conseguir la buena salud de la humanidad, capital que no produce directamente ningún dividendo.

Un científico inglés afirmó que en 1940 el número de investigadores dedicados a lograr nuevos progresos técnicos en los procedimientos químicos era más elevado en el laboratorio de una sola organización industrial -The Imperial Chemical Industries- que el de los biólogos de todo el Imperio británico. Como es lógico, al ser más numerosos y estar mejor pagados y mejor equipados, los químicos industriales tienen todas las oportunidades de lograr más descubrimientos y de hacer avanzar la ciencia mucho más de prisa que un puñado de biólogos abandonados a su entusiasmo estrictamente personal y a su extraña entrega al estudio de problemas que, en general, las fuerzas dirigentes del mundo no toman en consideración.

Pero incluso con los escasos conocimientos que poseemos sobre los fenómenos de la vida, incluso con el pobre patrimonio de la ciencia agrobiológica actual, es posible emprender una verdadera revolución en el campo de la producción alimenticia, a pesar de los obstáculos que ciertas fuerzas económicas y políticas oponen a la aplicación en gran escala de las adquisiciones de la ciencia.

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