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CAPÍTULO III

LA GLOBALIZACIÓN Y EL FUTURO DEL ESTADO.

 

III. 2.- LOS COMPONENTES DE LA CRISIS  ECONÓMICA INTERNACIONAL.

 

Para un par de autores que, por decir lo menos, exageran el aprecio por sus propias elaboraciones, la crisis mundial en curso tiene los siguientes componentes:

- Crisis de la Economía Capitalista;

- El derrumbe del socialismo estatista;

- La emergencia ecológica mundial, y

- El derrumbe del orden bipolar de posguerra y el actual desorden mundial.[1]

Resulta claro que estos componentes, y otros no considerados por los autores -como el volumen e intensidad de las migraciones, el incremento exponencial de la pobreza y el tráfico creciente de drogas y armas-, convocan a soluciones que -con mucho- rebasan las capacidades de cualquier Estado, sin excluir a los más poderosos, aún y cuando la atención a fenómenos como el calentamiento del planeta y la erradicación de la pobreza tienen un carácter residual en la confección de políticas propuestas por los organismos financieros multilaterales.

          El hecho de que el comercio crezca más que la producción y que, correlativamente, las crisis del sistema se presenten de manera escalonada, afectando inicialmente a la segunda y con posterioridad al primero, parecen ser las preocupaciones centrales, en el momento de sugerir políticas que no se compadecen de las enormes desigualdades que privan entre países ricos y pobres. La convocatoria, para todos, es el abandono a las bondades de un libre comercio que, desde la concepción teórica, pareciera desarrollarse en un ambiente planetario de competencia perfecta y, desde el político, adornado por la audacia del más ocurrente pragmatismo, siempre que el Estado colabore entusiastamente en su autoaniquilación. Como se describe a lo propuesto por el Banco Mundial, en su Informe de 1991, la inconsistencia teórica se hace acompañar del más elemental pragmatismo político[2], según el texto de Federico Manchón.

          El problema central del Informe reside en que, con sus propio datos, no es posible demostrar las correlaciones y relaciones de causalidad de sus propuestas con un mayor crecimiento. Tanto por lo que hace a la explicación de una baja productividad de los factores, cuanto a lo relativo al efecto de la educación sobre el crecimiento, pasando por la importancia que otorgan al incremento de las exportaciones en tanto variable explicativa del crecimiento económico, las sugerencias del Informe carecen de identidad con las evidencias empíricas que ofrece en su abultado Apéndice Estadístico.[3]

          En este proceso, y directamente relacionado con la idea de percibir al regionalismo como expresión particular del multilateralismo, la sección Opiniones de la publicación Capítulos del Sistema Económico Latinoamericano (SELA), al menos la correspondiente a julio-septiembre de 1993, recoge los puntos de vista de numerosos autores fundamentalmente empeñados en exaltar las bondades de la globalización y en (de)mostrar que un vigoroso regionalismo, como el apreciable en la velocidad -18 meses- con la que los Estados Unidos y el Canadá negocian su Acuerdo de Libre Comercio, con la inclusión de los servicios y la inversión, puede estimular a un lento multilateralismo como el que se aprecia en la prolongadísima Ronda Uruguay del GATT, que condiciona el arribo a los acuerdos a un insensato consenso, en el que se busca la aprobación de actores pequeños y/o lejanos a cada punto de las discusiones.[4]

Las preocupaciones de estos autores también se enderezan al propósito de exaltar la dominancia del libre comercio, en el desarrollo de las negociaciones regionales, sobre cualquier posibilidad de establecimiento de formas mercantilistas, de proteccionismo velado o no, en la hora de negociar la conformación de estos bloques. La aparición (en realidad, imposición por los más fuertes) de las llamadas reglas de origen que, según el tipo de bien o servicio que se pretenda colocar bajo el cobijo de estas negociaciones, exige al menos un 50.0 % del valor agregado regional, se ha combinado con el establecimiento de altas tasas arancelarias para terceros países, de forma tal que el temido mercantilismo, y sus en nada novedosas expresiones proteccionistas, está tan a la vista como para quien quiera verlas. El optimismo de los invitados a opinar en la publicación del SELA, descansa en la peor de las cegueras conocidas, la de los que no quieren ver.


 

[1] Cfr. Dabat, Alejandro y Rivera, Miguel A., Las Transformaciones de la Economía Mundial, en Investigación Económica 206, FEUNAM, octubre-diciembre 1993., México, pp. 123-147.

[2] Ver Manchón C., Federico, El Informe del Banco Mundial sobre el Desarrollo 1991: Inconsistencia Teoríca y pragmatismo político, en El Cotidiano 45, 1992, pp. 79-83.

[3] Cfr. Banco Mundial, Informe sobre el Desarrollo Mundial 1991. La tarea acuciante de desarrollo, Washington, D.C., 1991, pp. 206-293.

[4] Cfr. los artículos, justamente enlistados como opiniones de: Juan Carlos Moneta (pp. 7-18), Evelyn Horowitz (PP. 24-35), Colin Y. Bradford, Hijo (pp. 37-52), Charles Oman (pp. 73-86), y Pedro da Motta Velga (pp. 87-96), en la sección Opiniones de la revista Capítulos del SELA, julio-septiembre de 1993.