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Valoración crítica de los enfoques que insisten en la importancia de los sistemas de PYMES

 

Las aproximaciones basadas en las Pymes presentan una serie de elementos que suponen un avance frente a concepciones anteriores, pero, simultáneamente, poseen un gran número de “pasivos” que limitan el alcance real de sus aportaciones.

 

En este sentido, su principal valor es que se trata, en ambos casos, de concepciones en las que, frente a planteamientos anteriores, se ensalza el valor de la diferencia. Son los elementos socialmente específicos de ciertos territorios los que justifican su “éxito” relativo, su condición de “ganadores” en los procesos de Reestructuración. Esto supone que entran a formar parte del análisis una serie de elementos considerados “extraecónomicos” por las escuelas neoclásicas o estructuralistas[1]. La existencia de relaciones de elementos como la “empresariabilidad”, la “existencia de redes de confianza”, de “formas locales de regulación económica”, de “un mercado de trabajo local”, de “esquemas cognitivos comunes” entre los agentes económicos son elementos fundamentales para explicar una determinada realidad económico – espacial. Por tanto, de hecho, se promueve una apertura del pensamiento económico hacia ciencias afines como podría ser el caso de la Sociología o incluso de algunas ramas de la Antropología y la Psicología Social

 

El principal “pasivo” del desarrollo de estas aproximaciones es que su auge ha permitido confinar a una buena parte de los científicos en el estudio de realidades muy concretas, lejanas a la crítica general que tomando el espacio como referencia, realizaban las escuelas anteriores (Mitchel-Weaber, 1995)[2]. Adicionalmente, este interés por el estudio empírico se ha realizado sin un sólido esquema teórico de referencia. Los conceptos utilizados para ello, como es el caso del “distrito industrial” responden a realidades muy concretas, no siendo, por tanto, generalizables. En el intento de adecuar este arsenal teórico a una realidad mucho más diversa se ha propiciado un el uso indiscriminado de muchas de estas ideas.[3]

 

Por ello, sobre la base de estos estudios se pretende desarrollar en zonas, en ocasiones deprimidas y periféricas, elementos de la realidad social que son ajenas a las mismas: “empresariabilidad” “mercados de trabajo regidos por reglas informales”, “capacidad exportadora”, “organización sobre la base de redes”, etc. De esta forma, estos desarrollos terminan propugnando políticas genéricas[4] que, eso sí, deben “incrustarse” en la cultura productiva local y ser asimilada por la misma. Se facilita de esta forma un cambio social y cultural que es, en esencia, muy “productivista”. Respecto de este último punto es necesario destacar:

 

·        Esta forma de actuar es perfectamente coherente con las necesidades de un capitalismo global para su valorización. Actuar sobre los mecanismos sociales que regulan la transmisión de la información, sobre la forma de coordinación entre los agentes productivos, sobre las organizaciones responsables del cambio tecnológico, etc. en zonas con un restringido potencial de desarrollo económico es fundamental para la generalización de las nuevas formas de producción y gestión nacidas con la Reestructuración.

 

·        De este modo, además, se fomenta la “competencia entre los territorios”[5]. La idea subliminal que está detrás de todos estos desarrollos podría sintetizarse en “tenga usted unos mecanismos de coordinación sustancialmente mejores que los de sus vecinos, eso le asegurará el bienestar”

 

·        Hace recaer la responsabilidad de la no adaptación de los territorios a las dinámicas en curso, a las bases sociales de los mismos incapaces de adoptar elementos de funcionamiento como la “empresariabilidad” y la “flexibilidad” que le asegurarían un sitio en el nuevo orden. Con lo cual, en definitiva, sirve como elemento de justificación de ajustes “necesarios” e “inevitables” que no sólo es necesario no obstaculizar, esperando a que la mano invisible del mercado los imponga, sino, inclusive, favorecer a partir de una activa intervención pública.


 


[1] Ya se ha indicado que en algunas aportaciones estructuralistas como, por ejemplo, Massey (1994) la importancia que toman estos elementos es notable, constituyendo, por tanto, una excepción notable a la afirmación que se acaba de realizar.

 

[2] En realidad, los estudios sobre el desarrollo endógeno han tratado de identificar los factores que explican el éxito de determinadas áreas. Están convencido de que éste se debe a factores microsociales y, por ello, se han embarcado en estudios bastante minuciosos sobre las formas de coordinación dominantes, los tipos de racionalidad existentes, las reglas sociales que agilizan el comportamiento de los agentes económicos o las vías de acceso y transmisión de la información. En este estudio del detalle, muchas veces se ha perdido el referente general, que no es otro que el estudio de la dinámica espacial del capitalismo contemporáneo.

 

En otros casos, sin embargo, como puede ser el caso de la obra de Storper y Walker (1989) aunque se tomen en consideración nuevos elementos no se pierde el referente general.

 

[3] Al respecto J.J. Castillo (1994) denunciaba “El uso de esta categoría analítica (el distrito industrial), en efecto, puede hoy día en la literatura – y en la política industrial – ser tan laxo que abarque cualquier tipo de conjunto industrial, ya ni siquiera compuesta sólo de pequeñas empresas, como era la norma, hasta unos usos más restringidos y adecuados, para que las ciencias sociales sirvan para separar lo que el sentido común confunde y para «reunir» lo que ese mismo «conocimiento salvaje» separa...Desde luego, en nuestra opinión tal generosidad...es un regreso hacia lo general y, por lo mismo no permite determinar especificidades...Y lo cierto es que no vemos la necesidad de borrar esos rasgos cuya primera consecuencia...es la confusión política entre los rasgos socialmente positivos para la mayoría de los ocupados en los «auténticos» distritos y la realidad de una reestructuración productiva mucho más  negativa para el resto de los trabajadores”

 

[4] Esto no deja de ser una contradicción muy importante en aproximaciones teóricas que parten, precisamente, del reconocimiento del valor de la diferencia y el reconocimiento del carácter instituido de todo proceso económico. Este hecho es denunciado por algunos autores como Amin (1998).

 

[5] La expresión “competencia entre los territorios” se utiliza de forma metafórica. Los territorios no tienen conciencia y, por tanto, no pueden competir. Pero las Administraciones Públicas y principales grupos empresarial de cada uno de ellos sí promueven las acciones necesarias para la creación del entorno más favorable para el ejercicio de las actividades empresariales, lo que supone actuar sobre los elementos materiales e inmateriales que la favorecen.