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La tradición estructuralista: La Escuela de la Nueva División Espacial del Trabajo

 

La Escuela de la Nueva División del Trabajo emerge a mediados de los años 70[1] como intento de respuesta a las particularidades del proceso de desindustrialización británica. Como consecuencia del mismo, una serie de regiones tradicionalmente industrializadas, sufren unos procesos de crisis sin precedentes. Esta decadencia no siempre se corresponde con una situación delicada del sistema empresarial. Es decir, las empresas, normalmente de gran dimensión, cierran sus establecimientos menos rentables, sin que ello suponga su quiebra. Continúan en el ejercicio de su actividad, aunque cambie el lugar en que se realice. De esta forma, el empleo industrial existente en los Midlands (las regiones de antigua industrialización inglesa, que abarca ciudades como Liverpool, Manchester, Sheffield o Newcastle) se destruye a un ritmo acelerado. Buena parte de este empleo es transferido a zonas del tercer mundo con salarios mucho más bajos[2] (Carnay et alia, 1980; Massey y Megan, 1982).

 

Como estos autores parten de planteamientos marxistas, la explicación que proponen es la siguiente. El capital tiene mucha más movilidad que el trabajo y explota ésta para dividir los mercados laborales[3]. La segmentación le permite aumentar la plusvalía absoluta obtenida de los procesos de trabajo[4]. De esta forma, la desindustrialización de los Midlands ingleses no es sino el resultado lógico de la estrategia del capital en abstracto (y de las grandes corporaciones industriales en concreto) por reducir los costes unitarios (Massey, 1994).[5]

 

Por tanto, la principal razón de la pérdida de empleos industriales es la deslocalización de la base empresarial. No obstante, esta interpretación fue posteriormente matizada. No es para menos, ya que parecía considerar los costes laborales como la única variable explicativa del movimiento industrial observable en las últimas décadas. En las nuevas explicaciones estructuralistas, se insistía en que:

 

¨      El trabajo no es exactamente una mercancía y, por tanto,  los procesos laborales no pueden ser valorados únicamente en función del precio de la fuerza de trabajo. Existen otros elementos que definen las relaciones laborales y que, a largo plazo, influyen en los rendimientos de las actividades empresariales efectuadas en los distintos territorios (Massey, 1994)

 

¨      Los procesos de segmentación laboral tienen lugar, crecientemente, en el interior de las economías desarrolladas. En este sentido, es posible hablar de la existencia, cuando menos, de segmentos del mercado de trabajo ocupado masivamente por mujeres así como de otros asociados a determinadas minorías étnicas (Massey, 1994).[6]

 

¨      El coste de la mano de obra puede compensarse por incrementos de la producción vía aumento de la productividad, a partir de la introducción de mejoras tecnológicas. Las empresas y, por extensión, los territorios que optan por esta vía tienen una menor propensión a la deslocalización de sus actividades.[7]

 

Con ello, se pone de manifiesto cómo el creciente proceso de búsqueda de aumentos de productividad se lleva a cabo a partir de diferentes estrategias que tienen en común el deseo de “explotar” los rasgos distintivos, diferenciadores de los diferentes mercados de trabajo. En este sentido, elementos, a priori, tan distantes como el incremento en la “cualificación” de una parte de la mano de obra, de la “flexilibilidad” de la misma, la incorporación de nuevos colectivos al mercado laboral, etc. sirven al mismo propósito de elevación de la plusvalía detraída a los trabajadores. Con lo cual, finalmente, la territorialización es una estrategia del capital para aumentar su rentabilidad, promoviendo, de este modo, la recomposición de las relaciones con la fuerza de trabajo. Con ello, implícitamente, se acepta que el nexo de unión entre el territorio y la economía global es el mercado de trabajo. Por tanto, es la conjunción entre los intereses del capital y las características concretas de los mercados de trabajo locales lo que explica la posición de los diferentes territorios en la división espacial de éste.

