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CAPÍTULO III

LA GLOBALIZACIÓN Y EL FUTURO DEL ESTADO.

 

III.1.- DEL FIN DE LA GUERRA FRÍA A LA   GLOBALIZACIÓN.

 

Con el derrumbe del llamado Socialismo Real, la convivencia entre los países alineados en los frentes soviético y occidental experimentó, al lado del respiro profundo de una promesa de paz, la evaporación de prácticas de equilibrio que no se agotaban en la disuasión armamentista ni en la intervención militar directa. Los programas de asistencia económica y de promoción del crecimiento, especialmente en Europa pero ciertamente documentables en América latina, cedieron su lugar a lo que R.H. Ullman denomina una relación de negligencia benigna[1]. En esta nueva relación, la amenaza de insurrección evaporada y los propios problemas de competitividad de la economía estadunidense, mostrados a plenitud desde el comienzo de los años 70, el interés de los políticos de aquel país sobre las cuestiones políticas de la América Latina, era guiado por las preocupaciones relativas a los problemas políticos de los Estados Unidos, de manera mucho más evidente que en el pasado.

          El saldo de una mal encubierta guerra comercial entre los Estados Unidos, Japón y el bloque europeo, particularmente representado por Alemania, ha sido el repliegue económico del primero y, tras la guerra del Golfo Pérsico, la consolidación de su hegemonía militar, tal como lo describe Charles Krauthammer: “ (son ahora el único país capaz de) ser un jugador decisivo en cualquier conflicto en el que decida intervenir en cualquier parte del mundo.”[2]

          De esta situación, y pese a lo errado del término, surge un sistema “unipolar desde el punto de vista militar, (que) es multipolar en otras dimensiones del poder nacional. Hace más de dos decenios que los Estados Unidos tenían algo parecido a un poder irresistible en la economía internacional. Ahora hay tres grandes bloques de naciones en ese contexto. Los países de la Comunidad Europea, y los Estados africanos y caribeños que tienen vínculos monetarios y comerciales con ellos, forman el bloque más grande y claramente definido. En segundo lugar se encuentra el área de libre comercio de los Estados Unidos y Canadá, a la que probablemente se sumará pronto México; posiblemente podrían ingresar Chile y otros Estados latinoamericanos. En tercer lugar tenemos a Japón, el cual está forjando relaciones de creciente interdependencia con los miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), a la que podrían sumarse otras economías de Asia y del Océano Pacífico.”[3] Esta circunstancia reduce, desde hoy, las posibilidades del dominio absoluto al que, tras la II Guerra Mundial, acostumbró ejercer el gobierno de los Estados Unidos y, para el futuro, puede hacerlo del todo imposible. De otro lado, resulta bastante claro que mientras duró la guerra fría, los espacios convencionalmente libres de amenaza de guerra caliente eran los directamente ocupados por las dos grandes potencias y, muy especialmente, Europa, de forma que los conflictos armados siempre se verificaron en la periferia.

          Problemas raciales, religiosos, de nuevos nacionalismos, han convertido a Europa, de nueva cuenta, en territorio de conflictos armados, tanto en Yugoslavia como en parte del territorio ruso y en Albania, evidenciando una significativa modificación de las prioridades que guiaron la construcción de convenciones entre las potencias. Mientras la repetición del conflicto armado en estos espacios, a los que aisló del conflicto la guerra fría, aparece como cada vez más probable, el conflicto armado en la periferia -si no es menos probable- al menos será menos prolongado y sangriento, entre otras cosas, porque la presencia e intervención de los Estados Unidos en la mayor parte de los lugares periféricos fue motivada casi enteramente por la rivalidad con Moscú. El anticomunismo, como cuestión de política interna estadunidense, ha perdido validez como justificación de la intervención militar.

          El tráfico de drogas, el terrorismo y las migraciones hacia su territorio, son los nuevos ingredientes con los que se confecciona la agenda de seguridad de los Estados Unidos, al lado de la producción y comercio de armas, especialmente cuando con ellas se provee a mercados como Siria o Irak.[4]

          Para el caso de la América latina, las modificaciones que se desprenden de la conclusión de la guerra fría comienzan a resultar adversas, ya que “contrariamente a lo ocurrido en los años setenta, y sobre todo en los años ochenta, los gobiernos no podrán esgrimir las amenazas soviéticas y cubanas, hipotéticas o reales, para obtener el apoyo militar y económico de los Estados Unidos”[5], mostrando una peculiar negligencia que puede no ser tan benigna, toda vez que los procesos de crecimiento económico están fuertemente relacionados con las posibilidades de incrementar la participación en el uso de liquidez internacional.


 

[1] Ullman, Richard H., Los Estados Unidos, América Latina y El Mundo después de la Guerra Fría, en América Latina en un Nuevo Mundo, F.C.E., México, 1996, p. 23.

[2] Citado en Ullman, R.H., Los Estados..., op. cit., p. 25.

[3] ídem., p. 26.

[4] ídem., p. 32.

[5] ídem., p. 35.