 

De esta forma, esta escuela plantea una serie de interesantes reflexiones, pero no se encuentra al margen de una serie de limitaciones que condicionan la validez general de sus afirmaciones. Entre éstas últimas se encuentran las siguientes:

 

¨      En el fondo, tiene una concepción muy convencional de la competencia. Insiste en los costes laborales como si se tratara del único determinante de la competitividad cuando en realidad, es un factor entre otros, sin llegar tan siquiera a ser el factor principal.[8]

 

¨      Considera generalizable, en el sentido apuntado anteriormente, el caso británico en el que se producen “deslocalizaciones” masivas, cuando en realidad, este hecho se explica, en buena parte, por las características diferenciales de éste (Dore, 1973).

 

¨      Se trata de un análisis muy afectado por una coyuntura de crisis industrial y, en este sentido, escasamente capaz de anticipar el resultado final del proceso.


 


[1] De hecho, su máximo referente a nivel de Teorías del comercio internacional es la obra de Frobel, F. et alia (1980) The New International Division of Labour.

 

[2] Esto no dejaba de ser un contrasentido en unas regiones que poseían una cierta burguesía local propietaria de los medios de producción. En este sentido, la divergencia entre los intereses particulares de la misma y los generales de las regiones no dejan de ser evidentes. Esto pone en tela de juicio la afirmación de que la existencia de una burguesía local es una garantía para el desarrollo de las distintas regiones. Por el contrario, se coincide con las Teorías del Centro y la Periferia en afirmar que la existencia de una burguesía local es una condición necesaria para la existencia de un proceso de desarrollo autocentrado, pero no una condición suficiente que, por sí misma, garantice la inevitabilidad de éstos.

 

[3] Como se han encargado de argumentar otros autores, también marxistas, como D. Harvey (1982), la movilidad del capital aumenta como consecuencia de los procesos de acumulación. Buena parte de la inversión productiva se destina a la reducción del “efecto friccional” del espacio mediante la construcción de infraestructuras. De esta forma, el capitalismo como sistema económico, al encontrarse inmerso en una continua revolución del transporte , promueve “la aniquilación del espacio por el tiempo”.

 

[4] Es curioso que la interpretación de la Escuela de la Nueva División Internacional del trabajo propugne que el espacio favorece, mediante el recurso a la segmentación de los mercados, los procesos de acumulación de capital, cuando, hasta entonces, las aproximaciones marxianas habían realizado afirmaciones justo en sentido contrario, considerando el espacio como un problema, un límite a los procesos de acumulación (Harvey, 1982).

 

[5] Es necesario insistir en que, desde estos planteamientos, nunca se acusa a los trabajadores de otras áreas de competencia desleal o algo parecido. Se indica, por el contrario, que su comportamiento es totalmente lógico y coherente con el incremento del Ejercito Industrial de Reserva a escala mundial.

 

[6] La principal autora dentro de esta corriente, Doreen Massey realiza estas precisiones en su obra Spatial Divisions of Labour: Social structures and geography of production. Con la misma se introduce directamente dentro del campo de los estudios de género y, a partir de ahí, liga la división del trabajo y el estudio de la identidad. Esta evolución va a tener una tremenda importancia, en el sentido de que, por un lado, reconoce los límites de las aproximaciones puramente estructuralistas y, al mismo tiempo, abre la puerta a los desarrollos institucionalistas que van a insistir en aspectos microsociales a la hora de explicar la dinámica territorial del capitalismo contemporáneo.

 

[7] En este sentido, existe una crítica implícita en la obra de Storper y Walker (1989) The capitalist imperative: territory, technology and industrial growth.

[8] En realidad, la atención que presta a la emergencia de una nueva forma de producir, con unos sistemas de gestión de los flujos en la fábrica, de los stocks de fabricación y de la mano de obra no deja de ser muy reducida (Best, 1990). De esta forma, no llega a relacionarse la importancia de los mercados de trabajos locales con la estrategia de las grandes corporaciones empresariales de flexibilizar al máximo sus procesos productivos. En este sentido, la explicación estructuralista se basa en una abstracción que contiene un elevado grado de “violencia” (Sayer, 1993).